JAZZ: ANTHONY BRAXTON

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Leo Records acertó con la edición (en álbum doble) de un maravilloso concierto del cuarteto encabezado por el músico y compositor estadounidense Anthony Braxton (Chicago, Illinois, 4 de junio de 1945).

Varias piezas del disco utilizan lo que Braxton llama pulse track structures.  Se trata de figuras de acompañamiento muchas veces rítmicas que pueden ser tocadas por uno o varios de los instrumentos para apoyar los esfuerzos solistas de alguno de los otros miembros del cuarteto.

Llama la atención que no sólo la sección rítmica toque estas figuras, sino que de igual manera pueden plasmarlas por ejemplo el piano y el clarinete, mientras el bajo o la batería adoptan un papel más libre.

Los espacios libres dentro de esta estructura pueden llenarse con improvisaciones, pero también con pasajes compuestos de antemano.  Para ello con frecuencia se recurre a (partes de) otras piezas de la obra de Braxton.

Todo ello otorga una fuerte coherencia interna a su música, casi inexistente en el mismo grado en cualquier otro intérprete de música improvisada. La estructura otorgada de esta manera a las piezas es compleja, pero debido a la ejecución excelente del cuarteto ofrece una gran claridad tanto en relación con el detalle como la totalidad.

Cabe mencionar también que la estructura no se impone nunca a las cualidades musicales de los cuatro, las cuales son formidables. De esta manera, se elimina también la supuesta contradicción entre la maestría técnica y la expresión.

Dentro de su estructura los cuatro, cada uno por separado y todos en conjunto, llegan incluso al éxtasis musical en algunos puntos, pero con todo no se pierden nunca en el caos sin forma.

Quartet (London) 1985 (Leo Records)

Anthony Braxton (clarinete, flauta, saxofones), Marilyn Crispell (piano), Mark Dresser (bajo), Gerry Hemingway (percusiones).

Londres, noviembre 13, 1985

VIDEO: Anthony Braxton Quartet Berlin 1985, YouTube (freeavantgardevideos)

BABEL XXI-730

Por SERGIO MONSALVO C.

 

THE ROLLING STONES (IV)

(LOS MEJORES DISCOS)

 

 

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://e-radio.edu.mx/Babel-XXI/730-The-Rolling-Stones-IV-Los-mejores-discos#

LIBROS: AVE DEL PARAÍSO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

(FRAGMENTO)*

 

Querida Martha-Maga: ¿Recuerdas que fue una madrugada cuando decidiste conocer Le Boeuf sur le Toit, el lugar que en 1950 era guarida de escritores como Jean Cocteau, cineastas como René Clair o músicos como Satie y Maurice Ravel?

 

A las dos de la mañana llegamos al sitio y tú, echando vaho por la boca, gritaste el nombre de la rue Pierre-1er-de Serbie. Caminaste rápida hacia el número 43-bis y, aunque decepcionada porque el bar había desaparecido, te repusiste y la soledad de la avenida compensó la ausencia.

 

Luego te pusiste a actuar a lo ancho de la banqueta aquella pelea que tuvieron Charlie y el saxofonista tenor Don Byas por cuestiones de estilo en el bop.

 

Las viejas hostilidades afloraron en una noche semejante. “Dos machos retándose por un concepto”, dijiste. Charlie sacó su navaja. Byas la abrió un instante después. Ambos danzaron bajo las luces nocturnas en círculos retadores.

 

Cuando el tiempo del ritual ya no tenía un más allá, Charlie lanzó una carcajada, cerró su navaja y la guardó. Se paró frente a Byas con las manos en los costados y estático invitó al otro saxofonista a picarlo.

 

Byas, desconcertado, no se movió: “Estás loco, Bird, bien loco”, le espetó. Charlie sonrió de nueva cuenta y se dio la vuelta para volver a entrar al bar. Fue la última vez que estuvo en París.

 

 

 

*Fragmento del cuento Ave del Paraíso, publicado por la Editorial Doble A.

 

 

 

 

 

 

 

Ave del Paraíso

Sergio Monsalvo C.

Colección “Palabra de Jazz”

Editorial Doble A

México, 1998

 

 

BLUES: DOCE CONEXIONES (B.B. KING-ERIC CLAPTON)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

CONDUCIENDO CON EL REY

 

 

Momento importante: Riding with the King, Un acercamiento discográfico que se afirmó en lo tradicional pero con intenciones de modernidad. El primero de sus intérpretes, B.B. King, pudo haber aprovechado esta oportunidad para redituar financieramente sus años crepusculares, pero habrá que señalarlo claramente, esta táctica nunca fue su estilo.

