NGUYÉN LÉ

Por SERGIO MONSALVO C.

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 CUERDAS Y CONTINENTES

La guerra civil de Vietnam en los años 50-60 del siglo pasado provocó la emigración de muchas personas del sur de aquella península (del Norte muchas menos debido al control estatal comunista). Así, uno de los resultados colaterales del enfrentamiento armado fue el nacimiento de una generación de hijos de vietnamitas en diversos puntos del planeta.

Entre ellos varios músicos que con la obligada interculturalidad han contribuido a la extensión de su diáspora sonora y al despliegue de la música vietnamita mediante la interrelación con otras culturas musicales. Nguyên Lê es ejemplo destacado de todo ello.

Los padres de este músico obtuvieron refugio en Francia, donde nació el 14 de enero de 1959, en París. Ahí aprendió las dos lenguas (la paterna y la francesa) y el gusto artístico. Comenzó a tocar la batería a los 15 años, luego optaría por el bajo y la guitarra. Aunque el mundo de la música lo atraía, sus padres lo condujeron hacia los estudios universitarios. De esta manera se graduó en Artes Visuales y luego se licenció en Ciencias Filosóficas con una tesis sobre Exotismo.

A mediados de los años ochenta, sin embargo, volvió a su viejo amor: la música. Fundó el grupo Ultramarine, una banda multiétnica con la que grabó dos álbumes (Programme Jungle y , con mezclas de rock, funk, jazz y músicas contemporáneas) y obtuvo algunos premios y reconocimientos.

Sus dotes como multiinstrumentista lograron que el director de la Orquesta Nacional de Jazz francesa lo invitara a colaborar con la prestigiada formación. Ahí se codeó de gente como Louis Sclavis, Carla Bley, Randy Brecker, Gil Evans y algunos otros.

Sus inquietudes e intereses estéticos lo condujeron a iniciar una carrera como solista y líder de formaciones diversas. Su primer disco en tal modalidad, Miracles, apareció en 1990, cuando se trasladó a vivir a los Estados Unidos. Con él comenzaron a trabajar Art Lande (pianista con el que labora desde entonces de manera regular), Marc Johnson y Peter Erskine. A partir de ahí su agenda fue una de las más apretadas del medio. Las giras, grabaciones como solista y colaboración en proyectos colectivos son su diario alimento.

Su talento lo ha convertido en uno de los intérpretes más eclécticos que existen en la actualidad, como consecuencia de la mixtura cultural a la que se ha expuesto: la propia (vietnamita), la de crianza (francesa) y la adoptiva (estadounidense). Esta unión de culturas musicales le ha proporcionado una carrera amplia y variada, la cual se ha manifestado en una gran cantidad de grabaciones de lo más heterogéneas.

Nguyên Lê ha creado un magnífico universo sonoro que funde de manera convincente las distintas formas del rock, la música folclórica de diversos países y naturalmente el jazz. Este gran improvisador gusta de trabajar en combinaciones de formato y de nacionalidad, que van desde la big band hasta el dueto.

Muestra de ello son los discos Soundscape (con el italiano Paolo Fresu y el tunecino Dhafer Youssef), Walking on the Tiger’s Tail (con el estadounidense Paul McCandless), ELB (con su compatriota Huong Thanh) o el Fragile Beauty (con la japonesa Mieko Miyasaki)

No obstante, entre los proyectos que ha realizado a lo largo de su carrera hay uno que destaca, por erigirse en medular y en el más significativo dentro de su desarrollo como músico. Se trata de Purple Celebrating, proyecto al que le ha dedicado casi toda la primera década del siglo XXI y con el que le rinde tributo a quien es su gran hito: Jimi Hendrix, uno de los mejores músicos que han existido en el planeta. Con la perspectiva ubicada desde puntos de vista que la gente, en general, ha olvidado: su faceta como compositor y como escritor de melodías.

