HITOS: THE VELVET UNDERGROUND (VII)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES

El tercer álbum del grupo se grabó al poco tiempo en los estudios Sunset Boulevard, de Los Ángeles, y salió en marzo de 1969, dos años después del primero. Como un regreso al punto de partida, sólo llevó el título The Velvet Underground (Polygram).

Resultó mucho más calmado que el anterior. En él se aprecia la tentativa lograda de parar la huida —la propia, la de los demás, la del tiempo— con un mínimo de luz (los párpados cerrados a la mitad), de gestos (tocar a partir de lo físico para controlar al espíritu) y de sonidos. La piedra blanca del minimalismo.

Son innumerables las vocaciones musicales que este disco desencadenaría también. Ofreció un clásico, la balada “Pale Blue Eyes” (que habría de convertirse en favorita de REM para finalizar sus conciertos) pero no vendió más que los anteriores a causa de una mala distribución y falta de promoción.

Pero por lo menos le valió unos cuantos conciertos en Nueva York a la agrupación. Es posible enterarse de cómo sonaban en ese momento en low-fi a partir de la grabación Live at Max’s Kansas City. En lugar de las ganas agresivas de experimentar dominan un suave optimismo y melodías más convencionales.

Mientras que en las piezas como “What Goes On” aún muestran el espíritu de los primeros dos álbumes, Lou Reed y sus compañeros logran producir un par de baladas primorosas, la mencionada “Pale Blue Eyes” y “Candy Says”.

El Velvet se presenta en los lugares más insólitos, como Texas y Oregon, y vuelve a California. De esos conciertos saldría, si bien hasta 1974, una verdadera maravilla: Lou Reed with The Velvet Underground: Live 1969, cuyo sonido estuvo mejor (104 minutos de ruido de lo mejor, tocado en vivo).

Se grabó en pequeños clubes ubicados desde Texas hasta California. Una rareza es la versión completa de “Sweet Jane”. La vieja magia volvió a asomar la cabeza, pero en conjunto resulta imposible pasar por alto que la banda se había domesticado bastante tras la salida de Cale, en una vuelta de 180 grados.

A la postre grabaron un cuarto álbum que MGM se negó a sacar, convirtiéndolo de golpe en una leyenda. Habría que aguardar a los años ochenta para conocer algunos extractos del mismo en V.U. (1984) y Another View (1986). Antologías con las que la disquera Verve quiso sacar beneficio de la carrera de Lou Reed como solista.

Por lo tanto, el cuarto álbum del Velvet no salió con MGM sino con Atlantic. Loaded, un disco de puro rock and roll y el más accesible del grupo (“nada de canciones sobre las drogas”, insistió la disquera), que debió haber reconciliado a todo mundo. Sin embargo, cuando salió, en septiembre de 1970, ya no quedaba nada del grupo.

Lou Reed se había separado del proyecto, cansado de la falta de éxito y de la actitud de un mánager, quien pretendía colocar a Doug Yule en primer término. No obstante, antes de irse dejó —a manera de última venganza— varias canciones clásicas. “Sweet Jane” Y “Rock’n’Roll”. Sus piezas más covereadas de la siguiente década (la versión ajena que más le gusta a Lou de la primera es la de los Cowboy Junkies). Sin tomar en cuenta “New Age”, “Who Loves the Sun”, “Oh Sweet Nothing”.

Maureen Tucker, a su vez, estaba embarazada e incluso se perdió los conciertos del Max’s Kansas City, aquellas presentaciones famosas de las que una fue grabada por Brigid Polk, un personaje cercano a Andy Warhol. Polk llevó su grabadora a un concierto de 1970 del cual derivó Live at Max’s Kansas City (1972), un disco pirata “oficial” con el cual se cerró el círculo y Atlantic pudo sacar con estas grabaciones su segundo álbum, y cuyo valor radica en el repertorio, aunque eso se oponga a la calidad mediocre del sonido.

VIDEO: The Velvet Underground – Candy Says, YouTube (tspersi)

RAMAJE DEL ROCK: ROCK DE GARAGE (VII)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

Los generadores de la “ola inglesa” fueron los grupos del Merseybeat surgido en Liverpool alrededor de 1959. Sus influencias eran el rock and roll, el Tamla Motown y el twist. Lograron realmente unir los espíritus juveniles al desenterrar música pasada por alto, olvidada o desechada por el público estadounidense, la cual reciclaron otorgándole una forma más resplandeciente, despreocupada y también más estridente.