 

King siempre fue muy generoso, con propios y extraños, veteranos y noveles (le llegó a prestar a Lucille, su guitarra, a un jovencísimo Johnny Winter, debutante en escena) con un corazón abierto tanto al amor como al dolor, así que es natural que no girara en este álbum hacia la meditación o la interiorización, de One Kind Favor, por ejemplo, sino más bien, como un homenaje a la vida con sus altos y sus bajos, con algo de tristeza, pero también con mucha alegría compartida, que es lo que precisamente B.B. King transmitió siempre con su música.

 

La diversión ya se nota en la portada del disco. Eric Clapton en la limusina al volante y desplomado en la parte trasera, B.B. King. Esto no es sorprendente, porque en aquellos años de comienzos de siglo, se dieron cuenta de su antiguo deseo de grabar un álbum juntos.

 

En esta obra, ambos virtuosos de las cuerdas electrificadas logran llevarse mutuamente a alturas considerables. Creando con tal circunstancia una excelente pieza musical, para la colección de colaboraciones entre maestros y discípulos.

 

Por otro lado, habrá que recordar el dato histórico, de que cuando aparecieron las guitarras Fender Telecaster el blues se electrificó y con Jim Marshall y sus amplificadores nació el blues-rock en los sesenta de la mano de Eric Clapton y de Jimi Hendrix. La unión eléctrica más explosiva desde aquello años sesenta y héroes instrumentales.

 

Eric Clapton, el otro protagonista del disco, desde aquellos lejanos años sesenta, se sentía realmente ligado al blues. Con su refinado virtuosismo estilizó una buena cantidad de riffs heredados de los guitarristas negros. Aprendió a tocar la guitarra con los discos de Chuck Berry, para luego seguir el camino bluesero con Big Bill Broonzy, Robert Johnson, Skip James, Blind Boy Fuller.

 

Simplemente se zambulló de cabeza en aquel mundo nuevo para él. No obstante, a los 18 años se entusiasmó por B. B. King y desde entonces no ha cambiado su idea de que éste es el mejor guitarrista de blues del mundo.

 

Fue gracias a esta admiración que encontró el primer dogma de su carrera: «He abierto mi mente al hecho de que no se necesita tocar con arreglos previos y que se puede improvisar todo el tiempo. Y ése es el punto al que quiero llegar: ése en el que no tenga que tocar nada que no sea improvisación. Dentro de mí y de mi música hay más blues que cualquier otra cosa». Con el tiempo y bajo tal consigna mostró un gran rigor en la construcción de sus solos y se aplicó al manejo del pedal wah-wah.

 

Clapton se convirtió en un verdadero catalizador. Provocó que instrumentistas de su generación y de las siguientes se interesaran por los estilistas negros como Otis Rush, Freddie King y el ya mencionado B.B. King.

 

A la larga gozó de la misma estima que ellos en la mayoría de los ambientes musicales angloamericanos. La precisión y la perfección de su estilo fueron consecuencias sobre todo de un enorme trabajo técnico y personal. Se cuenta que pasaba días enteros intentando dominar uno o dos riffs de los que toman forma tantos blues.

 

Esa estima ha quedado manifiesta en el álbum Riding with the King, donde ese bluesero blanco de corazón negro, conecta antiguas y nuevas generaciones para dar su reconocimiento al legado de King, interpretando a su manera y al unísono temas de John Hiatt (“Riding With The King”), Big Bill Broonzy, Lowell Fulsom, algún standard del cancionero estadounidense (“Come Rain or Come Shine”) y una pieza del propio B.B.: “When My Heart Beats Like a Hammer”, entre otras.

 

Muchas han sido las oportunidades en que los maestros del blues y sus alumnos de primera generación protagonizan grabaciones conjuntas. Las London Sessions de Howlin’ Wolf y Muddy Waters son un ejemplo, lo mismo que el Hooker and Heat de John Lee Hooker, etcétera.

 

 

No obstante, hay una diferencia entre todas aquellas reuniones y la presente de King y Clapton. Y radica en que aquellas eran «clínicas» donde los noveles blueseros blancos ingleses y estadounidenses aprendían desde el rasgueo, las tonalidades y la intención de la música.

