BOB DYLAN 80 (IX)

Por SERGIO MONSALVO C.

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EL LECTOR

Moby Dick de Herman Melville es un texto importante de la literatura universal. Es un clásico al que le llevó tiempo ser aceptado, pero sus grandes aportaciones en diversos campos lo encumbraron al sitio que se merecía y desde el cual ha sido motivo de influencia en múltiples disciplinas, artísticas, mediáticas y académicas (desde cómics elementales hasta obras cinematográficas; desde series televisivas a esclarecedores documentales; de sesudos ensayos a inspiración para cuentos y novelas; desde óperas convencionales a piezas emblemáticas que complementan alguna obra maestra del rock).

Su quintaesencia es la épica lucha del hombre contra los elementos naturales y metafísicos (El capitán Ahab es un personaje absolutamente shakespereano: torturado, solitario, que desafía al destino y a un dios salvaje). Lo cual ha motivado la reflexión y generado manifestaciones plásticas o textuales en torno a ello. La cultura en general se ha visto enriquecida por este libro y, en algunos casos, de formas insospechadas. En la filosofía, por ejemplo, se han estudiado sus dilemas, ironías y aflicciones del alma, así como los temas del suicidio, las tiranías o los totalitarismos.

La creación artística, a su vez, ha mostrado su mirada, interior y profunda, sobre los caracteres de los personajes del libro y la ha plasmado en obras pictóricas de Jackson Pollock, Frank Stella o Matt Kish, por mencionar algunos. La cinematografía lo ha intentado desde el cine mudo a las grandes superproducciones y desde el punto de vista psicológico, del terror o el de la aventura con poso mitológico. Los estudiosos de la cultura y de las ciencias sociales se han involucrado en sus paradojas y complejidades.

Los escritores los han hecho enfrascándose con sus metáforas y simbolismos, lo mismo políticos que religiosos. La influencia ha sido enfática en plumas como las de W. H. Auden, Ray Bradbury, Jack Kerouac, Cormac McCarthy, Toni Morrison, Philip Roth o Jorge Luis Borges. Este último solía comentar en cada oportunidad que no entendía su fama por lo que había escrito (lo cual siempre agradeció), porque a él le hubiera gustado más ser reconocido por lo que había leído (y eso incluía a Moby Dick).

VIDEO SUGERIDO: Led Zeppelin moby dick full, YouTube (Kaushal Bajracharya)

En los autores más destacados de la literatura mundial, a través de la historia, ese deseo borgiano ha sino una constante. Así que la suya no era una rara peculiaridad sino una característica primordial. Ser reconocidos como grandes lectores, para que con ello quedara implícito el entendido de que la mejor manera de aprender a escribir es dedicándose a leer. Y leer las obras importantes más que una necesidad, es un acto natural de sentido común.

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En los terrenos musicales del jazz y del rock, se tiene a Moby Dick como uno de sus libros canónicos. El jazz adquirió su Premio Nobel literario a través de la escritora Toni Morrison, quien mencionó entre sus influencias la obra de Melville, mientras que el rock llegó al suyo mediante otra forma literaria, la de la canción, y lo hizo con Bob Dylan que, a su vez, en el texto de aceptación del premio señaló los libros que han influido en su trabajo. Y tanto él como Morrison esgrimieron en el subtexto el mismo deseo borgiano: ser reconocidos como grandes lectores.

Habla Dylan:

“Cuando empecé a escribir mis propias canciones, la jerga del folk era el único vocabulario que conocía, y lo usé. Pero yo también tenía algo más. [Había visto a Buddy Holly, a Elvis Presley y escuchado a Little Richard. Es decir, viví el nacimiento del rock and roll]. Pero también tenía principios y sensibilidades y una visión informada del mundo. Y la había tenido desde hacía tiempo. Lo aprendí todo en la escuela. Don Quijote, Ivanhoe, Robinson Crusoe, Los viajes de Gulliver, Historia de dos ciudades y todo lo demás – lectura típica de la escuela secundaria que te da una manera de ver la vida, una comprensión de la naturaleza humana y un estándar para medir las cosas.

“Tomé todo eso para mí cuando empecé a componer letras. Y los temas de esos libros funcionaron en muchas de mis canciones, ya sea a sabiendas o sin intención. Quería escribir canciones que fueran diferentes a cualquier cosa que alguien hubiera escuchado, y estos temas eran fundamentales.

“Algunos de los libros específicos que han permanecido conmigo desde entonces, los había leído en la escuela. Quiero hablarles de tres de ellos: Moby Dick, Sin novedad en el frente y La Odisea.

“Moby Dick es un libro fascinante, un libro que está lleno de escenas y diálogos dramáticos. El libro te exige. La trama es sencilla. El misterioso Ahab -capitán de un barco llamado el Pequod– un egomaníaco con una pierna postiza que persigue a su némesis, la gran ballena blanca Moby Dick, que se la arrancó. Y la persigue desde el Atlántico, bordeando la punta de África y adentrándose en el Océano Índico.

“Persigue a la ballena de una punta a otra de la Tierra. Es un objetivo abstracto, nada concreto o definido. Él la llama ‘Moby El Emperador’, y la ve como la encarnación del mal. La tripulación del buque está formada por hombres de diferentes razas, y cualquiera que vea a la ballena recibirá la recompensa de una moneda de oro. Hay una gran cantidad de símbolos del zodíaco, alegorías religiosas y estereotipos. Cuando Ahab se encuentra con otros barcos balleneros, presiona a los capitanes para obtener detalles sobre Moby. ¿La han visto?

