MONO

Por SERGIO MONSALVO C.

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 UN ÉXTASIS SONORO

La música japonesa emparentada con la cultura del rock ya no es ni exótica ni una novedad total. Quizá lo fue cuando el mundo occidental comenzó a escuchar el pop y el techno creado allá en los años setenta (como ejemplo está la Yellow Magic Orchestra de Ryuichi Sakamoto).

En los ochenta, con la new wave, el indie y el noise, los nombres de Plastics, Shonen Knife o Boredoms se hicieron comunes (incluso John Zorn se inspiró en estos últimos para fundar sus Painkiller).

En los noventa la presencia internacional de los representantes del clubpop se hizo obligada en cualquier festival que se preciara, lo mismo que en los ambientes del acid jazz y el triphop (Pizzicato Five, Cibo Matto, DJ Krush, United Future Organization, et al). Eran los representantes de la cara luminosa en la tierra del Sol Naciente y de su principal metrópoli, Tokio, en particular

Sin embargo, el underground y la vanguardia también bulleron desde los primeros años con Merzbow y Toshinoro Kondo. Luego vinieron Asahito Nanjo (Musica Transonic, High Rise, Toho Sara, Acid Mother Temple and The Melting Paraiso UFO), Ghost, White Heaven, Magical Power Mako, entre los muchos artistas que ha brindado dicha ciudad.

Porque la capital nipona con su multitud de barrios, cities, distritos e islas no ha producido una sola escena musical sino muchas, y con un potencial enorme. El avant-garde surgido de tal geografía (con énfasis en el jazz core, progresivo y el noise) es sombrío, sólido y coherente y representa el lado más oscuro y oculto de la sociedad japonesa.

Una cosa une a todos los reunidos bajo este rubro: la superioridad técnica (incluso les ha permitido rebasar en muchos casos a sus colegas occidentales).

El hecho de que Tokio (como Osaka) también sea la sede de la Roland Corporation, creadora de instrumentos electrónicos y taclados hi-tech (D-50, MT-32, U-110, 303, 808, 909, etcétera), se traduce en el carácter tecnológico moderno de su música.

Por algo los japoneses vanguardistas del siglo XXI prefieren el término «new rock» al de «post-rock» que se utiliza en Europa y zonas circunvecinas para definir el estilo en el que se fundamentan.

Una de las muestras más conspicuas de esta escena –y que ha copado los últimos tres lustros por su calidad compositiva y connotada interpretación instrumental– es el cuarteto llamado Mono. Grupo fundado en 1999 por Takaakira Goto (guitarra), Yoda (guitarra), Tamaki Kunishi (bajo, guitarra, piano y glockenspiel) y Yasunori Takada (percusión, glockenspiel y sintetizador).

VIDEO SUGERIDO: MONO “Legend” 10/23/12 Local 506 (1 of 8), YouTube (cotafloata)

En un principio y tras la aparición de sus primeros discos (Hey, You –el EP debut del 2000–, Under the Pipal Tree, del 2001, y One Step More and You Die, 2002) la prensa especializada los anotó como pertenecientes al post-rock.

No obstante, al pasar el tiempo Takaakira Goto, líder y compositor, dijo no estar de acuerdo con tal designio. “El término post-rock no define lo que hacemos, porque se ciñe a ciertas estructuras que nosotros ya rebasamos. La música debe trascender los géneros para significar algo, es lo que comunica lo incomunicable”.

Efectivamente, estos nipones y su música instrumental han evolucionado con paso de los años y de los álbumes. Cada uno de ellos, desde los New York Soundtracks (un disco de remixes del 2004 en el que se involucraron con el vanguardismo experimental de la Urbe de Hierro, destacando su colaboración con John Zorn, quien no ha quitado el dedo del renglón japonés) hasta el reciente For my parents (del 2012), los muestra como un concepto sonoro cuidadosamente cultivado en donde el artificio del noise alcanza la levedad y se transforma en sensaciones e imágenes mentales.

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Regularmente, su plataforma de trabajo es un poema, escrito por el propio Goto o por la colaboradora externa Heeya So (con quien han trabajado para la realización de videos, abstracciones cinemáticas y películas experimentales). Sobre esa base tejen los sonidos que producen las palabras hasta liberarlas del lenguaje, de la forma, y dejan que los sentidos se conecten con el trasfondo poético.

 Si el arte, como escribió da Vinci “es una cosa mental”, el de este grupo surgido de Tokio es altamente intelectual.

 Pero lo que escuchamos en su álbum más reciente es como un iceberg, el pico que asoma a la superficie de un grueso cuerpo que queda sumergido en su andadura, por más inmediata que sea.

 Lo más recomendable es conocer esa montaña de belleza helada que es su discografía, porque para disfrutar plenamente de aquello que se les escucha actualmente (For my parents) es necesario conocer el resto de la obra que ha quedado oculta por el paso del tiempo –que en esta época digital es más rápido que nunca.

 Es decir, se deben conocer las ideas sobre las que se ha ido fundamentando el concepto del cuarteto paso a paso a través de sus álbumes: Walking Cloud and Deep Red Sky, Flag Fluttered and the Sun Shined (2004), Mono/Pelican (2005), You Are There, Palmless Prayer – Mass Murder Refrain (ambos del 2006), Gone (2007), Hymn to the Immortal Wind (2009), además de los diversos EP’s, del muy recomendable DVD The Sky Remains the Same As Ever (del 2007, dirigido por Teppei Shikida), en el que aparece su forma de trabajo y su puesta en escena. Asimismo, está el soundtrack de la película Breaking the Waves de Lars von Trier.

 En buena medida esas ideas se han ido plasmando como una especie de puzzel en el que cada pieza abre la posibilidad de una nueva visión (o escucha).

 Son la arquitectura de tales ideas tratadas como línea de influencia (Beethoven, Ennio Morricone, Led Zeppelin, My Bloody Valentine, Sonic Youth), color (mate), geometría sónica, ruido y ritmo, desde donde podemos escucharlas desarrolladas en cada una de las piezas que integran sus álbumes.

 Son volúmenes tan intuitivos como imaginativos, pero con gran sentido de la composición y construcción de la melancolía, tan desnuda de patetismo que brinda su cauce como un lugar de encuentro.

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 VIDEO SUGERIDO: Ashes in the Snow – MONO, YouTube (Hartsword)

 

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THE RAVEONETTES

Por SERGIO MONSALVO C.

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 VÉRTIGO Y EXISTENCIA

Escuchar a The Raveonettes es, sobre todo, un placer. Su propuesta intrínseca es como la proyección musicalizada de una escena contemporánea de Hamlet, con un monólogo intenso de este inestable personaje cuestionándose la existencia, con sus luces y sombras, sus alegrías y penumbras. Una escena en donde el joven trastornado evoca e invoca –inmerso en una dicotomía– todo lo que sucede en su interior sintiendo al mismo tiempo tanto la necesidad de vivir como el miedo a hacerlo, y una melancolía extendida por la eterna inarmonía del mundo exterior.

Además de la referencia anterior, hay tres nombres clave para hablar de la esencia de The Raveonettes: Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire y Alfred Hitchcock. Una imponente línea conceptual para forjar la razón de ser de un grupo de indie pop (fundamentalmente) con profundas raíces en el rock neoyorkino. Una batería internacional de creadores para legitimar el quehacer artístico.

Para Poe, el primero, la razón era una reserva de seguridad, importante para la vida, el antídoto contra los miedos terribles que provoca. El dualismo romántico del escritor estadounidense se tensaba entre las dos facetas de la personalidad, entre la emoción y el intelecto, entre la sensibilidad y la mente.

Mucho de lo escrito por él partió de un yo sensible, de una conciencia romántica impulsada en profundidad a realizar un ajuste entre ella y la realidad circundante.

