ON THE ROAD: FLICS AND STONES

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Ronnie Wood,Charlie Watts,Mick Jagger,Keith Richards,Ron Wood

 

Es de noche y llueve en París. Acabamos de salir del concierto que dieron los Rolling Stones en el Parque de los Príncipes. Delante de nosotros van Diego y Rossy abrazados bajo un paraguas. Vamos a ir a cenar al restaurante árabe donde nos gusta el cous cous que preparan. Es medianoche y tenemos que apurarnos si queremos todavía tomar el Metro, con sus diversos transbordos.

Logramos subir al último convoy de cada línea. Abundan los clochards y los junkies en cada una de las estaciones. Ahí pasan la noche. Algunos pelean por las botellas de vino; otros tiemblan en los rincones o se rascan desesperados. La muchedumbre que nos acompañaba desde la salida del estadio se ha diluido con la lluvia y ahora somos los únicos que emergemos a la superficie en la estación Abbesses.

A Diego se le ocurre ir a echarse un trago antes de cenar, así que nos dirijimos al bar Chateau Rouge que está en la Rue Picard. La realidad es que el hash se le terminó y quiere comprar una buena dotación con el conecte que conoce ahí. La calle por donde llegaríamos está acordonada. Pusieron una bomba en el bistro de media calle y al parecer hay heridos y muertos.

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La ultraderecha, la ultraizquierda o tal vez algunos inmigrantes descontentos pusieron el artefacto. Sirenas, luces rojas, bomberos y patrullas invaden el lugar. Todavía hay fuego y mucho humo. Como no podemos pasar tenemos que dar un rodeo. Cruzamos una plaza donde putas, proxenetas, pushers, travestis y otras especies se dan cita por las noches. Gritan. Ríen estruendosamente. Negocian. La lluvia ha cesado y los charcos reflejan las luces de los arbotantes y de los cerillos que se prenden. Hay jeringas y restos de papeles por doquier.

Por fin llegamos al Chateau Rouge. La calle está desierta y subimos por ella. El letrero en neón del bar ilumina leve el horizonte. La música, el olor a cigarro y el ruido de las voces aparecen de repente al entrar. Hay casa llena, pero podemos conseguir un apartado casi en la entrada. Nos quitamos las chamarras. Diego y yo vamos a la barra a pedir los tragos. Él se queda hablando con el barman mientras yo recojo los vasos y las copas.

Al regresar a la mesa descubro que hay dos tipos sentados haciéndoles la plática a Rossy y a Mara, que han tenido que correrse hacia la pared. Rossy me ve y me saluda ostensiblemente con la mano. Los tipos voltean, me ven, se paran del asiento y se van. Deposito los tragos y me acomodo junto a Mara. Rossy me dice en voz baja que son policías, judiciales, flics, y quieren que se vayan con ellos a otro lado, “a mostrarles París”.

Ambos tipos están sentados en el extremo opuesto de la barra donde Diego continúa hablando con el barman. Echan alguna cínica mirada hacia nosotros. En ese momento veo que Diego recibe un paquete de “chocolate”. Se lo guarda en la bolsa del pantalón y camina hacia el apartado.

Los policías no dejan de vernos. Diego se aposenta y toma con una mano la de Rossy y con la otra su cerveza. Cuando uno de los tres le va a decir lo que está sucediendo, de una puerta tras del bar sale un fulano y mete unas monedas a la rockola que enseguida suena una pieza de los Stones por encima del ruidoso murmullo: “Time Is on My Side”.

Al parecer también estuvo en el concierto, porque al escucharla hace los mismos movimientos que hizo Jagger con una sombrilla china al interpretarla. El tipo está ebrio o muy drogado. Sus gesticulaciones son lentas. Al ir hacia el baño pasa frente a nosotros. Sonríe y canta al unísono del disco. Diego le devuelve el canto pastoso y brinda con él.

El tipo se sostiene de la orilla de la mesa. Tiene puesta una camiseta negra, sucia. Bajo la manga izquierda le escurre un hilillo de sangre. Se acaba de inyectar. Repite el coro de la canción y se va. Nadie le presta atención en medio del cargado ambiente, pláticas fuertes y música. Me inclino hacia Diego para decirle que tenemos que irnos rápido, pero con el rabillo del ojo alcanzo a ver que los policías luego de un intercambio de palabras vienen hacia nosotros.

Las mujeres voltean a verse entre sí y luego a mí. Agarro firmemente mi vaso y espero. Los judiciales se recargan en las cabeceras del apartado y les hablan en francés a ellas como si Diego y yo no estuviéramos. “Dejen a estos idiotas y vengan con nosotros”. Parece más una orden que una invitación. Ahí sentado puedo ver cómo debajo de su chamarra y del brazo pende una pistola en su cartuchera.

En mi cerebro escucho la canción que ahora se repite de manera tan clara como las imágenes de los músicos en el escenario, rodeadas de la algarabía de aquel estadio. Alcanzo a ver a Charlie Watts, su serenidad y semisonrisa. Tres horas de una magnífica presentación.

Mientras Rossy y Mara repiten que no por tercera o cuarta vez, Diego las mira a ellas, a mí y a los policías todo desconcertado. Yo no me puedo mover. Tengo a uno de los tipos casi encima, con una mano sobre mi cabeza y a la vista la cacha de su arma. Cuando me armo del vaso y toda la decisión para levantarme con fuerza, la puerta del bar se abre. Un hombre se asoma y al ver a los judiciales les hace una seña de que vayan con él. Salen.

Tras un silencio que parece eternizarse me tomo el whisky de un solo trago y digo: “Vámonos”. La frescura de la calle se mezcla con el olor del humo de la explosión que aún no se mitiga. Diego y Rossy caminan otra vez delante de nosotros. Ella lo abraza de la cintura mientras él sostiene el paraguas. Llueve otra vez en París. “¿Te gustó el concierto?”, le pregunto a Mara.

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TABERNÁCULOS: MARQUEE CLUB

Por SERGIO MONSALVO C.

 

MARQUEE CLUB (FOTO 1)

EN BUSCA DEL TEMPLO PERDIDO

Dirigí mis pasos —como creyente del rock— hacia uno de esos santuarios que siempre están presentes en el recuerdo o la imaginación. Salí de Ámsterdam con rumbo a Londres.

En el aeropuerto de Schiphol, por cierto, me encontré con otro peregrinaje (éste más cotidiano, programado, tumultuoso y variopinto) con destino a Liverpool y la beatlemanía como estandarte. No. Yo tenía otra meta: el Marquee Club.

Este sitio de la capital inglesa es el más importante en la historia del rock europeo, aunque quizá lo sea también de la historia del género en pleno. Se podría discutir la supremacía frente a Sun Records, en Memphis, o el CBGB’s de Nueva York, por ejemplo, pero esa es otra cuestión. El caso es que el Marquee es un lugar sagrado, que ha sufrido los avatares del cambio de domicilio en diversas ocasiones, aunque sin mudar de ciudad.

