JAZZ: ORNETTE COLEMAN

Por SERGIO MONSALVO C.

 

The Ornette Coleman Trio, At the «Golden Circle», Stockholm, Vol. 1 (Blue Note, 1987)

 

La presencia del trío de Ornette Coleman en el Gyllene Cirkeln fue uno de los grandes acontecimientos culturales de Estocolmo en aquel año (1965). Rara vez fue posible aplicar palabras tan significativas a algo relacionado con el jazz, pero quizá no habían sido nunca tan justificadas como en ese momento.

 

Está fuera de toda duda que Ornette Coleman desempeñaba un papel principal en el nuevo jazz. Pertenece a la misma categoría que John Coltrane, Elvin Jones, Eric Dolphy, Cecil Taylor, Don Cherry y tal vez otros cuantos grandes innovadores, pero es él quien se había erigido en el símbolo del nuevo jazz y quien le había dado un perfil deslumbrante.

 

Su música era de carácter muy universal, y no sólo por ser más que un músico de jazz que improvisaba de una manera nueva, en comparación con músicos de jazz anteriores, o que tocara sin acompañamiento pianístico, o que ejecutara el saxofón, la trompeta y el violín en una forma insólita. 

 

Ornette Coleman era importante simplemente porque creaba buena música.  Para hacer algo así –en este caso, un buen jazz– era preciso tocar de modo distinto que antes de 1965 o que en 1959, cuando Ornette Coleman hizo su presentación jazzística. 

 

El viejo lenguaje musical se había «gastado» o «agotado».  El estilo del bebop resultaba tan imposible en esa actualidad como el drama hablado o la novela realista.

 

La grandeza de Ornette Coleman (1930-2015) desde luego radicaba en su percepción de esto, en el hecho de haber creado un nuevo estilo, influido en muchos músicos de manera positiva e impulsado, por ende, el progreso del jazz.  No obstante, para él esta renovación no había representado de ningún modo una meta o un objetivo en sí misma, sólo una condición que le había permitido expresarse de manera plena y crear buena música.

 

Si evitamos pensar en su importancia técnica y estilística y nos limitamos a escucharlo en el disco que referenció su presencia en el Gyllene Cirkeln, quizá nos resulte más fácil de entender por qué su música era universal y por qué sus alcances se extienden aún hoy más allá del jazz. 

 

Ornette Coleman logró expresar una visión y trasmitir un mensaje con autoridad y fuerza personal. Tal vez esto se aproxime a una definición de la grandeza artística.

 

 

El espectro emocional del que se alimentaba era relativamente reducido. De no ser por lo variado de su música, con certeza la consideraríamos tediosa. El contenido era belleza pura, una belleza resplandeciente, cautivadora, vertiginosa y sensual.  Años antes nadie lo creía; todo mundo veía su música como algo grotesco lleno de angustia y de caos.

 

Ahora resulta casi incomprensible que alguien haya podido sostener tal opinión, tan incomprensible como el hecho de que otros tuvieran objeciones contra los retratos femeninos de Willem de Kooning o contra el teatro del absurdo de Samuel Beckett. 

 

De esta manera, Ornette Coleman había modificado por completo el concepto de la belleza, con el simple poder de su visión personal. Esta belleza se desplegaba al máximo cuando el bajista de Coleman, David Izenzon, lo acompañaba en el contrabajo. Entonces se convertía en una belleza casi obsesiva. 

 

Para muchos, Izenzon seguramente encarnara la experiencia más memorable de esa temporada, y tal reacción era comprensible. Ya conocíamos muy bien a Coleman por numerosas grabaciones, aun si la impresión adquiría una desconocida intensidad al haberlo escuchado en vivo. Mas Izenzon poseía la frescura del nuevo descubrimiento.

 

¿Por qué el nombre de David Izenzon no había sido mencionado con más frecuencia durante todos esos años de animadas discusiones con respecto al papel del bajista en el jazz?  De súbito el Cirkeln nos brindó la oportunidad de confirmar algo que siempre habíamos sospechado: Scott LaFaro y los otros grandes virtuosos eran sólo eso; Izenzon era un auténtico innovador.