Con una formación elástica y dando cabida a todas las ideas que le han ido surgiendo, Nguyên Lê ha resuelto en el proyecto su necesidad de ser él mismo como intérprete; ha buscado desde el inicio de ese trabajo el espacio donde evolucionar sus propias concepciones en la guitarra y trasmitir la libertad implícita en las composiciones hendrixianas.

Asimismo, ha puesto los acentos en las voces (tan distintas como las de Terry Lyne Carrington, Aida Khann o Corin Curschellas) y en las líneas de bajo (con los estilos melódicos de Michel Alibo o Meshell Ndegeocello, por ejemplo). Con los años el proyecto (iniciado en el 2002) se ha modificado y crecido con la participación de muchos músicos, al igual que con la realización de infinidad de conciertos. El jazz lo ha dotado de la creatividad necesaria para que cada vez sea tan distinto como fresco.

VIDEO SUGERIDO: Purple Haze (jimmy Hendrix – Arrgt. Nguyen Le), YouTube (CathyRenoir)

Pero como el guitarrista es un tipo hiperactivo, también ha fundado un grupo paralelo, el trío Saiyuki, que ha lanzado recientemente un disco homónimo con el subtítulo de “Chronique du Voyage vers l’Ouest”. Una obra inspirada y sutil donde el este de Asia se entrelaza entre sí con el jazz como hilo conductor.

Ahí, el Japón representado por la magnífica Mieko Miyazaki al koto, flirtea con la India del virtuoso Prabhu Edouard en las tablas. Una fabulosa epopeya poética que fusiona las tres personalidades con el jazz, el blues y la tradición musical de tales países. Este músico no cesa de desarrollar nuevos universos sonoros destinados a asombrarnos, con exploraciones en las que la imaginación siempre busca nuevas alianzas.

En la última década del siglo XX, los diarios europeos escribieron a propósito de la primera presentación de Nguyên Lê en en continente: “Nadie toca actualmente la guitarra como él” y hoy en día esta frase sigue sonando autentica como lo demuestra su más reciente producción para el sello ACT, Saiyuki.

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Este disco es claramente un viaje. Un viaje de ida y vuelta al este dentro de una “Asia sin fronteras”, citando las mismas palabras que Nguyên Lê, al respecto. El trío transcurre por la ruta de la seda sonora que entrelaza los diversos mundos de dicho continente.

Nguyên Lê ha tomado prestado el titulo para el disco del célebre libro del siglo XVI escrito por el poeta chino Wu Cheng’en (conocido como El Viaje a Occidente y también como El Rey de los Monos), en el que cuenta la peregrinación de un monje hasta el paraíso del oriente conocido como la India. Para este guitarrista viajero, tal expedición literaria representa un fascinante punto de partida.

Vietnam, la India y Japón, países de origen de los miembros del grupo, señalan los puntos de un triángulo mágico donde los sonidos se mezclan para crear nuevas formas. Esto da como resultado la brillante fusión de las tres identidades.

Cada una de las cuales se refleja en las otras dos, de la misma forma en que Nguyên Lê combina la tradición vietnamita y el jazz contemporáneo en un estilo que se inspira tanto en el blues como en los sutiles instrumentos de cuerda del sudeste asiático, al mismo tiempo que sus compañeros se impregnan también de las influencias mestizas.

Mieko Miyazi recibió una formación clásica del koto en su natal Japón. A la vez que intérprete y compositora para programas de la radio y la televisión de aquel país, adquirió experiencia en el jazz a través del grupo Koto2Evans Quartet que interpretaban temas de Bill Evans transcritos para el koto. Tras escucharla, el guitarrista la invitó a participar en su disco Fragile Beauty, pero como la colaboración daba para más la incluyó en el proyecto Saiyuki.

Prabhu Edouard, a su vez, nació en el subcontinente índico. Estudió la interpretación de las tablas en Calcuta con el maestro Shankar Goshi. En la actualidad es uno de esos raros virtuosos de esta percusión india, pequeña de tamaño pero tremendamente expresiva. La tabla, que en realidad forma parte de la familia de los timbales, se toca con las yemas de los dedos, lo cual necesita de una gran delicadeza.

