ELLAZZ (.WORLD): KEIKO MATSUI

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

SENSIBILIDAD NIPONA

Dependiendo de cómo se le tome, Keiko Matsui presenta su multifacético arte jazzístico en formas deslumbrantemente contradictorias. Cuando uno la ve puede quedar hechizado por la visión de esa mujer frágil y reservada produciendo una música incendiaria sobre el piano —ella prefiere el modelo KX5 de la Yamaha por sus tonos—. Pero al escuchar con atención la decena de discos que ha sacado hasta el momento se percibe un etéreo sentido espiritual que guía incluso las piezas más agresivas.

Una dulzura pura, un oficio preciso y la emoción de la fusión se mezclan en toda su obra, convirtiendo a la tecladista y compositora en uno de los músicos más constantes y únicos del jazz contemporáneo.

Si bien Keiko y su productor y marido Kazu Matsui siempre trabajan juntos al trazar nuevas direcciones estilísticas para la evolución de su música, desde la producción en 1986 de A Drop of Water, Keiko se ha concentrado en remitirse a sus antecedentes en la música clásica y el jazz para crear melodías dinámicas.

Por ello ha afirmado lo siguiente: «Componer siempre ha sido para mí el aspecto más natural de producir discos. Me gusta poner de manifiesto mis emociones básicas. Todo gira en torno a la comunicación y en lo que estoy pensando al armar la música. Siempre ando en busca de nuevas profundidades y nuevos temas para inspirarme».

En los álbumes de Keiko hay toda una paleta de posibilidades conceptuales, desde las odas a los dioses antiguos, con sus epopeyas, mitos y leyendas, pasando por el trabajo con los pasajes pop y culminando con estilos de soundtrack cinematográfico, mezcla sonora que la ha caracterizado hasta el momento, pero siempre con un sesgo nuevo: más agresivo o energético, quizá un incremento en la confianza que la ha llevado a apartarse un poco de la sencillez con la que inició su titubeante carrera en el pasado.

En el caso de esta tecladista nipona, con sus discos logra comunicar de manera intensa sus verdaderos sentimientos. El fraseo duro y alto nivel de energía pone de manifiesto su audaz enfoque musical. La pasión es importante para ella. Siempre ha procurado provocar la emoción en sus conciertos y uno de sus intereses constantes es que los álbumes reflejen esa misma intensidad.

Las fascinantes contradicciones que emanan del arte de Keiko se remiten a su infancia, en la que su estilo de vida japonés muy tradicional se contraponía a una educación musical influida más bien por la música clásica europea y el jazz estadounidense. «Cuando era joven escuchaba decir a mis amigos que la música clásica y la tradicional japonesa era para los muertos. Todo es cosa de enfoques. A esa edad la velocidad, la estridencia y lo bombástico son materia de vida. Conforme se va uno asentando, las sutilezas, la riqueza y la herencia humana de los sonidos surge a la luz si se tiene la sensibilidad necesaria. Hoy algunas de las canciones de folk que escuché de niña se han conservado en mi memoria».

La ocupación temprana de Keiko con Mozart y Chopin, a pesar de la opinión de sus amigos, dio lugar también a un amor adolescente por la obra pianística de Chick Corea y Keith Jarrett. “En todo momento he podido encontrar discos excelentes de este par de músicos para mi beneplácito. Por esa época juvenil, el jazz de fusión estaba ganando terreno en el Japón. En vista de mis antecedentes en el piano clásico, el jazz me brindó entonces una mezcla entre partituras musicales hechas y la improvisación que no encontraba en el género clásico. El mundo se abrió para mí”.

Hacia el fin de la adolescencia de Keiko, su habilidad indujo a la Yamaha Music Foundation a reclutarla para un programa de estudios musicales avanzados, lo cual le dio la oportunidad de componer para el cine japonés. “Anteriormente no se me había ocurrido ser músico profesional. Recuerdo que de niña llevaba mis diarios musicales, apuntaba notas en lugar de palabras, pero sólo lo hacía para divertirme. De cualquier manera, siempre he tomado los retos que se me presentan por delante”.

Así, bajo los auspicios de tal patrocinador, la pianista fundó un grupo de sintetizadores con tres integrantes llamado Cosmos, cuyo propósito era promover los productos de dicha compañía. En esencia su talento le sirvió a esta última de anuncio panorámico vivo durante tres años. “Me divertí mucho con mis compañeros de banda, improvisábamos, hacíamos bromas musicales, experimentábamos con las posibilidades de los sintetizadores, fue algo muy formativo para mí”.

“Acepté el trabajo porque me daba la oportunidad de practicar, de ensayar diversas cosas y además me pagaban. Estamos tan acostumbrados al uso de la mujer en la publicidad, como objeto sexual o sujeto de consumo en sus múltiples y variadas facetas, que cada día les debe resultar más difícil a los publicistas llamar la atención con una imagen femenina. Los proyectos que me presentaron al menos así lo indicaban. Eran totalmente previsibles, sin imaginación, la cosa no iba a resultar para nadie.”

“Les sugerí entonces que me dieran los instrumentos y montaran un show para el grupo: era la mejor manera de hacer propaganda a los mismos y no tenía nada que ver con sexo o el cliché de la mujer, al contrario, era la muestra de una con la capacidad para tocar un teclado, y da la casualidad de que ese teclado era Yamaha. Los ejecutivos estuvieron de acuerdo y aceptaron con gusto la idea. Sentí que la publicidad debía cambiar. El asunto era vender su visión del mundo, y al que no le gustara, no tenía que comprarla. En ese momento yo estaba por mi participación en una publicidad inteligente propositiva, nada aburrida”.

