Por SERGIO MONSALVO C.
THE ROLLING STONES
(MEJORES DISCOS-XII)

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.
https://e-radio.edu.mx/Babel-XXI/765-The-Rolling-Stones-Mejores-discos-XII

Por SERGIO MONSALVO C.
THE ROLLING STONES
(MEJORES DISCOS-XII)

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.
https://e-radio.edu.mx/Babel-XXI/765-The-Rolling-Stones-Mejores-discos-XII

Por SERGIO MONSALVO C.

¡YO SOY LA RUMBA!
Esta compilación, en la que la orquesta de Machito presenta doce tracks, se muestra de manera por demás prístina el aspecto crossover que caracterizó al percusionista, cantante y director por muchos años.
En la mayoría de las piezas aparecen solistas como la cantante Graciela, así como Flip Phillips (en la legendaria «Tanga» compuesta por Mario Bauzá), por mencionar algunos.
El resto del material incluye boleros, rumbas, mambos y piezas de latin jazz con algunos arreglos de Chico O’Farrill. Machito se mantuvo al frente de su orquesta por más de cuarenta años, desde que se mudó de Cuba –donde se crió– a Nueva York durante la década de los cuarenta, hasta su muerte en Londres en abril de 1984.

Apoyado en la composición y organización por su cuñado Mario Bauzá, la de Machito fue una agrupación sólida que permitió el flujo de diversos géneros musicales y la implantación de la rítmica afrocubana como elemento primordial en las orquestaciones.
Machito fue una influencia definitiva en la creación del jazz latino, así como un puntal en el despegue mundial del mambo (en el que puso énfasis en la sección de metales).
Inspiró las excursiones latinas de respetados jazzistas como Dizzy Gillespie, Charlie Parker y Stan Kenton, entre otros. Siempre abierto a diferentes tendencias estilísticas, se hizo de un público heterogéneo, el cual con este disco puede regodearse en la música de dicha leyenda.
VIDEO: Dizzy Gillespie & Machito – Exuberante, YouTube (Felix Offenbach)


Por SERGIO MONSALVO C.
FOTOGRAFÍAS

Evidence (57)

Por SERGIO MONSALVO C.

(POEMARIO)

in a silent way
supimos que vivía
porque excluyó los cánones
y arrancó con los dedos sus murmullos
quiso ser un pájaro/
batir las alas eléctricas/
bañarse en luz violeta/
en un cuento sin palabras
fue el suspenso y el climax
el ser y la nada
tañó campanas
en quedas notas
de alebrije aventurero
jugó a dejar abiertas sus cisternas/
con las posibilidades del silencio/
con la relatividad del tiempo/
con necesidad eterna
por descubrirlo todo
soñó tocando el sueño inusitado
*Texto incluido en el libro Miles Ahead, publicado por la Editorial Doble A.

Miles Ahead
Sergio Monsalvo C.
Editorial Doble A,
Colección “Poesía”
The Netherlands, 2005
Contenido
Black Satin
Miles
Man with a Horn
In a Silent Way
Selim Sivad
Miles/Panthalassa

Por SERGIO MONSALVO C.

