LOS EVANGELISTAS: JEFF BUCKLEY

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

A través de las épocas ha habido en la cultura del rock (en todas sus vertientes, recovecos y rincones) algunas historias que parten con el promisorio inicio de una caminata –al parecer larga— para luego detenerse luego del primer paso, dejando perdida para siempre el resto de su andanza, atónitos a todos los esperanzados y abierta la leyenda.

 

Esos momentos, dejan latentes infinidad de dudas y sólo la certeza de un encuentro fugaz con un émulo prometéico. Tales instantes ocupan un sitio quebradizo en dicha cultura musical dando lugar a lecturas superficiales, cuando en la realidad esas apariciones tenían un pozo profundo. Esos flashazos de intensidad, de genialidad se dejan ver y algunos no tardan tiempo en ser identificados.

 

Ciertas veces son un one hit wonder, otras un hito discográfico, o un fantasma del camino. Metafóricamente son como tardes imprecisas, pedazos de un collage fantástico o los restos de un paraíso no identificado. En fin, son espacios del instinto donde habita una intimidad (como la de Jeff Buckley, por ejemplo), con la que se llenan conexiones a contratiempo.

 

En eso se ha convertido el único álbum de tal cantautor, Grace (de 1994), en un paréntesis musical que cumple 35 años ya, y que ha tenido mucho qué ver con esa idea de ensalzar la vida, contrariarse con la muerte prematura de su compositor, contener una versión superlativa de una canción canónica (“Hallelujah” la  más aclamada de todos los tiempos, al conseguir hacer suya y competir incluso con la original del propio Leonard Cohen), y propiciar una pequeña revolución genérica con su publicación.

 

Ese disco, al que indudablemente se le pueden aplicar distintas acepciones al adjetivo de único, trae a colación aquella máxima musical de que un momento decisivo siempre está en transcurso. Es un work in progress artístico en movimiento cuya explicación se expande con el tiempo, con sus influencias e inspiraciones a través de los años.

 

Su importancia radica tanto en lo que es en concreto como en el número de interrogantes sobre cómo se ha escrito su historia. Y como en una de las buenas, todo parte de quien lo creó para poder definir su más entera presencia. La de Jeff Buckley es una que siempre puede explicarse de otra forma, según la nueva arista que se le descubra o en una diferente revisita.

 

El caso es no olvidar su nombre y lograr que en la memoria vaya adoptando un perfil más diáfano. El de un cantautor que puso en conexión a variadas generaciones de artistas que se les cruzó en el camino con un solo trabajo, con ese único y ejemplar paso y con una decena de piezas vitales que derraman su savia entre los surcos de una música sin mácula.

 

Buckley fue un cantante destacado por haber sido un intérprete virtuoso, por su potente paleta vocal de cuatro octavas y media. Y su disco, Grace, “como obra maestra de todos los tiempos, especialmente por su sensibilidad interpretativa única, siendo reconocido tanto por la crítica como por músicos adalides” como Bob Dylan, Tom Yorke (de Radiohead) o Matthew Bellamy (de Muse), por mencionar algunos.

 

Es decir, en él muchos encontraron la experiencia teórica más importante de su vida, con esas diez canciones que son lecciones duraderas para la sensibilidad. Con ellas el eco creció y se retroalimentó en las últimas tres décadas, hasta convertir el nombre de su compositor en una figura clave para la transición entre algunas genealogías de la historia musical contemporánea: el folk y el rock alternativo.

 

 

La exposición de su obra responde a una forma de tributo, a un catálogo de cabecera. Decisivo y cómplice. Y en ello radica también su proeza. Hacer extensiva su estética. Ciertos artistas en los que ha influido desde entonces, saben que cada icono como él tiene dos seres en sí: uno entero y otro roto, y que se debe conocer al primero, su obra, para poder llegar al segundo, su esencia.

 

Jeffrey Scott «Jeff» Buckley nació en Anaheim. California, el 17 de noviembre de 1966 y lo hizo como hijo de otro legendarios músico, Tim Buckley (1947–1975, versátil compositor de folk y jazz, soul y psicodelia muy destacado y muerto por sobredosis a la edad de 28 años). Es decir, nació con el estigma del padre desaparecido, pero también con el gen artístico.

 

Su infancia transcurrió en la vida itinerante de su madre y padrastro por varias urbes californianas antes de trasladarse a Los Ángeles para estudiar en el Musician’s Institute de la ciudad. Ahí aprendió los rudimentos de la música y formó parte de grupos variopintos, que le proporcionaron alguna experiencia escénica.

 

Cumplidos los veinte viajó a Nueva York para asentarse en dicha urbe, meca para los cantautores.  Su debut público lo hizo en la iglesia de St. Ann y lo dedicó a honrar la memoria de su padre. A la postre se afanó en tocar en principio cada lunes en el café Sin-é. Un diminuto y acogedor lugar bohemio del Village, en el que no había ni siquiera un escenario. Lo hacía mientras el público platicaba y bebía café. Algunos comensales le prestaban atención, otros no, la audiencia se podía contar con los dedos de las manos.

 

Sin embargo, aquellos que sí lo escuchaban lo hacían interesados. Y no sólo eso, sino que comenzaron a difundir oralmente su nombre acompañado de los mejores calificativos. De esta manera el conglomerado que formaba parte de tal escena empezó a crecer y a sentirse afortunado por presenciar el nacimiento de un talento singular al inicio de los años noventa.

 

Ante dicho clamor se presentaron algunos buscadores de la compañía Columbia Records, quienes lo instaron a grabar un EP durante sus actuaciones en dicho café. Ante el resultado decidieron que lo hiciera con un disco completo y con piezas de su autoría. De esta manera, acompañado de su amigo el guitarrista Gary Lucas y su banda Gods & Monsters.

 

Así apareció en 1994 el disco Grace. De inmediato adquirió notoriedad por su atmósfera de calidez, por el maleable registro vocal de Buckley y sus conmovedores falsetes, así como por su expresión emotiva, tanto como por su sensibilidad en las composiciones y particular y novedosa manera  interpretativa. Todo ello elevó al disco a la categoría de obra magna.

 

De “Mojo Pin” a “Dream Brother”, los diez temas se encuentran entre lo más selecto del subgénero indie y desde su aparición los músicos no han dejado de mencionarlo como una de sus grandes inspiraciones. Dylan, por ejemplo, le dedicó la pieza “Mississippi” de su álbum Love And Theft, en donde Bob maneja la idea de pasear con él un día antes de su muerte, por ahogamiento en el Wolf, una vertiente de dicho río. Bono, a su vez, dijo que  «Jeff Buckley era una gota pura en un océano de ruido».

 

El caso es que Buckley por todos esos motivos parecía señalado a erigirse en un referente generacional (decenas de músicos lo citan como influencia), no obstante, se truncó su destino con una  extraña muerte por ahogamiento en aquel río de Memphis, lugar al que había ido para la realización de un segundo álbum, que nunca se llevó a cabo.

 

Al anochecer del 29 de mayo de 1997 fue a dicho río junto con un miembro de su banda para tocar la guitarra y escuchar música. Para pasarla bien. Sin embargo, Jeff se metió al agua mientras entonaba una pieza del Led Zeppelin. Instantes después, su acompañante lo perdió de vista y hasta ahí. Su cadáver apareció días después y el forense no encontró rastros de alcohol ni de drogas. Con ello dejó abierta la posibilidad para la leyenda.

 

VIDEO: Jeff Buckley – So Real, YouTube (Jeff Buckley Music)

 

 

 

 

LOS EVANGELISTAS: ROBERT PLANT

Por SERGIO MONSALVO C.

 

RETRATO DE UN GRAN MAESTRO

 

La obra de Robert Plant (West Bromwich, Inglaterra, 1948) es fruto de una cosmovisión asentada en diferentes formas artísticas, estéticas y de pensamiento, donde el esoterismo y el erotismo, materias en las que ha estado inmerso desde los años sesenta, son elementos decisivos para él de aproximación hacia el conocimiento universal.

 

La trama de sus discos como solista (más de una docena de estudio hasta la fecha) se teje con una extraordinaria cantidad de hilos que, yuxtapuestos, dibujan la totalidad de su universo musical. De algunas de estas vías de creación da cuenta su álbum Carry Fire.

