LA AGENDA DE DIÓGENES: LA CALLE MORGUE (XI)*

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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El relato de Los crímenes de la calle Morgue es un intento por descubrir en el obrar y hablar de la persona indicios sobre sus motivos ocultos. Este método de ocultamiento del enigma y la revelación llegó a ser algo central en el arte de Edgar Allan Poe.

A medida que perfeccionó esta habilidad y maduró su arte, le fue posible encontrar y hacer uso de mascaradas aún más complejas con el fin de acercarse a su tema poético y de proporcionarle mayor relieve.

Tal condición hace posible entender el trabajo de desplazamiento que dio paso a su vida ambivalente. Ésta, característica del dualismo romántico, fue un asunto de profunda importancia para todo el siglo XIX, en tanto la dualidad estuviera entre la mente y la naturaleza, entre el «yo» y la realidad exterior.

La presencia del poeta y del detective, así, está determinada por su capacidad para moverse entre el rigor y el misterio, entre lo impreciso y lo determinado, entre la matemática y el sueño, entre lo engañoso de la apariencia y el logos inmutable.

En la mente de Poe el arte es realidad, es un mundo de pensamiento y de diseño en el acto mismo de su creación teórica, que procede hacia el orden pasando por el caos. En alguna forma, el arte, que existe en el dominio puro de la imaginación creadora, precisa del acto de la investigación.

Así es la vida de Poe, que se refleja en su obra, la vida de un hombre que vivió en la exclusión y en el filo mismo de la existencia y que no obstante cultivó obstinadamente la lucidez en busca de un orden ideal. La suya fue una mente que buscó el medio de expresarse, que trató de descubrir cómo llegó a ser en un momento de análisis y meditación.

 

*Fragmento del ensayo “Edgar Allan Poe: La Poesía en el Crimen” del libro El Lugar del crimen, de la editorial Times Editores, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

PORTADA

El lugar del crimen

(Ensayos sobre la novela policiaca)

Sergio Monsalvo C.

Times Editores,

México, 1999

 

 

 

ÍNDICE

Introducción: La novela policiaca, vestida para matar

Edgar Allan Poe: La poesía en el crimen

Arthur Conan Doyle: Creador del cliché intacto

Raymond Chandler: Testimonio de una época

Mickey Spillane: Muerte al enemigo

Friedrich Dürrenmatt: El azar y el crimen cotidiano

Patricia Highsmith: El shock de la normalidad

Elmore Leonard: El discurso callejero

La literatura criminal: Una víctima de las circunstancias

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LA AGENDA DE DIÓGENES: LA CALLE MORGUE (X)*

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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ENTRE EL RIGOR Y EL MISTERIO

Con un relato como Los crímenes de la calle Morgue se evidencia la directriz en la investigación particular del artista. Renunciando al mundo real, Poe pudo construir libremente un escenario de la mente, ficticio y pleno, capaz de mantener, sin embargo, una semejanza aceptable con el mundo de las cosas comunes.

Para Poe la mente es la única realidad y todo lo que puede conocer es a sí misma y sus operaciones acordes con las leyes primordiales del universo.

La actividad de raciocinio del detective consiste en una alegoría de la forma en que la mente puede imponer su lógica interior a las circunstancias externas.  En este sentido, Dupin es el supremo y artístico «ego»: todo lo que existe en su exterior puede ajustarse a lo teórico, a la lógica ideal.

Con Los crímenes de la calle Morgue, Poe destruyó el mundo normativo y abrió el «ideal», repentinamente revelado en el crimen y en su solución: «El analista –escribió Poe en la introducción al relato– goza con la actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar los resultados obtenidos por un solo espíritu y la esencia de su procedimiento adquieren, realmente, la apariencia total de una intuición» o de una inspiración.

Sin embargo, «no hay mayor engaño –afirmó– que creer que una auténtica originalidad es mera cuestión de impulso o de inspiración. Originar consiste en combinar cuidadosa, paciente y comprensivamente…Es mi intención mostrar que ningún detalle de su composición puede asignarse a un azar o una intuición, sino que la obra se desenvolvió paso a paso con precisión y rigor lógico».