(SERES QUE AMAN LA MUERTE)
La lujuria es uno de los placeres capitales. Por ella se atreve uno a vagar de noche. Midnight Rambler de andar vigilante y bragueta tab. La curiosidad del Gato de Parménides para el que no hay bardas, rejas o muros; para el que los códigos no existen, inescrupuloso y fascinado por la caza.
Por ella se atreve uno con las vampiras. A seguirlas hasta sus cuevas por el delirio prometido de sus traseros. Long Cool Woman in a Black Dress: palabras de ritmo desquiciante, el abracadabra fatal para que aparezca lo evocado, quizá dando vuelta a esa esquina. Lo demás se sucede rápido, sin secuelas de naturalismo.
Con su andar de cabra en aquelarre uno se lo facilita todo. Black is Black. Ropa, pestañas, labios, corazón. El encanto de la ausencia de color atrae. La cosa era seguirla por aquellas calles céntricas, oscuras, tras el guiño de una mirada que torna al mundo en otro: Paint it Black.
Yo no lo sabía, pero aquel cronista sí y me lo dijo: “Es el augur más afamado de esta urbe. Es el único que predice el tiempo exacto de la muerte. Él no sabe mentir, y no hay propina que alargue la existencia, ni súplicas que retrasen al reloj de los silencios. Oficia en un altísimo cuarto de azotea. No hay luz eléctrica en la pieza, sólo un quinqué de fulgor agónico, como si un puñado de mariposas de colores estuvieran a punto de expirar”.
Ahí, a ese lugar la seguí. Entre pasillos y escaleras mugrosas y malolientes. A mi memoria acudían las palabras del cronista: “El Maestro oficia de las diez de la noche a las cuatro de la mañana, cuando la oscuridad nace del guiñar de un dios tuerto que baña con su ojo inútil la madriguera de un bostezo. En su habitación no se descubren muebles, apenas se le puede mirar un trozo del rostro semialumbrado por la moribunda vasija de los destellos: se guarece en unos lentes de cristal ahumado que resaltan su intensa palidez; la nariz es un relieve escurriente en que se amontonan las verrugas, y en su boca hay una especie de tumor como para que las palabras salgan lastimadas”.
Para entonces la lujuria se había vuelto metafísica y la explicación en palabras una necesidad. “Aquí me reúno con mi banda –dijo la gata ante una puerta indefinible y cargada de presagios–. Somos fans de aquél que se limita a precisar sólo la fecha del adiós. Ni causas ni detalles. Hay que tocar siete veces en esta puerta y luego emitir un suave carraspeo para que brote nítida la frase de acceso. Hazlo”. Me apremió. A partir de ahí todo fue un torbellino de escatología cósmica abrazada a una sensualidad distinta, oculta, un murmullo casi.
Abierta la puerta, el tiempo se convirtió en otra cosa. Pasamos por una cortina lateral para no dirigirnos al cuarto principal. Sentados en el suelo, frente a signos pintados en él, se encontraban varios jóvenes alrededor de los veinte años. Allá, en una esquina, el aparato de sonido con sus foquitos resplandecientes a un volumen regular y una pila de discos compactos.
Mientras ella hablaba al oído de uno de aquellos tipos, me acerqué a ver de qué música se trataba: Fields of the Nephilim, Lycia, Cure, Sisters of Mercy, Masochistic Religion, Diamanda Galás, Siouxie Sioux and The Banshees, Nick Cave, Christian Death, Dive…
“Oye, ve y calla”, me dijo ella al tiempo que hacía que me sentara. Tras otra cortina negra se alcanzaba a distinguir a las personas en el otro lado. El famoso quinqué a la izquierda del maese. Frente a él una figura desgarbada lloraba y daba gritos quedos, dolorosos. Salió de aquella habitación y luego de la vivienda tapándose los oídos. El Maestro, inmutable.
Recordé entonces el recado que ella me había enviado luego de que nos vimos por primera vez: “Los que estamos aquí hemos huido del reino de la luz. Solos, postrados, nos consumimos en la memoria oscura y difusa que ilumina nuestros negros pensamientos. Arde y relumbra en nuestro nublado pecho, como sobre una tumba tenebrosa donde se apagan las estrellas, como esos rayos débiles sobre los que se yergue la silueta citadina después que el sol se ha ocultado en nuestros desiertos cotidianos”.
En ese momento sonaron los siete toquidos. Las bajas notas del Nephilim se acentuaron. El invitado depositó unos billetes y monedas en el platón dispuesto a la entrada. La sesión comenzó. El solicitante se desnudó del tórax y se puso rígido y horizontal como un cadáver. El quinqué dibujó su sombra en la pared. El Maese –escucho dentro de mí al relator– escarba con una espátula la integridad del reflejo y lame los despojos de cal. Regresa al muro raspado y lo inunda con una guácara torrencial.
“Más tarde todo es hincarse y sudar, medir el asco y la humedad, como si los augurios se sazonaran en los revoltijos de la entraña. Recita a continuación muy quedo el arribo de la parca”. El cliente se retira entonces presa del desasosiego. En ese instante ha muerto en realidad. Ninguna luz lo volverá a iluminar.
Ella, mientras tanto, vampíricamente me toma de la mano y sé que aquel gesto es el reflejo de una lubricidad famélica.

Por SERGIO MONSALVO C.