 

Y lo fue a pesar de limitarse a la técnica «vieja» y al contrabajo. El contrabajo sin duda fue construido justo para este propósito y las mayores posibilidades radican precisamente ahí.

 

El tercer miembro del grupo quedaba un poco en la sombra de los dos grandes.  Se llamaba Charles Moffett, tocaba la batería y probablemente fuera el único en el mundo del jazz de entonces capaz de encajar en el trío de Ornette Coleman.

 

El trío de Ornette Coleman en el Gyllene Cirkeln fue un gran acontecimiento cultural. Todos los representantes del mundo de la música en Suecia, desde los músicos de pop hasta los compositores “serios”, debieron visitar el club de jazz a como diera lugar durante aquellas dos semanas de la temporada. Ya nada volvió a ser normal en el jazz en Suecia.

 

VIDEO: Ornette Coleman – Morning Son (Live At the Golden Circle Stockolm-1965), YouTube (Ornette Coleman)

 

 

 

 

 

LIBROS: JAZZ Y CONFINES POR VENIR

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

INTRODUCCIÓN*

 

El jazz, la World music y la electrónica comparten de cara al futuro el lenguaje común de la improvisación y la flexibilidad armónica y rítmica, al experimentar con las ideas de diversos lares. Su conjunción representa una de las propuestas creativas más emocionantes en el mundo del jazz actual, un mundo que aguarda mayores exploraciones y menos purismos anodinos.

 

Asimismo, hoy, en lo que posiblemente sea una indicación de lo que vendrá, hay en el jazz un sentimiento nuevo, una voluntad fresca. Más allá de las razas, en el sentido de una música individual pero plena de valores humanos básicos —en la que blancos, negros, amarillos, cafés y demás colores pueden funcionar libres y de igual forma—, se han dado las free forms de los músicos jóvenes. La razón de esta posibilidad es que ya todos abordan la situación en igualdad de circunstancias gracias a la expansión o disolución de las fronteras musicales.

 

De tal forma y como respuesta a la diversidad cultural que los distingue, los jazzistas no negros (europeos, asiáticos) también tocan de acuerdo a su propia verdad e inspiración. Algunos han sido absorbidos por grupos afroamericanos o bien pueden actuar bajo la batuta de un líder de cualquier nacionalidad, más allá de apologías o inhibiciones de todo tipo. Por otro lado, así como un día el jazz se fundió con el rock, hoy, algunos años más tarde, lo reencontramos como acid jazz, Nu jazz o jazz electrónico, en una mezcla con el hip hop (jungle, drum’n’bass, trip hop, hardcore, etcétera).

 

Desde ya todos apuntan en la misma dirección, buscan el mismo objetivo: el arte. Y su música presenta todas las condiciones para la permanencia en el porvenir.

 

 

 

 

 

 

*Fragmento de la introducción al libro Jazz y Confines Por Venir. Comencé su realización cuando iba a iniciarse el siglo XXI, con afán de augur, más que nada. El tiempo se ha encargado de inscribir o no, a cada uno de los personajes señalados en él. La serie basada en tal texto ha sido publicada en el blog “Con los audífonos puestos”, bajo esa categoría.

 

 

 

 

 

 

Jazz

y

Confines Por Venir

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Textos”

The Netherlands, 2021

 

 

 

© Ilustración: Sergio Monsalvo C.

 

 

 

 

ÍNDICE

 

INTRODUCCIÓN

 

I.- EXPLORADORES DEL CONTINENTE NEGRO

          Manu Dibango: guía del afropop camerunés

          Hugh Masekela: el arte y el compromiso

          Les Têtes Brulées: exotismo bikusi

          Youssou N’Dour: un faro señero

 

II.- ELLOS VIENEN DEL LEJANO (Y CERCANO) ORIENTE

          Rabih Abou-Khalil: crisol de la musicalidad árabe

          Aziza Mustafa Zadeh: herencia de dioses

          Cuong Vu: aventurero y posmodernista

          Monday Michiru: vibraciones del sol naciente

 

III.- LA FRESCURA DEL VIEJO MUNDO

          Nils Petter Molvaer: el escandinavo ecléctico

          Jazzkantine: el beat germano

          Hans Dulfer: el holandés volador

          Saskia Laroo: trompetista del jazzdance

          Courtney Pine: nueva generación británica

          Rebirth of Cool: la idea como acción

 