“Este libro cuenta cómo los diferentes hombres reaccionan de distintas maneras a la misma experiencia. Hay mucho de alegoría religiosa y pagana.

Moby Dick es un cuento marítimo. Uno de los hombres, el narrador, dice en la primera línea: ‘Llámame Ismael’. Alguien le pregunta de dónde viene, y él contesta: ‘No está en ningún mapa.Los verdaderos lugares nunca lo están’.

“Un tifón golpea al Pequod. El capitán Ahab cree que es un buen presagio. Starbuck, un subalterno, piensa que no y considera matar a Ahab.

“Todo está mezclado. Todos los mitos: la Biblia judeo-cristiana, los mitos hindúes, las leyendas británicas, San Jorge, Perseo, Hércules, todos ellos son balleneros. La mitología griega, el negocio sanguinario de cortar una ballena. Muchos hechos en este libro, como conocimientos geográficos, el aceite de ballena -bueno para la coronación de la realeza- familias nobles en la industria ballenera… El aceite de ballena se usa para ungir a los reyes. La historia de la ballena, la frenología, la filosofía clásica, las teorías pseudocientíficas, la justificación de la discriminación, todo está incluido y nada es racional. Ilustres personajes, persiguiendo la ilusión, persiguiendo la muerte, la gran ballena blanca, blanca como el oso polar, blanca como un hombre blanco, el emperador, la némesis, la encarnación del mal. Un capitán demente, que en realidad perdió la pierna años ha tratado de atacar a Moby con un cuchillo, buscando venganza.

 “Solo vemos la superficie de las cosas. Podemos interpretar lo que está debajo de cualquier forma que creamos conveniente. Los tripulantes caminan en la cubierta escuchando a las sirenas, y los tiburones y los buitres persiguen la nave.

“Cuando Starbuck le dice a Ahab que debe olvidarse de la venganza, el capitán enojado le responde: ‘No me hables de blasfemia, hombre, porque sería capaz de golpear al sol si me insultara’. Ahab, por otra parte, es un poeta de la elocuencia: ‘El camino hacia mi propósito fijo está puesto con rieles de hierro sobre los cuales mi alma está diseñada para rodar’. O estas líneas: ‘Todos los objetos visibles son máscaras de cartón’. Frases poéticas que no pueden mejorarse.

“Finalmente, Ahab ve a Moby y aparecen los arpones. Moby ataca el barco de Ahab…Ismael sobrevive. Está en el mar flotando sobre un ataúd. Esa es la historia. Ese tema y todo lo que implica funcionaría desde que la leí en más de una de mis canciones”. Dylan dixit.

VIDEO SUGERIDO: Banco Del Mutuo Soccorso – Moby Dick, YouTube (David Curci)

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BOB DYLAN 80 – VIII (1)

Por SERGIO MONSALVO C.

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 RAZONES PARA EL NOBEL

(PRIMERA PARTE)

 [Aclaración pertinente: El texto que presento a continuación lo escribí y publiqué en el año 2006, una década antes de que el deseo manifestado ahí se hiciera realidad. Por lo tanto, es menester tomar en cuenta lo anterior a la hora de su lectura.]

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Señores de la Real Academia Sueca: A través de la presente me permito solicitarles la concesión del Premio Nobel de Literatura para el escritor Bob Dylan. Y no sólo por haber dado a la canción dimensiones universales sino también por la poesía emanada de ella, como parte de una larga tradición artística. Pues de eso se trata el asunto, ¿o no?, de premiar el esfuerzo por retratar la condición humana con el instrumento de la palabra, con su mejor uso y estilo. Y en este caso, no únicamente por eso sino por muchas acciones más.

¿Consideran ustedes que el mundo ya no requiere de poetas andantes? Los medios de comunicación llevan cualquier manifestación cultural hasta el otro lado del globo en forma instantánea. En este sentido la expresión creativa personal a través de la música, iniciada por los trovadores, parece no hacer falta para comunicar las nuevas ni para registrar el paso del tiempo en las comunidades.

Sin embargo, los bardos aún existen. Y algunos insisten en contar historias, vivencias, leyendas, pensamientos, visiones y verdades. Quizá porque intuyen que la misma velocidad con la que ahora se trasmiten las noticias deforma la experiencia humana al sacarla de su contexto, al saturar la conciencia con hechos inconexos y distorsionar las palabras a su antojo. O porque saben que la música es el único medio capaz de retener y reproducir la utópica inocencia de un encuentro primigenio entre las personas.

¿Y QUIÉN ES BOB DYLAN?

Esta pregunta se la harán muchos de ustedes que, por causas de fuerza mayor seguro, no han tenido tiempo en medio siglo para escucharlo y menos para leerlo. Demasiadas cenas, ceremonias y otras cosas importantes. Así que anexo una serie de razones sobre el personaje para su consideración.

Entre su primer tema, titulado “You’re No Good”, y el último track de No Direction Home, su disco recopilatorio más impactante, suman cuarenta y cinco años de obra grabada por Robert Allen Zimmermann, mejor conocido como Bob Dylan.

