Por SERGIO MONSALVO C.
La historia conocida del poeta y trovador en la Europa occidental fuera del ámbito grecorromano se remonta casi dos mil años atrás. Los músicos andantes de aquel tiempo, sucesores de los mimi e histriones de la antigüedad mediterránea, cumplían con la importante función de preservar las culturas autóctonas ante los esfuerzos uniformadores de la Iglesia cristiana. Un sinnúmero de concilios y sinodales, sermones, cartas y otros documentos se pronunciaron contra esa música «satánica» y sus ejecutantes. En el fervor de la lucha contra los paganos, los ritos precristianos y las canciones y los bailes populares fueron combatidos con igual saña por los misioneros y las autoridades religiosas.
Sin embargo, dicha posición de intransigencia estaba condenada. Poco a poco fue creciendo el número de representantes de la Iglesia que aprendió a disfrutar los cantos ejecutados en los idiomas vernáculos por los músicos andantes. Éstos contaban, además, con el apoyo del poder secular ejercido por las cortes locales. Eran requeridos no sólo para ritos como bodas y exequias, sino también para acompañar banquetes, recepciones, coronaciones y otros eventos, e incluso para proporcionar terapia musical contra las enfermedades mentales.
HÉROE, JUGLAR Y ERUDITO
De esta manera, el músico profesional llegó a gozar de grandes honores. El cantante con el arpa en la mano era una figura sagrada, compañero de reyes y dioses. En los pueblos nórdicos se le llamaba thul; entre los germanos orientales, skald; las tribus germanas occidentales lo denominaban skop; los celtas, bardo. Su arte le adjudicaba una elevada posición social entre godos y carolingios. Cantaba las hazañas de los antepasados, los mitos y las historias de los pueblos. Era el único depositario de una cultura e historia que la Iglesia se empeñaba en erradicar de la memoria.
Alrededor del año 1000, los cantantes heroicos empezaron a perder importancia. Su repertorio fue modificado, sustituyéndose al santuario cristiano por los héroes de la antigüedad. Entonces hizo aparición el juglar.
La presencia del juglar se prolongó durante los siglos X al XIII. Su imagen era semejante a la del mimus en las provincias romanas: músico y mago, estafador que recorría los caminos acompañado por una tropa de mujeres fáciles. Sólo él se encargaba de llevar de una ciudad a otra las noticias de interés. Y pese a que hubo conventos y obispos que mantenían a un juglar, la norma era calificarlos de «siervos del diablo».
El siglo XIII presenció la llegada de los goliardos, exestudiantes que preferían la libertad de la vagancia. Al dominar el latín como lingua franca, fueron los primeros músicos andantes verdaderamente internacionales en Europa. Su manejo simultáneo de las culturas vulgar y refinada les adjudicó un papel especial en el acercamiento y la difusión de elementos musicales y poéticos extraídos de ambas. Elevaron a una posición de mayor reconocimiento e importancia a la música popular y trasmitieron a ésta la influencia de los cantos litúrgicos, evidente en la estructura de los versos populares, que empezó a acusar marcadas semejanzas con las melodías gregorianas.
PROFUNDIDADES DEL CORAZÓN
Otro género de poesía y música que floreció en la Europa del siglo XII al XIV fue el arte del trovador, que debió su auge a varios factores. Entre ellos figuran el fortalecimiento de la monarquía francesa durante el siglo anterior y el consecuente refinamiento de la cultura de las cortes, la adoración mariana cultivada sobre todo en Saint‑Victor de París, el interés por escritores de la antigüedad como Ovidio y posiblemente también las elaboradas costumbres árabes propagadas por las cortes ibéricas.
El canto era improvisado y las melodías se trasmitían en forma oral. La mujer era el tema predilecto, no como amada personal sino en forma más alegórica, muchas veces como alabanza a las virtudes de la esposa del respectivo mecenas. Otros temas podían ser lamentos sobre la decadencia moral de los tiempos o sobre la muerte del príncipe del cual dependía el músico, las aventuras eróticas de caballeros con pastoras, la separación trágica de amantes e incluso cuestiones filosóficas tratadas en forma de diálogos.
Así como los temas admitían la experiencia personal, también se le exigía más al músico como artista. Ya no debía dedicarse sólo a entretener y a narrar, sino a expresar una inquietud propia. Uno de los trovadores más destacados, Bernart de Ventadorn, por ejemplo, comentó lo siguiente: «De poco sirve el canto si no brota de lo más profundo del corazón.»
Hacia el final del siglo XIII, las canciones de los trovadores empezaron a ser registradas por escrito. Fue la primera manifestación musical popular de Europa de la que existen notaciones formales. Miles de piezas fueron conservadas y difundidas desde sus territorios originales en Francia y Alemania hacia Italia y España. La invención de la imprenta en el siglo XV terminó por «industrializar» el ejercicio de la música. Surgieron los primeros compositores profesionales.
El fortalecimiento general de la burguesía incrementó el número de músicos profesionales sedentarios y cambió radicalmente el ejercicio musical. Así, el arte oral e improvisado de los trovadores perdió su razón de ser y desapareció.
LA EXPANSIÓN CULTURAL
Sin embargo, la influencia del trovador no se limitó a las sociedades cristianas europeas. Desde mucho tiempo antes de la expulsión de los judíos de la península ibérica al final del siglo XV, los rabinos se quejaban de la popularidad que gozaba esta música en sus comunidades. En el exilio, los judíos españoles siguieron recibiendo la influencia musical española a través de los «marranos». Al mismo tiempo, la música de su nuevo entorno, en el norte de África y el imperio otomano, empezó a manifestarse en las tradiciones sefardís.
Según el historiador Joseph Nehama, «la música profana…se alimenta de todas las melodías de la región…de lo que se está acostumbrado a escuchar todos los días en los labios de los vecinos griegos, búlgaros, turcos, árabes e incluso persas. La gente suele ignorar la influencia exterior. Las cree suyas, porque vuelan de boca en boca. Y a pesar de la reprobación de los rabinos…se entonan muchas canciones de taberna.»
SIGLOS XX-XXI
El mundo moderno ya no requiere de poetas andantes. Los medios de comunicación llevan cualquier manifestación cultural hasta el otro lado del globo en forma instantánea. La expresión creativa personal a través de la música, iniciada por los trovadores, ha alcanzado extremos absolutos en la celebración exclusiva que muchos artistas practican de su intimidad muy particular. El poeta y músico no hace falta para comunicar noticias ni para registrar el paso del tiempo en las comunidades.
Pero los bardos existen. Y algunos insisten en retratar historias, vivencias y leyendas, pensamientos e influencias. Quizá porque intuyen que la misma velocidad con la que ahora se trasmiten las noticias deforma la experiencia humana al sacarla de su contexto, al saturar la conciencia con hechos inconexos y manejar las palabras a su antojo. O porque saben que la música, a pesar de toda la explotación y comercialización de que ha sido objeto, es el único medio capaz de retener y reproducir la utópica inocencia de un encuentro primigenio entre seres humanos, sin prejuicios, ideologías ni conceptos implícitos e inherentes.