LONTANANZA: GREGORIAN

Por SERGIO MONSALVO C.

 

EL BEAT DEL MONASTERIO

 

Roma, Italia, un verano del siglo IV D. C.- La nota de la temporada en la capital romana lo ha dado la Fashion Week que año con año se da cita en las principales catacumbas de la ciudad. Primero con el programa oficial que se celebra en las de rancia procedencia, como la de San Calixto, las de la Villa Torlonia o Villa Rondanini, con al menos cuatro siglos de existencia y actividades bien datadas desde entonces.

 

Todas ellas se han encargado de mantener intacta la tradición catacúmbica, ante todo como lugar de enterramiento y como sitio de culto, al que acuden los fieles más distinguidos que le han dado prestigio a esta Roma Subterránea, en la que se puede disfrutar de una forma de ser, tan clásica, y de los arcanos religiosos junto a personas que comulgan con ello: en vestimentas sencillas, elegantes, sin adornos y con un maquillaje absolutamente discreto, sin recargos. Lujos de la clase.

 

Una tradición inaugurada por los primeros devotos que buscaban identificarse los unos a los otros por medio del traje. Para ellos la vestimenta era comunicación, una que tenía significado y que trasmitía su contenido piadoso a través del color, la forma y los materiales empleados en su confección. Eran tejidos pesados y sin pliegues, para diferenciarse de los romanos politeístas, quienes usaban grandes cantidades de tela para su hechura, como señal de poderío y riqueza.

 

 

Ostentación de la que carecía la prenda usual de aquellos primeros creyentes y diáconos llamada dalmática: una túnica talar de forma recta, de lino en su origen, con grandes mangas, que se extendía hasta los pies. Vestimenta que se adoptó como indumentaria litúrgica permanente.

 

En los desfiles de los orígenes, que no eran tan numerosos por obvias razones, resaltaban sobre dichas dalmáticas un par de monogramas, a modo de lemas: “X” y “P”, primeras letras en griego del motivo de su devoción. Eso sí, los había en distintas formas y tamaños a escoger. Actualmente algo muy retro, según los cronistas.

 

El clima frío admitía también la peánula, ese manto con capucha que se hizo tan popular, hecho de tela gruesa y cuero. Hoy una prenda de lo más highvintage. El uso de tales atuendos primó entre los asistentes como distintivo correligionario, además de agregarle misterio a lo ya de por sí misterioso.

 

 

Para la asistencia a tales primeros eventos los convocados optaban por la austeridad extrema. A diferencia de los gentiles romanos, hombres y mujeres, que usaban gran cantidad de joyería sobre sí (collares, dijes, brazaletes, aretes, anillos, etcétera), lo mismo que sofisticados peinados que requerían de los cuidados de peluqueros. Las “catacúmbicas” sólo lucían una cola de caballo amarrada con una simple cinta de color oscuro, nada más.

 

Las catacumbas tradicionales mantienen todo ello. Así como sus espacios que constan de diversos núcleos dispuestos en pisos excavados en distintas épocas, con sus propias entradas y trazado laberíntico. Sus galerías llamadas “criptas” con sus fosas incrustadas en las paredes y sin mayor ornamento que unas monedas o camafeos.

 

El sur romano cuenta aún con esos lugares con los nombres de las propietarias de los terrenos donados al nuevo culto: Balbina, Luciana, Priscila y algunas otras, que como cada temporada abren sus espacios al trajín de diseñadores, modelos, editores y demás profesionales de la moda.

 

 

A la cita acuden los romanos descendientes de los primeros conversos, seguidores de los apóstoles cuya palabra campeaba por ahí y era acompañada por oraciones cantadas a capella por los hombres que acudían al rito. A los que con el tiempo los diseñadores dotaron de distintivas dalmáticas con las leyendas apostólicas, “Cantar a Dios con el corazón” y la aún más recurrente: “El que canta ora dos veces”, estampadas en los sobrios gris y negro de los tiempos primitivos.

 

Pero decíamos que la nota de la temporada la ha dado no sólo el programa oficial, sino que en esta ocasión ha saltado a la palestra la otra Fashion Week que corre paralela a esos desfiles de las catacumbas reconocidas. Y en las que lo suyo es más happening que runway.

 

Con un público que prefiere sus peánulas con colores paganos y sandalias de firmas extranjeras al minimalismo culterano; la dalmática de última generación a la elegancia primigenia. Es decir, en palabras de un afamado diseñador de añejos polvos: “Los que prefieren la trasgresión y lo trendy a la sobriedad Prêt-à-porter”.

 

VIDEO: Gregorian – With Or Without You Live in Prague (U2), YouTube (gregorianmusiccom)

 

Mientras que en la gran catacumba de la Villa Torlonia se celebra por todo lo alto la semana de la moda oficial, en las llamadas “criptas de arcosolio”, que han roto definitivamente con el entorno rectangular para optar por el circular, tiene lugar el Do It Yourself, punto de encuentro del talento emergente de las manifestaciones Young-Urban. Una cita alternativa que desde ya funciona como cantera de lo nuevo.

 

Ahí las monedas y sus efigies han sido sustituidas por un decorado posindustrial en donde las paredes y bóvedas se han revestido de estuco y con los adornos de pinturas al fresco. Son antros que además de servir como tumbas, refugio o al rito discreto, se han tornado lugares de amplia convocatoria tanto para locales como para peregrinos extranjeros que buscan asilo o la festividad rave, con criptas y estancias lounge, con sermones y cantos remezclados por coros de jalón internacional.

 

De sus pasarelas adornadas en tales modos han brotado nuevas propuestas rituales. Esta cultura rupturista, que ha llevado lo mismo el color a la vestimenta y los muros y revolucionado el maquillaje; que ha convertido el rito en espectáculo de luz y sonido, fondeado por los cánticos british de coros mixtos, y exigido lugar en los cat walks para las pequeñas marcas que sólo aparecen online, para transformarse en tendencia urbana.

 

 

Su meta es lograr eventos multidisciplinarios en los que las viejas liturgias interactúen con otras facetas culturales. Un reclamo de las redes catacúmbicas, desde cuya plataforma el canto gregoriano ha adquirido enorme proyección al acompañar el desfile de las colecciones off con su idea de entretejer lo antiguo con lo contemporáneo en espacios alternativos.

 

Puntal de esta forma multidisciplinaria es el grupo Gregorian, que a pesar de respetar en esencia la forma del canto, evitando las imposturas de voz destaca la armonía vocal, ha hecho explotar la tradición del a capella para hacerse acompañar de instrumentos. Ya no recurre a autores anónimos o al canon tradicional sino a compositores contemporáneos y a los hits de la época reciente. Todo ello con el objeto de despertar los variados sentimientos de recogimiento, alegría, tristeza y serenidad.

 

Después de abandonar al grupo Enigma, de new age, el alemán Frank Peterson decidió fundar uno como solista bajo el seudónimo que usaba como compositor: Gregorian. Su primer single “So Sad” fue seguido por el álbum Sadisfaction ya como grupo y a fin de siglo apareció Masters Of Chant I. Un álbum refinado de voces, armonías y sin samples.

 

 

Así, en vísperas del tercer milenio, lo antiguo y lo moderno se combinaron para crear un sonido nuevo. Peterson y su deseo de utilizar un coro de iglesia en vivo, lo inspiraron para empezar a trabajar en algo diferente. Contrario al uso de samples en los cantos litúrgicos, el concepto de Peterson emplea el estilo del canto gregoriano como base para la reinterpretación de las canciones memorables del pop y del rock.

 

El complejo y arduo proceso de traducir estas músicas a la escala pentatónica gregoriana fue largo, además de decidir si una canción era musicalmente compatible —a partir de tan diversos artistas como R.E.M., Pink Floyd, Simon and Garfunkel, Led Zeppelin, U2- y de que todo encajara perfectamente en su paisaje sonoro.