Las artes y humanidades deben gran parte de su desarrollo a la trasmisión de los conocimientos de los maestros a sus discípulos. En 1977, se dio uno de estos momentos mágicos en la música. Corrían esos tiempos para el rock. En gran parte esto podía atribuirse al redescubrimiento del lenguaje bluesero por parte del público rockero.
Los patriarcas del blues de Chicago, como Muddy Waters, adquirían un renovado merecimiento como maestros del género, puesto que una generación de discípulos más jóvenes, como Johnny Winter, se habían forjado carreras respetables con dichas raíces por derecho propio, y ahora le devolvían algo de aquella herencia. Le produjo un disco a Muddy Waters para reactivar su carrera.
El concepto fue sencillo y nació durante las charlas nocturnas entre ambos. Winter sería el productor y juntos tratarían de organizar ese casamiento discográfico “entre leyendas del blues y estrellas más jóvenes del rock, empapadas en el blues”, como dijeron los medios por aquel entonces.
La propuesta era promover ejecuciones magistrales no constreñidas por la mentalidad de los «sencillos» ni por la tecnología relativamente simple que caracterizó las grabaciones señeras de Waters por el sello Chess en los años cincuenta.
No. La idea era como la hechura de un disco en vivo pero, en este caso, sería un álbum de estudio bien hecho, como mandaban los cánones del blues (crudo, tiempo breve y con todos los músicos tocando al unísono. Y tal vez la presencia de un Johnny serviría para vender unos cuantos discos más en el pujante mercado blanco para el blues.
Como un mago de las cuerdas, el albino John Dawson Winter III, nacido el 23 de febrero de 1944 en Beaumont, Texas, dio con el blues y el rock and roll en su juventud. Desde el momento en que en 1967 formó un trío con su hermano Edgar, para luego seguir como solista. Desde entonces sus discos se movieron principalmente entre un country blues casi puro y un ardiente blues-rock.
En 1971, Winter formó su grupo con Rick Derringer en la guitarra y dos ex McCoys, Randy Hobbs en el bajo y Randy Zehringer en la batería. Después de sacar los discos And y And Live, los problemas de Winter con sus adicciones lo obligaron a retirarse hasta 1973, cuando regresó a la escena. Desde mediados de los setenta se desvió hacia la dureza guitarrística apoyada por el hard, para luego producir un par de excelentes discos para su héroe Muddy Waters: Hard Again y Nothin’ But The Blues.
Winter fue un intérprete contemporáneo del blues texano, tenía un estilo personal y reconocible al instante: con su sensación de intensidad, urgencia, seriedad, sinceridad y convicción. Siempre dio la impresión de que era uno con su música y no simplemente el instrumentista que interpretaba una canción. Dependió menos de las letras tradicionales y fue poseedor un ritmo fuerte, poderoso y energético.

Por el otro lado, en los años treinta del siglo XX Muddy Waters comenzó a tocar en fiestas campiranas, muy influenciado por el sonido de Son House. Al principio de la década de los cuarenta emigró del Delta del Mississippi hacia Chicago y poco después se le pudo ver acompañando nada menos que a Sonny Boy Williamson. Lentamente fue haciéndose un hueco en una escena local muy competida.
En 1944, fue uno de los primeros músicos en pasar del instrumento acústico a la guitarra eléctrica. Seguía tocando blues tradicional del Delta del Mississippi (de hecho, nunca dejó de hacerlo), pero consiguió un sonido más compacto, potente y señero. Su nombre se convirtió entonces en sinónimo de evolución y en gran ejemplo musical.
Aparte de sus innegables, enormes y excepcionales cualidades como compositor, cantante y guitarrista, Waters se caracterizó además por su talento como líder de banda, cualidades que lo elevaron a la categoría de maestro y muy buen vendedor de discos, tanto de rhythm and blues como de blues, hasta la llegada del rock and roll que eclipsó su figura por un tiempo.
La de los sesenta fue una década en la que se dio el renacimiento, resurgimiento o redescubrimiento del blues, o como se quiera designar. Para la música y para su público fue una década de expansión y exploración, un fenómeno de múltiples dimensiones y direcciones. El álbum Fathers and Sons fue el epítome de ello.
Sin embargo, una década después los vaivenes comerciales lo habían dejado a la deriva, hacía presentaciones en vivo, pero ya no grababa, no tenía contrato discográfico. Fue en ese momento que Johnny Winter se acercó a él para hacerle la propuesta de producirle un álbum nuevo.
Hard Again resultó no solo uno de los mejores álbumes de blues de todos los tiempos, y es igualmente uno de los mejores álbumes de todos los tiempos. En él colaboraron los miembros regulares de la banda de Waters y unos músicos allegados en algún momento al veterano bluesman: el guitarrista Bob Margolin, el pianista Pinetop Perkins, el baterista Willie Smith, el armoniquista James Cotton y el bajista Charles Calmese.
La música de Waters que produjo Winter fue todo fuego, lo que uno busca escuchar en una conexión semejante. Ambos músicos dejaron el alma en cada canción, y desde luego, como en los discos de cada uno de ellos, no dieron un tema por bueno si no transmitía un entusiasmo puro y vibrante.
En los álbumes de su buena época cuesta encontrar un instante en el que Winter no sonara como un jovencito que acaba de descubrir que puede tocar y cantar. Una de las primeras cosas que sorprenden de Hard Again es la capacidad de Johnny para embarcarse en largos solos que nunca descendían de intensidad, al igual que los gritos de impulso hacia su admirado maestro.
El álbum se erigió como si fuera una factoría de blues, como aquellas donde los grandes maestros de la pintura trabajaban al unísono con sus discípulos, o, metafóricamente, como una de esas gigantescas llamas que permanecen encendidas día y noche en lo alto de las montañas mitológicas. Algo muy ilustrativo, muy de la tierra donde se dan los momentos mágicos y los encuentros entre gigantes.
Hard Again ganó premios tras su publicación y sin lugar a dudas su mejor pieza se convirtió en la síntesis de una legendaria historia musical: «The Blues Had a Baby and They Named It Rock and Roll» (“El blues tuvo un bebé y ellos lo nombraron Rock and Roll”.
VIDEO: Muddy Waters: The Blues Had A Baby (And They Named Rock and Roll), YouTube (mercydee)


