BLUES: DOCE CONEXIONES (I)

HOWLIN’ WOLF

LONDON SESSIONS

 

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Chester Burnett nació en 1910 en el Delta del Mississippi, en donde permaneció hasta 1948 (es decir, que de todos los bluesmen importantes de la época fue el que más tiempo se mantuvo en su tierra natal). En sus años allá alternó el trabajo del campo con el de la música, de donde sacó el apodo de «Howlin’ Wolf» (Lobo Aullador) con el que a la postre sería conocido. Su mayor influencia por entonces fue Charlie Patton con el cual llegó a tocar, lo mismo que con Robert Johnson.

 

Después de ser licenciado del ejército tras la Segunda Guerra Mundial, volvió al Delta y no se decidió a emigrar hasta 1948. Aun así, no se lanzó directamente a Chicago, como la mayoría de los emigrantes negros de entonces, sino que se quedó en Memphis, donde reunió una banda (por la que pasaron James Cotton, Junior Parker, Matt Murphy y Willie Johnson) y consiguió un programa de radio en el que tocaba el blues mientras trataba de vender maquinaria agrícola.

 

Howlin’ Wolf se convirtió así poco a poco en el bluesman más electrizante, poderoso, enérgico y profundo de la posguerra. Dotado de tremendas cualidades físicas (1.90 m de estatura, 120 kilos de peso, además de ese tipo de voz que le había valido el sobrenombre) puso a éstas de manifiesto en sus extravagantes actuaciones.

 

Realizó sus primeras grabaciones en 1951 en los estudios de Sam Phillips. En algunas de estas sesiones participó Ike Turner, que en esa época era productor y buscador de talentos. Phillips no creó su propio sello Sun Records hasta un año después. Lo que hacía entonces era revender las grabaciones a Chess en Chicago o a Modern en California.

 

El éxito que Wolf tenía con su música hizo que ambos sellos editaran su material y pelearan por él hasta que Chess lo convenció para que se instalara en Chicago en 1953.

 

Mientras tanto, Wolf había moldeado a sus músicos para incorporarse al sonido eléctrico que en ese momento trasladaba el blues tradicional al dinamismo de la urbe y que ya hacían Muddy Waters, Jimmy Rogers y Little Walter, quienes habían amplificado sus guitarras y armónica e imponían nuevas formas.

 

En 1965, el músico apareció con los Rolling Stones en la televisión estadounidense y luego, en 1971, durante una gira por Inglaterra grabó un disco mítico, The London Howlin’ Wolf Sessions, junto a sus famosos admiradores: Eric Clapton, Steve Winwood, Bill Wyman, Charlie Watts y hasta Ringo Starr, por ahí.

 

Con tal disco, su distintiva voz inauguró una novedosa tendencia en producciones musicales. Tenía sesenta años cuando partió hacia la tierra de Albión para grabar con sus ya mencionados admiradores musicales.

 

La reunión funcionó y, en los años siguientes, continuó la que sería una serie de álbumes con esas características. Los cuales se convertirían en invaluables archivos sonoros de ahí en adelante para los músicos, investigadores y fans del género.

 

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Dichas sesiones (genéricamente denominadas London Sessions) no fueron éxitos de ventas — a las que luego se sumarían los volúmenes firmados por Muddy Waters, Bo Diddley y Chuck Berry—, pero sí resultó en un acierto estratégico para su sello, Chess Records, que elevó la marca al nivel de mito y de referencia histórica obligada.

 

Uno de los herederos de quienes habían sido los fundadores, Marshall Chess, planificó ampliar el mercado del blues (con su catálogo) recordando que la mayoría de los exitosos grupos británicos de blues-rock en esos momentos, entre los que se encontraban los Bluesbreakers, los Rolling Stones, Fleetwood Mac, Ten Years After, Savoy Brown y muchos otros, se habían educado escuchando los discos de dicha compañía.

 

Tal circunstancia, que ahora parece incuestionable, no lo era así durante los setenta, donde en las enciclopedias que se publicaban al respecto del género prescindían supina e ignorantemente de los bluesmen negros.

 

El asunto tenía que ver con la escasa cultura de quienes las hacían y escribían en aquella época (apenas se distribuían discos de los pioneros del blues que grababan con la Chess Records en el resto del mundo).

 

De esta manera, muchos de sus discos LPs en que experimentaban con algunos nuevos sonidos como la psicodelia, por ejemplo, nunca llegaron más que a unos cuantos adeptos con mucha suerte.

 

Otro proyecto de aquel ejecutivo discográfico fue pegar leyendas a las portadas haciendo hincapié en su contenido eléctrico, lo que el público del country blues y del folk blues (la vertiente del oriundo Delta del Mississippi) tomó como insulto, dado su fundamentalismo y exigencias de pureza.

 

Anécdotas y torpezas aparte, aquellos eran discos realmente cuidados en toda su construcción y siempre interesantes en sus contenidos. Destacaban las aventuras guitarreras de los jóvenes discípulos, los consejos que los veteranos daban por ahí y por acá, durante la grabación, así como los arreglos musicales creados al alimón, un paso adelante en la historia del blues.

 

Recordando aquello, las London Sessions ayudaron a potenciar las carreras de los bluesmen pioneros de la electrificación (Howlin’ Wolf, Muddy Waters, Jimmy Rogers y Little Walter, et al) en sus tramos de reconocimiento generacional.

 

Asimismo, el propio Marshall Chess cambió su rumbo profesional: dejó la discográfica familiar para dirigir el sello propio de los Rolling Stones, en donde se mantuvo durante siete años.

 

The London Howlin’ Wolf Sessions se grabó durante cuatro sesiones en los Olimpic Studios de Londres en mayo de 1970, y algunas sesiones de sobregrabación adicionales fueron añadidas más tarde en Chicago. En ellas aparece un auténtico “quién es quién” de los músicos de la escena del rock británico de 1970, junto con el guitarrista de Wolf, Hubert Sumlin (en la guitarra rítmica).

 

Ésta es una de las joyas que se creó de aquella manera. Además de Howlin’ Wolf, responsable de la voz, la armónica y la guitarra acústica, están, como ya mencioné, nombres resonantes, como el de Eric Clapton, junto con el productor Norman Dayron, una de las fuerzas impulsoras detrás de estas sesiones, en la guitarra principal, Steve Winwood al piano y órgano, Bill Wyman al bajo, shakers y cencerros y Charlie Watts en la batería, conga y percusión.

