LOS EVANGELISTAS: NINE INCH NAILS

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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(LOS SONIDOS INIMAGINABLES)

 

Productos del futurismo musical son la industria y la eclosión tecnológicas desde los años setenta. El país de la electrónica ha tenido desde siempre el beneficio y apoyo de las vanguardias, pues ha estado abierto para ellas y para todos sus profetas, sin límites ni restricciones.

Estos últimos pugnan sin descanso por dar rienda suelta a “la obsesión lírica de la materia”; por liberar a las máquinas de cualquier sujeción; por abolir la esclavitud del cliché acústico y por divulgar la belleza del sonido artificial.

La de la tecnología es una nación industrializada que ha asumido su condición intelectualmente y promovido el experimentalismo artístico interesado en el proceso de cambio y asimilación; en la manera de pensar, producir y escuchar la música.

La triple orientación ha dado lugar a una intensa e histórica búsqueda en las relaciones entre música e industria de la high-tech, concebida ésta como la máxima manifestación cultural del nuevo orden mundial, el cual vino a romper con todo, incluyendo la rigidez sobre cómo debía escucharse la música.

Aunado a teorías filosóficas y mediáticas se inició el cultivo global de todas las formas musicales contemporáneas, con un componente electrónico (en su grabación y ejecución) que les ha proporcionado una especie de hiperrealismo inmerso en el seno de la sociedad industrial de la que ha surgido, ebria de sus sonidos particulares, fascinada por su propia fuerza y creatividad, pero también atenta a su independencia artística.

Trent Reznor, personaje principal de toda esta escena, se encarga de todo con su grupo Nine Inch Nails (fundado en 1988), incluso del control de calidad de su propio “producto”. Este hecho ha asegurado que ninguno de los discos del grupo sea mediocre y que en ciertos casos incluso se les pueda calificar de obras maestras (al igual que la mayoría de sus videos).

Así que cuando bajo sus auspicios aparece un álbum se puede afirmar que todo está en orden hasta en el último detalle. La construcción de los tracks, la calidad del sonido y el nivel de ejecución son de una perfección casi quirúrgicas.

Sus instrumentos: Sintetizador Digital PPG Wave. Los modelos PPG Wave del ingeniero alemán Wolfgang Palm fueron los primeros sintetizadores digitales con filtros analógicos, secuenciadores, opciones de sampleo por el usuario y tablas de formas de onda, las cuales se combinan para producir sonidos complejos y diferentes, dándole una característica sonora distinta al sintetizador que utiliza este esquema.

Se conocen por su penetrante sonido digital y su capacidad para manejar dichas tablas con generadores envolventes. Si bien la empresa PPG Wave dejó de operar en 1987, sus circuitos de síntesis formaron parte en los noventa y a principios de siglo del sintetizador Waldorf MicroWave.

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Trent Reznor es uno de los poseedores de ambas máquinas. Este productor y músico, para eliminar el sonido pop del sintetizador desde mediados de los años ochenta, evita programar sus máquinas de forma lógica. Lo que hace es generar sonidos al azar, produciendo con ello miles de programas. Cuando le gusta alguno, lo rescata y pule. Todos los parches que usa con el Waldorf tienen este origen.

Lo mismo hace con las capas y yuxtaposición de los muchos diferentes estilos musicales que crea con Nine Inch Nails. Éste se convirtió desde su fundación en el epítome del sonido postindustrial del hardcore y se ganó con ello un lugar en la historia de la música contemporánea.

Sus discos se constituyeron a partir de aquí en el punto de partida de las sensaciones más siniestras de la década y anteriores. Su influencia es manifiesta lo mismo en David Bowie que en Marilyn Manson; Gary Neuman o Devo; Ministry o The Cure; Velvet Underground o Joy Division

Nine Inchs Nails, genera un rock angustiado, azotado por ritmos maquinales e implacables. En el estudio, lo mismo que en vivo, Reznor canta, musita y grita, desazonado, aferrándose al micrófono como si soltarlo fuera a caer en su peor pesadilla, mientras la banda exprime sus instrumentos con deliberada ferocidad, para que las canciones dejen al público realmente arrollado. Son escuchas muy físicas y pasmosas.

En su frenesí por trasgredir las reglas, el estilo practicado por Nine Inch Nails  se ha empapado igualmente de sadomasoquismo. El placer que se experimenta al escucharlo puede estar estrechamente vinculado al dolor. El uso de agudos extremos y de infrabajos, de gritos y rechinidos, sin duda suscita el éxtasis.

«…pondré sobre su cuerpo mi fuerte mano/ y mis uñas, lo mismo que las de alguna arpía,/ abrirán una senda hasta su corazón.»

Sí, en este grupo, el sadomasoquismo puede dominarlo todo. No se trata de coquetear con la perversión, sino de clavarse en ella de cabeza y cuerpo entero. A principios de los ochenta, un grupo llamado Throbbing Gristle, del que Treznor también tiene influencia, solía encerrar al público antes de asestarle unos conciertos cuyos aspectos musical y visual contenían mucho material capaz de enfermar a ciertas sensibilidades. En efecto, algunos trataban de huir, pero en vano. Así, la relación del dominio alcanzaba su paroxismo.

