PLUS: ARTHUR RIMBAUD (ILUMINACIONES)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

La lectura precisa de la obra de Arthur Rimbaud (1854-1891) comenzó hasta la segunda mitad del siglo XX, gracias a la poesía beat y al surgimiento del rock and roll, con todos los cambios que ambas cosas formularon para la vida cotidiana: su gusto por los excesos y la errancia en la que quemó sus días como adolescente, con lo cual quiso con su ojo feroz enseñarle la vida al mundo.

 

A partir de la aparición del rock se acomodaron las cosas. La poesía rimbaudiana tardó más de medio siglo en rendir frutos concretos, palpables para el acontecer diario. Hoy, a 150 años de la aparición del libro de Las Iluminaiones, aquel adolescente maldito se lee tanto como se «escucha”.

 

En lo referente a su “escucha”, el rock —desde Elvis— ha aplicado sus visiones, actos y palabras a su historia consuetudinaria. El decálogo del poeta se aplica desde hace setenta años y perdurará por siempre en la memoria de la especie. La de Rimbaud es una lectura más que obligada para cualquier rockero, de la generación que sea. En él se encuentra su esencia.

 

Arthur Rimbaud, el adolescente ardenés un poco tosco que llega a la casa de Paul Verlaine en el mes de septiembre de 1871, es un poeta dueño ya de un dogma y un método. El dogma se llama Videncia; y el método es una «larga, inmensa y razonada desintegración de todos los sentidos» (según una carta enviada por él hacia el 15 de mayo de 1871). 

 

Rimbaud quiere ser poeta, un trabajador de ello. Su forma de hacerlo consiste en negarse a realizar cualquier labor ajena a la exploración metódica de la Videncia, la cual alcanzará más mediante la «disolución» y a través de una nueva especie de ascetismo. «Quiero ser poeta y trabajo en hacerme vidente».

 

La mencionada carta –llamada «del Vidente– define el programa de una poesía tendiente a la vez hacia la exploración de lo desconocido y los altos designios de una triunfal marcha hacia el progreso. Rimbaud condena con violencia al «sinnúmero de generaciones idiotas» de letrados y versificadores, porque no han presentido nunca la función vital y el papel activo de la poesía. El poeta, al decir de Rimbaud, es el que roba el fuego; su meta es la de arribar «a lo desconocido», a fin de traer a los demás hombres algunas chispas del fuego prohibido, pues el poeta se encuentra «a cargo de la humanidad». 

 

Siempre encontraremos, en el corazón de la obra y la personalidad del poeta francés, la dualidad esencial de la suprema fuerza anárquica y el más grande sentido del sistema. Visionario, indudable, pero un visionario sistemático y, por así decirlo, científico. El poeta es así el «El Supremo Sapiente».

 

Rimbaud cuenta (y en ello radica una de sus mayores originalidades) con un «método» para arribar a lo desconocido. El poeta debe «cultivar su alma», someterse a todas las experiencias posibles y liberar dentro de sí las facultades visionarias, de una manera consciente y «razonada». 

 

El primer medio para ello consiste en recurrir a las sustancias que hacen salir de las categorías del espacio y del tiempo. Sin embargo, el «método» del aprendiz de la videncia no se agota con ellas.  El ayuno, el trabajo nocturno (al cual Rimbaud se entrega hasta caer en un estado semejante a la ebriedad) y la disolución sexual son otros tantos medios.

 

Experiencias excesivas y peligrosas que pueden arrastrar al practicante más lejos de lo que al principio se imagina. Este entrenamiento para la Videncia duró más de un año, moldeando en forma decisiva el carácter y la visión poética de Rimbaud.

 

 

Cuando el joven poeta llega a París, lo embarga, pues, un desprecio casi íntegro hacia toda literatura existente; tiene la intención muy deliberada de desarrollar su experiencia vidente y muy pronto encontrará una oportunidad perfecta para «desintegrarse» de manera más profunda: burlándose de los valores morales consagrados y arrastrando a Paul Verlaine al «infierno». Rimbaud buscará en sus relaciones con él otra forma de «disolución». 

 

Este joven de 17 años restablecerá al poeta en sus funciones demiúrgicas, adjudicándole como finalidad no tanto la de descubrir un mundo sobrenatural, como la de crear otro mundo, de hacer «oler, palpar, escuchar sus invenciones», de adquirir un poder verdaderamente mágico.  En esto radica el gran sueño de Rimbaud y su suprema ilusión.