La emoción, para él, era intensa, desconcertante, terrífica; y el pensamiento racional, comprensivo y fascinante en su proceso. La grandeza de Poe estuvo en la proyección de ese miedo en términos totalmente nuevos. Abrió el camino que conduciría a una gama más amplia y profunda de la extensión simbólica de las sensaciones.

Poe, como buen romántico, fue siempre un exponente del «yo«, del escritor que se propone  como elemento de su trabajo el «yo» como sujeto. Es un artista que mira «hacia adentro» de sí y escribe. Esto era para él como tener «otra existencia», por decirlo así. De este principio nació la investigación artística.

Tomando en consideración que mucho de la vida del arte es inconsciente y la mayor parte de su actividad un misterio, lo que él hizo fue un intento por descubrir en el obrar y hablar de la persona indicios sobre sus motivos ocultos.

Este método de ocultamiento y revelación llegó a ser algo central en el arte de Poe.  A medida que perfeccionó esta habilidad y maduró su estilo, le fue posible encontrar y hacer uso de mascaradas aún más complejas con el fin de acercarse a su tema poético (el fin último del yo) y de proporcionarle mayor relieve.

Tal situación hace posible entender el trabajo de desplazamiento que dio paso a su vida ambivalente.  Ésta característica del dualismo fue un asunto de suma importancia para todo el desarrollo del arte, en tanto el asunto estuviera entre la mente y la naturaleza, entre el «yo» y la realidad exterior.

Esta herencia pura del Romanticismo la han tomado para sí los Raveonettes dentro de su lírica. La sensación de misterio escondido en el acto de vivir, henchido de significaciones complejas y sugestiones que llevan a estados de exaltación eufórica o a recónditos momentos emocionales que cambian lo común y corriente en valor del espíritu.

Es aquí donde entra en juego la imaginación, como  una modalidad de la vida, mezclada y modificada por lo que llamamos sensibilidad. De esta manera, la expresión artística de los Raveonettes, al ahondar con sus canciones en ese razonamiento acerca del universo, como algo que se presiente más allá de la realidad misma y que, cargado de emoción y transformado por la imaginación, se convierte en el elemento enigmático del idealismo  poético que los emparenta con él.

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A su vez, el spleen baudelaireano (otra de las fuentes literarias del grupo) en donde la melancólica y la imagen que se han formado de ella, se ha convertido en ese arte platónico que se exacerba en sus letras hasta volverse denso y ruidoso ante la eterna inarmonía del mundo. “De niño tuve en mi corazón dos sentimientos contradictorios, el horror de la vida y el éxtasis por la vida”, escribió el poeta francés. Esa misma idea la externa el grupo una y otra vez a través de sus canciones.

 “En lo moral, como en lo físico –dijo Baudelaire–, siempre he tenido la sensación de un abismo, no solo el abismo del sueño, sino el abismo de la acción, de la ensoñación, del recuerdo, del deseo, del arrepentimiento, del remordimiento, de la belleza… He cultivado tal sensación con placer y con terror. Siempre tengo vértigo y por él he sufrido singulares advertencias, he sentido pasar sobre mí el viento del ala de la locura”, sentenció. ¿Acaso no dicen eso mismo una y otra vez los temas de los Raveonettes?

Para quien está rodeado y atormentado por la desolación y la melancolía es difícil encontrar algo mejor que una página de Baudelaire. Prosa, poesía, cartas, etcétera: todo sirve. Lo mismo que los discos de este grupo, donde caben el rock de garage, el surf, el noise pop, el shoegaze, el indie y hasta la dark wave. En su estilo hipermoderno –en el cual las capas del tiempo y sus sonidos se superponen y alternan— cabe todo eso para dar forma a su propuesta.

VIDEO SUGERIDO: The Raveonettes – Heart of Stone, YouTube (TheRaveonettes VEVO)

En ellos hay síntomas del spleen contemporáneo. Sus álbumes son construcciones, que van de lo sencillo a lo complejo, hechas con piezas simbólicas. Una tras otra. Habitaciones iluminadas, galerías brumosas, escaleras sin fin, desembocaduras cubiertas de niebla, salones alegres, faroles de luz fría, gárgolas sombrías o estatuas danzarinas que auguran cosas, efusividad o fisuras y grietas que provienen de lugares inubicables. ¿Cómo advertir a las personas sobre el arrebato de vivir, su aturdimiento? “Nosotros alertamos, al oído, a la inteligencia”, parecen sentenciar los músicos.

Y para ello también recomiendan, cada vez que se les presenta la ocasión, la película Vértigo de Hitchcock –una de las mejores de la historia cinematográfica, basada en la novela Sudores fríos (de entre los muertos) de los franceses Pierre Boileau y Thomas Narcejac–.»Lo que me interesaba del texto y quería imprimir en la pantalla  –resumía Hitchcock–eran los esfuerzos que hacía el protagonista para recrear a una mujer, a partir de la imagen de una muerta. Se trata de la voluntad que anima a este hombre para recrear  lo imposible”.

Junto a dicha trama hay un reflejo de los miedos a vivir la realidad, esa que da verosimilitud a toda la atmósfera de apariciones y desapariciones que se producen en la misma. Vertigo –hoy una película clásica–, tiene algo mágico, una atmosfera propia, irreal e hipnótica.

Con estos antecedentes literario-poéticos y fílmicos se cuenta con las herramientas necesarias para adentrarse  –como una de las varias maneras para hacerlo– en el concepto de The Raveonettes, un grupo elástico y cambiante, que tiene su origen y núcleo en un dúo danés que se creó en Copenhague a comienzos del nuevo milenio.

Una formación clásica del naciente siglo XXI: pareja de hombre-mujer. Ella, la bajista Sharin Foo; él, Sune Rose Wagner, en la guitarra y voz. A quienes se agregarían con el paso del tiempo cantidad de músicos, intercambiables tanto para las grabaciones como para las actuaciones en vivo o las giras.

En lo musical, en la más de una década que ha pasado desde su formación han transitado, como ya se apuntó, por diversos ciclos musicales sin perder su filiación indie.

Las raíces musicales del grupo vienen de lejos en el tiempo. Desde las melodías del rockabilly y las armonías de las girly groups de los años cincuenta (combinación de la que extractaron su nombre: del “Rave On!” de Buddy Holly y admiración por las Ronettes), pasando por la rítmica del garage, el twang de las guitarras del surf, las atmósferas de guitarras saturadas y experimentación con los sonidos del Velvet Underground, la reafirmación rockera del punk  de los Ramones, el shoegaze de My Bloody Valentine, el noise de Sonic Youth, y la libertad de ensamblaje que le brinda el indie (dentro de los lineamientos del pop).

Todo ello con mucho estilo, madurez, calidad y personalidad, en donde el juego de las dualidades siempre está presente: “Me gustan los contrastes en la vida y van bien con mi carácter, que es alegre y triste al 50%. La música es algo maravilloso y con ella realmente puedes mezclarte en las emociones de la gente y acercarte a las cuestiones ocultas y diabólicas de cada uno”, ha dicho el cantante, guitarrista y compositor del grupo.

La obra de The Raveonettes exige del escucha paciencia y entrega para saborear las piezas precisas y preciosas, tal como pasa con las mejores experiencias. Más allá de las formas melodiosas hay siempre un estilo noisy implacable y envolvente que no busca complacer a quien los oye, sino hacerlo sentir y pensar con las vísceras y la razón.

No se trata, pues, de un grupo de consumo fácil, sino de una propuesta inteligente y delicada que hay que saborear desde el primero hasta el más reciente de los álbumes que forman parte de su cuidado catálogo. Sí, definitivamente, escuchar a The Raveonettes es un auténtico placer estético.

Discografía: Whip It On, Chain Gang Of Love, Pretty In Black, Lust, Lust, Lust, In And Out Of Control, Raven in the Grave, Rarities & B-Sides, Observator, Pe’ahi, 2016 Atomized.

