ELLAZZ (.WORLD): SHARON JONES

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

LA MÚSICA COMO FORMA DE LUCHA

 

Puede decirse que Sharon Jones fue igual de emocionante que las mejores divas del soul. Y lo fue a través de una obra que comenzó tarde, pero dejó un legado importante. En su vida privada siempre llevó un ritmo razonablemente ordenado (trabajaba como funcionaria estatal), lo que la llevó a empezar a grabar después de los 40 años, actuar durante dos décadas y finalizar su vida prematuramente a los 60 años estando en activo.

 

Las noticias sobre fallecimientos o enfermedades graves en el colectivo musical de viejos artistas comienzan a ser habituales. Casi todos los géneros y subgéneros del rock y asociados (blues, soul, funk) han sufrido bajas, y no por las drogas ni la vida desenfrenada, sino porque ya son casi ancianos y las enfermedades ya hacen estragos en ellos.

 

Esto es un drama, ya que difícilmente habrá otra generación parecida, aunque, afortunadamente, la historia los está devolviendo a su lugar. Si en los ochenta y noventa la crítica joven los ignoró o dilapidó, tildándolos de “dinosaurios”, son muchos los grupos o solistas actuales que evidencian influencias de estos músicos y reconocen su herencia. Cualquier crítico que quiera atacar ahora a alguno de ellos será tildado de ignorante.

 

Las enfermedades obligan a cancelar giras y presentaciones, proyectos y vida, y una de las más comunes y letales es el cáncer, que ha hecho estragos en las filas musicales en los últimos tiempos. Rick Davies (de Supertramp), por ejemplo, por cáncer de huesos; Joe Cocker murió de cáncer de pulmón a los 70 años; Lou Reed falleció en el 2013 a causa del mismo mal hepático, Charlie Watts…

 

Sharon Jones fue vencida por dicho mal en el 2016. Pero antes de caer creó obras con concepto (siete álbumes muy buenos, así como uno póstumo). Siempre insistió en forzar al oyente a moverse como catarsis o a sentarse y escuchar su producción con detenimiento. No siguió modas. Tampoco quiso fijar cánones estéticos ni lanzar proclamas sociales o populistas. Lo que quiso hacer fue su música, nada más.

 

Esta cantante perteneció a una estirpe de músicos que se dedicó a la música sin más, sin posturas estéticas o existenciales ante la vida, que huyeron (o sobrevivieron) tanto al “deja un cadáver joven y bonito”, un mantra de los años sesenta, como al ‘no future’ de los setenta o al Sida de los ochenta.

 

Dicha estirpe ha sido capaz de marcar una época, al igual que los que murieron de manera prematura, pero ahora también están cayendo ellos. Como ejecución de una simple ley de vida.

 

El cáncer de páncreas contra el que luchaba en los últimos años apagó definitivamente la poderosa voz de Sharon Jones, portentosa cantante de soul y funk que pese a sus inicios tardíos en la industria musical se hizo un hueco en estos últimos años como una de las figuras más respetadas.

 

Sharon nació en Augusta, Georgia, el 4 de mayo de 1956, como parte de una familia pobre. Desde sus mocedades la vocalista fue fiel representante del soul de raíces, con un sonido eufórico y vitalista que bebía del glorioso pasado del género de Aretha Franklin y Otis Redding en su irrepetible desarrollo entre las décadas de los sesenta y los setenta.

 

Aunque quedó impresionada al ver a James Brown en los años sesenta bailando y cantando en una calle de su ciudad natal, su vida estaría ligada a Nueva York, donde, desde adolescente, se mudó con su madre y conoció de primera mano, en un barrio segregado en Brooklyn, las temáticas fundamentales del género, como la discriminación racial, la falta de oportunidades o la lucha cotidiana por sentirse persona en una sociedad que le daba la espalda.

 

 

Sharon peleó toda su vida por realizar el sueño de dedicarse a la música. Sin embargo, tuvo que trabajar durante años como funcionaria de presidios en una cárcel del Estado de Nueva York hasta que, casi a los 50 años de edad, publicó su primer disco en el 2002. En él, Dap Dippin’ with Sharon Jones and the Dap-Kings, se mostraban ya las claves clásicas de las que hacía uso a partir de su poderoso timbre. Su estilo era retro definitivamente, pero encontraría su propio modo para distinguirse.