Años después de aquello, Nine Inch Nails, realizó un video censurado de inmediato en todo el mundo. En él se observa a un hombre que se somete a un proceso de tortura de manera deliberada. Una máquina autónoma lo tritura, lo pica, lo pellizca, le saca sangre…y termina por reducirlo a la nada.

El video finaliza con la transformación del masoquista en carne molida para alimentar lombrices. La fuerza del horror se multiplica si uno sabe que el actor, un especialista en automutilaciones, realmente sufrió la mayoría de los tormentos, sin emplear ningún truco.

El realismo de este performance alcanzó proporciones difíciles de justificar. Así se construyó el mito de Reznor y Nine Inch Nails, al igual que con sus intermitencias temporales, el uso de la más alta tecnología, sus constantes enfrentamientos con la industria musical y con la política derechista o moral en turno (que son otras y largas, largas historias).

VIDEO SUGERIDO: Nine Inch Nails – Only (Dirty) (Official Video), YouTube (Nine Inch Nails)

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LIBROS: ARTE-FACTO (VII)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

ARTE-FACTO (VII) PORTADA

 

EL RIZOMA DEL ROCK*

Una de las aportaciones del rock a la cultura ha sido la de conectar a quienes trabajan en toda actividad estética y con ello creado sonidos, canciones o álbumes afines y alianzas artísticas en todo el mundo. Y lo ha hecho ya sea en un disco, en un track en particular o en la escenografía de un concierto. Ha conectado con aquellos que se han pasado la vida resolviendo sus misterios o belleza en alguna de sus formas, dentro de sus disciplinas individuales o conjuntas (humanistas o científicas), ya sea influyéndolos o siendo influido por ellos.

El resultado de tal encuentro ha producido sonoridades capaces de sacar al escucha de sí mismo y conducirlo a diversas dimensiones mentales, reflexiones existenciales o sensaciones en movimiento. Las obras creadas en este sentido son Arte-Factos culturales, aventuras en el microtiempo, las cuales requieren de la entrega a un flujo musical que enlaza una nueva expansión del quehacer humano con la experiencia auditiva en las diferentes décadas, desde mediados del siglo XX hasta el actual fin de la segunda decena del XXI.

El arte es la utopía de la vida. Los músicos rockeros de nuestro tiempo no han cesado en su tarea de acomodar la práctica musical a una búsqueda imparable de tales adecuaciones. La indagación sonora adquiere, en este contexto, un nuevo significado: no es mera búsqueda expresiva, sino persecución de horizontes culturales nuevos para un público en mutación, que exige de lo musical apreciaciones vitales, rizomáticas, en relación con sus exigencias estéticas y vivenciales.

Acompañando tales conceptos he creado las fotografías para que fungieran como ilustraciones en las portadas de los diferentes volúmenes. A éstas las he publicado de manera seriada e independiente bajo el rubro “Arte-Facto” de la categoría “Imago” del blog Con los audífonos puestos.

 

 

*Introducción al volumen Arte-Facto (VII), de la Editorial Doble A, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos Puestos bajo esa categoría.

 

 

Arte-Facto (VII)

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Textos”

The Netherlands, 2022

 

 

CONTENIDO

 

Esperanto: La Lengua Mundial

Gossip: Una Rolliza Habladuría

Nueva Orleans: La Envidia de Natura

Orquesta Baobab: El Suceso de Dakar

Paolo Conte: Autorretrato con Música

Piezas de Incrustación (I): (En la Cultura del Rock)

Rebirth of Cool: La Brisa que Vino de Albión

The Klazz Brothers: Son Germano

Tokio: Shibuya Scene

Disneylandia (Para los Oídos)

 

 

 

 

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BABEL XXI-622

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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“PURPLE HAZE”

(ÁGAPES MORADOS)

 

 

 

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/622-purple-haze-agapes-morados/

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BLUE TIME: «I WOKE UP THIS MONRNING»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

BLUE TIME (PORTADA)

(POEMARIO)*

 

 

El azul no es una cuestión de tono

sino de doce compases del corazón

S.M.C.

 

 

I woke up this morning

el blues así, trasnochado, te encara

justo en el momento

en que abres los ojos

te habla con revelaciones

recias palabras y de

fulminantes desapariciones

es un sonoro instante

de certidumbre brutal

sobre lo perdido y flagrante

 

 

 

*Poemario publicado en la Editorial Doble A y, de manera seriada, en el blog Con los audífonos puestos en la categoría Tiempo del Rápsoda.

 

 

Blue Time

(Poemario)

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Poesía”

The Netherlands, 2022

 

CONTENIDO

Blue

Time

I Wake up This Morning

Bluebeat

Blue Light

Drinkin’ Blue

Love in vain

Burnside

Talkin’n the Blues

After Hours

Some Old Blue

Lonesome in My Bedroom

 

 

 

 

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CANON: LITTLE RICHARD

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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EL ARQUITECTO BIZARRO

Después de la Guerra Civil en los Estados Unidos algunos ideólogos blancos empezaron a ver la cultura negra bajo una luz turbia. Los negros fueron contemplados como seres satánicos, libertinos, paganos, lujuriosos, anárquicos, violentos, dotados de una «inteligencia astuta»,  descendientes de «salvajes oradores hipnotizadores» que en cuanto obtuvieron su libertad se convirtieron en una turba ebria que apestaba a sudor africano».