 

Las agrupaciones de Liverpool habían buscado su material en Carl Perkins, Little Richard, Chuck Berry, Buddy Holly, los “grupos de chicas” norteamericanos y los Isley Brothers. De súbito se dio una escena musical sobre el río Mersey que encontró su foco principal en la Caverna, un tugurio que encabezó de manera casi solitaria la transición del rock y sirvió de escaparate a los Beatles sus máximos exponentes.

 

Liverpool era una ciudad demasiado pequeña con pocos clubes para contener el auge. Muchos de los grupos, entre ellos los propios Beatles, empezaron a presentarse en antros ubicados en Hamburgo, Alemania, a partir de 1960. Era un buen terreno para probarse, un lugar donde se les exigía tocar fuerte, rápido y de forma cruda toda la noche, hora tras hora, tomando estimulantes para mantener el paso.

 

Nadie sospechaba siquiera lo que llegaría a generarse: la reunión de material humano y musical que se definiría como la British Invasion u Ola Inglesa. El de 1964 fue el año en el que la música popular cambió de curso, aunque en realidad dicha época haya comenzado al día siguiente de la Navidad anterior, con el lanzamiento en los Estados Unidos del primer sencillo de los Beatles: “I Wanna Hold Your Hand”.

 

 

A su vez, una de las leyendas más preciadas del rock cuenta cómo dos jóvenes ingleses se encontraron en una de las estaciones del Metro londinense. Uno de ellos, llevaba tres discos bajo el brazo: de Chuck Berry, Little Walter y Muddy Waters. El otro quedó tan impresionado que inició una amistad, la cual se convertiría en una colaboración para toda la vida. Eran Mick Jagger y Keith Richards. El ritmo negro los unió.

 

Entre julio de 1962 y enero de 1963 se les unirían Brian Jones, Bill Wyman, Charlie Watts y el pianista Ian Stewart (que sólo sería miembro en el estudio). En el ínterin habían hecho presentaciones en el Club Crawdaddy en Richmond. Su primer álbum se presentó en abril de 1964. En él se escuchaban varios cóvers, y con ese primer disco estuvieron armados para encabezar la segunda oleada rumbo a América.

 

No obstante, en los Estados Unidos pocos los esperaban. ¿Quién necesitaba a unos apóstoles del blues, que además llevaban el cabello mucho más largo que los Beatles, tocaban demasiado fuerte y se presentaban desaliñados? La respuesta estaba en los garages de los suburbios, donde los jóvenes empezaban a formar sus propio grupos con ellos como modelos.

 

Las diferencias entre la primera y segunda olas inglesas estaba en la pieza “I Wanna Be Your Man”. Para los Beatles, el tema había servido de relleno para un álbum, con la voz a cargo de Ringo. Los Stones lanzaron su propia versión. En ella dominó la guitarra slide, el impulso frenético de la sección rítmica y los rugidos sugerentes de Jagger. En su canción los Beatles querían una cita; en la suya los Stones pedían sexo.

 

A los Stones aquel primer viaje a los Estados Unidos les brindó una gran recompensa. Pudieron grabar en los Chess Studios en Chicago, donde lo habían hecho sus grandes ídolos, como Muddy Waters y Willie Dixon. Por lo tanto, al volver a casa lo hicieron con un botín en el equipaje. Grabaciones que serían la plataforma para trabajar su propia visión del blues. Y el modelo para un rock que perduraría por décadas.

 

La Ola Inglesa arrasó como un tsunami al desabrido pop estadounidense que se escuchaba por entonces. Los grupos armados con los sonidos del Merseybeat y beat londinense avasallaron al público con sus novedosas interpretaciones.

 

VIDEO: The Beatles – I Want To Hold Your Hand – Live Performed On…, YouTube (TheBeatlesVEVO)

 

 

 

 

LONTANANZA: CAN

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

LOS RECUERDOS DEL PORVENIR

 

Hacia mediados de los años sesenta, una nueva noción musical comenzó a cobrar forma. Dicha noción tuvo validez como generadora de una corriente que en nuestros días tiene nombre de género, rock progresivo, disparador de diversos estilos desde entonces.

 

Éste fue un concepto un tanto reduccionista y confuso en aquella época, cuya amplitud merece siempre ser matizada, ya que además de incluir al rock sinfónico, lo hacía también con el Sonido de Canterbury y el krautrock. Ideas diversas y bien separadas musicalmente.

 

En aquel tiempo la polifonía —base que regía el mundo sonoro académico— fue puesta en entredicho en su seno mismo, se denunciaron sus contradicciones y se expusieron nuevas rutas. Uno de los iniciadores del cambio en este sentido fue Iannis Xenaquis, quien a través de su teoría de la probabilidad y de la composición propuso en lugar de la polifonía un universo de masas sonoras. Nació así la música estocástica.