 

Este título que apareció a finales del año 2017, se convirtió en el álbum más escuchado por mí en el 2018, al margen de lo que iba surgiendo, e incluso frente a los mejores discos del curso. Lo oí cada semana (al menos una vez) durante los doce meses de este año. ¿Por qué? Porque me parece un muestrario ejemplar de su evolución como músico (un icono, por donde se le vea).

 

Este británico jamás se ha quedado atrapado en ninguna de las etiquetas que le han endilgado a lo largo de su carrera, y en las que cualquier otro con menos ambición se hubiera plantado para el resto de su vida. Fue pionero del heavy metal, en metalizar el blues, en electrificar la balada mística, en abandonar a una agrupación en la cima del éxito y seguir una carrera como solista.

 

«Mi vida ha adquirido otro ritmo –dijo en aquellos momentos–. Ya no trato de aferrarme al título ‘King of Cock Rock‘ que me dieron hace un millón de años, cuando eso aún funcionaba. La música alimentada por el hedonismo, por la ira, por la locura. Aún tengo algunos de esos problemas, pero ya sólo quedan unas dos personas que recuerdan aquello. Ya no significa nada. Y por eso me gusta lo que hago en la actualidad. Es una actividad completamente personal. Canto lo que quiero cantar”.

 

Pero no sólo llegó hasta ahí: inició el swing rock (lo popularizó y evitó a toda costa luego convertirse en crooner), lideró la ola retro del rockabilly y fue de los primeros en abrir el horizonte del world beat (con énfasis en las sonoridades del Medio Oriente) y en relacionarlo con el rock, el folk y la americana. En resumen, Robert Plant es un espíritu inquieto, artístico, talentoso y productivo.

 

Sobre los enigmas de la música versa su continuado discurso estético. Es una meditación que transcurre por una vía sensual y de tono oriental y sahariano en el que discurren los sutiles cantos, acompañados por la música de The Sensational Space Shifters, una inspirada y compacta banda para un proyecto igualmente sólido (es su segundo álbum conjunto).

 

Ellos son: Justin Adams, guitarra; Liam Tyson, guitarra; John Baggott, teclados; Billy Fuller, bajo y Dave Smith, batería. Todos acreditados en las composiciones que integran la obra, y a los que se agregan: Seth Lakeman, en la viola y fiddle, y Redi Hasa, en el cello.

 

Actúan en los límites de una frontera sonora en donde las imperfecciones no quedarían impunes y en cambio las aportaciones de genio enriquecen el resultado.

 

¿Y cuáles son sus aportaciones? Varias. Al proceder de mundos ajenos al rock traen con ellos otra imaginería y otras maneras de crear (tanto en estructuras como en ambientes). La lluvia de ideas del conglomerado va construyendo las piezas, embriagándose en lo musical y fomentando el clima adecuado para que Plant muestre la amplitud de su estilo vocal en plena madurez.

 

En su propuesta hipermoderna hay riesgo (sin ese elemento, ¿para qué ser pintor, escritor o músico?), se incrusta lo lejano en lo nuevo, el rock en la world music y todo se entreteje con el beat electrónico. Éste produce el ambiente y la seducción.

 

El ritmo que emerge de todo ello es el corazón del disco: aires de un paisaje místico, de aromas sugestivos que se deslizan como mantras a través de una voz aún dócil y maleable.

 

Dicho ritmo pone en trance reflexivo al escucha sobre las temáticas presentadas: el romance, la mortalidad, el esoterismo, la observación, el poder y el uso de los medios, la demencia de los poderosos que gobiernan y retuercen la realidad. Es decir, hay sustancia y poso en Carry Fire.

 

Que es como un cuadro que muestra el trabajo de orfebrería realizado al unísono, como en los de taller que gustaban de trabajar los pintores del barroco neerlandés, durante su Siglo de Oro, donde la calidad técnica era muy alta. La mayoría de aquellos personajes seguía el sistema medieval de formar aprendices con un maestro o varios. (“Cuando tengo una idea para una melodía, la elaboramos conjuntamente, como si fuera una pintura colectiva”, ha declarado el cantante al respecto).

 

 

Plant es un tipo culto en el que la sabiduría se ha instalado al entrar en esa edad en la que sólo cuenta lo importante. En su mirada hay preocupación por lo que ve y las señas de la experiencia. Es bueno que se haya hecho fotografiar así (por Mads Perch), para luego ser recreado en la portada al estilo de los Grandes Maestros (con el diseño de Richard Robinson). Un estilo en el que reverberan lo ecos de la sapiencia, esos que ensanchan los universos.

 

Ningunos otros artistas era capaces de jugar con la luz y la sombra como lo hacían esos Maestros –Rembrandt, Van Dyck, Frans Hals, Ferdinand Bol–, admirados sobre todo por cómo las usaban para atraer la atención sobre sucesos y figuras en sus cuadros. Se atrevieron a ser creativos, a ser diferentes. Su estilo les daba a aquéllos un aire dramático o casual y/o animado.

 

Sus amplias pinceladas hicieron que sus obras cobraran vida sobre el lienzo.  Estaban cargadas de vitalidad. Sabían cómo captar un momento en el tiempo, incluso iban por delante de él. Los cuadros carecían en su mayor parte de la idealización y el amor por el esplendor típicos del arte barroco europeo. La mayor parte de ellos refleja un detallado realismo –los ejemplos de personajes entrando en la vejez, son grandes y maravillosas muestras–.

 

Sus famosas pinceladas ágiles tenían la capacidad de mostrar a los modelos relajados, alegres o preocupados. Un tipo muy particular de cuadro era el que combinaba elementos del retrato, la historia y la escena de género intimista. Usualmente se trataba de una representación de medio cuerpo de una figura sola que muestra una expresión o estado de ánimo inusuales.

 

Además, entre otras de sus aportaciones estuvo el empleo de una luz dorada que creaba sensacionales efectos atmosféricos que reflejaban las relaciones del individuo con la sociedad y eran simbolizadas en el retrato.)

 

De las oscilaciones dinámicas y temporales que emana el disco Carry Fire, amplificadas y determinadas por las interacciones entre lo acústico y la tecnología, nace un sonido definitivo, en el que las referencias musicales tanto como el deseo amoroso despliegan una verdadera constelación con elementos diversos y distantes en apariencia, que tensan la flecha de un espacio atemporal fuera del propio ser que emite la voz, instalado en el presente, pero con la mano en la palanca visionaria.

 

Inspirado por las canciones, Plant cuenta las historias que son un fresco de erótica y mística en la frontera incierta entre el amor y de la muerte. Una lírica apasionada en el éxtasis indecible de la ubicuidad, con el punto exacto del movimiento, del beat, elevado con humildad y sabiduría hacia el infinito.

 

“Todo lo que pretendo es entretener con un poquito de intelecto. Mis observaciones no son profundas, son tan solo un catálogo de las locuras de la humanidad y la corrupción del poder. No hay nada nuevo en lo que digo, está por todas partes. Ahora mismo estamos preocupados, en cada esquina y en cada ciudad del mundo”, ha dicho el cantante.

 

El suyo es un proceso incontenible que sostiene la “danza” irreversible del vivir. Es la integradora duración extendida de piezas en las que se abre un camino que no necesita pasos, sólo el puro fluir del ahora, en esa su hora. Ahí es donde radica el gusto que puede despertar este álbum: en la forma de contar que tiene este gran maestro y músico británico, siempre instalado frente al misterio, como lo plasma su fiel retrato en la portada.

 

VIDEO: Robert Plant – Carry Fire (Live), YouTube (1983mobydick)

 

 

 

 

 

LOS EVANGELISTAS: THE SHAGGS

Por SERGIO MONSALVO C.

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FILOSOFÍA DEL MUNDO

Había una vez en New Hampshire, en el condado de Coos Country, en el noreste de la Unión Americana, un pueblito nombrado Fremont que tenía exactamente 50 casas, muchos sembradíos con sus respectivos tractores, algunas tiendas en su centro y edificios comerciales de varios tipos (desde donde se dirigía la economía del lugar basada en los granos, la ganadería, la avicultura y la cosecha de manzanas).