 

Fue un poeta genial, generador del simbolismo (fuente primordial del dadaísmo, surrealismo y decadentismo), el que utilizó por primera vez el verso libre, el que definió la estética moderna, el que certificó el viaje y la errancia para ser feliz. Rimbaud fue el que instauró la vestidura bohemia y el pelo largo, fue el primero en divertirse provocando. Aprendió a unir los sonidos de la naturaleza a las voces oscuras que oía dentro de sí y a manifestar esa sensación con el ritmo de unas palabras únicas y propias.

 

La experiencia esencial y central de la «iluminación» forma el punto de partida de todos los poemas en prosa de este poeta; quedó marcado por este esfuerzo desgarrador de ver «otra cosa», de «encontrar una lengua».

         

Entre más se analizan las Iluminaciones, más se hace patente que se trata de una colección de inspiraciones diversas, desligadas las unas de las otras.  Enseguida de piezas optimistas en las que brillan la alegría y la esperanza, hay otras sombrías y angustiadas; al lado de textos producto de aparentes alucinaciones, otros de carácter netamente descriptivo. 

 

Por esta circunstancia, es probable que los poemas daten de varias épocas. Algunos poemas de las Iluminaciones ciertamente reflejan recuerdos de viajes.  No obstante, lo que se repite con más frecuencia es la aplicación de una «fórmula», que sería el esfuerzo por presentar una visión «perturbadora» de la realidad, pretensión que responde a exigencias a la vez estéticas y metafísicas. No debemos olvidar que dedicó mucho tiempo a ese entrenamiento en el manejo de la alucinación; a desterrar de su espíritu los razonamientos lógicos, y a recobrar los «encantamientos» de la infancia.

 

Pasó relativamente pocos apuros para reencontrar esta actitud ante las cosas, propicia a todos los enervamientos, puesto que al fin y al cabo acababa de salir de la infancia y desde siempre se había rebelado contra las «nociones» aprendidas, los hábitos y las convenciones.

 

En caso de haber empleado un procedimiento específico para crear algunas prosas descriptivas de las Iluminaciones, éste no tuvo nada de arbitrario ni de artificial; sería más exacto hablar de «impresionismo», en el sentido dado a la palabra por Proust al afirmar que el esfuerzo consistía en «disolver este agregado de razonamientos que llamamos vista». 

 

Además, Rimbaud se negó a proporcionar a las sensaciones y a las asociaciones de ideas un orden lógico impuesto desde el exterior.  Respetó el brote tumultuoso del flujo mental, inventando de esta manera un nuevo lenguaje poético en el que lo concreto y lo abstracto son los aspectos intercambiables de una sola realidad.

 

La estética de Rimbaud tiende a librar al arte y al espíritu de las limitaciones impuestas tanto por el conceptualismo como por la realidad material; suprime las categorías del tiempo y del espacio, pasa por alto el principio de identidad, asocia los elementos más alejados entre sí y más contrarios, el mar y el cielo, lo concreto y lo abstracto. 

 

 

En este poeta, el caos no equivale a dispersión; su visión siempre posee un carácter vigorosamente activo y sintético. En el punto de partida de cada poema se encuentra, para retomar su propia expresión, el impulso creador; cada poema es un sueño intenso y rápido: exactamente una Iluminación.

 

Para los jóvenes de cualquier edad, el rock es un lenguaje heredado del poeta, que se utiliza tanto con miras a cortar con el ambiente particular, como para comunicarse. Con él se trata de perderse en el mundo…para encontrarse. El progresismo musical y lírico lo caracteriza: en la búsqueda por la diversidad formal (“el robo del fuego”) y su constante preocupación existencial por ello. ¿Hay algo más rimbaudiano que el rock? Él escribió “Yo soy Otro”, para que los rockeros pudieran decir: “Rimbaud es Nosotros”.

 

VIDEO: Van Morrison – Tore Down à la Rimbaud (Live at the Sydney Enterteinment Centre, 1985), YouTube (Van Morrison)

 

 

 

 

PRIMERA Y REVERSA: JULIETTE LEWIS (EL ROCK COMO TESTIGO)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Entre las divas del cine del siglo XX, Marlene Dietrich usó el canto cabaretil para proyectar su garganta profunda; Marilyn Monroe, lo hizo con el pop y la balada para darnos su visión agridulce del placer. Los comienzos del siglo XXI tuvieron a Juliette Lewis, por ejemplo, para proporcionarnos una imagen de rabieta con la vida cotidiana.