 

Una vez transcrita la melodía vocal de cada canción, los cuatro productores del equipo necesitaban decidir la mejor manera de combinar la música para que estos clásicos parecieran frescos. Entonces cada pieza recibió nueva instrumentación: ya fuera electrónica, con sonidos prominentes u otros ritmos añadidos.

 

 

Peterson siempre supo que este tipo de proyectos serían juzgados por su calidad así como por la música grabada de base, así que reunió un coro de doce integrantes que seleccionó en Inglaterra después de buscarlos por catedrales e instituciones como la Academia de San Martín, el Royal College of Music o la Real Escuela de Música del Norte, entre otras. Además, estas voces debían estar abiertas a las ideas del nuevo grupo.

 

Para asegurar el ambiente, Frank contrató una vieja iglesia que había sido convertida en estudio con el fin de que el coro pudiera ser grabado en su entorno natural junto con los arreglos pregrabados. El álbum resultante fue un gran éxito: disco de oro o platino en los países en los que fue lanzado.

 

Los artistas de Gregorian iniciaron una gira europea donde las iglesias fueron equipadas con máquinas de humo y luces, como conciertos de rock. Tales presentaciones sirvieron para realizar videos en lugares tales como cimas de montañas o castillos.

 

 

Desde entonces Gregorian ha entrado al estudio para reiniciar el proceso una y otra vez. De esta forma ha aparecido la secuela de álbumes llamados Masters of Chant en sus distintos capítulos, lo mismo que sus apariciones en vivo, discos navideños y otros proyectos alternativos.

 

Hoy sus melodías han dejado de ser silábicas para transformarse en melismáticas; han abandonado el latín por el inglés franco y el tetragrama por el pentagrama, y otra infinidad de cambios que han conducido su canto a un sentido más expresivo que conecta con las generaciones denominadas “D.C.”. El hipermodernismo les permite eso y más: coro y canto gregoriano para resistir la realidad.

 

VIDEO: Stairway To Heaven (Gregorian Version), YouTube (kozimierz)

 

 

 

LONTANANZA: MUSO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

JOYA DEL RAP GERMANO

 

El rap y la cultura del hip hop, de la que era procedente, llegaron a tierra teutona en la década de los ochenta en el contexto de una Alemania dividida aún por el Muro de Berlín. Las vías de entrada fueron el cine (con películas como Wild Style y Beat Street) y los discos que recibían de su país los soldados estadounidenses afincados en Berlín, la última frontera de Occidente en los estertores de la Guerra Fría.

 

La creación de clubes donde la milicia estadounidense fuera a recrearse durante sus horas de ocio tuvo el efecto colateral de que la juventud alemana se familiarizara así con el breakdance, el freestyle sonoro y el graffiti de nuevo cuño urbano, generalmente procedentes de Nueva York.

 

Entre los vestigios iniciales de tal movimiento creado en su propio idioma se encuentran dos ejemplos, más anecdóticos que otra cosa, seguidos de  otros, que fomentaron su posterior desarrollo. Entre los primeros se encuentra la curiosa grabación de tres DJ’s rediofónicos (el efímero trío GLS United) que llevó el título de Rappers Deutsch. Una curiosidad de comicidad kitsch.

 

En la misma ruta mediática, pero ahora canalizada por la televisión, surgió el popular tema de una serie policiaca titulado «Der Kommissar” a cargo de Falco (músico de origen austriaco), la cual es una pieza rapeada con una base musical muy repetitiva y cargada hacia el pop.

 

La fascinación general por este nuevo estilo musical (creado con el retroacrónimo Rap: rhythm and poetry) creció entre las nuevas generaciones como la espuma, como una moda, para luego decrecer de igual manera (ya que se le dejó de programar en los medios y ya no hubo lugares para que sus intérpretes actuaran).

 

Se volvió tan invisible que pareció condenado a desaparecer como lo que había sido: una moda pasajera. Sin embargo, el underground lo retomó para sí y amputándole su primario carácter lúdico y comercial se quedó con los de la denuncia, el choque y el de la experimentación estética.

 

Practicado básicamente por los hijos de los inmigrantes (legales o ilegales), habitantes de los ghettos a los que aquellos llegaban y nutrían, y jóvenes sin oportunidades (educativas, de trabajo o de futuro, por su misma condición ilegal).

 

En ese contexto se dio el estilo rapero de la denuncia, y fue más parecido a su semejante afroamericano en sus orígenes. Sus practicantes usaron el idioma inglés como escudo contracultural en reuniones llamadas jams en las que se mantuvo vivo dicho fenómeno.

 

No obstante, ante la popularización, sus ejecutantes pronto pasaron a utilizar el lenguaje alemán como vehículo para lanzar sus mensajes sobre la cuestión inmigratoria, encabezado el movimiento por grupos como Advanced Chemestry o los que centraban su temática en asuntos acerca de la historia y la problemática del país, como los Fantastischen Vier (Los Cuatro Fantásticos), por ejemplo.

 

 

VIDEO: Muso – Garmisch Partenkirchen (Official Version), YouTube (Chimperator Channel)

 

Los noventa y los años cero del siglo XXI han mantenido tal temática en el género con crítica consciente (instalados sus artistas sobre todo en el sello Bombastic) tanto como la radical y de choque (como las de la compañía Aggro Berlin, con gangstas, ultraderechistas y violentos publicistas y profetas del yihadismo islámico que con ello buscan reclutar miembros para su guerra terrorista).

 

En el otro extremo se encuentran los raperos experimentadores, tanto del sonido como de la palabra, que señalan y enfatizan de manera artística sus reclamos sociales.

 

En ese nicho se encuentra Muso, sobrenombre del rapero alemán Daniel Giovanni Musumeci, un músico procedente de las huestes intelectuales del movimiento hiphopero teutón y que ha sabido relacionarse con sus congéneres del mismo nivel en distintos géneros al suyo, como en el caso de Konstantin Gropper (el hombre fuerte de Get Well Soon).

 

Muso escogió a este último como productor de las piezas de su álbum debut Stracciatella Now y este hecho representó un hito para tal escena musical por encargarle el trabajo a alguien de fuera del medio, algo inconcebible hasta entonces.

 

Como inconcebible también resultó el uso de las guitarras de rock (invitadas procedentes del hard bávaro) tanto como de los sintetizadores propios del estilo rave, los pianos edulcorados y los coros que parecen salidos de una obra del mismísimo Carl Orff.

 

Circunstancias semejantes ubican a Muso como un constructor de puentes en busca de la diversidad, la cual será siempre bienvenida como ingrediente para un género que se caracteriza por su enfangamiento musical en lo conservador y repetitivo.

 

La muestra de su originalidad no sólo está en lo mencionado sino también en que sistemáticamente Muso (y compañeros de aventura, entre los que se encuentra la integrante de Joan As Police Woman) se niega a incorporar los beats clásicos del hip hop, acto que demuestra con toda claridad lo importante que es para este músico buscar caminos nuevos,

 

Tal como lo hace igualmente en sus textos y en el estilo para interpretarlos, que en su caso habría que calificarlo más bien de Spoken Word Performance – o sea, Poetry with a tempo–, en lugar de lo que los raperos convencionales suelen calificar como flow.

 

Dicho término proveniente del inglés y que significa «flujo» o “corriente”, es usado para referirse a la cadencia que se crea en la interpretación. Tal flow se genera cuando la métrica y el énfasis de la lírica se adaptan perfectamente al ritmo, y su buen o mal manejo puede determinar la habilidad, credibilidad, y experiencia de alguien que improvisa.

 

Muso rompe con ello y declama lo suyo al compás de su propio beat, el cual conlleva un gran bagaje literario (las piezas “Garmisch Patenkirchen”, “Blinder Passagier” o “All Eyes On You”, son sus creaciones excepcionales, por la influencia de James Joyce en su flujo de conciencia y  amplio manejo del lenguaje).