 

Al desarrollo de este nuevo campo contribuyeron con el tiempo Pierre Boulez, Tomás Marco y Karlheinz Stockhausen, entre otros. Un par de discípulos del último formaron, hacia el fin de los años sesenta del siglo pasado, un grupo precursor de la electrónica dentro del terreno del rock y lo denominaron Can.

 

Nombre y concepto se erigieron quizá en la piedra angular más importante de los prodigiosos siguientes años para el desarrollo de la música (1968- 1979). Tiempo en que la cultura rockera supo asimilar estas formas sonoras y crear una gran historiografía con sus diversidades.

 

Can contribuyó al big bang de tal universo de masas sonoras con los recursos de los elementos electrónicos, étnicos (exteriores a su país) y la primigenia idea del trance. En la música que sus miembros preconizaban hubo espacio para muchos géneros.

 

Lo hubo para las escalas del jazz, la world music, la música concreta y otras vanguardias sonoras; para la experimentación, la búsqueda y uso de una nueva instrumentación y, sobre todo, para el espíritu inquieto del rock. Fueron músicos que siempre le dieron su lugar a la música popular (emanada tanto de los centros culturales más preponderantes, así como de los excéntricos) que tenía influencias de las raíces, del blues, del rhythm and blues y del pop.

 

Bajo cada obra suya, ubicada hoy en el fértil campo electrónico del cual fueron precursores es notorio encontrar las huellas de esta actitud estética. Con ella pudieron abrir otros horizontes al laborar con tales materias primas, esenciales y reconocibles.

 

Con ella afianzaron en la historia del rock la aportación alemana. A la que el consenso mundial llamó “krautrock” que si en un principio fue un nombre tópico, con el tiempo adquirió el peso, la importancia real y trascendente que tal epíteto llevaba tras de sí.

 

La inquietud artística de estos músicos los condujo a saltarse las fronteras y a hacer exploraciones casi antropológicas por parcelas tan disímbolas como el tango, la rítmica afrocaribeña, jamaicana, la música africana, árabe o la sínfónica y el hard rock, por mencionar algunas).

 

Can fue el grupo de rock de vanguardia más longevo e imaginativo de Alemania, junto con Kraftwerk, y sus miembros (Irmin Schmidt, Holger Czukay, Michael Karoli, Jaki Liebezeit, Damo Suzuki, Malcolm Mooney,  entre otros) desempeñaron un papel crucial en el establecimiento del país germano como uno de los principales centros de producción de la música electrónica en los años setenta.

 

 

VIDEO: Can – Peperhouse 1971 (Tago Mago), YouTube (aleko jojua)

 

Con antecedentes como músicos de jazz y clásicos —el tecladista Schmidt y el bajista Czukay estudiaron, como ya señalé, con el compositor Stockhausen—, la aspiración de Can era producir música verdaderamente moderna basada en los componentes del rock, lo cual iba muy de acuerdo con el espíritu de la época en que se fundó, 1968.

 

Radicado en Colonia, el grupo grabó álbumes para las compañías Liberty y United Artists durante los siguientes años, entre ellos Tago Mago (1971, para muchos, incluyéndome a mí, su obra maestra, Ege Bamyasi (1972) y Future Days (1973), entre los más sobresalientes.

 

Todos se caracterizaron por el tratamiento electrónico dado a los instrumentos, así como por el uso de figuras rítmicas hipnóticas y repetitivas. Asimismo, Can tuvo mucha demanda para los soundtracks cinematográficos y, entre otros trabajos, le puso música a la película Deep End (1970) de Skolimowski.

 

Estos músicos que se cimentaron bajo una estética propia se movían con mucha soltura por los diferentes lares de la época, pero igualmente lo hicieron en el futuro. Transcurrieron por las corrientes y fueron protagonistas del cambio instrumental que se decantó hacia la electrónica (teclados digitales, cajas de ritmo, sampler, etcétera).

 

En 1974, Suzuki fue reemplazado por Malcolm Mooney, quien ya había tenido que ver con Can en un principio. Cantó en el disco Landed (1975), considerado el más intransigente del grupo, y que fue lanzado por el recién fundado sello Virgin.

 

Al año siguiente se orientaron más hacia el mainstream con la incorporación de los exmiembros de Traffic, Reebop Kwaku Baah (percusiones) y Rosko Gee (bajo), así como con el lanzamiento de algunos sencillos exitosos, “A Spectacle”, “I Want More” y su versión de “Noche de paz” y “El Cascanueces”.