IV.- LOS SOBRINOS DEL TÍO SAM

          John Zorn: proyector del hiper-collage

          Medeski, Martin & Wood: los mosqueteros del groove

          Guru: el proyecto Jazzmatazz

          Me’shell N’Degeocello: pasión por la negritud

Steve Coleman: la sonoridad del mito

 

 

 

 

 

BABEL XXI-751

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

FREE JAZZ

(UNA INTERPRETACIÓN)

 

 

 

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

 

 

https://e-radio.edu.mx/Babel-XXI/751-Free-jazz-Una-interpretacion

 

 

 

 

LOS OLVIDADOS: RAY BARRETTO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

LA CONGA DEL HIJO PRÓDIGO

                                                                                                                   

Fue durante su estancia en Munich, Alemania, como soldado estadounidense en 1947 que Ray Barretto descubrió el mundo de la música. Antes de ello, su interés por el jazz había sido pasivo, limitándose a escuchar a Glenn Miller, Tommy Dorsey y Harry James en el radio. En Alemania escuchó por primera vez el bebop de Charlie Parker y el encuentro cultural de Dizzy Gillespie con Chano Pozo.

 

De regreso en Nueva York, lo primero que hizo después de obtener su baja fue ir a escuchar a Bird. Antes de que los profesionales subieran al estrado del Apollo Bar, ubicado en frente del teatro del mismo nombre, se realizó una sesión para aficionados en la que participó Barretto. «Al terminar abandonamos el estrado. Bird iba subiendo. Me tomó del hombro y ordenó: ‘¡Tú te quedas!’ Fue como una orden divina. Tocamos juntos una semana», recordaba.

 

El trabajo de Barretto lo hizo popular no sólo en las sesiones neoyorkinas sino también en los estudios. Después de su primera grabación, acompañando a Red Garland, grabó con Lou Donaldson, Kenny Burrell, Gene Ammons, Herbie Mann, Cannonball Adderley, Jimmy Smith, Wes Montgomery y muchos más.

 

Por un tiempo se convirtió en el percusionista de casa de los sellos Prestige y Blue Note. En su mayoría no se trataba de producciones de latin jazz sino de un jazz convencional al que las congas se agregaban en forma orgánica, no contrastante.

 

«Aprendí mucho en innumerables jam sessions, que me sirvieron para desarrollar un estilo apuntado a no interrumpir nunca el flujo de la música –comentado Barretto en su momento–. Apliqué algo que Chano Pozo cultivó con Dizzy: si las congas se afinan relativamente bajas se corre menos peligro de estorbar el acontecer rítmico, proporcionando una especie de tapete».

 

Sin embargo, la producción de tapetes sonoros no otorga seguridad financiera a un conguero. Por lo tanto Barretto empezó a ocuparse cada vez más con música latinoamericana, en la que la percusión no es un tapete sino el suelo mismo. Como líder de un grupo de salsa se convirtió en el músico preferido de la escena latina y, ya como músico “de casa” en la disquera Fania, en una estrella capaz de llenar estadios.

 

Fania se convirtió en la versión latina de Motown, pero el imperio finalmente se derrumbó bajo su propio peso. La música se volvió cada vez más uniforme. El único fin era poner a bailar a la gente. Sin embargo, como a Barretto le ha encantado desde siempre el arte de la improvisación, tuvo que abandonar necesariamente la escena latina.

 

El hecho de haber tenido éxito en dos campos relativamente independientes quizá mejoró su estatus y situación financiera, pero no su autoestima estética. Más que otros colegas, Barretto experimentó la presión externa e interna de ser aceptado por igual en la comunidad latina y el mundo del jazz. Esta búsqueda de identidad permeó su carrera hasta el día que murió (17 de febrero del 2006).

 

 

La solución no radicaba simplemente en juntar elementos de ambos géneros. La ecuación “Jazz + latin = latin jazz” es una simpleza. El término «latin jazz» es una gran equivocación, según el extinto conguero, porque no existe tal cosa. Lo que la mayoría de las veces lleva esa denominación es un grupo rítmico latinoamericano tradicional que por regla general no sabe nada de jazz, sólo llevar el compás.