 

El sólido movimiento rapero germano se caracteriza por su gran cantidad de representantes, de diferentes etnias y conceptos musicales, reflejo de la multiplicidad demográfica del país. Sin embargo, la aparición de gente como Muso le proporcionan otra dimensión, otra categoría, donde la cultura se hace civilización y la forma de expresarse es tan importante como lo que se manifiesta.

 

VIDEO: Muso # Dockville 2012, YouTube (POPANZINE)

 

 

 

 

LONTANANZA: DENGUE FEVER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

RESCATAR UN TIEMPO OLVIDADO

 

Tras la caída del gobierno de los jemeres rojos y las alternancias políticas subsecuentes pasó al olvido la época del rock de garage local y sus hacedores, hasta que ya abierta la internacionalización de la economía y la perspectiva de Camboya para superar la pobreza, hicieron que el país se volviera destino turístico.

 

Así llegó al lugar Ethan Holzman y un amigo suyo, como practicantes del surfismo, jóvenes del sur de California (Silver Lake, Los Ángeles) aficionados al sonido de la naturaleza que buscaban el contacto con los elementos y su música: el rugido de los animales salvajes y el murmullo del océano, como los surfers clásicos.

 

En eso estaban cuando el amigo contrajo el virus del Dengue por un piquete de mosquito. Durante el trayecto que los llevaba al hospital el taxista iba escuchando una música que impactó a Ethan de inmediato (al fin y al cabo era músico, tocaba el órgano Farfisa). Era rock camboyano, del cual quedó prendado. Así que al regresar a su terruño lo hizo cargado de un costal de cassettes con tal música.

 

Fue de inmediato a ver a su hermano Zac (quien trabajaba de medio tiempo en una tienda de discos; el otro lo dedicaba a su banda Dieselhed de alt-country, como vocalista y guitarrista) para que escuchara aquellas maravillas grabadas en lo-fi. Incluyendo la compilación Cambodian Rocks que hizo la compañía Parallel World (en la que se usaron como base cassettes comprados por un turista durante un viaje a Camboya. No tenía información sobre los cantantes ni nombres de los temas, pero se convirtió en objeto de culto).

 

Tras la escucha decidieron fundar un grupo que recordara el momento del encuentro (de ahí el nombre) y que evocara aquello. Una misión de rescate de un tiempo perdido y olvidado. Llamaron para unírseles al bajista Senon Williams (ex Radar Brothers), al baterista Paul Smith y al saxofonista David Ralicke (quien ha tocado con Beck, Ozomatli y Brazzaville), y se dieron a la búsqueda de una cantante que interpretara los oldies camboyanos.

 

La descubrieron en el club Dragon House de la zona de Long Beach a la que se conoce como “Little Phnom Penh”, por ser el barrio donde trabajan y residen la mayoría de los inmigrantes camboyanos en la Unión Americana (alrededor de 180 mil). Su nombre Chhom Nimol, descendiente y parte de una familia con tal tradición musical. La convencieron del proyecto y se pusieron manos a la obra. 

 

“La asimilación no significa que dejes atrás tu herencia. Simplemente significa que tienes una forma distinta de expresarla. Puedes crear nuevas tradiciones, y tus tradiciones se añadirán a la cultura en general. O como en los Estados Unidos, donde nuestras culturas se han unido”, comentó la cantante en su momento.

 

Desde entonces han editado seis discos: Dengue Fever (2003), Escape from Dragon House (2005), Venus On Earth (2008 y del que la compañía de Peter Gabriel, Real Wolrd Records se encargó de distribuir), In the Ley Lines (2009), Cannibal Courtship (2011), y The Deepest Lake (2015, realizado con el actual financiamiento crowdfunding, y en el que han incluido rap, latin grooves y metales de influencia Stax); los sencillos: Dengue Fever (EP, 2003), Sip Off the Mekong (EP, 2006) y Girl From the North EP (2013), así como el soundtrack para el documental Sleepwalking Through the Mekong (2007), con imágenes de su gira por el país que los inspiró.

 

Dicho documental contiene su material con las versiones de clásicos del rock camboyano de los sesenta y principios de los setenta (el más importante, desarrollado, vibrante y propositivo de su momento en Indochina). Canciones que recordaban in situ el espíritu, los discos y los artistas que habían difundido la música y cuya aventura terminó abruptamente el 17 de abril de 1975, cuando los jemeres rojos liderados por Pol Pot entraron en la capital camboyana, Phnom Penh, y acabaron con mucha de la riqueza cultural y con la vida de una cuarta parte de la población del país.

 

 

Dengue Fever no sólo ha revivido piezas de aquella época en sus discos, sino que en su quehacer artístico también ha tenido cupo la recuperación y divulgación de aquella música camboyana, propiciando la hechura de la antología de un puñado de piezas originales (Electric Cambodia, cuya recuperación económica y derechos van directo a la fundación que se ocupa de los escasos sobrevivientes y exiliados de la escena musical de dicha época que quedaron lisiados o enfermos a causa de las torturas).

 

Asimismo, han colaborado en la factura de diversos soundtracks con versiones de piezas que recrean dicha era para documentales, biopics (The Golden Voice, Don’t Think I’ve Forgotten de John Pirozzi), series de televisión y películas de corte experimental como: Broken Flowers de Jim Jarmush o City of Ghosts de Matt Dillon.

 

El fundamento estético de la obra de Dengue Fever se basa en la revisión y puesta al día de los materiales salvados por la gente que tuvo que huir del país a causa del terror jemer y que luego han cedido a la Oakland Public Library (Biblioteca Pública de Oakland) como documentación histórica, e igualmente en la creación de piezas originales realizadas en el estilo de aquellos años, lo mismo en el idioma khmer que en inglés (que luego mandan traducir al primero).

 

Sustentándolo todo en la amalgama de rock de garage, guitarras Stratocaster (con su fuzz, ecos y reververación twang) para ambientar el new-surf de outsiders playeros (a lo Dick Dale y Link Wray), atmósfera psicodélica (del policromo rock de San Francisco), sonoridad de películas de serie B (de agentes secretos y espías camp persiguiéndose en las playas californianas), una pizca de afrobeat jazz (definitivamente etíopes y del que procede el saxofonista David Ralicke), y el exotismo melódico ancestral y pop del idioma, canto y rock camboyanos.

 

Todo ello muy bien ubicado entre la sintonía alternativa y la heterodoxia enfebrecida que evoca canciones hermosas, que hablan de amor, ruptura y romance. Dengue Fever ha hecho justicia y les ha dado una nueva vida al grabarlas para que cuenten su historia, en recuerdo de una cultura que quiso ser exterminada por un infame holocausto.

 

VIDEO: Dengue Fever – Tiger Phone at Later on Jools, YouTube (Terry Lambourne)

 

 

 

 

 

 

LONTANANZA: HORACE X

Por SERGIO MONSALVO C.

 

ELECTRIZAR LO COSMOPOLITA

 

 

Horace X: ¿Qué es? Un argumento contundente de la música contemporánea, de hoy mismo, del siglo XXI, que proviene de la Gran Bretaña, que se concreta en una banda con ese nombre y cuya misión artística es proyectar su estética en uno de los sonidos del cosmopolitismo: ese objetivo tan cercano, como tan caro, y difícil de alcanzar cuando no se cuenta con los elementos culturales suficientes para conseguirlo.

 

¿Y cuáles son estos elementos? En primer lugar: la actitud. Sin ella nada es posible. En segunda instancia la voluntad por el conocimiento del Otro, de lo ajeno, de lo extraño, sin prejuicios. Asimismo, la práctica de ese término hipermoderno al que llamaré inclusivismo, es decir, lo opuesto a la exclusión. Igualmente, está la incuestionable fe en la fusión para lograr el desarrollo artístico; lo mismo que la investigación y estudio tanto de la tradición de la que es producto o reacción.