 

En el caso que nos ocupa hay varios elementos distintos a considerar, pues Clapton no es ningún novatito al que hubiera que enseñarle algo de la técnica. No. En este disco desde la portada se marca la diferencia. Eric Clapton —el máximo exponente de la guitarra blanca en el blues— y B.B. King —pionero eléctrico del instrumento, que basa su estilo en notas largas con un vibrato natural producido por los dedos, el cual crea uno de los sonidos más hermosos que se le haya extraído a la guitarra— ponen los acentos en la interpretación del blues que cada cultura tiene para expresarlo.

 

En la guitarra eléctrica King fue inigualable y mientras vivió no hubo quién se le acercara, por eso los mejores intercambios en el álbum se dan cuando Clapton toca la acústica.

 

Las concepciones están señaladas y Eric mismo lo asume con el título del disco y con el servicio de chofer que le brinda a su maestro en la portada. El blues blanco y el blues negro en una atinada y descriptiva fotografía.

 

El personal que grabó el disco tiene el siguiente listado: B.B. King (guitarra eléctrica y voz), Eric Clapton (guitarras acústica y eléctrica, voz), Nathan East (bajo), Steve Gadd (batería), Tim Carmon (órgano Hammond), Joe Sample (piano) et al.

 

La retroalimentación de la cultura bluesera se hace patente en este álbum, donde se escucha el camino que ha seguido el género desde sus orígenes rurales hasta las posmodernidades urbanas.

 

Un viaje pleno de sorpresas y de riquezas musicales, donde la negritud divulgada por Clapton le es devuelta con reconocimiento y aprecio por parte de uno de los máximos representantes de esa negritud.

 

«El blues es algo más que un género musical», explicaba Muddy Waters a los jóvenes músicos ingleses de los años sesenta. Clapton, heredero directo e in situ de aquella instrucción, lo ha confirmado: «El blues es una experiencia muy, muy solitaria. Mi guitarra es un intermediario por medio del cual entro en contacto conmigo mismo, y B.B. me ha señalado el camino».

 

Sí. Eric Clapton es un auténtico negro del corazón, con admiración y agradecimiento por sus mentores y guías: “Entrar juntos al estudio fue algo con lo que soñé toda mi vida”, dijo.

 

VIDEO: Eric Clapton and B.B. King – Let Me Love You (Official Audio), YouTube (Eric Clapton)

 

 

 

 

ARTE-FACTO: EL ALBA MINIMAL (IV)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

En la música repetitiva, el verdadero drama radica en la oposición entre forma y contenido y en la resolución final de esta oposición. Al eliminarse la causalidad lógica, el sonido se vuelve autónomo, de modo que en una obra como proceso no existe ninguna estructura previa al sonido: aquélla es producida a cada momento. 

 

Steve Reich ha dicho que siempre aceptó los efectos acústicos imprevistos que surjan en el curso del proceso. También son importantes para Philip Glass, quien afirmó en aquella época naciente: “Lo importante es el efecto fisiológico inmediato que se logra sobre el escucha”. 

 

La Monte Young, en particular, experimentó con esos efectos fisiológicos; con respecto a su obra Well‑Tuned Piano, el intento de mayor alcance que ha hecho por sistematizarlos, escribió que “…cada intervalo armónico determina una emoción diferente”. Lo que tenía pensado era crear un catálogo de los intervalos y de las emociones producidas por éstos, a fin de poder calcular el efecto medible que provocan en el escucha.

 

En la música minimal (repetitiva), la percepción forma una parte integral y creativa del proceso musical, puesto que el escucha ya no percibe una obra terminada, sino participa de manera activa en su construcción. Ya que no existe un punto de referencia absoluto, es posible un sinnúmero de perspectivas interpretativas. 

 

 

Por lo tanto, el proceso de escuchar apuntado a un objeto específico y basado en el recuerdo y la anticipación ya no era adecuado y debía sustituirse por un escuchar fortuito, sin propósito; el recuerdo tradicional del pasado fue reemplazado por algo afín a un “recuerdo hacia el futuro” y se optó por actualizar en lugar de reconstruir. Este “recuerdo hacia adelante” despojó a la memoria de su posición privilegiada.

 

VIDEO: La Monte Young – The well-tuned piano 720p, YouTube (musicomchannel)

 

 

BABEL XXI-711

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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A.R. AMMONS

LA BASURA Y SUS OFICIOS

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/711-a-r-ammons-la-basura-y-sus-oficios/

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HISTORIA DE UNA CANCIÓN: «GIRL IN A T-SHIRT» (ZZ TOP)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Estamos en una época en que todo pensamiento, toda acción, busca ajustarse a las dimensiones del mercado. La economía prevalece como referente a todo lo habido y por haber y nada debe estar fuera de su control, de su radar. Vaya, pues. En la idea más elemental de la economía se encuentran los conceptos diferenciales entre «valor de uso» y «valor de cambio».