Actualmente, ella es una actriz de culto y tambien cantante. Pero el pop, el cabaret y la balada ya no son sus vías. Lo son los géneros del garage punk, el hard rock y el heavy soul-blues. Los tiempos son otros.

Juliette Lewis, nacida en Los Ángeles en 1973, con la entrada del nuevo siglo cambió de vida. Puso a Hollywood en segundo plano y se subió a un camión para recorrer el mundo con tipos sudorosos y el deseo de convertirse en estrella de rock. Y en eso sigue.

Tras cuatro discos de éxito entre los amantes del género duro (Hot Kiss, Speaking in My Language y Four on the Floor, con el grupo The Licks, y Terra Incognita, con The New Romantiques), la actriz de, por ejemplo, Scorsese en Cape Fear (una apetitosa adolescente en peligro), de Quentin Tarantino en From Dusk Till Dawn (de igual manera), de Husbands and Wives de Woody Allen (sensual universitaria que obsesiona a los hombres maduros), de Kalifornia o de Natural Born Killers… se ha convertido en lo que siempre quiso ser.

Y de ello mostró un antecedente en la película Strange Days (de Kathryn Bigelow), donde aparece como rockera apocalíptica. Juliette tiene una voz sexy. Grave, un poco afónica pero paralizadora. También unos ojos grandes y expresivos, dulces y peligrosos. Sobre el escenario emula sin problema el espíritu del rock alternativo más rabioso de hoy, el estilo directo y contundente de la new wave de los ochenta, el punk de los setenta y, sobre todo, esa manera de hacer las cosas a la hora de entender y tocar el rock and roll.

La música no es un capricho pasajero para ella, sino algo que lleva compaginando con el cine desde 2003 con la grabación de discos y giras internacionales (ha sido telonera de Prodigy y Foo Fighters, entre otros).

Su anterior grupo, The Licks, estuvo compuesto por Todd Morse en la guitarra, Jason Womack en el bajo y Ed Davis en la batería. Ellos le dieron apoyo a las actuaciones donde ella se convertía en un animal salvaje que saltaba, sudaba, escupía, provocaba…como una versión femenina de Iggy Pop.

Como líder de The New Romantiques, Terra Incognita fue su debut discográfico. Otro territorio, otra concepción. Guitarras más espesas, más blues, más soul, más oscuridad. Y un productor de renombre: Omar Rodríguez (de Mars Volta). Juliette está cargada de esa materia explosiva que es el rock y utiliza su cuerpo y voz para encender la llama.

VIDEO: Juliette Lewis ‘Any Way You Want’: Rock Revival Showroom Sessions, YouTube (Live Nation)

HITOS: THE VELVET UNDERGROUND (II)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

ELECTRIFICAR EL FUEGO

 

John Cale, que nació también en marzo de 1942 pero en Gales, había estudiado la viola clásica y el cello de manera oficial en el London’s Goldsmith’s College. Con la recomendación de ser un compositor talentoso viajó a los Estados Unidos en 1963 con la ayuda de la Beca Bernstein para conocer a John Cage —su principal influencia y con el cual participó en un recital de piano de 18 horas—y estudiar bajo los auspicios de Iannis Xenakis y Aaron Copland, ambos destacados representantes de la nueva música.

 

No obstante, estos modelos tuvieron que ceder muy pronto ante su estrecha relación con La Monte Young, el más extremista entre los compositores que en aquella época trabajaba en la escena artística del bajo Manhattan. Participó en su Dream Syndicate, donde electrifica su violín alto y aprende la disciplina.

 

Por igual formó parte del ensamble y performance de Young, The Theatre of Eternal Music, famoso por ejecutar piezas en las que el grupo alargaba —muchas veces por varias horas— un solo acorde amplificado hasta ensordecer. Young, uno de los inventores del género musical que en la actualidad se conoce como minimalismo, estaba obsesionado con el efecto hipnotizador de la repetición.

 

El rock, que con sus tres acordes resultaba igualmente minimalista, también giraba en torno a la repetición. El sofisticado y académico Cale nunca había oído hablar de Chuck Berry, pero a su manera muy personal, y extraña, sentía cierta afinidad con las fuerzas primitivas del rock al que con el tiempo daría varías vueltas de tuerca estilísticas.

