Por SERGIO MONSALVO C.
EL BEAT DE LA IDENTIDAD
(2004)
Fue el año en que Mark Zuckerberg creó el sitio Facebook.
En el 2004 la Unión Europea expandió su geografía y nexos con la inscripción de diez países miembros más: Polonia, Lituania, Latvia, Estonia, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Hungría, Malta y Chipre.
La mala noticia fue que George W. Bush fue reelecto como presidente de los Estados Unidos.
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Tras una década de trabajo sólido y ejemplar como solista, por estética, estilo, actitud y por la frescura de cada uno de sus lanzamientos desde entonces a Björk, con la aparición de su álbum Medulla, se le podía ya definir como una artista total. Y una de las más singulares en el mundo, cabría decir. Escuchándola se podía confirmar que el arte no nace por generación espontánea. Todo forma parte de una cadena de influencias a las que el talento individual sintetiza y conduce a la excelencia. Eso era Björk en primera y última instancia.
Una artista islandesa cuya originalidad se había convertido en parámetro para los creadores en general. Aquí su exploración fue hacia la voz humana desde su manifestación primigenia y tribal hasta el coro etéreo y ambiental. Con este disco se ligó a la cadena que siempre ha pugnado por ir a la vanguardia.
En la obra Funeral las canciones de Arcade Fire, grupo de pop orquestal, encabezado por el matrimonio integrado por Win Butler (cantante, guitarrista y pianista) y Régine Chassagne (ex vocalista de jazz, organista y mandolinista), se desarrollaron opulentas y a la vez suaves entre los extremos.
Lo hicieron desde un pop sencillo con textos naive, que indujo a seguirlo con las palmas de las manos, hasta una epopeya acompañada por un voluptuoso piano, además de las guitarras, violines, cellos, glockenspiel, arpa y percusiones. Los miembros de esta banda crearon momentos sublimes, propios de un musical de Broadway o de un soundtrack para la pantalla cinematográfica. El grupo afincado en Montreal escogió el título para el disco durante las grabaciones, cuando murieron varios familiares de los músicos, a quienes se dedicó este álbum.
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Real Gone fue, desde el momento de su aparición, un hito entre los discos de Tom Waits. Contiene dos de sus obras más sombrías y melancólicas: “Sins of My Father”, de diez minutos de duración, y “How It’s Gonna End”, una marcha fúnebre minimalista. En el otro extremo del espectro está “Shake It”, música producida por un instrumento rítmico de cuerdas defectuosas. O bien “Metropolitan Glide”, donde Waits armado de una sierra eléctrica disecta y vuelve a armar de manera experta a James Brown.
Tal rompecabezas se deberá aprender a escuchar por su naturaleza oscura, la garantía del carácter lowlife y el aroma del blues astroso. Música de un hombre que no se anda con rodeos y que del mundo conoce en profundidad el crujido de sus vísceras. Waits sigue los pasos de un alquimista al intentar la transformación del hombre en su propio grito. Pero de todas maneras sigue siendo el Waits de siempre, el gran crooner cabaretil y sabiondo que como detalle acústico incluye los chillidos de un perro atropellado, mientras en primer plano late el rock puro y llano, reproducido con unos antiguos amplificadores de garage.
VIDEO SUGERIDO: Tom Waits – Shake it, YouTube (ChocolateJesus101)