Por SERGIO MONSALVO C.
EL VÍA CRUCIS
Luego de la expulsión de los primeros dadaístas del Cabaret Voltaire (en la segunda década del siglo XX), al dueño del local le fue revocada la licencia como cervecería. Entonces se convirtió en un restaurante barato para gente de la zona roja que comía en sus grasientas mesas de tablón. En los años treinta fue un bistró de medio pelo al que decoraron como una casa de campo suiza.
En los sesenta fue transformado en una discoteca de baja estofa, y en las décadas de los setenta y ochenta, fungió como un conocido bar gay de mala fama. «Era una zona de pobres, pubs miserables y muchas putas» (dijo Jury Steiner, historiador de arte encargado de su actual recuperación).
Entonces un banco suizo compró el edificio para hacer departamentos de lujo, permaneció cerrado y a la espera durante años. Con el paso del tiempo, el local se encontró abandonado y en muy mal estado. Entonces, en el invierno del 2002 un grupo de artistas autodenominado neo-Dadaístas, organizado por Mark Divo «okupó» el Cabaret Voltaire.
Dichosokupas pintaron los muros con alusiones dadaístas, en una acción que atrajo la atención sobre el lugar. Reclamaban que ese local era un símbolo cultural. Durante unos tres meses hubo una serie de representaciones, fiestas, tardes poéticas y proyecciones de cine. Al sitio se le decoró tanto por fuera como por dentro. Miles de zuriqueses (habitantes de Zurich) participaron del experimento. Pero en marzo del 2003 la policía expulsó a los okupas.
“El Cabaret Voltaire, cuna histórica del movimiento dadaísta, no deberá cerrar sus puertas”. Ése fue el veredicto surgido de las urnas tras el referéndum que tuvo lugar en Zúrich. La derecha suiza, liderada por el partido SVP-UDC, había propuesto en 2012 que se recortaran los apoyos públicos a este centro cultural –unos 300.000 euros, equivalentes al 60% de su presupuesto anual–, sin los cuales se vería obligado al cierre.
El intento de poner fin a las actividades del Cabaret Voltaire fue impedido por los votantes, que decidieron, por una mayoría del 65%, seguir subvencionando al mítico espacio.
Los detractores del local consideran que sus actividades «no respetan ninguna norma estética o institucional». Ponen como ejemplo, entre otras, una exposición de camisetas con caras de miembros de la Fracción del Ejército Rojo alemana.
El Cabaret Voltaire es un centro cultural situado en el corazón del casco antiguo de la capital financiera suiza. En este edificio, Tristán Tzara y Hugo Ball dieron origen en 1916 al dadaísmo, movimiento artístico con vocación anárquica, antecedente directo del surrealismo, que hizo del absurdo una forma de vida.
En sus tiempos de gloria vio pasar entre sus muros a artistas como Hans Arp, Marcel Duchamp, Max Ernst, Vasili Kandinski, Sophie Táuber, Richard Huelsenbeck, Hans Richter, Paul Eluard, Carl Jung, Francis Picabia, Paul Klee o Giorgio de Chirico. En el 2015 recibió más de 60.000 visitantes.
A partir de ese momento el edificio entró en litigio, la banca exigía sus derechos y el arte los suyos. Tras un referéndum público, que obtuvo el 65% de votos a favor en contra de los partidos derechistas suizos que querían su cierre definitivo, como ya se refirió, se convirtió en un museo del Dadá, recuperado gracias a la asociación del Ayuntamiento de Zúrich y la firma de relojes Swatch.
El proyecto contó entonces con un millón y medio de francos suizos (unos 950.000 euros), aportados por la marca de relojes, que se invirtieron para financiar el edificio como museo, así como sus actividades culturales que irían recreando la evolución del movimiento dadaísta y que culminaron –en una primera etapa– con los festejos del centenario del mismo en febrero del 2016.
En la actualidad, detrás de todo este proyecto hay un deseo de provocar con sentido, de fusionar en el movimiento artístico contemporáneo las ideas dadaístas que hoy parecen estar más presentes que nunca y ser más necesarias, han dicho los involucrados.