CANON: THE MONKEES (FICCIÓN DE LA ERA)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

MONKEES (FOTO 1)

 

FICCIÓN DE LA ERA

Fue difícil no conmoverse con la información sobre las muertes de David Jones (acaecida el 29 de febrero del 2012), la de Peter Tork (21 de febrero del 2019) y la de Mike Nesmith (10 de diciembre del 2021), sobre todo porque en el romántico universo de la memoria hasta donde se sabía, eran inmortales. “La muerte de un eterno siempre debería detener los engranajes del mundo”, escribió un amigo mío. Vaya, pues, este texto y programa como stand by para ese engranaje, en recuerdo de los monkees caídos.

El año de 1966 fue un año fantástico para el rock y para la cultura popular en general. Aparecieron en escena Frank Zappa y sus Mothers of Invention, con el disco Freak Out!, Bob Dylan con Blonde On Blonde, The Beach Boys con Pet Sounds, Donovan con Sunshine Superman, Jefferson Airplane con Jefferson Airplane Takes Off, los Beatles con Revolver (hoy discos clásicos todos ellos).

Es decir, la música popular contemporánea (el rock básicamente) alcanzó ese año emociones y objetivos profundos. Hizo visible una manera de expresión mediante la cual se habló de cómo afectaban las cosas a una generación diferente.

Tal música abrió un nuevo espacio para el conocimiento de lo que se han dado en llamar “los sentimientos”. No sólo románticos, sino existenciales, de estar en el mundo y frente a él. Esos discos contenían el espacio del placer estético con obras de dos o tres minutos de duración, a los que se había denominado como singles o sencillos.

Ejemplos de esas fechas fueron: “Good Vibrations” (de los mencionados Beach Boys), “96 Tears” (de Question Mark and the Mysteryans), “Monday Monday” (de The Mamas and The Papas), “These Boots Are Made for Walking” (de Nancy Sinatra), «The Sounds of Silence» de Simon and Garfunkel, «These Arms of Mine» de Otis Redding; «When a Man Loves a Woman» de Percy Sledge o «Dirty Water» de los Standells, pero quienes seguían dominando las listas eran los Beatles.

En 1966 la música respondía así a la incertidumbre de la Guerra Fría, a la posibilidad bélica, a la homogenización de la vida, con la transición y fogocidad lúdica de una generación que daba los últimos coletazos a una infancia, inquieta, auténtica, espontánea y llena de retos (en “tiempos de candores virginales, de goces de lo inmediato”).

El instante justo antes de pasar a una adolescencia crítica, con profundos conflictos existenciales y en la búsqueda de una razón de ser, que abrevaría en la filosofía y las religiones orientales; conocería los excesos y la apertura de la conciencia cósmica y comunitaria (vía la psicodelia).

En ese resquicio temporal surgió una propuesta musical distinta, original, bien construida entre la fresquísima cultura pop y el añejo absurdo, y que se haría de un lugar a base de calidad entre aquellos gigantes que nacían a la escena de la rock-era.

En 1966, la cápsula espacial soviética Venus 3 se posó en el planeta Venus, convirtiéndose en el primer objeto fabricado por el hombre que alcanzaba otro planeta. El segundo objeto sería, sin lugar a dudas, el proyecto denominado: The Monkees.

La leyenda dice que este proyecto se ideó para enfrentarlo a los Beatles y a la “desmedida” popularidad que habían adquirido en la Unión Americana, en detrimento del mainstream doméstico (es decir, las ventas del producto local decrecían drásticamente). Y que la industria estadounidense lo apoyó con la mejor arma con que contaba: la televisión.

Eso en cuanto a la leyenda. Los datos duros amplían mejor dicho cuadro. La idea primordial había surgido al comienzo de los sesenta ante la popularidad de los Beach Boys. Sin embargo, la industria televisiva en aquellos momentos estaba más interesada en los solistas que en un grupo de rock. Así que el dueño de la idea (Bob Rafelson) la guardó para esperar mejores tiempos.

Éstos llegaron al comenzar la segunda mitad de aquella década. La historia versaría sobre un cuarteto de jóvenes que integraban un grupo de rock y las peripecias como tales (una comedia de situaciones). El ejemplo de la película de Richard Lester (A Hard Day’s Night) sobre los Beatles dotó de anécdota al proyecto, además de dos conceptos extra: el humor y la ambientación pop.

