Por SERGIO MONSALVO C.
RY COODER
(EL OUTSIDER JUSTICIERO)*
VI
EL OBSERVADOR COMUNITARIO
Ry Cooder no es un artista pretencioso. Con él no hay sitio para el culto al rockstar. Su talento y virtuosismo evocador en los diversos instrumentos de cuerda ha quedado plasmado en un enorme listado de álbumes, tanto suyos, en grupo o en los de otros colegas. Desde el Captain Beefheart, Little Feat, Randy Newman, los Rolling Stones o Neil Young, por mencionar unos cuantos. Sus colegas lo han llamado a colaborar con ellos en algún momento. Siempre ha gozado de gran prestigio entre sus semejantes.
No obstante, sus álbumes como solista fueron lo que lo pusieron en la palestra y con el reconocimiento generalizado. Con su largo bagaje, desde el lejano 1970, este oriundo de Los Ángeles ha viajado constante y asiduamente entre lo excéntrico global absoluto y el núcleo de la música popular estadounidense, y lo ha hecho con la convicción del estudioso consagrado.
Cooder se transporta por todos los géneros. Con su guitarra trata al blues, al gospel, al folk, al country o al rock, y lo hace como si él mismo los hubiera creado. A lo largo de su carrera este destacado instrumentista ha sabido mezclar tales esencias con sonoridades que rodean allende al mundo contemporáneo. Su andanza ha transcurrido desde el lustroso anonimato (“Sister Morphine”) hasta la contundencia del protagonismo en el estudio como titular. Cooder es el maestro de la slide (a la que instauró para el rock y el cine) para todos y punto. Es la encarnación de la inteligencia, el talento y la inspiración que sublima cualquier mezcla genérica que se precie.
Sin embargo, ha dicho que no hay misterios en la elaboración de su propia música. «Si la canción se sostiene, yo añado lo que pida. Para los coros y los vientos, vas a un buen estudio. Pero con las ideas muy claras: los estudios tienden a ser templos de la tecnología y yo no soy religioso. Necesito simplificar mi trabajo. Es lo último que me queda».
En los años cero (la primera década del siglo XX) el guitarrista redondeó su trilogía californiana, con su puntilloso discurso narrativo y musical, además de las originales ediciones que la acompañaron. Asimismo, se anotó en otros proyectos de fuerte compromiso social como We’ll never turn back, enfocado en la lucha por los derechos civiles, con Mavis Staples en lo vocal. «Desde entonces, ninguna compañía me ha llamado para producir algún álbum”. La industria (gobernada al fin por los neocons) le comenzó a pasar la factura por sus implicaciones ideológicas (aquella aventura cubana les había causado mucho escozor también).
“Dicen que no tenemos censura. Los republicanos de momento deben ir con la Constitución en la mano, aunque no les guste, porque saben que ese documento es la base de nuestra sociedad. Yo, o cualquiera, todavía podemos participar en una manifestación, cantar una canción o escribir una carta, pero el futuro no pinta bien. No me sorprendería que volvamos pronto a una época como la del macartismo y la caza de brujas”, explicó atingentemente al finalizar aquella década.
A pesar de todo, y dada su naturaleza, Cooder permanece fiel a su ética de trabajo y a su flujo estético. Al inicio de la segunda década del siglo XX realizó Pull up some dust and sit down, álbum en el que reactivó el concepto folk de las topical songs, cantos de la cotidianeidad con afanes críticos. “Las antiguas melodías y ritmos de la música vernácula me han ayudado a contar las historias de hoy. Ahora tenemos cosas nuevas que decir, aunque el estilo sea más o menos el mismo. siempre es tiempo de formar parte de algo”, dijo en su momento.
Pull Up Some Dust and Sit Down ahonda en el compromiso social del músico y compositor al conjuntar en tal disco puntos de vista sobre la crisis económica (que mientras tanto se ha convertido en global). Por él circulan la codicia de los banqueros, la reprobable política guerrera de la Unión Americana, las guerras neocoloniales, el empobrecimiento de la clase trabajadora, la disparidad e injusticia para con dicha clase y las protestas ciudadanas consecuentes en todo el orbe. Para eso recurre a Jesee James y a John Lee Hooker, y lo hace con humor y acidez. Asimismo, habla de la xenofobia: “Cuando me enteré de las medidas contra la inmigración ilegal de Arizona no lo podía creer, había que gritar contra ello”.
En todo eso su colaborador principal ha sido su hijo Joachim. “Él toca la batería y yo, la guitarra. La última vez trabajé con un pequeño grupo éste estuvo compuesto por mi amigo David Lindley y Joachim en la batería. Eso me gustó mucho. Todo funcionó muy bien. Joachim también había participado en el proyecto cubano.
