ELLAZZ (.WORLD): MEREDITH MONK

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Meredith Monk nació en Lima, Perú, el 20 de noviembre de 1943. Es una compositora, cantante, coreógrafa y cineasta que ha trabajado en los Estados Unidos, de donde es naturalizada. Su nombre siempre se menciona como pionera de lo que en la actualidad se denomina “técnica vocal extendida” y “performance interdisciplinario”.

Proviene de una familia de larga tradición musical que se remonta a su bisabuelo materno, cantante en Moscú. La formación de Meredith incluye técnica vocal, piano, composición y técnica Cunningham, con la cual se graduó en el Sarah Lawrence College.

Desde que egresó de dicha institución en 1964 ha creado más de 80 obras que combinan la voz, el movimiento y la imagen. Ese mismo año fundó también The House, una compañía dedicada al performance, y en 1978 el Meredith Monk Vocal Ensamble, con el fin de presentar sus composiciones para grupo vocal. En la actualidad posee igualmente una buena discografía, filmes experimentales y una ópera muy aclamada, entre su muy destacado quehacer artístico.

Una “precursora de la técnica vocal extendida y del performance interdiscplinario”, así es como suele presentarse Meredith Monk, una artista estadounidense, nacida en Sudamérica, quien a partir de su formación como músico y bailarina ha sabido proyectarse a la totalidad del lenguaje escénico —sonido, imagen, movimiento— con una originalidad y vitalidad sorprendentes. Ella pertenece a la cuarta generación de músicos de su familia. Según refiere ella misma, cantó antes de hablar y leyó música antes que las palabras.

Como era físicamente descoordinada, su madre la envió pronto a practicar la técnica Dalcroze, la cual le abrió el camino a la danza moderna. El piano y la composición fueron otros de los pilares de una educación artística variada y rica. Ligada a las vanguardias que a partir de los setenta involucraron a nombres de la talla de John Cage o Cunningham, Meredith desde que se graduó en el Sarah Lawrence College ha crado muchas obras que conjugan la música, el teatro, la danza y la imagen cinematográfica.

A la hora de ser abordada por la crítica, Meredith Monk ocupa un lugar difícil y siempre parece estar “del otro lado” de las cosas: en el campo de la danza se le considera amablemente y se le despacha con prontitud como “mujer de teatro”. Figura en los catálogos de música contemporánea junto a Cage, Nono y Berio, pero en algunos textos sobre música del siglo XX no es siquiera mencionada. Su arte puede considerarse erudito (de lo que suele llamarse «música clásica”) pero probablemente por su dedicación casi exclusiva al trabajo vocal, el uso de técnicas no convencionales y ciertos giros folklóricos y jazzísticos, suena demasiado “popular” para los académicos. Por otro lado, el arte popular no le hace fácil un lugar en sus filas. Tampoco el teatro suele contarla como representante de alguna corriente.

Lo más aproximado para definirla sería decir que hace ópera jazzística, en el sentido wagneriano de “arte total”, aunque a la hora de reconocer influencias, ella evoca la ópera china, el teatro kabuki y el free jazz. Por eso, hasta que el discurso crítico no construya un espacio para lo interdisciplinario, la pluralidad de intereses y desarrollos estéticos operará más bien como algo raro, excéntrico. Lo que hace que artistas como la Monk resulten incómodos para todos menos para sí mismos. Como ella, que avanza sin tregua en el intento por derribar los límites entre disciplinas y establecer la unidad existente entre música, teatro y danza.

El suyo es un arte que no sólo trabaja en los márgenes, en las fronteras genéricas, sino que desafía los hábitos estéticos, las categorías perceptivas ordinarias. Un canto que es tanto dulce y pastoral como áspero y chirriante; un cine no narrativo, que cuenta historias con imágenes potentes y enigmáticas; una utilización del espacio no convencional, con el convencimiento de que todo lugar es bueno como escenario, escenario vivo que genera la obra misma.

¿Cómo entrar a un discurso tan heterogéneo como el de Meredith Monk? ¿Tienen que poseer el crítico y el escucha una formación pareja en todos los campos? Y si no es así, ¿están invalidados para emitir una opinión? La solución provisional es imaginar un criterio común, un origen, aunque sea mítico, una cantera de posibilidades y recursos. En este caso la música se presenta como la puerta de entrada al universo Monk: primera en el tiempo, como hemos dicho, y también como principio ordenador: voz, movimiento (danza en función de la música e incluso cuando hay silencio, en función del ritmo interior), e imágenes, que también poseen una cualidad musical.