 

Se agregan unos metales que ejecutan pasajes de bebop, y al resultado le dicen ‘latin jazz’. No es una manera muy imaginativa de crear nueva música. Barretto quiso rodearse de músicos de jazz y constituir él mismo la voz que le diera su aire latino al ritmo. Supo exactamente lo que quería de su grupo: tocar jazz con congas.

 

La vuelta de Barretto al jazz no fue sencilla. Hubo una fase de transición. Cuando decidió fundar el grupo New World Spirit, con el que grabó cinco álbumes, todavía tenía una mayor afinidad con el idioma latino, porque temía perder el contacto con esta escena. No quería espantar demasiado a su público. Mientras estuvo con Fania, tuvo la experiencia de que algunos escuchas regresaran el disco The Other Road a la tienda, con el que efectivamente emprendía senderos nuevos, afirmando: ‘¡Este no es Ray Barretto!”

 

El nombre New World Spirit era un concepto para él. Por una parte, la agrupación reunió a músicos procedentes de toda la extensión del continente americano, a los que también se les ha unido un austriaco, el bajista Hans Glawischnig, hijo de Dieter Glawischnig, director de la big band de la estación de radio alemana NDR.

 

Por otro lado, por primera vez en muchos años a Ray se le abrió un nuevo mundo musical en su género. Su vida como salsero definitivamente pertenecía ya al pasado. Con sus últimos álbumes,  de Contact! (1997) a Time Was – Time Is (2005), Ray Barretto ya había reestablecido de nuevo la comunicación con el auténtico público del jazz.

 

VIDEO SUGERIDO: Mags – Ray Barretto (HQ), YouTube (Borhen Rezgui)

 

 

 

 

 

 

JAZZ: JOHN CARTER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Al presentar en Nueva York su obra Shadows on a Wall, a fines de 1989, el clarinetista y compositor John Carter terminó de dar a conocer el último capítulo de un ambicioso proyecto que consistía en una serie de cinco suites o «composiciones seriales», para emplear su propio término. 

 

Con el largo subtítulo general Roots and Folklore: Episodes in the Development of American Folk Music, estas suites constituyero la narración muy personal de un hombre acerca de las tribulaciones vividas por el pueblo negro en los Estados Unidos. Una obra altamente programática en su contenido general, cada pieza representa una crónica de las etapas sucesivas en este proceso de desarrollo.

 

El propio John Carter proporcionó algunas ideas acerca de sus principales fuentes de inspiración en las notas que acompañaron la grabación de esta empresa que le llevó toda una década. «La preparación ocupó muchos años.  Las primeras semillas del interés fueron sembradas a comienzos de los años setenta, después de que mi hijo mayor viajara a Ghana y a Nigeria. Regresó con muchos relatos fascinantes acerca del África occidental. Los más intrigantes trataban, quizá, de los Castillos de Ghana». 

 

Al principio, sin embargo, sus intenciones eran mucho más modestas.  Originalmente sólo quiso componer una pieza. Sin embargo, entre más lo pensó, más se dio cuenta de que había demasiado material para una sola melodía, incluso para una sola grabación.

 

Como en el caso de todas las obras de este tipo, estas composiciones seriales deben considerarse tanto desde el punto de vista de su contenido programático como del musical. En cuanto al primer aspecto, puso énfasis en el hecho de que «tenía bien enfocada una cosa: los periodos a cubrir con cada suite». 

 

En cuanto a lo último, señaló que «en la Suite I no tenía la menor idea acerca de lo que pasaría en la IV». En conjunto, ambas declaraciones indican que todo el proyecto descansaba en las acciones contrastantes y complementarias, al mismo tiempo, de la continuidad y el cambio, la primera con respecto al contenido narrativo; el segundo, en relación a una estructura de organización.

 

El gran número de cambios que ocurren a lo largo de la obra reflejan la naturaleza misma del interés programático expresado en cada sección. Cabe subrayar dos facetas, las cuales expresan una tensión fundamental que caracteriza la corriente musical escuchada a través de toda la obra. 

 

Por una parte, existe una fuerte pulsación rítmica ligada al swing de la tradición jazzística (cuatro sobre cuatro). Por otra, el lenguaje de las armonías y las melodías revela ciertas complejidades que rebasan los límites de la composición y los arreglos normalmente encontrados en el jazz. 