Fue abierto el 19 de abril de 1958, en el número 65 de la Oxford Street y pronto cobró vida como escaparate para las escenas del jazz  y el r&b locales que habían crecido durante la segunda mitad de la década. Unos cuantos años después los Rolling Stones tocarían ahí por primera vez, en julio de 1962. La mitología y sus piedras fundamentales. Los seguirían los Yardbirds, cuyas actuaciones harían creer a muchos que tenían a Dios entre sus integrantes, y los Animals (como grupo regular).

Un par de años después el sitio se trasladó al que tal vez haya sido su más trascendente domicilio: en el número 90 de Wardour Street, en el barrio de Soho. Ahí las leyendas del rock británico en pleno se manifestaron con el nacimiento y esplendor artístico de personajes o grupos como la Jimi Hendrix Experience, David Bowie, T. Rex, Cream, Pink Floyd, The Who, Nice, Yes, Led Zeppelin, Jethro Tull, King Crimson y Genesis, entre otros.

En los setenta resultó el acabose con bandas como Queen, Clash, Ultravox, Police, Cure, Joy Division, Generation X, Siouxie and the Banshees, los Sex Pistols.

Al comienzo de los ochenta fue cuando asistí por primera vez al lugar y me tocó ver la actuación de los Pretenders originales, cuando varios de sus miembros aún estaban vivos y Chrissie Hynde exudaba energía, brillaba por su inteligencia lírica (periodística y musical) y era novia de Ray Davies. Impresionante.

Y más aún, porque el lugar no tenía más de cien metros cuadrados de longitud y parecía más un garage que otra cosa. Con un par de sillones desvencijados al fondo, una barra de pub (la pinta de la cerveza Guinness de barril costaba una libra y aromatizaba la atmósfera) y un escenario de madera cruda a dos metros de altura.

Mucho humo, rock y olores fuertes y la sensación de estar en el sitio correcto en el momento correcto. La experiencia del auténtico club. La comunicación directa con el artista que motivaba y recibía el feedback puro y carnal (nada que ver con la asepsia controlada de los Hard Rock, Bull Dog o Planet Hollywood del futuro).

A mediados de los ochenta el local fue demolido junto con el resto del edificio ante el pasmo y reclamo de varias generaciones de rockeros, que vieron en el hecho un atentado irremediable contra un bien cultural e histórico (nacional e internacional), al que se sustituyó por un restaurante (el Mezzo).

MARQUEE CLUB (FOTO 2)

El Marquee tuvo que emigrar hacia el 105 de Charing Cross para convertirse en punto de encuentro, pero ahora de la escena new wave y synth, con New Order, Depeche Mode, Simple Minds, Jam, U2, REM, Dire Straits…Hubo otra muda en la misma calle para luego ser clausurado por un par de años. En septiembre del 2002 fue reinaugurado en Islington por Dave Stewart de los Eurythmics, pero tuvo que cerrar de nuevo sus puertas.

No obstante, como el Ave Fénix, volvió a la vida y fue abierto en septiembre del 2004 en el número 1 de Leicester Square (encima de las oficinas de MTV). Con una capacidad para mil personas, entre músicos y equipos, de atención al público y auditorio: 550 en el primer piso y 320 en el área de balcón. Con olor a confort, a organización, a diseño consciente, a industria.

Entré al nuevo templo a mediados de noviembre. Me tocó la actuación de Ikara Colt, Pink Grease, Gin Palace, DJ Stuart Plimsoles, Rock and Roll Idiots, Tom y Paul Artrocker, así como la posibilidad de pasearme a través de la Jimi Hendrix Exhibition. La mayor colección de memorabilia sobre el personaje, oriundo de Seattle, que existe en el mundo: fotos, material raro, grabaciones oficiales y piratas, videos, posters de sus conciertos, prendas de vestir y demás parafernalia, incluyendo la famosa Stratocaster del zurdo.

Sin embargo, el inmueble tuvo problemas administrativos con el municipio de Westminster, que le revocó la licencia en el año 2008. Ahora, como los tiempos que corren, el Marquee es un pop up club, que vive a salto de mata en St Mrtins Lane, mientras el último administrador del nombre, Nathan Lowry, sigue peleando por los derechos de exclusividad.

De cualquier manera, en el momento en que vuelva a asentarse en él surgirán otra vez las leyendas, se crearán dogmas de fe musicales, se fortalecerá el mito de “la audición irrepetible”, la magia seductora de la interpretación elevada al rango de lo divino. Se desprenderá el gesto, el solo, la melodía, como otro milagro de cualquier concierto en vivo.

Al mismo tiempo, dentro y fuera de sus puertas, aparecerán los graffiti que den cuenta del hecho. Como allende los sesenta cuando en una pared se afirmó: “Clapton es Dios”. Por todo ello, una nueva encarnación aguarda por el Marquee a mediados de la tercera década del siglo XXI.

VIDEO SUGERIDO: The Story Of London’s Marquee Club, YouTube (Steve Graham)

MARQUEE CLUB (FOTO 3)

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RIZOMA: SOUVENIR DE TALLÍN

Por SERGIO MONSALVO C.

 

ILLUMENIUM (FOTO 1)

 

El verano pasado, entre vacaciones y trabajo, lo pasé en Estonia, en Tallín su capital y en algunas otras localidades portuarias del mismo país báltico (Haapsalu, Kärdla y Pärnu). En Tallín, durante una caminata por las calles peatonales del centro de la ciudad, plagada de turistas nórdicos principalmente, me detuve en la terraza de un restaurante para tomarme una cerveza Saku.

Mientras leía un poco de la historia del país en el que tendría que estar un par de meses, repasé la cantidad de invasiones y diversas culturas que han participado en su formación que se remonta al inicio del siglo XI a de C., desde grupos y pueblos prehistóricos, pasando por el nazismo, hasta su independencia de los soviéticos en la última década del siglo XX. Toda clase de religiones paganas y cristianas han permeado su cultura, lo mismo que el comunismo, todo lo cual es manifiesto en su arquitectura, pero no solamente.

ILLUMENIUM (FOTO 2)

Estaba en esas cuestiones, cuando un tipo joven, vestido de negro y con una camiseta de llamativa imagen impresa se paró junto a mí y me preguntó si quería comprar uno de los discos que vendía. “Mi grupo y yo estamos difundiendo la trascendencia espiritual de nuestra mitología con la música para iluminar al mundo”, me dijo. Podía ser interesante, así que lo invité a sentarse y a tomarse algo. Lo hizo. Le pidió al mesero un té de eucalipto.

Antes de que me soltara su discurso le dije que tenía que resolverme primero cuatro preguntas: ¿qué? ¿quiénes? ¿cuándo? y ¿cómo? y después hablar de lo que quisiera y, además, le pregunté si podía grabar lo que dijera. Me afirmó con la cabeza y empezamos.