 

También fue Cale quien llevó al percusionista de Young, Angus McLise, a integrarse al grupo de los Primitives. Como tales se presentaron en los clubes vanguardistas de Nueva York y grabaron la canción paródica de baile “The Ostrich” (Pickwick, 1965). Después de unos cuantos conciertos McLise viajó a la India (en 1979, a los 41 años murió en Nepal de una tuberculosis complicada por consumo de drogas). Para sustituirlo Reed y Cale llamaron a colaborar a una de sus primeras fans, una joven callada y no muy carismática, que a la luz más bien baja de los espectáculos de luz de aquel entonces solía confundirse con un muchacho.

 

Se llamaba Maureen “Moe” Tucker (Nueva York, 1944) y tocaba de pie frente a una batería armada de panderos y tapas de basureros. Aprendió a llevar el ritmo con los discos de Bo Diddley. Las crónicas oficiales de la banda con frecuencia le adjudican pocos méritos; sin embargo, en realidad su estilo escueto, sin adorno alguno, constituía un elemento clave del sonido del grupo —introdujo el jungle beat en la tragedia urbana—. A fin de mejorar sus magros ingresos con el grupo, Maureen siguió trabajando como taquimecanógrafa durante todo su tiempo que permaneció en él. Lo mismo que a la postre.

 

La lista de integrantes se completó con Sterling Morrison (otro neoyorkino nacido en 1942), ex trompetista devenido en guitarrista también vía Bo Diddley, quien conocía a Lou Reed de la universidad cuando tenía a la banda Pasha and the Prophets. Habia tocado anteriormente con los ya olvidados King Hatreds y admiraba a los Kinks, lo cual lo convertía en el músico más “convencional” del grupo. En realidad, era el encargado de la guitarra rítmica, pero con frecuencia se cambiaba al bajo cuando Cale, el bajista oficial, optaba por el teclado o por su viola eléctrica.

 

 

LECTURA DEL ORÁCULO

 

El grupo, tras el encuentro de Cale con el libro aquél, cambió su nombre por el de Velvet Underground, con el cual dio su primer concierto con ocasión de un baile preparatoriano en Nueva Jersey, en noviembre de 1965, y a lo largo de los meses subsiguientes supieron ganarse la aversión de casi todo el público, gracias a su filosofía de la “belleza de la fealdad”, la cual se expresaba principalmente a través de los textos de Reed, que rendían tributo a los lados sombríos de la vida metropolitana, así como de un sonido esquizofrénico que sin advertencia alguna pasaba de un rock de garage inocente y engañoso a un remolino apocalíptico de sonido.

 

Su primera contratación a largo plazo, en el Café Bizarre de Nueva York, fue cancelada cuando insistieron en tocar “Black Angel’s Death Song”, a pesar de recibir la petición muy clara de omitirla por parte del dueño. Aquella noche estaba presente el destacado artista, y cabeza del movimiento Pop, Andy Warhol, quien se llevó al grupo a su estudio conocido como The Factory y lo puso a tocar durante las presentaciones de su serie de películas Cinematique Uptight.

 

VIDEO: Velvet Underground – I’m waiting for the man (demo 1965), YouTube (TheHero)

 

 

 

 

RAMAJE DEL ROCK: ROCK DE GARAGE (2)

Por SERGIO MONSAVO C.

 

 

 

Después de la Guerra Civil en los Estados Unidos, en el derrotado Sur, los negros fueron contemplados como seres satánicos, libertinos, paganos, lujuriosos, anárquicos y violentos, descendientes de «salvajes africanos». Para los blancos los males de la vida negra eran más que evidentes en su música.

 

En medio de estas ideas y temores vivía el sureño blanco estadounidense promedio a mitad del siglo XX. Los conservadores negros, por su parte, trataban de contrarrestar el asunto portándose más cristianos que cualquiera otros y fundamentaban su vida en los dogmas bíblicos. Y ahí la música pagana estaba más que condenada.

 

Pensemos en las reacciones de los racistas blancos/conservadores negros cuando apareció en escena un ser inimaginable y al mismo tiempo omnipresente en sus peores pesadillas culturales: un esbelto negro (hijo de un severo ministro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día), amanerado en extremo, peinado con un gran copete crepé y fijado con spray, maquillado y pintados los ojos y los labios —que lucían un recortado bigotito—, vestido con traje de gran escote, pegado al cuerpo, con lentejuelas y calzado con zapatillas de cristal como Cenicienta.