 

Hubo otros, pero tuvieron que grabar anónimamente por cuestiones contractuales (Klaus Voormann, que también había trabajado con Manfred Mann, en el bajo o Ian Stewart, que lo hacía con los Rolling Stones en ese momento) en los teclados. Asimismo, estuvo el prodigio de la armónica de 19 años Jeffrey Carp (que murió en 1973 a la edad de 24 años), y los habituales del sesionismo Lafayette Leake al piano y Phil Upchurch al bajo. Ringo Starr, Mick Jagger, por ahí, entre ellos).

 

Las quince canciones que conforman el álbum son verdaderos clásicos del blues y fueron escritas en gran parte por el propio Howlin’Wolf o por su gran colega Willie Dixon, también conocido a través del sello Chess. Hubo química, hubo admiración y, lo más destacado, hubo la mejor música.

 

VIDEO: Howlin’ Wolf – Red Rooster (The London Howlin’ Wolf Sessions), YouTube (Traveler Into The Blue)

 

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LA AGENDA DE DIÓGENES: STEVEN BROWN

Por SERGIO MONSALVO C.

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Steven Brown nació en Chicago, Illinois, el 23 de agosto de 1952. A raíz de un encargo hecho por Maurice Béjart a Tuxedomoon (su grupo) para un ballet de homenaje a Greta Garbo, así como una gira europea de un año con la banda Plan K, la cual incluía presentaciones repetidas en la Raffinerie (y la posibilidad de subarrendar departamentos para sus miembros), llegó a instalarse en Bruselas en 1981. 

 

Tuxedomoon, que Brown había fundado junto con Blaine L. Reininger en 1977 en San Francisco, ya era un objeto de culto entre los públicos de la vanguardia en el mundo entero.

 

A lo largo de los años en el corazón de Europa, Brown no dejó de ir y venir a través del continente. Su producción de este periodo comprende 10 LPs y numerosos EPs y compilaciones con Tuxedomoon, 10 álbumes solistas, otros 5 como coautor, sin contar las innumerables participaciones en antologías, como solista invitado o como productor.

 

Asimismo, ha compuesto la música para muchísimos espectáculos –danza, teatro, desfiles– y el soundtrack de varios películas y videos. También ha actuado en algunas de estas producciones. Entre otras colaboraciones prestigiosas es posible mencionar a Wim Wenders, Patrice Chéreau y Delphine Seyrig (soundtrack para el video De Doute et de Grace, con la voz de la difunta actriz francesa).

 

En forma paralela a su carrera musical, Brown siguió persiguiendo su interés en la actuación. Ha aparecido en varias películas dirigidas para la televisión francesa por Patrick Degeetere y estado de gira por Italia con una producción de teatro intitulada Lame, bajo la dirección de Julie Anzilotti.

 

Un artista completo, escritor, compositor, intérprete, pianista, saxofonista, clarinetista, actor y pintor, Brown no para nunca.  También sabe militar cuando hace falta y no vaciló en fundar la sección bruselense de Act Up, un grupo de presión que trata de responder a la crisis del SIDA, en luchar contra los incrementos de la renta o en pedir arreglos a su calle para hacerla más transitable para los peatones (irónicamente lo logró ahora que está a punto de irse).

 

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A todas estas actividades naturalmente hay que agregar giras hechas por toda Europa. Una de sus producciones, un álbum titulado Croatian Variations y cofirmado por Blaine Reininger, resultó de un viaje a Zagreb, a donde fue invitado justo antes de la guerra para componer la música para un espectáculo.

         

Half Out, el tercer LP de Brown para Les Disques Du Crépuscule y su primer LP con canciones desde Brown Plays Tenco de 1988, fue una colección de covers del cantante sesentero de culto Luigi Tenco, cantados en italiano.  Half Out contiene piezas instrumentales y canciones e incluye una inquietante interpretación de «A Quoi Ça Sert L’Amour» en francés. 

 

Half Out fue el proyecto más personal y ambicioso realizado por Steven Brown hasta ese momento y presentó los talentos de 12 músicos en total, entre ellos los miembros de su grupo en ese momento, Luc van Lieshout, Ivan Georgiev y Drem Bruinsma, así como los invitados especiales Chris Haskett y Blaine L. Reininger.

 

Desde entonces tuvo oportunidad de grabar las piezas que compondrán su siguiente disco y que serían presentadas en su concierto de despedida de Bruselas, el 4 de junio.

 

Después de su larga estancia en el Viejo Continente, Brown en efecto pensó que era hora de cambiar de aires y decidido regresar al continente americano, esta vez a México, donde lo esperaban ya varios proyectos de colaboración con artistas estadounidenses y latinoamericanos (y esa es otra historia).

 

La carrera solista de Steve Brown, pilar principal de Tuxedomoon y mago de los teclados y del clarinete, descansa esencialmente en Music for Solo Piano, una colección de aclamadas composiciones para el piano, el saxofón y los instrumentos de viento.  Con arreglos para cuerdas de Blaine Reininger y una gama estilística que abarca desde Cage hasta la música clásica, Brown demuestra que lo ha dominado todo.

 

Composés Pour le Théâtre et le Cinéma recopila lo mejor de varios años de trabajo componiendo soundtracks para el teatro y la pantalla en Europa.  Combina la melodía ambigua de la música compuesta para la película Jean Gina B con el montaje de diálogos de su homenaje Chinatown y los arabescos orientales de Sangemar Mar, para darnos una colección que no requiere de contrapartes visuales para sostenerse.

 

La música de 1890-1990:  100 Years of Music – Live in Portugal, obra conjunta de Blaine y Steven, puede definirse aproximadamente como parte de la escuela «minimalista» de composición, puesto que comparte con el minimalismo ciertos principios, como la repetición de frases sencillas de acompañamiento.  No obstante, la música de Reininger y Brown no presenta al auditorio con la misma demanda de «todo o nada» como el minimalismo.  El CD fue grabado en vivo en Lisboa. La carrera de Brown continuó con muchos proyectos, desde entonces, tanto como solista como con Tuxeomoon.