VIDEO SUGERIDO: The Monkees – (I’m Not Your) Steppin’ Stone, YouTube (TheMonkees608)

Los productores hollywoodenses reunieron en torno a sí a buenos guionistas, directores y realizadores con argumentos y técnicas estilísticas novedosas y a una poderosa batería de noveles compositores de canciones procedentes de la reputada máquina creadora de hits llamada Brill Building. Para el final del armado dejaron a los integrantes del ficticio cuarteto californiano.

A través de dos revistas especializadas (Daily Variety y The Hollywood Report) convocaron un casting. A éste acudieron cientos de jóvenes músicos (entre los que se contaron a Stephen Stills, futuro miembro de Buffalo Springfield y Crosby Stills, Nash and Young; a Dewey Martin, posteriormente famoso de la escena de Nashville con The Dillards o a Danny Hutton, integrante luego de Three Dog Night, por ejemplo).

No obstante, los productores se inclinaron por cuatro carismáticos jóvenes seleccionados entre aquellos cientos de aspirantes: Mike Nesmith, Mickey Dolenz, David Jones y Peter Tork. La leyenda dice que cuando fueron reunidos inicialmente para realizar la comedia televisiva ellos no cantaban ni tocaban los instrumentos, cosa que harían músicos de estudio.

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La realidad era que Dolenz era hijo de un actor y ya contaba con alguna experiencia en series televisivas donde trabajó de niño y ya tocaba la batería y cantaba. Nesmith, por su parte, tocaba la guitarra y era compositor en ciernes. Jones, de origen inglés, había sido jinete de caballos de carreras y tenía tablas en el teatro musical de su país, y Tork era un multiinstrumentista que se había ganado la vida en los clubes de folk del prestigiado Village neoyorkino. A la larga ellos mismos serían los instrumentistas en las grabaciones.

De esta manera todo estuvo listo para el estreno. The Monkees TV Show comenzó a trasmitirse el 12 de septiembre de 1966 a través de la cadena NBC, que también acababa de lanzar Star Treck (Viaje a las estrellas, en español), para tratar de competir por la popularidad con Batman y Misión Imposible, de sus rivales ABC y CBS, respectivamente.

Las muy bien escogidas canciones [incluso contaban con una rúbrica original: (Theme From) The Monkees] y el estudio de todos los detalles (vestimenta, casa y bohemia playera, logotipo, automóvil, absurdo sentido del humor, innovaciones fílmicas, etcétera) dieron como resultado una auténtica receta para el éxito.

Los Monkees se convirtieron al instante en el grupo más popular del mercado más grande del mundo: los Estados Unidos y de la infinidad de países que retrasmitieron la serie.

Hoy, generalmente cuando se habla sobre él se hace como si fuera tan sólo un grupo prefabricado de música juvenil (se les llegó a llamar los Prefab-Four) y para derramar nostalgia sobre tiempos idos. Esto implica tratarlo sin la importancia que merece, no reconocer la trascendencia cultural que tuvo como parte de la historia del género, de los medios y del pop como movimiento estético, así como de implicaciones sociales en todos los ámbitos.

Los Monkees fueron producto de la ficción de la época, una época prebélica. Respondieron con su presencia a una atmósfera depresiva plagada de prejuicios convencionales y persecución (macartismo) que llegaba a su fin. Era también el fin de una infancia social que curiosamente quedó señalada con el fallecimiento de Walt Disney ese mismo año.

Por otra parte, al tener como eje central las canciones que lograron el primer lugar en las listas de popularidad de los años que estuvieron activos (de 1966 a 1968), se debe hablar del contexto en el que fueron creadas, así como de su anécdota en particular, mostrando el sonido que las hizo características, así como su enriquecimiento lírico y musical. Para ello se contó con las composiciones de gente como Carole King, Neil Sedaka, la dupla de Tommy Boyce y Bobby Hart y, sobre todo, Neil Diamond.

Las canciones que ellos crearon e interpretaron los Monkees, además de  proporcionarles grandes triunfos, resultaron piezas que (además de los registros en los primeros puestos de las listas de popularidad) se transformaron con el paso del tiempo en clásicos inmortales: “Last Train to Clarksville”, “I’m a Beliver”, “(I’m Not Your) Steppin’ Stone”, “A Little Bit Me, A Little Bit You”, “Daydream Beliver” “She”, “Look Out”, etcétera.

El significado mayor de una canción se obtiene cuando ésta entra en la historia por sus méritos estéticos y sociales. La manera en que una pieza hace historia produce un significado y un valor agregado a la misma. Por eso las de los Monkees cuentan con la trascendencia atemporal de una dimensión y un valor que las ha hecho únicas e independientes o no (según para qué se las cite) de los ecos de una sociedad concreta en un momento concreto.