“Somos un grupo de rock independiente –subrayó–. Nos llamamos Illumenium. Es un nombre que surgió de la conjunción de las palabras “Illuminati” y “Millenium”, una inspiración surgida en un momento secreto del universo. Somos los iluminadores del milenio, con un nuevo mensaje. Llevamos lo inexplicable a los no iniciados (esos que sufren la incertidumbre por lo desconocido –me dijo–). Nuestra música es una amalgama de diversas corrientes del rock: hard, metal, punk y post-grunge, unida a lo esotérico

“Al grupo lo formamos seis músicos, pero en realidad hay más integrantes en la Orden, los que producen, los que diseñan y los que enseñan las prácticas espirituales y filosóficas y los que descubren los poderes latentes en el ser humano: Kari Kärner en la voz, Andre Kaldas, en los gritos y gruñidos, Grigori Rõžuk en la guitarra, Kevin Presmann en la batería, Alo Puusepp en el bajo y Artjom Jevstafjev en los demás instrumentos –no aclaró cuáles–.

“La mayoría procedemos de una banda anterior, Defrage, que se fundó en Pärnu en el 2007. Tocábamos básicamente heavy metal. Grabamos un par de EP’s y otros tantos álbumes. Pero uno de nuestros integrantes murió, así, de repente. Pasamos un tiempo de desconcierto, hasta que supimos que practicaba las artes oscuras, por lo que acudimos a un chamán de nuestra ciudad para saber por qué había sucedido aquel fallecimiento.

“Él nos explicó el incidente (cosa que no te puedo decir –afirmó–), pero además con adivinación nos reveló nuestra misión y destino y entonces decidimos cambiar de nombre. Algunos se fueron –no creían ser capaces del cambio– y otros llegaron –para ayudar–. La concepción musical ya no sería la misma, aunque conserváramos parte del material anterior. Agregaríamos géneros y modos distintos. Así surgió Illumenium, en el 2014, en octubre, el mes mágico.

“Procedemos de una milenaria cultura que vivió en Pulli hace 11 mil años, en el momento en que todos los dioses vigentes se reunieron ahí para construir la ciudad más grandiosa y al mejor hombre. Sin embargo, habían dejado de convocar al creador del Mal, que se presentó con sus pájaros de fuego cuando todo aquello estaba en su esplendor. La única manera de evitar la destrucción fue cubrirlo todo con agua y así tal esplendor quedó sumergido en las profundidades del mar.

“Algunos escogidos fueron enviados a divulgar el conocimiento por toda la Tierra. Nuestro clan permaneció  cerca del sitio original en un lugar llamado Sinti y desde entonces nos hemos dedicado a hacerlo con la música a través de las épocas. En ésta –inicio de un nuevo ciclo cósmico— lo hacemos como Illumenium.

“Al principio te dije que somos un grupo independiente. Eso quiere decir que no tenemos patrocinadores, no tenemos contrato con ninguna compañía discográfica y todo el trabajo lo hacemos los miembros, desde la concepción de la música hasta la distribución de los discos que llevamos a cabo de esta manera, acercándonos a la gente y ofreciéndolos por lo que nos quieran dar por ellos. Así sufragamos la gira ininterrumpida en la que estamos inmersos desde el 2015 y con lo ganado por los conciertos que damos reunimos el dinero para la siguiente producción. Hemos publicado dos álbumes, Towards Endless 8 y Gehenna [aquí me anunció que el siguiente sería Underdogs, con otro sonido llamado Hop Hip y aparecería próximamente]. Esa es nuestra historia hasta ahora”.

Le compré los dos discos por el mismo precio que hubiera pagado en una tienda por ellos. No tenía ni idea de cómo sonaran, solo la vaguedad del heavy metal y algunas asociaciones semejantes, pero tenía curiosidad por escucharlos y mi romanticismo quiso colaborar con su espíritu pagano y alternativo, sus legados punk y con su imaginería, un aglomerado de leyendas, regadas con un discurso de vocabulario cuidado y selectivo, que evidenciaba lecturas y conocimientos varios. Ahora sé que en Estonia la historia del rock con lo oculto tiene una secta más, nada clandestina y que, al menos, no busca acabar con el mundo, sino hacer emerger el suyo.

VIDEO SUGERIDO: ILLUMENIUM – MY CHILDREN, YouTube (ILLUMENIUM MUSIC)

ILLUMENIUM (FOTO 3)

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ON THE ROAD: LA CALAVERA

Por SERGIO MONSALVO C.

 

LA CALAVERA (FOTO 1)

 

(CRÓNICA)

 

Noviembre del 2008

Querida amiga:

Hoy estuvo cayendo la primera nevada de la temporada. Los amarillos y rojos que pintaron los árboles de la ciudad en las últimas semanas se fueron tan ligeramente como llegaron y ahora son los foquitos, anunciando las fiestas de fin de año, los que ornamentan las calles.

Para estrenar unas botas nuevas para la nieve me fui caminando de mi casa al Rijksmuseum, y de paso ver la exhibición de la famosa calavera de platino de Demian Hirst (sí, es la que luce 8601 pequeños diamantes más uno grande en forma de pera, incrustados en un cráneo humano de un hombre del siglo XVIII, el cual fue utilizado como molde).

Toda una puesta en escena. En la calle alrededor del museo hay grandes colas todos los días desde que se inauguró. Afuera del mismo instalaron una enorme caseta de policía y en los jardines una sala (el Hirst Space) con acceso electrónico a toda la información relacionada con el controversial artista.

Mientras esperaba en la fila, fui pasando por una serie de expeditores que contenían trípticos con información en varios idiomas para los visitantes.

El acceso al museo ha sido restringido como nunca antes, y el tiempo que dura la visita personal es de algo así como 15 minutos. La gente entra en grupos de seis personas cada vez. Tienes que poner todo lo que traigas contigo (mochilas, bolsas de mano, teléfono, chamarra, saco, sombreros, gorra, etcétera) en unos contenedores con rayos X.

Luego pasar por el arco magnético para la revisión personal. Muy rigurosa, por cierto, cosa irregular el resto del tiempo. También tienes que dejar obligatoriamente las chamarras y bolsas en el guardarropa (cosa opcional en otras ocasiones).

Para llegar hasta el lugar donde se exhibe el objeto cruzas por las salas donde están colgadas las obras de los grandes maestros holandeses de la pintura: Rembrandt (la Calavera está muy cerca en distancia física a su Ronda nocturna, no así en la distancia estética), Frans Hals, Van Dyck, et al. Es el plus para tal visita y, sin lugar a dudas, lo mejor de ella y más provechoso.

Tras esa visión, caminas por  un pasillo vacío totalmente en blanco y con sólo una flechita neón que dice «Hirst» para indicarte el camino. Al salir del mismo te encuentras en la amplia sala donde hay pinturas del siglo XVII y otra larga cola de gente.

Ahí el acceso directo se corta para hacer pasar a sólo tres espectadores cada cinco minutos, en un goteo constante.

Mientras esperas vas dándole vuelta a la sala con la oportunidad de ver detalladamente los cuadros que la componen.

El público asistente es de lo más heterogéneo y multinacional (la calavera que dada su resonancia mediática se ha convertido en un insospechado imán turístico para todo el orbe, sólo estará en un par de ciudades de Europa, una de ellas Ámsterdam (la otra será en Florencia), lo cual ha atraído a mucha gente, incluyendo japoneses, indios y chinos a granel). Y las estadísticas lo reiterarán con enormes cuentas, al ser clausurada la exposición el 15 de diciembre.