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VIDEO SUGERIDO: The Raveonettes – Forget That You’re Young, YouTube (MISSIoepia)

 

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JOHNNY HALLYDAY

Por SERGIO MONSALVO C.

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 ICONO GALO

A lo largo de la historia del género, ¿cuántos países (o sus hombres de letras) se han enorgullecido de sus rockeros, hablándolos, descibiéndolos o premiándolos? En realidad muy pocos. De los que recuerde algo al respecto están los Estados Unidos, la Gran Bretaña, Camboya, la ex Checoslovaquia, Alemania y Francia.

Por lo general los gobiernos de la mayoría de los Estados, sean del signo político que sean, han rechazado a esta música, a sus conceptos y a sus representantes, practicando desde la indiferencia, pasando por la intolerancia, la vil censura, represión y hasta llegar al crimen, para poner fin a rajatabla de su popularidad o seguimiento.

De los que sí han asumido al rock como una contribución a su cultura, y a la del mundo por extensión están, como ya señalé, los Estados Unidos, lugar donde nació el 4×4. Obvio es decir que tal hecho depende de quien esté en la silla presidencial. Eisenhower, Johnson, Nixon, Reagan o Bush, por ejemplo, odiaban al rock hasta límites inimaginables.

Varios de ellos planificaron incluso  Expendientes Secretos X, con algunos de sus ministros, para erradicarlo (actualmente el caso de Trump es más extremo, esperpéntico y caricaturesco y apenas comienza). En ello han colaborado incondicionalmente los medios de comunicación  tradicionales con todo el apoyo del poder.

Por otro lado, en épocas diferentes a las anteriores (Kennedy, Carter, Clinton, Obama) el apoyo al rock ha florecido en sus distintas manifestaciones: con la creación del Museo de la Fama, con las invitaciones a colaborar en las campañas presidenciales, en las Convenciones partidarias y a eventos de la Casa Blanca.

En la parte medular, el periodismo contracultural e independiente, los literatos, los creadores teatrales, cinematográficos o de las artes plásticas han tributado, cronicado, exaltado y testificado la importancia del género dentro del quehacer cultural y social. Lo han hecho con obras y ensayos que legitiman la inteligencia, la observación y la poética de su andanza.

En la Gran Bretaña, la monarquía los reconoce concediéndoles el título de Sir por sus contribuciones al país en distintos rubros. Y, por su parte, los escritores destacados (Salman Rushdie, Hanif Kureishi, Nicola Barker,  George Steiner, Julian Barnes, entre otros muchos) han escrito profundos análisis sobre estilos o tendencias, desde algún punto de vista filológico.

Mientras, los directores cinematográficos han iniciado nuevos lenguajes a partir de ellos. La unión entre rock y cine ha dado lugar a decenas de películas que han contribuido a crear un género propio, con características únicas y cuyo desarrollo ha alcanzado dimensiones insospechadas a lo largo los años. Parámetro indiscutible de ello ha sido la película A Hard Day’s Night, con los Beatles, cuya importancia ofrece muchas lecturas  a partir de la elección de Richard Lester como director de la misma.

El filme no sólo sacudió todos los cimientos del cine de la época, sino que fue el origen de la estética del video-clip, inventando una fórmula revolucionaria de lograr una conjunción entre la música y las imágenes que todavía sigue vigente después de cinco décadas (con un electrizante sentido del ritmo).

En lontananza indochina, a su vez, el rock se convirtió en un asunto de Estado al llegar la Guerra de Vietnam y el terrorismo de los jemeres rojos en Camboya. La asimilación de esta música y la proyección que tomó en dicha tierra la convirtieron en una positiva muestra de intercambio cultural y, también por ello, en enemigo mortal de quienes querían sellar el país a todo avance, incluyendo el aprendizaje de otros idiomas o cualquier sonido extranjero. Fue vehículo de cosmopolitismo, primero y, luego, víctima de fundamentalistas del maoísmo.

Asimismo, en la ex Checoslovaquia (hoy Repúblicas Checa y Eslovaquia) el rock fue perseguido por las autoridades pro-soviéticas (que lo veían como una forma de Imperialismo Capitalista) y tomado como estandarte por parte de quienes querían independizar al país de tal injerencia. Los líderes políticos de la oposición checa (con Vaclav Havel al frente) apoyaron a los rockeros, tanto locales como a los foráneos,  en los que se inspiraban, y crearon una fuerte contracultura a partir de él, que sirvió de soporte para conseguir los logros sociopolíticos posteriores.

En Alemania, asimismo, los escritores, gente de teatro y cineastas, optaron por esta música por ofrecerles otros horizontes, formas de pensar y de vivir, tras una contienda mundial que enfrentó ideologías internas, al igual que divisiones generacionales. La música ayudó a pasar página, a crear nuevas expectativas e igualmente a construir una nueva identidad. El rock alemán a partir de los años sesenta ha estado presente en todo acontecimiento de cambio social y político.

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En Francia, ha tenido semejantes lineamientos. El rock llegó de la mano de escritores (Boris Vian), en el principio, pasó al léxico de lo popular gracias a músicos como Serge Gainsbourg, inflamó el movimiento Ye-Yé, del que las jóvenes francesas se sirvieron para dar a conocer sus deseos, inquietudes, emociones y nuevas formas de ser, mientras los escritores y cineastas lo explicaban, analizaban y transformaban en filosofía.

A su vez, en la parte masculina del movimiento musical surgía el cantante que se pondría sobre ello y que se convertiría en icono para la cultura gala: Johnny Hallyday.  Este personaje irrumpió en los escenarios franceses en los años sesenta y ya nunca se bajó de ellos, hasta su muerte.

A semejanza del adiós multitudinario al escritor Victor Hugo a mediados del año 1885 en la capital francesa, el ataúd de Johnny Hallyday desciende, este sábado 9 de diciembre del 2017, por los Campos Elíseos desde el Arco del Triunfo ante casi un millón de personas congregadas para despedirlo.

La comparación con el homenaje fúnebre de Victor Hugo, uno de los ilustres mayúsculos de la literatura francesa y universal, no es vana. Tanto por el recorrido —los majestuosos Champs-Élysées, acompañado, en el caso de Johnny, por medio millar de motociclistas en sus Harley Davidson— y por la capacidad del difunto para convocar tanto a los franceses comunes como a los gobernantes del país.

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El desfile por la grandiosa avenida es distintivo: no sólo para Víctor Hugo, también para las tropas francesas que desfilan por ahí en los 14 de julio o para el nuevo presidente electo el día de su toma de posesión. Igualmente lo son los fastos como el de la iglesia de la Madeleine, que se llevarán a cabo  frente a los máximos representantes del Estado, que se han mezclado con la familia del fallecido, actores, músicos y otras celebridades.

Esos representantes están a la espera de la llegada de la comitiva funeraria, ahí en ese templo exclusivo, mientras la ex banda de Johnny interpreta su repertorio instrumentalmente. Tres presidentes vivos —el actual, Emmanuel Macron, y sus antecesores, Nicolas Sarkozy y François Hollande— pasan lista de presentes en la ceremonia, una misa laica (si cabe el oxímoron) de cuerpo presente.

Johnny murió el 5 de diciembre a las 10:10 de la noche, lo vocearon compungidos y plañideros los periodistas galos, pero ¿quién era Johnny Hallyday?, se preguntó entonces el mundo en general. Para los medios especializados del resto del globo era  “la mayor estrella de rock de la que usted nunca había oído hablar”.

Hallyday no fue un gran escritor como Víctor Hugo, no tuvo un papel político destacado  como esos tres representantes estatales y ni siquiera fue un creador, nunca compuso nada, era sólo un intérprete del rock.