 

Ella empezó a cantar desde muy joven con grupos propios y en iglesias, no obstante, fue hasta pasados los 40 años de edad cuando saltó a la fama como la voz de la banda The Dap Kings, grupo de músicos blancos que con sus metales escudaron a la perfección los arrebatos vocales de Jones. Esta banda, sería la nueva sensación soulera, junto con St. Paul & The Broken Bones y el ya instalado Eli Paperboy Reed, cuando acompañaron a Amy Winehouse en sus discos.

 

Sharon Jones desde entonces, grabó siete álbumes con esta banda, con la que protagonizó espectaculares conciertos en vivo. Fue con su tercer álbum, 100 Days, 100 Nigths, publicado en 2007 (tras el segundo, Naturally, del 2005), cuando Jones despuntó como una artista a tener en cuenta en plena atención mediática por el soul gracias al estrellato de Amy Winehouse, quien grabó ese mismo año Back to black con muchos de los Dap-Kings, que arropaban desde el primer día a Sharon Jones como la mejor embajadora del sonido y sello de Daptone Records.

 

 Dicho sello era la nueva casa del soul norteamericano. Como antes lo habían sido Stax en Memphis o Motown en Detroit, esta discográfica neoyorquina fundada por Gabriel Roth y Suiza Neal, guitarrista de los Dap-Kings, se ha consolidado desde entonces como un gran referente sonoro de la música afroamericana actual con tintes clásicos.

 

Sharon Jones fue tal vez la primera voz, que con su fuerza natural parecía salida de otra época, se abrió camino, pero en Daptone también están otros veteranos con un admirable ímpetu juvenil como Charles Bradley, Lee Fields o Naomi Shelton  

 

En el 2010 I Learned the Hard Way, desplegó un ritmo adictivo e incidió en rastrear los surcos bailables del funk o el ceremonioso sonido Filadelfia.

Sin embargo, Sharon comenzó a batallar desde el 2013 contra un cáncer de páncreas que gracias a la cirugía y a la quimioterapia consiguió vencer en un primer momento, tal y como demostró en su siguiente disco Give the people what they want, y por el que fue nominada en 2014 a un premio Grammy por el mejor álbum de R&B. Un año después, no obstante, el mal reapareció.

 

A sus canciones de un soul majestuoso se sumaban sus abrasivas actuaciones en vivo. Sobre el escenario y con la viva imagen en la cabeza de aquella vez que quedó fascinada por James Brown, Jones era pundonor, un auténtico recreo de emociones. Rugía, taconeaba, susurraba, sudaba y se balanceaba electrizantemente en un asombroso derroche físico.

 

Su larga batalla contra la enfermedad quedó recogida en el documental Miss Sharon Jones!, dirigido por Barbara Kopple y que se estrenó en el año 2015 (al igual que su disco It’s a Holiday Soul Party) en el Toronto International Film Festival. Dicho testimonio cinematográfico es de visita obligatoria para medir el fabuloso peso vital de esta artista, que estaba en comunión con el soul. “Llámalo música del corazón”, explica ante las cámaras. Allí y en el soundtrack del mismo es donde Sharon Jones será siempre recordada. Falleció el 18 de noviembre del 2016.

 

El disco Soul of a Woman, álbum póstumo del 2017, es un testamento artístico a la altura de una intérprete poderosa, que a lo largo de su carrera revivió las claves del soul clásico en las dos facetas que mejor la definieron musicalmente: con arreglos orquestales que realzaban la emoción de su música y con composiciones que partían directamente de las raíces y le permitían mostrar su lado más elegantemente salvaje.

 

VIDEO: Sharon Jones & The Dap-Kings – Sail On! (OFFICIAL VIDEO), YouTube (Daptone Records)

 

 

 

LIBROS: ANA RUIZ

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

SUEÑOS EN TRANSICIÓN*

(ENTREVISTA)

 

El jazz (en su forma más free) es aquello que permanece de un sueño en la vigilia. Es una reverberación mental completamente afectiva que se anida en la memoria. Si no, ¿cómo explicar que podamos captar, de manera precisa, el eco de una música de la cual no se escribe ni una sola nota, ni se pinte su color?

 

Es un desdoblamiento poético que se fija en el espíritu como un goce fugaz de recuerdo imperecedero. Algunos mortales son capaces de recrearse en ello. Uno de éstos lleva por nombre Ana Ruiz. Es una pianista, pionera del género en un país reacio, que nació en la Ciudad de México el 2 de agosto de 1952.

 

Ella sabe que sólo equivale a la intimidad de un pianista la voluntad de comunicación. Una paradoja. Una sublime paradoja. Más aún cuando los aplausos estallan a causa del silencio tras su música. Los polvos mágicos que se disuelven en el fondo de un licor divino.