Pero un día el recreo adolescente llegó a su fin. El productor y promotor musical Kazu Matsui la escuchó en concierto y la historia cambió para ella. “Recuerdo que Kazu acababa de llegar de Nueva York, y sin la ceremonia que usualmente llevan a cabo la mayoría de los japoneses me dijo directamente que yo le gustaba para dos cosas: como solista a la cual él produjera y para su esposa. Yo dí un respingo y lo voltee a ver, pensando que bromeaba de manera muy abrupta conmigo, pero no. Estaba serio y me miraba directo a los ojos”.

“Se disculpó y añadió que, aunque le hubiera gustado hacer las cosas con más calma no tenía tiempo, debía volar de regreso a los Estados Unidos y cumplir con un par de proyectos que le llevarían más de dos años de trabajo continuo. No quería estar tanto tiempo sin volver a verme, así que sin más ni más me preguntó si quería casarme con él. A mí el hombre de cualquier manera me había gustado a mares y sin pensarlo mucho le dije que sí. En ese momento la vida me presentó un gran reto y yo lo acepté. No me arrepiento para nada, al contrario. Me ha hecho muy feliz.”

Kazu tenía mucha experiencia y éxito como productor en los Estados Unidos y de inmediato reconoció el potencial de su futura esposa. Ayudó a obtener los fondos y a coordinar su primer álbum con el sello Passport Jazz. Desde entonces se convirtió en un socio creativo para ella, tanto en el tablero de controles como en el escenario, donde el tipo interpreta con maestría la flauta shakuhachi. Él mismo ha grabado álbumes como solista y producido a destacados grupos como Procupine.

Tras el encuentro y posterior casamiento de Keiko con Kazu Matsui, la artista ha pasado por varias disqueras, pero cada obra la ha ubicado de forma continua cerca de la cima de las listas de popularidad del llamado comercialmente subgénero del New Adult Contemporary. “Desde mi punto de vista, el trabajo fuerte lo hace mi marido, yo sólo me limito a componer y seleccionar las piezas que se incluirán en cada disco, sus títulos. En realidad, lo más importante para mí es que quienes me escuchen perciban la energía y la esperanza que quiero expresar con mi música”.

La música de Keiko Matsui se remite a territorios familiares, pero también avanza con ímpetu y firmeza dentro de lo ignoto. Le gusta explorar los ritmos tribales, como en el tema “Moroccan Ashes”, que mezcla sus dulces sabores acústicos con inspiración rítmica africana. Asimismo, hace uso audaz de las percusiones en su fraseo. El toque oriental tampoco falta en sus composiciones, donde rinde tributo a sus legados tradicionales. A contracorriente esta pianista insiste en evolucionar y cada uno de sus discos es una prueba irrefutable de ello.

VIDEO: Keiko Matsui – The Road…, YouTube (Shanachie Enterteinment)

PLUS: T. S. ELIOT

Por SERGIO MONSALVO C.

 

ARISTÓCRATA DEL PENSAMIENTO

 

En los albores del siglo XX, algunos filósofos neopositivistas del círculo de Viena, herederos de aquella consigna de Newton de abandonar lo que el vulgo entendía por las cosas a través del arte, sustituyéndolo por la expresión matemática de todas las instancias (a la que ya Galileo consideraba como la lengua en la que está originariamente cifrado el libro de la naturaleza), acuñaron la despectiva fórmula “lenguaje ordinario” para designar esa peligrosa herramienta del arte, nada científica y siempre sospechosa de todo.

Con la idea de superar las “turbulencias” causadas por tal lenguaje y las “ilusiones” creadas por la elasticidad gramática, muchos científicos, naturalistas y matemáticos, investigaron las pautas de comunicación animal, con la mira secretamente puesta en la posibilidad de hallar el acceso a una verdad que soslayara la ambigüedad de las palabras en el arte y en la que no tuviera cabida la posibilidad de torcer el sentido con quién sabe qué perversas intenciones “artísticas”, pregonaban.

Entonces llegó 1922 y Ludwig Wittgenstein, en su Tractatus lógico-philosophicus, dio en el clavo al protestar contra la arrogancia de sus colegas, filósofos y científicos, cuando repudiaban el “lenguaje ordinario”, denunciando en ese rechazo igualmente la ilusión de un “lenguaje extraordinario”, porque no tenemos más lenguaje que el ordinario, no hay una alternativa al lenguaje más allá de él, y sería sólo en sus márgenes en donde brillarían las demostraciones, los ritmos y las armonías.

Fuera del terreno científico, lo que luego se llamaron las “bellas artes”, por su parte, abrigaban la esperanza de descubrir nuevas formas de la percepción sensible, interior y espiritual, la estructura oculta de los cuerpos, de los sentimientos, de sus figuras, de las dimensiones y de las proporciones de los mismos, más allá de los engañosos nombres que las recubrían y disfrazaban.

La primera herramienta para hacerlo se llamó “abstracción”, en las artes visuales, que despertó la promesa de un “sistema de representación” más verdadero y auténtico que el de la tradición naturalista.

Lo mismo sucedió con el atonalismo y el posterior dodecafonismo en el terreno de la música: su llegada fue saludada como la emergencia de un nuevo lenguaje que, si al principio sonaba extraño o ininteligible, acabaría mostrándose como más adecuado que el del clasicismo vienés. Y cosas parecidas sucedieron en el ámbito de la política, de la economía o de la moral sexual. Era un tiempo en el que cada otoño se anunciaba la aparición del esperado “nuevo lenguaje”.