Jean-Philippe Smet fue el nombre verdadero de ese joven de origen belga que quedó fascinado por Elvis Presley tras verlo en la película King Creole. Quiso hacer lo que él hacía, a su manera, y lo consiguió. Johnny Hallyday se llamó entonces y se convirtió no únicamente en rockero sino en rocker (nombramiento para el que guarda la actitud del género como esencia sagrada). Johnny, como le llamaban sus compatriotas, les llegó a la médula y desde el principio estableció una conexión única con ellos. Tenía 74 años al morir luego de haber cumplido durante su vida con la dieta clásica de los excesos.

En su alocución ceremonial el presidente Macron resumió la vida de Johnny Hallyday como “un destino francés”, el de un hombre que “diez veces se reinventó”, una “fuerza que va, como decía Victor Hugo, es decir, que empuja, enérgica e imparable hasta el final”. Hechos, como la muerte de este rocker con el que los ciudadanos de diversas generaciones se identificaron (fue un icono particular francófono), crean identidad en tiempos revueltos y eso lo saben los estadistas, cohesiona lo disperso.

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GOOD MORNING SAIGON!

Por SERGIO MONSALVO C.

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(V-POP)

La historia musical del rock (pop, r&b o soul) del área asiática se caracteriza tanto por su escasez divulgativa como por su pluralismo estilístico, fusión y convivencia entre grandes y pequeñas tradiciones.

Lo que distingue y diferencia en general aquella zona del planeta en dichos géneros es su capacidad de contener y condensar en poquísimos rasgos, aspectos significativos y valores íntimamente ligados a la cultura propia.

En ello hay un juego de modalidades que incitan a que se perciba la diversidad de voces, sentimientos, estados de ánimo y timbres instrumentales.

Sus herencias, en coexistencia con las sonoridades occidentales, se han expresado plenamente en las tensiones y contradicciones entre los diferentes procesos de innovación y transformación de estilos. Así es la situación de Vietnam y de Saigón, su capital.

El encuentro entre repertorios tradicionales y músicas cosmopolitas generó dinámicas culturales ligadas a fenómenos de movilidad, como la emigración de los músicos y la relación entre metrópolis vecinas.

La interacción entre el progreso artístico supranacional y la tradición local generó nuevos modelos de producción y de consumo musicales que determinaron cambios y por ende enfrentamientos profundos entre ideologías y políticas culturales y/o religiosas.

Una realidad en la que debían convivir la tradición purista y la instantaneidad mediática y hasta las revoluciones, los estados de guerra y demás trastornos de la vida por esos lares.

El neologismo “V-pop”, con el que se conoció originalmente dicha corriente, fue inventado por una estación de radio en los años sesenta como una manera de referirse a la música moderna producida ahí, para diferenciarla de la música tradicional, la cual carecía completamente de influencias extranjeras.

Durante la conocida históricamente como Guerra de Vietnam, los soldados estadounidenses llevaron consigo los discos y la radio (véase la ilustrativa película Good Morning Vietnam, de Barry Levinson) y los asiáticos conocieron también de esta forma el blues y la música country, así como el soul y el rock.  Esos estilos de música fueron asimilados y a la postre interpretados por los músicos locales.

VIDEO SUGERIDO: cbc band – tinh yeu tuyet voi.mwv, YouTube (padapromenos)

Muchos de estos intérpretes comenzaron a retomar los géneros tradicionales de sus respectivos territorios, mezclándolos un poco con las influencias occidentales, y así obtuvieron mezclas musicales novedosas y populares en cada caso.

Con la llegada del rock de los sesenta, aquello de verdad explotó masivamente y cundió por toda la zona. A través de la radio se difundieron todos los éxitos del rock psicodélico y demás géneros que surgieron por entonces.

Tal movimiento alcanzó su pico de popularidad cuando los solistas (hombres y mujeres) y los grupos juveniles locales se presentaron en escena interpretando el ritmo de manera calcada, con sus diversos acentos y adaptaciones líricas del inglés a los idiomas regionales.

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Luego llegó la guerra y estas formas musicales fueron relegadas a la clandestinidad en el norte del país, dadas sus ligas con el Occidente (“el enemigo”), utilizadas como entretenimiento en los bares del sur. En el primero se siguieron practicando de manera oculta, clandestina, y los discos circularon como auténticas joyas y tesoros.

La energía de esa música provino de la deconstrucción y la reconstrucción. Palabras de significación intrincada, pero tal vez ahí se encuentre la clave del carácter absolutamente voluntarioso de esta escena, que por sí sola sería capaz de echar a pique cualquier tópico.

Hace poco, los historiadores musicales vietnamitas, casi todos ellos emigrados o exiliados en países vecinos, se dieron a la tarea de recopilar esa transición y lanzaron el álbum Saigon (Rock & Soul) Vietnamese Classic Tracks 1966-1974, primera entrega de sus investigaciones.

Las distintas formas del pop y el rock occidental, a veces opuestas, tuvieron que recorrer un camino tan largo para llegar a  dichos lugares, y atravesar tantos filtros culturales en el camino, que los músicos asiáticos no tuvieron necesidad de tomar en cuenta en el mismo grado las distintas cargas ideológicas.

¿Pop? ¿Rock? ¿Ye-Yé? ¿Go-Go? Todo se prestó por igual al saqueo, para a continuación preparar una música jamás pensada y exótica como la que más.

Hoy Vietnam se ha convertido en punto importante en el destino de turistas y empresarios del mundo tras el levantamiento del boicot económico estadounidense.

La nueva escenografía urbana de la Ho Chi Minh City (Saigón) ofrece a los cientos de jóvenes —que transitan por sus ruidosas calles en bicicletas y motonetas escuchando sus grabadoras portátiles— los más diversos ritmos, del pop a la electrónica.

La música emanada de sus cantos tradicionales, de la que se desprenden las canciones populares desde épocas remotas, continúa transformando su estilo a favor de la (hiper)modernización, con cóvers de éxitos internacionales en su versión local (debida y absolutamente lo-fi) y baladas nuevas adaptadas a melodías sesenteras fuertemente arraigadas desde entonces en su cultura, a pesar de los intentos gubernamentales por erradicar dicho “arte degenerado”.

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VIDEO SUGERIDO: Saigon Group playing Rock, YouTube (Den75)

 

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CAROLINA CHOCOLATE DROPS

Por SERGIO MONSALVO C.

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BOMBÓN PARIA

Aunque el instrumento y su nombre descendía del África Occidental (fabricado generalmente con madera de Senegal) y había viajado en los barcos negreros en su forma primitiva, arraigándose en el sur de la Unión Americana —de donde proceden sus más remotas referencias escritas en el siglo XVII, y donde se industrializó hacia 1880–, el banjo era identificado con los opresores blancos en los años entre siglos.

Esta situación se debía a que al ser introducido en los montes Apalaches se convirtió en el emblema de la música hillbilly y el bluegrass, con el que en aquellos tiempos se cantaban baladas insultantes contra los niggers entre los campesinos y los montañeses blancos.

El instrumento perdió con esto gradualmente su popularidad entre los negros afroamericanos, y a pesar de que llegó a participar en las primeras agrupaciones de dixieland y en las jug bands no partió a la postre con los músicos en su periplo de la alborada del siglo pasado.

Con la evolución del jazz y del blues, el banjo quedó arrinconado en la zona de la historia donde aún se festejaban las piezas de Stephen Foster (“Oh Susanna”) y sus versos discriminatorios o en los minstrel shows donde los actores blancos se tiznaban caras y manos con corcho quemado para parodiar las conductas y cultura negras con su tañido.

Los músicos negros que se fueron del Sur, a principios del siglo XX, llevaron al blues y al jazz rumbo a las ignotas tierras norteñas sin tal instrumento, sin su imaginería ni uso oprobioso y canalla. Lo abandonaron a pesar de ser sólo un instrumento “inocente”, víctima de las circunstancias. Pero abandonaron por igual toda la cauda infinita de sus sonoridades.