 

*Fragmento del ensayo “Edgar Allan Poe: La Poesía en el Crimen” del libro El Lugar del crimen, de la editorial Times Editores, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

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El lugar del crimen

(Ensayos sobre la novela policiaca)

Sergio Monsalvo C.

Times Editores,

México, 1999

 

 

 

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Edgar Allan Poe: La poesía en el crimen

Arthur Conan Doyle: Creador del cliché intacto

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LA AGENDA DE DIÓGENES: LA CALLE MORGUE (VIII)*

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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“Quedábanse sus ojos sin expresión, mientras su voz, por lo general ricamente atenorada, se elevaba hasta un timbre atiplado, que hubiera parecido petulante de no ser por la ponderación y completa claridad de su pronunciación. A menudo, viéndolo en tales disposiciones de ánimo, meditaba yo acerca de la antigua filosofía del alma doble, y me divertía la idea de un doble Dupin: el creador y el analítico», relata el narrador de Los crímenes de la calle Morgue.

La excentricidad de Dupin delata su procedencia de los cánones del personaje romántico; sin embargo, es ante todo expresión de sus facultades extraordinarias. Edgar Allan Poe, para reflejarse a sí mismo en él, le procuró una nueva analogía con el poeta.

Éste y el detective están en una contraposición apartada respecto a la vida de las personas normales y tienen, precisamente por eso, la misma inteligencia, clarividente, en su cohesión oculta.

Dupin da idea de su agudeza fuera de serie durante un paseo con su amigo y narrador: Sin decir palabra han caminado uno junto al otro por espacio de un cuarto de hora. Repentinamente Dupin dice algo que es una contestación acertada a lo que en aquel momento está pensando su compañero. Parece algo sobrenatural.

No obstante, Dupin describe exactamente cómo le es posible seguir el pensamiento del otro en sus reacciones ante las excitaciones variables del ambiente.

Es decir, poseía conocimientos previos de la cultura de su amigo y algunas concesiones asociativas de motivos por conversaciones anteriores que, probablemente, se hallaban también a disposición de la conciencia del otro. Y esto le bastaba para deducir continuamente de la observación de los sucesos superficiales la estructura profunda del proceso.  Una «simplicidad”.

 

 

 

 

 

*Fragmento del ensayo “Edgar Allan Poe: La Poesía en el Crimen” del libro El Lugar del crimen, de la editorial Times Editores, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

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El lugar del crimen

(Ensayos sobre la novela policiaca)

Sergio Monsalvo C.

Times Editores,

México, 1999

 

 

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Edgar Allan Poe: La poesía en el crimen

Arthur Conan Doyle: Creador del cliché intacto

Raymond Chandler: Testimonio de una época

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LA AGENDA DE DIÓGENES: BERTRAND TAVERNIER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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(‘ROUND MIDNIGHT)

 

Durante los años cincuenta y los sesenta, los estudios hollywoodenses tendieron a concentrarse cada vez en mayor medida en temas relacionados con el crimen, la violencia, la soledad, la alienación, las adicciones, los conflictos raciales y generacionales, la delincuencia juvenil y los antagonismos irritables que resultaban de una existencia llena de estrés. Al mismo tiempo, musicalizaciones y soundtracks con sabor a jazz se volvieron sinónimos de estos temas y con las producciones del film noir surgió un ejército de compositores, arreglistas y orquestadores cinematográficos para proporcionar gran parte de las composiciones originales y la música con influencia jazzística.

A comienzos de tal década, el trabajo innovador de músicos y compositores como Benny Carter, Elmer Bernstein, David Raksin, Duke Ellington y Shorty Rogers, empezaron a dominar dichas musicalizaciones. A Streetcar Named Desire, The Glass Wall, On the Waterfront o The Man with the Golden Arm, entre otras, eran dramas sociales y psicológicos; y la música con sabor a jazz fue acomodada al ambiente creado por su contenido dramático.