Este hombre, que nació en 1941 en Duluth, Minnesota (y que cambió su nombre en homenaje a uno de sus autores favoritos: Dylan Thomas), pasó de ser un errabundo músico folk y de protesta a un poeta de trascendencia universal; a uno que como los de la antigüedad canta y que, como los bardos de siempre, remueve la imaginación de quien lo escucha.

Dylan es un narrador que observa con agudeza y un adivinador que absorbe y envuelve con sus palabras, mismas que se ubican dentro de melodías cautivadoras y ritmos sencillos e impetuosos. Inició como un simple vocero vernáculo, pero con prontitud y la suficiente personalidad logró romper con las tradiciones.

Cuando desde caminos insospechados llegó a la ciudad de Nueva York —como en una novela del país profundo o emergido de una road picture—, lo hizo cargado de una gran cantidad de influencias: el blues rural, la temática social de Woody Guthrie, el vasto legado musical de la campiña estadounidense y sus muchas lecturas de poesía y narrativa. Con ese bagaje y algunas experiencias discursivas se enfrentó a los cafés del barrio bohemio del Greenwich Village, plataforma de la contracultura en la Urbe de Hierro.

Por aquellos días se pudo leer en el New York Times lo siguiente con respecto al novel cantante: “Parece una cruza entre un muchacho del coro y un beatnik. Tiene un aspecto angélico y el pelo alborotado, cubierto parcialmente con una gorra —al estilo de Huckleberry Finn—. Quizá su ropa no sea de lo mejor, pero cuando trabaja con su guitarra, su armónica o al piano y canta aquellas canciones, no le queda a uno la menor duda de que desborda inspiración y talento”.

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Dylan como artista comenzó a madurar, a crecer. Los cambios entre su primer álbum (1962) y los siguientes fueron manifiestos. Del material rústico pasó a la interpretación de poemas personales, a las profecías. Desde entonces Dylan se convirtió en la figura más importante en el mundo de la canción popular, lugar que mantiene hasta la fecha.

En su poesía la observación es el mejor pretexto para vislumbrar el porvenir. En el almanaque de sus canciones la observación es un aporte fundamental para la liberación de la imagen poética. Él trazó una nueva dimensión de lo cotidiano y refutó los prejuicios que juzgaban toda poesía sólo en términos de sentimiento y contenido, como si en el mundo del lamento existiera únicamente el lamento y no también todo lo que lo produce. En su poesía se explaya un nuevo mundo. La belleza de sus canciones está en lo que insinúan.

RAÍCES DEL RIZOMA

La cultura se está convirtiendo cada vez más en una industria y el hecho cultural o artístico en un elemento de consumo. Por lo tanto, señores académicos, no se puede desarrollar una política cultural alternativa a tales circunstancias sin que las historias que se cuenten sean también alternativas.

Dylan lo ha hecho desde que comenzó a andar el camino de las palabras, con y sin música. Ha sido una opción alternativa en la cultura —que no marginal— dado que su propuesta no ha sido externa al sistema, sino activa dentro de la misma sociedad, organizada en redes e interdisciplinas. Él se ha manifestado a través de diversas formas de la comunicación: el concierto, el disco, el cine, el libro (poesía, narrativa, autobiografía), la pintura, el video, la radio e Internet. ¿Cuántos de sus galardonados o candidatos pueden decir lo mismo?

Dylan ha reivindicado la noción de contador de historias del bardo. Este tipo de narración tiene algo de recitado, de oralidad que presupone un nivel de igualdad con el interlocutor. El recitado no existe sin alguien que haya de reconstruir los fragmentos del mismo. Esa narración, que siempre es poética implica las obras abiertas, como la suya, que exigen la implicación del espectador. Y ésta la ha habido durante décadas. En contra de lo que se cree, la opacidad intrínseca de su obra, más que impedir el conocimiento, propone la promesa de uno nuevo; sobre todo, presupone entender la identidad del ser humano como algo rizomático, la identidad de raíz no única sino múltiple.

UNO PARA TODOS

¿Quieren cantos por la paz, compromiso con el otro, voz de ayuda para el necesitado? En los comienzos de 1971, la guerra intestina en Pakistán dejó una cifra indeterminada de muertos (millones) y más aún de refugiados, mayoritariamente niños, perseguidos además por el azote de las epidemias y la desnutrición. Indiferencia del mundo, excepto de los rockeros.

Acudiendo al llamado de George Harrison, Bob participó en el primer concierto multitudinario destinado a recaudar fondos para esas víctimas. Se realizó el primero de agosto de aquel mismo año. El dinero recaudado se convirtió, vía la UNICEF, en medicamentos, comida y agua no contaminada. Tiempo después apareció el álbum triple y la película que daba cuenta de tal Concierto para Bangladesh. Las regalías pasaron también al mismo fin.

Dylan dejó constancia de su presencia en dicho evento con otro de sus himnos, que ni pintado para el momento: “Blowin’ in the Wind”, en una versión considerada histórica por la emotividad que transmitieron a la letra sus acompañantes ocasionales: Eric Clapton, George Harrison, Billy Preston, Ringo Starr y Leon Russell.

Treinta y cinco años después el concierto se reeditó en DVD, con algunos plus (documentales, ensayos y más escenas de la reunión musical), entre los que destaca “Love Minus Zero/No Limit”, otra versión dylaniana para el Gran Archivo. La recabación de sus ventas, así como del doble CD adjunto, siguieron el camino ininterrumpido hacia aquella parte del planeta, un país de 138 millones de habitantes cuya mitad vive en la extrema pobreza.