 

Ella sabe que su sueño jazzístico es forma pura y virgen, al que va levantándole sus arquitecturas sobre tinieblas frescas y significativas de las que surgirá flora y a veces lienzos alegóricos. Como el personaje de la Cantante Calva de Ionesco, que siempre se apresura a recomenzar.

 

Ana alguna vez fue calva. Por lo tanto, comprende que el más hermoso de los ejercicios físicos y espirituales es la peregrinación por esas formas territoriales de circulación personal, secreta, de virginidad en los signos.

 

El viaje con todos los sentidos despiertos, con el cuerpo aligerado por la marcha: estado en el que todos los dispositivos de la intuición funcionan. La tarea es dejarlos despertar, flotar, emerger de sí misma, como un desprendimiento astral.

 

Ella sabe que tales formas se convierten en manos sobre las teclas, con intenciones conmovedoras, ardientes, frágiles o fuertes. En libertad plena. Y lo sabe por sus ojos obsesivos, brillantes órganos de la adivinación.

 

La posibilidad de vidas múltiples y simultáneas, en notas diversas, como mundos en metamorfosis. Modalidades rítmicas, armónicas, melódicas. Cada una como objeto único que busca cabalgar en la imaginación. Pasa de uno a otro paisaje. El éxtasis está en la forma que los reúne: el free.

 

Todo cede ante su facultad de verse, de ver esas manos, de pasar de una vida a otra, de no consumirse en una sola. Ella lo sabe.

 

S.M.: Ana, ¿cómo se dio en tu caso el aprendizaje de la música?

A.R.: “En mi familia hay muchos músicos. Mi abuela era pianista, ella estudió el instrumento con [Alba Herrera] Ogazón y le encantaba tocar. Yo de muy chiquita le daba vuelta a las hojas mientras ella tocaba, iba leyendo la partitura y la disfrutaba con ella. Tocaba cosas maravillosas y las gozábamos. Un tío por parte de mi abuela era Carlos Chávez. Yo estudié música con Otilia, su esposa, y ésta nos dio clase a todos mis primos y hermanos. Yo aprendí a tocar con un teclado mudo. En él recibí toda la técnica. Una vez con estos elementos nos pasaba al piano, al piano acústico, nos daba solfeo y enseñaba a mover los dedos. Después me metí al Conservatorio Nacional junto con mi hermana Citlali, ella estudiaba viola. Mis otros hermanos estudiaron guitarra y oboe respectivamente. En la familia siempre oímos música clásica. La popular estaba vetada, aunque yo la escuchaba a escondidas”.

 

S.M.: ¿Cómo fuiste de niña, cómo fue la relación con tus padres?

A.R.: “Muy buena, muy amable. Siempre fui rebelde, siempre quise hacer cosas y todas mis emociones y demás iban a parar al piano, las volcaba en él. Mis padres gozaron mucho esta situación, siempre les gustó que tocara”.

 

S.M.: ¿Tu padre a qué se dedicaba, a qué se dedica?

A.R.: “Mi papá ya murió. Era campesino y fue compositor de boleros, de guarachas, etcétera. Le encantaba hablar sobre su pueblo, sobre el campo, las mujeres, el amor por Jalisco”.

 

S.M.: ¿Cuáles fueron tus discos favoritos primero como niña y luego como adolescente?

A.R.: “Beethoven me gustaba muchísimo, Dave Brubeck, lo mismo que los Rolling Stones. Los Beatles nunca fueron de mi agrado, no eran algo que me emocionara, como los Doors, por ejemplo. En la casa teníamos que oír otro tipo de cosas, pero en una recámara nos escondíamos todos los hermanos y poníamos el radio para oír a los Doors y cosas así, que eran raras o muy nuevas”.

 

S.M.: ¿Tienes algún disco entrañable para ti que haya causado cambios en tu vida?

A.R.: “Sí, claro. Los de Ornette Coleman y de Cecil Taylor. A este último lo entendí desde muy joven. La gente me decía: ‘Es un loco que nada más aporrea el piano’. Pero yo realmente siempre lo entendí. Tenía una estructura y un desarrollo. Había un juego y se reía del mundo, gozaba al hacerlo. A mí Cecil Taylor me cambió muchísimo. Sus primeros discos me hicieron decir: ‘¡Guau!, ¿qué es esto?’. Desde entonces he oído mucha música, pero ya no hay un disco que me llame la atención, en el que me haya clavado, ya no”.

 

S.M.: ¿Cuál es tu definición particular de la palabra jazz?