La mayoría de las viviendas eran granjas de riguroso color blanco, con anchos porches y ventanas altas y angostas, aunque las había también de otro estilo, con ventanas de color en los descansos de las escaleras y acero forjado por todas partes. Los viejos establos en el momento de esta narración servían de garage para los autos, y los terrenos eran lo suficientemente grandes para contenerlos, así como a las hortalizas y a los jardines llenos de flores.

En ese pueblito la sombra de sus árboles era larga, el pasto verde azuloso y el cielo de un glorioso azul; los manzanos (forjadores de la agricultura local) estaban siempre cargados; el maíz rebozaba en los carros de carga, las camionetas y camiones. Los caminos eran tranquilos y transitables. “Con la bendición de todas estas cosas, sería un tonto aquél que quisiera vivir en cualquier otra parte del mundo”, pensaba Austin Wiggin, aunque él nunca había visitado ninguna otra parte del mundo, ni siquiera la capital del estado o una pequeña ciudad cercana.

Sin embargo, eso cambió el día en que su amigo de la infancia, Tom Curtis, lo llamó por teléfono para invitarlo a ir a su rancho. Quería contratarlo para supervisar algunos negocios que rentaría en el Gulf Stream Park. Austin Wiggin tenía fama entre sus amistades y conocidos  de ser un buen y honrado trabajador (lo mismo entre sus compañeros de la fábrica textil donde laboraba).

El rancho de Curtis se ubicaba en la otra punta del territorio estadounidense, Miami, en un lugar llamado Hallandale. Así que Austin pidió permiso en su trabajo, le dijo a su esposa Annie que le preparara el equipaje, por primera vez en la vida, porque estaría fuera los últimos días de aquel diciembre de 1968. Se despidió de ella, de sus cuatro hijas e hijo, subió a su pick-up y partió hacia lo desconocido.

Volvió en Año Nuevo siendo otro. A su mujer ni la dejó dormir por tratar de contarle sobre las tantas cosas fantásticas que había vivido. Le platicó acerca de los negocios que Tom había montado en aquel parque (venta de comida, de ropa, de souvenirs, durante todo el tiempo que duró el extraordinario evento) y de la solvencia económica que ahora tendrían –eran una familia campesina, relativamente pobre–. Sin embargo, eso no era lo importante. Para él hubo algo más tras ese primer viaje fuera de su terruño. Creía firmemente haber recibido una señal divina y además de una forma insospechada: a través de un festival de música.

Austin nunca había estado con cien personas juntas a la vez antes de ir al rancho de Tom. Pero ahora podía presumir de haber no sólo estado sino compartido todo con más de cien mil de ellas (en el Miami Pop Festival). Durante tres días de aquel fin de año había departido con esa multitud en una comunidad efímera, pero a la vez eterna por lo que él llamaba “su filosofía acerca del mundo”. Estaba realmente exultante, maravillado y con la intención de hacer que su familia participara de aquella abrumadora visión. Ahora quería que sus hijas fueran rocanroleras. Y puso de inmediato manos a la obra.

Lo primero que hizo fue ir a visitar al Pastor de su localidad. En aquella pequeña iglesia protestante expuso lo que para él había significado conocer el rock and roll: el acercamiento, la convivencia, la utopía. “Vi cómo una música, que nunca había escuchado, hacía que todos se tomaran de las manos, se abrazaran, cantaran al unísono, compartieran la comida, la ropa, la vida. Todos querían lo mismo: la paz, el amor, el no a la guerra, la libertad del ser humano. Había espiritualidad e inocencia en aquel mundo. Y estuvo presente todo el tiempo mediante la música. Eso me habló de lo sagrado, de las cosas que gustan, quieren e inquietan a los niños, a los jóvenes. Mis hijas tienen que ser parte de eso, aunque no hayan estado ahí para verlo. Yo me encargaré de que lo comprendan”.

Al Pastor aquello le parecía extraño, más panteísta y pagano que cristiano, pero no le quedó más remedio que ofrecerle ayuda para ver hasta dónde llevaba dicha epifanía, pensó, tratando de convencerse.

Austin compró por correo los instrumentos musicales que consideró necesarios: dos guitarras eléctricas, sus amplificadores y una batería compuesta por dos tambores y un solo platillo. Sus hijas no sabían tocar, jamás habían escuchado el rock ni nada semejante y no tenían ni idea de cómo se hacía la música. “Sólo háganlo con el corazón”, les pidió. Helen, la mayor, tendría a su cargo la sección rítmica; Betty, la guitarra de acompañamiento y Dorothy, el requinto y la voz principal. La menor de las cuatro, Rachel, sólo aparecería fugazmente.

El pequeño instructivo que acompañaba a los aparatos fue la única guía musical que tuvieron. A la mamá, Annie, le correspondió crear el look para el grupo, al que Austin bautizó como The Shaggs (por ser un corte de pelo popular: fleco al frente y largo de atrás y a los lados, y porque era el sobrenombre cariñoso con el que se dirigía a ellas). Así que Annie compró en la tienda general tela y botones y se puso a trabajar en la máquina de coser. Nunca había visto a un rocanrolero, pero con las pláticas de su esposo se imaginó los colores y los atuendos.

Hizo dos camisas largas, verdes y con flores de distintos colores para quienes tocarían las guitarras. El complemento fue una falda tableada en pequeños cuadros en rojo y blanco, este mismo color para los zapatos bajos, con un tacón muy discreto. La baterista, según ella, debía distinguirse de las otras. De tal modo le confeccionó una blusa blanca con adornos en los puños, en la zona de los botones al frente y en los faldones. Esos adornos serían del mismo material con el que se harían los pantalones. Como Helen estaría sentada todo el tiempo no era conveniente que usara falda. Los zapatos, esos sí,  serían iguales a los de sus hermanas. Todas deberían verse semejantes.

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Austin, mientras tanto, con ayuda del Pastor, consiguió algunos lugares para que tocaran sus hijas, The Shaggs, los fines de semana. No cobrarían ni un centavo, pero les serviría para adquirir experiencia. Al viejo establo que había acondicionado como garage, lo adaptó para que ahí ensayaran, ¿pero ensayaran qué?

Como Dorothy era la que mejor iba en la escuela fue escogida como la compositora. Y en base a sus canciones harían la música. Y así lo hicieron. Ellas no podían contradecir a su padre, y tampoco tuvieron ni remotamente esa intención, gozaban de la aventura atípica.

Como al principio les costó mucho trabajo saber qué hacer, Austin les prendía la radio en una estación desacostumbrada, sin country ni bluegrass. Ahí escucharon por primera vez a los Herman’s Hermits, a Ricky Nelson y a los Monkees. Bajo esas grandes influencias les llegó la inspiración a aquel garage.

Sus canciones hablaron del mundo en el que vivían, del coche sport que un día pasó por ahí; de sus padres; de sus mascotas, sobre todo de su gato Foot Foot, del Halloween, de las cosas que deseaban. Los acordes también aparecieron a fuerza de repetir la misma nota, acompañada del elemental tamborileo de Helen.

Debutaron en la iglesia, ante los vecinos y causaron sensación. Austin entonces mandó imprimir unos carteles y programas para anunciar sus apariciones dominicales. Un mes después sintió que estaban listas para grabar un disco. En marzo llevó  en su camioneta a toda la familia a la ciudad de Revere, en Massachusets, donde estaba el estudio más cercano (Fleetwood Studios). Él fue el productor –oficio del que no sabía nada– y pagó el tiempo de estudio y del operador, al que le dio las instrucciones de cómo quería que se oyeran: sin adornos, retoques, trucos tecnológicos, ni nada por el estilo. Todo tal cual era.

Al finalizar y quedar satisfecho con el resultado mandó hacer mil ejemplares del disco al que tituló Philosophy of the World (Filosofía del mundo), que apareció a mediados de ese mismo año: 1969. Con su camioneta repartió los ejemplares en las estaciones de radio de los pueblos y ciudades a la redonda y se quedó con cien para familiares, amigos y para sus hijas.