 

 

En cuanto a las influencias sobre su composición, indicaba que «escuché mucha música moderna mientras tocaba en grupos durante la preparatoria y la universidad», si bien no da ejemplos específicos. Con todo afirma que el jazz constituye la principal influencia sobre su música. 

 

Añadió que el trabajo de la sección rítmica sólo confirmaba su convicción de que «la música siempre fue jazz para mí, sin importar qué escribiera y cómo la ejecutáramos». Particularizando un poco, agregó: «Se me ha acusado de escuchar mucho a Duke Ellington». Al escuchar las suites (sobre todo las primeras dos), también se perciben toques de Gil Evans y George Russell.

 

Como sucede con cualquier obra a gran escala, ésta presenta varias constantes y variables. Entre las primeras figuran el estilo de composición inconfundible, caracterizado por los giros radicales de las frases, efectuados con frecuencia por el compositor y por Marty Ehrlich en el clarinete bajo.

 

El estilo del propio Carter en sus solos también guarda las mismas pautas a lo largo de la obra, sobre todo en lo que se refiere a sus saltos (a veces demasiado predecibles) hacia los registros más agudos de su instrumento. Hablando en un sentido metafórico, sería posible describirlo como un ataque contra la yugular; al elevarse tanto, su sonido a veces se le va, como si la vena se hubiese cortado. 

 

La elección de su compañero de mucho tiempo, Bobby Bradford, en la trompeta, fue ideal, pues el estilo con matices ablusados de éste agregó un sentir cálido y sólido a los solos, al contrario de los vuelos de fantasía del compositor. Esta tensión constante entre el swing de la sección rítmica y el carácter impredecible del desarrollo armónico y melódico, creó un roce persistente durante toda la composición.

 

Del personal que colaboró en el primer disco, grabado para Black Saint en Los Ángeles, sólo Carter y Bobby Bradford se mantuvieron a lo largo de las cinco grabaciones. El cambio de compañía a Gramavision, ubicada en Nueva York, condujo a la formación de un grupo completamente distinto, que con una sola excepción se mantuvo hasta el final de todas las grabaciones, además de uno que otro músico o cantante invitado para cubrir las necesidades particulares de cada etapa.

 

En cuanto a la temática, la primera parte asienta una base mítica; la segunda narra los orígenes mitológicos e históricos de las tribus en África; la tercera habla de la transición, de la deportación masiva de los ahora esclavos; la cuarta trata de la vida en las plantaciones; y la quinta, del movimiento hacia el Norte después de su liberación.  De todas las suites, esta última posee el carácter más «urbano».

 

  1. Dauwhe (Black Saint, 1982)
  2. Castles of Ghana (Gramavision, 1986)

III. Dance of the Love Ghosts (Gramavision, 1987)

  1. Fields (Gramavision,1988)
  2. Shadows on the Wall (Gramavision,1989)

 

VIDEO: John Carter – Sippi Strut, YouTube (Interstellar Space)

 

 

 

LIBROS: ELLAZZ (.WORLD) VOL. III

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

LA MUJER EN EL JAZZ*

 

Durante muchos años, las cualidades necesarias para adentrarse en el mundo del jazz se consideraron prerrogativas netamente masculinas. Entre ellas estaba una agresiva confianza en sí mismo, con la disposición a lucir e imponer la capacidad y potencia de interpretación en el escenario. Otra era la concentración exclusiva en la profesión, incluyendo ausencias frecuentes de casa y el derivado abandono de la familia.

A lo ya mencionado se agregaba la capacidad de moverse en ambientes difíciles y peligrosos, como lo eran los clubes nocturnos, infestados de vicios y administrados muchas veces por gángsters. Con frecuencia a las circunstancias mencionadas se sumaba la posibilidad de beber vastas cantidades de alcohol, ingerir drogas duras o las dos cosas juntas, según el caso, sin dejar de tocar de manera coherente hasta el amanecer del siguiente día.