Su bagaje contenía nombres de virtuosos y universos varios cuya estela quedó reducida territorialmente. La orfandad lo obligó a desprenderse del lastre racista que lo había confinado y reducido a una vida de paria, lo mismo que a aprender de todas las influencias estilísticas locales, a estudiarlas e incorporarlas a su repertorio.

La experiencia lo enriqueció con el paso de los años y hoy, cien años después, su uso se ha extendido a diversos géneros y mantenido abiertas las puertas a nuevas incorporaciones. La música tradicional estadounidense, con The Carolina Chocolate Drops, lo ha encumbrado artísticamente y hasta dotado de premios y reconocimientos.

El ejemplo más reciente donde el banjo lleva el papel protagónico, acompañado de vecinos instrumentales típicamente norteamericanos (como el fiddle o el kazoo),  es el de este grupo, que con un ingenioso juego de palabras en su nombre (el lugar, el color de la piel y su goteo) expresan y ubican su quehacer contemporáneo.

The Carolina Chocolate Drops es un conglomerado de intérpretes jóvenes afroamericanos que han puesto a géneros como el bluegrass, old country, jug, dixie, country blues, “jass”, jug music y folk tradicional (de origen europeo), en la proyección hipermoderna del siglo XXI, una época en la que conviven y se retroalimentan sin cortapisas distintas eras.

La banda se formó con tres elementos originalmente: Rhiannon Giddens (banjo de cinco cuerdas, fiddle –violín básicamente– y kazoo –un membranófono–), una joven originaria de la región montañosa conocida como Piedmont, con estudios de ópera en el Conservatorio de Oberlin y que ha tocado y cantado también con bandas de música celta. Justin Robinson, el segundo integrante, también nació en Piedmont y toca los mismos instrumentos que Giddens, además de componer y cantar.

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El tercer miembro es Dom Flemons (banjo de cuatro cuerdas, guitarra, jug –diversos instrumentos caseros–, armónica, kazoo y percusiones variadas –tarola, y otros cacharros étnicos–) es un nativo de Arizona, pero apasionado por la música de los Apalaches de la cual es un gran coleccionista, conocedor e intérprete de los estilos de country, blues y de las tradiciones musicales de las bandas de cuerda regionales.

Estos tres personajes se conocieron en el 2005 siendo estudiantes de la Universidad Estatal de los Apalaches de Carolina del Norte y como participantes en el encuentro musical llamado The Black Banjo Gathering, que se celebra anualmente por aquellos lares. Se identificaron entre sí con sus intereses musicales y comenzaron a tocar juntos bajo el tutelaje de Joe Thompson, un violinista y banjoista, también afroamericano, conservador de la tradición musical de dicho estado.

Thompson (originario de Mebane, en la misma región) era miembro del que parecía ser el último grupo que preservaba las raíces de toda aquella música bluegrass surgida por la mezcla centenaria de comunidades negras y blancas, practicada entre zonas separadas entre sí por ríos y costumbres.

El trío de jóvenes comenzó a sonar impresionantemente rico con tal herencia y orgulloso de preservar repertorios de las primeras décadas del siglo XX, así como de recuperar para el dominio público los nombres de compositores e intérpretes como Odell and Nate Thompson, Dink Roberts, John Snipes, Libba Cotten, Etta Baker, Charlie Jackson, Dallas Austin, Kansas Jor McCoy o Emp White, entre otros, cuyo legado estaba a punto de desaparecer y ser olvidado.

De tal manera, el trío acústico expuso su combinación de estilos y su facilidad para interpretarlos con diversos instrumentos primigenios, a la vez que variaban la voz cantante en la que todos participaban.

Las piezas standard, los temas originales y propios, así como alguna versión rockera muy escogida, conformaron un repertorio que les fue ganando público en el campus universitario y en las calles de aquella ciudad donde se encontraba su centro de enseñanza.

De esta forma ellos se ganaban algunos dólares extras, al mismo tiempo que ensayaban sus posibilidades y se fogueaban como músicos (invitaban a participar a otros músicos, entre los cuales el más permanente se volvió Adam Matta, con su sugerente beatboxing –percusiones vocales–).

En el 2006 hicieron su debut discográfico con Dona Got a Ramblin Mind, que fue realizado con el sello independiente Music Maker. Los siguientes dos discos fueron hechos en forma similar: Heritage (2008) y el del año posterior, junto a su mentor, Joe Thompson and The Carolina Chocolate Drop. En el inter entre ambos participaron en la hechura del soundtrack para la película The Great Debaters (2007).

Sin embargo, fue en las calles de la ciudad cercana a su universidad que Joe Henry, el importante productor de músicas alternativas, los descubrió y llevó a otra compañía independiente, la no menos célebre Nonesuch, para elaborar con ellos Genuine Negro Jig (2010). Álbum que les ganó premios y menciones y que además sería su despegue a nivel internacional.

En él no sólo pusieron en el tapete sus conocimientos y muestrario estilístico, sino también su fino oído al incluir la versión de un rhythm & blues ejemplar (“Hit ‘em Up Style”, de Blu Cantrell) y atreverse con una de Tom Waits (“Trampled Rose”) y que ésta no desmereciera frente al  tema original (luego de la publicación del álbum Robinson anunció su salida del conjunto y fue sustituido por Hubby Jenkins en el banjo y la guitarra).

Y para seguir hablando del hipermodernismo de su espíritu contemporáneo, en el 2011 el grupo grabó un EP de cuatro canciones con el mismo sello al lado de la banda Luminescent Orchestrii, una formación neoyorquina de origen rumano que interpreta gypsy punk.

Entre las influencias de Carolina Chocolate Drops se encuentran las raíces musicales negras de los géneros mencionados, las cuales desde el siglo XVIII y hasta principios del XX permeaban los bosques y praderas montañosas de los estados carolinos.

Ellos se acercaron a las fuentes (archivos sonoros, testimonios orales, partituras añejas) y a los últimos representantes vivos para recuperarlas y mezclarlas con todo el rigor requerido y con actitud trepidante. Es ahí donde reside su verdadera pasión y su verdadero sello, en la tradición. Pero no con la actitud regresiva y turística de los puristas étnicos, sino de con la de aquellos músicos comprometidos a quienes les corresponde universalizarla.

Su pasión transporta a la más pura tradición folk norteamericana que posee el componente afroamericano que se estaba perdiendo (tras el éxodo mencionado), cuando en realidad, habían sido ellos, los afroamericanos quienes fundaron las bases de dicha música.

La de Carolina Chocolate Drops es una nueva manera de sentir y de pensar tal música. En el caso de la región de los Apalaches en negro y en blanco, en mulato y en lengua indígena, por tratarse de un territorio fragmentado en numerosos valles, aislados unos de otros, cada uno de ellos desarrolló su propio estilo musical, que fueron surgiendo en el período de las plantaciones coloniales.

Su origen está en una amalgama de canciones folk anglosajonas, escocesas, irlandesas, de origen africano y autóctonas (de los indios iroqueses, cherokees y choktaws), con las que tuvo que mezclarse el blues prehistórico para entrar en estos territorios. Su zona de origen coincidió pues, en muchos aspectos y no sólo geográficos, con la del hillbilly.

Orígenes que capitalmente contribuyeron a la formación del bluegrass, old country, etcétera. Esta música, a través del renacimiento que lleva a cabo Carolina Chocolate Drops, ha ido invadiendo al mundo (gracias a la globalización mediática) con sus ritmos, sus instrumentos típicos, sus ricos arsenales de percusión, sus modos de cantar o tañer los instrumentos y su lirismo montañez.

La de este grupo es música que ya se escucha en todas partes y con los contextos de ejecución actualizada que son, en realidad, lo verdaderamente importante. Por fortuna sus integrantes son músicos inscritos en esta órbita ya no se conforman con regionalismos trasnochados, cursis o victimistas, sino que enfrentan tareas de búsqueda, de investigación, experimentación, y son los que en todo momento hacen avanzar el arte de sus propios sonidos abriendo nuevas veredas.