 

Un ser que además tocaba el piano como si quisiera extraerle una confesión, acompañado por una banda de cómplices interpretando un jump blues salvaje, el más cabrón que se había escuchado jamás y expeliendo onomatopeyas como awopbopaloobopalopbamboom a todo pulmón, con una voz rasposa, potente, fuerte, demoledora, incendiaria y perorando que con ello comenzaba la construcción del Rock and Roll.

 

 

El conservadurismo agregó los tambores a dicho averno negro porque los ritmos ponían de relieve la libido primordial contra la que el hombre blanco había tratado de erigir la barrera de su cultura amenazada. El rock and roll nació con esta mitología sexual. Y Little Richard fue el arquitecto y profeta más bizarro en su diseño.

 

Sus cuatro argumentos fundamentales fueron: “Tutti Frutti”, “Long Tall Sally”, “Lucille” y “Good Golly Miss Molly”. Leyes sicalípticas talladas en vinil para la eternidad. La herencia para los garageros: la edad, la actitud, la fuerza, la estridencia y el sonido primario.

 

Eso había sido con respecto a Little Richard, pero ¿qué fue lo que atrajo también al gran auditorio adolescente hacia la música de otro de los jinetes apocalípticos del rock and roll llamado Chuck Berry? Inicialmente creó los primeros himnos dedicados a la nueva música en sencillo editados entre 1956 y 1960.

 

La temática adolescente fue convertida por Berry en protagonista: «School Day» expresó las frustraciones universales de los chavos sujetos a una educación obligatoria; asimismo recurrió al apunte autobiográfico para retratarse a sí mismo como héroe de sus propias historias, que llegaron a su climax totémico con “Johnny B. Goode”, una estrella del rock.

 

«Carol» y «Sweet Little Sixteen» ejemplificaron el amor adolescente. Así pues, enamoramientos, escarceos sexuales, iniciaciones vitales, enfrentamientos generacionales, rechazo a la educación escolarizada, así como la observación pormenorizada de la cultura automovilística, del baile, la comida, etcétera, que creaban y consumían los jóvenes fueron inscritas por él en la música. Y por si eso no fuera suficiente, inventó riffs, rítmicas, sonidos y poses características para el género desde entonces.

 

Todo este polvorín no podía pasarle desapercibido a las racistas fuerzas vivas y más reaccionarias de los Estados Unidos, las cuales aprovecharon los deslices de Berry para darle un escarmiento tras otro. Sus roces con la justicia fueron desde el comienzo parte de su leyenda y no terminarán hasta su muerte, pero tampoco el eco y las enseñanzas de su música, recordada con tributos permanentes generación tras generación.

 

Sin embargo, y aunque la mayoría de esos primeros temas no fueron éxitos comerciales, ejercieron una enorme influencia en el campo musical. Según lo demostraría la siguiente década (la de los sesenta), la obra de Berry fue estudiada ávidamente por los jóvenes músicos de ambos lados del Atlántico.

 

El surf y la ola inglesa hicieron versiones de su música y desde entonces no hay grupo garagero que no haga cóvers de Little Richard y Chuck Berry.

 

VIDEO: Little Richard – Tutti Frutti (1956) – HD, YouTube (the rockabillie)

 

 

 

 

BABEL XXI-722

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

THE ROLLING STONES

(MEJORES DISCOS – II)

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/722-the-rolling-stones-mejores-discos-ii/

BABEL XXI – SINOPSIS (144)*

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

(716-720)

 

 

BXXI-716 RUST

 

Cabe suponer que el éxito del world beat -en que se mueve Rust– se basó en el deseo de entregarse a la fuerza de ritmos imperiosos creados por los pueblos extrarradiales de los históricos centros de la cultura. Ritmos que reflejaban los momentos en que el propósito de la música era el de alentar, encantar y hechizar. Hoy, ese dúo ha podido confirmar la suposición, pero también asombrarse ante el alcance que ha tenido la proyección musical y las distintas diásporas étnicas y su disolución en diversos géneros. Esfuerzos serios como el suyo por dar a conocer la música árabe en su búsqueda por conectar con el resto del mundo, con su tiempo y espacio, y por su propia ruta, para recordar y paliar su entorno. Se trata de un esfuerzo legítimo.