A.R.: “Es la forma que tienes para platicar sobre ti. Desde cómo te despertaste ese día hasta cuál es tu dolor más grande en el mundo. Es la manera de expresarlo y de decir ‘aquí estoy’”.

 

 

 

*Fragmento de la entrevista, publicada originalmente en el blog Con los audífonos puestos, bajo el rubro Ana Ruiz de la Serie Ellazz (.mex), que realicé el día 20 de febrero del 2001. Tras la publicación del libro Tiempo de solos (que edité junto al fotógrafo Fernando Aceves) quería continuar el proyecto de hacer más perfiles de los jazzistas mexicanos, Ana era parte de esa continuación. Sin embargo, los planes cambiaron. Vine a vivir al extranjero y aquello quedó trunco. Desde entonces no había tenido noticias de ella hasta que me encontré con una muy breve referencia online en la revista número 17 del Instituto de Estudios Críticos y de la cual hago referencia a continuación:

“Pianista y compositora mexicana dedicada a la improvisación y el free jazz desde 1973. Ha formado parte de los grupos Jácara, Baile y Mojiganga, Atrás del Cosmos, La cocina, Radnectary La Sociedad Acústica de Capital Variable. Ha compuesto música para películas, coreografías, y documentales. Desde febrero de 2015 comienza, con el auspicio de la Fonoteca Nacional, la recuperación de la música del grupo Atrás del Cosmos para editar varios discos compactos con el interés de dejar una constancia histórica y dar a conocer este grupo al mundo”.

 

 

 

Ana Ruiz

Una entrevista de

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz”

The Netherlands, 2020

 

 

ELLAZZ (.WORLD): JANELLE MONÁE

Por SERGIO MONSALVO C.

 

EL COMPROMISO

 

 

La música de la negritud afroamericana del siglo XXI nació mezclada y ahí han vivido desde entonces sus más importantes manifestaciones. Creció con los textos de James Baldwin, Walter Mosley o Toni Morrison y las canciones de rap, r&b, cool jazz, pop y hip hop.

 

Tal música es también la literatura de Raymond Chandler con un beat de fondo; usando descripciones desnudas y duras de la vida en la ciudad: crónicas que no tienen miedo a decirlo todo (sobre el racismo, la sexualidad, la represión estatal, el separatismo). Descripciones, tanto de la vida exterior en la ciudad como del paisaje mental de sus individuos.

 

Ese es el compromiso del mundo musical de tales manifestaciones. Una de las más interesantes expresiones de las surgidas con el siglo, por su influencia no sólo en los Estados Unidos, sino en todo el mundo. Creció con el r&b de nuevo cuño, el rap, el pop y el renacimiento del cool jazz. Esas experiencias musicales fueron una gran inspiración para los nuevos creadores al empezar a escribir y componer.

 

Actualmente, dicha música es la voz «auténtica” de una generación desilusionada. Algunos ideólogos negros radicales en los Estados Unidos han afirmado que es la televisión de la comunidad negra; que los negros no están satisfechos con la información que reciben de los medios institucionales y por medio de ella la complementan con los avisos brindados por sus letras. Para eso se requiere ser totalmente honesto con los mensajes. Tal es el compromiso también musical.

 

Como en todo hay músicos auténticos y músicos impostores. Muchos de los primeros son increíbles y hacen una música magnífica (como Kendrick Lamar). Pero también hay representantes de la misma que propagan imágenes oportunistas (pornografía emocional) y de dudosa legitimidad (sobre el feminismo, la identidad, o la filiación política, como Beyoncé o Kanye West, por ejemplo) o en extremo violentas, sexistas, homófobas o antisociales (los gangstas).

 

Tales actitudes se basaban sobre todo en la agresividad sexual contra las mujeres y en su incitación a la violencia general con fines netamente lucrativos y comerciales. «Pura pose de adolescentes imbéciles», han comentado algunos de sus ideólogos históricos al respecto (como The Last Poets, como muestra). Ellos argumentan que el r&b, el hip hop, el funk, como el rock, deben ir contra las convenciones, pero el aspecto sexista sólo beneficia los intereses de los productores amafiados y fomenta la opresión del sistema.

 

Nadie tiene necesidad de una cultura underground que haga cosas así. Pero también está la música que se dedica a crear reportajes realistas sobre las calles de la urbe, sobre la intimidad emocional de las personas, sobre su vida cotidiana o de personajes que no difieren mucho de los de una novela, como el caso de Jenelle Monáe.

 

Con ella (una mujer nacida en Kansas City en 1985) la mezcla genérica le agrega a la realidad un nuevo beat de fondo, para gente que además de escuchar música y/o bailarla, pone el cerebro a funcionar.