 

VIDEO: Blaine L. Reininger, Steven Brown, Tuxedomoon – Music No. 2, YouTube (Classicool)

 

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ARTE-FACTO: EL ALBA MINIMAL (I)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Minimalismo

 

Los minimalistas pioneros en la música fueron diferentes entre sí. Sin embargo, esto no ocultó las extensas semejanzas en la mecánica fundamental de su música y en las implicaciones ideológicas de ésta, cuya definición resulta más fácil al compararse con el tradicional modelo musical romántico‑dialéctico de extracción hegeliana (necesidad y libertad entre el pasado y el futuro)

 

Existió una relación analítica, aunque muy tenue, entre la música repetitiva representada por los tempranos minimalistas y la romántico‑dialéctica, por el ideario hegeliano. De hecho, los principios que rigen a esta última fueron pasados por alto por los minimalistas. Por otra parte, es evidente que la música repetitiva puede interpretarse como la última etapa en un movimiento contrario al que dio forma a la música europea del avant garde desde Schoenberg y que culminó con John Cage, pese a que la obra de éste posee obvios antecedentes y orientación polémica, que estuvieron del todo ausentes en la música minimal. 

 

Teniendo presente la manera en que esta última ha adoptado ciertas ideas del avant garde, es posible evaluar de manera crítica el conflicto entre el modelo vanguardista y el dialéctico. Por lo tanto, la verdadera importancia de la música repetitiva radicó en la forma en que representó la etapa siguiente en la evolución continua de la música desde donde Schoenberg la había dejado.

 

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La Monte Young

 

Desde luego el fenómeno de la música repetitiva de los comienzos puede abordarse desde varios ángulos distintos. Sería posible, por ejemplo, concentrarse en los aspectos restauradores de su lenguaje musical, como el de la tonalidad, el énfasis en el pulso rítmico o la elección de imágenes sonoras fácilmente reconocibles. No obstante, este enfoque podría resultar más bien superficial, ya que, por consistente que haya sido la oposición de los compositores de música repetitiva al intelectualismo del avant garde (el cual incluye, según Steve Reich, a Webern y a Cage), debieron recordar y luego olvidar su influencia.

 

Otro posible asunto para la investigación hubiera sido la influencia patente de la música no europea, la llamada “primitiva”. La Monte Young había sido influido por el teatro gagaku japonés y la música raga de la India, por ejemplo. Tanto él como Terry Riley fueron discípulos de Pandit Pran Nath, maestro indio de raga. A su vez, Philip Glass basó sus sistemas rítmicos en las estructuras de tiempo aditivas de la música tabla, y Steve Reich llegó a adoptar ciertos principios rítmicos de la música de Ghana y la Costa de Marfil, así como de la gamelan de Bali. 

 

Sin embargo, este empleo de técnicas no europeas no debe considerarse fundamental para su obra, sino como un elemento de la capacidad inherente de la cultura musical moderna occidental de avanzada para mezclarse con los de una cultura ajena, desnudarla de su contexto socioideológico e incorporarla a la construcción de su propio desarrollo.

 

En el análisis se puede comparar y contrastar, desde varios puntos de vista, la música dialéctica tradicional con la repetitiva minimal. Resulta, por ejemplo, que en esta última el concepto de obra fue sustituido por la noción de proceso, y por la idea de que ningún sonido por sí solo reviste mayor importancia que otro. O como escribiera Ernst Albrecht Stiebler: “Una característica de la música minimal es que no expresa nada: existe sólo por sí misma”.

 

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Philip Glass

 

VIDEO: The Hours – Philip Glass, YouTube (Christos Georgiodis)

 

 

 

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BABEL XXI-716

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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RUST

UN FULGOR EN EL NEGRO POZO

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/716-rust-un-fulgor-en-el-negro-pozo/

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PIEZAS DE INCRUSTACIÓN (III): ROCK NATIVOAMERICANO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Entre el material sobresaliente acerca de la relación de los indígenas estadounidenses (nativo-americanos) y la cultura de aquel país, existen dos ejemplos de los cuales vale la pena hablar. Se trata de dos documentales sobre la influencia de la música autóctona en la Tierra del Tío Sam, tanto en la popular como en el rock. El primero está musicalizado por Robbie Robertson, y el segundo, es una obra codirigida por Catherine Bainbridge y Alfonso Maiorana.

 

Music for the Native Americans (1994) es una obra de seis horas de duración que contiene la música compuesta por Robertson para un documental estadounidense de televisión, sobre el destino de los indígenas de aquel país. Por lo tanto, muchos pasajes tienen más bien el carácter de un estudio ontológico musical que de un álbum común de Robertson.

 

Aunque su voz baja da un tono distintivo a las canciones de tono folklórico, el conjunto es dominado por los ritmos y cantos indígenas, así como los sampleados sonidos de las praderas. El resultado de esta colaboración intertribal (para la cual Robertson formó la agrupación The Red Road Ensemble) se puede describir como música tradicional moderna, porque además de las canciones mencionadas el álbum incluye sobre todo composiciones eclécticas del propio Robertson. Un proyecto testimonial y digno en el aspecto político tanto como en el musical.

 

«Tuve que cumplir 51 años antes de lograr armarme del valor para intentar este proyecto –indicó Robbie Robertson en su momento–. Antes de comenzar con las canciones tuve que cobrar conciencia acerca de mi propia identidad. Mi mamá era mohicana. Hasta entonces comprendí lo que eso significaba para mí», admitió. 

 

El viaje analítico sacó a relucir la hasta entonces oculta alma indígena del ex líder de The Band, grupo de culto. Vale la pena escuchar su búsqueda de sí mismo, donde funde elementos indígenas con blues.

 

Robbie Robertson se había mostrado fascinado por el pasado estadounidense desde su época con aquel grupo (en plena resaca psicodélica, ellos aportaban unas canciones sobrias y una imagen arcaica: «Era música plantada en la tierra, sin la ira o las alucinaciones de aquella época. Excepto Levon Helm, el baterista, todos éramos canadienses y asimilamos unas tradiciones que los estadounidenses, por cercanía, no solían apreciar. Una cultura que era más profunda y más exótica de lo que parecía, musicalizábamos migraciones mitológicas. Tardaron años en buscarnos una etiqueta: ahora dicen que tocábamos americana«).

 

Para el álbum como solista, y soundtrack de la serie, este canadiense emigrado se inspiró en su ascendencia indígena, la cual le valió el encargo de poner música al documental.  Robertson nació en Toronto, Canadá, el 5 de julio de 1943. Fue hijo único de Rose Marie Chrysler, mujer de ascendencia mohawk, que creció en la reservación Six Nations al norte del Lago Erie, lugar a donde, tras irse a vivir a Toronto, regresaba con Robbie para visitar a su familia, ahí fue donde él aprendió a tocar la guitarra y a conocer la música local.