 

Al finalizar la década de los setenta Can dejó de existir como grupo, mientras sus integrantes se dedicaban a proyectos como solistas (muchos de ellos aclamados álbumes, que sería largo enumerar). Fundaron su propia disquera, Spoon, para sacar estos trabajos, así como reediciones de los álbumes anteriores del grupo.

 

De cualquier modo, las remembranzas sobre Can no terminaron ahí. En 1997 varios músicos y DJ’s se juntaron para realizar el álbum Sacrilege, en donde la crema y nata del momento electrónico y de otras músicas de vanguardia hicieron su tributo a las canciones del tan legendario y prototípico grupo.

 

Can se anticipó por mucho a corrientes como la New Wave, el electro-pop, el techno y otras más. Debido a ello, algunos destacados nombres como Brian Eno, Carl Craig, West Bam, The Orb, A Guy Called Gerald, Sonic Youth, entre otros, se juntaron para otorgar un encanto muy propio y muy contemporáneo a piezas clásicas de Can como “Spoon”, “Vitamin C”, “Future Days” o “Father Cannot Yell”.

 

Hoy, lamentablemente ya han fallecido Holger Czukay, Michael Karoli, Jaki Liebezeit y Damo Suzuki. La vanguardia está de luto. Sin embargo, la inclinación oficial de los jóvenes innovadores musicales ante Can, los Grandes Mogoles de la innovación, sigue siendo la de emularlos: PIL, The Fall, Primal Screem, U.N.K.L.E,  LCD Soundsystem, Toy, Radiohead, están ahí para confirmarlo.

 

Lo siguen haciendo, a pesar de que el grupo no grabó ningún disco desde 1989 y de que su mejor momento se ubicó, como vimos, entre fines de los sesenta y los de los setenta. Lo que pasa es que Can estuvo siempre muy adelantado a su época. Desde el principio fue así y aún no podemos estar seguros de que el tiempo ya lo haya alcanzado.

 

VIDEO: CAN – Halleluhwah, YouTube (butternutguns)

 

 

 

 

JAZZ: BENNY CARTER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

Se apoderó del mercado. Para 1952 Norman Granz, el fundador de Verve Records, estaba grabando a los cuatro máximos saxofonistas del alto en el jazz:  Benny Carter, Johnny Hodges, Charlie Parker y Willie Smith.  «Rabbit» y «Bird» eran artistas exclusivos. 

 

Smith, el menos conocido en la actualidad, era el intérprete del sax alto más destacado en la serie extremadamente popular de Granz Jazz at the Philharmonic. Sorprendentemente, Benny Carter, el primero en conocer a Granz y el que por más tiempo trabajó con Norman de estos cuatro músicos, recibió menos publicidad que todos.

 

Dicha situación ha sido incrementada por la presentación hecha en Verve de «The King» (como se le conocía en el medio). Las grabaciones de estudio realizadas por Benny Carter en los años cincuenta fueron editadas en forma discontinua y breve. Lo que no se agotó en el acto nunca fue editado.

 

Este CD marca el inicio de una presentación más lógica de las grabaciones hechas por Benny Carter con Verve, a la vez que edita sus grabaciones más raras.  Benny Carter:  3, 4, 5 muestra a «The King» como intérprete, no como compositor, escaparate incrementado todavía por el tamaño pequeño de estos grupos.  El paquete progresa de las formaciones con trío a los cuartetos y luego a los quintetos.

 

La sesión con el trío tardó casi cuatro décadas en salir a la superficie. La gente empezó a dudar de su existencia. De existir una grabación de Benny Carter en un trío con Teddy Wilson y Papa Jo Jones, ¿por qué no se editaba aún?  ¿Qué salió mal?

 

No salió mal nada.  Reunir a este trío en particular de hecho fue una idea brillante.

 

En primer lugar, hay que examinar las relaciones y el entendimiento musical entre los músicos. Benny Carter y Teddy Wilson fueron colaboradores cercanos durante más de 50 años. Benny llevó a Teddy a Nueva York cuando éste tenía 21 años, para presentarlo con su big band. Luego trabajaron juntos en el famoso salón Savoy, con el grupo de Willie Bryant.

 

 

Los encuentros de Jo Jones con Benny Carter fueron menos numerosos, pero siempre hicieron historia, como en el mejor álbum de Carter, Further Definitions, o en el festival de jazz de Newport en 1972.