 

VIDEO: Rust – Sibouni (Official Video), YouTube (Rust Duo)

 

 

 

BXXI-717 ROLLING STONES (I)

 

Los álbumes que Mick Jagger traía bajo el brazo cuando en octubre de 1960 volvió a ver en el andén de Dartford a su compañero de infancia Keith Richards, según cuenta la leyenda eran importaciones de Chess Records, de Chuck Berry, Muddy Waters y Little Walter, nombres que delimitan con exactitud el sitio musical en el que el dúo compuesto por Jagger y Richards inició su trabajo conjunto. Mientras a Mick le encantaba el blues auténtico de Chicago, Keith sentía una atracción especial por Chuck Berry. No obstante, el “delta” de Dartford no se ubicaba en el Mississippi sino a orillas del Támesis, donde a comienzos de los sesenta se escuchaban intentos aislados de adaptar el rock and roll original para el Reino Unido.

 

VIDEO: The Rolling Stones – 1964 BBC Sessions, YouTube (Nordman94)

 

 

BXXI-718 MADELEINE PEYROUX (REMAKE)

 

Huir de una familia rota, del fracaso familiar, para conocer el mundo: Nueva York, París… los centros de la cultura contemporánea. De esta manera Madeleine Peyroux aprendió que lo peor que le puede pasar a uno cuando emigra es conocerse a sí mismo. Ella lo hizo. Descubrió su lugar en la vida dentro de la música. Y lo hizo al contemplar las manifestaciones callejeras. Supo entonces que el canto era su instrumento y la acera su escenario, uno que le proporcionó principios y objetivos para existir. Mismos que ahora plasma en sus discos, con emociones semejantes, con la finalidad poética de proporcionarle a la gente unos momentos de belleza y, ¿por qué no?, también de reflexión.

 

VIDEO SUGERIDO: Madeleine Peyroux – I’m All Right, YouTube (nshields)

 

 

BXXI-719 EVANGELIO DEL DESPRECIO (I)

 

El rock al que nada de lo humano le es ajeno, ha tomado a Gustave Flaubert como un rockero honorífico, que le ha aportado al género concepto y disciplina; la palabra y su aplicación correcta, para cumplir con una de sus funciones: trasmitir las sensaciones, emociones y sentimientos, y las formas de vivir y sus crisis, producto de la época, tal como lo hicieron en su momento los griots y los bardos, tan necesarios siempre. En las mejores canciones de sus repertorios se escuchan las palabras y las observaciones precisas, que han sido seleccionadas desde el arribo de la poesía y la literatura a partir de los años sesenta, herramientas justas para alejarse de la vulgar tiranía de la corrección política y de los lugares comunes.

 

VIDEO: Radiohead – Idioteque (Glastonbury 2003), YouTube (Zedetnik)

 

 

BXXI-720 EL EVANGELIO DEL DESPRECIO (II)

 

El sesgo de la corrección política (a la que previó Gustave Flaubert) actualmente se ha acentuado en lo que se refiere a la cultura. Ahí se da vuelo el kitsch de tal conducta, inspirada en su apabullante y huera algoritmia computarizada; en la estética de la última película o serie de género o racial y sus sagas promocionales y panfletarias (que utilizan los términos: inclusión-exclusión, cuotas genéricas, empoderamiento, apropiación y cancelación cultural, supresión o el perfil apropiado, por ejemplo, para que cuadren con los likes tribales necesarios). Las alas más patidifusas de todas las sociedades atacan a la cultura censurando, cancelando y recortando (exposiciones, películas, libros, canciones o a los artistas mismos).

 

VIDEO: Good Girls Don’t by THE KNACK, YouTube (KnackFan)

 

 

*BABEL XXI

Un programa de:

Sergio Monsalvo C.

Equipo de Producción: Pita Cortés,

Hugo Enrique Sánchez y

Roberto Hernández C.

Horario de trasmisión:

Todos los martes a las 18:00 hrs.

Por el 1060 de AM

96.5 de FM

Online por Spotify

Radio Educación,

Ciudad de México

Página Online:

http://www.babelxxi.com/

 

 

LONTANANZA: HORACE X

Por SERGIO MONSALVO C.

 

ELECTRIZAR LO COSMOPOLITA

 

 

Horace X: ¿Qué es? Un argumento contundente de la música contemporánea, de hoy mismo, del siglo XXI, que proviene de la Gran Bretaña, que se concreta en una banda con ese nombre y cuya misión artística es proyectar su estética en uno de los sonidos del cosmopolitismo: ese objetivo tan cercano, como tan caro, y difícil de alcanzar cuando no se cuenta con los elementos culturales suficientes para conseguirlo.