A fines de los cincuenta, esta tendencia se vio reflejada en la música de cintas como The Wild Party, Anatomy of a Murder, Odds Against Tomorrow o Shadows. Pero la cereza del pastel apareció en el soundtrack para Ascenseur pour l’échafaud (1957, dirigida por Louis Malle), donde Miles Davis improvisó una obra maestra.

El «descubrimiento» del jazz por los productores cinematográficos y televisivos durante esos años pronto condujo a un uso excesivo. Surgieron, y con razón, las quejas de críticos, fans e incluso músicos con respecto a la creciente asociación del jazz con el vicio, la violencia y todo lo sórdido.

Sin embargo, esta tendencia se prolongó hasta el final de la década con cintas como I Want to Live (1958, dirigida por Robert Wise) y Touch of Evil (1958, dirigida por Orson Welles) que reforzaron de manera eficaz la atmósfera decadente y vil del drama.

La violencia, la alienación, el sexo, las drogas y la rebelión ocuparon también un destacado lugar en las películas producidas durante las dos décadas siguientes. El jazz se adecuaba bien a estos temas y la lista de compositores y arreglistas encargados de los soundtracks se alargó al incluir a compositores y músicos desde Lalo Schifrin y Quincy Jones, hasta Herbie Hancock.

Empapado por ese cine surgió el gusto estético del director francés Bertrand Tavernier (nacido en Lyon en 1941 y fallecido el 25 de marzo del 2021). Él fue un director de cine con título de ejemplar, que se mantuvo cercano a la realidad social durante toda su carrera cinematográfica. Siempre realizó filmes en este sentido. “Nunca he trabajado a partir de problemáticas sociales, sino de personajes. Una situación social nunca puede ser el tema de una película”, aseguraba. Por ello se le identifica detrás de muchos de sus personajes: perplejos ante la realidad, llenos de contradicciones, sobrevivientes tercos y sin tregua contra sistemas deshumanizados.

Tavernier fue parte de a una camada de cineastas que surgió después de la Nouvelle Vague, y se caracterizó por “reinstaurar el relato tradicional y el registro realista como formas cinematográficas válidas y estimulantes”, según los estudiosos.

Y siempre, también, fue un reconocido conocedor y seguidor del jazz estadounidense, un gourmet y un divulgador cultural que luchó por el reconocimiento de la excepcionalidad del cine europeo, tanto como director del Instituto Lumière, como guía de varias generaciones de hacedores de cine y como escritor e investigador de filmografías y ensayos analíticos, al respecto.

Por ello, a Tavernier se le reconoce como un hombre que quiso al séptimo arte por sobre de todas las cosas. Es decir, amó la vida y nada más, siempre que ésta incluyera al cine, la historia, el compromiso social, el jazz y la gastronomía. Todas estas instancias quedaron impresas en la que para mí es su película más característica: ‘Round Midnight (de 1986)

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En los círculos jazzísticos, los comentarios sobre la película –fundamentalmente una canción de amor dedicada al bebop en el exilio europeo hacia fines de los años cincuenta–, fueron ambivalentes: los críticos aborrecían la película por continuar con el tópico jazzístico en el cine; pero los músicos, se sintieron halagados al ver a uno de los suyos sobre la pantalla grande, la adoraban por dar validez a su existencia. (Se trató del mismo impulso del «me estoy viendo en Technicolor, luego existo» que hizo a los travellers sesenteros abrazar el filme Easy Rider, por ejemplo).

‘Round Midnight –con la actuación del saxofonista tenor Dexter Gordon como el personaje de Dale Turner, una mezcla ficticia de las historias de Lester Young y Bud Powell– trata sobre el jazz como experiencia mística, y presenta todos los estigmas y las caídas de un santón del género de una manera revuelta y vagamente sacrílega.

En la interpretación de Gordon, Dale Turner es un atormentado músico innovador negro que como Young se aprende las letras de las canciones de memoria antes de ejecutarlas en el instrumento; se dirige incluso a los hombres entre sus conocidos como «Lady», y es quien durante la Segunda Guerra Mundial pasó tiempo en la prisión militar por cargar fotografías de su esposa blanca, una represalia de racismo puro y duro.

