HITOS: THE VELVET UNDERGROUND (III)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

En un principio el estudio de Warhol se había instalado en una estación de bomberos, pero en 1963 se cambió a un loft en el 231 East 47th Street, cerca de Grand Central Station. Decorado por Billy Name, el lugar se llamaría The Factory. Una fábrica que se convertiría en un sitio mítico.

 

El Velvet Underground se instaló ahí a comienzos de 1966, en medio de los demás “abonados” (pintores, cineastas, fotógrafos, bailarines, actores, groupies…) En ese lugar no era raro encontrarse con Bob Dylan, Tennessee Williams, Allen Ginsberg o Brian Jones. Posteriormente la Factory cambiaría de domicilio en varias ocasiones (33 Union Square, 860 Broadway, 32nd Street y Madison Avenue).

 

Warhol se convirtió en el mánager del grupo (sin tener ninguna experiencia) y planeó una gira por los Estados Unidos y Canadá —salario por una jornada: 5 dólares por cabeza— con su show multimedia. Para este fin amplió al grupo incorporándole a la modelo, cantante y actriz Nico.

 

Ella había nacido un 16 de octubre en Berlín (aunque también se cita Budapest o Colonia) en el año 1938 (1942 o 1944, según). Siempre tuvo mucho cuidado en ocultar su edad, pero todos parecen estar de acuerdo en que su verdadero nombre era Christa Päffgen, hija de padre yugoslavo y madre española, que fue educada en Alemania, Francia e Italia y hablaba siete idiomas.

 

A comienzos de los años sesenta trabajaba como modelo en París, donde fue contratada para aparecer en el programa Ready, Steady, Go de la cadena británica BBC. Después estudió para actriz y cantante en el Lee Strasberg Method Studios. De vacaciones en Roma conoció a algunos actores de la floreciente escena italiana, quienes la recomendaron para un papel incidental en la película La dolce vita de Federico Fellini.

 

Tuvo su primer acercamiento a la música debido a una relación romántica con Brian Jones, quien la conoció en el club neoyorkino The Blue Angel Lounge. Jones le presentó al mánager de los Rolling Stones, Andrew Loog Oldham, quien la contrató para la etiqueta Immediate, y a Jimmy Page, para que le produjera su primer Extended Play con los temas “The Last Mile” y “I’m Not Saying”. (Por otro lado, Bob Dylan, según dicen los rumores, escribió para ella la canción “I’ll Keep It with Mine”.)

 

 

LA VENUS FATAL

En 1965 Nico viajó a los Estados Unidos como parte del cortejo de los Stones. Ahí conoció a Andy Warhol y desde ese momento entró a formar parte del inventario de su estudio, la Factory. Warhol le dio un papel en su película Chelsea Girls y la juntó con el Velvet Underground. No resultó fácil persuadir a los integrantes de tocar con Nico. En primer lugar, ella en realidad quería un grupo que la acompañara, para cantar todas las canciones. El Velvet, con sus múltiples talentos, no tenía ningún interés en ser un grupo de respaldo.

 

Además, algunas de sus mejores canciones, como “Heroin” y “Waiting for My Man”, no eran tan adecuadas para la voz de Nico como para la de Lou. Sin embargo, todo mundo estaba ansioso por hacer algo y Warhol se encontraba en situación de ofrecerles la posibilidad de volverse famosos con un disco, de modo que todos accedieron a la propuesta de dejar que Nico ejecutara algunos temas y se quedara en el escenario, dedicada a verse bella, cuando no estuviera cantando.

 

Entonces Andy convenció a Lou de escribir unas canciones nuevas, como “All Tomorrow’s Parties” y “Femme Fatale”, específicamente para ella. A Warhol le gustaba su manera de interpretar las canciones de Lou. En su opinión, el acento alemán otorgaba a los textos una pizca más de decadencia.

 

De tal forma, el grupo salió de viaje. De súbito, aquella pandilla warholiana pareció invadir la calle: ésta tomó el aspecto de un lupanar. La marea subterránea restituyó al orden del día todo lo relegado al olvido durante los años anteriores, desde Lana Turner hasta los tacones de aguja, del vibrador a las películas de la Dietrich.