Vibran sus cuerdas vocales y le resuena el cuerpo entero. Su voz es materia en el aire. Ondas sonoras que se disparan en busca de contacto. Cuerpo granuloso, frágil e intenso. Sometido a contingencias, como todo lo que vive. Si la voz y el cuerpo en movimiento se desenvuelven en el tiempo también, claro está, la imagen cinematográfica. El cine de ella es tiempo en suspensión: personas y objetos reposan en engañosa quietud. Perfectas metáforas de eternidad.

A menudo suele decirse, con cierta ligereza, que la música es la más abstracta de las artes. Se le relaciona con las matemáticas, dada la lógica que guardan las relaciones interválicas, armónicas y rítmicas. Se piensa básicamente en la composición escrita, olvidando que siempre hubo música que no se lee, sino que se trasmite oralmente y se compone a partir de la ejecución colectiva. La improvisación, a la que con mucho trabajo accedió la música académica del siglo XX, es patrimonio de otras culturas desde siempre, inclusive de la propia tradición occidental que la abandonó en los últimos siglos por el reinado de la pintura.

Isadora Duncan, en un gesto inédito, se despojó de los maillots que aprisionaban a los bailarines de su época en favor de túnicas amplias de reminiscencias grecolatinas. Del mismo modo, Meredith Monk se desprende del corsé de la técnica vocal occidental: voz impostada, con vibrato y sin “aire” que se oiga, y mediante un proceso de deconstrucción se enfrenta con la libertad misma. Como si yendo por un estrecho corredor de pronto se desembocara en una inmensa explanada. Así, de pronto, tiene la cantante a su disposición el repertorio entero de combinaciones articulatorias y toda la gama de registros y timbres de que es capaz la voz humana.

Si se piensa en este proceso como de una vuelta a los inicios, pues tiene mucho de experimentación con los sonidos, al modo de los niños cuando aprenden la lengua, se abre a una pluralidad de técnicas que intentan agotar las posibilidades de un nuevo, y tan viejo, lenguaje. La que sin duda se extiende es la voz, como el cuerpo de la bailarina que día a día se hce más flexible con ejercicios y disciplina.

La de Meredith es una exploración sobre fonemas y su combinación en sílabas, sobresaltos de registro (de los sobreagudos al infrasonido), velocidades varias, timbres nasales y guturales, gritos y gemidos, todo el trabajo metódico que por décadas ha llevado junto a un grupo de intérpretes, es un verdadero festín para lingüistas, foniatras y músicos. Incorporar lo que había sido prolijamente desechado por la técnica tradicional no hace más que darle pasaporte de música a lo que hasta ayer era «juego de niños», y de música erudita a lo que era sólo «étnico»a lo que era irremisiblemente “étnico”.

Si todo arte es, en un sentido, experimental, lo de Meredith Monk es experimental en muchos sentidos posibles. Cuando escuchamos sus melodías parecemos asistir al proceso mismo de búsqueda y no a un mero resultado, vale decir: el producto es el proceso. Eso es particularmente evidente en Dolmen Music, uno de sus trabajos musicales más minimalistas en el que, a partir de una nota la voz va desarrollando un conjunto de variaciones sobre un patrón que, en este caso, implica ir en forma gradual de lo igual a lo diferente por medio de unísonos, microtonos, intervalos cada vez más grandes, etcétera. Porque hay que decirlo, aún en lo aparentemente aleatorio de su obra, se advierte un diseño, una arquitectura. Todas sus obras tienen sentido: saben a dónde van.

Meredith Monk trabaja sobre el concepto minimalista de repetición y variaciones mínimas: sobre un ostinato a cargo por lo general de un instrumento armónico —piano, órgano, cello, objeto— la voz va bordando dibujos de enorme creatividad. Pero el lujo de las intervenciones vocales la aleja del modelo minimalista más austero. De alguna manera se advierte la tensión entre una voluntad de economía y la avidez de una voz que quiere abarcarlo todo.

A veces también asistimos como escuchas a misteriosas conversaciones en “idioma inventado”, como en la misma pieza “Dolmen Music», tema que da nombre al disco, en que se evoca a un tiempo lo arcaico y lo futurista; a veces hay parloteo femenino, siempre con sonidos en los que resuenan fragmentariamente otras lenguas; a veces se cuela algún término reconocible dentro de una melodía, en que las frases aparecen y desaparecen de forma angustiosa.