 

Horace X reúne todo ello y lo riega con un brebaje de High Energy, sin efectos secundarios que lamentar. Hecho a base de un reggae de alto voltaje, lejos de las raíces místicas y adherido a la alegría carnal, a la que se llega tras las huellas de la ruta celta, por un lado; por la de los vientos de la épica balcánica, por otro, y por las de las voces furibundas del Medio Oriente desértico o del hip hop de la Urbe, así, en general, o del soul, del rock, del ska o de lo que sea.

 

Pero en tal odisea hay que hacerse acompañar por camaradas musculosos de alientos jazzísticos, de cánticos ragas, del devastador drum’n’bass y de los ondulantes dance beats que se coaliguen a velocidades inverosímiles en una mezcla –un tanto maniaca y fulminante– de lo orgánico y lo digital, lo vivo y lo secuenciado, lo trad y lo trendy en sonoridades arropadas en una luz negra que hace de sus presentaciones fluorescentes un episodio sensorial único: world beat del siglo XXI.

 

¿Y cómo Horace X consiguió crearse? Reuniendo dentro de sí a la diversidad. Esa rara avis que crece de manera silvestre en los mejores asfaltos citadinos, como los de Londres, por ejemplo. Esto es: acudiendo a  Hazel Fairbairn para que tocara las cuerdas de los fiddles, como lo hacen los bravos irlandeses cuando están excitados; a Poor White Trash y Simon Twitchin en la voz (más callejeros imposible).

 

Pero también, a Terminator Bones, y su garganta del reggae a la vieja usanza, como cuando eran comunes los combates contra los skinheads antes o después de un concierto para apoyar a los inmigrantes caribeños, o lanzar diatribas como MC contra los neonazis en algún club local.

 

A la convocatoria acudió por igual Peter Newman con su ramillete de saxes y clarinetes, para aportar su funk empapado intensamente en el Balkan beat y el Gypsy punk; a Jenny Hopkins para tirar esa tensa y voluptuosa línea de bajo que envidiaría el mismísimo Miles Davis, y a Mark Russell, de origen sudanés, corazón rockero y vida nómada, para aportar todo lo demás (composición, percusiones, batería, órgano, programaciones y producción).

 

 

Y atraer invitados regulares como Cathy Coombs, para que aporte ese toque de poder del soul à la Stax; o Neil Byer y su guitarra rockera de acentos psicodélicos franciscanos, viajados y asimilados; o Jenny Tabeska y su midi sax tan de los ochenta. En fin, un conglomerado como “los doce del patíbulo”.

 

Así, esta banda británica se fundó en 1993, pero tuvieron que  transcurrir un par de años antes de que su propuesta musical se materializara en un disco, Chant Down Babylon, el debut de 1995, que estuvo nominado para los Premios Mercury. Un reconocimiento para la gran pulsión de la sección rítmica, tanto como para los pasajes de jazz-funk progresivo y orquestación digitalizada.

 

Sus álbumes, a partir de entonces, han hablado por la organización, por el colectivo que conforman en busca de una estética común que encaje en el hipermodernismo. Un trabajo artístico compacto, fresco e invitante, que con el pretexto del baile, hacen del East-West style, esa salpicadura rítmica de los sonidos orientales y occidentales, con rap, reggae, swing, jazz de fusión y sampleos de house, un ejemplo de cosmopolitismo, en el caldo globalizado.

 

Sin embargo, su estética habla de más cosas. Como la confirmación de que

cada artista (o congregación de ellos) construye su propia tradición sin obedecer más límites que los de sus capacidades personales o combinadas, sus afinidades o sus azares de identidad y, además, de que se puede ser discípulo de autores que han actuado en diversos estilos, pero que, hay secretos de la expresión que tal vez solo puede aprender en el suyo, el propio.

 

Aquí cabe traer a colación al maestro Jorge Luis Borges, quien definió muy bien eso de que quizá no haya originalidad más radical que la que se levanta con la inspiración de materiales ajenos y anteriores a uno. Él mismo, en Pierre Menard, fue quien primero resaltó esa condición y convirtió en paradoja irónica una idea del poeta T. S. Eliot, quien conjeturó que “un autor influye a sus antecesores, porque nos fuerza a mirarlos a través del ejemplo que él ha establecido”.

 

De este modo: “Kafka influye a Herman Melville –dice el escritor argentino–, porque no podemos leer Bartleby sin pensar de inmediato en las fábulas de Kafka, sin convertir de algún modo esa novela en una de ellas”, por ejemplo. A Borges sin duda le hubiera halagado saber que algunos reconocemos sus teorías en el arte sonoro de la actualidad.

 

No se puede ser contemporáneo sin una tradición. Cada exponente, más o menos, va eligiendo la suya, sobre todo en corrientes tan sobresaltadas como las del world beat, en las que el diálogo entre las generaciones es muy importante y no se interrumpe ni a pesar de la constante intervención del mainstream para saquear sus arcas, llevarlo a la dispersión o a la directa abducción de zonas enteras del pasado, para beneficios comerciales.

 

Una tradición no son sólo nombres de grupos o autores que flotan en el aire y que ejercen su influencia igual que se dispersa el polen de una planta: lo son igualmente los títulos de discos claves, volúmenes tan públicos como raros y canciones tangibles, que se transforman en fonotecas en las que se custodian sus aportaciones, son anaqueles que despiertan la atención y la codicia de los músicos investigadores y estudiosos.

 

Como en el caso de Horace X, cuya influencia borgiana lleva a antecesores tan dispares en tiempo, espacio y género como The Bad Manners, Le Tètes Brulès, Sly & The Family Stone, Taraf de Haïdouks, Osibisa, Gogol Bordello, Dirty Dozen Brass Band, The Specials, The Bhundu Boys o Transglobal Underground Dub Foundation, entre otros. Una dispersión de bagaje que no es tal y sí una gran fuente rizomática de acuerdo con los tiempos que corren.

 

VIDEO: Horace X – Skin, filmed at Workhouse Festival 2006, YouTube (HoraceX)

 

 

 

 

LONTANANZA: D’ANGELO

Por SERGIO MONSALVO C.

                                                                                                                   

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¿Qué pasó con D’Angelo tras el disco Voodoo en el comienzo del siglo XXI y luego tres lustros de silencio? Hace 20 años este b-boy oriundo de Richmond, Virginia (donde nació en 1974), impuso un nuevo orden al paisaje musical del planeta con el álbum Brown Sugar.

 

Acompañado por beats espesísimos, órganos y pianos eléctricos cantó un soul auténtico. Mejor dicho: D’Angelo reunió distintos elementos para redefinirlo. Así, ingresó más soul al hiphop y mejores beats al rhythm and blues y al jazz. Lauryn Hill, Maxwell, Myron, Erykah Badu, Angie Stone y otros muchos representantes del «soul neoclásico» siguieron el camino abierto por él.

 

Sin embargo, una cosa era la música y otra fue la imagen. La aparición de Voodoo trajo consigo el video de la pieza escogida como sencillo, “Untitled”. Mal aconsejado apareció en él con el torso desnudo, lo cual proyectó su figura como la de un modelo (como si fuera una vedette de moda o un gangsta) y no como la del músico serio que era.

 

La respuesta pública no se hizo esperar. Fue tratado como un icono sexual, mientras el profundo contenido de sus temas y la originalidad sonora se perdía en el abismo de las celebrities. Eso lo deprimió sobremanera. Y como no hay mal que no venga acompañado, fue una época en que varios de sus amigos murieron por diversas causas, entre ellos J Dilla, el cual había sido una influencia manifiesta en el mencionado disco.

 

A ello habría que agregar la ruptura amorosa con Angie Stone, su caída en las adicciones y, como cereza del pastel, un grave accidente de tránsito. Entre una cosa y otra y el periodo de recuperación el tiempo fue pasando y las semanas se convirtieron en meses y éstos en años de alejamiento de la escena musical. Varios lustros tuvieron que pasar para que poco a poco se volvieran a tener noticias de D’Angelo.

