ROCK AND ROLL LXX-80’s (I)

Por SERGIO MONSALVO C.

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 70 AÑOS DEL ROCK (LOS 80’s)

 PRIMERA PARTE

 El comienzo de los años ochenta se caracterizó musicalmente por su similitud con el inicio de las décadas anteriores: la tibieza, la contracción, el conservadurismo. El punk de fines de los setenta estalló en mil tendencias, la mayor parte de las cuales siguió un desarrollo ambivalente o de efectos retardados que sólo años o décadas después encontrarían su razón de ser.

Como por ejemplo el ambiguo estilo new wave que en el albor de los ochenta retomó muchas de las características del punk, pero con el paso del tiempo fue adquiriendo su propia personalidad hasta identificarse plenamente en el siguiente siglo.

Pero de aquella primera época (de sintetizadores, experimentación electrónica, artístico e intelectual sólo los Talking Heads (obviamente David Byrne), Chrissie Hynde y Elvis Costello impusieron al mundo sus talentos, el resto fue desapareciendo en el camino (Police, Cars, Pere Ubu, B 52’s, Jonathan Richman, Devo, X, et al).

O el rock gótico y la dark wave, también de herencia punk, cobraron fuerza con su ludicidad agónica, su poesía que expresaba el sentimiento de abandono diferido en la realidad cotidiana, en la exaltación de la última gracia estética, ante los arenales de la época en que se vive. El espacio, lo infinito, para esta rama musical, son la cárcel inmensa, sin salida, del hombre que sufre y morir no puede.

De ahí su pensamiento en rebeldía y sólo apaciguado por el momento sensual o por el éxtasis desfalleciente, desuello de un apriorismo por la desesperación, la oscuridad, lo desconocido, donde únicamente espanta el vivir consigo mismo. Bauhaus, Siouxie & The Banshees, The Cure, Joy Division, marcaron el camino.

En lo general, los primeros años ochenta igualmente resintieron la baja económica mundial, la recesión impuesta por los mercados. Al mismo tiempo, los juegos de video arrancaron su carrera de embrutecimiento (hoy en gran boga) y la música –me refiero al rock– pasó a un plano secundario por diversas circunstancias contextuales.

Michael Jackson –el negrito bailarín— se convirtió en la atracción pop del planeta entero con su disco Thriller y todo lo que ello trajo aparejado: playbacks, coreografía artificiosa, eliminación de músicos en el escenario y más que nada la novedosa maquinaria de los videos. Un todo que no era más que una apuesta consensuada por el comercio. Modelo a seguir por infinidad de personajes posteriores, desde Madonna a Janet Jackson ad infinitum. Las presentaciones en vivo aspiraron a imitar a la perfección tales videos.

La principal beneficiaria de los nuevos conceptos fue la cadena MTV, que fundada en 1981 encontró un público propicio para sus asépticas transmisiones, llamativas pero de dudoso fondo musical. Todas sus acciones desde el comienzo actuaron en contra del mismo. Si al principio la influencia y el uso del lenguaje cinematográfico adaptado para una TV musical parecía abrir muchas posibilidades para el ideal artístico, una nueva forma de expresión (incluyendo el contracultural), muy pronto se comprobó, sin embargo, que el medio y el fin eran iguales: la incitación al consumo.

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Privó, a pesar de su alarde de novedad, la función primaria de la TV en la que estaba anclada: producir demanda y fabricar consumidores. Es decir, la imagen (la forma) fue puesta al servicio de esta función en detrimento del contenido (la música).

El pop más artificioso permeó el ambiente. Se convirtió en una fábrica de “éxitos” en fuga provocando con ello el regreso de la tiranía del hit para los artistas auténticos. Los álbumes fueron reconsiderados como meras colecciones de sencillos.

Después de Thriller, los discos de platino –ganados por la venta de un millón de copias o más– fueron requisito para el estrellato. A ello se ayuntó la mercadotecnia –creación y venta de una imagen–, la cual se volvió un elemento esencial para la carrera de muchos. Los videos, el patrocinio corporativo, los comerciales, las playeras, las “autobiografías”, las entrevistas, las presentaciones en la televisión, en el cine, las canciones para soundtracks, se contrapusieron a la esencial rebeldía rocanrolera.

Se buscó por todos los medios convertir a una estrella del rock en una chamba, un trabajo. A mitad de la década, el rock al uso, el del mainstream (llamado entonces “rock de salón”, porque ponía más énfasis en el peinado que en la actitud), acusaba síntomas fatales (comenzó la era de la power balad) y se había vuelto inofensivo, aunque la esposa de un senador estadounidense, Tipper Gore, perorara ofendidísima por unas palabras sobre la masturbación en la pieza «Darling Nikki» del disco Purple Rain de Prince, con lo cual inició una campaña moral contra el rock y fundó un Centro Familiar para poner calcomanías de advertencia en los discos y fomentar la Censura (acto que prevalece hasta la fecha).

A ella se adhirió Susan Baker, la esposa del Secretario de Estado de la Unión Americana, quien por sus influencias el senado efectuó sesiones en las cuales el Congreso de tal nación reflexionó sobre el significado de las letras en el rock. Éste fue el primer blanco en la guerra contra las artes que pronto se recrudeció en todo el mundo (recuérdense los asaltos realizados por fanáticos religiosos cristianos a diversos museos y galerías a través del orbe).

La controversia en torno al contenido de las letras y los efectos de la música en los jóvenes con el tiempo se centró en dos formas musicales que, pese a sus ventas masivas, aún conservaban cierto dejo de extrañeza: el rap y el heavy metal.

Es imposible pasar por alto los elementos de prejuicio racial y de clase en este fenómeno. Ejemplo: si Eric Clapton interpretaba una canción de Bob Marley acerca de matar al sheriff, no pasaba nada, incluso ganaba un lugar entre las listas de popularidad sin enfrentar preguntas acerca de su motivación o el efecto que la canción pudiera tener sobre quienes la escuchan. Pero si los integrantes de un grupo llamado N.W.A., negros ellos, producían un rap sobre una confrontación violenta con la policía, se les recompensaba con boicots y el acoso del FBI.

En cuanto a los heavymetaleros, hay que recordar los terroríficos e inquisitoriales juicios a los que fueron sometidos Ozzy Osbourne y Judas Priest, porque las fuerzas vivas los señalaron y llevaron a juicio acusándolos de que sus canciones habían incitado al suicidio a varios adolescentes en aquella época, y ridiculeces así. ¿Qué tendría esta gente en la cabeza que veía, en simples canciones, tantos fantasmas diabólicos?

VIDEO SUGERIDO: N.W.A. – Straight Outta Compton (Good Quality), YouTube (deathrowunreleased)

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