Los dedos mismos de un ejecutante como él realizan una danza a la vista y pueden mostrar un espectro de sonidos que van desde los bajos viscerales a los agudos casi metálicos. Edouard también ha tocado con músicos del jazz como David Liebman, Marc Ducret y Dider Malherbe.

Los miembros de este trío, a los que a veces se añade como invitado a Hariprasad Chaurasia, maestro hindú de la flauta bausouri, dejan correr su imaginación a lo largo de Saiyuki, lo que proporciona un conjunto de temas altamente ecléctico.

Desde “Autumn Wind”, y su amplia lírica de guitarra modulada delicadamente, hasta la pulsación rítmica de “Mina Auki”. Esta pieza abre sobre una guitarra country-blues, luego se condensa para transformarse casi en rock y termina sonando profundamente asiática, gracias a el dialogo entre flauta y koto.

La música permanece en una dinámica orgánica constante, como si las tablas, el koto y la guitarra eléctrica moderna hubieran pertenecido desde siempre en el mismo grupo instrumental.

Los músicos nos llevan y se dejan llevar por paisajes fascinantes bajo los cuales hay un soplo etéreo; por fuera resplandecen como un amanecer y por dentro los escuchas percibimos un elemento misterioso, mágico. Pero este instante tiene además la facultad de asombrarnos, con sus arranques de guitarra eléctrica estallando de pronto en medio de una graciosa melodía.

O bien, escuchamos pronunciar el titulo del tema –por debajo de la música- y es la ocasión para aprender que “sangam” significa “feliz encuentro”. Estas dos palabras resumen bien el sentimiento que se desprende de estos temas y ello resulta por una razón tan simple como intrincada: Saiyuki es su propia globalidad.

Un grupo así, ejemplo sonoro de la fragmentación contemporánea, representa justamente la dicha de tocar y de explorar la personalidad musical de cada uno de sus miembros. El periodo de tiempo embelesador que manejan (contenido en un CD) se da a través de un continente asiático que, en clave de jazz, nos hace accesible toda una gama de impresiones inesperadas. En el universo hipermodernista de Nguyên Lê todas estas cosas se unen de la forma más natural del mundo.

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VIDEO SUGERIDO: Saiyuki – Izanagi Izanami, YouTube (uvisni)

 

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DRIVE

Por SERGIO MONSALVO C.

DRIVECOVER

AMAR EN EL SILENCIO

Los mejores filmes siempre ofrecen diversas lecturas, perspectivas desde las que es factible extraer reflexiones acerca de cuestiones varias. Una de las tantas posibles para tal cinta es su mirada en relación con el amor.

Esta producción cinematográfica descubre nuevos tonos y ritmos para definirlo, tanto en sus imágenes como en su música. Eso es un gran logro poético. El siglo XXI es el de la electrónica. Las canciones y piezas que contiene muestran nuevas tonadas para expresar un dolorido y apasionado sentir.

Es decir, crean una estética sentimental que es al mismo tiempo ríspida y sutil. Un código diferente para expresar la pasión. La extrema relación de la trágica pareja estrena en sus canciones un colorido emocional que exalta el amor difícil, el de unos enamorados que son alejados cada vez que intentan acercarse en el marco de un mundo bárbaro.

Y esa lírica está reforzada con un refinado y sensual ambiente musical que termina por expresar una nueva sensibilidad. Es una lírica que brilla con fervor propio en el devenir de sus paisajes interiores. Con sus personajes de afectos rotos pero que aún se atreven a soñar dentro del espejo oscuro de lo que no se dice pero se percibe.

Las perturbadoras imágenes de Drive reúnen en una sola película el sabor del cine negro francés que capitaneó Jean-Pierre Melville en los años sesenta y los aromas del thriller estadounidense de los setenta y ochenta. Su hierático protagonista remite de modo inevitable al Alain Delon de El Samurai, por  su sequedad narrativa o a las primeras obras de los mejores Walter Hill o Clint Eastwood.