 

Primero hubo rumores, luego afirmaciones, alguna aparición como invitado, la filtración de que estaba creando nuevo material, el hackeo correspondiente, la reaparición escénica y el anuncio adelantado (dado el piratazgo) de un nuevo disco, considerado dentro del campo del hip hop como el simil del Smile o del Chinese Democracy en el rock. Las grabaciones más largamente esperadas.

 

El detonante para que eso pasara fueron las reyertas raciales acontecidas en Ferguson, Misuri. No es que el nuevo álbum de D’Angelo estuviera lleno de dichos sucesos, sino que tales acciones inspiraron el componente sociopolítico del que se nutrió la producción de Black Messiah, además de la temática amorosa de la que el músico había experimentado varias aristas en todos esos años de oscuridad.

 

Ahora por fin D’Angelo está de regreso con un nuevo representante, una nueva disquera (RCA), viejos amigos y un tercer álbum aparecido en el 2015. El lugar del comeback fue Electric Lady, en la Calle 8 entre las avenidas 5 y 6 del West Village en Nueva York. Un estudio como otros muchos con un pasado como pocos: Jimi Hendrix y Stevie Wonder grabaron ahí, y ahora lo ha hecho D’Angelo. Al igual que sus excelsos predecesores se dio su tiempo en todo.

 

VIDEO: D’Angelo – Cruisin’, YouTube (emimusic)

 

Según las reglas de la actividad musical él debió haber sacado un tercer álbum hace mucho (mediaron 14 años). Según su contador, debió haber terminado más pronto de trabajar en el costoso estudio. Por otra parte, todos los involucrados querían evitar a toda costa que se repitiera la debacle del hit de radio y video del anterior álbum, que pese a todo no vendió las cantidades esperadas, o para que el autor e intérprete no repitiera aquello de no querer salir de gira como con Brown Sugar. Se supone que en aquella ocasión sólo tocó en 13 ocasiones, y la mayoría de ellas exclusivamente para la prensa.

 

Su discípulo Maxwell, por el contrario, se empeñó a tal grado en sus giras (y por si fuera poco, como abridor para Toni Braxton en una de ellas), que al realizar su regreso D’Angelo ya se encuentra llenando el Radio City Music Hall de Nueva York varias noches seguidas.

 

Michael D’Angelo Archer es un fenómeno de la escena musical que empezó a tocar el órgano a los cuatro años en las iglesias pentecostales de su padre y abuelo. Tocaba en la iglesia las melodías que escuchaba en la radio, por supuesto en versión góspel. Ninguno de los asistentes conocía los originales. Estamos hablando de 1984, cuando dominaban las cajas de ritmos Linn y el DX-7.

 

A D’Angelo, ya con diez años de edad, se le ocurrió fundar un pequeño grupo de rhythm and blues con sus primos. Además, tomaba clases de piano con una monja. No obstante, a los doce, después de sus primeras piezas de Bach, abandonó el mundo de las partituras y se retiró al de su propio oído.

 

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En la high school empezó a rapear, pero en algún momento tuvo que tomar una decisión. Ya no era posible seguir rapeando y cantando al mismo tiempo. Optó por cantar. No obstante, trató de integrar el flujo del rapeo en su canto, de reunir ambas formas. Cantó como los otros rimaban.

 

A los 16 años su familia lo mandó en camión a Harlem, donde ganó el primer lugar en el concurso semanal de talentos realizado por el Teatro Apollo. Al poco tiempo Nueva York lo volvió a llamar. Sus amigos raperos de I.D.U., con quienes D’Angelo a veces cantaba y tocaba, le habían conseguido un contrato de edición.

 

Jocelyn Cooper-Gilstrap de la empresa Midnight Songs mandó a los hiphoperos de regreso a Virginia, pero se llevó a D’Angelo a Nueva York. Incluso lo puso en contacto con Kedar Massenburg y le consiguió el contrato con EMI. Siguieron la gran canción «U Will Know» (entre otros con Lenny Kravitz, Brian McKnight y Aaron Hall) para el soundtrack de Jason’s Lyric;

 

Tras ello un álbum debut, Brown Sugar, que llegó a platino (y que entre otras cosas contiene el que probablemente sea el único cover de Smokey Robinson que el maestro haya agradecido en persona); tres premios Soultrain, una nominación para el premio Grammy, un dueto con Erykah Badu para High School High; «The Notic» con los Roots y la canción «Girl, You Need a Change of Mind» para el soundtrack de la película Get on the Bus de Spike Lee.

 

Tales resultados decían que D’Angelo era la «verdad pura» y un ejemplo de historia viviente. De cualquier modo, él tomó como cumplido que dijeran que había cambiado la música de la radio estadounidense. Pero en realidad no se lo creyó tan a pecho, eran tantas las personas que lo habían inspirado. Tantos sonidos. De joven se la había pasado escuchando canciones de Marvin Gaye, James Brown, Prince y Sarah Vaughan.

 

Cuando llegó a la escena, ya había gente como los Brand New Heavies, músicos que estaban tocando un soul «natural». Sin embargo, no había nadie, excepto tal vez Me’Shell NdegéOcello, que fuera igualmente exitoso y auténtico, como él. El máximo ídolo de D’Angelo sigue siendo Prince, y una de sus producciones es una interpretación de «She’s Always in My Hair» del mismo para el soundtrack de la película Scream 2.

 

Por lo tanto, ¿qué se debía esperar en cuanto al nuevo álbum de D’Angelo? La cuestión se podría expresar de la siguiente manera: representaría el siguiente paso. Demostraría que maduró tras esos largos años y que eso se haría notar en la música. Y lo primero que tenía que hacer era no querer ser demasiado perfecto ni pulido, dejar que todo el material tuviera su propia vida. Lo consiguió.

 

El talento del virginiano cuajó de nuevo en una obra maestra: Black Messiah. Es un fresco que presenta su aprendizaje con la guitarra eléctrica y lo vuelve más combativo al opinar sobre las Panteras Negras, la negritud de Jesucristo o la ecología. Hay beats de batería descomunales, pianos minimalistas y capas vocales insospechadas; hay blues futurista, góspel cubista y funk expresionista. Todo armonizado con la desarticulación precisa del D’Angelo que trae la buena nueva para el mundo, el suyo.

 

VIDEO: D’Angelo & The Vanguard – Sugah Daddy (Live at North Sea Jazz Festival 2015), YouTube (Lucas S)

 

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LONTANANZA: ÁFRICA

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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UN CONTINENTE MUSICAL

Lo llaman el Continente Negro. Algunos estudiosos hasta apuestan que de ahí surgió el ser humano; otros muchos a ciencia cierta afirman que ahí nació el lenguaje, el baile, la sensibilidad que caracteriza al homo sapiens y, por si fuera poco, la música.

La música como manifestación de la especie en su interpretación del cosmos; la música como forma de ver la vida, la naturaleza y para relacionarse con ambas. Ese lugar es uno de los cinco continentes del mundo: África. Pero ¿qué es África?

África es un continente que mide más de 30 millones de kilómetros cuadrados, o sea, que equivale a 15 veces la superficie de la República Mexicana, por ejemplo.  Tiene una población aproximada de 1400 millones de habitantes divididos entre 54 países oficiales, y una docena en espera de serlo, hasta la fecha. Una geografía llena de cadenas montañosas, ríos, desiertos, lagos, cataratas, volcanes como el Kilimanjaro y cuencas enormes.

Su clima en general está determinado claramente por la línea ecuatorial y se distingue por su calor constante, lluvias continuas y densa vegetación. La zona desértica, en el Sahara y Kalahari, por el contrario: diferencias de temperatura y casi nula vegetación.

África ha sido mal conocida a lo largo de la historia, y de esa generalización sólo puede exceptuarse la parte septentrional, cuna de las viejas civilizaciones egipcia, cartaginesa y de la Mauritania, que comprendió los territorios de Marruecos, Argelia y Túnez. Todos ellos bajo el común denominador de la religión mahometana, mientras que el resto del continente seguía sometido a sus particulares emperadores negros.