La música siempre se ha pensado en términos visuales: se habla de línea melódica, de textura, del color de una voz. Meredith Monk piensa su trabajo entero en términos de retratos y paisajes y, por ejemplo, habla de luminosidad o de transparencia, lo cual resulta muy acertado en relación a su obra. Lo cierto es que resulta fácil, al escuchar sus composiciones, ver la voz como una línea que se mueve por impulsos y ondulaciones, y al conjunto de voces como un verdadero tapiz. Los sonidos manifiestan su cualidad plástica y pueden evocarse pictóricamente o mejor aún, como esculturas en el aire.

Si como dice Umberto eco, es posible una ética basada en el cuerpo, de raíces naturales, quizá sea posible también que en el campo de la creación y de la percepción artísticas, más allá del enorme andamiaje simbólico que ha construido la civilización a lo largo de la historia, haya un lugar irreductible en el que el trueno, la oscuridad, el rojo de la sangre, los latidos del corazón y lo alto y brillante del sol signifiquen por vez primera un grito. Mientras tanto, en el centro de un mar de metáforas, la voz erizada de Meredith Monk apunta directo al umbral en que Cultura toca a Naturaleza: el cuerpo, la última frontera.

VIDEO: Meredith Monk – Dolmen Music, YouTube (John David Baumgarten)

ELLAZZ (.WORLD): MARIA JOAO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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ALCANCES DE LA CREATIVIDAD

Hace medio siglo, el jazz aportó una nueva concepción rítmica, librándose de la uniformidad, tanto en la métrica como en el beat; desató la exploración sobre la música del mundo no occidental ni blanca: hindú, japonesa, africana, árabe, etcétera. Se puso énfasis en la intensidad interpretativa (éxtasis orgiásticos o místicos), y a la par de todas las demás aportaciones se buscó una extensión del sonido musical al invadir el ámbito del folk y el ethno. El jazz se convirtió así en una forma de expresión ricamente articulada que comandó toda la escala de las emociones humanas. Maria Joao es una buena representante de todo ello.

Para hablar de Maria Joao es necesario instalarse en la descripción de las formas de ser de una cantante, en función de sus necesidades y aptitudes frente a una escena internacional abrumadora. Ella apresa el jazz con su canto, un movimiento, un cuerpo, como si fuera una frase que invita a la desarticulación para poder reconstruir sus verdaderos contenidos. Como individuo adquiere su libertad de manera simultánea gracias a la música y dentro de ella.

El desarrollo de su estilo es la clave perpetua para un futuro posible: para dominar una voz perturbadora tuvo que inventar un sistema original de referencias, forzosamente heterogéneo, utilizando los elementos africanos de los que disponía, pero practicando también en su nuevo entorno un auténtico enriquecimiento cultural. Al igual que cualquier río seminal ella es una cantante que cambia de curso naturalmente; que escucha a su tiempo, lo abraza y se adapta.

Maria Joao Monteiro Grancha nació el 27 de junio de 1956, en Lisboa, Portugal. Mientras crecía jamás pensó en convertirse en cantante. Su amor adolescente fue el deporte, el Aikido y la natación, y en ellos invirtió sus energías y expectativas. Buscando el mejor despliegue para ellos pasó por cinco diferentes escuelas, para a la postre convertirse en maestra de ambas disciplinas. Así llegó a la edad de 27 años, y cuando se entrenaba fuerte para ser salvavidas por casualidad descubrió sus dotes para el canto.

Cuando el gimnasio donde trabajaba como maestra de natación y practicaba como salvavidas cerró, un amigo que la había escuchado cantar en una fiesta con fogata le sugirió que fuera a solicitar una audición al Hot Club de Lisboa, una escuela de jazz. Ella no sabía nada sobre el jazz, pero tenía que ganar dinero así que decidió ir a ver qué pasaba. Sin bagaje musical alguno y sin saber leer partituras se lanzó al ruedo. Obviamente no consiguió el empleo, pero quienes la escucharon quedaron muy impresionados por sus dones naturales y le sugirieron estudiar canto.

