DOCE CONEXIONES: HOUND DOG TAYLOR (A TRIBUTE)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

EVOCACIONES Y RECONOCIMIENTOS

 

El “Tsunami” de la Ola Inglesa llegado a la tierra del Tío Sam durante la década de los sesenta, además de la nueva música llevó el descubrimiento y el conocimiento de su propia cantera: el blues. Los jóvenes estadounidenses conocieron por boca de los británicos que tenían raíces como el country blues y desarrollos posteriores como el blues de Chicago.

 

Algunos de ellos se dieron a la tarea de encontrar a los hacedores originales; de buscarlos en las profundas regiones sureñas; encontrarlos como aparceros, mecánicos o en tareas semejantes; convencerlos de tocar de nuevo, de grabar y de salir de gira. Ardua tarea cultural no muy reconocida y menos gratificada.

 

Sin embargo, eso propició el florecimiento de algo que parecía extinto o en vías de serlo. Los sesenta pusieron al blues en los escenarios masivos e intercontinentales. No obstante, el aprecio sólo era foráneo, de puertas para adentro no había mercado, ni investigación rigurosa, ni estudios abiertos para los bluesmen, información veraz ni puesta al día, cero publicaciones al respecto.

 

Pero los jóvenes interesados no cejaron en su tarea y fue hasta el comienzo de la siguiente década que esto comenzó a cambiar para bien. Aparecieron en la palestra dos fuerzas que serían fundamentales para revitalizar aquel florecimiento y para fijarlo para siempre en los anales de la historia de la música.

 

La primera de ellas fue la publicación de la revista especializada Living Blues a comienzos de 1970. Hecha en la sala de la casa de Bruce Iglauer en Chicago junto a un grupo de jóvenes blancos entusiastas, que había encontrado la inspiración en la revista Blues Unlimited editada en el Reino Unido.

 

Asimismo, durante la distribución del primer número que llevaban a cabo personalmente, Iglauer llegó al Florence’s Lounge (un club ubicado al sur de Chicago), donde escuchó a Hound Dog Taylor y se prometió darlo a conocer al público en general. En aquel momento Iglauer trabajaba de tiempo completo en Delmark Records y decidió grabar a Taylor  y a su grupo, The House Rockers.

 

El dueño de la compañía no quiso publicar el disco e Iglauer optó por hacerlo por cuenta propia. Invirtió una pequeña herencia que había recibido de 2 mil y pico de dólares para editarlo y fundar igualmente su propio sello discográfico (uno de esas pequeñas compañías que alguien forma en el comedor de su casa, guardando las cajas de discos bajo la cama).

 

Hound Dog Taylor and the HouseRockers fue el primer disco del bluesero y el álbum que inauguró el catálogo de Alligator Records.

 

Bruce Iglauer es el arquetipo del hombre apasionado del blues y al mismo tiempo del hombre hecho a sí mismo, al estilo de la Unión Americana. Creó aquella compañía en 1971 con el único fin de darse el placer de producir un solo álbum, el de su artista preferido del South Side (el ghetto negro) de Chicago. 

 

VIDEO SUGERIDO: Hound Dog Taylor “Wild About You Baby”, YouTube (schmorre)

 

En vista del éxito obtenido con la primera grabación, amplió sus ambiciones y reinvirtió las ganancias de cada disco en el siguiente. Trabajaba solo en un pequeño local y él mismo se encargaba de hacer la ronda por las estaciones de radio, las distribuidoras y los vendedores al menudeo entre Chicago y Nueva York. Así creció y se ganó una reputación. En pocos años se convirtió en la marca más importante del blues.

 

Actualmente su compañía (con cuatro décadas y media de existencia) vale millones de dólares y cuenta con un catálogo de más de un centenar de títulos que le da un valor histórico-cultural incalculable, pero su equipo básico no rebasa las quince personas. Sigue trabajando de acuerdo con un espíritu muy artesanal, consagrado no sólo a conservar la tradición del blues, sino sobre todo a asegurar su renovación y futuro.

 

El éxito de la disquera se debe al cuidado meticuloso puesto en la calidad sonora de sus producciones, así como en la confianza que Iglauer siempre ha tenido en las generaciones de jóvenes músicos que le han dado vigencia al género y su importante permanencia escénica.