 

¿Y cuáles son estos elementos? En primer lugar: la actitud. Sin ella nada es posible. En segunda instancia la voluntad por el conocimiento del Otro, de lo ajeno, de lo extraño, sin prejuicios. Asimismo, la práctica de ese término hipermoderno al que llamaré inclusivismo, es decir, lo opuesto a la exclusión. Igualmente, está la incuestionable fe en la fusión para lograr el desarrollo artístico; lo mismo que la investigación y estudio tanto de la tradición de la que es producto o reacción.

 

Horace X reúne todo ello y lo riega con un brebaje de High Energy, sin efectos secundarios que lamentar. Hecho a base de un reggae de alto voltaje, lejos de las raíces místicas y adherido a la alegría carnal, a la que se llega tras las huellas de la ruta celta, por un lado; por la de los vientos de la épica balcánica, por otro, y por las de las voces furibundas del Medio Oriente desértico o del hip hop de la Urbe, así, en general, o del soul, del rock, del ska o de lo que sea.

 

Pero en tal odisea hay que hacerse acompañar por camaradas musculosos de alientos jazzísticos, de cánticos ragas, del devastador drum’n’bass y de los ondulantes dance beats que se coaliguen a velocidades inverosímiles en una mezcla –un tanto maniaca y fulminante– de lo orgánico y lo digital, lo vivo y lo secuenciado, lo trad y lo trendy en sonoridades arropadas en una luz negra que hace de sus presentaciones fluorescentes un episodio sensorial único: world beat del siglo XXI.

 

¿Y cómo Horace X consiguió crearse? Reuniendo dentro de sí a la diversidad. Esa rara avis que crece de manera silvestre en los mejores asfaltos citadinos, como los de Londres, por ejemplo. Esto es: acudiendo a  Hazel Fairbairn para que tocara las cuerdas de los fiddles, como lo hacen los bravos irlandeses cuando están excitados; a Poor White Trash y Simon Twitchin en la voz (más callejeros imposible).

 

Pero también, a Terminator Bones, y su garganta del reggae a la vieja usanza, como cuando eran comunes los combates contra los skinheads antes o después de un concierto para apoyar a los inmigrantes caribeños, o lanzar diatribas como MC contra los neonazis en algún club local.

 

A la convocatoria acudió por igual Peter Newman con su ramillete de saxes y clarinetes, para aportar su funk empapado intensamente en el Balkan beat y el Gypsy punk; a Jenny Hopkins para tirar esa tensa y voluptuosa línea de bajo que envidiaría el mismísimo Miles Davis, y a Mark Russell, de origen sudanés, corazón rockero y vida nómada, para aportar todo lo demás (composición, percusiones, batería, órgano, programaciones y producción).

 

 

Y atraer invitados regulares como Cathy Coombs, para que aporte ese toque de poder del soul à la Stax; o Neil Byer y su guitarra rockera de acentos psicodélicos franciscanos, viajados y asimilados; o Jenny Tabeska y su midi sax tan de los ochenta. En fin, un conglomerado como “los doce del patíbulo”.

 

Así, esta banda británica se fundó en 1993, pero tuvieron que  transcurrir un par de años antes de que su propuesta musical se materializara en un disco, Chant Down Babylon, el debut de 1995, que estuvo nominado para los Premios Mercury. Un reconocimiento para la gran pulsión de la sección rítmica, tanto como para los pasajes de jazz-funk progresivo y orquestación digitalizada.

 

Sus álbumes, a partir de entonces, han hablado por la organización, por el colectivo que conforman en busca de una estética común que encaje en el hipermodernismo. Un trabajo artístico compacto, fresco e invitante, que con el pretexto del baile, hacen del East-West style, esa salpicadura rítmica de los sonidos orientales y occidentales, con rap, reggae, swing, jazz de fusión y sampleos de house, un ejemplo de cosmopolitismo, en el caldo globalizado.

 

Sin embargo, su estética habla de más cosas. Como la confirmación de que

cada artista (o congregación de ellos) construye su propia tradición sin obedecer más límites que los de sus capacidades personales o combinadas, sus afinidades o sus azares de identidad y, además, de que se puede ser discípulo de autores que han actuado en diversos estilos, pero que, hay secretos de la expresión que tal vez solo puede aprender en el suyo, el propio.