Entonces llegó 1922. Y lo hizo con el desfile de las letras, para crear distintas formas del lenguaje “ordinario”. Aparecieron en el horizonte un puñado de  magníficos autores con sus obras y la intención de modificar las cosas. Lo lograron. T. S. Eliot, entre ellos.

Existen instantes en la formación de la cultura personal que significan una especie de conversión, cuando la materia que se está estudiando, leyendo, escuchando, investigando, deja de ser una cuestión ajena y se convierte por un tris cósmico en una revelación, en una nueva forma de estar en el mundo.

Eso pasa cuando se escuchan algunos discos o canciones que son parte de tu soundtrack (el joven y formativo que te construyó), y descubres que a través de ellos (de la intelligentsia rockera) has leído de alguna manera la obra de un escritor como T.S. Eliot, por ejemplo, que a esos músicos ha influenciado.

Que las ideas de aquél –sobre el espíritu de los tiempos, el uso de la palabra y la civilización– han sido pasadas por otro molino, el contemporáneo, pero cuya fibra y savia, se mantienen incólumes para alimentar a otra generación, que a su vez provocará con su relectura (de conocimiento o evocativa) que otra haga lo mismo en instantes como los mencionados, y así sucesivamente.

¿Y cuál es la importancia de Eliot, en este caso, para todo ello? De manera muy sintética, en extremo, la respuesta estaría en tres palabras: The Waste Land (La tierra baldía). Para llegar a esta topografía, el autor tuvo que recorrer un largo camino de siembra (del entorno) y deforestación (de sí mismo) y concluir en tal paraje frente a la penuria humana.

En todo caso, es definitivo que la labor artífice de T. S. Eliot ensanchó los usos y el alcance de la poesía, amplió el concepto de la crítica y colaboró con una nueva forma de ver la existencia humana, en donde los símbolos y los mitos conforman su mayor sustento. Y para corroborar lo anterior habría que recurrir al enunciado de Ezra Pound: «Lo único que les puedo decir, ahora como entonces, es léanlo«.

JAZZ: MACHITO Y ORQUESTA

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

¡YO SOY LA RUMBA!

Esta compilación, en la que la orquesta de Machito presenta doce tracks, se muestra de manera por demás prístina el aspecto crossover que caracterizó al percusionista, cantante y director por muchos años.

En la mayoría de las piezas aparecen solistas como la cantante Graciela, así como Flip Phillips (en la legendaria «Tanga» compuesta por Mario Bauzá), por mencionar algunos.

El resto del material incluye boleros, rumbas, mambos y piezas de latin jazz con algunos arreglos de Chico O’Farrill. Machito se mantuvo al frente de su orquesta por más de cuarenta años, desde que se mudó de Cuba –donde se crió– a Nueva York durante la década de los cuarenta, hasta su muerte en Londres en abril de 1984.

Apoyado en la composición y organización por su cuñado Mario Bauzá, la de Machito fue una agrupación sólida que permitió el flujo de diversos géneros musicales y la implantación de la rítmica afrocubana como elemento primordial en las orquestaciones.

Machito fue una influencia definitiva en la creación del jazz latino, así como un puntal en el despegue mundial del mambo (en el que puso énfasis en la sección de metales).

Inspiró las excursiones latinas de respetados jazzistas como Dizzy Gillespie, Charlie Parker y Stan Kenton, entre otros. Siempre abierto a diferentes tendencias estilísticas, se hizo de un público heterogéneo, el cual con este disco puede regodearse en la música de dicha leyenda.

VIDEO: Dizzy Gillespie & Machito – Exuberante, YouTube (Felix Offenbach)

ROCK Y LITERATURA: NEUROMANCER (WILLIAM GIBSON)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

William Gibson es uno de los autores más mencionados como representantes del género cyberpunk en la ciencia ficción. La revista esporádicamente publicada por Bruce Sterling, Cheap Truth, influyó mucho en el nacimiento del género.

Sterling (nacido en Texas, en 1954) también editó Mirrorshades, una antología muy vendida de cuentos de ciencia ficción del mencionado género. En la introducción, el autor definió el término “cyberpunk” de la siguiente manera: «Una alianza profana del mundo de la tecnología con el mundo del disentimiento organizado. El mundo subterráneo de la cultura pop, la fluidez visionaria y la anarquía callejera. Esta integración se erigió en la fuente crucial de energía cultural para el final del siglo XX. En forma paralela a la obra de los cyberpunks, se desarrolló la cultura pop a lo largo de los años ochenta: los videos de rock, el underground de los hackers, la estremecedora tecnología callejera del hip hop y el scratch. Nadie pudo haber previsto los futuros que nos imaginábamos”.

William Gibson (nacido en Carolina del Sur, en 1948), por su parte, se hizo cargo de ello. Es el autor de la antología de cuentos Burning Chrome y de la novela cyberpunk por antonomasia, Neuromancer.

Al salir en 1984, arrasó con los premios del género: Nebula, Hugo y Philip K. Dick.  Hollywood ha trabajado, desde entonces, en los planes para una versión cinematográfica.

«Lo más importante para mí –ha dicho su autor– es que Neuromancer habla sobre el presente. En realidad, no trata de un futuro imaginado. Es una forma de manejar la admiración y el terror que me inspira el mundo en que vivimos.

«Burroughs tuvo una profunda influencia en mí. Nunca pensé que los escritores de ciencia ficción en los Estados Unidos fueran a aceptarlo, porque o no saben quién es o se muestran hostiles inmediatamente…él tomó la ciencia ficción de los cincuenta y la usó como un abrelatas oxidado en la yugular de la sociedad. No lo entendieron nunca. En una entrevista que me hicieron en Londres, le dije al entrevistador que la diferencia entre lo que Burroughs hacía y lo que yo hago es que él pegaba los textos en el papel, mientras que yo uso el aerógrafo».