Desde el punto de vista de estos blancos, los males de la vida negra eran evidentes en su música. Dicha rama del racismo (en la que se fundamenta el Ku Klux Klan) llegó a su punto culminante con la novela The Clansman, de Thomas Dixon, que trata acerca del Sur norteamericano durante el tiempo de su reconstrucción. Dicha narración fue publicada en 1905 y luego filmada atentamente por D. W. Griffith en 1915 con el título de El nacimiento de una nación.

Los blancos que promueven la igualdad racial, según el autor y sus seguidores, se han «hundido en el negro abismo de la vida animal» en el que el mestizaje y la anarquía van de la mano. La igualdad para tales racistas significa que la «barbarie estrangulará a la civilización por medio de la fuerza bruta».  Para Dixon, todo el mal primitivo de la vida negra se condensaba en su música, que en la novela literalmente impulsa a los inocentes blancos hacia la muerte.

Los historiadores explican dichos estereotipos extremadamente negativos remitiéndose a las hostilidades sociales y económicas provocadas por la fallida reconstrucción republicana de los estados confederados derrotados. El siglo pasado comenzó con este horror itifálico. Los negros se les habían convertido, en sus fantasías racistas, en unos salvajes aullantes que se sacudían al ritmo de un tambor que borraba todo vestigio de racionalismo.

A lo largo de 100 años, tal ideología se desplazó desde una meditación acerca de la existencia o no de alma en los negros hacia una elucubración sobre su “maldad fundamental”. Los acontecimientos históricos ocurridos en los derrotados estados del Sur sólo vinieron a intensificar la tendencia general a transformar al viejo Tío Tom en un azufrado Lucifer, en  un sátiro neolítico.

En medio de estas ideas y temores ontológicos vivía el sureño blanco estadounidense promedio a mitad del siglo XX. Los conservadores negros, por su parte, trataban de contrarrestar el asunto portándose más cristianos que cualquiera otros y fundamentaban su vida en los dogmas bíblicos. Y ahí la música pagana estaba más que condenada. El blues, por extensión.

Así que pensemos en las reacciones de ambos mundos cuando apareció en escena un ser inimaginable y al mismo tiempo omnipresente en las peores pesadillas culturales de los blancos estadounidenses: un esbelto negro, hijo de un ministro de la iglesia anglicana, un tanto cabezón, amanerado en extremo, bisexual, peinado con un gran copete crepé y fijado con spray, maquillado y pintados los ojos y los labios —que lucían un recortado bigotito—, vestido con traje de gran escote, pegado y con estoperoles, lentejuelas y alguna otra bisutería, calzando zapatillas de cristal como Cenicienta, tocando el piano como si quisiera extraerle una confesión incendiaria y acompañado por una banda de cómplices interpretando un jump blues salvaje, el más salvaje que se había escuchado jamás y expeliendo onomatopeyas como awopbopaloobopalopbamboom a todo pulmón, con una voz rasposa, potente, fuerte, demoledora y perorando que con ello comenzaba la construcción del Rock & Roll.

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La visión presentada por Dixon, aquel espantado escritor decimonónico, del primitivismo negro fue pues el argumento con el cual se arremetió contra el naciente ritmo. Ganas no les faltaron de sacar las armas contra “el animal negro que quiere arrasar con los Estados Unidos blancos”. La música del malvado negro (según los aprensibles nacionalistas) empujaba a la víctima blanca —en este caso los fascinados adolescentes— al abismo del infierno.

Otro de esos racistas de larga trayectoria llamado «Ace» Carter y concatenado al ideólogo precedente (Dixon), se apegó a aquellos reputados conceptos tradicionales al denunciar en su cruzada moral al rock como la música de los negros que apelaba a lo «más vil en el hombre», al «animalismo y la vulgaridad».

El conservadurismo agregó los tambores a ese averno negro porque los ritmos salvajes ponían de relieve la libido primordial contra la que el hombre blanco había tratado de erigir la barrera de su cultura frágil y amenazada. El rock and roll nació con esta mitología sexual.

Y Little Richard fue el arquitecto y profeta más bizarro en su diseño. Sus cuatro argumentos fundamentales fueron: “Tutti Frutti”, “Long Tall Sally”, “Lucille” y “Good Golly Miss Molly”. Leyes sicalípticas talladas en piedra para la eternidad. Quedaron además inscritas en el mejor álbum del año 1957, que entraría en el canon del rock: Here’s Little Richard.

Lo que le sucedió después es materia para la Teoría de la Conspiración. Tras él fueron enviados los perros de reserva de los bandos afectados (avionazo y reconversión religiosa). El hecho patente es que Little Richard, el Arquitecto del Rock and Roll, nació como Richard Wayne Penniman, en Macon, Georgia (en el profundo Sur estadounidense), el 5 de diciembre de 1932. A los 87 años, con su muerte el 9 de mayo del 2020, y su leyenda se ha solidificado con materia pura de bizarría.