A partir del siglo XVI, sobre todo, los países colonizadores europeos comenzaron las incursiones, atraídos por el infame mercado de esclavos. Cuestión que continuó hasta ya muy entrado el siglo XIX.

Principalmente como víctima de la esclavitud, el hijo de África no sólo ha brindado una contribución artística de singular magnitud en los territorios de lo folclórico y popular, sino que, si echamos un vistazo al panorama de la música universal para comprobarlo, tanto en Oriente como en Occidente encontraremos sus influencias manifiestas.

Y no sólo en la música el hombre africano ha dejado su huella cultural. También en los aspectos literarios ha mostrado su actitud y forma de ver las cosas. Leopold Sédar Sengher, por sólo mencionar un ejemplo, es uno de los más importantes poetas negros de nuestros días. Este escritor senegalés se ha postulado como defensor de la negritud a través de su poesía:

“¡Mujer desnuda, mujer negra/ Vestida de tu color que es vida, de tu forma que es belleza!/ Bajo tu sombra crecí, la dulzura de tus manos vendaba mis ojos/ Y resulta que en el corazón del estío y del mediodía te descubro/ tierra prometida, desde lo alto de un alto cuello calcinado/ y tu belleza me fulmina en pleno corazón como el centelleo de un águila…”

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El hombre negro, históricamente más que ningún otro, ha sufrido la discriminación. El continente africano, por siglos sometido a los lineamientos de los países colonizadores, ha permanecido inmerso en tan canalla actitud. Es quizá hasta el siglo XX que líderes políticos y religiosos lograron argumentar a nivel mundial por causa de la independencia, de la igualdad de derechos.

Muchas veces a costa de la libertad individual y del genocidio. Pero, como escribiera la laureada Premio Nobel de Literatura 1993, Toni Morrison, autora negra: «¿Cuánto se supone que soporta un negro? ¿Cuánto? y ¿Por qué? ¿por qué? ¿por qué?…»

El Tercero y Cuarto Mundos se descubren y se expresan a través de su voz. Ya se sabe que esto no es homogéneo y que todavía se encuentran dentro de ese mundo de pueblos sometidos otros que han adquirido una falsa independencia, algunos que luchan por conquistar su soberanía y otros más que viven bajo la amenaza constante de la agresión colonial o religiosa local.

En el continente americano, por demás ha sido generosa la aportación musical del negro. De modo que no constituye un hecho azaroso que haya ejercido una profunda, dilatada y benéfica influencia en la creación estética de todos los países americanos.

A medida que se penetra en los complicados vericuetos de la historia social, política y cultural del hombre africano, tanto en cualquier país de América como en distintas partes de Europa, surgen las figuras más insólitas. Porque no cabe duda de que el negro se hace presente a cada instante, de manera inesperada, en todos los terrenos de la actividad humana y en todas las épocas.

Los intérpretes de la música popular africana orientados hacia una diversidad estilística, de fines del siglo XX y proyectados hacia —por lo menos— las primeras décadas del XXI, han encontrado tres maneras de producir una forma artística contemporánea viable y en contacto con la población en general.

Esto ocurre por medio de la progresiva africanización, es decir, la dilución de las influencias externas en géneros que surgieron como imitación de los extranjeros; en segundo lugar, mediante el empleo creativo de la retroalimentación recibida de toda América en forma de música de baile; y, finalmente, al continuar la antigua tradición africana de la música de protesta.

Estas tres formas de recuperar la autonomía cultural, tamizadas por las sonoridades contemporáneas y de vanguardia, cobraron mayor importancia y se emplearon de manera más consciente en los años noventa, debido al ánimo de reforzamiento de lo cultural que inundó a las nuevas naciones africanas independientes, así como a la búsqueda de las «raíces» africanas, llevada a cabo por los artistas negros de América, principalmente por los afroamericanos de los Estados Unidos.

El proceso africano de transculturación del «Ciclo Atlántico» (ése que va incansable e ininterrumpidamente de África a América y de vuelta, y que se enriquece en ambos sentidos a través de la historia), además de verse acompañado por la creación de una música standard, también encierra la influencia catalítica ejercida por la cultura importada al engendrar una fértil escena musical en cada región.

Aquí también entra en juego el factor geográfico cuando en un país africano se desarrolla un género de música popular a partir de la asimilación cultural, la cual a la postre se extiende por otras naciones del continente, dando a luz a variantes locales secundarias.

Sin embargo, al crear estos géneros los africanos recuperan a su vez los recursos locales de los que ellos mismos disponen. Esto ha conducido a la explosión de gran número de estilos, los cuales a la postre viajan de nueva cuenta hacia los cuatro puntos cardinales para repercutir en otras formas de musicalizar diversos géneros por el mundo.

VIDEO: LES TÊTES BRULÉES DU CAMEROUN AVEC ZANZIBAR À LA GUITARE, YouTube (Multing Arts)

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LONTANANZA: THE BEATOPHONICS

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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LICOR EVOCATIVO

 

La “Ola Inglesa”, en su vertiente del Mersey beat fue un acontecimiento crucial en la historia del pop y el rock, produjo una música ambivalente cuya aportación ha perdurado e influido en diversos géneros por casi seis décadas. Y no sólo la de los Beatles (que la comenzaron y elevaron de nivel), sino también la de valía sustantiva como la de los Dave Clark Five, Searchers, Swingin’ Blue Jeans, los Herman’s Hermits o Gerry and the Pacemakers.

Todos ellos parecen hoy las reliquias de una fiebre de la que los consumidores no se han recuperado desde entonces –el britpop, el neo-garage y el revival lo-fi son sus manifestaciones más recientes–. La razón por la que aquellos grupos sesenteros despiertan la curiosidad es que, en términos generales, su música se trata de la expresión perfecta de la estética pop. Su encanto radicó de manera precisa en lo voluntarioso de su alocado entusiasmo. Un dulce para los oídos hecho de semillas de alegría.

Los ingleses lo lograron en parte al desenterrar música pasada por alto, olvidada o desechada por el público estadounidense, la cual reciclaron otorgándole una forma más resplandeciente y despreocupada. El hecho de que parte de esta música haya sido escrita e interpretada originalmente en la Unión Americana aseguró más la cosa. Paradójicamente, esos rescatistas musicales se convirtieron en un éxito de proporciones fenomenales al “invadir” las costas estadounidenses.

Incluso la versión de dicho Mersey beat más mustia y debilucha expresaba al menos la promesa o el anhelo de que tanto los intérpretes como el público pudiera soltarse, moverse y salir desbocado a correr por las calles, lo cual desde luego ocurriría más adelante con grupos mejor dotados (Rolling Stones, Kinks, Animals, Yardbirds. Zombies, etcétera).

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En la actualidad, representando tal sonido están The Beatophonics (quienes arman el soundtrack de esta emisión), grupo danés fundado en el 2010, pulido, cremoso, muy placentero al oído y absolutamente embriagador con su licor evocativo. Hay alternancia en las voces principales, como mandan los cánones del género. Hay armonías vocales infinitas, celestiales, irreprochables. Hay estribillos candentes como para dejarlos marcados en la piel, para siempre.

The Beatophonics son: Flemming Koch (voz y batería), Rasmus Schrøder (voz y bajo) y Søren Koch (voz y guitarra). El trío era miembro de una banda-tributo a los Beatles: Beat the Meetles. El grupo nació en un concierto especial que recreaba la única actuación (el 4 de junio de 1964) del Cuarteto de Liverpool en Dinamarca.

Sin embargo, como su set era muy limitado aquella noche, optaron por ampliar el repertorio tocando las canciones de otros grupos beat, y a partir de ahí surgieron como The Beatophonics. A la par de los Beatles, The Zombies (banda a la que se ha sumado Søren Koch tocando la guitarra), Hollies, Kinks, The Easybeats, Small Faces, Roulettes, Action, The Smoke, y otros grupos de fugaz pasado, todos fueron recuperados por el trío y por su afición al coleccionismo espiritual. Dicho conglomerado fue la inspiración que hizo del beat el eje de su labor.