Por SERGIO MONSALVO C.

(POEMARIO)*
“RECONOCIMIENTO”
Ahí
donde se sospechó amor
todo fue desmayo
constante error
en cenizas sin fuego
Entre aburridas sombras
los versos mismos enfermaron
La eutanasia decidió tu destino
miserable fantasma
levantado
de mis propias mentiras
“ÁMBAR”
Es ámbar el gesto
de esa risa que finge castigarme
Como siempre
es tu alma y no el cuerpo
la que miente
a mis desesperados intentos
de arrebatar la olorosa soledad de tu piel
Ese cuerpo liso que anida en mi tiempo
desplegando la noche con jadeante lentitud
Es ámbar el gesto de tu sonrisa
que pretende quebrar con murmullos
el mástil desesperado
en busca de un cielo invisible
Es tu alma la que miente
a los guiños cómplices del deseo
“EXHALACIÓN”
No quedó la noche
murió indigente
ni cuidados
ni sueños
Inclinó la frente
sin revuelo de sombras
Inmóvil
en tu ausencia
exhaló tímida
el beso
que ya no pudo alcanzarte
*Textos extraídos del poemario Sólo las noches.
Sólo las noches
Sergio Monsalvo C.
Editorial Oasis
Colección “Los libros del fakir”
Núm. 63
México, 1984

Dibujo: Heraclio

Por SERGIO MONSALVO C.
E-JAZZ
(BEAT DE LA DIVERSIDAD)

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.
https://e-radio.edu.mx/Babel-XXI/764-E-Jazz-Beat-de-la-diversidad

Por SERGIO MONSALVO C.

VIOLÍN ENERGÉTICO
Nigel Kennedy no sabe de miedos musicales. Toca las Cuatro estaciones de Vivaldi con el mismo virtuosismo que un movido jazz o un duro rock. Ha colaborado con diversos artistas en varios géneros: Kate Bush, Talk Talk, Chick Corea y la Orquesta Filarmónica de Londres. Es el primer violinista inglés que ha obtenido éxito tanto en la Gran Bretaña como fuera de ella. Es un artista que no acepta fronteras entre ninguna de las corrientes musicales.
Su presencia es una provocación cultural en sí misma: él es un aclamado violinista clásico al que muy bien se puede encontrar saliendo de una sesión de garage con un grupo neopsicodélico del underground británico. Su fuerte acento cockney y dicción algo defectuosa –propios de los bajos fondos londinenses– van perfectamente con su regular barba de tres días y el peinado punk vertical. Una chamarra gris, pantalones de mezclilla gastados y un paliacate de colores completan la imagen consuetudinaria.
Resulta imposible tratar de imaginar a este respetado músico con smoking negro en el escenario de la Royal Albert Hall de Londres o la Filarmónica de Berlín, simplemente no hay forma. De vista, parece haber pasado meses junto a las escaleras eléctricas de la estación del metro en Piccadilly Square, entreteniendo a los transeúntes con agradables piececitas musicales, a cambio de unas monedas.
Las apariencias engañan. Este violinista de casi 70 años, que aparenta diez menos y se porta como un enfant terrible de 16, figura entre los intérpretes ingleses de música clásica más aclamados del momento. Su renombrada grabación de las sempiternas Cuatro estaciones de Antonio Vivaldi (EMI, 1989), con la English Chamber Orchestra, incluso logró colocarse entre los primeros 50 lugares de la lista de hits pop en Inglaterra.
Además, editó un sencillo con el concierto para violín «Verano», tomado de la misma obra de Vivaldi, y como atracción especial agregó a este acetato la pieza «Summertime» de George Gershwin. «Ese hit como sencillo sí que fue excéntrico –afirmó luego en una entrevista–. Halagó mi ego escuchar la obra maestra de ‘Viv’ en los programas pop de la Radio One de Londres, metida entre Kylie Minogue y Jason Donovan. Eso sí que fue monstruoso».
«Monstruoso» es una de sus palabras favoritas. Expresa su emoción. También le parece «monstruoso», por ejemplo, su colaboración con Kate Bush en el álbum The Sensual World. «Kate es increíble y me encantó su disco. Nuestro trabajo conjunto fue muy intenso y nos interesamos intensamente en los proyectos mutuos».