El cyberpunk es tanto una protesta como una celebración. Gibson y Sterling ya estaban metidos en la celebración, porque, si bien mostraban los aspectos un poco más viles de estas cosas, también se regocijaban con las texturas superficiales del mundo hipercontemporáneo.

“Examiné las ramificaciones políticas de las manipulaciones de alta intensidad hechas en los medios, los mensajes subliminales, el control visual de la mente, los aparatos capaces de extraer información del cerebro o de implantarla en éste. Todo ello tiene aplicaciones maravillosas y diabólicas también. Decidí escribirlo”.

«Estamos presenciando alteraciones considerables en la mente colectiva de la visión que tenemos de nosotros mismos –asegura este autor–. La cultura se estará redefiniendo constantemente a lo largo de los próximos treinta años, y el cyberpunk se ocupa activamente con esa redefinición. La cultura de masas. En el caso ideal, estamos tratando de meternos al cerebro de ésta, alimentarnos de su cuerpo y redirigirla un poco también.

“A esto se le puede llamar ‘parasitismo revolucionario’. Por supuesto es peligroso. Tal vez la gente se burle y diga: Crees estarla redirigiendo, pero en realidad ella te está devorando, a ti. Tal vez. Ya veremos».

VIDEO: Billy idol – Cyberpunk – YouTube (MarkvBob)

ELLAZZ (.WORLD): ME´SHELL N´DEGEOCELLO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Con una voz cautivadora, hiphop lento que con mucho éxito busca la poesía —a través del socialismo, la religión y la revolución— y una música que fluye ligera, la bajista, cantante y multiinstrumentista Me’Shell Ndegéocello presenta textos filosos que se convierten en canciones sumamente insidiosas en sus discos.

Apoyada por jazzistas de primera línea como Joshua Redman (en el saxofón tenor), la leyenda del funk Wah Wah Watson (en la guitarra), Billy Preston (en el órgano), David Fuczinski (en la guitarra), Geri Allen (en el piano), así como algunos miembros de Gang Starr y A Tribe Called Quest, crea una mezcla original de funk, hiphop, go-go, rhythm and blues, soul y jazz. Coctel al que ella denomina hiphop alternativo.

Me’Shell Ndegéocello, nombre que significa “libre como un ave” en suahili, nació en Berlín en 1969 como Michelle Johnson, y creció en Washington, D.C., donde estudió música en la Duke Ellington School of the Arts. En 1990 se cambió a la ciudad de Nueva York y luego a Hollywood Hills en Los Ángeles. La lista de los artistas con quienes la bajista ha trabajado es impresionante. Steve Coleman, Marcus Miller, Guru, Lenny White, John Mellencamp y Arrested Development constituyen sólo una pequeña muestra.

Su sonido fascinante con claro toque setentero apoya textos que a veces hablan de relaciones personales, pero con mayor frecuencia de las dificultades afroamericanas para hallar una identidad. Madonna no tuvo miedo al contratarla como la primera producción de su disquera Maverick, Plantation Lullabies (en 1993), con lo cual demostró mucha más sensibilidad musical de la que por lo común se le atribuye.

Ese primer álbum, con su funk pesado, jazz, hiphop y rhythm and blues, cosechó loas y críticas, estas últimas porque exploró todos los ángulos en lugar de elegir una orientación definida. Al respecto ha señalado: “Me gustan Curtis Mayfield, Creedence Clearwater Revival y Cream —ha señalado—. Puedo grabar un disco de rock con John Mellencamp porque soy buena bajista. Eso es lo único que cuenta. La música es diferente que cualquier otra disciplina del arte. No es necesario especializarse, como en la pintura o la danza. Es como la vida misma”.

Aquella primera obra estuvo llena de referencias al racismo, la drogadicción y la hipocresía del amor romántico. Con su voz masculina, Ndegéocello describía un infierno en el que los blancos explotan a los negros, los ricos a los pobres y los hombres a las mujeres (o al revés).

Peace Beyond Passion (de 1998), su segunda entrega, trata acerca de la sabiduría india: “Cuando has encontrado a Dios dentro de ti mismo entras en un estado de paz más allá de cualquier pasión”. El álbum está más pulido y coherente que el primero. El funk sigue presente, pero ya no protagoniza la mezcla musical. Las referencias bíblicas son constantes en las letras de este álbum: Deuteronomio, Levítico, María Magdalena y el Génesis.

Me’Shell Ndegéocello llamó de nuevo la atención con este segundo álbum, en el que con una bien elaborada mezcla de distintas músicas y fusiones recorrió el universo de la música negra moderna. Como su padre estaba en el ejército, tuvo la oportunidad de viajar bastante. No ha estado en África, pero tiene ganas de viajar ahí en busca de sus raíces históricas.

El título de Peace Beyond Passion es una metáfora de la búsqueda en general. Ésta puede ser mental, mediante las ideas que son impuestas, pero también física. La esperanza debe servir —según ella— de consuelo. Creció con música de todo tipo. Su padre dirigía una big band, por lo tanto, escuchaba mucho jazz: Ben Webster, Stan Getz, etcétera. Su hermano fue por igual una gran influencia debido a sus gustos eclécticos. Le agrada escuchar a Parliament y Funkadelic, pero también soundtracks de películas. En realidad no existe nada que no le agrade aunque sea un poco.

Con la aparición de este CD la compararon con Gil Scott‑Heron. Curioso, porque no lo conocía hasta que le dijeron eso. Pero sus verdaderas influencias están, más bien, en grupos como The Last Poets. Varias disqueras la querían contratar en sus inicios, entre ellas Warner Brothers. y Paisley Park.