 

El grupo tocaba dando la espalda al público y se esforzaba por manipular el feedback que emanaba de los amplificadores. En las paredes parpadeaban imágenes cinematográficas, Nico entonaba su espectral tema “Moon Goddess”, desprovista de todo sentimiento, los bailarines se retorcían entre crucifijos de madera y el destello de látigos para acompañar las fantasías sadomasoquistas de la pieza “Venus in Furs” de Reed (“Shiny, shiny, shiny boots of leather/whiplash girlchild in the dark”).

 

El espectáculo gozó de éxito y desencadenó el escándalo al mismo tiempo y los críticos se dividían en dos bandos. Quienes se identificaban con la estética de la cultura chatarra cultivada por Warhol celebraban el hecho de que las flores del mal alcanzaran su plenitud con el Exploding Plastic Inevitable.

 

Desde otro punto de vista, el proyecto no era más que el histrionismo forzado de la escena neoyorkina, en su forma más calculada y repugnante. Ralph J. Gleason del San Francisco Chronicle, uno de los evangelistas estadounidenses del rock, apasionado adalid de Grateful Dead, Jefferson Airplane, Quicksilver y de la psicodelia soleada de la Costa Oeste de la Unión Americana, odió el espectáculo de Warhol: “Las parejitas de hippies de San Francisco que fueron a la presentación huyeron a montones, incrédulos ante tal estulticia. (…) Un concepto tan falto de sentido como sólo pudo producirlo Greenwich Village (…) La música enerva, Velvet Underground es un grupo menorksilver y de la psicodelia solada de la costa oeste en…”, y así sucesivamente.

 

VIDEO: Velvet Underground, Live At Warhol’s Factory, The Symphony Of Sound, YouTube (MindsilMediaHome)

 

 

 

 

RAMAJE DEL ROCK: ROCK DE GARAGE (III)

Por SERGIO MONSAVO C.

 

 

El más importante representante de la escuela rocanrolera de estilo texano que influyó en el rock de garage fue Buddy Holly, originario de Lubbock, nacido en 1936. Holly trabajó con un grupo que más tarde llegaría a conocerse como los Crickets. En agosto de 1957 grabaron cuatro temas por doce dólares, entre ellas “That’ll Be the Day” que llegó a la cumbre de las listas de popularidad del Billboard. El sonido del grupo se erigió en ejemplo de economía, dinamismo y prototipo de una fórmula instrumental que sería utilizada en todo el mundo rockero a partir de entonces: el cuarteto.

Musicalmente el grupo emitía un sonido limpio y sólido muy de acuerdo a las características vocales de Holly. El énfasis necesario era puesto por el baterista y la guitarra rítmica hacía gala de síncopas que hablaban mucho del contacto con la música fronteriza. “Peggy Sue”, su grabación siguiente de 1958, introdujo a Holly firmemente en la escena rocanrolera. Su estilo se asemejaba más al de Bo Diddley, que influyó en sus composiciones, que al rockabilly del cual partió dejando excelentes muestras, y derivaba más al swing del Oeste que al country de Nashville.

En “Oh Boy” los acordes resonantes de una guitarra eléctrica con amplificador se encimaban unos a otros como las vibraciones de un platillo. El fluido ritmo tenía un impulso latino, más que un ritmo duro. Era ni más ni menos que el sonido Tex-mex matizado con las vibraciones metálicas de fuertes resonancias (Buddy Holly fue pionero en la fusión del rock con este ritmo).

Holly cantaba con una voz nasal y alta a la manera de Hank Williams, llena de hipo, sílabas alargadas y una sensación de nerviosa excitación que parecía casi ajena a la balada. Lo importante era la agitación, la tensión, la energía de sus interpretaciones. En este punto se manifestó la línea divisoria entre las eras de la gran balada (big ballad, al estilo Sinatra y demás) y el gran beat (big beat). Desde entonces para el cantante de rock and roll, la canción ya no fue un medio sino un trampolín. No interpretaba, sino creaba un estilo, una nueva estética.