LA CALAVERA (FOTO 2)

Eso sí, hay muchos jóvenes entre el público, yo diría que más de la mitad en esta oportunidad.

Finalmente llega mi turno y me enfrento a unas cortinas tras las cuales hay otro pasillo en forma de laberinto, pero esta vez totalmente en negro y las flechitas apenas visibles que te conducen a la sala 10 donde está la así llamada escultura «For the Love of God!» (¡Por el amor de Dios!).

Que fue la exclamación que externó la madre del escultor al ver tal obra, y que al autor le pareció como título adecuado. El objeto ha sido asunto de división entre los críticos de arte. Para unos es “sobrenatural en su belleza”; otros, por el contrario, se refieren a ella como una obra de mal gusto y “reflejo de la cultura contemporánea obsesionada por los famosos”.

Cuando llegas ante ella descubres en el centro de la densa oscuridad un cubo de cristal transparente iluminado desde arriba por una media docena de pequeños focos, pero de luz intensa. Y ahí dentro, está la calavera y sus miles de piedras preciosas que irradian la luz desde todos los ángulos (la obra está valuada en cien millones de dólares).

La gente mira y exclama con asombro. Rodea el cubo y sale literalmente apantallada. Tras ello llegas a la sala 11 donde el propio Hirst ha escogido una selección de obras del propio museo que «le fascinan», para que puedas comprobar su gusto artístico. En el exterior ha rodeado su clavera con pinturas del Siglo de Oro holandés, un puñado de bodegones y retratos que contraponen la vida y la muerte, como empatía con su cráneo.

De ahí pasas a la tienda del inmueble para ver toda la parafernalia que se ha desplegado en torno a la muestra de dicho objeto. La derrama económica para el museo es semejante a la que reciben los rockeros por la venta de camisetas en sus conciertos en los estadios.

Una vez que estás de vuelta en la calle te imaginas a Andy Warhol retorciéndose de envidia en la tumba ante este despliegue mediático mundial sobre una obra que es más un objeto de joyería que una obra de arte.

Desde que Marcel Duchamp irrumpió con su espíritu provocador y subversivo allá por principios del siglo XX, todas las artes y sus habitáculos han puesto a los objetos de la vida cotidiana y el cuerpo en las paredes de museos y galerías por doquier. Dicho francés extendió su impacto hacia todo universo conceptual.

Pero si aquél fue un triturador de convenciones, moldes y conceptos sobre el arte, alterando de manera radical lo que hasta entonces se conocía como arte, en los tiempos que devinieron de aquello, al coche del arte se subieron no sólo los artistas sino los oportunistas, los vivales, los suplantadores y farsantes que vieron en el campo abierto la posibilidad de colar sus naderías o sus excesos y obtener de ello ganancias a discreción.

La Calavera de Hirst es una «ocurrencia» más de un tipo listo (polémico, eficaz economista y gran promotor de sí mismo, que se ha adecuado a la perfección a la controversia desde su irrupción primera en el panorama mundial con sus animales sumergidos en formol, y que se han vendido por sumas millonarias) que obliga a repensar lo que significa el arte hoy en día, de nueva cuenta.

Saludos y un abrazo

Seguimos en contacto

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ON THE ROAD: SOBRE EL PUENTE

Por SERGIO MONSALVO C.

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(ELECTROSHOCK)

 

Al comenzar mi caminata por el antiguo, histórico y hermoso Puente de Carlos, reconstruyo en mi imaginación aquel mismo momento veraniego en la Praga de 1787 y veo al preocupado Wolfgang Amadeus Mozart iniciando este paseo, junto a varios de sus anfitriones, sus amigos los Duschek, con quienes se aloja en la Villa Bertramka, allá, al sur de Malá Strana, en el barrio Smíchov. Es uno de los instantes más felices de su vida (según recordaría él mismo en alguna de sus cartas), a pesar de las cosas que lo inquietan y la negrura ante un futuro incierto.

Por un lado, el triunfo en esta misma ciudad de su ópera Las Bodas de Fígaro; el siguiente encargo de la burguesía praguense (más abierta a sus innovaciones musicales) para escribir Don Giovanni, lapso en el que se encuentra. Pero también, el pesar por la cercana muerte de su padre, Leopold; los problemas con la censura vienesa por su reciente obra, que trata los conflictos entre las clases sociales y las consecuentes sospechas del Emperador austriaco Francisco José II, del que depende su tranquilidad económica; así como su entrada a la masonería y lo que ello conlleva.

Sobre eso va pensando y charlando, mientras observa, igualmente, las reparaciones que le han hecho al puente, tras los estropicios que le causaran las recientes inundaciones. Se lamenta del hecho porque gusta de pasear sobre este extraordinario puente y porque quiere bien a los praguenses que han sido benévolos con él y aman su música. Es una ciudad que lo ha comprendido y apoyado, a diferencia de Viena. En unos días escribirá: “Meine Prager verstehen mich” (Mis praguenses me comprenden), un dicho que se haría famoso y popular por toda esta región Bohemia.

Mozart volvió a triunfar ahí (y para la eternidad) con la ópera Don Giovanni. Se iría a Viena donde el emperador lo tendría a su merced por un salario regular. No volvería a Praga, ni a caminar por el puente de Carlos. Sin embargo, su presencia permanecería por los siguientes siglos, y los jóvenes surgidos de ahí aprehenderían, generación tras generación, aquél dicho y sabrían lo que significa. Y continuarían evocando el eco de sus obras, como sucede ahora mismo, donde un sexteto de adolescentes lo interpreta para los paseantes sobre el puente.

Éstos nos extasiamos tanto por lo que escuchamos como por el decorado que tienen detrás, el que provocan el inmutable río Moldava, sus aguas aceitunadas y ambas orillas de la ciudad con sus impresionistas y limpios tonos pastel en las añejas fachadas de sus casas y edificios que causan un ensueño inmediato. Es un escenario en el que se adentra uno luego de tomar aire frente a las torres del lado de Malá Strana (Ciudad pequeña), sabiendo que al atravesarlas se sumergirá en otra dimensión, en el Medioevo de las leyendas guerreras, pero igual en las del misticismo y la magia.

Sí, la magia, porque del elemento madera con el que estuvo construido al principio de la era medieval, y del que dio cuenta un primer cronista llamado Abraham ben Jakob, paso al de la piedra cuando los astrólogos de la corte de Carlos IV determinaron que éste debía asistir y poner la piedra fundamental en el noveno día del séptimo mes de 1357, a las 5:31 horas, a fin de que el momento constituyera una correlación capicúa impar: 1-3-5-7-9-7-5-3-1. Cifra de dígitos impares ascendentes y descendentes, que se encuentra grabada en la torre de la Ciudad Vieja, al otro lado del mismo.

Ese misterio numerológico lo saben y callan los habitantes; lo conocen y esconden todos los mercaderes, filósofos y artistas que lo han cruzado a lo largo de los siglos, al igual que los que ahora se asientan entre sus quinientos y pico metros de longitud y casi diez de anchura. Los de hoy son hacedores de pinturas, retratos o caricaturas, artesanos de baratijas y músicos de diversos géneros bastante separados entre sí para no crear cacofonía. He tenido la suerte de que a esta hora no hay demasiados turistas y puedo transitar con comodidad y detenerme en cada recoveco y estatua barroca (hay 30).