Asimismo, al igual que Bud Powell, Turner recibió varios golpes de macana en la cabeza y, como muchos músicos de la generación de Powell, es presa fácil para obsequiosos traficantes de drogas y promotores de dudosa seriedad (retratado aquí con la actuación de Martin Scorsese). Dale tiene un viejo amigo apodado Hersch (probablemente Herschel Evans, compañero de Young en la orquesta de Count Basie), una hija llamada Chan (por Chan Richardson, la novia de Charlie Parker), una amiga llamada Buttercup (como la viuda de Powell) y otra que canta con una gardenia blanca en el cabello, aunque Lonette McKee realmente no recuerde a Billie Holiday.

Es decir, Turner es el Jazzista arquetípico, es un personaje que acumula hechos y mitos históricos. Por ello, ‘Round Midnight, a lo largo de sus pasajes, es más una película de jazz que otra cinta sobre músicos tortuosos.

Por todo ello resulta fácil entender por qué a los músicos les gusta. Con clichés y todo es el relato mejor intencionado sobre la vida del jazz que jamás se haya presentado en un largometraje; hay compasión y no explotación por las circunstancias; y se muestra abierto al sentimiento, y no al sensacionalismo de la situación del protagonista.

La inseguridad evidente en Gordon al pronunciar sus líneas delata que no era actor, pero se le proporcionó a un personaje verdadero para el trabajo, contradictorio y luchador. Sin embargo, su presencia y dignidad –la delicadeza en un hombre de gran tamaño, sus imprecaciones rasposas y apariencia atractiva, aunque derrotada– rescatan a la película de cualquier banalidad.

Gordon, en la vida real fue un antiguo alcohólico, drogadicto y durante mucho tiempo un expatriado, que evidentemente recurrió a su experiencia personal para presentar una actuación que uno sospecha hubiera rebasado las capacidades de un actor más experimentado (Marlon Brando señaló el mérito). Otros músicos se pudieron reconocer a sí mismos en él y estar conformes con lo que vieron.

La atingencia de poner a Gordon en el papel principal fue de tipo musical. En sus mejores momentos, el tono de Gordon es tan tonificante y aromático como un café recién hecho, aunque recuperándose de diversas enfermedades y de un extenso periodo de inactividad durante la filmación, como resultado de lo cual sus solos proyectan un aire gastado y vago.

En términos dramáticos el hecho fue muy importante, puesto que dio a entender que Dale Turner era un hombre que poco a poco se estaba apagando, capaz de evocar su brillantez antigua a destellos y convencido de que la amistad, el amor, la música y la misericordia son un buen y natural analgésico frente a la muerte cercana.

Gordon –por otro lado- participa igualmente en el soundtrack, donde la música incidental corre a cargo del tecladista largamente admirado del director: Herbie Hancock. Con esta película Tavernier cumplió coherentemente con todas las instancias que lo hicieron artista y maestro.

 

VIDEO SUGERIDO: Dexter Gordon – ‘Round Midnight, YouTube (Tzazilas)

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LA AGENDA DE DIÓGENES; LA CALLE MORGUE (VII)*

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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El personaje Charles Auguste Dupin desahoga la venganza de Edgar Allan Poe sobre su mundo. Su amplia competencia sobre las perturbaciones ocultas de la sociedad es una función de su noble lejanía de la vida: «Solamente sale de casa al anochecer. Durante el día cierra las contraventanas y vive sus satisfacciones intelectuales a la luz de las velas».

Dupin vive una apartada vida particular, exalta las cualidades del ajedrez y es amigo de la noche. No es sólo un hombre solitario, un gran personaje, sino también un hombre de intelecto para quien los problemas de otros hombres no son sino motivos de momentánea diversión. Dupin queda disculpado así de toda intención moral. Ha convertido la ética del éxito en hedonismo puro: la mente sola puede gozar de sus propias operaciones y de su propia naturaleza.  Él es el último sueño del artista que no tiene otra cosa qué hacer sino disfrutar de su arte.