 

Ella ha revolcado el lenguaje convencional de dicha música para ponerlo a otro nivel, ha creado un mundo donde la ficción se funde con la realidad, donde los androides optan y actúan (como en sus dos primeros discos: The ArchAndroi, del 2010 y The Eectric Lady, del 2013 o su EP: Metroplis, Suite I: The Chase, con la clara ascendencia en su estética del cineasta Fritz Lang).

 

En sus manos, ese mundo se convirtió en un instrumento de liberación identitaria del que hizo gala en el siguiente: Dirty Computer (2018), tanto para crear su propio hábitat lleno de paradojas, o bien para excluir al mundo «superfluo» de afuera.

 

Si los creadores afroamericanos de los años noventa llevaron la inventiva lingüística un paso más allá: crearon toda una subcultura basada en el manoseo del idioma inglés, expresándola mediante ingeniosos juegos de palabra y una eficaz rítmica. En igual medida, en el siglo XXI, la experimentación con ello que hace Monáe ha elevado el listón con sus relatos y testimonios.

 

 

Con ella, entre sus mejores representantes, el espacio musical cúbico entre el funk, el soul, el hip hop o el r&b,  cuenta la historia de una generación global que ha vivido a la deriva, en la incertidumbre sociopolítica, perdida dentro de comunidades deterioradas por la economía, por el regreso de actitudes derechistas y reaccionarias o de retorcido izquierdismo (plagado de lo políticamente correcto), por el populismo rampante, el separatismo fascista, la posverdad y otras cuestiones derivadas de la fragmentación o manipulación de la realidad.

 

Al proyectar su ira, experiencias y necesidades, los auténticos, los verdaderos artistas de la música afroamericana, como Janelle Monáe, han inyectado poder a toda una generación y llegado a la gente donde el sistema de educación, las iglesias y las organizaciones políticas establecidas han fracasado. Más que música para bailar, la suya es hoy por hoy un movimiento cultural.

 

Su sonido. Sus collages auditivos, con sus remolinos de beats sobrecogen la mente. Pero la verdadera atracción es la letra, densa, con doble (y muchas veces) triple sentido y sincopada con ritmos asimétricos. Las palabras y frases son familiares, quizá, pero su significado se ha echado a volar por senderos nuevos.

 

La pasión, la sinceridad y su ritmo han atraído a muchos de fans que no son únicamente negros, pero que viven igualmente en zonas urbanas. Ya son hombres y mujeres que abarcan todas las razas, viven en el centro de las ciudades y pertenecen a todas las edades.

 

La música de Janelle Monáe –además de la moda, el humor, la actitud y la forma de vida que la rodean, incluyendo sus influencias del Northern soul, del pop electrónico y de la escuela de Prince– es más que beats funky y rimas ingeniosas o punzantes. La suya es una inexorable fuerza de cultura contemporánea. Es también una forma de vestir, de peinarse, de construirse una y otra vez y un modo de ver el mundo que se expresa en la voluntad de las audacias musicales y en su contenido de activismo social.

 

VIDEO: Janelle Monáe – Crazy, Classis, Life (Official Music Video), YouTube (Janelle Monáe)

 

 

 

 

ELLAZZ (.WORLD): ASTRUD GILBERTO

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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LA REINA DE LA BOSSA NOVA

 

Astrud Gilberto fue conocida en el inicio de su carrera como “La Chica de Ipanema”, aunque ella no fuera la protagonista de la canción. Sin embargo, su participación en la grabación de este tema fue el detonante para que el bossa nova se expandiera por todo el mundo.

Una vez pasados los años, el apodo cambió por el de “La reina de la Bossa Nova”, un título hasta ahora indiscutido. Astrud fue una artista con muy fuertes raíces en la música brasileña que con el transcurrir del tiempo logró una muy interesante combinación de aquellos sensuales ritmos brasileños con el pop y el jazz estadounidense.

Astrud nació en el estado de Bahía, al noreste de Brasil, el 29 de enero de 1940. Fue una de tres hermanas de padre alemán (pintor y profesor de idiomas) y madre brasileña. Astrud Weinert creció en Río de Janeiro y participó en los comienzos del nuevo ritmo. En 1959 trabajaba como funcionaria en el Ministerio de Agricultura cuando se casó con el popular cantante Joao Gilberto.

En 1963 se fue con él a Nueva York. Astrud Gilberto es un caso ejemplar de estar en el momento preciso en el lugar preciso. Y esto se dio cuando Joao Gilberto (el padre de la bossa nova) la llevó al estudio de grabación donde realizaría un disco con el saxofonista Stan Getz. Lo demás es ya una leyenda.