En resumen, la buena cosecha de canciones de este grupo representó un impacto potente y directo sobre el sonido sesentero en su continuo flujo de géneros. La influencia de los Monkees fue manifiesta en muchos sentidos (la televisión se ha surtido de la fórmula desde entonces con mayor o menor fortuna, con los Osmond, The Brady Bunch o la larga lista de nombres de Disney Chanel como muestra).

En lo musical algunos de sus temas fueron retomados por los grupos de garage para interpretarlos o como referente dentro de sus propios repertorios, como en el caso de los texanos The Sparklees con “No Friend Of Mine”, por ejemplo. Y pasando por el tamiz del pop, de las décadas consecuentes, se puso en evidencia el pálpito de una definida sensibilidad por la monkeemanía más básica.

La música de los Monkees, en plena transición, se expandió hacia todos los puntos cardinales de la cultura pop más naive y juguetona. Se enriqueció con todos ellos y logró con esto la inmortalidad que las mentes más lúcidas, de una generación tras otra, renuevan con votos de reconocimiento.

VIDEO SUGERIDO: The Monkees – She, YouTube (TheMonkees608)

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CANON: THE BYRDS

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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CREAR CORRIENTE

Jim McGuinn, un músico de folk formado en Chicago, había tocado la guitarra para Bobby Darin, Chad Mitchell y Judy Collins, antes de intentar una carrera por su propia cuenta interpretando canciones de los Beatles en los cafés neoyorquinos del Greenwich Village.

Inspirándose en George Harrison por su innovación en el tema “A Hard Day’s Night”, decidió entrar al rock con una guitarra eléctrica de 12 cuerdas. En ese tiempo conoció a David Crosby, otro folklorista que rondaba por el mismo circuito musical.

Ambos se trasladaron a Los Ángeles donde Crosby conocía a gente que pudiera ayudarles en sus planes. Ahí se reunieron con Chris Hillman, un bajista, con el cantante y compositor Gene Clark y con el baterista Michel Clark.

Acordaron integrarse en un grupo al que en primera instancia denominaron The Beefeaters para después cambiarlo por The Byrds, con el cual grabarían por primera vez en 1965. En ese entonces también Jim McGuinn cambió su nombre por el de Roger.

El primer álbum de la banda se llamó Mr. Tamborine Man, con el cual inauguraron una nueva corriente rockera, el folk-rock, y se constituyeron en una incomparable agrupación que denotaba la influencia evidente de Bob Dylan, el estilo de los Beatles, el country and western y el rhythm and blues, con lo cual originaron el nuevo rock estadounidense.

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Las novedosas armonías vocales y de la distinguidísima guitarra de McGuinn les acarrearon el éxito inmediato. Sus aventuras lisérgicas y la experimentación musical produjeron notables resultados que se pueden paladear en los discos Turn! Turn! Turn! (1966), Fifth Dimension (1966) y Younger Than Yesterday (1967).

Tras estas grabaciones abandonaron al grupo Crosby (quien posteriormente se uniría a Stills y Nash) y Gene Clark. Como trío, editaron The Notorious Byrd Brothers (1968) y Sweetheart of the Rodeo (1968). Hillman y Michel Clark dejaron al grupo también y McGuinn lo reorganizó con nuevos músicos, entre los que destacó Gram Parsons.

En 1972, después de otros siete discos, el grupo desapareció definitivamente.  Su estilo e influencia permanecieron tan vigentes como sus canciones, basta recordar: “Mr. Tamborine Man” (de Dylan), “Eight Miles High”, “So You Want to Be a Rock n’ Roll Star” o «My Back Pages», entre muchas otras que los ubicaron entre el canon del rock para siempre.

VIDEO SUGERIDO: The Byrds – All I Really Want To Do (Live 1965), YouTube (TransatlanticMoments)

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GIL SCOTT-HERON

Por SERGIO MONSALVO C.

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 EL VATE NEGRO

Cada generación afroamericana ha hecho su aportación a la tapicería musical de los Estados Unidos. Desde el gospel hasta el blues, el jazz, el soul, el funk y luego el hip hop, han aportado el ruido que sacude hasta los cimientos los muros de aquel país. Así ha sido desde que (infelizmente) pusieron los pies en esas tierras por primera vez.

En el siglo XX los activistas y poetas negros fundaron el movimiento llamado Renacimiento de Harlem, con el que crearon una forma de mirar el mundo propio que parecía otro, no el impuesto. El tiempo mismo se hizo otro y les abrió paso en su camino por este mundo.