Pero en dicha tarea el profundo conocimiento de su propio ámbito les ha sido de suma utilidad. Lo definitivo es que el bluegrass y estilos afínes interpretados por ellos han puesto a los Apalaches en el mapa de la música global y aportan, con sus respectivas características, un ángulo más al compendio musical que representa el continente americano y otro reconocimiento cultural al origen mismo: África.

Lo importante para los integrantes de esta agrupación es dejar en claro que aunque los banjos y los músicos de cuerda negros llegaran a Estados Unidos en barcos de esclavos, su música ya es la de todos, por lo que es el momento de mezclarla e ir a donde el espíritu musical de la actualidad los lleve, sin desechar la produccón hi-tech, la amplitud del beatboxing del hip hop, la interacción con bandas de otros géneros o la creación de versiones de temas contemporáneos.

Gracias a un ejemplo como el de Carolina Chocolate Drops podemos definir que una tradición verdadera no es el testimonio de un pasado transcurrido, sino una fuerza viviente que con nuevos parámetros culturales anima e informa su presente.

CAROLINA (FOTO 3)

 

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NITIN SAWHNEY

Por SERGIO MONSALVO C.

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LA MÚSICA Y LA LLAGA

La música de Nitin Sawhney es una flecha disparada a la conciencia de todos. Una flecha templada con sensibilidad y oficio. Su briosa lírica posee el contenido propio del quehacer de un autor ya hecho, poseedor de la maestría y el poso de lo vivido.

Sawhney nació en 1964 en Rochester, en el condado de Kent en Inglaterra, y creció también ahí, un sitio en el que el racismo era (y es) una triste realidad. Los ataques de los ultraderechistas contra la etnia a la que pertenece –indio-británica— eran (son) constantes, a tal punto que hasta ser ya todo un joven seguía creyendo que tal situación era normal para las personas de ascendencia asiática como él. Su madre le decía que las cosas eran así y no había nada qué hacer.

Hoy, declara que el racismo es, ante todo, una manera de pensar condicionada por la historia. Intenta con sus manifiestos músicales hacer entender esa historia, que la gente en general cambie esos conceptos heredados y aprendidos.

Para los niños lo más importante es soñar, pensar que lo puedes conseguir todo. Pero cuando eres de otro color en un país dominado por el imperativo ‘blanco’ y de los estratos, como me pasó a mí, la sociedad que te rodea no te deja soñar, aunque hayas nacido y crecido con la cultura del país y seas de ese país.

 “Eso les sucede lo mismo a los indígenas de la América Latina que a los negros de Sudáfrica. La gente en general no lo piensa porque para ellos es lo normal actuar así. Los niños blancos y de otros colores crecen con y bajo esos prejuicios, es una cosa impuesta en las colectividades. Lo que quiero decir con mi trabajo es que podemos cambiar esa manera de ver el mundo con voluntad y sin permitir que esas ideas dominen”, ha dicho.

De esta manera Sawhney vio en la música una forma de escape a esa situación, y pronto acuñó un valor estético: “De la opresión nace la expresión”.

De niño aprendió a tocar varios instrumentos y ese interés por la música lo mantuvo hasta sus años universitarios cuando se reunió con un antiguo compañero, James Taylor, que ya actuaba en la escerna del acid jazz al frente del James Taylor Quartet. Tal introducción al jazz lo llevó a la capital británica y a crear luego su propio grupo, The Jazztones, y a la postre el  Tihai Trio.

Finalmente optó por una carrera como solista en 1994 y editó su álbum debut como tal: Spirit Dance. En él se encuentran ya  las cimientes del estilo que lo daría a conocer, así como sus objetivos artísticos: una sorprendente y lograda fusión de la música india tradicional con el jazz.

 En sus piezas comenzó a hablar de la migración, de la inmigración, de los problemas de la gran ciudad al respecto. De la lucha de clases y de razas, así como de otros conflictos que agobian al hombre.

VIDEO SUGERIDO: Nitin Sawhney – Distant Dreams, YouTube (Paul Morricone)

En su obra está Londres como metáfora del mundo y como telón de fondo y lo que representa para él: la mecanización, el automatismo de la vida, el poder de la banca y el dinero por sobre el político y el del ciudadano, la desigualdad entre las distintas razas que hoy componen la metrópoli y el imparable avance hacia el mestizaje.

Y todo ello lo canalizó no como panfleto sino como reflexión arropada con una música “total” y por ende incluyente. Una en la que desde sus comienzos estuvo interesado en armar y que supone la asunción de los recursos y técnicas de diversos géneros como el jazz, el drum and bass, el trip hop y el hip hop, sin perder la cadencia rítmica y aportando las fuerzas y riquezas de todos ellos.

Y fue incluso más lejos al fusionar los recursos propios de dos tradiciones musicales, la de la india (oriental) y la electrónica moderna (occidental), con ritmos y sonidos urbanos, con breaks jazzy y otros estilos como el soul, el r&b, el funk o el flamenco.

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El desarrollo que ha tenido a lo largo de dos décadas  ha dado como resultado una especie de silbido de una sirena simbólica, que en su sonoridad unifica los misterios, pero a la vez la hace reconocible como una voz del hoy. Sus discos adquieren la forma del coro griego en el que muchas voces se convierten en una sola, donde asoma el ideal de la universalización humana.

Hasta la fecha, Nitin Sawhney ha publicado once álbumes de estudio (Dystopian Dream, del 2015, el más reciente) y cuatro compilaciones, a cual más aclamados por la crítica especializada y con sorprendente éxito de público en todo el mundo. Entre ellos hay alguna obra maestra, como es el caso de Beyond Skin, con la que obtuvo grandes reconocimientos y galardones, al igual que con London Undersound y el más reciente Last Days of Meaning.

El caos se ordena en la felicidad y en donde hay desdicha, hay materia sagrada. Esos parecen ser los mantras de este creador, que más que músico es un hombre renacentista contemporáneo.

Este prestigioso artista estudió la carrera de Derecho, es multiinstrumentista, ha sido DJ, tiene su propio sello discográfico, es productor, compone habitualmente soundtracks para películas, series de televisión, documentales, anuncios y obras de teatro, es un reputado actor, escritor y guionista de radio y TV y suele participar en los programas de debate político y de arte de la BBC inglesa.

De igual modo canaliza esfuerzos también hacia las ayudas sociales en las áreas de educación y construcción de comunidades, ha recibido títulos Honoris Causa de las universidades de Londres y de Kent y colabora en los más connotados periódicos británicos: The Guardian, The Telegraph, The Independent y The Observer, con columnas de opinión.

Se trata por lo tanto de un artista completo, que destaca en múltiples campos y que, además, es internacionalmente reconocido por sus álbumes de estudio.

La tragedia que él ve en la humanidad –el racismo– es también parte de la negra historia que ha marcado la de muchos pueblos. Por ello en sus cantos, en sus rflexiones, se retrata también la culpabilidad de todas las sociedades ante dicha infamia.

En la resonancia de esta música total se funden, pues, todas las voces y quizá un paliativo al sufrimiento de quienes la han padecido y padecen.

La propuesta artística de Sawhney es rompedora y hiere, como suele hacerlo la belleza, que como decía Platón es “el esplendor de la verdad”.

La música de Sawhney contiene una poética insólita y brillante, aglomeradora de géneros y emociones en la que se demuestra que no todo está dicho ni escrito, ni tocado ni cantado, confirmándose así el artista como digno heredero de la tradición de quienes reflexionan con la música y el baile, y al mismo tiempo como dueño de su propia e inconfundible expresión: una flecha templada con sensibilidad y oficio dirigida a la conciencia colectiva humana.

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VIDEO SUGERIDO: Nitin Sawhney – Broken Skin, YouTube (The DemonliciousS)

 

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HINDI ZAHRA

Por SERGIO MONSALVO C.