Ambos, como sabe Perogrullo, son valores. El primero deriva de la utilidad de la cosa misma, mientras que el otro se refiere a la cotización que tiene en el mercado, sin contar su funcionalidad.

El metal más preciado, el oro, por mencionar algo, es poseedor de un alto valor de cambio, pero no sirve de manera directa para nada funcional. Mientras que unas tijeras, por su parte, tienen, en general, más valor de uso que el de cambio. Igualmente le pasa a una mesa o una jarra.

Esta doble valoración campea en el mundo de los objetos (sin importar que algunos sean obras de arte). ¿Conclusión? La apreciación de unos y otros fluirá según su visibilidad en el mercado, sin embargo, el valor de cambio puede multiplicar su fulgor.

Incluso los de mínimo valor de uso pueden ser parte de nuestro más intenso disfrute. Como ejemplo están las comunes y corrientes T-Shirts o camisetas.

Yo tenía un amigo en la universidad al que le gustaba regalarle camisetas a su novia en turno. No las adquiría en alguna tienda de lujoso prestigio, ni gastaba dinero en T-Shirts de diseñador. No. Se iba al mercado cercano a su casa y compraba las que fueran más baratas o vinieran en paquetes de tres o de cinco piezas. Seleccionaba las blancas y de colores en una talla menor a la requerida por su novia.

Cuando le pregunté el porqué de todo ello, me dijo que primeramente las camisetas baratas tenían un tejido más abierto, se transparentaban y, en segundo lugar, una talla más justa le hacía resaltar los senos a ella y eso a él le encantaba (lo mantenía excitado y disfrutaba todo el tiempo que pasaba a su lado). “¡Es una verdadera delicia!”, me dijo. “Eso sí, nunca le regalo negras, no tienen el mismo efecto”, añadió.

Aquella ilustrativa plática me recordó el valor de uso y el de cambio. Así como también, que en la cultura del rock hay una idea que siempre ha estado adherida a su dieta por antonomasia: “Sex & Drugs & Rock& Roll”. Tanto su política como su moda están impregnadas de ese primer elemento ya que es más asequible que el segundo (menos opcional y más oneroso, para la generalidad).

La imaginería tradicional del rock es la de que todo es sexo. Y puede que en esta ocasión sí lo sea. Hablar de sexo es la cosa más aburrida del mundo y practicarlo, pues, bueno, todo lo contrario.

En las canciones, en las fotografías que acompañan a sus representantes, en los videos promocionales, en las portadas de los discos, se nos cuenta acerca de todas esas mujeres satinadas, enfundadas en camisetas estrechas, embellecidas por la anécdota, que representan sueños húmedos, pulsiones hormonales, fantasías eróticas y demás formas de anticipar el rito carnal, además de ir acompañadas de una buena melodía.

La historia al final de todo eso es que los tipos admirarán su camiseta, la alabarán, para enseguida intentar quitársela; mientras que ellas, al portarlas, querrán ser ellas, con su insignia, su logo, su mensaje escrito. Entre ambos habrá una contradicción de fondo. Los hombres le dan valor de uso al objeto, mientras que ellas le dan el valor de cambio.

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La camiseta se ha convertido a lo largo de los años en un medio de comunicación, en una voz, en una tendencia que ha traspasado generaciones y convertido a lo largo de las décadas en moda regular, tanto que en Londres existe un museo para legitimarlas, el Fashion and Textile Museum.

Yo, por mi parte, sigo apostando por ella, la prenda dónde se reconoce el cuerpo humano. Es como una página en blanco, que sirve para resaltar lo resaltable en quien lo posee, para evocar y, cómo no, para disfrutar con su vista, con su tacto y con el acto de levantar su telón.

Eso me recuerda una hermosa calle, de un bienaventurado vecindario, que se iluminaba entera cuando Ella aparecía en su bicicleta dando vuelta de la avenida cercana. El universo completo se concentraba en aquel bamboleo que producía su cuerpo.

Pedaleaba sin disminuir la velocidad hasta encontrarse frente a la puerta de la escuela. Su pelo rojizo y ensortijado era una llama impaciente en busca del elemento que le había dado origen. Bajaba el pie izquierdo regularmente contenido en zapato tenis de inverosímil procedencia. Desmontaba del envidiado asiento y colgaba el vehículo de alguno de los ganchos que el patio principal ofrecía.