 

La banda se armó con vocalistas e instrumentistas de diversas tribus, entre ellos la actualmente casi olvidada cantante de pop Rita Coolidge, Pura Fé, Douglas Spotted Eagle, Florent Vollant, Claude McKenzie y Bonnie Joe Hunt, entre otros convocados.

 

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El otro material es Rumble: The Indians Who Rocked the World, de Catherine Bainbridge y Alfonso Maiorana. Esta película se centra en las contribuciones pasadas por alto de los nativos americanos en la música popular. Abarca la música desde las primeras piezas de blues hasta el hair metal.

 

Uno de los hallazgos del filme es el de mostrar que ser nativo americano era  algo que los músicos generalmente ocultaban a la vista del público, la publicidad acerca de sus orígenes étnicos era algo que afectaba la posibilidad de que su música se promoviera en el mainstream.

 

Había una sensación de incomodidad en los medios estadounidenses, mezclada con un sentimiento de culpa colectivo por el trato que históricamente se le ha dado a los nativos americanos.

 

La película detalla el racismo que se dirigió hacia ellos, especialmente en la primera parte del siglo XX y la forma en que su cultura fue, de hecho, reprimida y casi borrada por completo. Esto se extendió a su música, que se consideraba subversiva.

 

Catherine Bainbridge elaboró una película sobre un tema al que realmente se ha prestado poca atención. La parte sustancial es interesante e incisiva cuando detalla todas aquellas circunstancias. Por ejemplo, las primeras grabaciones de blues de Charley Patton realmente tienen un sonido nativo americano con la entrega vocal y los ritmos distintivos, un hecho que nunca había sido notado de antemano.

 

Y teniendo en cuenta que fue uno de los actores clave en los primeros días de lo que se convertiría en música popular, hay que decir que la influencia de su cultura en la música moderna tuvo gran significado.

 

Otro intérprete clave fue Link Wray, quien desarrolló un estilo de música de guitarra que sería una gran influencia en toda la música posterior que utilizó el zumbido de la distorsión (fuzz) en el instrumento por primera vez, así como el power chors (acorde de poder).

 

Varios rockeros importantes (Iggy Pop, Salsh, Marky Ramone y Wayne Kramer) salen en pantalla rindiéndole pleitesía a este guitarrista de origen Shawnee, que mantuvo en secreto tal circunstancia “porque todo el mundo los odiaba”, como dice su hija en el documental. En 1958 le pidieron en una fiesta que tocara un foxtrot y como no sabía hacerlo decidió probar con una combinación extraña de notas. Con ello inventó el power chord, la columna vertebral del rock duro y pesado. “Sin Wray –dice Dave Grohl, baterista de los Foo Fighters– no habría The Who, ni Jeff Beck, ni Led Zeppelin”.

 

A través de la cinta nos enteramos, igualmente, de las dificultades que experimentó la cantante de folk Buffy Sainte-Marie con las estaciones de radio presionadas para que no reprodujeran sus canciones, las que se consideraban peligrosamente políticas.

 

Y luego estuvo Jimi Hendrix, cuya ascendencia cherokee fue menos promovida hacia el público que su etnia negra, aunque llegó a usar reiteradamente alguna vestimenta que lo recordaba, como su camisola con flecos, cinta en la frente, plumas y collares alusivos.

 

Más tarde, hay una mirada hacia el muy respetado guitarrista Jesse Ed Davis, a Robbie Robertson de The Band, al grupo Redbone, a los heavy metaleros Randy Castillo y Steve Salas y al rapero de hip-hop, Taboo.

 

En la parte final, aunque las cosas y los testimonios siguen siendo interesantes, se sienten un poco fragmentadas y faltos de claridad en el contexto de la influencia real de los nativos americanos. Pero en general, ciertamente, es un muy buen documental sobre tal música, con mucho que reflexionar y un enfoque importante sobre algunos músicos surgidos de aquellas raíces, que no han recibido mucha atención a lo largo de los años.

 

Definitivamente la película muestra que la influencia de los nativos americanos es algo que nunca ha recibido el reconocimiento que se merece; esta cinta intenta abordarlo y provocar más puntos de vista, que se sustenten con las investigaciones y los estudios académicos respectivos.

 

VIDEO: Link Wray – Rumble – 11/19/1974, YouTube (Classic Rock on MV)

 

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PLUS: OuLiPo

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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PALABRAS EN JUEGO

 

Hace un poco más de sesenta años, en un restaurante parisino, se reunió un grupo de escritores y matemáticos por iniciativa del teórico del ajedrez François Le Lionnais, para debatir la fundación de un «Seminario para literatura experimental».

 

Con la nominación Ouvroir de Littérature Potentielle (Taller de Literatura Potencial) o simplemente OuLiPo, se constituyó pronto en una comunidad de trabajo muy dinámica, cuyo objetivo era el de elaborar en forma enciclopédica el mayor número posible de recursos literarios sustraídos al azar, tal como habían sido trasmitidos desde la antigüedad griega y romana, la Edad Media latina, el barroco alemán y el romanticismo europeo, además de ensayarlos de manera práctica con base en el material lingüístico contemporáneo.

 

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A partir de ello, debían desarrollarse nuevas técnicas para la producción de textos –tomando en cuenta el método de pensamiento matemático, la teoría de juegos y la de los símbolos–, así como formas de lectura para su manejo adecuado.

 

Los textos oulipoístas no poseen contenido ni significado; no tienen el carácter de un signo sino de una cosa; no comunican un mensaje sino forman el medio para mensajes potenciales que el lector, al contrario de la usanza acostumbrada, no tiene que interpretar sino aportar a su vez al respectivo contexto. 

 

Es decir, que sólo la lectura creativa produce el significado, «liberado» a su vez de las intenciones del autor, radicalizando así el concepto del realismo al no adjudicarle «realidad» al mundo sino a la literatura, al concebir como «realista» no el arte del autor sino el trabajo del lector.