“Escribir y tocar lo que realmente disfrutamos más, grabarlo de la manera que pensamos que debería sonar en nuestro propio estudio -¡en monoaural!- y lanzarlo en nuestro propio sello es divertido, una alegría enorme, y a la gente, además incluso parece gustarle lo que estamos haciendo”, según sus palabras, y desde entonces ya llevan tres muy solicitados discos en su haber.

VIDEO: Th Beatophonics – I Thank You (Official Video), YouTube (Target Denmark)

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LONTANANZA: REIGNING SOUND

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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PRESERVAR LAS ESENCIAS

 

El rock es un género que sabe que cuando se ha topado con pared (la desatención de la industria, la desaparición de clubes, la consigna de su cancelación por testaferros servidores de aviesos intereses) debe cuestionarse: ¿Y ahora, qué? ¿Hacia dónde? ¿Con qué materiales? ¿Bajo qué estética?, y recurre, entonces, al viejo axioma del “Back to the roots” (el regreso a las raíces), que predican los sabios de la comarca, para tomar aliento y nuevas perspectivas.

De esta manera, seleccioné, por tales características, a un grupo poco convencional, merecedor de la estafeta, que nunca actuó bajo las imposiciones del mainstream más conspicuo, como ejemplo de actitud: Reigning Sound.

Obvio es decir que su selección es subjetiva a todas luces. Con su evocación busco la exposición de un material que puede serle útil a alguien en tiempos confusos y de definición. Pertenece al género rockero exclusivamente, a ningún otro.

Reigning Sound fue una banda liderada por el guitarrista, cantante y compositor Greg Cartwrigth, un músico nacido en Memphis en 1972. Personaje inquieto, Cartwright desde muy joven se involucró con la música, gracias a la colección de discos paternos. Conoció así, el rockabilly, el rock and roll, el soul, el blues, doo-wop, el rock sureño, y el blues-rock británico. Es decir, sus padres hicieron la tarea. Formó entonces diversos grupos durante su adolescencia y juventud.

El listado de tales formaciones abarca a Compulsive Gamblers, Oblivians o Greg Oblivian & The Tip Tops, con los cuales interpretó rock de garage, garage-punk, rhythm and blues, country-rock, con todas las influencias antes mencionadas. Asimismo, ha acompañado o producido en determinado momento a solistas y grupos como The Ettes, Mary Weiss, Detroit Cobras, The Horrors, The Deadly Snakes, The Cuts o The Black Keys.

A comienzos del siglo cambió su domicilio a la ciudad de Ashville, en Carolina del Norte, y ahí fundó a Reigning Sound, con el cual tuvo diversas etapas y formaciones a lo largo de 20 años. En su haber está Break Up, Break Down (disco con el que debutaron en el 2001), entre una docena de grabaciones de estudio, en vivo y compilaciones, hasta llegar al A Little More Time With Reigning Sound, con el que marcaron su finiquito en el 2021, para que después Cartwrigth se uniera definitivamente como miembro de Detroit Cobras.

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Éste es un disco constituido con canciones ricas y complicadamente sencillas con temas plenos del rock de raíces, hechos con el gusto y la pasión que da la experiencia y el deseo de cerrar el ciclo con un buen sello.

El material de dicho álbum es lo justo justo para poder hablar de lo contemporáneo que significa volver a las raíces. A diferencia del pop cuya acentuada presencia crea sólo su hoy, el material del rock está hecho de omnipresencia con respecto al tiempo, y habla siempre de sus precursores en presente para ir conformando su futuro. Se perciben en él todos sus ecos inefables. Con esta herramienta cognitiva se es capaz de descubrirle los precursores a grupo tan característico como Reigning Sound.

Formaciones así crean a sus antecesores, y su labor artística reafirma nuestra concepción del pasado, y la idea de cómo va a modificar el porvenir. Basándose precisamente en esto, la banda afincada en Ashville especuló con el concepto de que, al transmitirnos sus canciones, era consciente de que escribía las páginas que un día ejemplificarían los rasgos de una o varias  agrupaciones venideras, como en su momento lo hicieron Crosby, Stills, Nash & Young, los Byrds, The Marshall Tucker Band, Bob Seger o Bruce Hornsby, nombres que generaron a Son Volt, Wilco, The Killers, War on Drugs, Bennett Wilson Poole o Alabama Shakes, por mencionar algunos.

Oír lo que Reigning Sound hizo, fuera de las modas, es hacerlo con una banda contracultural. Un espécimen raro en el mundo de lo homogéneo. Muy peligroso para lo habitual. Es un ejemplar off-off suelto por ahí, que se compuso de un sinnúmero de células nuevas, con grandes dosis de información sobre lo pretérito, con una rítmica polisémica y el dinamismo del aprendizaje on the road. Representó un elitismo flotante en el enrevesado mar de lo común.

En grupo semejante existieron las células del rock de garage, del rock de raíces, del folk rock y de las músicas fundamentales del género, unidas en su conjunto por sutiles y determinantes lazos y por su actitud cambiaria en cuanto a las relaciones del ser humano en su actualidad y con la música.

Esos sutiles lazos de los que hablo se sostienen indisolubles en el hoy, y en su cuestionamiento. Porque como intérpretes de tales músicas estuvieron conscientes de que cualquier transformación que pudiera producirse, debía provenir de la música misma para ponderar todo quehacer humano. El pasado y el futuro se darían la mano para provocar el placer del escucha.

Por fortuna, el ensayo histórico con el rock, con sus raíces, nunca se ha detenido y gracias a ello y a la ardua labor de los músicos involucrados auténticamente con tal escena, con su estética, con su entorno en todo el mundo, ha logrado extender los horizontes por más de medio siglo.

La convulsión de los tiempos, las injusticias que los corroen, la dureza de la vida, su belicosidad, la presencia protagónica de la muerte, la vulnerabilidad humana y sus contagios, el ser en la urbe, la ira, el nihilismo, el veneno político que respira, la acidez de los mensajes en las redes sociales, el hedonismo a ultranza, etcétera, en continua manifestación dentro del contexto cultural y multidisciplinario, será difícilmente explicable sin la aplicación de términos y sonoridades que funjan como paliativos y ubiquen con su impacto e influencia.

Grupos como Reigning Sound, como buenos evangelistas, fueron flores de veteranía que vinieron de vuelta de todo. Bandas con sabor a buenos tragos y personalidad escénica sin alardes, con suculentas dosis de country, de blues, de gusto por la guitarra de botas polvosas y cuotas garageras, con presencia desenfadada y ganas de pasarla bien. Condiciones éstas para acceder al certificado de autenticidad como divulgadores que fueron de la esencia del rock.

VIDEO: Reingnig Sound – Let’s Do It Again (Official Video), YouTube (Marge Records on YouTube)

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LONTANANZA: MANU DIBANGO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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GUÍA DEL AFROPOP CAMERUNÉS

 

Emmanuel “Manu” Dibango nació en 1933 en Camerún, una antigua colonia alemana. Un tío suyo peleó en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial y sus padres eran protestantes estrictos. Por eso tenían un armonio en casa, el cual le fascinaba al músico cuando niño. Las canciones religiosas alemanas fueron su primera música allá en el poblado de Dovala.

A los 15 años llegó a París, donde primero estudió el piano y luego el saxofón. A principios de los años cincuenta Dibango se cambió a Bruselas, donde firmó su primer contrato de discos. Hasta 1960 grabó varios álbumes de jazz. En dicho año conoció a un grupo de congoleses que lo convencieron de volver a la música africana. Para ello se mudó a Zaire, donde adquirió gran fama con su estilo, sobre todo como integrante del conjunto African Jazz bajo la batuta de Joseph Kabassele.