Los entallados jeans eran el estuche perfecto para su carne joven. Sus admirables senos viajaban libres bajo la camiseta impresa con las zetas-logo de Z Z Top (No hay modo más contundente de transmitir un mensaje que escribiéndolo en el cuerpo, pensaba yo, demuestra el poder de una prenda tan básica). La mochila de explorador con los utensilios escolares le colgaba de la espalda sin estorbar un milímetro la visión de toda ella.

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Regularmente, también, irrumpía en la clase cuando ésta ya había comenzado.  Las onomatopeyas gustosas y de satisfacción no faltaban nunca a su llegada por parte de los condiscípulos varones. En las alumnas provocaba el desdén y el cuchicheo venenoso. Yo tragaba saliva y trataba de reprimir la sonrisa de bienvenida. Continuaba pasando lista ya sin el peso de aquella falta encima.

Lo hacía tras el requisito de que sacaran los cuadernos para tomar notas y el libro sobre el cual hablaríamos. El breve desorden de tapas y hojas Ella lo aprovechaba para acercarse a mi escritorio y deslizar de su libro hacia el mío la notita curiosa que se había vuelto costumbre.

Las frases de éstas variaban, pero el objetivo era siempre el mismo.  Obviamente tal ejercicio de la pedagogía la había convertido, por su dedicación, en mi alumna favorita, y ella lo supo al final del curso. La camiseta aquella la usé mucho tiempo para dormir, con sus dos valores.

VIDEO: ZZ Top – Girl in a t-shirt, YouTube (DJ GIRINO)

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CANON: BRIAN WILSON

Por SERGIO MONSALVO C.

BRIAN WILSON (FOTO 1)

 

7 MOMENTOS

La melodía, esa sucesión de sonidos que le da identidad y significado a una sonoridad en particular, ha sido el leitmotiv en la turbulenta vida de Brian Wilson, un genio de la música popular, que en junio del 2022 festejó 80 años de edad (nació en 1942, en Hawthorne, California).

La melodía es lo que ha sacado a flote la mente, muchas veces extraviada en mares de inestabilidad, del considerado uno de los compositores más importantes e innovadores del siglo XX.

Y es, también, el elemento que lo ha hecho evolucionar como artista y concatenarse estéticamente con personajes semejantes a lo largo de su dilatada carrera. He aquí, a continuación, siete momentos, necesariamente simplificados, de tal evolución.

  1. I) La originalidad del dúo Jan & Dean, formado por Jan Berry y Dean Torrence emergió en 1958 con los arreglos, las armonías vocales, coros y el uso del falsete. Su música fue un auténtico soundtrack de la diversión veraniega: canciones llenas de briza marina, rayos de sol, olas, tablas de surf, bikinis, fiestas playeras nocturnas y carreras de coches (“Baby Talk”, “Dead Man’s Curve” o “Jennie Lee”, entre otras).

La aparente superficialidad temática estaba apoyada por la producción cuidada, nítida y compleja de Jan Berry. Su trabajo impactó al jovencísimo californiano Brian Wilson, que se volvió amigo de Berry y logró colaborar en la construcción de algunos éxitos del dúo (como “Surf City”).

Ellos fueron una influencia determinante en Wilson (con su omnipresente y determinante atmósfera conceptual), además de su admiración por los grupos vocales como The Four Freshmen.

  1. II) Brian y sus hermanos (Dennis y Carl) decidieron fundar un grupo semejante junto a su primo Mike Love y Alan Jardine. Meses después, como The Beach Boys, grabaron «Surfin'» para Candix Records a fines de 1961. La canción de Brian apuntaló la imagen del grupo: muchachos alegres para quienes la vida significaba ir a la playa, andar en coche, ligarse a las jóvenes y surfear.

Luego, el papá de los Wilson les consiguió un contrato con Capitol y los hits se sucedieron uno tras otro, al igual que las giras. «Surfin’ USA», como ejemplo, manifestó las raíces de Brian. La pieza fue copiada prácticamente nota por nota de «Sweet Little Sixteen» de Chuck Berry a la que le agregó armonías vocales como los Four Freshmen, adaptó el texto a sus propias ideas y creó así una producción de sonido ligero.

El estilo se convirtió en un patrón temático y musical para el nuevo género en los Estados Unidos, el surf. A fines de 1964, Brian Wilson sufrió un colapso nervioso. Las continuas presentaciones y la obligación de firmar éxitos nuevos fueron demasiado para él. Así que decidió concentrarse en el trabajo de estudio.