 

Por su parte, el cuarteto de Benny Carter fue editado por Verve primero como álbum pop, bajo el título Moonglow:  Love Songs by Benny Carter and His Orchestra. El suntuoso sonido de Carter en el alto ha convencido a las compañías disqueras desde hace 60 años de la posibilidad de lograr un hit masivo, pero esta sesión del cuarteto evidentemente pertenece al mainstream del jazz y es muy acertada la decisión de devolverlo al catálogo de jazz. El LP original omitía la pieza «This Can’t Be Love» aquí incluido.

 

Benny Carter escuchó al pianista Don Abney por primera vez en la costa oeste de la Unión Americana, al poco tiempo de establecerse Benny ahí en forma permanente en 1947. Esta fue su primera colaboración en el estudio. Más significativa fue su relación con George Duvivier, quien se convertiría en el bajista preferido de Carter hasta la muerte de aquél el 11 de julio de 1985. Y dos días después de esta grabación, Louis Bellson, el baterista, y Benny Carter tuvieron su legendaria sesión con Art Tatum.

 

En la sesión del quinteto, se observa la huella inconfundible de la supervisión personal de Norman Granz: una de sus grandes estrellas, Benny Carter, respaldado por el incomparable Oscar Peterson. De hecho, está presenta el trío original de Oscar Peterson, con la adición del baterista Bobby White.

 

VIDEO: Benny Carter – Somebody Loves Me, YouTube (A Trip Down Memory Lane)

 

 

 

 

BABEL XXI-743

Por SERGIO MONSALVO C.

 

BILL HALEY

UN COMETA CENTENARIO

 

 

 

 

 

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

 

 

https://www.babelxxi.com/743-bill-haley-un-cometa-centenario/

 

 

 

 

 

LIBROS: ELLAZZ (.WORLD) VOL. II

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

LA MUJER EN EL JAZZ*

 

Durante muchos años, las cualidades necesarias para adentrarse en el mundo del jazz se consideraron prerrogativas netamente masculinas. Entre ellas estaba una agresiva confianza en sí mismo, con la disposición a lucir e imponer la capacidad y potencia de interpretación en el escenario. Otra era la concentración exclusiva en la profesión, incluyendo ausencias frecuentes de casa y el derivado abandono de la familia.

 

A lo ya mencionado se agregaba la capacidad de moverse en ambientes difíciles y peligrosos, como lo eran los clubes nocturnos, infestados de vicios y administrados muchas veces por gángsters. Con frecuencia a las circunstancias mencionadas se sumaba la posibilidad de beber vastas cantidades de alcohol, ingerir drogas duras o las dos cosas juntas, según el caso, sin dejar de tocar de manera coherente hasta el amanecer del siguiente día.

 

En el pasado, una mujer decidida a formar parte de la comunidad de músicos y a no dejarse intimidar por dicho ambiente duro e impregnado de humo, en el que los compañeros de trabajo solían ser puros hombres, con frecuencia tenía que pagar el precio de su osadía, con costos tendentes a ponerla en su lugar, tales como la pérdida de su respetabilidad, la cual encabezaba la lista, además de la desaprobación social y familiar, y a veces ser relegada al ostracismo.

 

 

 

*Fragmento de la introducción al libro Ellazz (.World) Vol. II, publicado por la Editorial Doble A, y de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

 

 

 

 

Ellazz (.World) Vol. II

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz”

The Netherlands, 2020

 

 

Contenido

 

Jesse (Relato)

Esperanza Spalding

Hülsman-Lavergnac

India

June Tabor

Karrin Alyson

Lisa Bassenge

Lynn Arriale

Madeleine Peyroux

 

 

ON THE ROAD: PLATILLO FRÍO

Texto y fotos SERGIO MONSALVO C.

 

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(DELIRIO ISLANDÉS)

 

Me porté mal, debo admitirlo. Me venció, una vez más, esa tendencia de mi carácter a dejarme llevar por el perfume del aroma femenino. No hubo en mi compañera la certeza de que aquello se haya dado, pero sí la sospecha y eso a veces es mucho peor: la venganza se sirve, entonces, como plato frío. Bien frío, en este caso.

 

No puedo evitarlo, lo he intentado de verdad, así como “gustar de la naturaleza”, que sí está en el gusto de ella: soy un empedernido de los espacios urbanos concretos, del acero y del vidrio, de lo civilizado. Voy a contracorriente, de lo que actualmente se acostumbra, lo sé.

 

No me llaman la atención los escritos sobre los bosques o sobre los pájaros que pretenden enseñarme cómo contemplarlos y aprender de ellos. De hecho, desde mi temprana visión de tales cosas pongo a Los pájaros (de Hitchcock), y los ejemplos del cine de terror con la campiña de fondo, como mis parámetros. Mi ave preferida es el pollo rostizado y mi aprecio por la naturaleza se limita a un jardín con el pasto recortado.