Así, Drive se convierte en una obra esencial, en una narración, emotiva y absorbente, que abre nuevos caminos emocionales y visuales, acentuada por terribles explosiones de brutalidad.

Quien llevó todo esto a su cénit fue el danés Nicolas Winding Refn. Un director con capacidad para crear expectación en la cinefilia con gusto (ahí están la trilogía Pusher, Bronson y Valhalla Rising, como otras muestras). Con Drive apasiona por su puesta en escena del desventurado relato del conductor solitario y enigmático que se enfrenta al mal para proteger a la mujer que ama, sabiendo que las posibilidades de lograrlo son elusivas.

La forma en que este estilista cuenta la dura, triste y romántica historia es deslumbrante y no sólo por la plasticidad de sus imágenes. Sino que también está al servicio de personajes tan creíbles como inquietantes, con diálogos que funcionan.

Muestra, asimismo, una violencia con sentido y combina con armonía el intimismo y la acción. Es una película que por todo ello posee mucho encanto. Pero lo que la sublima y convierte en arte mayor es el uso seductor de la música sobre el silencio.

VIDEO SUGERIDO: Desire: Under Your Spell, YouTube (ThePrismer)

En nuestra vida cotidiana, y aunque resulte obvio decirlo, es difícilmente contestable la certidumbre de que el complemento sonoro del amor es la música. En el cine desde que éste comenzó, y no había aprendido a utilizar el sonido, las pianolas o las orquestas ilustraban o subrayaban en vivo, en la misma sala, cuando aquél estaba brotando en la pantalla.

Siempre ha recurrido a la música para que exprese, traduzca, exalte, aclare o matice lo que le está ocurriendo a los sentimientos. En este caso, si busco algunos de los momentos en la historia del cine que inapelablemente me remitan a anécdotas semejantes descubro que todas ellas son grandes clásicos y a todas las acompaña una gran música. Valgan algunos ejemplos:

Martin Scorsese tuvo el inmenso acierto de que Bernard Herman accediera a componer su última e impresionante banda sonora para Taxi Driver. La soledad y la paranoia de Travis Bickle (el protagonista), la noche más amenazante de Nueva York, la lava en erupción de un cerebro y un corazón enfermos, está descrita con genialidad por esa música.

Igualmente, Las chequeras de los productores, el capricho, la necesidad o la obstinación de algunos directores como Louis Malle, consiguieron que deidades del jazz dispusieran su sensibilidad y su talento en determinadas películas como L’Ascenseur pour l’Echafaud (Ascensor para el cadalso, en español), una intriga más que correcta, pero el soundtrack que le regaló Miles Davis mantendrá eternamente su condición de obra de arte.

Y, por supuesto, Bullit de Peter Yates (con Steve McQuinn como protagonista), en donde el manejo del auto, la agresividad, las persecusiones y la flor del amor tienen que convivir en un filme legendario y existencialista, donde la música compuesta por Lalo Schifrin, con alardes de jazz, metal y percusiones, nos señala las turbulencias emocionales en una ciudad de altibajos como San Francisco.

En Drive, Nicolas Winding tuvo el gran tino de optar por el compositor Cliff Martinez para elaborar la mayor parte de la banda sonora de la película. Ésta, sin embargo, abre con un tema de Kavinski (músico representante del house francés y cuyo nombre verdadero es Vincent Belorgey) que marca el leitmotiv sonoro del resto del filme: “Night Call”. Propiciando así una obra hipermoderna que echa mano de las reminiscencias del electro-pop que acompañó la cinematografía de los años ochenta.

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Cliff Martinez es un músico y compositor neoyorquino de larga trayectoria.

Durante la misma ha pasado por las ilustres huestes del Capitán Beefheart, The Dickies, The Weirdos, Lydia Lunch y los Red Hot Chili Peppers. Bagaje que, para acabar de impresionar más, se acompaña de la elaboración de otros célebres soundtracks: Sexo, Mentiras y videos, Traffic o Solaris, por mencionar algunos.