III) La otra influencia marcada de Wilson fue Phil Spector. Precursor del pop barroco. Creador de innumerables joyas de las Crystals, Darlene Love, las Ronettes, los Blue Jeans… Generador del éxito instantáneo que le depararía una permanencia sonora eterna. Con él se erigió la leyenda del “Wall of Sound” (Muro de Sonido) y la de su prestigio como productor genial. Dotaba a las composiciones de su sonido (incluidas múltiples pistas de acompañamiento superpuestas para abrumar al oyente: inquietudes y emociones juveniles respaldadas con pop orquestal o con instrumentos de la misma).

The Beach Boys Today! (de 1965), álbum bajo la producción total de Wilson, está considerado el primero de gran calidad musical compuesto por Brian. Era innovador en los arreglos (basados en la obra de Spector). Wilson abandonó las temáticas del surf y de autos.

Las letras eran, sí, sobre amor adolescente, pero eran canciones mucho más profundas, con interesantes arreglos, así como desgarradoras armonías y melodías, como las de su maestro.

BRIAN WILSON (FOTO 2)

VIDEO SUGERIDO: Good Vibrations – The Beach Boys (Stereo mix), YouTube (jpezeta)

  1. IV) Mientras el resto del grupo andaba de gira, Brian se dedicó a preparar el L.P. Pet Sounds (Capitol, 1966), que en cierta forma se convirtió en su proyecto solista. Hoy, todo historiador, estudioso y crítico del rock, está de acuerdo en que este disco representa una obra maestra y la culminación de ideas del master mind de los Beach Boys.

En tal disco el pop sinfónico de Brian Wilson y los textos poéticos de Tony Asher están ya muy lejos de las canciones de surf en los que el grupo había fundado su éxito hasta ese momento. El público (atónito), la disquera (medroza) y sobre todo los demás miembros del grupo (estrechos de miras y en contra, por lo mismo) tuvieron que acostumbrarse al repentino cambio de curso.

Las ventas del álbum fueron un poco decepcionantes al principio, aunque «Sloop John B», «Wouldn’t It Be Nice» y «God Only Knows» fueron grandes éxitos. Y no fue sino hasta en los años siguientes, cuando los Beatles siguieron el mismo camino con el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, que se comprendió en el mundo la importancia de Pet Sounds.

  1. V) Tras Pet Sounds Brian pensó en un proyecto aún más ambicioso, Smiley Smile (en 1967). El núcleo central era una oda a los elementos: tierra, viento, luz, agua y fuego. A pesar de la admiración causada con su anterior obra en los mismísimos Beatles (por las exquisitas voces, la brillantez de su producción, las posibilidades de mejores estudios de grabación, sin olvidar los imaginativos arreglos y las sublimes composiciones, que ya reflexionaban sobre el paso del paraíso juvenil a la madurez), el entorno no compartía su anhelo creativo y pugnaba por el retorno a la antigua senda.

La situación no ayudaba a la de por sí frágil psique de Brian, quien llamó como letrista a Van Dyke Parks. A la colaboración no contribuyó que durante las sesiones Wilson consumiera ingentes cantidades de marihuana, anfetaminas y LSD, generándose un ambiente de alta tensión.

Brian no lo aguantó y se olvidó de la obra Smile (originalmente, Dumb angel), que quedó inconclusa y quemada en parte, por él mismo, aunque al final se rescataron algunos temas ya producidos por él (para Smiley Smile), como el que sería el pináculo del grupo: Good vibrations.

 

  1. VI) Smile quedó como el más famoso álbum inacabado. Sin embargo, en el 2004 (casi 40 años después), Wilson retomó el proyecto como solista, grabándolo de nuevo y editándolo como Brian Wilson presents Smile. Revisó y articuló meticulosamente las 70 bobinas -de cuatro y ocho pistas- que se conservaban.

El ya publicado Smile muestra una labor titánica. En él Wilson mostró su fascinación por lo que llamaba en aquel entonces «grabaciones modulares»: pequeños fragmentos musicales que luego encajaría en un collage. También le encantaban los efectos de sonido o los ruidos aptos para ser integrados a la música.

Lo que descubrimos hoy, al escucharlo, es a un grupo en expansión, explorando delicadas orquestaciones, lejos del impacto apabullante de Phil Spector. Se trata de un pop fantasioso, que solo en tiempos recientes se ha convertido en tendencia, con grupos como Flaming Lips o Animal Collective. Algunos lo llamarán psicodelia, pero en el fondo era una extensión del trabajo de gente como Aaron Copland o George Gershwin.