 

Los integrantes de OuLiPo comparten con Lautrémont la convicción de que la literatura no puede ser asunto del individuo, sino debe ser «hecha por todos»; y con Maurice Blanchot que «el poeta no puede adjudicarse lo que escribe, puesto que lo que escribe, aunque lo haga bajo su propio nombre, a fin de cuentas, carece de nombre».

 

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Después de años de trabajo teórico y práctico que se expresó por medio de publicaciones individuales como Cien billones de poemas (1961/1982) de Raymond Queneau, 41 sonnets irrationnels (1965) de Jacques Bens, Zinga huit (1967) de Jacques Duchateau y E de Jacques Roubaud, el colectivo OuLiPo (entretanto engrosado con nuevos miembros como Georges Perec, Harry Mathews e Italo Calvino, por mencionar a algunos) publicó en 1973 una amplia recopilación y obra de referencia sobre la «literatura potencial». 

 

Se reunieron las experiencias y los logros del grupo dentro de un amplio contexto, permitiendo así su estudio, citas y uso (La littérature potentielle  Créations/Récréations/Récréations).

 

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Al año siguiente salió el primer número de la revista Bibliothèque Oulipienne que se ha publicado irregularmente desde entonces; y también desde 1981 está disponible el Atlas de la littérature potentielle, el cual incluye, además de varios estudios de Queneau y sobre él, una selección de textos «sintoulipoístas» de diversos autores, así como varios ensayos sobre el tema «OuLiPo y la informática».

 

La poética elaborada por este grupo se basa en su mayor parte en la manipulación alfabética, fonética, numérica, sintáctica y semántica de textos existentes; su objetivo práctico consiste en revelar y fijar las modalidades técnicas por medio de las cuales es posible generar textos a partir de textos. 

 

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Entre ellas se encuentran los anagramas, lipogramas, tautogramas y palíndromos. Desplazar, sustituir, combinar y variar son las operaciones oulipoístas fundamentales. Ejemplo de esto han sido los lipogramas de Queneau (La disparition, 1969) y los anagramas por permutación de Georges Perec (Ulcérations, 1974). Y en la narrativa de este último también La vida instrucciones de uso (1978) y de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero (1979).

 

El juego literario, artístico colectivo y la alborozada ciencia del oulipoísmo son idóneos, como ningún otro concepto literario, para estimular el intelecto, el placer y la acción del lector por igual. La literatura potencial tiene este objetivo por encima de cualquier otro: transformar las ideas en actividades y las intenciones en intensidades.

 

VIDEO SUGERIDO: A documentary saga of the Oulipo – part 1, YouTube (mshlom)

 

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «SYMPATHY FOR THE DEVIL» (THE ROLLING STONES)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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EL CRACK Y CÓMO LOGRARLO

 

El año de 1968 emergió como un enorme NO a la sociedad y a sus manejos. Aspiró a la permuta en todos los órdenes de la vida, y en todo aspecto fue fundamental encontrar idearios que respaldaran en teoría las realizaciones concretas de cada campo.

 

El del arte no fue una excepción. La pintura, el teatro, la literatura, el cine y la música cubrieron sus horizontes con dicha constante. El real pensamiento revolucionario-musical fue de conceptos totales. Los que buscaban una nueva visión del mundo. Los que fundamentaran el cambio. Algunos resultaron fallidos.

 

Todos esos instantes hablaron de revolución y lo hicieron en un giro constante de la espiral evolutiva de la música popular por excelencia: el rock, como protagonista y como soundtrack de fondo. Con su enfoque artístico nuevo, libre e indeterminado, el rock se significó como pensamiento comunitario frente a las filosofías de los distintos partidos y gobiernos.

 

Al ubicarse contra las políticas estatales, tal música –con valores intrínsecos de historia, contexto, calidad interpretativa y de composición— se alejaron de las convencionalidades y de sus consecuencias predecibles: ortodoxia y conservadurismo.

 

La revolución en la música popular se practicó dentro del contexto social influido por los deseos comunitarios domésticos y globales coincidentes, pero las decisiones del cómo y del por qué quedaron a cargo, por lo general, de los grupos y de cada uno de los exponentes con sus expresiones artísticas particulares. Muchas veces interrelacionadas con otras disciplinas. Como con el cine, por ejemplo.

 

En aquel tiempo, la cinematografía francesa era la que llevaba la vanguardia. Había dialogado con el free jazz y con el muy fresco estilo bossa nova en tiempos recientes. Pero aún no lo hacía con el rock. El mayo del 68 le proporcionó la oportunidad a través de uno de sus heraldos: Jean-Luc Godard.

 

En la década que va de 1958 a 1968 se demostró que la cultura tenía ideología, que no era un asunto aséptico o puro. En Francia dicha cuestión nació de los individuos y de su circunstancia. El país salía de una desgastante guerra colonial con Argelia y los hechos motivaban cambios. Los palpables y estructurales se dieron en el terreno cultural.

 

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El presidente De Gaulle nombró como ministro de Cultura a André Malraux. Un escritor cuya biografía era soluble con su obra y viceversa. Este excombatiente favorable a la República durante la Guerra Civil española y fogueado documentalista —que preludió en L’Espoir. Sierra de Trauel al neorrealismo italiano y abogó por las cualidades del expresionismo alemán— se propuso mezclar la política prestigiosa, a la que él representaba como intelectual, con la obra social de trascendencia.

 

Además de mantener el diálogo con los artistas, creó las casas de cultura y le concedió créditos importantes y una legislación proteccionista al cine de calidad, a los nuevos valores y a la Cineteca francesa. Esto se tradujo en el aumento en la colección de películas y en la instauración de cineclubes por doquier. En esas salas de entre 60 y 260 butacas se fundamentaron carreras y cinefilias y se conocieron a los futuros directores del nuevo cine francés, al que la prensa comenzó a llamar “la Nouvelle Vague”: Francoise Truffaut, Jacques Rivette, Eric Rohmer, Claude Chabrol y Jean-Luc Godard, entre otros.

 

Reunidos en torno a la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma, bajo la dirección de André Bazin, estos realizadores, anteriores críticos y  guionistas se lanzaron contra las condiciones que la cinematografía institucional imponía —ahora con un Malraux anquilosado en el gaullismo— y postularon innovaciones conceptuales y técnicas: el uso de cámaras de 8 y 16 mm, locaciones e iluminación naturales y la corta duración del rodaje para reducir costos; la renovación el lenguaje fílmico con cámaras al hombro y estilo de reportaje, tomas largas, fotografía en blanco y negro, actores emergentes y guiones e interpretaciones con grandes dosis de improvisación. Cantos a la espontaneidad, al deseo liberador desde la óptica del espíritu joven.