Nigel no obstante tiene una amplia gama de sugerencias musicales. Le gusta sobremanera escuchar al grupo Adult Net, el cual se especializa en el pop con ingredientes góticos. Del grupo lo que más lo atrae es la sirena rubia Brix E. Smith, fundadora de Adult Net y que actualmente es su compañera. Ella antes perteneció, junto con Mark Smith, a The Fall.
Brix conoció a Nigel después de un concierto, cuando éste –siempre dispuesto a hacer alguna excentricidad– literalmente se bajó los pantalones. Quiso demostrar a sus admiradores que de veras usa truzas con el logo del club de futbol de su corazón, el Aston Villa. Obvio resulta decir que Kennedy es un apasionado fanático del futbol soccer.
No es su única afición. Por un tiempo también practicó el box, pero las eternas ampollas en sus delicados dedos no se adecuaban bien con las cuerdas del violín. A fin de cuentas, ésa es su mejor gracia.
Y con mucho. Es dueño de un valioso Stradivarious, conseguido por una mecenas rica, a la cual todos los años paga un porcentaje del precio para que dentro de 98 años sea completamente suyo. A Kennedy le gusta describir su actividad musical como «doing some damage», «causando unos cuantos perjuicios».
También le gusta causar unos cuantos perjuicios con su propio grupo, London Wasp Factory. Con esta «fábrica de avispas» grabó el álbum Let Loose. En él se clava alegremente en el jazz-rock y la fusión. Estima en mucho a gente como Jean-Luc Ponty o Sugarcane Harris, y siempre quiso grabar un disco con Chick Corea.
Una estrecha relación lo une también al veterano maestro del swing Stephane Grappelli. A los 14 años Nigel, hijo de un cellista, se subió atrevidamente al escenario en el que se presentaba Grappelli (conocido en el medio como «Old Steph») e hizo tan buen papel con el violín que el otro lo volvió a invitar varias veces a sus conciertos durante su estancia en Londres.
Kennedy no conoce las restricciones musicales. Su violín se da abasto con todo. Además de Kate Bush y Brix Smith, ha colaborado con Paul McCartney y Talk Talk. El pop y el rock, según opina Nigel, «ocupan la misma posición actualmente como antaño la música clásica».
El público conservador de la música clásica sin duda lo ve como un punk por su cabello y sus actitudes informales. Es seguro que ha provocado a muchas personas por todo ello (las reseñas sociales así lo comprueban), pero hasta ahora nadie se ha quejado una vez que lo escuchan tocar.
Al contrario: Bernard Haitink, un director de orquesta serio y ya de edad regaló a su joven colega una botella del más caro champán después de un concierto conjunto, como muestra de especial reconocimiento. La botella está expuesta con otras 50 o 60 en la cocina de Nigel, en una colección muy particular. Desde hace años colecciona este tipo de objetos como trofeos tras cada concierto exitoso.
Nigel Kennedy incuestionablemente ha venido a darle a la llamada música clásica o sinfónica el cambio de actitud adecuado para quitarle el corset a una expresión musical que, de no ser por el patrocinio de los gobiernos, ya hubiera muerto a causa de su propia anquilosada complacencia escénica.
Realizó, hace tiempo también, un proyecto que le sirvió para rendir tributo a uno de los músicos que más ha admirado en la vida: Jimi Hendrix. Para llevar a cabo la obra invitó a un grupo de cámara que incluyó violines, cellos, flautas, bajos, oboes y guitarras. El resultado: una música magnífica.
VIDEO: Nigel Kennedy – Purple Haze, YouTube (May JR)