Palabra y obra del cantautor comprometido con sus semejantes, pero no sólo ahí, ¿más ejemplos?: Live Aid, “We are the World”, etcétera. A Dylan le duele el mundo.

VIDEO SUGERIDO: Bob Dylan – Blowin In The Wind – The Concert for Bangladesh – 1 August 1971, dailymotion (Dylan Station)

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BOB DYLAN 80 (VII)

Por SERGIO MONSALVO C.

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TRES CUARTOS DE SIGLO

Entre la interpretación de un primer tema, titulado “You’re No Good” (de Jesse Fuller), y el track publicado online: “Melancholy Mood” (de su autoría, en 2016), se sumaron cincuenta y cinco años de obra grabada y/o escrita por Robert Allen Zimmermann, mejor conocido como Bob Dylan, desde que firmó en 1961 para la Columbia Records.

Este hombre, nacido en Duluth, Minnesota (24/mayo/1941; y que cambió su nombre en homenaje a uno de sus autores favoritos: Dylan Thomas), pasó de ser un errabundo músico folk y de protesta a un poeta de trascendencia universal; a uno que como los de la antigüedad canta y que, como buen bardo, remueve la imaginación de quien lo escucha.

Dylan es un narrador que observa con agudeza y un adivinador que absorbe y envuelve con sus palabras, mismas que se ubican dentro de melodías cautivadoras y ritmos sencillos e impetuosos. Él se inició como un simple vocero vernáculo, pero con prontitud y la suficiente personalidad logró romper con las tradiciones.

Cuando llegó a la ciudad de Nueva York por primera vez lo hizo cargado de una gran cantidad de influencias: el blues rural de Charlie Patton, la temática social de Woody Guthrie, el vasto legado musical de la campiña estadounidense y sus muchas lecturas de poesía y narrativa. Con ese bagaje y algunas experiencias discursivas se enfrentó a los cafés del barrio bohemio del Greenwich Village, plataforma de la contracultura en la Urbe de Hierro.

Dylan como artista comenzó a madurar, a crecer. Los cambios entre su primer álbum (homónimo) y los siguientes fueron manifiestos. Incluso el más reciente –Shadows in the Night–, es un ejercicio de estilo, del suyo como crooner; al igual que el de inminente aparición –Fallen Angels— en el mismo mood y con el que celebra sus tres cuartos de siglo de vida).

Del material rústico pasó a la interpretación de poemas personales y de ahí a las profecías. Desde entonces se convirtió en la figura más importante en el mundo de la canción popular, lugar que mantiene hasta la fecha. En su poesía la observación es el mejor pretexto para vislumbrar el porvenir. En el almanaque de sus canciones tal elemento es un aporte fundamental para la liberación de la imagen poética.

Dylan trazó una nueva dimensión de lo cotidiano y refutó los prejuicios que juzgaban toda poesía sólo en términos de sentimiento y contenido, como si en el mundo del lamento existiera únicamente el lamento y no también todo lo que lo produce. En su poesía se explaya un nuevo mundo. La belleza de sus canciones está en lo que insinúan.

La poesía de Dylan está a menudo embriagada de imágenes que avanzan en cascada hasta casi sepultarnos y las palabras en sus libros y discos arden de pura incandescencia. Así, en sus páginas, en sus cantos, que nos sitúan ante el origen de la poesía contemporánea, vemos el paso de la condensación al estallido de su material poético.

Y todo gira y va a más, pues se constituye en un universo en sí mismo: surgen los símbolos favoritos partiendo de la indagación continua en el campo del arte. De modo personal se incorporan en torbellino las vanguardias —no como rompimiento, sino como tradición en la mezcla de lirismo y reflexión— y el tiempo, se esbozan la permutación y la poesía experimental.

Bob es un tipo siempre inquieto, siempre buscador, siempre receptor de la cultura popular y casi siempre onírico. Con sueños de aspiración lógica y melancolía, la melancolía del idealista. Es esencialmente un vanguardista en un país donde casi toda movilidad conlleva sospechas políticas.

Siempre ha creído que toda novedad tiene sus raíces y que se puede y debe ser nuevo escribiendo. En su caso todo es poesía en carne viva: fuego desde la luz del pensamiento; una donde la tensión de los detalles dibuja un hondo tapiz de sensualidad.

El que se adentra en su obra entra de hecho en un poema sin fin (como el nombre de su gira eterna) que sacraliza lo real y lo entreteje con la visión y el sueño —un alto poeta de sueños y símbolos—. En Dylan todo equivale a todo. Nunca deja de sorprender y siempre estará inaugurando sus caminos, extendiendo o deconstruyendo los ya andados, para cotejar sus propios argumentos, sin importarle nada más, verse reflejado y continuar redefiniéndose como desde el principio.

Porque de eso se trata la carrera y el arte de Dylan: del diálogo consigo mismo. Y no importa en qué fecha se le ubique, en qué género trabaje o el espacio en vivo en el que se le capte: interpretará quizá una canción familiar, pero ésta será otra porque consistirá en lo que ella diga de él o para él, no al revés. Mientras Bob, a su vez, ya estará en otro tiempo, el suyo.