 

En ello iba implícita la libertad de expresión, que tuvo como piedra de toque el realismo ontológico con el que reducían al mínimo las intervenciones manipuladoras y artificiales. Era un cine muy personal, “de autor”, y alejado de las modas comerciales. Por lo tanto, también era muy crítico con su entorno y momento histórico. Con una visión muy desoladora de la vida.

 

Lo cual forjó un estilo plagado de referentes, tributos y que redescubrió la “mirada” de la cámara y el poder del montaje. Con dicho bagaje Truffaut obtuvo éxito con Los 400 golpes. Pero fue Godard fue quien impuso el auténtico manifiesto con Sin aliento. En ella introdujo digresiones y los lenguajes verbal (cartesiano) y cinematográfico (discursos entrecortados, fundidos, movimientos de cámara y miradas fijas) como provocación.

 

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En esa línea se mantuvo hasta el filme La China y el fin de la Nouvelle Vague. A la postre vendría su radicalización ideológica al servicio del marxismo-leninismo. Situación que lo convertiría en un paria justo a la llegada del Mayo del 68 y en la búsqueda de salidas a su ideario. El rock fue la respuesta.

 

Godard no era un aficionado rockero ni mucho menos, pero durante el movimiento a nivel mundial se dio cuenta del eco que tenían las acciones y declaraciones de sus artistas más representativos. Tenían posturas extra musicales. Siguió con detenimiento el hecho de que Mick Jagger se involucrara ese año en una gigantesca manifestación en el flemático Londres para protestar ante la embajada estadounidense por lo sucedido en Vietnam.

 

Dicho evento —en el que como notas destacadas se hablaba del hecho inédito, de la rara y multitudinaria participación juvenil y de la mezcla de los sectores participantes (de pacifistas a anarquistas ultra)—  terminó en violencia callejera y con una dura represión policiaca.

 

Los Rolling Stones se encontraban en el centro del huracán polémico por el lanzamiento del sencillo “Street Fighting Man”, que recogía de alguna manera las experiencias que Jagger había sacado durante aquella revuelta. El tema se había convertido en un himno a nivel global y cada movimiento, independientemente de su particular reclamo, lo usaba como estandarte sonoro: “¿Qué puede hacer un muchacho pobre/ excepto cantar en una banda de rock and roll?/ Porque en el aletargado Londres/ no hay lugar para un manifestante callejero”.

 

Con ello los londinenses participaban de manera directa en el espíritu del momento —al igual que con declaraciones en la prensa—, a diferencia del Cuarteto de Liverpool, que se había ido en masa a escuchar el adoctrinamiento del Maharishi Mahesh Yogui.

 

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Los Stones estaban dando los últimos toques a su nueva producción (Beggars Banquet) y entrarían al estudio a grabar el remate: “Sympathy for the Devil”. Godard vio entonces ahí la posibilidad de apoyar su mensaje. Hizo las llamadas justas para poder filmar al grupo durante la hechura de la canción y tejer con aquellas imágenes su discurso político.

 

Sintió que el grupo sería un excelente emisor de sus recientes experiencias: en la trasmisión de un ideario con el que había participado durante el mayo francés junto a otros intelectuales, cuya línea política fluctuaba entre el marxismo-leninismo y el maoísmo; y con la creación del colectivo “Dziga Vertov”, que filmaba en 16 mm cintas influenciadas por el cine soviético: “películas revolucionarias para audiencias revolucionarias”. Con tal objetivo llegó para dirigir One plus One.

 

Cuando al cine, previo a su creación, se le asigna una función fuera de su naturaleza (contar historias con una cámara), pierde su valía, su esencia, y languidece. Esto le sucedió a Godard con esta película. Con ella quiso adoctrinar y perdió la excelencia revolucionaria de la que había gozado con Sin aliento. En ésta había sido innovador y crítico, libre.

 

En One plus One comprometió su cine por la determinación de intereses ajenos a la propia creación. No fue más que propaganda. Sin embargo, permaneció en la parte que la salvó del olvido eterno. Y por eso a la cinta se le conoce por su otro nombre: Sympathy for the Devil: la documentación precisa y minuciosa de la grabación y, ésta sí, en estado de gracia creativa de los Rolling Stones.

 

La canción ha perdurado por sí misma como una cuestión de fe rockera en la crítica libre de su entorno. La verborrea con la que Godard quiso envolverla (cuyo discurso e ideología el tiempo desfasó) sólo sirvió para ponerla aún más en relieve: El NO a la sociedad trasmitido por la imagen cinematográfica sonorizada, frente al “no” del libelo totalitario.

 

VIDEO: Sympathy For The Devil (4K Clip) – In the Beginning – ABKCO, YouTube (ABKCO Records & Films)

 

 

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NAVIDÁDIVAS: NAVIDAD XIV (SONIDOS CLÁSICOS)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Michael Buble's Christmas in Hollywood - Season 2015

 

 

El lounge es un género de música, una variación, principalmente del jazz, que se conoce desde mediados del siglo pasado. Se caracteriza por presentar ritmos sensuales y provistos de una instrumentación sofisticada. Esta última está basada, fundamentalmente, en los abundantes sonidos del swing y de la big band, combinado con ideas de diversos géneros, para convertirse en una mezcla sonora placentera y de fácil asimilación.

 

Hoy por hoy, el lounge es un término amplio que frecuentemente se basa en versiones de piezas populares de hoy, de antaño o tradicionales.

 

Este subgénero, y sus derivaciones actuales, es sobre todo un “modo de interpretación”, por el que pueden pasar géneros tan diversos como el jazz, la bossa nova, el mambo, el chachachá, el rock, la música étnica, el pop o la electrónica. El resultado es una música fina y agradable. Por extensión, la palabra que define tal ambiente pasó a designar a toda una cultura dedicada al placer, la comodidad y la elegancia. Es toda una estética contemporánea.

 

Es, pues, un concepto que evidencia de manera perfecta un sonido y una intención en la manera de hacer música, siempre bajo el mismo tenor: música de calidad, interpretada por músicos a la altura.