 

Esto lo he dejado bien claro, siempre, Así que por ahí fui atrapado. Las siguientes vacaciones veraniegas serían en Islandia y recorreríamos en auto aquella tierra misteriosa y congelada, con apenas unos días en su capital y visitas a “toda maravilla natural” que se nos cruzara. Punto final del veredicto.

 

Me consolé pensando en las grabaciones raras que encontraría in situ sobre Björk, Sigur Rós o Gus Gus (quizá algún concierto); en la aplicación que hace de la tecnología de punta un país primermundista, en el acercamiento a un idioma tan extraño como el islandés, etcétera, cosas así.

 

La mayoría de vuelos desde Ámsterdam a Islandia llega de madrugada al Aeropuerto Internacional Keflavik, a 50 kilómetros (casi en línea recta) de Reykjavik. Sin duda, el verano es la mejor época para viajar ahí. La nocturnidad en esa isla remota, próxima al Círculo Polar Ártico, no es oscura sino azul grisácea, con esa tonalidad insospechada que inunda las regiones árticas cuando el sol se resiste a salir de escena.

 

Sin embargo, con el cansancio encima, cierto frío, el horizonte ignoto y la soledad inmensa frente a nosotros, decidimos alojarnos en un hotel cercano al aeropuerto y salir al día siguiente hacia la ciudad en algún autobús.

 

Tras un fantástico viaje diurno a través de un paisaje de ciencia ficción, este anonadado viajero llega por fin a Reykjavik. Toda aprensión se diluye entre los colores vivos de sus fachadas de puerto viejo, que contrastan con el ambiente de ciudad moderna, activa y joven, en la que vive la tercera parte de los habitantes de Islandia.

 

Mis limitados conocimientos acerca de este país (isla habitada por 333 mil habitantes y vinculada a Dinamarca hasta 1944) se remiten en este momento a cinco temas: al llamado “juego del siglo” de ajedrez entre Bobby Fischer y Boris Spassky, en 1972; a la cumbre política entre Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, en 1986, que precedió al fin de la Guerra Fría.

 

Asimismo, sé sobre la caída económica que sufrió durante la crisis global del 2008 y de su resurgimiento actual, hasta volverse a colocar como el tercer país más desarrollado del mundo.

 

Leí acerca de la erupción del volcán Eyjafjallajökull en el 2010, que lanzó una nube de ceniza que provocó el cierre del espacio aéreo de gran parte del continente europeo y, sobre todo, me complace saber y disfrutar de la existencia y obra de una artista de vanguardia, menuda, excéntrica y surgida de este frío, llamada Björk.

 

En el puñado de días que tengo permitidos en la ciudad como en los rebosantes restaurantes populares del puerto una serie de platillos de pescado y mariscos absolutamente deliciosos. Subo las escaleras de la torre de Hallgrímskirkja (una iglesia icónica) para admirar toda la urbe desde ahí. Paseo por los barrios que la componen, entro a los museos históricos y me empapo de la cultura vikinga. Camino y camino y saco cientos de fotos.

 

Me introduzco en el Centro Cultural Harpa, proyectado por el arquitecto Henning Larsen. Una gigantesca maravilla arquitectónica, multiusos, multicultural y multidisciplinaria. Salas de exposiciones, cinetecas diversas, galerías, restaurantes, escaleras, vidrieras, tiendas, auditorios de varios tamaños (asistí a dos conciertos), con una actividad delirante todos los días y con una vista esplendorosa hacia la bahía desde cualquiera de sus ángulos (en el invierno ha de ser un refugio de fábula).

 

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Vivo el gran ambiente que suele haber hasta muy entrada la madrugada en Laugavegur, la calle comercial y peatonal más famosa, con una vida nocturna electrizante, donde vibran los bares con las actuaciones de los grupos de música electrónica, indies, rock alternativo, metal o de pop.

 

VIDEO: Mammút – Salt, YouTube (Paulo Brandão)

 

Y me paso horas y horas en 12 Tónar, una tienda de discos. Tiene dos pisos, uno para la música extranjera, el superior, y otro para la exótica interior, abajo. Posee sillones para sentarte a escuchar con audífonos lo que desees, te puedes servir un té o un café o hacerle todas las preguntas pertinentes al paciente encargado, que incluso cuenta anécdotas muy graciosas sobre las andanzas de Björk por estas calles.

 

Ahí adquirí material de Samaris, Of Monsters and Men, Emiliana Torrini, Mammút, entre otros, y las antologías de la música indie islandesa, producidas por la misma tienda de discos bajo el sello Record Records, caramelos para los oídos.