 

Aquí cabe traer a colación al maestro Jorge Luis Borges, quien definió muy bien eso de que quizá no haya originalidad más radical que la que se levanta con la inspiración de materiales ajenos y anteriores a uno. Él mismo, en Pierre Menard, fue quien primero resaltó esa condición y convirtió en paradoja irónica una idea del poeta T. S. Eliot, quien conjeturó que “un autor influye a sus antecesores, porque nos fuerza a mirarlos a través del ejemplo que él ha establecido”.

 

De este modo: “Kafka influye a Herman Melville –dice el escritor argentino–, porque no podemos leer Bartleby sin pensar de inmediato en las fábulas de Kafka, sin convertir de algún modo esa novela en una de ellas”, por ejemplo. A Borges sin duda le hubiera halagado saber que algunos reconocemos sus teorías en el arte sonoro de la actualidad.

 

No se puede ser contemporáneo sin una tradición. Cada exponente, más o menos, va eligiendo la suya, sobre todo en corrientes tan sobresaltadas como las del world beat, en las que el diálogo entre las generaciones es muy importante y no se interrumpe ni a pesar de la constante intervención del mainstream para saquear sus arcas, llevarlo a la dispersión o a la directa abducción de zonas enteras del pasado, para beneficios comerciales.

 

Una tradición no son sólo nombres de grupos o autores que flotan en el aire y que ejercen su influencia igual que se dispersa el polen de una planta: lo son igualmente los títulos de discos claves, volúmenes tan públicos como raros y canciones tangibles, que se transforman en fonotecas en las que se custodian sus aportaciones, son anaqueles que despiertan la atención y la codicia de los músicos investigadores y estudiosos.

 

Como en el caso de Horace X, cuya influencia borgiana lleva a antecesores tan dispares en tiempo, espacio y género como The Bad Manners, Le Tètes Brulès, Sly & The Family Stone, Taraf de Haïdouks, Osibisa, Gogol Bordello, Dirty Dozen Brass Band, The Specials, The Bhundu Boys o Transglobal Underground Dub Foundation, entre otros. Una dispersión de bagaje que no es tal y sí una gran fuente rizomática de acuerdo con los tiempos que corren.

 

VIDEO: Horace X – Skin, filmed at Workhouse Festival 2006, YouTube (HoraceX)

 

 

 

 

JAZZ: DJANGO BATES

Por SERGIO MONSALVO C.

 

Django Bates (nacido el 2 de octubre de 1960) no sólo ha asombrado a sus escuchas por tocar la trompeta ocasionalmente, aunque en realidad sea hombre de los teclados.

Ya sea como compositor de casa de los Loose Tubes (esta big band se convirtió en la leyenda del jazz inglés de los años ochenta), en colaboración con el baterista Bill Bruford (de Yes) en el grupo de éste, Earthworks, o en las aventuras a las que se ha metido al ingresar al estudio con extremistas musicales como Hank Roberts, que desprecian las fronteras entre los estilos, Bates siempre ha jugado con todos los géneros y clichés de manera soberana.

Después de cuatro años sin presentar un álbum propio, se desquitó con este disco, Delightful Precipice. Y eso a pesar del desplazamiento constante entre las formas del cuarteto (Human Chain) y de la big band (Delightful Precipice).

Como introducción sirven unos probados trucos cirqueros y una marcha estrambótica. A continuación, la trompeta se eleva sobre unos riffs hipnóticos y evoca a Chris McGregor en «Säd Afrika».

En «Three Architects Called Gabrielle», por el contrario, el funk y el noise se casan de un modo sumamente extraño.  Y «Queen of Puddings», un apocalipsis orquestal valseado, proporciona un trago tan fuerte como la combinación de la irónica «Nights at the Circus» y la pesada «Discovering Metal».

Por otra parte, Django también ofrece momentos íntimos. La balada «Little Petherick», por ejemplo, con el sintetizador sutilísimo, o el delicado solo de piano en «Hypen».

Es cosa sabida que Bates apoya el lucimiento del saxofón de su alter ego Iain Bellamy.  Pero también los 19 músicos de Precipice suenan como si los uniera el gusto por los ataques al purismo y el mainstream:  un caos productivo.

VIDEO: A FLG Maurepas upload – Django Bates, YouTube (FGL Maurepas)

IMAGO: EVIDENCE (4)

Por SERGIO MONSALVO C.

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