Debido a él, Drive cuenta con una de esas bandas sonoras indisociables de su guión y de su fotografía. Si los créditos de la película aparecen en un rosa neón con aire indiscutiblemente ochentero, su música insiste en esos parámetros, usando como base sintetizadores de la época. La clave de su éxito es que el filme al no abusar de las persecuciones para centrarse en una historia de amor y soledad contada en silencio; la música no acelera tampoco sus bpm para mostrar por el contrario una épica controlada.

No es lo habitual que un artista de pop electrónico (o de “electrónica” a secas, como él mismo se define a veces) realice soundtracks conceptuales, con canciones que recorren paso a paso toda la historia. Con ello puede haber marcado un antes y un después en el cine y seguro también en la música: en ciertos territorios de la electrónica se puede hablar ya de un post-Drive.

La construcción de la atmósfera, la instalación de lo emocional en el silencio, la forma de conseguir (por el establecimiento de los ritmos y los tonos) que las imágenes vayan más allá de una simple lectura dramatizada es un trabajo artístico muy difícil que merece una enorme admiración por su partitura muy bien modulada.

En la memoria siempre quedarán la cadencia de los emotivos silencios acompasadas por el goteo de la sangre y la mezcla de fluidez y densidad del relato que se expande en sus instantes de suprema e inesperada poesía en un casi western. Con la imagen del futuro herido e incierto en el horizonte oscuro, con todo lo que representa como metáfora.

Ésta siempre irá acompañada de tal música en la imaginación, de la música que el director escogió de un compositor cuyo talento ha superado los límites del género e introducido referencias nuevas en él. Tanto Nicolas Winding como Cliff Martinez aportan a este adagio elementos como la evolución, los acentos trágicos, la melancolía, redefiniciones de formas de sentir y, sobre todo, la maestría para irradiar otra manera de ver al naciente siglo, muy joven aún.

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VIDEO SUGERIDO: A Real Hero – Music Video, YouTube (allenk727)

 

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KAVI ALEXANDER

Por SERGIO MONSALVO C.

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 CALIDEZ ESTEREOFÓNICA

Kavichandran o “Kavi” Alexander es un músico y productor independiente, naturalizado estadounidense y de ascendencia tamil, procedente de Ceylán (hoy Sri Lanka), quien ha puesto sus conocimientos tecnológicos al servicio del oído.

Este artista ejerce su profesión como un sacerdocio en busca de las verdades a través del sonido, de su escucha prístina y cálida.

Alexander es una Rara avis en el mundo del espectáculo contemporáneo. Para llevar a cabo su proyecto fundó la compañía Water Lily Acoustics. Las credenciales para lograrlo pasaron antes por la universidad para graduarse como ingeniero de sonido en París y luego, ejerciendo sus conocimientos, en la compañía sueca American Jazz, antes de emigrar a los Estados Unidos en 1981 y colaborar en los laboratorios sonoros Sheffield.

Actualmente Kavi Alexander es una leyenda viva, como audiófilo y como productor.

Desde 1877, cuando Edison lanzó el fonógrafo, la audición ha tenido un proceso complejo. Y los tres campos en los que se desarrolla Alexander en la actualidad tienen que ver con ello: arte, ciencia y filosofía.

Como ciencia, este audiófilo ha desarrollado los estudios de la amplitud y frecuencia del oído humano al continuar con el trabajo de su influyente predecesor, el inglés Alan Blumlein, quien exploró en la grabación del sonido con la técnica stereo, de la que fue fundador.

La base de los estudios de Alexander radica en el hecho de que la información que el cerebro humano recibe de cada uno de los oídos es diferente, porque ambos están separados entre sí por la cabeza. Esto conduce a la interpretación y traducción que hace el cerebro de tal circunstancia para ubicar su lugar en el espacio y el tiempo a partir de las fuentes de sonido.

Tal circunstancia lleva diferentes formas de comportamiento, estados anímicos y la manera de afrontarlos o vivirlos (lo que ya sería campo de la filosofía).