MusiCares Person Of The Year Tribute To Bob Dylan - Show

II

LAS RAÍCES TRASHUMANTES

El folk, a partir de los años sesenta del siglo XX, se convirtió en una cuna natural a la que se volvía desde los reinos moribundos de lo moderno, y el anhelo por estas raíces fue lo que una canción de Dylan llamó el «Subterranean Homesick Blues». «Subterráneo» porque surge de los seres sepultados por la civilización; «nostálgico» porque anhela regresar a los orígenes puros, y «blues» porque es idéntico a la emoción primitiva que constituye la música negra.

Bob Dylan  era (es), además de todo lo conseguido a lo largo de su vida, el sumo sacerdote de la tradición folk inventada por el rock, no porque cante baladas anglosajonas –no lo hace con mucha frecuencia–, sino porque sus sátiras cantadas establecen un contrapunto con relación al mito de aquella pureza –así ha sido desde el Dylan de los comienzos, el de Bringing It All Back Home y Blonde on Blonde—.

Muy poco de lo que Bob escribe ha tratado del medio folk mismo, pero ese “muy poco” se torna comprensible como descripción de lo que se ha ganado con dicho distanciamiento.

A Dylan lo han seguido en tal periplo los Byrds, The Band, Arlo Guthrie, Creedence Clearwater Revival, Television, Crosby, Stills, Nash, and Young, Flying Burrito Brothers, New Riders of the Purple Sage, Eagles, Rockats, R.E.M., Aztec Camera, Violent Femmes, Dexy’s Midnight Runners, Pogues, Los Lobos, The Smithereens y un sinfín de grupos surgidos de las más diversas épocas y vertientes.

En el rock, han persistido y se han trasmutado las convenciones románticas del arte folk, y recientemente aún más con un nuevo vigor debido al incremento del público con el subgénero indie (en sus corrientes: americana, dark y alt country). Sin embargo, la nueva encarnación de aquellas fantasías del romanticismo ya no es pastoral, ni elegante, ni burguesa, y mucho menos respetable, sino todo lo contrario: es urbana, ordinaria, marginal y oscura.

El rock retomó dicha tradición de fines del siglo XVIII y, al ir agregándole lo común, poco a poco le ha restituido el lenguaje profano de sus auténticas fuentes. Sin embargo, aunque Alabama Shakes, Lucinda Williams o la Tedeschi Trucks Band, por mencionar algunos, sean igual de crudos como los campesinos escoceses que recitaban a Ossian, no son tan despreocupados como éstos.

Sus letras están llenas de intereses y motivaciones por sí mismas, una cualidad casi inexistente en las letras folk de antaño. De esta manera, el rock captó, con Dylan al frente, nuevamente la cruda pureza de esa poesía, a la vez que mantenía las angustiadas obsesiones románticas de una tradición literaria de élite.

VIDEO SUGERIDO: Bob Dylan – Fourth Time Around (1999), YouTube (Peter Sugarman)

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BABEL XXI-530

Por SERGIO MONSALVO C.

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BOB DYLAN: 80 / 6

(LOS 50 DE BOB)

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/530-bob-dylan-80-6-los-50-de-bob/

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BOB DYLAN 80 – 6

Por SERGIO MONSALVO C.

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(LOS 50 DE BOB)

Robert Zimmerman cumplió en mayo de 1991 50 años de edad; y Bob Dylan, 30 de haberse manifestado. Para festejarlo, el artista y su compañía disquera decidieron sacar una caja que contiene tres compactos con 58 creaciones dylanianas de ayer y de anteayer, de un solo golpe.

Rarezas y piezas inéditas acumuladas a lo largo de tres décadas de andar por el camino y que llevan el título de The Bootleg Series (Volumes 1-3: Rare & Unreleased) 1961-1991 (Columbia).

Todas estas grabaciones –material no utilizado en álbumes, versiones varias de canciones conocidas o no, ocasionales tomas en vivo, demos para distintos usos, etcétera– fueron hasta ese momento objeto de un sinnúmero de ediciones piratas de muy diversas calidades (desde Greatest White Wonder de 1969 hasta Ten of Swords en 1985), que abarcaban lo mismo infames retazos que verdaderas sublimidades.

Lo que se escucha en The Bootleg Series es lo mismo que se lee en las novelas más inquietantes de la creación: la sensación plena de las alegrías y las penas febriles y contrastadas del cuerpo y el espíritu.

Dylan es el hombre que ha conocido el hueso y que lo ha transformado a discreción en nata de sueños, en esencia delirante.  Esto, sin embargo, no sirve para definir la extraña situación, el status incongruente, casi petrificado, de este poeta, icono a perpetuidad.

De 35 apariciones en disco (27 álbumes de estudio, cinco en vivo y tres compilaciones), Dylan «sólo» había vendido en ese entonces 35 millones de unidades; en los últimos tres lustros (desde Desire) su mayor éxito lo había obtenido con Biograph, una compilación quíntuple (pese a la absurda confusión sufrida por su cronología).

Los pedidos por adelantado de dicha caja ascendieron a más del triple de las ventas de su último álbum hasta la fecha, Under the Red Sky; en ocho años Dylan había sacado seis discos de estudio y andado de gira casi sin interrupción (él la llamaba ya su «Never Ending Tour»), como una especie de desafío extralimitado, tal como lo mostraban los dos acetatos en vivo más recientes, de los cuales el totalmente embrutecido With the Grateful Dead parecía un sarcasmo profético.