 

Theodore Roosevelt “Hound Dog” Taylor, por su parte, fue un caso típico de reconocimiento tardío. Uno de esos músicos que llevaba toda la vida tocando y empezó a tener suerte pocos años antes de morir (en 1975, a la edad de 60 años). Había nacido el 12 de abril de 1915, en Natchez, Mississippi. Comenzó a tocar el piano, pero a los 20 años se decidió por la guitarra y se mudó a Chicago.

 

Taylor pasará a la historia porque el sello Alligator se fundó, en un principio, para editar sus discos. Dotado por la naturaleza con seis dedos en la mano izquierda, Taylor nació y creció, pues, en el Mississippi, codeándose con músicos como Sonny Boy Williamson o Elmore James (vecinos y contemporáneos suyos, por extraño que parezca). Elmore James tuvo una gran influencia en Taylor, de cuyo estilo se suele decir que es como darle otra vuelta de tuerca al sonido de James.

 

Hound Dog Taylor emigró a Chicago en 1942 y tocaba regularmente en el conocido mercado al aire libre de la Maxwell Street, por donde había pasado Muddy Waters y John Lee Hooker. Ahí se hizo conocido porque tocaba un rasposo boogie blues con una barata slide guitar a la que había electrificado.

 

 

Mientras sus coterráneos Williamson primero, y James diez años después, adquirían gran importancia, Taylor seguía en el circuito de los clubes de los barrios negros del South Side. No despegaba. Sin embargo, tampoco le iba mal. A partir de 1957 pudo dejar otros trabajos para vivir de la música.

 

Desde 1959 tuvo una banda estable que le duraría toda la vida (los House Rockers: Brewer Philips en la segunda guitarra y Ted Harvey en la batería). Tocaba en todos los clubes de la ciudad. Había grabado un par de singles para pequeños sellos locales. Incluso había hecho una gira por Europa. Pero en 1970 llegó a Chicago un tal Bruce Iglauer, que al ver tocarlo se entusiasmó tanto que inició una historia que aún no termina de contarse.

 

La cosa funcionó lo bastante bien como para editar más discos. Así, cuatro años después, Taylor ya había editado tres álbumes: el mencionado Hound Dog Taylor and The House RockersNatural Boogie y el disco en vivo Beware of the Dog! (la mitad del catálogo de Alligator en ese momento).

 

Desgraciadamente, el cáncer le impidió ver la publicación de éste último que salió como obra póstuma, y cómo, poco después, el sello florecía en un entorno general mucho más favorable al blues.

 

La maldita enfermedad le impidió saber que, de haber seguido con vida, sus grabaciones en Alligator hubieran hecho de él una gran estrella.

 

Actualmente es una estrella extinta a la que, sin embargo, las nuevas generaciones de blueseros (blancos, negros y demás colores) le han rendido homenajes una y otra vez a lo largo de los años. Entre ellas está Hound Dog Taylor:  Tribute, en el que luminarias blancas del blues como Elvin Bishop, George Thorogood o Cub Koda, le ofrendan su admiración y enriquecen su legado.

 

VIDEO SUGERIDO: Hound Dog Taylor – Freddie’s Blues, YouTube (Houdini116)

 

 

 

 

TIEMPO DEL RÁPSODA: SÓLO LAS NOCHES (XI)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

(POEMARIO)*

 

 

“TEMA DE OCASIÓN”

 

Circuló entre todos

como el tema de ocasión

cumpliendo con todo

lo que de ella se esperaba

Ciñó los pensamientos con caricias

se estremeció ardiente y viva

pero inquieta en los momentos abismales

Indolente

sin mañana

presa del todo

quedó cierta y definida

Un buen día

como muro sin señales

la acogió el olvido

 

 

EL PERDÓN

 

Al desmenuzarse las horas

la furia de mis manos

te detuvo en el camino

Raudos

mis dedos se confiaron a tu cuerpo

Quise decir algo sobre tus cabellos

o tus ojos

pero no pude

el deseo me tornó mudo

Sin embargo

la ligereza de tus senos

me perdonó el olvido

 

 

“LA ÚLTIMA OFRENDA”

 

Si hubiera violado tu silencio

en lugar de rumiar las posibilidades

de la noche

aún conservaría tus dedos

recorriendo mis cuerdas

Opté por el viscoso

e interminable eco

de tu virtud liquidada

Tú como última ofrenda callaste

antes de rodar al olvido

Me devolviste la noche

donde no pude perderte

 

 

*Textos extraídos del poemario Sólo las noches.