Sin embargo, escogió a Maverick, recién fundada por Madonna. Ello se debió a que era una compañía nueva y tenía más libertad. El público aún no asociaba una idea definida con la música que aparece con esta disquera. Si hubiera firmado con Paisley Park habría sido muy distinto. De antemano se sabría cómo sonarían sus discos. Además, probablemente la hubieran comparado con Prince, porque los dos tocan varios instrumentos.

En 1999, con su voz misteriosa, creó un disco fascinante para coronar la década: Bitter. Cada uno de los 12 tracks que lo componen mueve de diferente manera a las personas que permiten que penetre profundamente en su subconsciente. Los temas de Bitter hablan del amor, la sexualidad, la belleza, la confianza, la fe, la lealtad y el dolor.

En una primera impresión las piezas aparentan una fría distancia, pero a la larga resplandecen por su calidez. Me’Shell sabe cómo poner a punto emociones complejas, sin dramatismo, efectos instrumentales o la fórmula conocida con el éxito del disco anterior.

En Bitter logra arrebatar con estructuras sencillas, pensadas a fondo, las cuales con la fuerza centrífuga se concentran en un nuevo núcleo estético: el blues sureño, el rock negro, el soul de Gladys Knight, la espiritualidad de Jimi Hendrix, los velos jazzísticos, las guitarras acústicas y las cuerdas. “Quien no conoce lo amargo no puede disfrutar de lo dulce”, escribe Me’shell en la pieza.

Con la entrada del siglo XXI la cantante cambió nuevamente de nombre. Ahora se hace llamar Bashir Suhaila. El primer apelativo significa “mensajera de la dicha” en árabe y “dentro de la canción” en hebreo; el segundo, también del árabe, significa “Llano suave o ligero”. Pero también produjo un álbum con el título de Cookie: The Anthropological Mixtape (en el 2002). Tal título es en homenaje al poeta hiphopero Cookie Goldberg, quien a su parecer simboliza la actitud de los negros que ella admira.

El disco es un grandioso tótem del groove, pleno de referencias e influencias varias, con desviaciones hacia la salsa electrónica, la palabra hablada, el hiphop y el go-go.

Para realizar Cookie, Me’shell invitó a colaborar a músicos como La Lá Hathaway, Caron Wheeler, Marcus Miller, Mike “Kidd Funkadelic” Hampton, la vieja banda con Federico González Peña (en los teclados), Oliver Gene Lake (en la batería) y Allen Cato (en la guitarra).

A los temas originales la cantante y compositora agregó sampleos de discursos y lecturas efectuadas por activistas como Angela Davis, Gil Scott-Heron y Dick Gregory, así como de escritores del Renacimiento de Harlem como Claude McKay y Countee Cullen y de poetas contemporáneos de “la palabra hablada” como June Jordan y Etheridge Knight. Cookie es un álbum que suena, tal como lo indica el título, como si alguien hubiera tratado de reunir todos sus amores en una cinta perfecta.

Me’shell N’Degéocello ha señalado una y otra vez que sus discos tienen un mensaje, pero cada quien lo puede interpretar de diferente manera. Es como en la comunidad sufi. El sufí sólo hace música cuando ésta alcanza a otras personas por su medio. Sólo entonces lo llama música. Para esta artista tiene que haber una respuesta del público. Aunque ésta sea el silencio. Para Me’shell la música tiene que emprender el viaje y regresar.

VIDEO: Meshell Ndegeocello – Clear Water (Official Video), YouTube (MeshellNdegeocelloVEVO)

PRIMERA Y REVERSA: DIXIE CHICS

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

CONTRA EL SISTEMA

El de las Dixie Chicks es un cuento posmoderno. Uno que parte al revés: del éxito a las incógnitas por el futuro. El comienzo es en 1989 en Dallas, Texas. La violinista folk Emily Erwin y su hermana Martie Seidel (intérprete del banjo) deciden formar un grupo femenino de country tradicional al lado de la bajista Laura Lynch y la guitarrista Robin Lynn Macy (todas cantan).

El nombre para el cuarteto de cowgirls está inspirado en la canción «Dixie Chickens» de la banda sureña Little Feat. Se enrolan en el circuito de bares de la ciudad y en los clubes del estilo.

El impulso necesario para el siguiente paso se produce cuando Seidel obtiene el tercer lugar en el National Fiddle Championship con el instrumento que toca. La combinación de country, folk y bluegrass en la que se sustentan interesa al sello independiente Crystal Clear, con el que graban el disco debut Thank Heavens for Dale Evans (1990), un homenaje a la pionera del género con tal nombre y que les sirve, además, para mostrar sus virtudes dentro del mismo.

Las inquietudes artísticas de las hermanas no se corresponden con los intereses de Macy, quien decide abandonar el grupo. De esta manera, la siguiente grabación marca sus primeros cambios. Buscan un sonido más contemporáneo inclinado al pop, Martie asume también el uso de la mandolina, mientras que Emily hace lo propio con la guitarra y el dobro. Lynch pasa a ser la voz principal.

Ya como trío aparecen: Little Ol’ Cowgirl (1992) y Shouldn’t a Told You That (1993) y así se mantienen, incluso cuando en 1995 firman para una nueva compañía, Sony.

Los esfuerzos por refrescar repertorio e imagen llevan a Lynch a abandonar al grupo. El sitio de vocalista principal y guitarrista lo ocupa una guapa joven de 21 años llamada Natalie Maines, quien no es ninguna improvisada ni ajena al medio, sino hija del legendario intérprete de la steel, Lloyd Maines. La transformación es notable. A la compañía le urge sacar un nuevo disco y materializar las expectativas. Aparece Wide Open Spaces en 1998, ya con su formación definitiva.