Discografía clásica y selecta: Here’s Little Richard (Specialty, 1957), The Fabulous Little Richard (Ace, 1959), 18 Greatest Hits (Rhino, 1985), The Formative Years 1951-1953 (Bear Family, 1989) The Georgia Peach (Specialty, 1991).

(VIDEO SUGERIDO: Little Richard – Lucille LIVE 1973, YouTube (gimmeaslice)

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ELLAZZ (.WORLD): DIANA BURTA

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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CONCRETAR LOS DESEOS

Diana Burta nació en Groningen, en el norte de los Países Bajos, y comenzó con el jazz a muy temprana edad. A los 12 años ya tocaba el piano y cantaba todos los temas de Peggy Lee, Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald. Sin embargo, no pensaba en convertir su afición en algo definitivo. No obstante, las mismas circunstancias la llevaron a la profesionalización, al aceptar la invitación de unos amigos de sus padres para aparecer en unos shows de radio cuando cumplió los 18 años de edad. La respuesta del público la animó a intentar la carrera dentro del género.

Habla la posible Diana:

“El jazz siempre me gustó. Desde niña. Mis padres tenían una gran cantidad de discos y de libros al respecto. No eran músicos, pero sí mostraban mucho interés en la música sincopada. Mi padre me sentaba en la sala con él. Ponía un disco cualquiera y me contaba alguna historia relacionada con el álbum o el artista. Esos eran mis cuentos para antes de dormir. Así que mi gusto por tal música siempre tuvo bases sólidas. Eso me llevó también a estudiar el piano. No para hacerme profesional, sino para darme un gusto personal y tocar los temas que a mí me gustaban.

“Cierta vez, siendo adolescente, junto con unos amigos organicé una excursión veraniega a los Estados Unidos. A Nueva York, para ser precisa. Quería conocer los clubes legendarios y escuchar a algunos músicos. Mis padres avalaron el viaje, contribuyeron económicamente y me diseñaron una tour verdaderamente apetitosa. Así que, con otros tres amigos, me lancé a conocer los lugares de mis personales ‘Mil y una Noches’. Dejamos Europa en julio y volveríamos un mes después.

“Nos instalamos en un hotel de Manhattan y comenzó la expedición esa misma noche. Veinte días después ya acumulaba alrededor de cien horas de escucha en los sitios históricos tanto como en los clubes de moda. Tenía miles de anécdotas que contarles a mis papás, además de muchos discos de regalo. Todos estábamos contentos, extasiados, desvelados y rebosantes de música. El último viernes nos regodeamos en el bar del hotel con la plática sobre el último concierto al que habíamos ido. Luego mis amigos se fueron a dormir. Yo me quedé todavía un rato escribiendo una postal.

“Se me pasó el tiempo y cuando me di cuenta el lugar estaba vacío, con decirles que hasta las rubias con pinta de putas habían desaparecido. Y eso que ahí se la vivían. No estaba cansada o demasiado tal vez, el caso es que no tenía sueño. Subí a mi habitación, me cambié rápido y salí a la noche neoyorkina. En el vestíbulo había recogido el anuncio de la presentación de un músico al que admiraba y estaría en un bar cercano. Pedí un taxi y le indiqué a dónde llevarme.

“Tenía que ir a pesar de lo que mi papá me había dicho al respecto de él. Ya sabes, la idiotez juvenil. Recordé lo que comentó: ‘Jimmy es un tipo enorme. Un buen pianista, pero un snob horroroso. Le gusta la adulación incondicional y sólo toca muy poco del jazz que sabe. En vivo se dedica sólo a saludar a los famosos o a quienes considera importantes. Así no hay quien lo aguante. Me gusta mucho oírlo en discos, pero en escena te dan ganas de romperle el piano en la cabeza’.

“Abordé un taxi viejísimo que olía como si acabara de vomitar alguien dentro. Es curioso, pero es un olor regular cuando decides viajar de noche en esos vehículos. Es algo deprimente, tanto como lo fue esa noche de viernes en que las calles estaban tan tristes y solitarias. Apenas si vi a alguien. De vez en cuando se cruzaban un hombre y una mujer tomados de la cintura, o una pandilla de tipos riéndose como hienas por alguna causa. Nueva York es terrible cuando alguien se ríe así de noche. La carcajada se puede oír a manzanas y manzanas de distancia.

“Era un club de tamaño regular del que había leído mucho, pero que por el precio del cóver no había entrado en nuestra visita. Sin embargo, por ser la última noche y haberme sobrado algunos dólares quise darme el gusto. A pesar de ser tan tarde el lugar estaba a reventar. Casi todos los asistentes eran jóvenes, probablemente universitarios, probablemente también en los últimos días de sus vacaciones, como yo. Estaba tan lleno que apenas pude dejar mi chamarra en el guardarropa.