 

 

 

 

Sólo las noches

Sergio Monsalvo C.

Editorial Oasis

Colección “Los libros del fakir”

Núm. 63

México, 1984

 

 

 

Dibujo: Heraclio

 

 

 

LA AGENDA DE DIÓGENES: JEAN-MICHEL JARRÉ

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

LA CRONOLOGÍA DE LA VIDA

                                                                                                                   

El enésimo álbum conceptual del compositor y virtuoso tecladista francés Jean-Michel Jarré, cuyo tema en esta ocasión, como su título lo indica:  Chronologie (Dreyfus/Polydor, 1993), es una cronología de La Vida. Nada menos. Las ocho piezas no incluyen ni una palabra de texto. 

 

Más aún, ni siquiera tienen títulos. Por lo tanto, las composiciones instrumentales desarrolladas en el sintetizador, que como única identificación son encabezadas por cifras y que por cierto no se diferencian mucho de los discos anteriores de Jarré, exigen al escucha una enorme sensibilidad y un gran poder de imaginación.

 

Ya analizadas en forma más detenida, resulta que hubieran podido tratar de igual manera de la vida de una albóndiga. Para producir su música tecnocrática, Jarré recurre a técnicas ultramodernas.

 

Su colaboración con los grupos ingleses de dance Sunscreem y Praga Khan en los remixes del sencillo «Chronologie Part 4» demuestra, además, su atención a la evolución más reciente del pop (o lo que se toma por ello).  Desafortunadamente no se incluyen en el álbum estos remixes, con su testimonio de un deseo de renovación.  Chronologie se distingue sobre todo por su carácter predecible.

 

VIDEO: Jean-Michel Jarre – Chronology Pt. 4, YouTube (JeanMichelJarreVEVO)

 

 

 

ARTE-FACTO: EL ALBA MINIMAL (XI)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

PHILIP GLASS: UN REPASO

                                                                                                                   

Philip Glass no tuvo el apoyo del sistema como artista en los Estados Unidos. Tampoco se le pidió al compositor dar clases en alguna parte. A fines de los años sesenta, la comunidad académica rechazaba por completo lo que hacía él y otros colegas. Había poca oportunidad, por lo tanto, de trabajar de profesor.

 

Hoy, al estadounidense la palabra «minimalismo» ya no le parece representativa, y opina que este término ha perdido por completo su significado. La música que a fines de los sesenta empezó a hacer furor era obra de un gran grupo de compositores, no sólo por los tres o cuatro que suelen mencionarse con frecuencia. 

 

Únicamente en Nueva York eran como veinte. Y había muchos más, como Louis Andriessen en Holanda y Gavin Bryars en Londres. Por todos lados había gente trabajando, compositores y músicos que pretendían cambiar el lenguaje de la música moderna.

 

Brotó toda una generación en cuya opinión dicho lenguaje se había vuelto demasiado abstracto y los compositores sólo trabajaban ya para un pequeñísimo mundo de colegas y críticos. Querían replantear los principios básicos de la música –armonía, melodía y ritmo– y la relación con el público. 

 

La generalidad formaba sus propios grupos. Andriessen tenía al suyo en Ámsterdam. Terry Riley trabaja con varios grupos. Daban conciertos y se dirigían al público de una nueva manera. Buscaban el diálogo. Por supuesto los académicos decían que se prostituían, que sólo querían agradar al público. Nada más falso.

 

Había mucha diferencia. Componían música y al mismo tiempo causaban placer al público. «Ponerle a eso ‘minimalismo’ equivalía a ‘minimizar’ lo que estábamos haciendo» ha comentado Glass recientemente.

 

 

La hechura de un nuevo lenguaje no era la única intención de su ataque al orden establecido. Iba dirigido contra una situación decadente, en la que todo giraba en torno a un puñado de personas y donde los jóvenes compositores no podían trabajar si se negaban a conformarse a los lineamientos de los académicos, quienes lo controlaban todo:  el dinero, los conciertos, incluso las carreras de los noveles.  La generación de Glass dijo, finalmente:  «¡Basta!  Ya no queremos eso.»

 

Cuando salió la ‘Low’ Symphony de Glass en la compañía disquera propia de éste, Point, se establecieron las diferencias. Esta obra se basa en temas sacados del glorioso disco con el que David Bowie y Brian Eno dieron inicio, en 1977, a una colaboración que posteriormente produjo los álbumes Heroes y Lodger, las cuales también se convertirían en simfonías.