Las Shaggs no hicieron otra grabación jamás, no se volvieron famosas, los musicalizadores de las estaciones de radio ni siquiera las programaron, pero el papá cumplió con el sueño de que sus hijas fueran rocanroleras. Porque creía que era la música la que las acercaría a lo divino y las haría estar en concordancia con el mundo.

La historia no registra si fueron buenos los resultados en estos sentidos (el contacto con lo divino y la armonía con el mundo). Lo que sí hace es señalar que Frank Zappa pudo conseguir por azares del destino un ejemplar de su LP, y que a partir de entonces las nombrara entre sus diez discos favoritos (el tercero, para ser más preciso); que los investigadores y estudiosos las señalaran como las creadoras del movimiento Outsider, generadoras del aboriginal rock y ejemplares del sonido de garage más primitivo y original. Rubros que alcanzaron, sin proponérselo, inocentemente, en conexión consigo mismas y con su visión del mundo. El papá fue a su vez un profeta pre-punk que terminó iluminando al rock and roll de alguna manera.

VIDEO SUGERIDO: Philosophy of the world – The Shaggs, YouTube (Hoglegvid)

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LOS EVANGELISTAS: SHA NA NA

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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LA INVENCIÓN DE LA NOSTALGIA

Los hechos lo indican: que el pasado no está muerto, ni siquiera es pasado, y nunca termina de pasar y además se mezcla, convive y compite con el presente en diversas manifestaciones. En realidad, nadie quiere que se vaya. Siempre es evocado en todos los ámbitos de la época, a veces de manera flagrante, otras de forma encubierta a través de la nostalgia.

La nostalgia –sentimiento inherente en la música de casi todos los géneros–, como droga dura, omnipresente y siempre contemporánea. Pero, al reflexionar al respecto, el lector, el escucha atento, se preguntará ¿cuándo comenzó en el rock este enganchamiento con ella precisamente? ¿Quién lo inició, cómo y por qué?

Para las primeras preguntas tengo una rápida respuesta: la nostalgia en el rock la inventó el grupo Sha Na Na y lo hizo hace más de medio siglo. El cómo y el por qué vendrán a continuación.

Cuando eso sucedió, el rock & roll ya tenía casi 20 años de existencia como tal. Había pasado por un nacimiento que había causado un shock cultural, industrial, interracial, intergeneracional. A ello había seguido la reafirmación de su presencia con sus pioneros, puntales, pautas y fundamentos estilísticos y temáticos.

A todo esto, siguió la respuesta del status quo con la persecución, alistamiento y encarcelamiento de algunos de ellos, incluso la muerte colaboró en la desaparición de otros. De la crisis brotó lo nuevo: la beatlemanía, la Ola Inglesa y el garage. La evolución llevó a la creación de subgéneros, corrientes y movimientos.

La poesía, la política, los enfrentamientos sociales y raciales tuvieron su apoyo musical e inspiración en el folk-rock, el country-rock, el blues-rock, la psicodelia, el hard y el heavy metal. Hubo el descubrimiento cultural de la India, de Alemania (el kraut-rock) de lo afrocaribeño y latino…Todo ello había sucedido o sucedía cuando Sha Na Na apareció en escena.

Fue en un momento clave: el fin de los años sesenta. Ante la nueva hornada de grupos y músicas primerizas que andaban en plena exploración, como toda una generación que abría puertas interiores y exteriores, el del Sha Na Na parecía un extravío en medio de aquello. Era una banda que no tenía el horizonte como impulso sino una actitud pendenciera desde lo inamovible.

Como la de aquel sedentario que un buen día al despertar siente que le han cambiado el panorama y, perdido, busca un asidero en lo único conocido. Así, este grupo lanzó sus amarras hacia el muelle de lo familiar y se abocó a no congeniar con el presente que se les revelaba y con el inútil afán por reconquistar lo que ya se había ido.

Sha Na Na surge, pues, para brindar tributo a su añoranza: los años cincuenta, la era pre-beatle. Fueron los primeros en hacerlo y en afincar su existencia en ello. Introdujeron la nostalgia en el rock, el concepto del oldie y el cliché de que todo tiempo pasado había sido mejor. Esta forma de pensamiento reaccionario generaría nichos desde entonces.

VIDEO SUGERIDO: Sha Na Na – Remember Then, YouTube (faerydancer)

Aparecería el famoso “aquí me planto” de muchos seguidores del rock que, a partir de su confusión con los tiempos y los ritmos, escogerían el momento, la década sonora, en la que quedarse a vivir para el resto de sus días, anteponiendo el “I Love” a su selección: los cincuenta, los sesenta, los setenta, los ochenta, los noventa…En fin, la opción por la nostalgia irrestricta.

El rock, como género, como cualquier forma de cultura viva, va desarrollándose porque el valor de los viejos modelos se desgasta y debe transitar hacia los nuevos. La dirección en que lo haga tiene también, a todas luces, motivos y efectos socioculturales y psicológicos.

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La evolución de esta música nunca termina y quien reniega de ella se desfasa y crea prejuicios. Así nació el Sha Na Na, la nostalgia en el género, la modalidad sucesiva de los tributos, el revival, el retro, lo vintage, lo neo… Y los hay, a partir de ahí, que se regodean en ello, en el mantenimiento de su fijación por un ideal incontaminado.

En la segunda mitad de los años cincuenta, en el Bronx neoyorkino había nacido un nuevo sonido. Sus raíces procedían del sur, de las canteras del góspel, pero sus intérpretes comenzaron a experimentar con el canto, añadiendo gradualmente armonías y estilos vocales fuera del ritual religioso, realizando combinaciones con músicas profanas.

Desterrada del interior de las iglesias esta fusión salió a la calle y se instaló en esquinas de los barrios pobres. Los grupos mezclaban el baile, las armonías vocales e incluso las imitaciones vocales de sonidos instrumentales en un animado popurrí de blues, rock & roll y canciones con influencias varias. Debido a una repetida onomatopeya dentro de las mismas, al estilo se le comenzó a llamar “doo-wop”.

Éste, conjuntado con el rock & roll y el baile público se convirtieron en una institución en las vidas de los adolescentes. La esencia de las calles de Nueva York, con su mezcla de razas y credos, su desenfreno adolescente y callejero y su ambición vital tras la posguerra, responden a la historia y esencia sonora del Nueva York de aquella época.

Basados en esta mitología un grupo de amigos de la universidad neoyorkina de Columbia (David Garrett, Richard Joffe, Donny York, Dennis Green y Robert Leonard), disgustados ante el panorama musical sesentero, decidieron reivindicar lo que les gustaba: el sonido de la década anterior. Organizaron un show, en el que interpretaban el doo-wop y el r&r primigenio.

Lo hicieron con varios nombres como The Strong Kingsmen, Eddie & the Evergreens o The Dirty Dozen (la banda creció hasta tal número de miembros) y presentándose en auditorios colegiales, vestidos con chamarras de cuero y de lamé dorado, grandes copetes envaselinados, botas y sobrenombres como Screamin’, Zoroaster, Jacko, Gino, Rico, Bowzer o Kid.

Fue así como los descubrió en 1969 gente que estaba organizando un macrofestival de música y a los que les parecieron de lo más freak que habían visto en su vida. Un espectáculo tan offoff  –la palabra era out en aquella época–, que sería el preámbulo perfecto para la actuación de Jimi Hendrix en el Festival  de Woodstock.

De esta manera y al grito de: “jodidos hippies ahora van a saber lo que es música”, el grupo ahora con el nombre de Sha Na Na, se presentó ante el medio millón de asistentes del histórico evento, en el mismo cartel que Jefferson Airplane, Crosby, Stills, Nash and Young, Santana, Country Joe and The Fish, Ten Years After y demás divinidades de la psicodelia.

Interpretaron las cancionrs que les habían inspirado su actual nombre: “Get a Job” y “At the Hop”, su declaración de principios. Quedaron inmortalizados con su vestimenta, coreografías y bailes anticuados al estilo musical en una corta secuencia de la película clásica y el track del disco testimonio del festival. Al público reunido le parecieron una buena puntada, a los empresarios: una mina de oro.