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No obstante, nada de ello importaba a los ojos de la gente.  Para ésta Dylan es los sesenta.  Cualquiera que haya sido la objetividad «exhaustiva» aplicada por los autores de este proyecto, los tres primeros volúmenes de Bootleg Series no desmentían a «la gente». Había 58 títulos, de ellos 36 fueron extraídos del periodo de 1961 a 1967, el más mítico, y mostraron que aquello era verdad.

Se trataba asimismo, desde luego, del periodo de fundación: al filo de esas canciones, más un poema dicho de manera nerviosa y conmovedora («Last Thoughts on Woody Guthrie», durante un concierto en Nueva York en 1963), se está presente, literalmente, ante la formación de un hombre y nombre.

Uno que avanzaba disimulando sus pasos, que daba brincos disparatados, que era complejo y sobre todo voluntarioso; que caminaba con audacia y estilo, con esa mezcla de temeridad y oportunidad que resultaba asombrosa en un hombre tan joven.

En un hotel de Minneapolis nacía Bob Dylan a los 20 años, mientras jadeaba  «Hard Times in New York», su primera canción «oficial», y se involucraba con el folk y el blues, con los dos; y además de Elvis y James Dean sus raíces se extendían tanto hacia Robert Johnson como hacia Woody Guthrie.

Ahí, en esa primera Bootleg Series, se escucha todo eso mientras Dylan toca la guitarra acústica o el piano o con acompañamiento escaso. Al «Talking Blues», gospel, hillbilly, al folk, al rock, al rhythm and blues, al lamento y al relato, a lo sensual y a lo jovial, a la provocación y al rezo, Bob Dylan le da el soplo libertario gutural y lírico.

El cantautor le agrega su propia huella, su visión política, sus palabras, mediante presentaciones inseguras que conforme avance el tiempo recopilado en dichos compactos irán mejorando hasta imponerse con ferocidad golosa, con testigos irrefutables como Mike Bloomfield, Al Kooper o The Band.

Benvenuto Cellini, aquel escultor, orfebre y grabador italiano del Renacimiento, dijo que nadie de menos de cuarenta años debería escribir la historia de su vida. Suponía que nadie debía molestar al público con detalles personales antes de que hubiera hecho algo espléndido.

Bob Dylan, poseedor de una extraordinaria sensibilidad, tomó para sí dicha consigna y con Bootleg Series nos dio a través de estas grabaciones el palpable movimiento de su espíritu; la búsqueda intensa de su personalidad por caminos que a la postre no fueron los principales, pero que le proporcionaron las experiencias para expresar mejor sus emociones con una voz significativa y universal de vaso comunicante auténticamente humano.

Actualmente The Bootleg Series ha llegado a las15 entregas (en el 2019 con el disco triple Travelin’ Thru) y siguen sumando.

VIDEO SUGERIDO: Bob Dylan – Tangled Up In Blue (Video), YouTube (Bob Dylan)

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BABEL XXI – 526

Por SERGIO MONSALVO C.

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BOB DYLAN: 80 / 5

DON’T LOOK BACK

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/526-bob-dylan-80-5-dont-look-back/

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BOB DYLAN 80 – 5

Por SERGIO MONSALVO C.

DON'T LOOK BACK (FOTO 1)

DON’T LOOK BACK

 (DYLAN/PENNEBAKER)

 Donn Ada (D. A.) Pennebaker (Evanston, Illinois, 1925 – Long Island, 2019) convirtió al Rockumentary (el documental de rock) en un auténtico género. Tal cineasta dirigió varias obras maestras de tal vertiente en las que no sólo equilibraba el cine, la música y el retrato del artista, sino que igualmente inscribió en tales obras el espíritu transformador de la década de los sesenta.

 

Esa estética personal es la que lucen Don’t Look Back (1967) -sobre Bob Dylan-, Monterey Pop (1968) -acerca del primer y mítico festival masivo de rock-, así como Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1973), enfocado en la presentación en la que David Bowie se despidió para siempre de Ziggy, su alter ego. Pennebaker, ese rockero fílmico, falleció a los 94 años de edad el 1 de agosto del 2019.

——

 

A mediados de los años sesenta Bob Dylan se colocó a la cabeza de la primera generación que había crecido con el rock and roll, pero quería más. Con canciones como «Like a Rolling Stone» defendió la idea de que el mundo se hallaba en el umbral de una nueva era en que todo sería diferente.

 

El rock había llegado a un punto en que ya se debían plantear preguntas vitales, de importancia fundamental. Aquella generación empezó a hacerle exigencias mayores al género, relacionadas con su propio crecimiento como seres humanos. Los textos de Dylan tomaron al cielo por asalto.

 

Le dio a la canción, como tal, dimensiones universales y también a la poesía emanada de ella, la parte que le correspondía de una larga tradición artística. Retrató la condición humana con el instrumento de la palabra, con su mejor uso y estilo.

 

Una obra maestra necesita el paso del tiempo para consolidar su peso, adquirir su suprema estatura y Dylan, con su aura de clásico contemporáneo, su voz raída y sus texturas añejas en blues y folk, se planteó como una novedad tan enigmática, tan individual y tan bien construida, que marcó para siempre la diferencia.

 

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En “Like a Rolling Stone” se refiere a alguien que no reconoce lo que es importante, aunque haya sido afortunado en la vida. Y supo que tenía que grabarla, y que necesitaba algo fuerte, poderoso: la electricidad del rock fue la respuesta. Y llamó a los amigos que tenía en dicha escena: Mike Bloomfield (en la guitarra principal), Al Kooper y Paul Griffin (órgano y piano), Bob Gregg (batería), Harvey Goldstein (bajo) y Charlie McCoy (guitarra de acompañamiento). El propio Bob tocó la guitarra, el piano y la armónica.