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 LA DIÁSPORA MARROQUÍ

Hindi Zahra lleva más de un lustro dedicada a difundir el canto contemporáneo marroquí por el mundo. Ese que habla de la realidad de hoy y no la del añejo folklore de antaño. El que se vuelve incluyente con el mundo, y no excluyente como desean los líderes políticos y religiosos de aquel país. Es canto que habla de otra forma de vida para las mujeres musulmanas (y jóvenes en general) y que lo hace desde la experiencia intercultural, trilingüe y con la sonoridad de las urbes cosmopolitas.

Esta artista (nacida en 1979 en Khouribga) ha conseguido dar a conocer, en festivales y encuentros musicales internacionales, la demanda de nuevos horizontes de existencia, esa que estuvo inspirada en las revueltas de la llamada primavera árabe. La gente estaba harta y desesperanzada. Era el suyo un país oscuro, de antaño, de tarjeta postal sepia y rey tirano en pleno siglo XXI.

Conocer y asimilar el mundo actual a través de Internet permitió a los jóvenes poner en marcha las revoluciones en aquel mundo. “Lo que sucedió en algunos países, incluyendo el mío, fue una bofetada a todos los mitos propagados por los poderosos regionales que con sus palabras vacías de sentido hablaban de religión, cuando en realidad era fundamentalista su retórica. De repente la realidad se manifestó y los jóvenes, sobre todo, tomaron cartas en el asunto de su propia vida y comunidades», ha señalado Hindi.

«Me sentí muy orgullosa de ese impulso de libertad y democracia que vino del pueblo. Para eso hizo falta mucho valor. Creí que con las manifestaciones y petición de cambios se había adelantado por fin el reloj del tiempo en aquellos países y habría buenas resonancias en el presente y el futuro, Eso sorprendió tanto a la gente, que se dio cuenta de su fuerza colectiva, como a los tiranos que no lo esperaban”, recuerda admirada.

“Ese movimiento empezó a potenciar la cultura. Hubo lo que nosotros llamamos la nayda, que significa ‘me levanto’. Un gran movimiento de diseñadores, músicos… incluso grupos de trash metal. Cosas que eran inconcebibles ahora eran visibles. Chicas en shorts, con piercings y ombligo al aire. Daba la impresión de ser una carrera para ver quién llegaba primero al presente.

«Sin embargo, de aquella primavera hay un antes pero aún no un después, porque las autoridades reaccionaron con el integrismo y, desde entonces, han realizado una continua línea de trabajo en retroceso», ha dicho en algún momento la cantante. Asegura que las mujeres tienen un papel muy importante en esta coyuntura que se vive en dicha la región.

Por un lado, están las mujeres que, como madres, son parte y causa de ese retroceso debido al constante adoctrinamiento que reciben por parte de los imanes, los predicadores religiosos, y que ellas canalizan hacia sus hijas al prohibirles salir del ámbito familiar o ir al teatro, al cine o escuchar música, como si todo eso fuera algo pecaminoso. Son ellas precisamente las que levantan las primeras barreras a las que tienen que enfrentarse las nuevas generaciones.

Por otra parte, están las mujeres para quienes la cultura en general posee una importancia fundamental para el avance social, como en el caso de Hindi Zahra, quien desde la adolescencia se negó a vivir recluida en el ámbito privado. Y como muchas otras jóvenes, tuvo que optar por la emigración ante las restricciones. Su actitud desde entonces ha consistido siempre en actuar, cantar y decir las cosas que piensa con entera libertad. Por eso sus discos no son difundidos en su propio país.

[VIDEO SUGERIDO: Hindi Zahra – Any Story (Official video), YouTube (Hindi Zahra)]

Hindi llegó a París con 15 años para estudiar la preparatoria y quizá arquitectura (algo que inventó para poder salir de Marruecos e ir a estudiar a Francia). Al director de la escuela a la que llegó en la capital gala le gustaba organizar espectáculos. Así que pudo hacer lo que ella en realidad quería. Aprendió a cantar y a actuar. A los 18 años salió de la escuela y buscó un trabajo para sobrevivir mientras encaminaba su carrera musical. Lo consiguió como vigilante en el Museo del Louvre.

Al principio Hindi Zahra interpretaba standards de jazz, pero se dio cuenta de que tenía ganas de cantar sus propias canciones. Le gusta contar historias con ecos del Magreb, la India o los gitanos, muy cinematográficamente.

La enloquecen los ritmos compuestos tanto como los grandes compositores de bandas sonoras. Gente como Ennio Morricone, John Barry o Philippe Sarde. Ella sabe que cuando imágenes, relato y música están en el mismo diapasón y al mismo nivel de exigencia el resultado se recuerda toda la vida.

Su debut discográfico, con el álbum Hand Made (2010), lo cocinó durante tres meses prácticamente encerrada en la sala de su departamento. Escribió y tocó la guitarra hasta reunir el material que creyó pertinente. Una vez con él obtuvo la oportunidad de grabarlo con el sello subsidiario de Blue Note. Y no sólo fue la oportunidad, sino que ella misma lo produjo y mezcló a su gusto. Algo inconcebible para una artista debutante. Tras ser lanzado el álbum obtuvo varios premios y distinciones por su trabajo.

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Ella es bereber, que es el nombre original de los primeros pobladores del norte de África. «Los griegos y los romanos nos llamaron así porque no sabían de dónde venía nuestra lengua», ha comentado. Para esta magrebí cantar en ese idioma supone ligarse a sus raíces y defenderlo para que perviva, mientras que con el inglés y el francés adoptivos, que mezcla en su repertorio, le habla al mundo de lo que siente como nueva mujer marroquí.

El éxito obtenido la llevó por el mundo, a sus festivales musicales y a la realización de un segundo disco llamado Homeland (2015), en el que colaboran los guitarras de Bombino (tuareg) y del gitano Juan Fernández «Panki». Es una obra donde muestra su fino control vocal en las canciones compuestas en inglés, francés o bereber indistintamente, con influencias flamencas o del blues del desierto respirando en cada una de ellas.

Los temas presentados en ambos álbumes poseen una melancolía electroacústica luminosa. Es el Mediterráneo y lo oriental, el blues del Magreb. Y, como todo blues, es introspectivo pero sin afanes fatalistas. En sus discos hay también jazz, soul, chanson, folk, pop, todo a la vez. Lo que prima sobre estos estilos musicales es la dulzura de su voz, los excelentes arreglos y la frescura de una propuesta musical que entrelaza magistralmente la tradición y la vanguardia.

Ella sabe que ese gusto por mezclar sonidos y géneros no es cosa de su generación sino de varias que lo han ido refinando. A su vez, quiso tejer algo distinto con los materiales sonoros que la han formado. Cuando vivía en Casablanca escuchaba a escondidas música de la Motown, a Louis Armstrong, Aretha Franklin o Donna Hightower. “Escuchar las músicas de lugares que se desconocen es otra forma de acortar las distancias entre las personas. El miedo a la diferencia es algo terrible y aislacionista”, ha dicho. Por eso hoy a Hindi Zahra le interesa provocar una ruptura con tales tópicos.

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[VIDEO SUGERIDO: Hindi Zahra – The Moon feat. House of Spirituals (Official video), YouTube (Hindi Zahra)]

 

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HUGH MASEKELA

Por SERGIO MONSALVO C.

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UN HÉROE SUDAFRICANO

El enganche de Hugh Masekela al terreno del jazz se dio cuando él tenía 13 años de edad y vio la película Young Man with a Horn protagonizada por Kirk Douglas, un filme basado en la biografía del trompetista Bix Beiderbecke. Quedó tan fascinado por aquellas imágenes y sonidos que el director de la escuela a la que asistía le consiguió su primera trompeta, y luego de unos meses de práctica pudo tocar en algunos clubes y con bandas callejeras de la ciudad de Johanesburgo.