Vinieron los contratos para una serie de televisión que duraría varios años (con decenas de imitadores en el mundo); fueron el leitmotiv de la película Grease (Vaselina) en la que harían, además de su aparición, parte del soundtrack; hicieron giras por doquier y se instalaron en su momento como banda fija en Disneylandia y Las Vegas, además de la hechura de más de una treintena de discos. La nostalgia había llegado al rock para quedarse. Tanto como fijación vital como parque temático a revisitar de ahí en adelante.

VIDEO SUGERIDO: Sha-Na-Na Live @ Woodstock 1969 At The Hop.mpg, YouTube (TheModernDayPirate)

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LOS EVANGELISTAS: SAVAGES

Por SERGIO MONSALVO C.

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Y SIN MOVER LAS NALGAS

The Savages es un grupo de rock con integrantes femeninas. La cantante, Jenny Beth es francesa (su verdadero nombre es Camille Berthoimer), mientras que la guitarrista Gemma Thompson, la bajista Ayse Hassan y la baterista Fay Milton, son británicas. La banda se fundó en Londres al comienzo de la segunda década del XXI con bases muy bien construidas. Sus miembros se conocieron en una escuela de arte de la capital inglesa, esa cuna totémica del rock británico. Tanto sus orígenes como sus estilos hablan de diversidad, como los tiempos que corren.

La sonoridad que representan está inscrita dentro de un sólido rock que ellas componen y al que alimentan varios vasos comunicantes: desde el estilo alternativo, pasando por el post-punk, el noise hasta el indie. Y sus influencias son también plurales. En lo musical se reconoce a Patti Smith, Souxie Sioux y P.J. Harvey iguale que a PIL y Joy Division.

En lo cultural están presentes en sus tracks las referencias cinematográficas (Ex Machina, por mencionar alguna), literarias (su nombre fue extraído de El Señor de las Moscas, de William Golding), plásticas (actúan regularmente con grupos de performance: Bo Ningen de Japón, entre otros) y de danza (con coreografías de Dead Forest Index, como muestra).

Es decir, es una agrupación refinada a la que tanto su bagaje como su intención conducen a un nivel superior al de la mera diversión. Es una banda femenina inclusiva en la que influencias y colaboraciones masculinas son recurrentes y bienvenidas. Reconocen en el otro la aportación a su obra, lo mismo en contenido que en estructura.

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Asimismo, mantienen para sí la directriz y actitud conceptual tanto de Patti Smith como de Chrissie Hynde. Un legado que fue (y es aún) el sello distintivo de aquellas autoras en su afán por integrar completamente el arte a la vida. Una actitud que se corresponde con la trasgresión del lenguaje.

Patti Smith, con el puño en alto, no ha dejado de gritar desde los años setenta “You Are Free, You Are the Revolution”, mientras Chrissie Hynde (líder de los Pretenders) lo ha hecho también con el puño alzado dirigiéndose a las nueva rockeras: “No crean que enseñar las tetas, mover las nalgas y tratar de parecer un objeto sexual les ayudará en este oficio. Recuerden que están en un grupo de rock. En él la actitud no debe ser la de ‘Fuck Me!’ sino la de ‘Fuck Off!’”.

Ambas son personalidades influyentes dentro del género y de la música en general y nunca han movido el trasero como tampoco lo han hecho otras mujeres de la misma tesitura, involucradas en su momento socio-histórico: Billie Holiday (blues), Aretha Franklin (soul), Sarah Vaughan (jazz), Ruth Brown (rock & roll), Meshell Ndegeocello (hip hop) o Adele (cantautora).

VIDEO SUGERIDO: Savages – “Husbands”, YouTube (SAVAGESBANDLONDON)

Las palabras de Smith y Hynde son difíciles de rebatir. El rock es música reivindicativa y de sentimientos. Las mujeres tienen mucho que reivindicar y motivos para estar disgustadas. Por eso el rock también es suyo y no deben esconder la rebeldía, que no tiene edad, y tampoco fingir aceptación o complacencia ante los usos que hace el pop (Beyoncé, Mariah Carey, Miley Cyrus, Britney Spears, et al), que sí expone las dotes corporales, para publicitarse.

The Savages han hecho suyo aquel legado de sus predecesoras históricas (Smith, Hynde), y no sólo en la actitud sino también en la coherencia de sus discursos, tanto de forma como de fondo: el equilibrio entre los modos clásicos del rock y su modernización; entre su prédica y la puesta en escena; los paralelismos con películas, performances y danzas sobre temas y épocas que acaban conformando una obra unitaria y enriquecedora.

La obra justa para tiempos agitados. Sin apariencias que desvíen la mirada del verdadero núcleo de su exposición. Sobre la gente que se desenvuelve en un universo de lo cotidiano y fondo épico: el amor, sobre todas las cosas, tal como sugería el cineasta John Cassavetes en películas como Shadows, Faces y Husebands, entre otras, donde sus protagonistas tenían que lidiar con las diferencias entre ellos y sus amigos y amantes; con sus alegrías y miserias, sus problemas y su forma de enfrentarlos.

Dicha postura fílmica influyó en las Savages para realizar su primer álbum, Silence Yourself (2013), donde canalizan el acontecer de las relaciones en canciones como forma de angustia, de expresión y de liberación, concluyendo que a pesar de todo lo negativo la vida sigue, con su ternura y amor.

Éste último por encima de la ley del mercado. El amor como respuesta, sin tópicos, por problemático y viciado que resulte. No importa finalmente, como proponen en su segundo álbum  Adore Life (2016). Una veneración a la vida, aunque ésta a menudo duela y con el puño al viento de la portada como símbolo de unidad, de fuerza y desafío. Un idioma –el suyo- que invita a perseguir la emoción y la reflexión desde el punto de vista femenino, con la magia mística de la propia composición.

Eso las hace herederas contemporáneas del rock puro, en esencia; de aquellas mujeres que como ha señalado George Steiner, el maestro y filósofo para la actualidad, “de forma muy especial contribuyen en estos tiempos a recuperar los sueños y las utopías”, y sin mover las nalgas.

VIDEO SUGERIDO: Savages – “The Answer”, YouTube (SAVAGESBANDLONDON)

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LOS EVANGELISTAS: ROCKPILE

Por SERGIO MONSALVO C.

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LIVE AT MONTREUX

Los veranos en Montreux son impactantes por más de un motivo. La hermosura de su paisaje es uno de ellos. Es una ciudad que tiene frente a sí al Lac de Genève (en español se le denomina lago Lemán) al igual que la cercanía con los nevados Alpes, con todas las posibilidades de disfrute que ello ofrece. Actividades de montaña o acuáticas. La geografía ha sido muy generosa con esta ciudad de la riviera suiza.

En lo musical, su papel ha sido histórico. Primero con el género jazzístico al cual le ha dedicado uno de los festivales internacionales más cotizados del planeta. Su andadura en estas lides comenzó en 1967 cuando fue fundado por Claude Nobs con la considerable ayuda de Ahmet Ertgün, presidente de la compañía Atlantic Records.

En su origen se planteó exclusivamente para tal música y por ahí pasaron luminarias de la importancia de Miles Davis, Ella Fitzgerald, Charles Lloyd, Keith Jarrett o Bill Evans, por mencionar unos cuantos. Las presentaciones se llevaban a cabo en el afamado Casino de la ciudad, que desde décadas antes atraía al jet set mundial.

Por una década se mantuvo en esta constante, sin embargo, los nuevos tiempos exigían cambios y el encuentro abrió sus puertas a otros estilos de música. El festival se volvió incluyente con el rock, el blues y el pop, sin dejar al jazz como principal atractivo. Entre los primeros grupos invitados estuvieron: Deep Purple, Santana y el Led Zeppelin.

En diciembre 1971 entró en los anales de la historia del rock porque durante una actuación de Frank Zappa el Casino se incendió y tras muchas horas de fuego y humo el Casino quedó destruido casi en su totalidad (el hecho quedó inscrito en una canción de Deep Purple). Esto hizo que se cambiara de sede, primero al Pavillon Montreux, luego al gigantesco Centro de Convenciones para regresar finalmente al reconstruido Casino en 1982.