Con armonías de country pop el trío se moderniza y obtiene un éxito insospechado. «I Can Love You Better» es el primero de tres sencillos en colocarse en las listas de popularidad a nivel nacional, mientras que «There’s Your Trouble» logra el sitio de honor en las de country.

El disco se convertiría en cuádruple disco platino y el trío —prácticamente desconocido—elevado a la categoría del megaestrellato. La culminación de una década de trajín, cambios y búsquedas estéticas. Aquí es cuando comienza la verdadera historia del grupo.

Hubiera resultado fácil echarse en la hamaca y repetir la fórmula ad infinitum; sin embargo, había un compromiso con la música. La ruta al respecto quedó despejada con la salida del siguiente compacto, Fly (1999), aún con los fuertes ecos del anterior (premios y Grammys por mejor álbum y letras de oro para mencionarlas como el grupo más vendedor en los anales del country).

“Ready to Run” y “Goodbye Earl” mostraron cambios y avances. La calidad se acrecentó con la fama. A un bluegrass más progresivo lo dotaron de country-pop actualizado, reflexivo, sugerente y con el supremo toque de la inteligencia: el humor.

Por lo tanto, las Dixie Chicks se convirtieron en auténticas artistas. Trascendieron fronteras, el mundo las reclamaba. Retornaron a los estudios para lanzar en el 2002 su sexto disco: Home. Éste fue signado para la Sony por su propia compañía, Open Wide Records, con resultados semejantes. Los retos se hicieron más importantes. Lanzarían también al mercado el disco en vivo y DVD Top of The World Tour, como testimonio de su actuación escénica.

Y fue de ahí, el 10 de marzo del 2003, desde la cima en el mundo y en un escenario, donde Natalie Maines dijo lo siguiente: “Estamos avergonzadas de que el presidente de los Estados Unidos sea de Texas, como nosotras». En referencia a las acciones tomadas por George W. Bush contra Irak.

El compromiso con la música se extendía ahora a lo social, dar voz con esa declaración a los millones de ciudadanos, de los Estados Unidos y del mundo—como de Londres donde se encontraban en esos momentos—, que discrepaban con una política y con una forma de gobierno. Toda la inteligenzia norteamericana lo hacía al unísono, al igual que la inglesa, cuyo Primer Ministro apoyaba los actos de Bush.

A lo expuesto correspondió una reacción furiosa por parte de los sectores más retrógradas de la tierra del Tío Sam. Esos conservadores incapaces de comprender los hechos históricos y para quienes las cosas se resuelven a balazos. Entre ellos, los dueños de radiodifusoras que convocaron a sus oyentes —tal para cual— a boicotear sus discos y conciertos. Las llamaron antipatriotas y las descalificaron. El asunto se puso peligroso para el trío en su propio terruño.

Por otro lado, muchos artistas cerraron filas alrededor de ellas, entre otros Bruce Springsteen y Madonna, quienes defendieron en todos los ámbitos el derecho a la libre expresión del grupo.

Los siguientes fueron años difíciles para las Dixie Chicks; ellas no dieron marcha atrás ni pidieron disculpa alguna, como les exigían. Al contrario, el grupo estuvo más unido y cuestionador que nunca: una para todas y todas para una.

El tiempo les sigue dando la razón, como a tantas otras mentes pensantes. Bush, del 2003 a la fecha, había recortado presupuestos sociales para canalizarlos a la milicia; derogado derechos y libertades ciudadanas; pugnado por la charlatanería creacionista; mostrado uno más de sus crueles rostros —el racista y el de peor mala fe de un gobernante— tras el paso de Katrina por Nueva Orleáns; ha dejado a Bagdad —a Irak—en ruinas y se embarcó ya en una nueva invasión, la del Líbano. Toda una tragedia, grotesca, lacerante y brutal, y una proyección panorámica sobre el estado moral de aquella nación frente a sí y frente al mundo.

Las Dixie Chicks, por su parte, supieron capotear el temporal y logrado que las aguas volvieran a un nivel razonable para ellas. La experiencia de estos tres últimos años quedó reflejada en dos obras. Una, Shut up and Sing, de la autoría de Barbara Kopple y Cecilia Peck, que lleva a la imagen documental lo acontecido para el trío en esa etapa; y la otra, el octavo álbum del grupo, Taking the Long Way (2006).

Un disco que muestra una evolución hacia el rock. Rick Rubin, el productor que logró el canto de cisne de Johnny Cash consiguió con ellas plena identificación, dejó que escribieran por completo las canciones y les mostró la melodía y el estribillo más apropiados para las estructuras finales. “Everybody Knows”, “So Hard” y “I Hope” son los primeros sencillos destacados del disco.

Una obra intensa, autobiográfica y valiente en muchos sentidos: «El impulso vino de sentir que habíamos perdido la esperanza en la costumbre democrática de cuestionar las acciones de nuestro gobierno, el cual implantó sistemas de control que hicieron desaparecer la crítica —han señalado—. O estabas de su lado o eras un traidor antipatriota. La canción ‘I Hope’ pregunta qué hemos aprendido de todo esto y qué legado vamos a dejar a nuestros hijos”.

VIDEO: Dixie Chicks – I Hope, YouTube (Rose Alvaro)

JAZZ: ART FARMER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

En la primavera de 1958 Gerry Mulligan dio inicio a una nueva versión de su cuarteto. El saxofonista recurrió a Art Farmer para la trompeta, mismo que de esta manera se dio a conocer entre un público grande no especializado en el jazz. 