 

En tiempos recientes se tiene a esta corriente musical como una alternativa para entrar en relación con otras expresiones artísticas actuales y muy sofisticadas con melodías de buen gusto, sonidos orquestales, acústicos o electrónicos, agradables y atmosféricos con sabor especial, para momentos o épocas determinadas, como la navideña, por ejemplo.

 

Quienes han llevado esta corriente a su pináculo han sido los crooners. Digamos que todo comenzó hace cien años con la ópera en Italia. Unos, los menos, triunfaban y se contrataban con las grandes compañías para viajar por el mundo y presentarse en las salas más famosas. Pero también estaban los otros, los más, que a pesar de practicar bien el bel canto no hallaron cabida en la escena de aquella música elitista. Y entonces, que podía hacer un cantante pobre y desempleado sino entrar a trabajar a los cabarets y bares con variedad, para poder mantenerse.

 

También podían viajar, en cuarta clase, con rumbo al sueño americano y aprovechar sus talentos. Así arribaron a los Estados Unidos los pioneros de lo que a la postre se conocería como los crooners.

 

Hicieron suyo el canto sentimental y el susurrado con inflexiones. La limpieza del nombre comenzó con la llegada de la radio en los años veinte del siglo XX y su masificación.

 

Luego aparecieron los herederos: Bing Crosby, Dean Martin, el propio Frank Sinatra, Nat King Cole, Sammy Davis, etcétera. Ellos llevaron a lo más alto un oficio que se ha estabilizado en nuestros días tras algunos años en decadencia debido a la preeminencia del rock y el pop.

 

Y lo han hecho de manera inteligente y, como desde sus comienzos, agregando a su talento vocal los materiales de la canción popular. Los estilos personales se han enriquecido con los filones de Broadway, los soundtracks y las listas de popularidad, o sea, los standards. Pero el swing está en manos de cantantes capaces de mantener el tipo ante una big band.

 

La música reclama también esa experiencia, pero con algunas condicionantes: un nuevo orden para interpretar los valores conocidos y la ruptura de la linealidad temporal que lleva implícita, cumplido esto no queda más que aplaudirlos espontáneamente. Aplaudir lo que ya se conoce, pero parece nuevo bajo su estética, como en el caso de Michael Bublé, ejemplo del crooner actual.

 

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Bublé (nacido en Buranby, Columbia Británica, en 1975), es un cantante con varias características en su haber. Es poseedor de una poderosa voz con excelente uso de los tonos y las armonías, además de derrochar elegancia tanto en sus interpretaciones como en su accionar escénico. Está por encima de todos los cantantes de tal estilo que actualmente pululan por el mundo. Tiene categoría y, sobre todo, calidad.

 

Esos valores inaprensibles e innatos que lo identifican con su forma de hacer música, confortable, asequible, bien hecha en su selección y orquestación y mejor acabada. Sin embargo, este artista no sólo hace música de calidad, sino que además la sabe exponer y vender. Es un tipo que alienta al escucha, que lo hace mantenerse consciente de lo que está oyendo y disfrutando con ello.

 

Como los auténticos crooners aparece en el escenario como una estrella: siempre elegantemente vestido y con una actitud que reboza presencia y dominio de su quehacer, creando un ambiente distendido y receptivo. Es un crooner moderno cuyo repertorio abarca del swing al pop, del songbook estadounidense (donde se le atribuye haber ayudado a renovar el interés del público por los standards tradicionales, siguiendo la estela de intérpretes como el mencionado Frank Sinatra, Tony Bennett o Nat King Cole) al rock en formato de versiones, no cóvers.

 

Con ello ofrece un confortable espacio de comunión en el que nadie se siente extraño. Eso lo logra tanto en el escenario como en los discos. Y en el navideño que hizo (hoy clásico), ni qué decir. Es uno, que hasta los que refunfuñan con la Navidad lo disfrutan, con la sensación de estar incurriendo en un placer culpable.

 

Christmas fue el séptimo álbum de estudio de Michael Bublé, publicado en 2011, cuando el cantante sintió que su carrera estaba más que consolidada. En él colaboraron ​​​​varios artistas conocidos: Shania Twain en “White Christmas” y con The Puppini Sisters en “Jingle Bells”, por ejemplo.

 

El álbum fue producido por David Foster, Bob Rock y Humberto Gatica y fue grabado en Vancouver y Los Ángeles. En él, Bublé abordó 15 temas clásicos navideños, incluidos “Silent Night”, “Have Yourself A Merry Little Christmas”, “It’s Beginning To Look A Lot Like Christmas” y, por supuesto, “Santa Claus is Coming To Town”.

 

Como un plus especial, Bublé también escribió una canción original: “Cold December Night”. A propósito del álbum, el intérprete dijo lo siguiente: “La Navidad siempre ha sido mi época favorita del año para mí y mi familia, así que, por supuesto, era un sueño particular hacer el álbum navideño ‘definitivo’. A pesar de que era verano y hacía 35 grados en Los Ángeles, realmente entramos en el espíritu navideño mientras grabábamos el álbum. Teníamos todo el estudio decorado con luces y adornos navideños en él”.

 

El disco Christmas de Michael Bublé se ha convertido en un clásico al que el tiempo ha legitimado. Pertenece por derecho propio a la misma categoría del de Bing Crosby o al de Elvis Presley. La voz de Bublé es fuerte y clara en todo momento. Canta con solvencia, intención y flexibilidad. Y, por si fuera poco, el sonido es perfecto. En ‘White Christmas’ compite definitivamente con la versión de Crosby, pero Bublé le da un giro y agrega la voz de Shania Twain a la mezcla, que resultó brillante.

 

El escenario sonoro y la dinámica están bien representados además por sus versiones de “Holly Jolly Christmas” y “Have Yourself A Merry Little Christmas”. Todos los temas fueron arreglados para piano y voz. Michael Bublé después de tal lanzamiento exitoso (ventas certificadas, premios y reconocimientos) fue apodado “Mister Christmas”, con justa razón.

 

¡FELICES FIESTAS!

 

VIDEO: Michael Bublé – It’s Beginning To Look A Lot Like Christmas (Official HD Audio), YouTube (Michael Bublé)

 

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ELLAZZ (.WORLD): ASTRUD GILBERTO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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LA REINA DE LA BOSSA NOVA

 

Astrud Gilberto fue conocida en el inicio de su carrera como “La Chica de Ipanema”, aunque ella no fuera la protagonista de la canción. Sin embargo, su participación en la grabación de este tema fue el detonante para que el bossa nova se expandiera por todo el mundo.