Actualmente, al festival asisten unas 200 mil personas, repartidas en varios auditorios por toda la ciudad. Y, además de la asiduidad jazzística, es un centro de peregrinaje para los fans de Queen y de Freddie Mercury en específico, ya que fue ahí donde el cantante pasó un tiempo antes de morir y según la leyenda sus cenizas fueron esparcidas en el lago. Hay una estatua que lo conmemora y que se llena de ofrendas de todo tipo. Los graffitti están penadísimos con fuertes multas, así que lo que predomina son los papelitos con poemas o las flores multicolores. Eso es hoy.

Antaño, dando tumbos por Europa, llegué a Montreux por primera vez en el verano de 1980 (lo hice a base de rides, cuando todavía se podía hacer eso). Pasé por Ginebra y Lausana. Llegué la noche del 11 de julio. El festival de jazz se celebraba del 4 al 20 de ese mes.

Las últimas personas que me dieron ride eran residentes en aquella belleza helvética y generosamente me permitieron quedarme en su garage y ducharme mientras permaneciera en la ciudad.

Viajé hasta ahí para ver a Van Morrison y a Marvin Gaye. Sobre todo al primero, ya que tenía noticias de que acababa de finalizar su disco Common One (en unos estudios ubicados en Niza, en la riviera francesa), una obra experimental (inspirada líricamente en la poesía de Wordsworth y Coleridge), que abandonaba el R&B para adentrarse en los terrenos del jazz, del free, con el sax de Pee Wee Ellis más la trompeta de Mark Isham. Yo quería oír eso (y lo hice, pero esa es otra historia).

La suerte que tuve de ligar varios rides contínuos hizo más rápida mi llegada de lo pensado. Había calculado un día más de viaje, así que me sobraban 24 horas para conocer la zona y entrar a algún otro concierto que me interesara. Deambulé por la ciudad desde muy temprano el día 12. Lo cual me permitió tener uno de esos momentos epifánicos, en el mero “esplendor de la hierba”, según la referencia cinematográfica.

Fue una sensación intensa y llena de sentido, que se complementó a la postre con mi oficio de escriba. Pasear estimula el pensamiento, pero hacerlo inmerso en naturaleza semejante, donde estás dentro de un cuadro bello, hace que una corriente alterna libere por ti todo el lastre de zozobras con el que andas deambulando y te oscurece los sentidos.

Momentos así iluminan de repente e inesperadamente con sus destellos un presente y, por qué no, un futuro distinto. Puede uno oírse vivir. Es como si aquel encuentro hubiera realizado una limpieza interna exhaustiva y dispusiera todo para ser un recipiente listo para recibir nuevos contenidos. En fin, una sensación muy estimulante que horas después encontraría su razón de ser.

VIDEO SUGERIDO: ROCKPILE – LIVE 1980 –“I Knew The Bride” (When She Used To Tock And Roll)” – Track 3 of 18, YouTube (Soundcheck24)

Estaba en esas andanzas cuando me encontré con un cartel donde se anunciaba la presentación de un grupo británico del que, hasta entonces, no había escuchado ni sabido cosa alguna. En él no había mayor información que la usual: fecha, lugar y hora.

Como el precio del boleto estaba dentro de mi presupuesto decidí ir a comprarlo a la taquilla del Centro de Convenciones, comer algo por ahí y luego sentarme en el auditorio para sentir la atmósfera que creaba la expectativa ante banda semejante, con un nombre prometedor: Rockpile.

Este era un grupo británico de formación no muy reciente. Ya tenían cuatro años de trabajar juntos. Anterior a ello, Nick Lowe (voz y bajo) y Dave Edmunds (voz y guitarra), sus líderes visibles, se habían conocido durante algunas sesiones para la compañía en la que ambos trabajaban como productores (Stiff Records). Y llamaron para colaborar con ellos a Billy Bremme (voz y guitarra) y a Terry Williams (batería), el primero antiguo compañero de Edmunds en su banda Rockpile de 1970. Decidieron mantener el nombre.

Nick y Dave tenían una larga trayectoria dentro de la escena (como músicos de diversas bandas, en varios géneros y con un bagaje netamente rocanrolero desde la infancia). Habían pasado por el punk. Lowe tenía asegurado su nombre en la historia del género tras haber producido el primer sencillo del mismo, y Edmunds había participado activamente en sus precedentes.

La dupla, sin embargo, prefirió inscribirse en la novel corriente de la New wave con el acento en su experiencia como forjadores del pub rock (el que surgió como respuesta enfrentada al rock progresivo y al glam, que preludió al punk y que practican los animadores musicales en bares y clubes de aquellas islas desde entonces). Ese espacio tan caro para el desarrollo del rock británico, como para el de sus egresados famosos o habitantes regulares.

No obstante, por cuestiones legales no podían grabar como grupo por mantener ambos contratos vigentes con distintas compañías y representantes. Pero mientras eso se solucionaba todo el grupo era el soporte fundamental en los discos como solistas que realizaron cada uno de ellos antes de finalizar las años setenta: Tracks on Wax 4, Repeat When Necessary y Labour of Lust, como muestras.

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Con la llegada de 1980 el panorama cambió y entraron como Rockpile al estudio para grabar Seconds of Pleasure (su debut y obra única), una pequeña gran joya de rock melódico, cargado de rockabilly y power pop, que se instaló fuera de las corrientes de moda y con ello se volvió atemporal y al mismo tiempo perene. En él incluyeron versiones (de Joe Tex, The Creation, Chuck Berry y los Everly Brothers, entre otros) y canciones originales.

Destacaron los sencillos “Teacher Teacher”, “Heart” y “When I Write the Book” con los que Lowe mostró desde entonces su incombustible capacidad compositiva, su manejo de los diferentes estilos rockeros y, sobre todo su conocimiento de las inquietudes juveniles que son las mismas para todas las generaciones. Edmunds por su parte, puso en la palestra su experiencia rítmica, su timing y su determinada visión con respecto al rock and roll. La guitarra rítmica y los tambores siempre fueron un apoyo incandescente, sólido y puntual.

Así fue como los descubrí aquella noche de julio. Pusieron el broche de oro a una particular jornada memorable. Me enfrentaba a un concierto de la manera más inocente, sin ningún antecedente ni escucha previa. Y aquella inocencia fue recompensada. Rockpile interpretó un set de 16 canciones pleno de músculo y propuesta, en el cual Edmunds fue el favorecido al cantar la mayoría de los temas (10), mientras que Lowe y Bremmer lo hicieron en las menos.

El objetivo de interpretar a Chuck Berry y a Eddie Cochran al triple de velocidad se cumplió plenamente. El grupo se mostró en gran forma sin menguar en los cambios vocales (yo hubiera preferido escuchar más Lowe porque su voz me resultaba más cálida y cercana) y la actuación fue tremenda y entretendida: “Sweet Little Lisa”, “I Knew the Bride”, “Queen of Hearts”, “Let it Rock”, “Let’s Talk About Us”…

Los problemas que tuvieron al principio con los micrófonos no pudieron ser corregidos en la mezcla de la grabación del disco, quizá por eso tardó tantos años en aparecer publicado, pero ello no le quita ni un ápice al testimonio que significa esa muestra de rock and roll de la mejor clase, energético, auténtico, que ataca su lírica e instrumentos con el fervor de los evangelistas iluminados. Un set con temas que son perfectos tratados de power pop-rock, breves y con melodías relucientes, sustentados por el material del que a la larga sería su único disco.

Tocaron con pasión una música con la que es imposible no sonreír y sentirse mejor. Y, además, luego lo supe, como si no hubiera tensiones entre Lowe y Edmunds, provocadas por el exceso en el que habían caído de alcohol y drogas. Tras la gira la banda se distanció notablemente debido a las dificultades personales dadas las fricciones, a las que agregaría arreglar los encuentros entre los integrantes debido a sus proyectos paralelos. A pesar de ello, trabajaron juntos esporádicamente a lo largo de la década, para grabar el material de alguno o en magnos conciertos benéficos.