 

Sin embargo aquello se acabó y tuve que emprender el viaje alrededor de la isla. Serían semanas recorriendo la carretera que la circunscribe, la N1. Rentamos un Jeep porque otra clase de auto no puede recorrer las rutas secundarias, ni los caminos aledaños.

 

Me armé de ropa para toda clase de climas, me aseguré de poner al tanto de todo nuestro periplo (destinos, teléfonos, etc.) a alguien conocido, de que lleváramos Google MAPS, bien cargada la web Trip Advisor, así como un confiable sitio para comprobar el clima y el agua suficiente para la jornada.

 

Rogué por llevar un equipo de supervivencia (herramientas, cuerdas, cintas, paraguas, linternas, pilas, botiquín con todo lo necesario, cargadores de repuesto para los teléfonos, algún artefacto solar de localización, en fin, todas esas cositas), pero sólo recibí sarcasmos al respecto.

 

No hay problema en darle la vuelta a la isla en coche, pero el asunto peliagudo radica en que a cada rato te encuentras, como dirían los poetas,  “con paisajes de la naturaleza que te cimbran el espíritu, te quitan la respiración y te enfrentan a la vida”. Tras lo cual quedas totalmente exprimido. Y eso a diario, mientras andes On the Road.

 

Todo tan magnífico como temible: lagunas glaciares, cataratas imposibles y ensordecedoras, baños de aguas termales surgidas del fondo de la tierra, volcanes y cráteres (grandes y chicos), cascadas gigantescas a las que cualquier adjetivo les queda pequeño, géiseres imprevisibles, acechantes manchas glaciares, montañas misteriosas, grietas y cuevas naturales, playas de oscura lava volcánica, campos geotermales, llanuras inmensas, acantilados tenebrosos, ricos parques nacionales, fiordos pictóricos y un largo etcétera geográfico, de nombres impronunciables.

 

Por eso, cuando este improbable viajero enfilaba por la rectilínea y larguísima carretera no sabía si se encontraba en Oniria, en un escenario montado por el cine de Sci-fi o dentro de las fotos de la revista National Geographic sobre algún planeta en formación.

 

Una luz brillante envuelve la quietud de interminables campos de lava. El terreno está como quebrado y parece un pastel de hojaldre quemado, y su ríspida superficie parece no conocer aún la evolución del reino vegetal. En lontananza se ven las fumarolas de vapor que emiten los lagos geotermales y las siluetas cónicas de volcanes dormidos y sus rocas oscuras.

 

Recorrer Islandia es “hacer jogging por los orígenes del planeta Tierra”, ha escrito alguno. Es como participar en streaming de la formación del suelo, del horizonte, de las llanuras, de los picos nevados y de los glaciares…; sentirse atónito viendo el principio del Tiempo, sin huella humana alguna. Es algo tan insólito como intimidante.

 

Y eso me llegó con todo su peso cuando tras horas de ir viendo el paisaje a través de la ventanilla y sin habernos cruzado con nadie más en todo el trayecto, me entró el pánico existencial. ¿Y si hubiera desaparecido ya toda civilización sin darnos cuenta? ¿Éramos los únicos sobrevivientes? Me sentí como personaje de un cuadro de Munch, como protagonista de una película de serie B, en la Dimensión Desconocida.

 

En esos momentos por fortuna apareció un lugar llamado Geysisstofa, de obligada visita por sus géiseres, con gasolinera, restaurante, tiendas varias y decenas de camiones turísticos, autos y gente (¡por fin!). Así como un magnífico brebaje caliente hecho a base de carne de reno y vegetales. Maravilloso y reconfortante, al igual que los whiskys que me tomé.

 

 Así transcurrieron los días, las semanas y los kilómetros. El asfalto y la piedra volcánica, los tres estados del agua en sus diferentes versiones, paseos en coches de pequeños caballos, frío, mar, acantilados, montañas, estupenda comida, hoteles acogedores, chimeneas, cuentos y leyendas de todo tipo, transbordadores, pequeñas islas y, finalmente,  Reykjavik de nueva cuenta.

 

Ahora estaba en aquella agradable ciudad de espacios abiertos y enormes avenidas, donde el aire impoluto se festeja en los pulmones y el centro urbano es un lago (el Tjörnin), rodeado por edificios del gobierno y del Museo Nacional de Arte.

 

Estoy acostado en el pasto de una plaza ubicada frente a ello (Austurvöllur), con el sol en la cara y animándome a caminar hasta el Centro Cultural para ver una exposición sobre David Bowie, mientras mi compañera va con un grupo, en una embarcación pesquera, con el objetivo de avistar ballenas. Finalmente fui exonerado.