En esa época sus ídolos musicales eran la cantante Miriam Makeba, quien gozaba de una gran popularidad local, y un saxofonista llamado Kippie que imitaba el estilo de Charlie Parker. Hugh había nacido el 4 de abril de 1939 en Wilbank, Sudáfrica, como hijo de un alfarero. Fue criado por su abuela, quien lo envió a tomar clases de piano a los siete años, todo un lujo. Esto le permitió entender la música e involucrarse con ella. Luego descubrió el jazz.

Visto de esta manera parecería que todo era perfecto; sin embargo, la realidad en la que se movía Masekela era difícil y brutal. La política del apartheid implementada por el gobierno sudafricano buscaba por todos los medios mantener en el sojuzgamiento a los pobladores negros, quienes eran tratados como subhumanos. Sólo migajas de educación, cultura, salud y demás derechos eran dejadas caer a los estratos donde existía la mayoría negra. La historia de toda esta infamia y la lucha contra ella estaba encarnada por Nelson Mandela, quien por entonces estaba en la cárcel y tardaría muchos años más en salir de ella.

Mientras tanto Masekela, con afán y estudio, logró conseguir que la Real Academia de Música de Londres le concediera una beca, dados sus méritos, para continuar sus estudios. Tuvo la oportunidad de alejarse de esos cuadros sociales de miseria y desesperanza, pero no los olvidó. A la postre otra beca lo trasladó a Nueva York. Ahí Harry Belafonte se convirtió en su mentor. En 1964 Masekela se casó con otra protegida del cantante: su admirada Miriam Makeba.

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Durante el par de años que duró el matrimonio, él escribió todos los arreglos para ella y la acompañó también como músico en las giras que emprendió. Del dinero obtenido en dichas tours, una gran parte Masekela la destinó a la ayuda de otros estudiantes sudafricanos y también para apoyar los movimientos pro derechos civiles de su país. Obviamente ya no pudo volver a él.

En 1965 Masekela formó su propia banda y firmó con MGM Records. Tituló a su primer álbum The Americanization of Ooga Booga. Una respuesta a la burla que Hollywood había hecho de los africanos a través de su historia. Masekela mostró al mundo desde entonces la riqueza de la música tradicional del continente negro combinada con los sonidos de la música estadounidense, en especial el jazz y el pop. La respuesta cultural de este músico fue superior a la patanería de las películas de serie B y a los prejuicios raciales de su país natal y los de su anfitrión norteamericano.

Desde entonces este genial intérprete de la trompeta y el flugelhorn, vocalista y creador de una fusión única en el world beat llevó por el orbe los ecos de “Mamá África”, junto con sus vibrantes actuaciones plenas de ritmo, profundidad y conciencia. Su estilo resultó carismático e imitado por más de 50 años (hasta su fallecimiento el 23 de enero del 2018), además de servir de embajador de las causas sociales sudafricanas y panafricanas en general. En cada uno de sus discos, desde el ya mencionado The Americanization of Ooga Booga hasta No Borders (del 2016), este artista siempre hizo efectivas sus palabras: «No hay exilio que valga. Mi hogar se encuentra donde la música esté».

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VIDEO SUGERIDO: Hugh Masekela – Chileshe, YouTube (Samir Saad)

 

 

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KLIMT 1918

Por SERGIO MONSALVO C.

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 PINTURAS, CANTERAS Y SONIDOS

La obra del pintor vienés Gustav Klimt sigue admirando lo mismo en museos que galerías o cuevas, e influyendo tanto en las artes plásticas como en la literatura y la música. En esta última disciplina su estética ha jugado un papel importante en la fundación y carrera del grupo Klimt 1918, cuyos sonidos serían el soundtrack perfecto para una de las exposiciones sobre él que se realizan en algunas cuevas francesas del sur de Francia, por ejemplo.

 Klimt 1918 es una banda italiana de indie rock, por decir algo, originaria de Roma, que en sus inicios practicaba el goth metal. Fue fundada en el último año del siglo XX por los hermanos Marco y Paolo Soellner tras la desaparición de su otro grupo llamado Another Day, practicante del death metal. Completaron la formación el bajista Davide Pesola y el guitarrista Francesco Tumbarello. En la nueva etapa grupos como The Cure, Bauhaus y Joy Division influyeron en las composiciones de Marco (guitarra y voz), el encargado de ello.

Pronto lanzaron su primer demo llamado Secession Makes Post-Modern Music, el cual fue grabado con el baterista Giuseppe Orlando, amigo de ellos y miembro del conocido grupo Novembre (a la postre Paolo tomaría las baquetas definitivamente).

La grabación tuvo un gran eco y llamó la atención de la discográfica My Kingdom Music, con la que lanzaron su siguiente trabajo, Undressed Momento, que vio la luz en 2003. Durante la grabación el guitarrista Francesco Tumbarello dejó al grupo y fue reemplazado por Alessandro Pace.

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El disco Undressed Momento marco un cambio en el sonido de Klimt 1918, se transformó en algo más melódico y emotivo, dejando a un lado buena parte de sus características metaleras. Un año más tarde firmaron un nuevo contrato con la discográfica alemana Prophecy Productions y comenzaron a trabajar en un nuevo álbum.

Dopoguerra salió al mercado en el 2005 y mostraba otros rumbos. Es un álbum ambientado en la postguerra de la Segunda Guerra Mundial, con un continuo sonido melancólico y tristón que no resta fuerza al resultado final. Sorprende sobre todo el toque que tienen de U2 (sobre todo en “They were wed by the sea”), pero sin caer en la imitación.

Las guitarras hilan fino unas melodías que se graban a fuego desde la primera escucha sobre una muy buena base rítmica, destacando la labor del baterista, hábil y preciso, que crea líneas tan definidas como efectivas.

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Al año siguiente, después de la gira que realizaron por Europa, el guitarrista Pace dejó la banda y fue sustituido por Francesco Conte. El producto de este cambio fue Just In Case We’ll Never Meet Again (Soundtrack For The Cassette Generation, del 2008), donde los riffs son menos protagónicos y la batería reduce en varios puntos su fuerte contundencia, para elaborar temas más melódicos y profundizar en letras de calado profundo.

Con esos álbumes publicados hasta la fecha, especialmente tras Dopoguerra y Just In Case…, los italianos de Klimt 1918 han demostrado ser un grupo sin fines acomodaticios, al reducir drásticamente sus posibilidades de llegar al público masivo con la mezcla conceptos musicales poco populares, como la dureza sonora y las texturas ambientales del post-rock.

Klimt1918 forma parte de una hornada de grupos que, desde hace un tiempo, se mueven por una corriente más o menos apartada del metal pero siempre bajo su sombra. Con un estilo musical más suave e intimista, a veces depresivo si cabe el término.

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La propuesta de los hermanos Soellner ha provocado que, por resultar difíciles de encajar en un solo estilo (nu metal melódico, indie rock alternativo, dark rock retro, glam ochentero con tintes de hard rock), hayan sido marginados tanto por los amantes del rock alternativo, como por los del metal. Lamentable, porque la música que despliega este cuarteto merece más reconocimiento, ya que abreva de fuentes muy dispares y, sin embargo, no puede ser comparada con ninguna de ellas.

 Sin embargo, en un término medio se le podría definir como “un incómodo rock emocional”. Esta poliédrica banda italiana ha sabido fundir en una propuesta extraña sus diversas influencias (Anathema, Opeth, Katatonia, Novembre, etcétera, y la ola británica de los años ochenta: Depeche Mode, The Cure, U2, Duran Duran). Lo curioso es que no suenan a nada de eso.

El propio Gustav Klimt (fallecido en 1918), homenajeado hasta en cuevas prehistóricas (las Canteras de Luces en Les Baux-de-Provence), estaría satisfecho con este sonido representativo que lo ha tomado a él como estandarte.

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[VIDEO SUGERIDO: Klimt 1918 – Skygazer, YouTube (Myobukitsune)]

 

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