Sin embargo, con su exégesis musical de esa noche algo se movió para mí, transfiriendo unos minutos de actuación en un tiempo de eternidad personal conectada a su dinamo (que gracias a la edición del disco con dicha presentación, Rockpile Live at Montreux 1980, puedo revisitar cada vez que mis necesidades lo requieren.

Es un disco comparable a un sitio de retiro, al que de vez en cuando me acerco para recargar energías, recuperar recuerdos, aclarar las cosas, indicar una ruta a seguir o simplemente un refugio ante un desgarro existencial. Creo que todas las personas deberían tener discos así, elegidos por las causas precisas y por la cura que proporcionan.

Quizá el mundo para uno no progrese madurando según lo esperado, sino manteniéndose en un estado de permanente adolescencia, de exultante descubrimiento, donde enlazar vida y música, por ejemplo, sea siempre un vuelo arriesgado en el cual puedes arder y encontrarte o perderte si te equivocas al escoger el beat adecuado.

El resultado aparece cuando se comprende que la vida discurre a ras de suelo y que si nos mantenemos ligeros y alertas, sin ataduras inocuas, puede venir de pronto alguna brisa y llevarnos a los lugares donde la melodía escuchada nos haga preguntarnos muchas cosas y mantenernos siempre a la búsqueda de respuestas, en la construcción de nuestro propio camino. Esa es la aventura y la música su mejor bitácora y compañera de viaje.

 

 

VIDEO SUGERIDO: ROCKPILE – LIVE 1980 – “Girls Talk” – Track 7 of 18, YouTube (Sounscheck24)

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LOS EVANGELISTAS: ROBERT PALMER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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ADICTO AL AMOR

 

En el álbum, Don’t Explain (1991), Robert Palmer tuvo la idea de incluir canciones ajenas por completo a los intereses comerciales del momento y que además nadie se tomara la molestia de promocionar en la radio, a excepción del sencillo «I’ll Be Your Baby Tonight». Crónica de una muerte anunciada para un disco rompedor y picota para el artista ante la industria. Así se las gastaba Palmer.

El proyecto original del álbum era de puro material jazzístico.  Palmer ya tenía grabadas 12 canciones con el veterano músico y productor Teo Macero (de 65 años) cuando se acordó de otra idea aún más antigua: reunir versiones (cóvers)  de los más diversos estilos en un solo disco.

Las piezas de jazz que no fueron incluidas en éste serían presentadas por Palmer en una película de una hora que tenía planeado realizar, con el mismo título de Don’t Explain.

Las interpretaciones de piezas originales de Billy Holiday («Don’t Explain») y de Nat King Cole («You’re So Desirable») significaron para Robert Palmer una especie de regreso a sus propias raíces musicales. Durante su infancia, que transcurrió en la isla mediterránea de Malta, la estación que escuchaba era la de los soldados estadounidenses apostados ahí. En la adolescencia escuchó a Otis Redding y Wilson Pickett y a los 16 años se dedicó a cantar soul.

Posteriormente radicado en Suiza, este músico continuó con su política de no detenerse ante nada.  En Don’t Explain efectuó un turismo estilístico atrevido, desde un heavy rock metálico hasta cantos africanos e influencias de los Beatles, pasando por reggae, calypso, jazz y soul.  Bob Dylan («I’ll Be Your Baby Tonight»), Mose Allison («Top 40»), Billy Holiday («Don’t Explain»), Marvin Gaye («Mercy Mercy Me»), Otis Redding («Dreams to Remember»)…

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Evidentemente, Robert Palmer era un artista aparte.  No hizo nunca caso de las modas, pues con frecuencia él era quien las lanzaba. Después de popularizar el techno-pop, radicalizó su música. Primero suavemente con Power Station, luego cada vez con mayor violencia hasta su anterior álbum titulado Heavy Nova.

Después de una pequeña autoconcesión con un Best of…, uno lo reencuentró después en su ambiente exacto, desde los primeros compases de «Your Mother Should Have Told You».  El riff es agresivo; el beat, implacable; y la voz, provocadora.  Esto se alarga por cinco canciones y luego de golpe llega «Mess Around».

A partir de ahí, cambia radicalmente de orientación. El ritmo se hace más lento, los sintetizadores resaltan y las influencias se van por lo caliente. Del lado de África para una «History» que hace recordar los coros de Ladysmith Black Mambazo; pasa por la memoria Otis Redding.

Luego se dirige a las islas del Caribe («Housework»), para terminar en el ambiente lleno de humo de los clubes de jazz. Sorprendente porque resume, de hecho, la naturaleza de alguien que se negó a encerrarse en las capillas musicales.  Y que quiso ofrecernos toda la paleta de sus gustos musicales. Sin necesidad de explicar nada. De ahí el título del álbum. Lamentablemente Robert Palmer falleció el 26 de septiembre del 2003, cuando aún tenía mucho que ofrecer.

VIDEO: Robert Palmer – Addicted To Love (Official Music Video), YouTube (RobertPalmerVEVO)

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LOS EVANGELISTAS: ROCKBITCH

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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OFICIANTES  DEL SEXO

“¡Vamos a restituir el sexo al lugar que le corresponde!” Ésa fue la consigna que lanzaba el grupo británico Rockbitch al iniciar sus conciertos. Compuesto hacia el final de su existencia por seis mujeres, presentaba una combinación casi perfecta entre punk celta, goth metal, industrial y porno.

Las actividades sexuales en todas sus variantes (con un menú de penetraciones diversas y sadomasoquismo) no se limitaban a las integrantes del grupo. El público también era involucrado en esta forma única de teatro total.

A la mitad de sus presentaciones se otorgaba completa libertad de actos al ganador del «Condón de oro» lanzado entre los asistentes. Quien lo atrapara podía ocuparse sexualmente de Luci, la esclava y bailarina, por el tiempo que durara una pieza.

Sin embargo, al finalizar la presentación el aquelarre no terminaba, porque el grupo invitaba a “dos hombres y a todas las mujeres posibles” a participar en una orgía multitudinaria tras bambalinas. Minutos después las integrantes se repartían a los groupies y el circo comenzaba. Un concepto totalmente interactivo.

Rockbitch validaba con actos promesas que grupos como las Runaways y Vixen nunca cumplieron. Para empezar, Julie, la cantante; la tecladista Nikki; la baterista Jo; Bitch, la bajista, y la guitarrista Babe tocaban con los senos al aire, esta última también sin pantaletas. Uno de los temas que interpretaban, “Fistfuck”, aclaraba el porqué. Primero el dedo de un espectador se perdía entre sus muslos, luego eran dos, tres, cuatro y al final todo el puño.

En la primera pieza de los conciertos Luci, la bailarina y “puta del podio” (como era anunciada), se acercaba a los músicos, sometiéndose con visible agrado a todo tipo de intimidades sexuales. Pero el sexo no se restringía sólo a las integrantes, como ya dije. La palabra “guitarlick” adquiría un significado nuevo cuando la cabeza de un espectador desaparecía entre las piernas de Babe.

Y aunque pudiera tenerse la impresión de que el contenido musical del programa era pasado por alto, hay que decir que los grooves de la bajista (con un instrumento sin trastes) hubieran encontrado cabida en cualquier grupo importante; que las guitarras y las voces eran muy sólidas; que la mezcla musical entre los Red Hot Chili Peppers, Rush y Cult no era para menos y que muchas de sus canciones resultaban muy pegajosas.

Y ya que mencioné lo pegajoso, las integrantes mantenían además una forma interesante de comunicación entre ellas y el público: a los fans que después del concierto se les acercaban para pedirles una uña para la guitarra, se las daban después de habérsela pasado por el sexo para imprimirles una firma personal. ¿Acaso no habían pasado los tiempos en que los admiradores no se conformaban ya con una firma manuscrita?

Como apunté, Rockbitch empezaba sus presentaciones con la afirmación: “Vamos a restituir el sexo al lugar que le corresponde”. Esto es, en el rock, dentro y fuera del escenario. Muchos grupos adoptan un comportamiento desenfrenado en el podio, pero al bajar de él se comportan como personas comunes y corrientes. Ellas no. Formaban un rebaño orgiástico en el que de manera constante se estaban brindando satisfacción sexual. Cuando salían de gira llevan consigo a todas sus amigas y amigos.