 

VIDEO: Vök – Waterfall (Official Visual), YouTube (Vök)

 

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BLUES: GET UP! (CHARLIE MUSSELWHITE/BEN HARPER)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

Entre los muchos revivals a que de manera regular convida la industria disquera, el del blues es quizá el que tiene mayor sentido. La historia del rock y del jazz comenzó con el blues, al fin y al cabo. Sanear el ambiente desde la composición hasta las listas de éxitos, a fin de investigar en las raíces fundamentales de esta música, no es de ninguna forma una mala idea y sirve para informar y formar a las noveles oleadas de escuchas que tanto lo necesitan.

 

Con los álbumes realizados por Ben Harper y Charlie Musselwhite comenzó otra ola del movimiento bluesero. Sólo que ahora a la inversa y con un punto de vista diferente. El músico joven negro comparte créditos con el viejo bluesman blanco.

 

Charlie Musselwhite (nacido en Kosciusko, Mississippi, en 1944) es dueño de una enorme colección de armónicas, sin saber cuántas tiene en realidad. Su historia y posesión hace de los instrumentos joyería preciosa, o dagas afiladas. Son ambas cosas y tan intensas como brillantes y simbólicas. Son sus armas frente a la vida.

 

Este músico creció en Memphis, y obviamente se contagió del poderoso ritmo emergido de la Sun Records (cuna de Jerry Lee Lewis y de Elvis Presley). Sin embargo, fue en Chicago, con el sello Chess Records, meca del blues eléctrico, donde colaboró entre otros pioneros con Howlin’ Wolf, Muddy Waters, Buddy Guy y, sobre todo, con Sonny Boy Williamson, su influencia mayor en el instrumento.

 

Musselwhite es leyenda viva del blues por sí mismo, por su alargada carrera dentro del género, e igualmente por ser uno de esos compañeros de viaje musical con los que se puede cabalgar hacia el horizonte, porque son confiables plenamente, sin ambages. Estará ahí para cualquier cosa que se necesite y en el humor que se necesite.

 

Es un viejo sabio (80 años a cuestas con algunos achaques propios de ello), pero que con un espíritu joven que sabrá controlar cualquier situación y siempre tendrá un plan B o C o D, y que como el lobo del cuento: soplará y soplará y la casa derribará.

 

También en Chicago entabló amistad con John Lee Hooker, quien se encargó de presentarle al joven Ben Harper, sugiriéndoles desde ese momento que hicieran algo juntos.

 

 

Harper (nacido en Pomona, California, en 1969), ya había mostrado su voz aterciopelada y su gran habilidad instrumental en álbumes como Welcome to the Cruel World, Burn to Shine y Diamonds on the Inside, con las que se erigió, a fines de los años noventa y principios del siglo XXI, como un nuevo pilar del rhythm and blues al cual había mezclado con elementos del folk, del rock y del soul.

 

Musselwhite, a quien nunca le ha gustado la nostalgia y con cada disco apunta su valor de actualidad, aceptó la reunión y en dos obras (Get Up!, publicado en 2013, y No Mercy in this Land, del 2018) enseñaron que, además de constituirse en un binomio musical formidable, representaban la alianza y simbiosis del blues entre dos apasionados musicales de generaciones distintas.

 

Estos discos emanan tanto el blues de vieja escuela, el de aquellos discos de mediados del siglo pasado, pero igualmente el más contemporáneo del siglo XXI.  La mancuerna, pues, manifestó tener un pie en la tradición y otro en la actualidad.

 

Tras la colaboración con Harper, Musselwhite lo ha hecho también con otros músicos como Tom Waits, Eric Clapton o Bonnie Riatt.

 

Musselwhite, en las entrevistas que le han hecho, luego de estas publicaciones, se ha puesto a meditar sobre el género. Su veteranía le ha dado la posibilidad de asumirlo con una perspectiva histórica: “El blues es una comunidad, una filosofía vital que condujo los relatos de todo un país en construcción. Es un sentimiento y, como tal, es una música que se ha hecho universal. Nuestro propósito en estos discos se basa fundamentalmente en mantenernos fieles a ese propósito sentimental”, ha comentado el armoniquista, mientras que Harper ha sentenciado, por lo tanto, que en sus álbumes conjuntos “El blues es una celebración”, una que sin lugar a dudas festeja la continuación de su acontecer histórico.

 

VIDEO: Ben Harper & Charlie Musselwhite “Movin’ On” @ La Cigale – 17-04-2018, YouTube (indiegilles)