Nocturno como Chopin y lúcido como Baudelaire (quien por cierto lo tradujo y puso al alcance de la cultura francesa, a la cual influenciará enormemente con sus logros estéticos), Edgar Allan Poe inventa el género policiaco (lo mismo que el de ficción y el de criptograma), lo metodiza, lo convierte en una ceremonia del intelecto y le crea sus rigurosas y propias leyes, sus códigos y reglas de juego, y plantea a partir de él «un perpetuo reto a la inteligencia e imaginación de sus lectores».

Tales reglas fueron institucionales por todo un siglo de ficción y pasatiempo, hasta la primera revaluación del género:  la novela negra.

 

 

 

*Fragmento del ensayo “Edgar Allan Poe: La Poesía en el Crimen” del libro El Lugar del crimen, de la editorial Times Editores, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

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El lugar del crimen

(Ensayos sobre la novela policiaca)

Sergio Monsalvo C.

Times Editores,

México, 1999

 

 

 

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LA AGENDA DE DIÓGENES: LA CALLE MORGUE (V)*

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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Igualmente, y paralelo a lo ya mencionado en la entrega anterior, el desarrollo de la prensa amarillista en los Estados Unidos, con el periódico Sun (1833) y el New York Herald (1836), contribuyó con sus características a la literatura policiaca, al convertir el drama en espectáculo.

Asimismo, el avance científico de la investigación (análisis de huellas, de rastros, del carácter de los individuos según los rasgos de su cara) añadió lo pintoresco a los casos. A todo esto, Poe le agregó el nexo de unión que interrelacionaba dichos elementos y características: el detective privado, medio aventurero y diletante, que observa con análisis e imaginación e investiga profesionalmente con sus poderes deductivos el misterio policiaco.

El detective de esta historia clásica aparece como personificación de la razón y representa la última reserva de seguridad cuya estructura se ha visto amenazada con un rompimiento del orden establecido. Mientras llena los espacios vacíos con exámenes y métodos científicos, va extinguiendo la situación de misterio y le antepone una interpretación razonable.

Todo lo oculto, lo ambiguo, la desconfianza, el miedo, pierde su horror paulatinamente cuando el personaje lo hace inteligible. Charles Auguste Dupin fue el personaje que, como exponente máximo de la investigación, no admitía defecto alguno.

Fue lo que Poe quiso que el detective y su modus operandi fueran, y ello con una consumación tan perfecta que, al final, Charles Auguste Dupin, su creación, terminó no sólo como analista sino también como artista.

*Fragmento del ensayo “Edgar Allan Poe: La Poesía en el Crimen” del libro El Lugar del crimen, de la editorial Times Editores, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

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El lugar del crimen

(Ensayos sobre la novela policiaca)

Sergio Monsalvo C.

Times Editores,

México, 1999

 

 

 

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LA AGENDA DE DIÓGENES: LA CALLE MORGUE (IV)*

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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El surgimiento del relato policiaco se dio precisamente en una transición histórica, en el tiempo de la revolución industrial y de una aguda lucha de clases. El momento histórico, social y religioso enfrentado al pensamiento racionalista hizo crisis produciendo una fuerte tendencia hacia la fábula y el mito literarios, los cuales, según los investigadores, estaban más acordes a la sensibilidad del ciudadano de la Unión Americana de la era industrial.

Éstos se hallaban convencidos de que nada existía en el mundo nativo que lo rodeaba y que sólo mediante un arduo transplante de la cultura europea podía lanzar al Nuevo Mundo hacia algo distintivo.

Ese sueño del «tránsito de la civilización» del Viejo Mundo al Nuevo lo satisfizo Poe inventando a Charles Auguste Dupin, un personaje extremadamente astuto que se encontraba ya en el extranjero y se había cultivado en forma perfecta.

La ironía estaba en que el personaje no era estadounidense sino francés y podía conseguir cuanto quisiera sin tener que trabajar, pues le bastaba con pensar.