Y así, entre tomar fotografías, leer las descripciones y solazarme con los pasos y la vista hacia ambos horizontes, llego a la mitad justa del puente donde emiten sus sonidos las jovencísimas integrantes de un grupo de cuerdas que interpretan un ecléctico repertorio. Escucho, rodeado de algunos otros oyentes, algunos pasajes mozartianos, pero también versiones vibrantes de piezas pop y de rock. Interpretadas ambas con la misma intensidad y entusiasmo en estilo barroco. Al finalizar una de ellas me acerco para comprar un par de CD’s de la serie a la que han nombrado Busking Tour.

 

VIDEO SUGERIDO: Charles Bridge – Prague – Czech Republic (1080p), YouTube (Giorgio Vigo HD)

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Una guapa violinista atiende a mi pedido (son 500 coronas, 250 por cada ejemplar). Le extiendo un billete de mil y aprovecho que se pone a rebuscar en un estuche para darme el cambio para preguntarle por la historia del grupo. Momento en que decide que van a hacer un break. Mientras las otras se sientan en el suelo y toman agua, tres de ellas, con los instrumentos en la mano, responden a mi improvisado cuestionario. El nombre del grupo es Electroshock (por lo que provoca en el escucha el encuentro de las músicas).

Son una comunidad artística formada por estudiantes del Conservatorio de Música de la ciudad, por lo que su integración cambia por la rotación cotidiana de sus miembros (son 12, entre hombres y mujeres). Están comprometidos con este proyecto y cada año sacan un disco con los temas que consideran más pulidos en una serie a la que ya he nombrado. Se presentan a concurso ante el municipio para conseguir que les designen este lugar ideal (por la exposición multitudinaria, la posible venta de sus discos  y las dádivas que recogen y reparten a partes iguales).

Sin embargo, lo más importante para el conglomerado es la misión cultural que representan: “Nos preparamos y ponemos lo mejor que tenemos ensayado, para tocar tanto la tradición musical centenaria y actual que tenemos en el aspecto académico, como la influencia contemporánea que recibimos de la cultura popular. Al concurso se presentan muchos grupos y la competencia es grande, por lo mismo elaboramos un repertorio flexible que demuestre nuestra capacidad en ambos espacios. Es parte de la herencia que identificamos como modernidad mozartiana y nuestro compromiso con el presente”.

Las tres hablan de todo ello y se atropellan unas a otras al tratar de definir las emanaciones que reciben de este lugar, emblemático para los praguenses. Una recurre a la historia, otra a la concepción estética y arquitectónica de los componentes del puente y la tercera al fluido místico que ahí converge, por parte de las aguas del río, por un lado, y por el vaivén de gente internacional que transcurre por sus piedras. “Todo eso nos recarga de energía y nos hace sentirnos responsables por el mantenimiento de esa vibración tan intensa de familiaridad humana”. Lo dicho: aquí poseen un alma musical.

Luego de agradecerles sus respuestas les pido algún correo electrónico al cual acudir para intercambiar información. La violinista principal me lo escribe en el antebrazo y me pregunta a su vez de dónde soy, mientras las otras dos se despiden de mí con los pulgares hacia arriba. Me quedo todavía a escuchar un par de piezas más (con la sorpresa respectiva por una de ellas y el guiño del ojo). Lo que me parece extraño y extraordinario a la vez, es que ninguna durante ese descanso (y aquí incluyo a las que estaban sentadas y bebiendo agua) se han puesto a mirar su teléfono o a chatear.

 

Eso es algo que he visto y me admira de los praguenses a los que he visto en diversas situaciones (Metro, restaurantes, autobuses, bares…), cuando están reunidos no huyen en grupo hacia las redes como lo he visto hacer en muchos otros lugares, sino que ¡platican! Sí, practican aún el arte de la conversación. Al observar ahora a estas muchachas lo compruebo. Las que están sentadas charlan entre sí, intensifican su conocimiento mutuo y saben en su interior lo que pueden esperar de las otras a la hora de formar equipo, de tocar en grupo. Saben lo que es la amistad y el compañerismo real, palpable, y la confianza en ello.

 

Primero fue a nado, con todos sus peligros. Luego vinieron los traslados mediante las embarcaciones rústicas, con todos sus peligros. Siguieron embarcaciones más grandes y seguras. A la postre, uno de los tantos reyezuelos mando poner un puente de madera colgante, endeble y lleno de peligros. A ello le siguió otro de madera mejor diseñado al que se denominó Puente de Judith, en honor a la esposa del rey Ladislao I, quien ordenó construirlo. Pero fue hasta el medioevo que la necesidad llevó a Carlos IV a buscar la solidez de la piedra sobre el río Moldava.

A éste, el puente más antiguo de Praga, le han sucedido infinidad de cosas: reiterada destrucción parcial por inundaciones, reconstrucciones largas y caras, empalizadas ejemplares de los conquistadores para disuadir a los rebeldes locales, encarnizadas batallas en defensa de su independencia, el nivel de suma importancia para el intercambio comercial entre Europa occidental y oriental, ornamentaciones diversas para hacerlo más seguro, bello, útil como vía de comunicación y elemento representativo del devenir urbano, hasta la conversión en símbolo importante de la ciudad.

Por él han transitado primero campesinos y soldados, carromatos y caballería militar, lugareños y comerciantes, las primeras carretas con visitantes extranjeros, En el último tercio del siglo XIX se dio el primer servicio regular de transporte público (carromato de largas dimensiones) que comenzó a funcionar sobre él. Tiempo después sería sustituido por un tranvía tirado por caballos. También fue entonces cuando el puente recibió su nombre actual de Puente de Carlos.

A principios del siglo XX, el tráfico a través de él aumentó en forma pronunciada. El tranvía tirado por caballos fue reemplazado por uno eléctrico que funcionaría hasta 1908, y por autobuses a partir de ese año. En 1978 se prohibió todo tipo de tránsito con excepción del pedestre. Actualmente durante las noches, el Puente de Carlos es testigo silencioso de los tiempos medievales. Pero durante el día, cambia por completo y se transforma en un sitio multitudinario y cosmopolita.

Reanudo, pues, mi paseo por el puente rumbo al casco antiguo, a la Ciudad Vieja, viendo acortar la distancia con la torre gótica más fabulosa del mundo, cuyo traspaso significará adelantar un par de siglos y encontrarme con más manifestaciones de la belleza urbana.

Porque de lo bello Praga posee infinitos apartados particulares, tantos como pasos se den por estos adoquines puenteros bajo la mirada santurrona de sus estatuas y elegantes farolas, junto a las que camino intentando repetir el nombre de aquellas jóvenes, pronunciado en un idioma especialmente hecho para perderse en el encanto de su extrañeza.

VIDEO SUGERIDO: Electroshock – Eurythmics – Sweet Dreams, YouTube (Electroshock)

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PLUS: LA PALABRA COMO TROFEO

Por SERGIO MONSALVO C.