“Cuando Joahim y yo tocamos juntos parecemos hermanos. A través suyo conocí a Howie B., el productor de dance al que contraté inmediatamente para el soundtrack que le hice a Wim Wenders, The End of Violence. Hizo un remix fantástico de mi composición en él [el propio mezclador Howie B., describió esta música –disfrutable también en forma separada de la pantalla– como mágica]. Me gusta armar soundtracks y creo que ese quedó bien. Claro, para ello le tienen que ofrecer a uno la película correcta. Alguien como Wenders tiene un relato bueno y buenas ideas, con una filosofía detrás”.
En él, Cooder hizo honor a su reputación como ambientalista sonoro con una colección de miniaturas instrumentales, en las que se hizo asistir por virtuosos de diversas convicciones. Además de viejos conocidos como el acordeonista Flaco Jiménez, el guitarrista James «Blood» Ulmer y el trompetista Jon Hassell. La película dio para dos CD’s de una hora de duración, el primero de Cooder, el segundo con diversos artistas, desde U2 con Sinead O’Connor como invitada hasta el dúo ocasional formado por Michael Stipe y Vic Chesnutt, Tom Waits, Los Lobos, Spain y Roy Orbison, puesto al día por Brian Eno.
Cooder había trabajado con Wenders en el soundtrack del famoso clásico Paris, Texas, con el que la reputación de Cooder en tal sentido se reafirmó. Su andar cinematográfico había comenzado en 1970 con la cinta Performance y, desde entonces, dicha labor se incrementó con 17 títulos más, entre los que se encuentran Street of Fire, Crossroads, Johnny Handsome, Geronimo: An American Legend y Last Man Standing (todas dirigidas por Walter Hill), Primary Colors (Mike Nichols) y My Blueberry Night (Wong Kar-wi)
Si el disco We’ll never turn back que apareció en 2007 y, desde entonces, nadie lo ha llamado para producir un álbum, lo mismo ha sucedido con Hollywood. Hace 15 años que no firma otro soundtrack (a cuenta igual de la industria, que prefiere desperdiciar el original talento del artista, en ambos campos, que darle otra oportunidad de cuestionar al sistema).
A pesar de las restricciones, Cooder siempre tiene algo qué hacer y qué decir, como en el reciente The Prodigal Son, en el cual sigue extendiendo los límites del círculo con el que comenzó con The Rising Sons, con un nuevo segmento en el que utiliza canciones del folk y del blues vernáculo, firmadas algunas de ellas por antiguos cantantes del góspel, donde parábolas como la que da título al disco trata sobre la búsqueda de lo sagrado encontrándolo finalmente en la música misma (electrificada).
Continúa levantando la voz en defensa de los exiliados, emigrantes y el estado actual de las cosas en su país y el mundo y su época incierta (un fresco de la realidad social), en piezas como “Everybody Ought to Treat a Stranger Right” en igual tesitura. O sobre la gentrificación, donde una víctima de ello se pregunta qué quieren los “Hombres Google”. O realmente disgustado con ese proletariado que sigue votando por la derecha. Y lo hace con todos los recursos que tiene a su alcance, incluyendo a su hijo, que le aporta musicalmente la estadía en el hoy.
Finalmente, los discos de Ry Cooder –todos ellos– son los relatos de un viajero por tiempos revueltos. Lo importante de cada álbum suyo son los matices, los elementos con los que crea la sustancia que enlaza temas y reflexiones nacidas de las raíces profundas, del quehacer de la cultura en el mundo que vivimos, donde ya nada de su problemática debe sernos ajena, al contrario. Ese es el mensaje ulterior del guitarrista.
De ahí su acento tan personal como comunitario, tan apasionado como sincero en la expresión de sus pensamientos y sensaciones. Es un testigo fiel, un músico ecléctico y un tipo seguro de sus objetivos: hacernos conscientes de una realidad que nos concierne a todos y en donde señala por sus actos a los injustos y a los que medran con la vida de los demás. Sí, Ry Cooder es un outsider justiciero.
VIDEO SUGERIDO: Ry Cooder – Prodigal Son – YouTube (George Plant)
*El ensayo “El Observador Comunitario” forma parte del libro Ry Cooder (El Outsider Justiciero) de la editorial Doble A, y ha sido publicado online de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.
Ry Cooder
(El Outsider Justiciero)
Sergio Monsalvo C.
Editorial Doble A
Colección “Ensayos”
The Netherlands, 2022
Contenido
I.- El Nacimiento de las Raíces
II.- Talking Timbuktu
III.- Buena Vista Social Club
IV.- La Trilogía Californiana
V.- Sobre Héroes y Tumbas
VI.- El Observador Comunitario