Por su parte, la ciencia con Augusto Comte se hizo positivista y se esforzó por explicar al hombre su cuerpo y alma. El afán por explicarlo todo fue otro de los elementos que suscitó la aparición del relato policiaco.

«Éste fue en sus orígenes el símbolo de una cruzada contra todos los fantasmas de la ilusión. Lo mueve una certeza: el razonamiento tendrá, siempre y en todas partes, la última palabra», escribió al respecto el autor Thomas Narcejac.

 

 

 

 

*Fragmento del ensayo “Edgar Allan Poe: La Poesía en el Crimen” del libro El Lugar del crimen, de la editorial Times Editores, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

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México, 1999

 

 

 

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LA AGENDA DE DIÓGENES: LA CALLE MORGUE (III)*

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

Siendo así (que la investigación artística debe destruir y transformar los obstáculos que se oponen a la comprensión y a la percepción), no es de extrañar que la imaginación poética de Edgar Allan Poe creara «un desfacedor de entuertos», a causa de la evidente necesidad de un protagonista en semejanza a las condiciones que privaban en la vida misma de Poe.

Al comprender el poeta dicha necesidad trató de reforzar tal identidad creando un héroe que compartiera cada vez más la semejanza con su creador. Esto fue plasmado inmediatamente en Los crímenes de la calle Morgue, que apareció en el mismo 1841 al tomar su autor la dirección de la revista Graham’s Magazine, en cuyos primeros números lo publicó.

LA PROYECCION DEL MIEDO

Poe no fue el inventor casual de la historia detectivesca. Para él la razón era una reserva de seguridad, importante para la vida y contra sus miedos terribles.  El dualismo romántico de este escritor se centraba entre dos lados de la personalidad, entre la emoción y el intelecto, entre la sensibilidad y la mente. Mucho de lo escrito por él partió de un «yo» sensible, de una conciencia romántica profundamente impulsada a realizar un ajuste entre ella y la realidad.

La emoción era intensa, desconcertante, terrífica; el pensamiento o mente era racional, comprensivo y fascinador en su proceso. La grandeza de Poe estuvo en la proyección de ese miedo en términos totalmente nuevos. Abrió el camino que conduciría a una gama más extensa y profunda de la extensión simbólica.

 

*Fragmento del ensayo “Edgar Allan Poe: La Poesía en el Crimen” del libro El Lugar del crimen, de la editorial Times Editores, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

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LA AGENDA DE DIÓGENES: LA CALLE MORGUE (I)*

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De una extraña y ruinosa casita, de la que ciertas supersticiones habían ahuyentado a los antiguos inquilinos y la cual se situaba en una solitaria y apartada calle del barrio de Saint-Germain-des-Prés de París, hace más de 150 años surgió para los amantes de la literatura una extraordinaria novedad:  el género policiaco, con The Murders in the Rue Morgue (Los crímenes de la calle Morgue), del escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849).

En 1841, tras leer las primeras páginas de la novela Barnaby Rudge, de Charles Dickens, Poe descubrió el enigma de un crimen misterioso que ahí se relataba:  «…descubrimos el secreto –escribió Poe– inmediatamente después de haber leído la séptima página (el volumen tenía 323)».  Efectivamente, en el número del 1de mayo de 1841 del Philadelphia Saturday Evening Post (cuando la novela comenzaba a publicarse en forma periódica) Poe hizo una nota crítica develando el enigma con mucha anticipación.

Al meditar acerca del método analítico que utilizó para lograrlo, Poe asentó al respecto en su ensayo Filosofía de la composición: «Resulta clarísimo que todo plan o argumento merecedor de ese nombre debe ser desarrollado hasta su desenlace antes de comenzar a escribir en detalle. Sólo con el dénouement a la vista podremos dar al argumento su indispensable atmósfera de consecuencia, de causalidad, haciendo que los incidentes y sobre todo el tono general tiendan a vigorizar la intención…una vez conocida la intención, pueden hallarse en cada página las huellas del designio del novelista».

*Fragmento del ensayo “Edgar Allan Poe: La Poesía en el Crimen” del libro El Lugar del crimen, de la editorial Times Editores, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

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