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El sonido puede ser prodigioso, también un regalo abstracto, una dádiva. Su música se hace espacial y sensible en la interpretación de la voz humana como instrumento con el canto, igual que la palabra en el teatro, en una lectura de narrativa o poética, lo mismo que en un buen discurso o plática.

Escuchándolo se empieza a entender de verdad toda la tremenda comprensión que hay en el arte sonoro, la tensión física requerida y expresada por él de modo que infinitas cosas puedan caber en los pocos minutos de un track, de una pieza teatral, de un cuento o fragmento verbalizado o de una idea expresada con voz sabia, intensa y llena de color.

Todo ello ayudado por los cortos segundos de silencio entre sus pluralidades, desde la percusión más bronca hasta la frágil melodía, desde la complicación suprema a la pura sensación etérea de una maestría que se escucha y se disfruta. Al hacerlo no queda más que aplaudir lo oído espontáneamente y tratar de guardar algo de su esencia en la aún más quebradiza memoria, plagada de esas ilusiones.

Ejemplos tengo muchos, como cualquier persona. Pero hoy me gustaría contar uno que me sucedió hace unos años cuando fui a una charla impartida por Paul Auster, aquí, en Ámsterdam. Debo confesar que era uno de mis más caros autores, casi un ídolo, así que me afané para asistir a tal evento.

El clima estaba templado y había mucha gente en las mesas de las terrazas que daban a la calle. Llegué al número 52. Ahí se presentaba Auster esa noche. Encima del local se observa –todavía—una placa grabada con una mano sosteniendo una pluma. De hecho, esta casa que data de 1630 es conocida como La Casa de la Mano Escribiente, que alude a la actividad literaria de su propietario original.

El sitio –que con el tiempo volvió al rubro de casa habitación haciendo desaparecer la librería– mostraba en sus vitrinas toda la bibliografía del autor neoyorkino. Destacaba por una iluminación especial su Trilogía: Ciudad de Cristal, Fantasmas y La Habitación Cerrada. Textos de los años ochenta. “De cuando Nueva York era otra”, según el propio escritor. En mesas y paredes la obra de Auster totalmente traducida al holandés. De hecho, el evento aquél enfatizaba la presentación de Book of Illutions, la más reciente edición en ese sentido.

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Por fortuna no estábamos en época de lluvias y esa noche, seguro, no le sucedería a Auster lo mismo que en 1991, cuando estuvo en la ciudad por primera vez y cuya efeméride rememoró en el libro autobiográfico, Diario de Invierno, del cual cito el siguiente fragmento:

“Y ahí estás, hace 21 años, recorriendo las calles de Ámsterdam camino de un acto que han cancelado sin tu conocimiento, procurando cumplir diligentemente con el compromiso que has contraído, a la intemperie, en lo que después se denominó la tormenta del siglo”, escribió el autor.

“Un huracán de tan virulenta intensidad que, al cabo de una hora de tu desacertada y terca decisión de atreverte a poner el pie en la calle, en cada esquina de la ciudad habrá grandes árboles arrancados de raíz, chimeneas que caerán al suelo y coches que saldrán volando de su estacionamiento.

“Caminas de cara al viento, tratando de avanzar a lo largo de la acera, pero a pesar de tus esfuerzos no logras moverte. El viento arremete contra ti, y durante un minuto y medio te quedas inmovilizado”. No. En esa noche definitivamente eso no pasaría, me traté de tranquilizar.

La hora y media en la que Auster charló se fue como agua, como la lectura de sus libros. Terminó la plática, hubo aplausos atronadores y largas filas para obtener una firma en el libro preferido.

A mí, la mitomanía me ganó y le solicité, absurdamente, además de una firma que me obsequiara una palabra, la que se le ocurriera en ese momento: «Sonido», dijo fríamente luego de un segundo. Así que el tal vocablo está en mi anaquel de trofeos desde entonces y al cual regreso una y otra vez.

VIDEO SUGERIDO: “El Libro de las Ilusiones” Paul Auster, YouTube (CineArte y Cultura)

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ON THE ROAD: «POR LO TANTO, NO EXISTE»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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(CRÓNICA)

 

Estábamos en París, mi mujer, su hija adolescente y yo. Justo en medio de nuestra estancia vacacional. Mi mujer quería ir a visitar a unos familiares que no veía desde su infancia. La adolescente y yo nos negamos. Así que ella se fue y nos dejó para que nos la arregláramos solos hasta la hora de la cena. Teníamos muchas horas por delante.

“Quiero ir a una conferencia que me interesa”, le dije a la jovencita. “Yo quiero ir de compras”, replicó. “Houston, tenemos un problema”, espeté para tratar de aligerar el asunto. No se dio por enterada.

“Está bien –dije–. Yo entro a la dichosa plática, y tú, mientras tanto, vas a todas las tiendas que estén en las cercanías del lugar en donde voy a estar. Nos reuniremos cuando termine la conferencia. Eso te da tiempo para escoger tus cosas. ¿De acuerdo?”. Lo estuvo (obviamente lo hizo porque se vería libre y a sus anchas).

Nos encaminamos hacia el lugar donde se ubica la Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Sociales (EHSS, por sus siglas en francés) en el Boulevard Raspail. Un Quartier, el sexto, ideal para ir de compras. Convinimos en la hora del encuentro y nos separamos (primero hice que anotara todos los datos del edificio en el que yo iba a estar y la hora de volver a reunirnos ahí).

Entré, pues, a la citada disertación que versaría sobre “Creación, edición y lectura: presente y pasado”, que impartiría Roger Chartier, la cual resultó muy, muy interesante, acerca de la hechura de buenos lectores frente a y a través de Internet; la actual y pasada vida del libro, y sobre los nuevos riesgos en la cadena de difusión del mismo.

Entre las anotaciones que hice al respecto resaltan las evocaciones que hizo el historiógrafo acerca de la lectura, del acto de leer, y citó a Pavese para decir que con el verbo leer se trata siempre de aprender las palabras de un hombre, y que lo importante del acto de hacerlo está en el momento en que se encuentra uno solo frente a la página que tiene enfrente, como lo estaba también el que la escribió.

Esa poética (y citó esta vez a Italo Calvino) explica que lo que la literatura enseña no son métodos prácticos para vivir, sino una toma de posición al respecto. El resto es la vida la que debe enseñarlo.

A la salida, y contra todo pronóstico, nos reencontramos puntualmente la adolescente y yo, sin ningún problema. Aún faltaba tiempo para la cena, así que le propuse ir a Fnac –la cadena francesa que vende un sinfín de cosas—para buscar un libro que me encargó un colega, discos y un par de películas.

Para evitar cualquier pero, le ofrecí comprarle también algún disco (su madre me comentó que había hecho una larga lista de ellos). Le ayudé con las bolsas que llevaba y emprendimos la ruta hacia la sucursal más cercana (ella sin dejar de ver y teclear su teléfono). Todo estuvo bien, excepto que no encontré el libro buscado, por lo cual le solicité ayuda al encargado. Tuve que deletrearle varias veces el nombre del escritor para que lo buscara en la computadora. “No aparece en el sistema–dijo–. ¿Está seguro del nombre?”