VIDEO SUGERIDO: RockBitch Breathe (Dance from the Zombie), YouTube (Oleg Koretckiy)

El grupo surgió en 1992 con el nombre de Red Abyss y era una especie de organización de groupies. La banda como tal fue organizada por Bitch, la bajista. El único anuncio que pusieron en la prensa fue para buscar quien tocara los tambores: “Se busca a baterista lesbiana excéntrica para un grupo que vive en comuna, con visos de culto”.

En efecto, la suya era (es todavía) una comuna matriarcal, una secta pagana que ponía gran énfasis en la sexualidad femenina: la vagina como fuerza creativa del universo.

Tardaron años en convertirse en la comunidad que formaban, la cual les permitía expresarse de manera tan satisfactoria. Babe trabajaba en la industria del sexo, como prostituta y haciendo striptease, al igual que Nikki y Luci. Julie, a su vez, era prostituta para mujeres (era completamente lesbiana). Todo el dinero que ganaban lo metieron al grupo.

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Se dedicaron de lleno al espectáculo rockero como Red Abyss (en ese entonces un hombre al que apodaban The Beast también era parte del grupo). Al año cambiaron de nombre (el integrante masculino salió de la formación un poco después, pero se dedicó a labores de promoción y producción para el grupo).

Decidieron juntar la música y el sexo. Eso fue a principios de 1996. El grupo se constituyó como elemento de un culto sexual. Como Rockbitch creían que el orgasmo es la energía creativa original del universo. Para ellas, el big bang fue un orgasmo. De ahí surgió todo.

En el podio querían mostrar que la música y el sexo eran la misma cosa. Con su ceremonia primitivista el público reaccionaba con espanto o excitación. Se comunicaban con él en un nivel elemental, físico, animal. Cada presentación era un rito arrebatador. El rock, entre otras muchas cosas, ha sido creador de ilusiones en lo que se refiere al sexo. Con Rockbitch se hicieron realidad muchas fantasías.

Estaban para mostrar la sexualidad femenina desenfrenada, la cual se encontraba vinculada indisolublemente a su música. Era su manera de vivir: “Nosotras, la Diosas de la Fornicación, utilizamos nuestra sexualidad individual y la del grupo para mostrarle el camino al mundo. Tan sencillo es, y a la vez tan complejo”, dijeron.

Estas damas tomaban su vida sexual tan en serio como su música. No resultaba extraño si se cae en la cuenta de que su comuna tenía bases religiosas. Su religión se llamaba The Craft. Era originaria de la Edad Media, se movía por los terrenos de la brujería y era una doctrina matriarcal.

En 1324 surgieron varias ramas de la misma. La de ellas tenía sus propias revelaciones. Una de las cuales era realizar un fistfuck en el escenario. Meter el puño dentro de una vagina. Era el principio del círculo al que llamaban “El Dragón”. Bastaba para que la gente se concentrara en ese punto y las alimentara con su energía.

De manera soterrada evangelizaban y contagiaban sus ideas sobre esta doctrina. Rockbitch era una religión que se contagiaba por vía sexual y con un ritmo metálico. Pasearon sus rituales por toda Europa. Con el rechazo y la censura en algunos países, que las vetaron (Alemania, Escocia, Italia, España, Finlandia, Eslovenia, República Checa y Estonia) y otros que las restringieron a un solo lugar y escenario (Francia, Suiza, Países Bajos, Suecia, Dinamarca).

Obviamente tales actos bizarros no le iban a pasar desapercibidos a las autoridades británicas, que lanzaron una cruzada contra tal espectáculo y no dejaron de atosigarlas y perseguirlas, vía la Interpol, hasta lograr la desbandada en el año 2002. Estas mujeres dejaron como testigos de su presencia: la lucha por la libertad sexual femenina absoluta, una escasa discografía, algunos videos y varios documentales para la BBC y la Fonoteca Neerlandesa.

Varias de ellas continuaron el proyecto con otro nombre (MT-TV, aunque sin desnudos ni actos explícitos), mientras que otras se fueron a integrar nuevas formaciones (Syren). En el año 2012 murió Jo (la baterista y bajista), una de las principales creadoras de su sonido.

La transgresión fue su consigna. Ningunearon lo oficialmente permitido o tolerado, provocaron y exhibieron su ideario de la manera más libre y cruda. Finalmente, ninguna definición posible se podría aplicar a este grupo británico de música y performance, que nació como símbolo de la sexualidad femenina extrema llevada a los escenarios sin ningún tipo de cortapisas.

Discografía y videografía parcial: Luci’s Love Child (como Red Abyss, 1992), Rockbitch Live In Amsterdam (1997), Bitchcraft (Live and Documentary video, 1997), The Bitch O’Clock News (Reports and videoclips, 1998), Motor Driven Bimbos (1999-2001), Psychic Attack (2002) y Sex, Death and Magick (Live/video documental, 2002).

VIDEO SUGERIDO: Rockbitch – Eveline, YouTube (WhiteWolfStoryTeller)

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LOS EVANGELISTAS: PSYCHIC TV (II)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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CONFIGURACIÓN BIODÉLICA (II)

Con sus distintos proyectos multidisciplinarios, el grupo Psychic TV busca que sirvan definitivamente para explicar las cosas que se ven con el LSD al abrir ciertos cauces.

Genesis P-Orridge y compañía tenían la idea de que en el planeta existe una mente común. Creen que debe ser algo biológico y que todo mundo puede enlazarse con ella.

Sin embargo, nadie, excepto unos cuantos chamanes y místicos, controlan la manera de viajar en ella. Su misión como «ángeles de luz» es iluminar sobre todo ello.

Otro ejemplo del poder de la mente es la proyección astral, los viajes cósmicos.

Los miembros del grupo opinan que de ser cierto que se puede enseñar a lograr la proyección astral, tal vez sea posible dejar una huella dentro de aquel sector masivo del subconsciente, la cual podría dar a alguien la impresión de haber experimentado vidas anteriores.

Eso explicaría muchos de los fenómenos relacionados con el contacto con los muertos, los viajes al interior del yo e incluso la idea de un ataque psíquico desde fuera. Por ahí se podría empezar a investigar de una manera vagamente científica.

Actualmente, de lo único de lo que están seguros es que el cerebro humano constituye la base de todo. La mayoría de las cosas que se consideran como fenómenos extraños sólo son manifestaciones de actividad cerebral que no controlamos, no conocemos o no tenemos palabras para describirlas aún.

La mayor parte del mejor arte de este siglo está á relacionado con el subconsciente. Ésta es su era. Se trata de un hecho intuitivo.

«Lo desafortunado del asunto –argumentan– es que la mayoría de la gente sólo acepta lo que les dicen que deben aceptar, ya sea con leyes, reglas o la realidad de la televisión, en lugar de buscar su propia magia que trate con maquinaria, ya sea cámaras de fotografía o video, grabadoras o sampleadores, visores de realidad virtual y sobre todo, lo que se descubra del propio cerebro. De la expansión de la mente».

Las mentes expandidas sueñan mucho más en serio que las demás.

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Psychic TV encarna el propósito de una hipótesis de magia neurológica, esencial para la supervivencia y evolución humanas. Proclama que sin eso estamos condenados a desaparecer. Si no restablecemos el vínculo con los sueños y la mente subconsciente, será á el fin.

El único camino abierto a la evolución humana, dicen estos autodenominados “ángeles de luz”, es el de la configuración biodélica, un momento mágico en el profundo sentido de la palabra, basado todo en el cerebro, dormido y despierto. «Si no encontramos ese momento, ese camino, no quedará nada por hacer».

A pesar de obligados parones debidos a los problemas de Genesis P-Orridge con la justicia, por el fallecimiento de su pareja (Lady Jay) y a su posterior  enfermedad y muerte (por leucemia), el grupo y gente del medio lanzó reediciones de sus discos, algún cortometraje y otros actos para ayudar a la recuperación de su cabeza más visible. No hubo remedio. ¿Psychic TV continuará en el camino?

VIDEO SUGERIDO: Psychic TV – “Foggy Notion” (edit), YouTube (ElectricEddie)

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