VII) Los herederos de George Gershwin autorizaron a Brian Wilson a que completara dos canciones inacabadas, a su vez, en las que Gershwin trabajaba en el momento de su muerte, en 1937: “The Like In I Love You” y “Nothing But Love”. Ambas formaron parte del nuevo trabajo de Wilson como solista que apareció en el 2010: Brian Wilson Reimagines Gershwin.

En palabras del propio Wilson: “Gershwin tenía un don para la melodía que nadie ha igualado, su música es intemporal y siempre accesible. Este es el proyecto más espiritual en el que he trabajado”.

Sin duda, Gershwin dotó a las canciones de grandes invenciones armónicas y fue pionero en emplear ritmos del jazz en sus composiciones clásicas. La conexión con Brian Wilson, otro maestro de los arreglos musicales (hacedor del monumental Pet Sounds), es más que interesante.

Sirva el hecho para reconocer la labor de dos hombres que ahora están unidos por un disco, pero que, por su cuenta, en épocas distintas, dotaron a la música popular de un cuidado mundo compositivo. Wilson y Gershwin, unidos por el don de la melodía.

VIDEO SUGERIDO:  Brian Wilson Reimagines Gershwin – ‘The Like In Love You’, YouTube (russeliphilip)]

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ROCK Y LITERATURA: POST OFFICE, ETC. (CHARLES BOKOWSKI)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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LA VICTORIA DE LA VULGARIDAD

 

«¿No se condena toda civilización a la decadencia en cuanto comienza a dejarse penetrar a las masas y su vulgaridad en ella?» Han pasado casi 70 años desde que el prestigiado historiador ruso Michael Rostovtzeff, el erudito del mundo antiguo planteara esta pregunta, tanto más ominosa por todas sus implicaciones consecuentes.

Esta afirmación ha sido reiterada de alguna manera por otros escritores de gran peso literario a través del tiempo: T. S. Eliot, George Steiner, Guy Debord, Gilles Lipovetsky, Jean Serroy, Fréderic Martel o Mario Vargas Llosa, entre muchos otros. Y la conclusión de éstos es más o menos semejante: La civilización no durará a menos que sea una civilización de clase y no de masas.

Atrapados entre la certeza de que lo vulgar impregnará la civilización y la probabilidad de que la civilización no sobrevivirá a aquella, ¿podremos escapar al sino de Roma?, porque las masas ya se encuentran reunidas ante las puertas globales y gritando: “¡Incéndienla!, “¡Queremos más espectáculo?”.

La hoy omnipresente vulgaridad contemporánea es una forma de describir la convergencia experimentada entre las culturas de la élite y de las masas en nuestra época. Todas las disciplinas, todas las artes, toda la tecnología, la política, la comunicación, etcétera, están impregnadas de ella o la tienen como fin último (consumista e ideológico). La cultura de élite de la civilización contemporánea, pese a sí misma, ha emprendido ya su habilitación, de manera populista.

Concentrándonos únicamente en el campo literario, la vulgaridad de los best-sellers, sean del nivel que sean, constituyen la expresión perfecta de todo lo que el mundo clásico designaba con esta palabra, a la que no se debe catalogar como un adjetivo sino como un sustantivo.

Vayamos al ejemplo: Charles Bukowski (1920-1994). La suya era una materia literaria exageradamente pastosa. De brocha gorda, por decirlo así (“Sépanlo: Bukowski apesta a vulgaridad” –descripción de coitos, borracheras, relaciones con prostitutas y con seres de los bajos fondos urbanos, de la siempre recurrente white trash, material que sarcásticamente hizo expresar a Jean Paul Sartre que Bukowski “era el mejor poeta de América”–. Muchos escribieron desde el principio sobre él para lanzarlo a la muchedumbre. Resultado: se volvió lenta pero absolutamente popular).

Su primera pieza corta salió a la luz en 1944 cuando contaba con 24 años de edad, “Aftermath of a Lengthy Rejection Slip”, y fue publicado en Story Magazine. Dos años más tarde apareció “20 Tanks From Kasseldown”, en otro medio. Y, ante la falta de respuesta pública y editorial, el autor se dedicó durante años a subempleos de diversa índole (lavar platos, colgar carteles en el Metro, encargarse de manejar un elevador, como chofer de camiones, en una oficina de correos) y, sobre todo, a embriagarse, y a refosilarse con una incontable cantidad de mujeres insospechadas.