Lo miré como se mira una boñiga de caballo y le pedí que llamara al supervisor. Tardó, pero vino. Le volví a hacer la petición. Me miró, miró al empleado y fue a la computadora. “No está en el sistema. ¿Está seguro del nombre?, dijo. Estuve a punto de decirle que era un estúpido, que sus padres seguro que también lo eran y toda su familia en algún grado superior de la estulticia. Pero me contuve y, a cambio, le deletree lenta, muy lentamente, el nombre del escritor y del libro: M-a-r-c-e-l P-r-o-u-s-t, es un autor francés, le aclaré y también la obra la escribió en francés: À la recherche du temps. (En busca del tiempo perdido). Así que es un compatriota suyo y, por lo demás, puede que él y el libro sean conocidos, expliqué.

Volvió a la pantalla. “No, no está en el sistema, Monsieur, y el sistema no se equivoca”, me espetó. Luego de un intercambio de palabras, la pena y furia que tenía la adolescente y mi rabia particular, salimos de aquel establecimiento de la cadena.

Me llevé mi coraje y a la adolescente a orillas del Sena, a los eternos puestos de libros de segunda mano (los sempiternos bouquinistes). Compré el mencionado título en sus varios volúmenes, en una edición en rústica muy bonita, e hice que el vendedor escribiera una dedicatoria firmada por Proust (una broma para mi amigo, que recibió todo ello con mucho gusto).

El caso es que tiempo después, me sucedió algo semejante en Nueva York, en otra librería de cadena y lo mismo en otra de Berlín y Londres. Y en todos lados la respuesta era más o menos la misma para ellos, aunque en diferentes idiomas: “No aparece en el sistema, por lo tanto, el libro no existe”.

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ON THE ROAD: EXPROPIACIÓN (DE LIBROS)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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(CRÓNICA)

Sentado, circunspecto, intentaba manifestar su descontento «por la penosa situación que reina en el país con respecto al precio de los libros; por la consciente transigencia de las autoridades gubernamentales en este sentido para con los editores y libreros. Dichas autoridades –subrayó enfático—hacen caso omiso de esta circunstancia y dejan hacer libremente a los buhoneros de la industria editorial, a los dueños de las librerías y a los intermediarios lo que se les pega la gana en cuanto al precio que imponen a los libros.

«Es obvio que resultaría idiota esperar su intervención favorablemente en este asunto –dijo y sacó un papel con anotaciones–. Uno como lector, como consumidor de esta necesaria mercancía, ya como diversión, como actividad vital o como incremento cultural, se plantea el asunto al estar dentro de la librería y escoge alguna de las siguientes opciones: 1) resignarse a la situación y pagar sin chistar el desmedido precio del ejemplar; 2) abandonar el objeto con desencanto o enojo y salir del establecimiento rumiando un visceral ‘Fuck Off’, o 3) ingresar o reincidir en la práctica de las expropiaciones en nombre de la cultura, llamadas vulgarmente atraco de libros.

«Si se decide realizar la tercera opción, que a final de cuentas es la más atractiva y justiciera, hay que saberlo hacer –apuntó, acomodándose los anteojos–.  En primer lugar, se debe estar convencido de que el fin justifica los medios; estar consciente de que tal acto está tipificado; recordar aquello de que ‘no da pena robar, sino que te atrapen’; saberse poseedor de la suficiente sangre fría para no ser traicionado por los nervios a la hora de la hora y, lo más importante, tener un estilo poco ortodoxo para llevar a cabo la acción.

“Reunidos tales requisitos y fríamente considerados en el momento indicado, si se opta por la expropiación, seguro se podrá anotar otra victoria contra los mercachifles.

«Pero en caso de que la práctica llegue a fallar, hay que saber salir bien librado de tan penosa circunstancia –señaló con el dedo a los escuchas–. Recordar las anécdotas de los amigos o conocidos en este sentido es una buena costumbre.

“Para comenzar, si se es atrapado el trato será como al más despreciable de los delincuentes, humillado, acusado de todas las desapariciones, amenazado y quizá hasta golpeado si uno no se pone listo o se pasa de cínico. Ante todo, hay que conservar la calma, la dignidad de quien ha sido capturado en dispareja lid al luchar por el acceso a la cultura, aunque sea de manera ilegal.

“Conocer el hecho de que en estos casos lo recurrente es que le pidan a uno pagar el precio del o los ejemplares al doble de lo que valen y, por si eso fuera poco, dejarlos ahí.

«Puede suceder también –afirmó ante el auditorio– que en plan vengativo, o sea joder de más, abusar pues, los captores llamen a la policía para sentir que han cumplido con el deber de entregar a un mal elemento social y ganarse así una palmada del dueño por ser un buen empleado.

“Si esto sucede, no olvidar que siempre se puede llegar a un acuerdo con los paladines de la justicia (“Ayúdenos a ayudarlo, joven”) a una o dos cuadras de distancia del lugar de los hechos. Se recomienda no hacerle al arrogante, al mártir, ni mostrar radicalismo alguno, por motivos de seguridad física.

«Quizá la solución a todos estos problemas –dijo el especialista recargándose en la silla–  sea la formación de un organismo filantrópico que proteja en dichas situaciones a los expropiadores en nombre de la cultura, y mantenga constantemente una campaña de apoyo y reivindicación a favor de los derechos humanos de los atracadores de libros.

“Si los funcionarios públicos, industriales y banqueros que son descubiertos en fraudes millonarios y otras transacciones criminales quedan libres y salen con la frente alta alegando falsedades, traiciones o trampas políticas de las que la historia los exonerará, para luego disfrutar del producto de su ratería en forma tranquila, aunque con la imagen un tanto empañada, ¿por qué no hacerle igual justicia a quienes sustraen libros en nombre de la cultura?»

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ON THE ROAD: VINTAGE VERANIEGO

Por SERGIO MONSALVO C.

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En un verano pasado, a mediados de julio, viajaba tranquilamente en auto de Berna a una ciudad al norte de Suiza llamada Gerlafingen. Por la autopista hubiera hecho alrededor de media hora, pero decidí irme por caminos vecinales dada la belleza del paisaje, el buen clima (24º C) y a que no tenía prisa por llegar: ya portaba los boletos para el festival de música al que me dirigía.

Así que aquel traslado de 30 minutos se convirtió en más de una hora. Durante mucho rato todo fue bucólico y de postal tópica: montañas, caminos zigzagueantes, cabañas, rebaños de vacas y borregos, un riachuelo fluyendo en paralelo a la carretera.

En fin, lo clásico en este triángulo geográfico en el que colindan Francia, Suiza y Alemania. De repente, el rompedor ¡BRROOOM! de un par de motociclistas procedentes de este último país. Lo supe porque mi compañera me señaló el escudo de sus chamarras que indicaban a que club pertenecían.

En el siguiente cruce de caminos apareció otro grupo (franceses) con sidecars y máquinas más antiguas. Y así, sucesivamente fuimos rebasados por motoristas solitarios o grupos de ellos. Motocicletas imponentes, ruido contundente y halo estremecedor.