Una vez pasados los años, el apodo cambió por el de “La reina de la Bossa Nova”, un título hasta ahora indiscutido. Astrud fue una artista con muy fuertes raíces en la música brasileña que con el transcurrir del tiempo logró una muy interesante combinación de aquellos sensuales ritmos brasileños con el pop y el jazz estadounidense.

Astrud nació en el estado de Bahía, al noreste de Brasil, el 29 de enero de 1940. Fue una de tres hermanas de padre alemán (pintor y profesor de idiomas) y madre brasileña. Astrud Weinert creció en Río de Janeiro y participó en los comienzos del nuevo ritmo. En 1959 trabajaba como funcionaria en el Ministerio de Agricultura cuando se casó con el popular cantante Joao Gilberto.

En 1963 se fue con él a Nueva York. Astrud Gilberto es un caso ejemplar de estar en el momento preciso en el lugar preciso. Y esto se dio cuando Joao Gilberto (el padre de la bossa nova) la llevó al estudio de grabación donde realizaría un disco con el saxofonista Stan Getz. Lo demás es ya una leyenda.

Habla Astrud:

“En 1963 acompañé a mi marido Joao a Nueva York, donde grabaría el disco con Getz. Ahí estuve oyendo y observando cómo ambos músicos se conocían, se relacionaban, se comunicaban sus experiencias musicales. Fue una cosa muy impresionante para mí, que no trataba con artistas en el Ministerio de Agricultura donde trabajaba.

“En cierto momento de la grabación Stan le dijo a Joao que sería bueno contar con un fragmento en inglés en ‘La Chica de Ipanema’, eso abriría posibilidades para el disco en el mercado estadounidense —por cierto, el más grande del mundo—. Joao estuvo de acuerdo, pero el inglés no era su fuerte, y aunque lo intentó en varias ocasiones el asunto no marchaba

“Entonces Stan se me quedó viendo y dijo que yo lo hiciera. Al principio Joao no estuvo de acuerdo porque yo nunca había cantado para empezar, en segundo lugar, no podía leer la música y en tercero se necesitaría mucho tiempo de ensayo para que yo pudiera hacerlo bien. Stan se puso terco: ‘Tiene que ser Astrud o ninguna otra. Tú eres músico –le dijo–, eres brasileño, es tu música, así que no tendrás problema en ponerla a tono’.

“Joao accedió. Yo no era cantante, pero él supo explotar el particular timbre que yo tenía. Todo sucedió tan rápido que no cobré conciencia de lo que había pasado hasta que el disco salió y sucedió lo que sucedió:  Joao dio a conocer la bossa nova al mundo; Stan Getz lo popularizó y transformó en parte del repertorio permanente del jazz, y yo me convertí en ‘La Chica de Ipanema’, la voz de la bossa nova por antonomasia.

Getz/Gilberto se convirtió en uno de los discos de jazz más vendidos de todos los tiempos. En su lanzamiento vendió dos millones de ejemplares, recibió siete ternas para el Grammy y ganó cuatro: álbum del año, grabación del año, mejor actuación solista y mejor ingeniería de sonido. Tom Jobim y yo estuvimos en la terna para la revelación del año, pero perdimos frente a un cuarteto inglés: los Beatles. El disco fue reconocido como un clásico de la cultura popular americana a mediados de los sesenta. Se le escuchaba en los programas de radio, en los comerciales de la televisión, en películas, por todos lados. Fue increíble.

“Lamentablemente entre todos los pros del disco hubo un contra, y éste me afectó mucho y muy directamente. Un año después de la grabación Joao y yo nos divorciamos. Desde mi llegada a Nueva York la ciudad me encantó y me quedé a vivir en ella, nunca más volví a Brasil. Comencé mi carrera como cantante profesional. En enero de 1965 grabé para el sello Verve mi primer disco como solista (Astrud Gilberto Album) y para 1966 en el disco Look to the Rainbow ya conté con las orquestaciones del gran director Gil Evans.

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“A principios de los setenta me dediqué también a la composición y fui igualmente muy bien recibida. Fue un talento que descubrí que poseía. Durante los años ochenta me dediqué a hacer giras por todo el mundo con un sexteto compuesto de piano, bajo, batería, trombón, guitarra y percusión.

“Mi álbum Astrud Gilberto & James Last Orchestra cimentó mi carrera como compositora y me otorgó varios nuevos éxitos. En los noventa recibí el premio Latin Jazz USA, por mi contribución al jazz latino. Durante todos estos años también he incursionado en algunas películas y series de televisión, así como en varios documentales especiales para Europa y África. Por muchos años fui la voz de los comerciales de la compañía Eastern Airlines.

“Baden Powell dijo algo de mí muy bonito: ‘Tu voz y la bossa nova son como el café con leche: una vez que se mezclan ya no pueden separarse. Tu voz y la música que te acompaña son una y la misma persona’. Siempre lo recordaré, fue un gran amigo y un gran músico. Joao, por su parte, me enseñó que había que cantar la bossa nova en un tono casi confidencial, susurrar sus secretos al oído de cada escucha. Como si fueran mensajes personales. Y recoger luego ya en el escenario las emociones que despertaba para volverlas a convertir en canción”.

La voz de Astrud Gilberto ha pasado por el reconocimiento de todo el mundo gracias a su sensualidad y a la forma de interpretar los temas. Su estilo en apariencia monótono está lleno de encanto y ha servido para marcar toda una manera de cantar para muchas mujeres detrás de ella: Basia, Sade, Sinead O’Connor, Suzanne Vega. Típicamente se le ha valorado más en Europa, Japón y Estados Unidos que en el propio Brasil.

Su carrera desde el comienzo estuvo marcada por el éxito. Obtuvo muchos premios Grammy, nominaciones como el disco del año, la cantante del año, etc. Por otro lado, su talento no radicó exclusivamente en la interpretación, sino que se erigió también en una renombrada compositora. Igualmente fue muy buscada por gente del medio jazzístico como Quincy Jones, Chet Baker y Michael Brecker para realizar duetos, lo mismo que por cantantes pop como George Michael, Etienne Daho y Michael Franks. Astrud falleció el 5 de junio del 2023.

VIDEO:  Astrud Gilberto and Stan Getz – The Girl Fom Ipanema (1964), YouTube (iTubeNL)

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