“Por la misma cantidad de gente el sitio irradiaba ruido. Todo el mundo opinaba en voz alta cómo estaba tocando Jimmy. Cuando él ponía las manos encima del teclado al parecer todo mundo tenía que exclamar algo, como si estuvieran en una arena de box o algo así. Yo sentí que lo que tocaba no era para tanto, pero… Había tres parejas esperando mesa y los seis se mataban por ponerse de puntas y estirar el cuello para poder ver a Jimmy. No deja de ser gracioso ver a gente adulta hacer cosas de niños y más cuando son varios.

“De cualquier manera los dueños de lugar habían colocado un enorme espejo delante del piano y un gran reflector dirigido a él para que todo el mundo pudiera verle la cara mientras tocaba. Los dedos no se le veían, pero la cara, eso sí, como en aquellas películas de los años cincuenta cuando el protagonista tenía que tocar el instrumento, pero el actor no sabía hacerlo, entonces sólo le hacían tomas del rostro para ver sus expresiones y mostrar con ellas la emoción que le imprimía a su interpretación.

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“Una ingenuidad cinematográfica ahora reproducida en un club nocturno de Nueva York. ¿A quién le importaba tanto la cara del músico como para tal despliegue escenográfico? Quizá sólo a él, pero de ello me daría cuenta más tarde. No estoy segura de qué pieza era la que tocaba cuando entré, pero sí de que fuera la que fuera la estaba destrozando. En cuanto llegaba a una nota alta empezaba a hacer unos arpegios y unas florituras que daban asco, pero no se imaginan cómo le aplaudieron cuando terminó.

“A mí me dieron ganas de volver el estómago, pero los otros se pusieron como locos. Era el mismo tipo de cretinos que en el cine se ríen como condenados por cosas que no tienen la menor gracia. Les aseguro que si yo hubiera sido la pianista o la actriz me reventaría que esos imbéciles me consideraran maravillosa. Hasta me molestaría que me aplaudieran. La gente siempre aplaude cuando no debe y en el jazz se nota mucho cuando lo hacen los que saben y los que no. Por eso los músicos luego no ofrecen lo mejor. ¿Para qué esforzarse con un público así?

“Pero como les iba diciendo, cuando acabó de tocar todos se pusieron a aplaudirle como locos. Jimmy se volvió y, sin levantarse del taburete,la actriz me reventar o el acdo la pianista, o el acacia. ioss la emocir ver a Jimmyntura, o una pandilla de tipos ri hizo una reverencia falsísima, como muy humilde. Como si además de tocar el piano como nadie fuera un tipo sensacional. Fue cuando me acordé de las palabras de mi padre. Así que tratándose de un snob de primera categoría, la cosa resultaba bastante hipócrita. Pero, en cierto modo, hasta me dio lástima porque creo que él ya no sabe siquiera cuándo toca bien y cuándo no.

“Aunque me parece que no toda la culpa es suya. En parte es culpa también de todos esos cretinos que le aplauden como energúmenos sin que haga nada en realidad. Aquello me deprimió tanto que estuve a punto de recoger mi chamarra y regresar al hotel, pero aún no tenía sueño y no quería estar vueltas y vueltas en la cama o viendo televisión. Fue entonces cuando comencé a pensar en mi futuro. Ahí en medio de un bar lleno de villamelones y de un músico autocomplaciente se perfiló mi vida.

“En ese momento uno de los meseros me interrumpió el pensamiento para avisarme que mi mesa estaba lista. Era un lugar infame: pegado a la pared y justo detrás de un poste tremendo que no me dejaba ver nada. Era una de esas mesitas tan arrinconadas que si la gente de al lado no se levantaba para dejarte pasar —y que siempre trata de evitarlo— tienes que trepar prácticamente a su silla, tanto para llegar a tu asiento como para salir de él. Olvídense de las ganas de ir al baño.

“Pedí un daiquirí bien helado, que es mi bebida favorita. El bar estaba tan oscuro que hubieran sido capaces de servir un whisky a un niño de seis años. Por eso ni la edad me preguntaron. Mejor para mí. Además, ahí a nadie le importaba un comino la edad que tuvieras. Estoy segura de que podías inyectarte heroína si se te daba la gana sin que nadie te dijera una sola palabra. Estaba tan incómoda que me puse a pensar en todas esas cosas y otras peores.

“Me sentía rodeada de cretinos. En serio. En la mesa de la izquierda, casi en mis rodillas, había una pareja con una pinta un poco rara. Eran de mi edad o quizá un poco mayores. Se les notaba en seguida que bebían muy despacio la consumisión mínima para no tener que pedir otra cosa. Como no tenía nada que hacer, me puse a escuchar lo que decían. Él le hablaba a la chica de un programa de televisión que había visto la noche anterior. Se lo contó con pelos y señales, los chistes malos y creo que hasta con los comerciales, el muy desgraciado.

“Era el tipo más pesado que he oído en mi vida. A su pareja se le notaba que le importaba un carajo el susodicho programa, pero como la pobre era tan fea no le quedó otro remedio que tragárselo aunque no quisiera. Las mujeres feas a veces la pasan muy mal, las pobres. Me dan mucha pena. Sobre todo cuando están con un cretino en un bar de jazz que les está encajando un rollazo acerca de un programa malo de televisión.