Habla Astrud:

“En 1963 acompañé a mi marido Joao a Nueva York, donde grabaría el disco con Getz. Ahí estuve oyendo y observando cómo ambos músicos se conocían, se relacionaban, se comunicaban sus experiencias musicales. Fue una cosa muy impresionante para mí, que no trataba con artistas en el Ministerio de Agricultura donde trabajaba.

“En cierto momento de la grabación Stan le dijo a Joao que sería bueno contar con un fragmento en inglés en ‘La Chica de Ipanema’, eso abriría posibilidades para el disco en el mercado estadounidense —por cierto, el más grande del mundo—. Joao estuvo de acuerdo, pero el inglés no era su fuerte, y aunque lo intentó en varias ocasiones el asunto no marchaba

“Entonces Stan se me quedó viendo y dijo que yo lo hiciera. Al principio Joao no estuvo de acuerdo porque yo nunca había cantado para empezar, en segundo lugar, no podía leer la música y en tercero se necesitaría mucho tiempo de ensayo para que yo pudiera hacerlo bien. Stan se puso terco: ‘Tiene que ser Astrud o ninguna otra. Tú eres músico –le dijo–, eres brasileño, es tu música, así que no tendrás problema en ponerla a tono’.

“Joao accedió. Yo no era cantante, pero él supo explotar el particular timbre que yo tenía. Todo sucedió tan rápido que no cobré conciencia de lo que había pasado hasta que el disco salió y sucedió lo que sucedió:  Joao dio a conocer la bossa nova al mundo; Stan Getz lo popularizó y transformó en parte del repertorio permanente del jazz, y yo me convertí en ‘La Chica de Ipanema’, la voz de la bossa nova por antonomasia.

Getz/Gilberto se convirtió en uno de los discos de jazz más vendidos de todos los tiempos. En su lanzamiento vendió dos millones de ejemplares, recibió siete ternas para el Grammy y ganó cuatro: álbum del año, grabación del año, mejor actuación solista y mejor ingeniería de sonido. Tom Jobim y yo estuvimos en la terna para la revelación del año, pero perdimos frente a un cuarteto inglés: los Beatles. El disco fue reconocido como un clásico de la cultura popular americana a mediados de los sesenta. Se le escuchaba en los programas de radio, en los comerciales de la televisión, en películas, por todos lados. Fue increíble.

“Lamentablemente entre todos los pros del disco hubo un contra, y éste me afectó mucho y muy directamente. Un año después de la grabación Joao y yo nos divorciamos. Desde mi llegada a Nueva York la ciudad me encantó y me quedé a vivir en ella, nunca más volví a Brasil. Comencé mi carrera como cantante profesional. En enero de 1965 grabé para el sello Verve mi primer disco como solista (Astrud Gilberto Album) y para 1966 en el disco Look to the Rainbow ya conté con las orquestaciones del gran director Gil Evans.

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“A principios de los setenta me dediqué también a la composición y fui igualmente muy bien recibida. Fue un talento que descubrí que poseía. Durante los años ochenta me dediqué a hacer giras por todo el mundo con un sexteto compuesto de piano, bajo, batería, trombón, guitarra y percusión.

“Mi álbum Astrud Gilberto & James Last Orchestra cimentó mi carrera como compositora y me otorgó varios nuevos éxitos. En los noventa recibí el premio Latin Jazz USA, por mi contribución al jazz latino. Durante todos estos años también he incursionado en algunas películas y series de televisión, así como en varios documentales especiales para Europa y África. Por muchos años fui la voz de los comerciales de la compañía Eastern Airlines.

“Baden Powell dijo algo de mí muy bonito: ‘Tu voz y la bossa nova son como el café con leche: una vez que se mezclan ya no pueden separarse. Tu voz y la música que te acompaña son una y la misma persona’. Siempre lo recordaré, fue un gran amigo y un gran músico. Joao, por su parte, me enseñó que había que cantar la bossa nova en un tono casi confidencial, susurrar sus secretos al oído de cada escucha. Como si fueran mensajes personales. Y recoger luego ya en el escenario las emociones que despertaba para volverlas a convertir en canción”.

La voz de Astrud Gilberto ha pasado por el reconocimiento de todo el mundo gracias a su sensualidad y a la forma de interpretar los temas. Su estilo en apariencia monótono está lleno de encanto y ha servido para marcar toda una manera de cantar para muchas mujeres detrás de ella: Basia, Sade, Sinead O’Connor, Suzanne Vega. Típicamente se le ha valorado más en Europa, Japón y Estados Unidos que en el propio Brasil.