En el pasado, una mujer decidida a formar parte de la comunidad de músicos y a no dejarse intimidar por dicho ambiente duro e impregnado de humo, en el que los compañeros de trabajo solían ser puros hombres, con frecuencia tenía que pagar el precio de su osadía, con costos tendentes a ponerla en su lugar, tales como la pérdida de su respetabilidad, la cual encabezaba la lista, además de la desaprobación social y familiar, y a veces ser relegada al ostracismo.

 

*Fragmento de la introducción al libro Ellazz (.World) Vol. III, publicado por la Editorial Doble A, y de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos, bajo ese rubro.

 

 

Ellazz (.World) Vol. III

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz”

The Netherlands, 2022

Contenido

Cassandra Wilson

Doris Day

Lena Horne

Melody Gardot

Mindi Abair

Mosaic Project

Natalie Cole

Sabina Hank

Viktoria Mullova

BABEL XXI-747

Por SERGIO MONSALVO C.

 

EL JAZZ CONOCE AL ROCK

(CAMINOS DE LA FUSIÓN)

 

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://e-radio.edu.mx/Babel-XXI/747-El-jazz-conoce-al-rock-Caminos-de-la-fusion

LA AGENDA DE DIÓGENES: ROBBEN FORD AND THE BLUE LINE

Por SERGIO MONSALVO C.

 

En vivo, Robben Ford & The Blue Line suenan más sólidos que en algunos de sus discos. Sin restricciones, el trío se deja arrastrar por su propia música.  El guitarrista y cantante Ford, el bajista Roscoe Beck y el baterista Tom Brechtlein han acumulado tal reserva musical a lo largo de sus extensas carreras que su interpretación del blues, del rhythm and blues y del jazz es completamente única. 

 

Al público no le interesa que este estilo les caiga mal a muchos críticos. Si algo prueban Ford y sus compañeros, es el hecho de que el blues no tiene que cumplir con clichés como sencillo y tradicional o bien, peor aún, negro y pobre, para que se pueda disfrutar. 

 

Robben Ford lleva más de 50 años en los podios, al principio en un conjunto de blues con sus hermanos Mark y Patrick, y posteriormente en los grupos de la leyenda de la armónica Charlie Musselwhite y del cantante Jimmy Witherspoon.  Hizo sus primeras grabaciones con estos artistas. 

 

Su nombre no tardó en adquirir una sólida reputación en la costa occidental de los Estados Unidos y diversos artistas (desde Joni Mitchell hasta Miles Davis) recurrieron a él. El debut de Ford como solista, The Inside Story (1981), fue una consecuencia directa de dos años de trabajo intenso en la escena regional de jazzrock.  

 

Aunque con el disco nació el trascendente grupo Yellowjackets, enseguida de la edición del acetato, Ford dio un paso hacia atrás, hacia sus raíces. «Mientras Yellowjackets se perfilaba como formación independiente, yo me puse a cantar y tocar otra vez blues. Sin embargo, estaba buscando de manera consciente una dirección clara, a fin de poder distanciarme de nueva cuenta de todo el movimiento de la fusión. Lógicamente no me gané los aplausos de la disquera que acababa de sacar mi primer disco. Por lo tanto, mi trabajo con los Yellowjackets se conservó como mi principal medio de comunicación”.

 

 

En 1988, cuando Ford ya había dejado a los Yellowjackets atrás desde hacía varios años, apareció su segundo álbum como solista, Talk to Your Daughter.  Los puristas del blues destrozaron la obra, pero el público que conocía a Ford por The Inside Story y los Yellowjackets no lo olvidó. 

 

Con Robben Ford & The Blue Line continuó esa –digamos– línea. «No es posible discutir con alguien aferrado a cierta idea –afirmó–.  Si un purista del blues decide que el género debe sonar de cierta manera y uno lo toca en otra forma, entonces no es blues, desde su punto de vista. Por supuesto que son maravillosas las grabaciones antiguas hechas por Muddy Waters en Chess.  Pero eso no significa que nosotros tres no nos estemos esforzando por tocar de la manera más sincera posible, con el corazón.

 

«Durante todos los años que colaboré con bluesmen negros no noté nada de purismo. También los músicos de blues son ante todo músicos, no historiadores. Luther Tucker, el guitarrista de blues de Chicago que tocó por mucho tiempo con James Cotton, fue el primer gran nombre con el que compartí un podio. Y le parecía excelente lo que yo hacía. Mis hermanos y yo fuimos teloneros de muchos grupos en el Keystone Corner de San Francisco, donde abrimos para gente como Freddie King, Junior Wells y Muddy Waters.  Y la gente gustaba de oírnos, aunque no tocáramos el blues de la misma manera que éstos”.