“De repente empecé a sentirme como una idiota, sentada ahí en medio de todo el mundo. No había otra cosa que hacer que fumar y beber. Llamé al mesero para pedirle mi cuenta y para que le preguntara a Jimmy si podía hablar con él. Era mi última oportunidad para resarcir su imagen para conmigo. El mesero no se volvió a parar cerca de ahí, a pesar de que le di una propina inmerecida, tampoco estoy segura que le haya dado el recado a Jimmy. Los meseros son unos ojetes.

“Aunque a la mejor sí se lo dio, pero como yo no era alguien conocida ni famosa ni la molestia se tomó en contestarme. Eso me volvió al pensamiento sobre mi futuro. Regresaría a mi país, sería pianista de jazz, fundaría con muchos esfuerzos un club a mi medida y deseos. El bar estaría separado de la sala donde tocaría yo con músicos invitados, Para asegurar que quienes ahí se sentaran realmente iban a escucharme y no a beber o a platicar teniéndome como música de fondo”.

Diana Burta acaba de celebrar el enésimo aniversario de su famoso bar en Bruselas. Uno que se caracteriza tanto por el nivel de los músicos que ahí se presentan como del público asistente, conocedor, crítico y exigente. Un concepto radicalmente distinto de la escena estadounidense. Mismo para el que han tenido los mejores adjetivos los propios jazzistas de la Unión Americana que han tocado en el lugar. La combinación jazz-alcohol fue un invento de los gángters que controlaban escena y tráfico en la tierra del Tío Sam, fórmula que en Europa ha tratado de romperse con ejemplos como el de Diana, quien al finalizar sus actuaciones baja del podio para saludar e intercambiar algunas palabras con el público asistente.

VIDEO: Diana Beerta (Diana Burta) Meet Friends Remastered By BvdM 2019 (Berry van de mast)

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BABEL XXI – SINOPSIS (124)*

Por SERGIO MONSALVO C.

BABEL XXI (FOTO 1)

(616 – 620)

SINOPSIS 124 (FOTO 2)

BXXI-616 MARK LANEGAN

Straight Songs of Sorrow mostrará a todos los Mark Lanegan conocidos de una manera atingente y estruendosa. Es un trabajo de lucidez en donde el músico se descubre, se disecciona sin piedad y pone en la balanza las consecuencias de quien ha sido. Es un trabajo con hondura que requirió de los acompañantes adecuados para semejante tarea, y cuya colaboración resulta garantía de efectividad: Adrian Utley de Portishead, Greg Dulli de The Afghan Whigs, Warren Ellis de Bad Seeds, John Paul Jones de Led Zeppelin y el reconocido cantautor británico Ed Harcourt. Con todo este conjunto de letanías y compañeros, Lanegan se eleva sobre su propia figura, tras cuya escucha se debe hacer el esfuerzo de separar al hombre de la obra.

VIDEO: Mark Lanegan – Skeleton Key, YouTube (Mark Lanegan)

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BXXI-617 BLACK COUNTRY, NEW ROAD

La salud mental, el descubrimiento de la bipolaridad, las depresiones, y otras tantas insanias psicológicas ya forman parte del bagaje del rockero contemporáneo, se han vuelto circunstancias habituales. Ahora le tocó a Isaac Wood, brillante hacedor musical y poeta (hasta ese momento la fuerza motriz de un grupo por demás singular). Además del sexo, las drogas y el rock and roll, la enfermedad mental ha dado el tono y encendido infinidad de alarmas para el rock de este siglo XXI. Y tanto como otras decenas de aspectos cualquiera, el padecimiento mental ya vincula tanto a integrantes de AC/DC con Rocky Erickson; a Scott Hutchinson y Jeff Tweedy con el mencionado Wood, entre decenas de músicos afectados por ese mal.

VIDEO: Black Country, New Road – ‘Bread Song’ (Live from Another…) – YouTube (Black Country, New Road)

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BXXI-618 PATTI SMITH (II)

Las piezas del género rockero (en cualquiera de sus cientos de variantes estilísticas) han alcanzado emociones y objetivos profundos, es decir, la poesía (con Bob Dylan y Patti Smith como parámetros). Las canciones del rock han hecho visible la cruda manera filosófica mediante la cual nos afectan las cosas. Han abierto un nuevo espacio para el conocimiento de lo que se han dado en llamar “los sentimientos”. No sólo románticos, sino existenciales, de estar en el mundo y frente a él. Han sido –y son– el espacio del placer estético contenido en una obra de dos o tres minutos, a la que se ha denominado como single o sencillo. A partir de la aparición de este género la gente utilizó la música para responder a cuestiones referentes a la propia identidad.