 

Dicho grupo creó una enorme pulsión de energía. Todo empezaba con un golpe rápido del tambor, entraban entonces el órgano, el piano y la guitarra impactando con su riff al oyente, para dar finalmente paso a las palabras: “¡Había una vez…!”. Todo se contagió a partir de ahí.

 

La canción resultó un cataclismo, produjo polémica entre los puristas (el patriarca integrista Pete Seeger pidió furibundo un hacha para cortar los cables que alimentaban aquel «ruido infernal», cuando Dylan la presentó por primera vez en vivo en el Newport Folk Festival con la Paul Butterfield Blues Band de apoyo, pero ya nada pudo hacer para atajar el cisma). La confrontación se  produjo irremediablemente.

 

Hoy, cuesta calibrar la profundidad de las pasiones que despertó aquella decisión estética. Pero hay una manera de hacerlo: con el documental Don´t Look Back, con el que D. A. Pennebaker recupera las filmaciones de Dylan en dicho festival de1965, donde aquello sucedió.

 

(Justo a mediados de la década de los sesenta Albert Grossman, representante de Bob Dylan, contactó con Pennebaker por primera vez para que hiciera un documental sobre el músico aprovechando la gira de presentación del disco Bringing It All Back Home. En la labor de Pennebaker ayudó al buen despliegue un reciente avance tecnológico: las cámaras que sincronizaban ya imagen y sonido. Eso le proporcionó la total libertad de movimientos que le permitió la fluidez narrativa y la intimidad con el espectador que se reflejan en la pantalla. De tal suerte el público se anota como testigo de primera línea en la electrificación del sonido de Dylan. Además, aparece la famosa secuencia en la que Bob muestra a la cámara carteles con la letra de Subterranean Homesick Blues, mientras al fondo Allen Ginsberg conversa con otra persona, esta idea original de Dylan le pareció genial al cineasta).

 

La relación de Dylan con el cine ha resultado ambivalente a lo largo de su carrera, desde filmaciones frustradas hasta obras de culto. Entre las primeras están la no realizada con el director John Schlesinger (Midnight Cowboy) en la que no entregó a tiempo la canción principal para el soundtrack de la misma (“Lay Lady Lay”, que a la postre formaría parte del álbum Nashville Skyline), encargo que terminó recayendo en la voz de Harry Nilson con la interpretación de “Everybody’s Talking”.

 

Asimismo, estuvo su participación casi testimonial en Pat Garrett and Billy The Kid de Sam Peckinpah, pero fue una actuación que quedó relegada al archivo de rarezas tras el tema escrito por él y que formó parte de la banda sonora: Knockin’ on heaven’s door.

 

Tampoco sería memorable su intervención en Hearts of Fire (Corazones de fuego) de Richard Marquand, en la que aparece en el papel de un veterano Rock Star o luego en Masked and Anonymous (de Larry Charles) donde volvía a repetir como músico protagónico.

 

Tendría mejores resultados como autor al obtener su primer Oscar por la pieza Things have changed de la banda sonora de Wonder boys (de Curtis Hanson) con la que Hollywood le haría un reconocimiento a su trayectoria como compositor a lo largo de casi medio siglo.

 

Por el lado soleado de la calle, entre las cintas de culto identificadas con Dylan, están las obras hechas con Martin Scorsese (The Last Waltz y No direction home), al igual que la experimental y sugestiva I’m Not There, de Todd Haynes.

 

El propio Dylan ensayaría la creación y dirección fílmica con Eat The Document, Renaldo y Clara y la que muy recientemente vería la luz: Rolling Thunder Revue, un road picture documental sobre tal gira, en la que el prestigiado autor Sam Shepard colaboró con Bob en su hechura.

 

Por otra parte, la lista de canciones de Dylan que ha formado parte de alguna película sería demasiado larga para señalarla aquí, solamente cabría decir al respecto que merecería un tomo completo en la historia del rock en la cinematografía.

 

VIDEO SUGERIDO: Bob Dylan (Like a Rolling Stone (Live@ Newport Festival 1965), dailymotion (toma-uno)

 

DON'T LOOK BACK (FOTO 3)

 

 

 

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BABEL XXI – 522

Por SERGIO MONSALVO C.

BXXI-522 (FOTO) 

BOB DYLAN: 80 / 4

DYLAN/GINSBERG

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/522-bob-dylan-80-4-dylan-ginsberg/

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BOB DYLAN 80 – 4

Por SERGIO MONSALVO C.

BOB DYLAN 4 (FOTO 1)

 DYLAN/GINSBERG

HERMANOS DE SANGRE

En el 2001 Bob Dylan cumplió sesenta años de edad (1941, Duluth, Minnesota). En el 2002 festejó 40 de su primera grabación (Bob Dylan, CBS, 1962). Hasta ese momento el listado de su obra abarcaba 52 discos oficiales, entre realizaciones de estudio, conciertos y recopilaciones. Todos muy celebrados y analizados de manera exhaustiva.

