Por SERGIO MONSALVO C.

EL OCASO DE LOS DISIDENTES
Al inicio de 1986 Mick Jones y Joe Strummer anunciaron oficialmente la disolución de Clash. Todo había llegado a su fin. El punk para entonces ya no significaba nada como movimiento. Sin embargo, pese a todas sus paradojas —y las hubo muchísimas—, el fenómeno había sido el generador de una tensión extraordinaria, de una excitación sostenida, de un desfile de héroes, mártires, traidores y fraudes y una oportunidad casi ilimitada para el arte popular.
No obstante, al igual que en la política, se trataba del tipo de revuelta que tuvo que asfixiarse bajo sus propias contradicciones, condenado a perder su forma bajo el momento que le dio forma, destinado a rebasar los alcances del cálculo y la maquinación que le había permitido cobrar autenticidad. Quizá la única ironía verdadera de toda la historia fue que, al final, todo se redujo a rock and roll: nada más ni nada menos.
¿Qué más se puede decir de Clash? Que Topper estuvo en la cárcel, luego fue baterista de Bertinac y chofer de un taxi. Intentó salir otra vez del anonimato, ya también “limpio”, con un disco como solista, Waking Up, con el que no pasó nada.
Paul Simonon continuó su carrera como pintor e hizo lo propio musicalmente con el grupo Havana 3 A.M. Mick Jones continuó con B.A.D. y luego con el reformado Big Audio Dynamite II; vendió la pieza «Should I Stay Or Should I Go?» para un comercial de la Levi’s y luego intentó una reunión de Clash para recoger los beneficios de la publicidad, pero todo quedó en eso, un intento. ¿Y Strummer?
El inquieto Joe se convirtió en padre de familia, luego en creador de soundtracks diversos, tanto de contenido musical como thrillers (Walker, Sid & Nancy, Straight To Hell, I Hired a Contract Killer, Permanente Record, entre otros).
Formó al grupo The Latino Rockabilly War, se hizo cantante y productor de los Pogues en Hell’s Ditch, estuvo en Praga con la banda local Dirty Pictures, hizo un disco como solista (Earthquake Weather), en 1999 formó a Los Mescaleros con los que realizó tres discos (Rock Art and the X-Ray Style, Global a go-go y Streetcore) y salía constantemente de gira por el mundo.

Sin embargo, Joe murió de manera trágica en su casa de Somerset a la edad de 50 años tras sufrir un ataque cardiaco el 22 de diciembre del 2002. Al siguiente año Clash ingresó al Salón de la Fama del Rock and Roll de Cleveland.
Al morir Joe Strummer desapareció con él una parte del mito del rock and roll. En un mundo al que la industria ha querido limarle las uñas, con estrellas de plástico, imitaciones y títeres, él constituyó una de las últimas grandes excepciones.
Y también hay que repetirlo. Uno de los legados más importantes del punk, del que Clash fue trasmisor esencial (y sin duda el mejor grupo de esta época, tanto por su notable discografía como por su actitud y compromiso), se expresa con tres palabras: «¡hazlo tú mismo!».
A principios de los ochenta, las compañías disqueras independientes se multiplicaron y brindaron una oportunidad a nuevos grupos de los que nadie había oído jamás. Productos de una escena alternativa activa y prolífica, Nirvana y Sonic Youth grabaron sus primeros discos en este entorno.
Herederos directos de cierta visión de la música, un buen número de estos grupos rondaron las listas después, como Green Day, Rancid, Offspring, Foo Fighters, NOFX, Pearl Jam, Soundgarden, L7, Pixies…
El movimiento punk no costó casi nada y dio a conocer a la persona inconforme, porque ¿a dónde quería llevar la revuelta primero esbozada por los Pistols y luego fundamentada por Clash? A destituir a la reina Elizabeth y a su régimen que privilegiaba a los ricos.
Fue el regalo que se le deseaba presentar en el año de su Silver Jubilee, sus 25 años de reinado pomposo. Mientras que el joven príncipe Carlos ya era ridiculizado por la prensa, que lo describía ligándose torpemente a sus primeras cortesanas. Por todas partes, los graffiti anunciaban la tónica: «English Civil War”. Crimen de lesa majestad. Nunca se difundió por la radio ni la televisión.
El rock (a través de sus distintas manifestaciones, el punk, en este caso) nunca ha pretendido sostener una verdadera revolución, aunque a menudo exhorta a la insurrección. Como todo arte, no es más que el reflejo, la expresión de una realidad. Un medio. Una voz. Pero ¿acaso en comparación han tenido los líderes políticos alguna vez el poder de cambiar al mundo? ¿De cambiar a la gente? Los punks, como Clash, sí.
VIDEO: The Clash – English Civil Wat (live 1969), YouTube (John Heston)

