VIDEO: Patti Smith – Not Fade Away/Memento Mori (Live At Montreux), YouTube (JohnGreyCD)

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BXXI-619 MC5

“MC5 apoya la revolución plenamente. No se han armado aún porque poseen recursos más fuertes: el acceso directo a millones de jóvenes a través del rock and roll, es uno; la fe en lo que estamos haciendo, el otro. Pero de hacer falta utilizarán los rifles. Harán lo que sea necesario ante la ausencia de ilusiones”. De tal forma se concibió la controvertida imagen revolucionaria para el grupo. Estaban convencidos de que el rock unía a la gente y que podía ser usado para unirla aún más, ganando con ello poder político. “Casi todos los miembros de la contracultura estadounidense están relacionados con el rock and roll –sentenciaban–. Esto lo hace importante para nosotros. La música del rock trata sobre la rebelión”.

VIDEO: MC5 – Kick Out The Jams live 1970 Detroit, YouTube (Charlene Marie Tago)

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BXXI-620 BLUES EN TEXAS

El profundo pozo de potencial creativo expresivo que constituye la máxima fuerza del blues, tanto como la amplitud y fertilidad de su influencia en otros géneros, encuentran una ilustración sin par en una de sus representaciones  más sobresalientes, el blues texano. La música de blues de esta región estuvo expuesta a un proceso de polinización conforme las corrientes migratorias, los discos fonográficos, los artistas viajeros y más adelante la radio y el cine presentaron los diversos estilos a nuevos públicos. Los ejecutantes variaban sus estilos de presentación, en la medida que se lo permitía su talento, para complacer los variados gustos de su auditorio. Un blues más adaptado al soleado clima de la zona.

VIDEO: Steve Ray Vaughan – Texas Flood (from Live at the El Mocambo), YouTube (Steve Ray Vaughan)

*BABEL XXI

Un programa de:

Sergio Monsalvo C.

Equipo de Producción: Pita Cortés,

Hugo Enrique Sánchez y

Roberto Hernández C.

Horario de trasmisión:

Todos los martes a las 18:00 hrs.

Por el 1060 de AM

96.5 de FM

Online por Spotify

Radio Educación,

Ciudad de México

Página Online:

http://www.babelxxi.com/

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ALL BY MySELFIE (7)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

FOTOGRAFÍAS

 

ALL BY MYSELFIE (7)

All By Myselfie (7)

 

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ROCK Y LITERATURA: EL BUDA DE SUBURBIA (HANIF KUREISHI)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

THE BUDDHA OF SUBURBIA (FOTO 1)

 

La literatura contemporánea ha encontrado excelentes escritores para incorporar el sonido, la profundidad y el testimonio del rock a sus huestes. La Gran Bretaña se ha significado en ello de manera sobresaliente con plumas como las de Ian McEwan, Nick Hornby o Hanuf Kureishi, por mencionar unos cuantos. Y lo ha hecho porque en su principal ciudad, Londres, siempre está ocurriendo algo, mostrando, transformando o rompiendo algo. Y la música ha sido un personaje importante en todo ello.

La literatura ha producido grandes estrellas del rock que jamás se colgaron una guitarra, y entre ellas se pueden encontrar lo mismo novelistas, que ensayistas, poetas, cuentistas, periodistas, críticos, académicos, etcétera, pero también en las otras ramas del arte: cineastas, pintores, teatreros, arquitectos, bailarines. El rock es una materia fundamental para todos ellos, puesto que ha sido el soundtrack que ha acompañado a la mayoría en sus andanzas vitales, en sus distintas edades, lenguajes, países y continentes.

La literatura y el rock han estado entrelazados desde el comienzo. Como referente, la primera en sus inicios, como influencia determinante después, y como testimonio de las generaciones que se han sucedido desde que tal música apareciera en el mundo. De dicha interrelación han surgido textos fundamentales y canónicos, como el que escribió el mencionado Hanif Kureishi.

Por otro lado, sustentado en la idiosincracia discriminatoria producto del pasado colonial británico hay un obvio racismo tras todo ello, mismo con el que han tenido que vivir los inmigrantes indios, paquistanís y caribeños y sus descendientes, por ejemplo.

No obstante, en esa realidad dura y cotidiana, que los ha enfrentado con la clase obrera, los skinheads, neonazis, hooligans, políticos y partidos conservadores, han crecido manifiestos sociales y artísticos agudos y agridulces como el de este escritor cuya proclama literaria está fundida con el pop y el rock, con el cual creció, forma parte de su vida, aunque quieran negárselo todos aquellos.

El rock británico siempre ha sido una mezcla en todos los sentidos, aunque lo ignore esa fauna xenófoba. Es una expresión democrática y multicultural; es negra (blues, reggae, soul, funk, hip hop) y asiática (las ragas indias, sobre todo), de clase obrera, de clase media y hasta la aristocracia ha tenido qué ver en varias facetas de su historia.

Si Hanif Kureishi habla de ello en sus textos es porque también dicha historia le pertenece como británico asiático de segunda generación y eso es algo que todo el mundo debe saber. Su propuesta en The Buddha of Suburbia (El Buda del Suburbio, 1990) –su novela debut en el mundo literario– es inteligente e ingeniosa, es una permanente descripción irónica de la vida británica contemporánea, aderezada con la música que le sirve de fondo y acompañamiento.

THE BUDDHA OF SUBURBIA (FOTO 2)

Las melodías y grupos citados en esta novela son raíces comunes para todos aquellos nacidos en la Gran Bretaña tras la Segunda Guerra Mundial. Es una forma de identificación que no se basa en el rechazo y la automarginación, sino en la aceptación y la creatividad.