Sin embargo, había por ahí un par de producciones no consideradas dentro de su catálogo y que no obstante resultan importantes (no sólo por la música) para el ámbito cultural del último tercio del siglo XX. Se trata de las sesiones que llevó a cabo con el poeta beat Allen Ginsberg.

Ambos se conocieron a fines de 1963 en Nueva York. Fue la noche misma en que Dylan recibió el premio Tom Paine de parte del Comité de Emergencia por la Libertades Civiles. Bob había leído a Ginsberg durante su breve temporada universitaria en Minneapolis, entre 1959 y 1960. Y Ginsberg de seguro había escuchado las primeras grabaciones de Bob. Inmediatamente se creó entre ellos un vínculo muy especial de amistad.

En cuanto a lo cronológico estaban más cerca el uno del otro de lo que se pudiera pensar. Ginsberg, que nació en 1926, sólo le llevaba 15 años a Dylan. Además, en lo que se refiere a publicaciones empezó muy tarde. Howl, su primer libro, se publicó en 1956, apenas un lustro antes del álbum inicial del cantautor. Ginsberg, de cualquier manera, fue el evidente precursor de Dylan. No habría que subestimar en ello el efecto de Howl, libro que en los Estados Unidos proclamó la posibilidad de una poesía vital y contemporánea en lenguaje coloquial.

Sería difícil imaginar la existencia del clima cultural que envolvió a Dylan a principios de los sesenta sin el impulso que partió de Allen Ginsberg y de la generación beat en general. Éste, además, introdujo al joven poeta Dylan en la lectura de Rimbaud, Lorca, Apollinaire, Blake y Whitman, de manera profunda y sistemática.

Los encuentros y apoyos mutuos comenzaron de manera regular desde 1964 en sesiones fotográficas, en filmaciones (como la de Don’t Look Back del director D. A. Pennebacker); Ginsberg fue el intermediario para el encuentro de Dylan con los Beatles (que marcó cambios en la música de éstos); Dylan, a su vez, le regaló una grabadora portátil para que registrara sus observaciones y flujos de conciencia mientras recorría la Unión Americana –en combi– en compañía de Peter Orlovsky. Dichas grabaciones fueron la base para el libro The Fall of America. Ginsberg, asimismo, le dedicó una serie de poemas, como en Blue Gossip de 1972.

BOB DYLAN 4 (FOTO 2)

No obstante, el intercambio más importante y productivo se dio en noviembre de 1971, cuando Ginsberg realizó el intento más serio por transferir sus obras poéticas al medio de la canción. Él, que como poeta había inspirado a Dylan, como músico se convirtió por un tiempo en alumno de éste.

Tuvieron tres sesiones: dos en los estudios Record Plant y una durante la trasmisión del programa televisivo Freetime para la cadena PBS. En tales grabaciones participaron músicos, poetas y amigos. La gama abarcó desde los cantos budistas hasta la lectura musicalizada de poemas de William Blake.

La canción más contagiosa emergida de ahí fue el rock “Vomit Express”. No obstante, el tema más importante resultó ser “September in Jessore Street”, que contenía las observaciones de Ginsberg sobre unos refugiados hindús que trataban de llegar de Pakistán a Calcuta. El poema fue escrito para estas sesiones de manera especial.

A pesar de los esfuerzos, la grabación resultó en un caos total. Los músicos invitados no tocaron ni en el mismo ritmo ni en el mismo tono y nadie, mucho menos el propio Ginsberg, fue capaz de unirlo todo.

Casi dos décadas después Hal Willner, el productor de la caja antológica de álbumes de Ginsberg, Holy Soul Jelly Roll (Rhino Records, 1994), volvió a mezclar las cintas originales, las combinó con grabaciones posteriores y de esta forma creó una obra ejemplar y de alguna manera fantástica.

En su versión, Hal Willner eliminó todo de la sesión anterior, excepto la voz de Ginsberg y el piano y órgano de Dylan, mezclando estos elementos de nueva cuenta. Las figuras en el teclado, pensadas originalmente como complemento para instrumentaciones más complejas, quedaron solas como contrapunto al canto de Ginsberg. “Fue el momento culminante de la grabación —escribió éste— cuando Dylan hizo descender sus diez geniales dedos sobre el teclado. Fueron los puntos percusivos que subrayaron las distintas formulaciones”. A la distancia es posible que se trate de la mejor interpretación de Dylan en el piano que se haya grabado hasta la fecha.

En 1982 ambos volvieron a reunirse en los Rundown Studios de Santa Bárbara, California. Produjeron una animada versión del poema “Do the Meditation Rock”, así como dos tomas de “Airplane Blues”, en las que Dylan tocó los instrumentos de cuerda. A la postre Ginsberg se unió a la gira Rolling Thunder Review de Dylan y representó también el papel de “El Padre” en la cinta semiautobiográfica de éste, Renaldo y Clara. Participó también en algunas presentaciones del cantante en la cárcel de Trent, leyendo poemas, y escribió las liner notes del disco Desire.

En 1997 la muerte de Ginsberg selló una amistad de 34 años. Cuando le pidieron a Dylan un comentario al respecto, dijo lo siguiente: “En la vida sólo he conocido a dos personas sagradas para mí. Una de ellas fue Allen Ginsberg, mi amigo, mi hermano mayor”.

 

VIDEO SUGERIDO: Bob Dylan & Allen Ginsbrg – Vomit Express.mp4, YouTube (John Fitzimmons)

BOB DYLAN 4 (FOTO 3)

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