Alexander ha optado por el arte para dar su respuesta a todo ello. Fundó la compañía Water Lily Acoustics con ese fin. En dicha compañía, ubicada en Santa Bárbara, California, graba con técnicas, filosofías y prácticas que son la antítesis de la posmodernidad digital, otra forma de lo hipermoderno.

VIDEO SUGERIDO: Emperor’s Mare – Water Lily Acoustics.wmv, YouTube (siratuangchaipiti)

Este productor rescata para sí el concepto original de Blumlein, la estereofonía, para buscar la captura de la esencia misma de la música y la reproducción fidedigna de ésta.

Alexander profesa un amor incuestionable por las máquinas analógicas, con las cuales, según él, empleando las cintas maestras antes de la mezcla y minimizando el número de componentes en el proceso de amplificación de la señal se obtiene un sonido rico, cálido y profundo, amén de un método exclusivo de masterización (llamado “en ocho” por la forma de colocar dos micrófonos bidireccionales),

El nombre de la compañía se forma de varios componentes: el agua (Water), que es la mejor conductora de las vibraciones; el apócope del nombre de la madre de Alexander (Lily), quien lo instruyó en la concepción del misticismo, de la cual derivó su interés por las percepciones sonoras y su interpretación, que cambian en función de la educación, la creencia y la cultura del sujeto que las experimenta. Y Acoustics, por ser la modalidad instrumental en la que graban los convocados a integrar su catálogo.

En éste se han dado cita virtuosos intérpretes de la música india clásica, de manera solista (L. Subramaniam, Vishwa Mohan Bhatt o N. Ravikiran, entre otros) y en colaboración con músicos procedentes de todas partes del mundo, en una acción intercultural acorde con los tiempos que corren.

Un listado muy parcial puede incluir nombres conocidos como los de Ry Cooder, Taj Mahal y Martin Simpson, gente que desde siempre ha trabajado distintos géneros y divulgado más que decorosamente parámetros musicales ajenos.

Martin Simpson, por ejemplo, participó en un proyecto denominado Kámbara Music in Native Tongues, al que se podría etiquetar como un “cuarteto folk de cámara”.

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Simpson (cantante y guitarrista británico, de amplia trayectoria y vasta discografía) comparte créditos en dicho álbum con David Hidalgo (integrante de Los Lobos, compositor, cantante, productor y multiinstrumentista), Viji Krishnan (violinista y cantante clásica india, cuya obra recupera y difunde antiguas tradiciones de su país) y Puvlur Srinivisan (percusionista indio especializado en el instrumento llamado mridangam, quien ha trabajado con infinidad de músicos occidentales).

Todos ellos fueron convocados para realizar un disco de fusión intercultural en clave orgánica y con tintes carnáticos (música clásica de la India del sur).

El material escogido es curioso, pero se presta a enfatizar la estructura repetitiva de las ragas ligeras. Hay un vals de Richard Thompson lo mismo que una canción de Merle Haggard, versiones instrumentales de temas tradicionales como el mexicano “Jarabe Loco”, o composiciones originales, como la extensa “The Slow Pageant”  y “A Dancer’s Gait” (ambas de David Hidalgo).

La obra resultante se encuentra entre lo mejor del concepto de Alexander y su Water Lily. El cuarteto combina las sonoridades anglo-mexicanas con las reglas de la música carnática adoptadas popularmente, es decir, sin el rito religioso, pero con el efecto artístico-espiritual que la raga ligera evoca y provoca con el sonido de sus siete notas yendo hacia arriba y sus siete notas yendo hacia abajo.

Kavi Alexander, el audiófilo gurú de los sistemas analógicos, sabe que hay muchos sonidos que los humanos no registran con los cinco sentidos pero que se pueden percibir de otra manera, provocando diversos fenómenos.

Su concepto es de cuestiones sobrenaturales, labradas con ciencia, filosofía y arte. Con opciones incluyentes y globalizadoras, proyectadas en el seno de una compañía independiente.

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VIDEO SUGERIDO: Martin Simpson: “Masco Blues”, YouTube (GtrWorkshop)

 

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