Con El Buda del suburbio, Kureishi (nacido en 1954, al sur de Londres) inauguró la llamada narrativa poscolonial. Una que mezclaba el multiculturalismo, el sexo y el glam rock. “Del sistema de clases era consciente, porque mi padre creció en la India colonial, en una familia paquistaní de clase media alta, pero teniendo claro que el hombre blanco era el estándar de lo que un hombre debía ser. Los indios siempre eran los inferiores –ha explicado el autor–. No obstante, llegaron los años sesenta y eso cambió…

“Cuando empecé en la literatura, con 14 o 15 años, me di cuenta de que eso era lo que tenía que escribir. Sobre mi aspecto, mis amigos, mi calle. Sobre los skinheads, que eran la realidad de la vida en el sur de Londres. Eso no estaba en los libros y yo tenía que encontrar la manera de ponerlo sobre el papel”.

El protagonista de sus argumentos es Karim, un adolescente como cualquier otro –seguidor del rock, de la moda y de cualquier oportunidad para el sexo–, que se siente inglés de los pies a la cabeza, aunque sin enorgullecerse por ello, aunque muchas personas le vean como una mezcla extraña de dos culturas. Junto a sus padres, hermano menor y demás familia cercana, vive una vida normal en un barrio de clase media de las afueras de Londres, del que quiere librarse a como dé lugar.

Esta es, pues una novela de iniciación a la vida adulta y sentimental de ese joven bicultural, que es víctima del racismo a pesar de haber nacido y crecido en el Reino Unido. Contempla, asimismo con bastantes dosis de ironía el acercamiento a la espiritualidad por parte de muchos occidentales, a menudo de manera superficial o como una moda.

Igualmente, muestra la evolución de la cultura del rock británica de los años setenta, desde la psicodelia a la New wave, pasando por el glam y el punk. Una sucesión de periodos tanto históricos como en la vida de los protagonistas, desde los últimos coletazos del swinging London hasta el desencanto de la sociedad británica que culminaría con la llegada al poder de Margaret Thatcher, momento en que culmina el relato.

El éxito del libro llevó a la filmación de una serie para la BBC con dicha narración. Y, quién mejor que David Bowie para crear el soundtrack necesario.

Tras la fugaz aparición de su grupo Tin Machine (y álbum homónimo) y un disco como solista, que sólo obtuvo un recibimiento tibio, el superestrellato de David Bowie parecía opacado. Sin embargo, con la banda sonora de The Buddha of Suburbia, Bowie plasmó una vez más, como con cada obra, su propio futuro musical.

El soundtrack para la serie televisiva de la BBC londinense basada en la novela de Kureishi le mostró el camino que podía tomar. La novela presentaba un mural de la sociedad inglesa capitalina en las décadas de los sesenta y setenta. En él podían observarse el surgimiento público de misticismos al por mayor, el de figuras que representaban las corrientes musicales del momento, la ambigüedad sexual, la promiscuidad y otras vanguardias artísticas, políticas y sociales que formaron un todo experimental y propositivo para las futuras generaciones no sólo británicas.

El racismo y la xenofobia nunca han sido vanguardia, pero manifestaron en el libro su presencia en una sociedad imperialista y poco tolerante. La vida de Karim, el protagonista, transcurre entre todos esos nuevos conceptos y viejas idiosincrasias fondeadas por el sonido del espíritu de la época: el rock.

Junto con el multiinstrumentista Erdal Kizilcay, Bowie creó un total de nueve títulos para la serie que rebasaron por mucho el calificativo de fondo musical. «Sex and the Church», «The Mysteries», «Bleed Like a Craze, Dad», «South Horizon» y «Buddha of Suburbia» (con Lenny Kravitz en la guitarra), entre las más distintivas.

También pisó territorios vírgenes en cuanto a técnica de producción. En «South Horizon», por ejemplo (la pieza favorita de Bowie en este trabajo), todas las notas, desde la instrumentación principal hasta la estructura sonora, se tocaron tanto al derecho como al revés.

El resultado de los experimentos fue un Bowie que recuperó fuerza. Con estas complicadas pinturas sonoras, si bien accesibles también a sensibilidades pop, rindió homenaje a los méritos de Brian Eno como creador de estilos y encontró para sí mismo un camino a los noventa.

Con El Buda del suburbio Bowie adquirió una nueva vida, otra. Hizo lo que siempre supo hacer mejor: volver a colocarse a la cabeza de las tendencias musicales, porque tras echar una inteligente mirada alrededor de nueva cuenta comenzó desde el principio. Mientras que Hanif Kureishi ganó el prestigioso  Premio Whitebread de su país a la Mejor novela debut, así como la posibilidad de una larga vida como escritor, la cual mantuvo hasta fechas recientes cuando una enfermedad lo postró y dejó en duda su posibilidad de seguir ejerciendo, una verdadera lástima.

 

VIDEO SUGERIDO: David Bowie – Buddha Of Suburbia (Official Video), YouTube (David Bowie)

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