Su carrera desde el comienzo estuvo marcada por el éxito. Obtuvo muchos premios Grammy, nominaciones como el disco del año, la cantante del año, etc. Por otro lado, su talento no radicó exclusivamente en la interpretación, sino que se erigió también en una renombrada compositora. Igualmente fue muy buscada por gente del medio jazzístico como Quincy Jones, Chet Baker y Michael Brecker para realizar duetos, lo mismo que por cantantes pop como George Michael, Etienne Daho y Michael Franks. Astrud falleció el 5 de junio del 2023.

VIDEO:  Astrud Gilberto and Stan Getz – The Girl Fom Ipanema (1964), YouTube (iTubeNL)

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ELLAZZ (.WORLD): HANNA SCHYGULLA

Por SERGIO MONSALVO C.

Top Hatted Hanna

CANTANTE

La relación entre Hanna Schygulla y Rainer Werner Fassbinder se inició en 1967 y culminó hasta la muerte de este último en 1982, en Munich. Fue una pareja legendaria dentro del arte actoral y cinematográfico. A lo largo de toda su vida como creador, Fassbinder solía poner en práctica sus ideas de inmediato. Sin tardanza las traducía en películas u obras de teatro. Y en la mitad de los filmes que realizó tuvo a Hanna como su protagonista central y como inspiración personal. Una relación que entraba y salía de la pantalla indiscriminada, total y apasionadamente.

«Hanna se convirtió en mi estrella desde la primera vez que la vi —comentó en alguna ocasión el genial y polémico director—. La noche que la conocí en el bar estudiantil al que solía frecuentar, me di cuenta con total claridad de ello. Fue de un momento a otro, como si me hubiera caído un rayo cuya luz me iluminó y cegó al mismo tiempo: la Schygulla sería la figura de mis películas. Una materia prima hermosa, etérea, con el carácter indispensable para mis proyectos.

“No dudé ni por un segundo tampoco de que yo fuera a hacer películas, y eso que apenas estaba empezando con el teatro; no dudé ni por un segundo que ella quizá se convertiría hasta en un pilar esencial, incluso en algo así como un motor. Su capacidad para fascinar a la gente funcionaba lo mismo en el plano personal que en el escenario. Desde entonces se volvió un reto para mí trabajar con mujeres. Las mujeres, y sobre todo ella, bien guiadas saben mostrar mejor sus emociones que los hombres». Efectivamente, como lo dijo el cineasta, durante toda su carrera Hanna Schygulla fue una inspiración para él.

Hanna Schygulla nació el 25 de diciembre de 1943 en un lugar llamado Katowice, ubicado en los límites entre Alemania y Polonia, el cual en el momento de nacer ella era un territorio ocupado por los nazis y estaba en el centro de la guerra. Sus primeros años los vivió entre la miseria, la incertidumbre, el pánico y el hambre. Al llegar a su fin el conflicto bélico, se trasladó con su familia, como refugiada, a la región bávara. Asistió a la escuela básica y luego, como adolescente, a la Universidad de Munich donde entró a estudiar Lenguas y Literatura.

Sin embargo, el carácter inquieto y sus afinidades, condujeron a Hanna a enrolarse en las filas de la actuación al cumplir los veinte años. Dentro del género comenzó a trabajar de tiempo completo en el muy experimental Munich Action Theater, donde se relacionó con el explosivo, prolífico y brillante escritor igualmente joven, Rainer Werner Fassbinder. Durante la cena para festejar el inicio de un nuevo proyecto los presentó otro de los actores, quien a la postre señaló que en cuanto se vieron la atmósfera cambió con presagios diversos.

Actriz desde la adolescencia pues, ella se erigió en una protagonista del teatro de vanguardia alemán dentro del Action Theater, y a la postre en la intérprete por excelencia del cine fassbinderiano desde 1968. Su historia con el autor siempre fue difícil: de amor y desamor, tormentosa hasta extremos indescriptibles dentro de un ambiente por demás bizarro y provocativo, escandaloso, pero igualmente con derroche de creatividad, talento y trabajo constante. Los resultados se evidencian en la pantalla a través de las 20 películas en las que colaboraron juntos desde entonces.