Puesto que a los 15 años llegó a vivir a Europa, no conoció el continente africano realmente hasta 1961, cuando se estableció en Zaire para tocar con grupos de ahí. Fue una época agitada. En Francia había estudiado filosofía y tocado jazz, estaba casado con una mujer blanca de Bélgica y llegó justo a la mitad de la guerra por la independencia del país.

Ahí se encontró con muchas cosas que no le pasaban por la cabeza y al mismo tiempo con la profunda espiritualidad de su pueblo. Había crecido en Europa y estudiado filosofía, así que tenía una visión muy distinta de los problemas africanos que la gente que había estado ahí siempre. Dibango pertenecía a las dos culturas.

Los problemas de África son consecuencia de una situación muy vieja, la cual surgió cuando las potencias colonizadoras dividieron el continente de acuerdo con sus intereses. La situación no es más extraña que la de la extinta Yugoslavia, por ejemplo, que se componía antiguamente de 36 países. En África sucede lo mismo. En primera instancia, la vida es étnica. Cuesta trabajo inculcar la idea de «nación». África apenas ha contado con cincuenta años para este proceso, mientras que Europa dispuso de dos mil años para construir sus naciones.

Desde la caída del Muro de Berlín el escenario se modificó. A nadie le interesa África. Sólo a Sudáfrica se le concede cierta importancia. Ese desinterés también se manifiesta en la música. A diferencia de lo que ocurría en los años ochenta (con la llegada de la World music), hay pocas compañías disqueras que inviertan en artistas africanos. Es una de las razones por las que Dibango se lanzó a los escenarios.

Al volver a París en 1965 grabó una serie de sencillos, entre ellos «Salt Pop Corn», «Soukouss» y el L.P. de afrojazz O Boso (1972). Un año después Dibango conquistó los clubes con su éxito mundial «Soul Makossa», una elaboración con elementos disco de la tradicional música makossa de Camerún.

Dibango llamaba a su estilo «Afro-Quelque Chose» (afro algo), aunque en el mundo se le conoce como “afropop”. El éxito de «Soul Makossa» y de los álbumes siguientes fue motivo para una gira por los Estados Unidos y Puerto Rico, donde tocó con los grandes de la salsa. A la mitad de los setenta Dibango se estableció por un tiempo en Costa de Marfil, donde dirigió la orquesta de la radio oficial. En la misma época compuso el soundtrack para dos películas africanas, de las cuales Ceddo es la más conocida.

La música de este saxofonista, cantante, compositor y tecladista no fue fácil de difundir, porque casi nadie se interesaba en la idea. Ives Bigot, un conocido periodista francés, fue el único capaz de convencer a la gente de meter dinero a un proyecto como éste. No obstante, la idea en la que se basan los discos de Dibango la tenía desde fines de los años setenta, cuando grabó dos álbumes con solos en el piano de piezas africanas clásicas, Mélodies Áfricaines. Tocó en aquella ocasión la obra de compositores africanos, porque quería que incluso la gente que no conociera los idiomas de las canciones tocara sus melodías.

En 1980 Dibango grabó dos discos para el sello Island, en los cuales combinó con ritmos africanos varios estilos del pop moderno, como reggae, funk y jazzrock. Los álbumes fueron producidos por Geoffrey Chung. En 1982 realizó una gira muy aclamada por Francia junto con el músico de jazz Don Cherry. Al año siguiente volvió a salir de gira, por Francia y otros países europeos, con un joven grupo integrado principalmente por africanos.

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En 1984 Dibango tomó la iniciativa para un proyecto de beneficencia a favor de la población hambrienta de Etiopía y otros países afectados. El sencillo «Tam Tam Pour L’Éthiopie» de Dibango fue grabado en colaboración con varios artistas africanos, entre ellos Salif Keita y Mory Kante. Dibango también formó parte del conglomerado neoyorquino Deadline, un proyecto de disco-jazz experimental de Bill Laswell. El propio Laswell le produjo Electric Africa (Celluloid, 1985).

A fines de los ochenta, Dibango hizo dos discos llamados Négropolitaines. El primero fue con una pequeña formación: dos guitarras acústicas, bajo y una pequeña batería. Otra vez al servicio de la melodía. Para el segundo volumen agregó una sección de cuerdas, pero siguió tocando standards africanos. «Wimoweh», «Independence Cha Cha», la obra de un sinnúmero de compositores que la gente no conoce.

En 1991 Dibango volvió a sorprender con Polysonik y Live ’91. Con su disco Polysonik, el multiinstrumentista, cantante y músico africano había encantado a la escena musical jazzística del mundo con su anexión al vanguardismo dentro del género denominado «acid jazz». Tanto en el mencionado álbum, como Live ’91 (magnífico ejemplo interpretado en vivo de tal momento musical) fue grabado en compañía del rapero británico MC Mell’O.

En Live ’91, realizado durante sus presentaciones en el Olympia de París ese año, Dibango sacó vapor del público con energéticas composiciones como «Wema», «Bolingo City» o «Duke II», haciéndose acompañar por la Soul Makossa Gang y el mencionado Mell’O.  Destaca, asimismo, la versión que el saxofonista ejecuta de «La Javanaise», una pieza clásica en el repertorio de Serge Gainsbourg.

Live ’91 (que cumple 40 años de realizado y ha servido como soundtrack para esta emisión) es un álbum clásico que resulta imprescindible para aquellos que quieran ponerse al corriente de lo que sucedía con el avant garde del afro jazz.

Y luego siguió con Négropolitaines Vol. 2, con el cual ganó el premio Victoria de la Música en Francia. Los cuatro discos fueron realizaciones propias de bajo presupuesto. Esos proyectos no necesitaron a nadie que diera mucho dinero para una buena producción.

En su álbum Soul Makossa fue no sólo un precursor de la actual World music sino también del jazzdance. Hace años el músico sacó el CD Wakafrika (Fnac Music, 1994), el cual otorgó una forma actual a varios clásicos del pop africano. Piezas como «Pata Pata», «Soul Makossa» y «Jingo», interpretadas por las superestrellas Angelique Kidjo, Youssou N’dour, Peter Gabriel y Papa Wemba: nadie hubiera podido realizar mejor una idea semejante que Manu Dibango; nadie más en la década de los noventa trabajó tanto con las grandes estrellas zairenses de los años sesenta como con Bill Laswell, Sly & Robbie, Fania All Stars y una orquesta sinfónica francesa.

Wakafrika, el disco que mayor presencia le dio a nivel internacional, fue mezclado por Rod Beale, el mismo que se encargó de Thriller de Michael Jackson, y se dice que en aquel entonces hubo mano negra contra el camerunés. Al parecer Michael Jackson saqueó la música de Dibango sin mayores explicaciones (al igual que Rihanna a la postre, con un largo proceso judicial de por medio).

Aparte de «Soul Makossa», Wakafrika contiene otra composición de Manu Dibango, «Ça Va Chouia», de tintes árabes, derivada de los LPs grabados por Manu en 1979 en Jamaica. Quiso incluir una pieza norafricana en el disco. Por eso optó por una canción que más o menos respetara el estilo, para de alguna manera representar a toda África con los nuevos sonidos. Continuó en ello hasta el día de su muerte a causa de coronavirus el 24 de marzo del 2020.

Discografía mínima: Afrovision (Island, 1976), Home Made (Africam, 1979), Gone Clear (Island, 1980), Ambassador (Island, 1981), MBOA (Afrovision, 1982), Abele Dance (Celluloid, 1985), Afrijazzy (Soul Paris, 1986), Happy Reunion (Buda, 1989), Live ’91 (Soul Paris, 1991), Polysonik (Bird, 1991), Wakafrika (Fnac Music, 1994), CubAfrica (Mélodie, 1998), Manu Safari (Mélodie, 1999), Mboa’Su (Sony, 2001), African Soul (Mercury, 2001), Lion of Africa (2007), African Woodoo (2008), Past Present Future (2011).

VIDEO: Manu DIBANGO – La Javanese, YouTube (Manu DIBANGO)

 

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