 

El mismo año, Mulligan fue invitado a participar en el soundtrack de I Want to Live, por medio del cual se popularizó su música más aún. La película fue un gran éxito y la estrella de Farmer se disparó más alto todavía. Resultó muy frustrante para él, pues se le escuchaba por todas partes, pero un músico blanco fingía tocar su música en la pantalla. Como sea, en 1958 Art Farmer era más popular que Miles Davis.

 

Arthur Stewart Farmer formaba la mitad de unos gemelos idénticos. Su hermano Addison Gerald tocaba el bajo. Nacieron el 21 de agosto de 1928 en Council Bluffs, Indiana, pero la familia se mudó pronto a Los Ángeles. Art tomó lecciones en tres instrumentos, piano, violín y tuba, pero a partir de 1945 se consagró enteramente a la trompeta en el jazz. 

 

No tardó en hacerse de un nombre como profesional serio y en 1953 llegó a la banda de Lionel Hampton, una especie de escuela para músicos y plataforma de lanzamiento hacia cosas más importantes. En la sección de metales aparecían también, por ejemplo, Quincy Jones y Clifford Brown.  Todos ellos pudieron conocerse el 19 de septiembre de 1953 en el Concertgebouw de Amsterdam, durante una gira de la Hampton Band por Europa. 

 

Cinco años más tarde, Farmer se unió a Gerry Mulligan. El tiempo parecía oportuno para dar el salto hacia una formación propia, el Farmer-Golson Jazztet de 1959, integrado por Benny Golson en el saxofón tenor, Curtis Fuller en la trompeta y un completo desconocido en el piano: McCoy Tyner. 

 

Pese a la excelente campaña publicitaria y una serie de espléndidos acetatos, la empresa fracasó. La música era demasiado exigente para el escucha promedio. 

 

 

En 1962 el «jazzteto» fue disuelto por falta de empleo. El hermano Addison tocó el bajo en este «jazzteto» original; buscó su propio camino a continuación, pero falleció inesperadamente el 20 de febrero de 1963, golpe que Art tuvo muchos problemas en superar.

 

En 1987, Farmer confesó en una entrevista: «Perder a Addison fue como si de repente me cortaran la mano. Lo curioso es que en mi subconsciente Addison sigue vivo para mí. Aún sueño con él. En los sueños hacemos esto y aquello, platicamos, discutimos, nos vamos a algún lugar, tocamos, practicamos, ensayamos, viajamos». 

 

En 1965 Art recibió de Viena la invitación para formar parte del jurado en un concurso. Se quedó en Europa, realizó una transmisión en vivo por radio desde Leiden, presentó a sus músicos, pero no se acordó del nombre de su baterista.  Gran regocijo: era Steve McCall. Tres años más tarde se estableció en forma permanente en Viena.

 

Art Farmer fue uno de los primeros intérpretes serios del bugle o corneta (normalmente se utiliza el término anglosajón flugelhorn). No como instrumento secundario para «otro» sonido, sino de verdad:  con un tono cálido, un poco oscuro. El instrumento quedaba muy bien con su forma mesurada y lírica de tocar desarrollada con la trompeta. Con el tiempo renunció a la trompeta por completo. Desde Viena efectuó giras regulares por Europa. En la actualidad divide su tiempo entre los Estados Unidos y Europa.

 

VIDEO: Art Farmer – The Very Thought Of You (Official Visualizer), YouTube (Contemporary Records)

 

 

 

MY BACK PAGES: AXIOM COLLECTION

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

AXIOM COLLECTION, Illuminations (Axiom/Island).-  El proyecto Axiom de Bill Laswell ha producido maravillas como Illuminations, una compilación armónica de músicas plenas de multiplicidades intensivas.

 

Peregrinaje de sensaciones conscientes a través de una sorprendente comunión de artistas con aportaciones de variadas regiones planetarias. Laswell se erige así en el lazo de unión de israelís, indios, marroquís, gambeses, ingleses y otras etnias emparentadas entre sí por su cosmovisión.

 

 

 

BIG MOUNTAIN, Unity (BMG/Ariola).- Debido a sus hilos conductores, incluida la religión y la protesta, el reggae se expandió por el mundo entero y se diluyó o espesó, según el intérprete que lo manipulara. 

 

Big Mountain fue un grupo de tercera mano en ese sentido.  Su disco Unity posee un encanto llamémosle ingenuo. Optimista a rajatabla, el grupo cantaba como una familia «natural» en busca de la unidad de la conciencia humana.

 

 

BON JOVI, Crossroad (Mercury).- A Bon Jovi –tras once años de carrera grupal– le llegó el virus del The Best of…  Ya se habían tardado. La justificación:  «Un disco de éxitos es resumir una era, cerrar un capítulo, el final de algo, el principio de otra cosa…» 

 

Así se legitima la materia más importante de la compilación: la nostalgia. Se exhuma de esta manera parte del patrimonio de estos músicos, esfuerzo que, según la compañía disquera y hasta los integrantes, debe recibirse con beneplácito.

 

VIDEO: Bon Jovi – Livin’ on A Prayer, YouTube (BonJoviVEVO)

 

 

 

ELLAZZ (.WORLD): CHARLOTTE GAINSBOURG

Por SERGIO MONSALVO C.

 

CERTIFICADO DE ORIGEN

 

Charlotte Gainsbourg es una actriz de reconocida trayectoria y que en el presente se han decidido por el canto como otro modo de expresarse. Pero el cabaret y la balada ya no son sus vías. Lo son los géneros del hard rock, la dark americana y el heterogéneo hipermodernismo. Los tiempos son otros. Y para mostrarlo está el ejemplo de esta francesa.