 

VIDEO: Glass: Low Symphony (from the music of David Bowie and…), YouTube (Brooklin Philharmonic Orchestra)

 

 

 

 

LIBROS: POLIZONES DE LA PIEDRA

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

(POEMARIO)*

 

 

“GLADIADOR SOLITARIO”

 

ESTAS PALABRAS ROJAS

fisuras en la pared

gritos breves y pavorosos

que recuerdan los gruñidos

de un perro pisoteado

El rojo no es el mismo

tras pasarlo por la piedra

Es la voz de un hecho consumado

en esta torre de babel

en la que todos se desentienden

de quien se enfrenta a las calles

con el aerosol entre las manos

Calles para morir en ellas

Sin nadie que se dé cuenta

 

 

*Texto extraído del poemario Polizones de la piedra, publicado por la UAM.

 

 

 

Polizones de la piedra

Sergio Monsalvo C.

Colección Libros del Laberinto

Número 13

Coordinación de Extensión Universitaria

Unidad Atzcapotzalco

Universidad Autónoma Metropolitana

México, 1989

 

 

MY BACK PAGES: AXIOM COLLECTION

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

AXIOM COLLECTION, Illuminations (Axiom/Island).-  El proyecto Axiom de Bill Laswell ha producido maravillas como Illuminations, una compilación armónica de músicas plenas de multiplicidades intensivas.

 

Peregrinaje de sensaciones conscientes a través de una sorprendente comunión de artistas con aportaciones de variadas regiones planetarias. Laswell se erige así en el lazo de unión de israelís, indios, marroquís, gambeses, ingleses y otras etnias emparentadas entre sí por su cosmovisión.

 

 

 

BIG MOUNTAIN, Unity (BMG/Ariola).- Debido a sus hilos conductores, incluida la religión y la protesta, el reggae se expandió por el mundo entero y se diluyó o espesó, según el intérprete que lo manipulara. 

 

Big Mountain fue un grupo de tercera mano en ese sentido.  Su disco Unity posee un encanto llamémosle ingenuo. Optimista a rajatabla, el grupo cantaba como una familia «natural» en busca de la unidad de la conciencia humana.

 

 

BON JOVI, Crossroad (Mercury).- A Bon Jovi –tras once años de carrera grupal– le llegó el virus del The Best of…  Ya se habían tardado. La justificación:  «Un disco de éxitos es resumir una era, cerrar un capítulo, el final de algo, el principio de otra cosa…» 

 

Así se legitima la materia más importante de la compilación: la nostalgia. Se exhuma de esta manera parte del patrimonio de estos músicos, esfuerzo que, según la compañía disquera y hasta los integrantes, debe recibirse con beneplácito.

 

VIDEO: Bon Jovi – Livin’ on A Prayer, YouTube (BonJoviVEVO)

 

 

 

BABEL XXI-759

Por SERGIO MONSALVO C.

 

DAVID BOWIE

1.OUTSIDE (II)

 

 

 

 

 

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

 

https://e-radio.edu.mx/Babel-XXI/759-David-Bowie-Outside-II

 

 

 

 

 

HISTORIA DE UNA CANCIÓN: EN UN CUARTO DE HOTEL

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

EL HOSPEDAJE EXTRAÑO

 

Tenderse a escuchar el track, una y otra vez, hasta encontrar la punta del hilo, la idea, el nervio, la explicación. Esa es mi meta de hoy. “Hotel California” es una canción clásica y galardonada –al igual que el disco homónimo del que procede–. La he oído desde que apareció originalmente, pero en la que nunca me detuve en realidad. Los Eagles, sus intérpretes, no están en mi canon personal, ni mucho menos. No deploro su ausencia en ningún ámbito. Siempre los sentí impostados.

 

Ponía el disco en el aparato de sonido y lo escuchaba completo sin mayor cosa, sin conmoverme en algún momento. Corroborando con ello la definición de Tom Waits con respecto a él: “Sólo sirve para evitar que el plato de la tornamesa no se llene de polvo”. Al menos esa función cumplió para mí en mucho tiempo. Hasta que la gente dejó de hablar de él, hasta que los Eagles desaparecieron del panorama.

 

Luego, un día, escuché una versión absolutamente disparatada, repetitiva en su orquestación; absurda por su traducción y literalidad: la de los Gipsy Kings (ese grupo francés que aprovechó la oportunidad, en medio de las trifulcas, envidias y falta de visión de los propios artistas españoles creadores de la rumba flamenca, para erigirse en representantes de tal género ante el mundo).