En cierta ocasión, Fassbinder comentó acerca de ella: “Hanna Schygulla fue mi estrella desde el primer ensayo”. Y luego se burló de los intentos que ella hacía por independizarse de él, tras alguna violenta pelea a causa de su tiranía y posesividad: “Sabe que con ningún otro director es tan buena actriz como conmigo y siempre terminará regresando a mí». Y así fue durante el resto de vida de él. Pero gracias también a él, Schygulla obtuvo innumerables premios cinematográficos y el reconocimiento mundial de su nombre como gran actriz y diva.

El 10 de junio de 1982 Fassbinder fue encontrado muerto debido a una sobredosis de cocaína y alcohol en su departamento de Munich.  El miedo a la muerte había sido para él perturbador. «Tengo miedo a dejar de existir repentinamente», afirmó en reiteradas ocasiones. Un tema de conversación recurrente con Hanna era la duda de si después de muerto él su obra recibiría el reconocimiento que merecía o si todo lo que había hecho sería declarado inútil.

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Hanna ha dicho sobre él lo siguiente: “Rainer fue un hombre contradictorio y por ello humano, un genio al que la vida, durante sus últimos años, ya no ofrecía ningún placer. Sus películas nos permiten conocer aquel ‘poco de vida’ que de algún lado sacó. Vivió en una época mala para los sentimientos, pero intuyó que una vida sin amor también era una vida sin sentido. No consideraba ‘normal’ a nadie; estaba seguro de que él mismo sufría alguna enfermedad mental. Su fijación con la muerte fue intensificándose con el tiempo y sus últimos amigos empezaron a alejarse de él. Al morir desapareció un talento sumamente productivo que vivía sólo para el cine”.

Tras el deceso de Fassbinder, Hanna continuó su carrera cinematográfica y teatral con méritos suficientes para ser en todo momento considerada una estrella. A su conocimiento y experiencia en los escenarios también debe agregársele un cúmulo de inquietudes estéticas, canalizadas a través de la pintura, la escultura y el canto, aunque de manera más discreta. No obstante, la fascinación de la que habló Fassbinder viene incluida en todas ellas.

La cualidad de la fascinación atrapó la atención del autor francés Jean-Claude Carrière, quien junto con el compositor Jean Marie Sénia produjeron un puñado de piezas de jazz-cabaret para que la actriz las interpretara en el disco Hanna Schygulla Chantesingt, acompañada por la orquesta de Bruno Fontaine. «Me interesó mucho su persona porque ella es alguien que busca, por sobre todas las cosas», comentó Carrière al respecto. “Su personalidad, sus emociones están siempre ahí, visibles, tangibles y con todo el glamour que siempre la ha caracterizado”.

El aura de la canción francesa del género cabaretil cobra cuerpo mediante la voz y estilo de Hanna Schygulla. Canta como nadie más. Canta como ella misma. Los temas de amores heterogéneos (que incluyen algunos escritos por Fassbinder mismo), acerca de vidas duras, de sentimientos encontrados, de situaciones al filo, adquieren dimensión y acentos en su voz. Y lo mejor de todo: en sus interpretaciones hay verosimilitud, hay vida y rasgaduras, hay verdades y confesiones. Hay amor, dolor y reflexiones.

«Cuando era niña/ de largo cabello rubio/ Hubo carbón y mugre frente a  mi ventana/ Pero todo eso tenía sentido/ Hoy veo a mujeres y hombres desnudos/ Con los ojos tristes/ Ya no tengo confianza en nada ni en nadie/ Veo los aparadores / llenos de cosas que nadie necesita/  Nadie necesita a nadie/ Y yo me pregunto: ¿esto es la libertad?».

A ella muchas veces se le ha preguntado si sería actriz de nuevo si volviera a nacer. Y Hanna ha respondido así: «Al principio decía ‘¿Por qué no?’; luego ‘Quién sabe, ¿por qué recorrer el mismo camino dos veces?, me gustaría dedicarme más a la música’, hasta que finalmente me dije a mí misma: ‘No necesitas otra vida para eso, ¿por qué no ésta?'». Hoy la Schygulla también es cantante.

Hanna Schygulla es muchas cosas en la actualidad, pero sobre todo es un personaje. Pleno de cosas y manifestaciones. La imagen etérea que tanto fascinó a Fassbinder, a los públicos que la han visto en la pantalla o en el teatro, continúa ahí y aunque uno no la vea, como en el caso de un disco, puede sentísele, reproducir sus dimensiones. El canto es una más de ellas. El jazz de cabaret la atrajo y con él seduce mediante la música y la pizca decadente de la temática humana.

 

VIDEO: Hanna Schygulla & Sven Ratzke sing Lili Marlene, YouTube (The Sven Ratzke Channel)

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