 

Ser concebida entre los jadeos orgásmicos de Jane Birkin y de Serge Gainsbourg, los cuales quedaron plasmados en la mítica canción “Je t’aime…moi non plus”, seguro que marca la existencia. Quizá por eso Charlotte, la hija de ambos famosos personajes, se dedicó a la actuación cinematográfica y al canto (como expresión paralela).

 

Hoy, ella, una adulta bien plantada, tiene un aire juvenil y un carisma ambiguo que le permite asumir distintos papeles. Aunque “tímida por naturaleza”, como ella misma se ha definido, es poseedora de una imagen que puede transformar su supuesta fragilidad en firmeza o temeridad a discreción.

 

Charlotte Gainsbourg (nacida en Londres en 1971) debutó en el cine en 1984 con Paroles et Musique a los 13 años de edad, al lado de Catherine Deneuve, y desde entonces no ha dejado de trabajar con grandes directores hasta consolidarse como estrella en el biopic I’m Not There de Todd Haynes sobre Bob Dylan (2007), o el filme Antichrist de Lars Von Trier (2009). Muchas cintas han certificado su consistencia como actriz.

 

El papel de Charlotte Gainsbourg en la película de Lars Von Trier, la hizo acreedora al premio a la “Mejor interpretación femenina” del Festival de Cine de Cannes, en 2009.

 

A la postre, el cineasta danés contó que se decidió por Charlotte para el protagónico femenino luego de que la parisina y veinteañera Eva Green (con antecedentes en Los soñadores y Casino Royal) fuera elegida, pero por cuestiones de agenda, y una serie de demandas muy peculiares y complicadas (“¡Eva Green quería enseñar sólo sus pezones y nada más!”), quedó fuera del elenco del filme.

 

“Elegí a Charlotte al comprobar cómo se sumergía en el proyecto pese a su natural timidez. No había visto muchos trabajos suyos antes. Apenas hablé con ella de su personaje, pero lo interpretó desde el primer momento de forma muy precisa. Para Charlotte fue un reto muy grande y también una liberación”, relató el polémico cineasta.

 

Dentro de la música han sido menos sus manifestaciones, pero eso sí, ninguna ha pasado desapercibida. En cada una ha estado respaldada por la composición y/o la producción de hitos dentro de la escena.

 

El álbum Charlotte Forever (1986) fue el inicio del camino con temas y realización de su padre (el legendario Serge); la pieza principal fue “Lemon Incest”, a dúo con él y que levantó ámpula por las implicaciones y el video respectivo ⁅Lemon Incest (High Definition), YouTube].

 

 

Tras un largo paréntesis de tiempo sacó a la luz 5:55, su segundo disco de estudio (en 2006), en el cual apareció rodeada de luminarias con temas y producción de Air y Nigel Godrich. También colaboraron como letristas de lujo Jarvis Cocker (miembro de Pulp) y Neil Hannon (de Divine Comedy)

 

A la postre lanzó IRM (2009, un disco de experiencias mórbidas) tras otro lapso de silencio bajo el manto del poliédrico Beck (composición, producción y dirección musical), aunque ella es la gran protagonista, sin lugar a dudas.

 

Un acierto del Beck productor que además puso a disposición de Charlotte un abanico de canciones de la más diversa índole estilística, tanto en las letras como en las rítmicas, que exigió de ella una interpretación versátil e igualmente variada. Exigencia de la que salió avante y con la cual quedó patente su inconfundible y susurrada voz.

 

Hechos: la relación de la actriz con Beck proviene de la admiración que el músico estadounidense le profesa al fallecido Serge Gainsbourg, a quien su padre (David Campbell) compuso los arreglos orquestales de su primer disco.

 

El músico y productor, Beck, que en 2002 sampleó la canción “Melody en paper tiger”, reconoce la influencia del mítico cantautor francés fallecido en 1991. “Casi no hablamos de ello. Sentí que había un gran respeto por el trabajo de mi padre, pero preferí no saberlo porque me dejaba libertad para ir en otra dirección”, contó Charlotte a la postre.

 

“Beck tenía una especie de banco de datos con ritmos y sonidos que había grabado antes de que yo llegara a Los Ángeles. Una biblioteca sensacional. Y cada vez partíamos de un ritmo. Elegíamos una percusión, se sumaba otro instrumento, y al final una melodía”, dijo la actriz y cantante.

 

Charlotte Gainsbourg es una diva del celuloide de complexión menuda, físico atractivo y talentos demostrados, que al recurrir al oficio de cantante, como una faceta más de su personalidad, ha buscado evolucionar dentro de tal carrera y sobre todo ha sabido rodearse de grandes personajes de la música para navegar hacia resultados decorosos (Stage Whisper, 2011 y Rest, 2017, han sido sus siguientes producciones).

 

“Para mí el cine es una liberación, algo con lo que estoy mucho más familiarizada. Aunque no me sienta profesional, me pongo menos nerviosa”. Con la música es otra historia. “Soy un manojo de nervios, estoy insegura en todos los pasos de la producción. Ahora empiezo a escribir letras y siempre me asaltan las mismas dudas: ¿Serán buenas? ¿De dónde voy a sacar la inspiración? No sé juzgar lo que estoy haciendo”.

 

Sin embargo, por parafrasear un viejo dicho: detrás de esta pequeña gran mujer siempre hay grandes hombres para envolver su voz de sirena.

 

VIDEO: Charlotte Gaingsbourg – Deadly Valentine (Official Music Video), YouTube (Charlotte Gaingsbourg)