 

VIDEO: Robben Ford – Robben’s Blues (live) 2015, YouTube (Robben Ford)

 

 

JAZZ: BENNY CARTER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

Se apoderó del mercado. Para 1952 Norman Granz, el fundador de Verve Records, estaba grabando a los cuatro máximos saxofonistas del alto en el jazz:  Benny Carter, Johnny Hodges, Charlie Parker y Willie Smith.  «Rabbit» y «Bird» eran artistas exclusivos. 

 

Smith, el menos conocido en la actualidad, era el intérprete del sax alto más destacado en la serie extremadamente popular de Granz Jazz at the Philharmonic. Sorprendentemente, Benny Carter, el primero en conocer a Granz y el que por más tiempo trabajó con Norman de estos cuatro músicos, recibió menos publicidad que todos.

 

Dicha situación ha sido incrementada por la presentación hecha en Verve de «The King» (como se le conocía en el medio). Las grabaciones de estudio realizadas por Benny Carter en los años cincuenta fueron editadas en forma discontinua y breve. Lo que no se agotó en el acto nunca fue editado.

 

Este CD marca el inicio de una presentación más lógica de las grabaciones hechas por Benny Carter con Verve, a la vez que edita sus grabaciones más raras.  Benny Carter:  3, 4, 5 muestra a «The King» como intérprete, no como compositor, escaparate incrementado todavía por el tamaño pequeño de estos grupos.  El paquete progresa de las formaciones con trío a los cuartetos y luego a los quintetos.

 

La sesión con el trío tardó casi cuatro décadas en salir a la superficie. La gente empezó a dudar de su existencia. De existir una grabación de Benny Carter en un trío con Teddy Wilson y Papa Jo Jones, ¿por qué no se editaba aún?  ¿Qué salió mal?

 

No salió mal nada.  Reunir a este trío en particular de hecho fue una idea brillante.

 

En primer lugar, hay que examinar las relaciones y el entendimiento musical entre los músicos. Benny Carter y Teddy Wilson fueron colaboradores cercanos durante más de 50 años. Benny llevó a Teddy a Nueva York cuando éste tenía 21 años, para presentarlo con su big band. Luego trabajaron juntos en el famoso salón Savoy, con el grupo de Willie Bryant.

 

 

Los encuentros de Jo Jones con Benny Carter fueron menos numerosos, pero siempre hicieron historia, como en el mejor álbum de Carter, Further Definitions, o en el festival de jazz de Newport en 1972.

 

Por su parte, el cuarteto de Benny Carter fue editado por Verve primero como álbum pop, bajo el título Moonglow:  Love Songs by Benny Carter and His Orchestra. El suntuoso sonido de Carter en el alto ha convencido a las compañías disqueras desde hace 60 años de la posibilidad de lograr un hit masivo, pero esta sesión del cuarteto evidentemente pertenece al mainstream del jazz y es muy acertada la decisión de devolverlo al catálogo de jazz. El LP original omitía la pieza «This Can’t Be Love» aquí incluido.

 

Benny Carter escuchó al pianista Don Abney por primera vez en la costa oeste de la Unión Americana, al poco tiempo de establecerse Benny ahí en forma permanente en 1947. Esta fue su primera colaboración en el estudio. Más significativa fue su relación con George Duvivier, quien se convertiría en el bajista preferido de Carter hasta la muerte de aquél el 11 de julio de 1985. Y dos días después de esta grabación, Louis Bellson, el baterista, y Benny Carter tuvieron su legendaria sesión con Art Tatum.

 

En la sesión del quinteto, se observa la huella inconfundible de la supervisión personal de Norman Granz: una de sus grandes estrellas, Benny Carter, respaldado por el incomparable Oscar Peterson. De hecho, está presenta el trío original de Oscar Peterson, con la adición del baterista Bobby White.

 

VIDEO: Benny Carter – Somebody Loves Me, YouTube (A Trip Down Memory Lane)