Al llegar a nuestro destino se confirmaron nuestras sospechas, iban al mismo sitio que nosotros. Gerlafingen es una pequeña ciudad que pertenece a la comuna suiza del cantón de Soleura, con una población de cinco mil habitantes y cuyas cartas de presentación son sus muy buenos restaurantes italianos y el festival de música llamado “Rockabilly Stomp”.

El paisaje cambió radicalmente y de lo bucólico pasamos a lo urbano, pero en un viaje al pasado. De los estacionamientos designados para el evento salían decenas de personas de la más variada edad y con vestimentas de los años cincuenta: chamarras de cuero, pantalones de mezclilla, botas negras, cadenas, crinolinas, diademas y anteojos para el sol estilo gatuno. Saltaban de las motos o de autos arreglados y campers. Back to the Past!

Este es un festival temático al aire libre que se realiza anualmente. Cuenta con el aval del ayuntamiento (con condiciones estrictas y sin apelación, muy suizo). Se ha ganado la fama de bien organizado, seguro (el control de las pandillas de motoristas es asunto pactado desde el comienzo), una oferta culinaria variada y público internacional rodeado por el bosque contiguo.

En lo musical brinda una formulación que combina lo nostálgico con los sonidos refrescados. Es decir, en la cartelera pueden aparecer lo mismo los legendarios Comets (los acompañantes de Bill Haley que aún quedan vivos y en forma), que las nuevas propuestas del género procedentes de Japón, por ejemplo.

En esta ocasión, le tocó el turno a los exponentes franceses del rockabilly, desde veteranos hasta noveles. Una amplia variedad la suya que cuenta con una tradición de medio siglo. La rama gala de este género es un continuum en el tiempo que comenzó, como todo en Francia, con un escritor.

El rockabilly es igualmente francés tanto como los ragtimes de Eric Satie, el swing de Ray Ventura, la adaptación de «Night and Day» hecha por Damia, los «Children’s Corner» de Debussy o un filme de Truffaut obsesionado con Howard Hawks.

La trascendencia de la imagen inventada, ésa es la lección que dejó la promoción cultural de Boris Vian. El cual vio a los Estados Unidos con los ojos de Alfred Jarry, sin dificultades pasó de la polka y de la canción de Kurt Weil al rock and roll.

Vian fue un inquilino de la jukebox de cafetería adolescente que escribía literatura. Superó la zanja entre las Artes Serias y el consumo de masas. Una postura perfecta para cursar el siglo XX y abordar el nuevo siglo sin problemas. Él les enseñó a sus compatriotas a rebasar los complejos genéricos.

VIDEO SUGERIDO: Jake Calypso (bleeding!) – Rock’n’Roll Girl – South Side Rumble 2016, YouTube (Marco Mrclaitus)

Y así comenzó el rock and roll galo, ése de Henri Cording y Gabriel Dalair, de Juan Catalano, Claude Piron, Henry Salvador y Magali Noel. Era rock, histórico y circunstancial, que logró crear las primeras composiciones en francés, originales o adaptaciones.

Esto le ha sido reconocido y sus herederos adolescentes fueron inteligentes y pragmáticos. La moral primaria del rock and roll pasó conscientemente al rockabilly y realizó la selección entre ellos. En la superficie sobresalió el incandescente Johnny Hallyday.

Y así, el movimento del rockabilly que comenzó al final de la década de los cincuenta con primeras páginas y los medios a sus pies, llegó a su apogeo a mitad de los sesenta e hizo fade out al final de esa década, pero nunca se fue realmente. En el underground ha continuado su flujo interminable.

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Por ahí han pasado los nombres de Be Bop Creek, The Badmen, Les Bracos, Cattle Call, Don Cavalli o Earl & The High Tones y hasta Little Bob, quienes han cimentado las bases musicales y de actitud necesarias para mantener incólume dicho movimiento.

El rockabilly esencial es música folk (hillbilly, sobre todo) mezclada con el temprano rock and roll (y country) de Bill Haley (con la totalidad de porcentaje blanco sin gota de negritud). Es un estilo de guitarras acústicas veloces, con un ritmo nervioso, pocos tambores y con acento en el beat remarcado con un distintivo contrabajo tocado con la mano abierta.

(Los primeros momentos del rockabilly fundamentaron sus raíces en las tempranas grabaciones de la segunda década del siglo XX, de cuando el country bebía de la fuente del ríspido blues y luego en los siguientes años con la amalgama del western swing –la voz campirana unida al dobro –con influencia hawaiana– y al sonido de las grandes bandas–, el boogie y el iniciático rock & roll.)

A partir de la década de los ochenta, la guitarra acústica fue sustituida por la eléctrica (Gibson, principalmente), con los grupos de la segunda ola del género que surgieron en la Gran Bretaña. Estilo instrumental que se ha mantenido hasta la fecha.

Técnicamente, el sonido se caracteriza, además, por un generoso uso del eco, el cual implementaron los precursores de la producción de sellos independientes: Sam Phillips con Sun Records y Leonard Chess con Chess Records, quienes propiciaron lo acústico «hecho en casa».

El nuevo siglo, hacia el fin de su segunda década, aportó una prometedora nueva camada del rockabilly alimentada de todo aquello a su manera y con su propia estética; retro, vintage o revival.

Y es de nueva cuenta Europa la que envía un mensaje de novedad (así como lo hizo con la segunda ola: Stray Cats, The Jets, Matchbox, The Meteors, The Go-Katz, et al) con festivales anuales en distintos puntos cardinales de su geografía y decenas de grupos tocando en ellos o en bares o clubes del continente, de Portugal a Moscú, de Suecia a Italia.

En el caso que me ocupa se trató del festival de Gerlafingen que se llevó a cabo del 14 al 16 de julio, con énfasis en la aportación francesa. Para la ocasión aparecieron en escena veteranos como Pet & The Atomics o Jack  Calypso, con una auténtica lección de historia.

A su vez, los nuevos pidieron paso a gritos su lugar, entre ellos Easy Lazy “C” & His Silver Slippers, The Shuffle Kings, Rockin’ James Trio o Long Black Jackets. Energía, actitud y volumen. Envidiables ejemplos. Del rockabilly clásico, pasando por el doo-wop al psychobilly y el gothakbilly.

Pero no se quedan en ello también hay las mezclas con el swing, el jump, el rhythm & blues, el garage, el bluegrass y el blues eléctrico. Y la instrumentación también se ha vuelto incluyente (ukulele, banjo, percusión diversa, acordeón, armónica, las guitarras: steel y stratocaster, trombón, trompeta, piano y hasta xilófono).

En la experiencia hubo reunidos ahí, en un festival suizo, un puñado de grupos, empedernidos independientes, que hacen discos y ofrecen conciertos, algunos de ellos desde hace años. Grupos franceses que valen tanto como otros más conocidos, que han escogido un camino no forzosamente fácil ni comercial, pero sumamente disfrutable y fundamental: el rockabilly. Fantástico soundtrak veraniego.

VIDEO SUGERIDO: The Rockin’ James Trio – Be Bop Cat, YouTube (OldCreedence)

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