Todo lo cual, le proporcionó a la postre la materia prima para toda su carrera literaria. “De acuerdo, he bebido [comenzó a los 13 años] y tenido mucho sexo –confesó en entrevistas–, pero eso no significa que tenga que ser algo fundamental”. Aunque también dijo que describió tantas escenas sexuales porque sabía que tenían tirón entre el público.

Aunque tardó en encontrar el gusto de éste, y el éxito consecuente, con su realismo sucio. “El dinero llegó cuando vendí sus libros para guiones de películas y cosas así”, explicó su editor, John Martin, en una entrevista. Fue él quien lo retó a plasmar su marasmo hedonista. Le hizo la oferta que cambió su dinámica y obligó a ponerla en el papel: 100 dólares semanales de por vida a cambio de publicar toda su obra en su editorial, Black Sparrow.

CHARLES BUKOWSKI (FOTO 2)

Así, el Bukowski popular que osó y usó la vulgaridad no solo se atrevió a serlo, sino que hizo de ella una marca y un estilo (Post Office, su primera novela, hasta Pulp, la última, pasando por todos sus cuentos). Y los puso al servicio de unas imágenes, gráficas y verbales, capaces de grabarse indeleblemente en la memoria de millones de personas. Son muchos los escritores (o aspirantes a serlo) que han intentado desde él hacer lo mismo, pero poquísimos quienes lo han conseguido para al final volverse eso, vulgares copias.

La vulgaridad, conviene precisarlo, es básicamente la única línea que conecta a Bukowski con la literatura del siglo XX y el espíritu de los tiempos del siglo XXI (la exposición total, ilimitada y viral). No hay otra, ni más substancial ni más transitada, de la que podemos encontrar muestras paradigmáticas en sus escritos.

La suya se centra en la intimidad (un concepto hoy a la baja y en caída libre), con un valor muy diferente, aunque no incompatible con la quinta esencia de aquella. Es una intimidad sensorial, que tiene poco que ver con los sentimientos y que encuentra su paradigma en la proximidad física de cualquiera de sus libros cuando el lector lo tiene entre sus manos.

Por otra parte, la fascinación por la vulgaridad de Bukowski, aunque contenida, pero en ascenso en su momento, tampoco era exclusiva de él. Ha sido también una de las fuerzas dominantes de la escritura de la escritora J. K. Rowling, Dan Brown o Paulo Coelho, por ejemplo. Aquí habría que enfrentar sus valores literarios con los de J. R. R. Tolkien, John Le Carré o Umberto Eco, respectivamente.

Aunque sea su cualidad más importante, la vulgaridad de Bukowski ha sido crucial para el ser y estar de las masas entre siglos. Y es que la literatura tiene una historia larga, pero ondulante. De vez en cuando decae y necesita tocar tierra para recobrar fuerzas.

Los admiradores del escritor de origen prusiano (hoy Alemania) han pretendido aumentar su atractivo otorgándole cierta respetabilidad literaria. Eso es imposible. Bukowski es atractivo por vulgar, y toda apreciación positiva del género requiere defender la suya intrínsecamente. Dicha defensa está implícita en el romanticismo que ha representado los pilares centrales de la cultura sin refinar desde hace 200 años.

Toda cultura tiene sus cimas y sus simas, su sensibilidad y su vulgaridad. El rock, como cultura viva que es, no es ajeno a ello. Si por una parte están los cultivadores de la poesía, del ensalzamiento de la palabra para explicación a la condición humana; por otra, están los que denigran su uso, por su pobre vocabulario e ignorancia. Quizá lo más clarificador de eso se encuentre entre el heavy metal menos exigente, que es el semillero de tal práctica. Ahí están las canciones de Mötley Crüe, Slipknot o Limp Bizkit, por mencionar unas cuantas, cuyo repertorio sería el soundtrack más adecuado para la escritura de Charles Bukowski.

El realismo sucio. La consumición de ello denota la vulgaridad contemporánea (como el mencionado subgénero, el reguetón o los narcocorridos). La música cultivada así se convierte en un objeto fútil con el más bajo común denominador, como en el caso de la política populista. Las canciones de estos grupos tienen muy poco o ningún peso. Las multitudes pueden asistir a sus conciertos, por mucho dinero, aunque no haya en ellas ni tres centavos de ideas con alguna hondura (ni pensar en algo profundo o noble). Y sin ellas no hay nada grande, sólo bajeza como entretenimiento.

CHARLES BUKOWSKI (FOTO 3)

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