El de 1983 es el que ella recuerda como el año en que “aprendió a escuchar”. Luego empezó a progresar rápidamente bajo la influencia de Billie Holiday, Ellis Regina, Ella Fitzgerald y Betty Carter. Formó un grupo y comenzó su carrera profesional. Su debut fue en la inauguración de un restaurante de lujo. Con los nervios de estar en un escenario y frente al público olvidó las letras de las canciones. Entonces se puso a improvisar con la voz. Fue el momento clave y el leit motiv de un quehacer artístico que continúa hasta la fecha mostrando sus particularidades.

Su primer disco lo grabó como parte del grupo de Jorge Palma. Sin embargo, prefirió a la postre continuar con una carrera como solista. Sus notables progresos la llevaron a convertirse en la presentadora del Portuguese Television Jazz Show, gracias al cual obtuvo el premio de Revelación del Año en aquel país. Produjo sus primeros álbumes, Quinteto y Cem Caminhos, material con el que salió de gira por Alemania. Ahí realizó conciertos y presentaciones en la radio y la televisión germanas.

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En 1986 Maria Joao ganó el primer premio en el Festival de Jazz de San Sebastián, y el de Nova Gente como Mejor Cantante Femenina. Luego entró al estudio para grabar Conversa. Ese mismo año la pianista Aki Takase la invitó a cantar con ella y su relación duró un fructífero lustro. Desde entonces ha tenido muchos contactos con diferentes jazzistas del mundo en general, desde Escandinavia hasta la Patagonia y Cabo Finisterre. Ha estado envuelta en diversos proyectos con toda clase de músicos.

A partir de 1991 ha estado ligada a su compañero y amigo, el pianista Mário Laginha, con el cual ha hecho todos sus discos consecuentes. Los primeros resultados de esta amistad están plasmados en el sello Enja. En 1994 firmó con la compañía Verve, una de las grandes. La cual le ha conseguido invitados de lujo para sus grabaciones: Ralph Towner, Dino Saluzzi, Manu Katché, entre otros. En 1998 llevó a efecto el proyecto especial llamado Cor, un álbum por encargo, para celebrar los 500 años del arribo del navegante portugués Vasco da Gamma a la India. El disco está inspirado y dedicado a las culturas derivadas de ese contacto cultural, especialmente de Mozambique donde Maria tiene sus raíces maternas.

Maria Joao es una individualista. Le encanta desafiar a la gente, provocándola a través de la intensa presencia de su personalidad artística. Confronta a los escuchas con la inmediatez de la experiencia vocal, lejos por igual de la actitud innovadora del avant-garde como de las reglas tradicionales del canto. En medio de todas sus transformaciones se ha mantenido fiel a sí misma como artista del sonido. A pesar de la perfección de su autonomía estilística conserva una fascinante naturalidad y un gran encanto. En su música las tradiciones africana, brasileña y europea se mezclan con el jazz e integra elementos percusivos y ornamentales en su estilo vocal.

Siempre habrá que señalarlo: tanto en sus movimientos sobre el escenario como en su forma de cantar, en definitiva, única y sorpresiva, Maria João es una indómita amazona. Improvisa de manera excéntrica con la melodía, el ritmo, el lenguaje y el no lenguaje. Elementos que son su sello de garantía. Maria scatea, sí, pero con sonidos y palabras inventadas que están muy lejos de los familiares de Ella Fitzgerald.

Canta con un sonido limpio, pleno y muchas veces agudo, como la lengua del sur de Mozambique: el changaná. Y sobre todo en su idioma paterno: el portugués. “Es un idioma tierno con el que puedo bailar muy bien en mis presentaciones”, ha dicho. Le gusta cantarlo con un acento brasileño porque, según ella, en Brasil la gente se toma muchas más libertades con el idioma, al igual que en África de donde es su madre. “Allá las personas vuelven las palabras al revés y las arman de nuevo en combinaciones al parecer imposibles”, ha señalado la cantante.

El disco Mumadji, que sintetiza de alguna manera el estilo de Maria Joao, es un álbum en vivo que utiliza la formación de cuarteto con el acordeonista Toninho Ferragutti y el percusionista Helge Norbakken. El título proviene del lenguaje changaná y significa “portugés en Europa”, para diferenciarlos de los portugueses africanos que viven en Mozambique. Maria João utilizó la palabra porque la plasmada es música que mira hacia Brasil y Mozambique desde la perspectiva de los portugueses europeos.

 

VIDEO: Maria Joao – OGRE electric – E despois do Adeus (Tributo a Paulo de Carvalho), YouTube (Maria Joao)

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