Los grandes del bebop, influidos por ellos, retorcieron y revolcaron el idioma inglés para poner el lenguaje a su servicio. En sus manos se convirtió en un instrumento de liberación del que hicieron gala, tanto como de las convenciones sociales, para crear su particular hábitat lleno de humo –en esos clubes nocturnos donde a altas horas de la noche podían moverse libremente– o bien para excluir la infamia exterior.

Veinte años después llegó Gil Scott-Heron con su obra escrita y recitada bajo una nueva rítmica: el rap. Y llevó aquella inventiva lingüística un paso más allá: creó una poderosa herramienta basada en la trasgresión del idioma. La cultura del hip hop se expresó, a partir de entonces, mediante ingeniosos juegos de palabras y su hábil presentación.

En igual medida de relato y poesía, el rap comenzó a contar la historia de una generación posterior al movimiento de derechos civiles sesentero que había vivido a la deriva, perdida en comunidades deterioradas y plagada por su falta de amor propio.

Al tomar su ira y experiencias y arrojarlas en la cara del sistema, el rap inoculó poder a los verdaderos artistas, que a partir de entonces alcanzaron a los jóvenes donde la educación, las iglesias y las organizaciones políticas establecidas habían fracasado.

Gracias a Scott-Heron la música se convirtió en algo más que un pretexto para bailar. Él emparentó el movimiento del hip hop con el Renacimiento de Harlem a través del instrumento del lenguaje y lo llevó por otras rutas con sus sonidos, collages auditivos y remolinos de beats que sobrecogían la mente.

Sin embargo, la verdadera atracción era la letra, densa con doble o (muchas veces) triple sentido y sincopada con ritmos asimétricos. Las palabras y frases eran familiares, quizá, pero su significado se echó a volar por senderos nuevos.

La obra de este rapero primigenio reinterpretó la realidad que amenazaba con destruir las comunidades negras y la transformó en un adjetivo que hoy expresa una cultura que ha crecido más allá de los más atrevidos sueños.

VIDEO SUGERIDO: The Revolution Will Not Be Televised – Gil Scott-Heron,YouTube (crinanthebrave)

Este músico, novelista y poeta nacido en Chicago en abril de 1949 se convirtió así, a partir de la publicación de su primer disco en 1970 —Small Talk at 125th and Leno, aparecido al mismo tiempo que su primera novela, The Vulture–, en una de las leyendas vivas de la música y entrelazó sin complejos el jazz, el soul, el hip hop con el compromiso social.

Estuvo muy influenciado por Malcolm X en sus textos, y su manera tan particular de recitarlos hizo de él durante aquellos años un artista militante temido por el gobierno americano, llegando incluso a figurar, supuestamente, en una lista negra del FBI como «músico peligroso». En sus propias palabras, se declaró entonces como «un hombre negro dedicado a la expresión de la alegría y el orgullo de serlo».

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Con su famoso tema “The Revolution Will Not Be Televised”, una diatriba contra el mundo mediático blanco interpretada en el estilo funky Spoken Word, tocó a un público que apreció su toma de posición social y política, aguda y sin caer en radicalismos.

La obra de Gil Scott-Heron se acreditó entonces (y ulteriormente) como la esencia del hip hop y semilla de lo que se desarrollaría en su sentido de compromiso.

No obstante, a mediados de los años ochenta (tras 13 discos publicados y una carrera promisoria) fueron sus propios demonios y no las autoridades quienes acabaron con él. Se volvió adicto a las drogas, a pesar de haber testimoniado en sus propias composiciones tal situación, y cayó en esa espiral autodestructiva que ya conocemos bien.

Se pasó un tiempo en la cárcel, salió luego bajo palabra, violó esta concesión y volvió a prisión. Sin trabajo y sin casa vagó por las calles del Harlem neoyorquino, arruinado y maltrecho. Fue en esa época que se confirmó como seropositivo de Sida.

Durante su última estancia carcelaria había sido visitado por Richard Russell, dueño de la disquera XL, quien le propuso grabar de nueva cuenta en cuanto estuviera listo.

Pasaron años antes de que eso sucediera, pero lo hizo. Apoyado por músicos como Damon Albarn y Chris Cunningham, quienes le armaron el soporte para presentar el disco I’m New Here, aparecido en 2010, el cual despertaría de nuevo las esperanzas sobre su recuperación.

Incluso realizó una gira con tal material, pero no fue más que el canto del cisne. La madrugada del 28 de mayo del 2011, este músico venerado por generaciones de hiphoperos murió, a causa de sus afecciones, a los 62 años en el hospital St. Luke de Nueva York.

VIDEO SUGERIDO: Gil Scott-Heron – ‘Where Did The Night Go’, YouTube (XLRecordings)]

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