 

Por supuesto tuvo éxito. Todos esos productos tienen éxito (dada la desinformación generalizada) y eso lo hace todo más absurdo (su versión de «Hotel California» forma parte del soundtrack original de una enorme película: El gran Lebowski).

 

Bueno, el caso es que a través del absurdo entré de nuevo en contacto con la canción original del grupo californiano. Sólo que ahora, ante el pasmo de dicho cóver rumbero, el contacto fue más “real”.

 

Me propuse “sentirla” a base de oírla una y otra vez. Sin tener que trabajar en ella para escribir algún texto para la radio, una revista, periódico o sitio online. No. Sólo sería una escucha intensa y reiterada. Exclusivamente para mí. Dejé de hacer otra cosa y me concentré en ello, con los ojos cerrados.

 

Fue entonces que en cierto instante llegué al meollo. Es la descripción de un espíritu dañado. Deformado por el dolor de no saber su papel en el mundo, por la profunda duda. Otra de sus anomalías está en que la mayoría de la gente la califica como “bonita”, cuando en realidad es todo lo contrario o, más bien, posee la belleza de lo terrible.

 

Habla de la negrura de la vida. Del corazón de las tinieblas personales. Es angustiosa, a final de cuentas. Demasiado exceso o demasiada abstinencia. El conflicto entre ser algo o no ser nada. Es una descripción expresionista del espíritu en su ritmo y melodía, cuyo veneno dulzón corroe desde la primera nota.

 

Tras su larga, larga, escucha duermo y sueño con la pieza, con sus imágenes, su simbolismo. El mentado hotel está distorsionado, tanto que en lugar de parecerlo es más un larguísimo puente techado por nubarrones tormentosos, agoreros. Es un cuadro de Munch, me digo apesadumbrado. El puente se extiende desde el inicio del tiempo hasta los confines del universo ignoto.

 

 

En dicho hotel-puente hay alguien más, percibo su presencia: es alguien que llora. La atmósfera del lugar oprime y envuelve como si estuviera vivo. Percibo con toda claridad sus latidos y su olor. Yo soy una parte más de él. Así es la canción. ¿Qué soy? Me pregunto. Y no sólo la pienso, sino que me formulo la pregunta en voz alta. Pero sé que es una pregunta insoluble, inútil.

 

Estoy en el apéndice de mi existencia, en una de sus habitaciones, con numerosas circunstancias que no recuerdo haber consentido pero que se han convertido en atributos míos de manera involuntaria.

 

A mi lado duerme una mujer y en la mesa de noche hay un vaso en cuyo fondo quedan unos milímetros de whiskey y una hostil –aunque quizá sólo sea diferente— luz de neón (que anuncia el nombre del hotel), cargada de polvo. Afuera llueve (estoy inmerso en un cliché, me digo y me bebo el whiskey sobrante). Oigo unos sollozos apagados. Una voz sofocada, procedente de un lugar oscuro al otro lado de la pared.

 

El Hotel California existe en realidad, confirmo. Es un lugar anodino que contiene esa venenosa y contradictoria levedad sonora de la náusea existencial. Sus huéspedes se mueven por los pasillos como finas sombras, arrimados a la pared. Retienen el aliento o intentan el grito y se quedan en la densa mueca. En el silencio a veces llega el eco del elevador en funcionamiento o su mudez.

 

De cualquier forma es un lugar extraño. Evoca algo parecido al miedo o al asco cotidiano. Quizá al mismo cuadro de Munch. Con criaturas alteradas que avanzan en la dirección equivocada y no pueden retroceder. Bajo ese puente está anegada la vida. Nadie tiene la culpa de eso y tampoco nadie puede resolverlo. Y es que para empezar nunca se debió haber construido ese hotel-puente. El error siempre es uno: el primero. Y poco a poco todo va deformándose de manera perniciosa.

 

Abro los ojos. La escucha ha terminado. El inmueble creado por Don Felder, Glenn Frey y Don Henley me ha inscrito en su dilatado registro, en donde no hay primeros ni últimos huéspedes. Uno mismo tiene que hacerse la cama y no hay servicio al cuarto.

 

VIDEO SUGERIDO: Hotel California The Eagles 1976) (SACD Remaster Audio 1080p H…, YouTube (Momcilo Milovanovic)