Otra aportación grande y definitiva fue la de los méxico-estadounidenses, desde Ritchie Valens (cuyo verdadero nombre era Richard Steven Valenzuela), quien nació en la zona del Este de Los Ángeles, en el barrio de Pocoima, de padres mexicanos. Contaba en 1958 con 17 años cuando se erigió en pionero del rock and roll. Para los seguidores del garage vayan dos anécdotas: él mismo construyó su guitarra eléctrica con materiales de desecho; y grabó en el sótano de la casa de su productor con una grabadora portátil Ampex 6012 de dos canales y un par de micrófonos Telefunken U-87, lo que le dio ese sonido tan Lo-Fi. Y sería con “La Bamba”, una canción tradicional mexicana, con la cual se haría de fama y un gran número de seguidores.

En 1958 fue que grabó también piezas como “Come On Let’s Go” y la balada “Donna”. Valens y Buddy Holly habían surgido de un estilo similar, pero Ritchie acentuó más los matices mexicanos de su música. Estaba contribuyendo a sentar las bases de lo que se conocería á la postre como rock chicano. Lamentablemente, la noche del 2 de febrero de 1959 ambos se mataron en un avionazo. Buddy Holly (con 22 años) y Ritchie Valens (con 17). Su muerte los convirtió en una leyenda y en precursores de corrientes musicales que otros se encargarían de continuar y fortalecer.

El éxito del malogrado Valens representó un fuerte impulso para los chicanos que aspiraban a ser rocanroleros. A comienzos de los años sesenta, tras la llegada de la Ola Inglesa, los grupos se formaban por todas partes, en los garages familiares, dando con ello inicio a una edad de oro al este de Los Ángeles y otras zonas del Sur estadounidense. Así surgieron por ahí The Champs y su ejemplar rock instrumental de fusión con “Tequila”.

También estuvo Chris Montez, con la influencia directa de Ritchie Valens y el rock and roll, que en 1962 llegó al número 1 del Hit Parade con “Let’s Dance”. Los Beatles le sirvieron de teloneros durante su primera gira por Inglaterra y grabarían el tema unos meses después

Pero quizá el grupo chicano más importante de los sesenta fue ? And The Mystirians que históricamente se erigió en la primera banda de punk rock y también el primer grupo latino en alcanzar audiencia masiva como tal.

VIDEO: Question Mark and The Mysterians – 96 Tears, YouTube (60’s70’sVintageRock)

BABEL XXI-726

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

THE ROLLING STONES

(MEJORES ÁLBUMES – III)

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://www.babelxxi.com/726-the-rolling-stones-mejores-albumes-iii/

LONTANANZA: DENGUE FEVER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

RESCATAR UN TIEMPO OLVIDADO

 

Tras la caída del gobierno de los jemeres rojos y las alternancias políticas subsecuentes pasó al olvido la época del rock de garage local y sus hacedores, hasta que ya abierta la internacionalización de la economía y la perspectiva de Camboya para superar la pobreza, hicieron que el país se volviera destino turístico.

 

Así llegó al lugar Ethan Holzman y un amigo suyo, como practicantes del surfismo, jóvenes del sur de California (Silver Lake, Los Ángeles) aficionados al sonido de la naturaleza que buscaban el contacto con los elementos y su música: el rugido de los animales salvajes y el murmullo del océano, como los surfers clásicos.

 

En eso estaban cuando el amigo contrajo el virus del Dengue por un piquete de mosquito. Durante el trayecto que los llevaba al hospital el taxista iba escuchando una música que impactó a Ethan de inmediato (al fin y al cabo era músico, tocaba el órgano Farfisa). Era rock camboyano, del cual quedó prendado. Así que al regresar a su terruño lo hizo cargado de un costal de cassettes con tal música.

 

Fue de inmediato a ver a su hermano Zac (quien trabajaba de medio tiempo en una tienda de discos; el otro lo dedicaba a su banda Dieselhed de alt-country, como vocalista y guitarrista) para que escuchara aquellas maravillas grabadas en lo-fi. Incluyendo la compilación Cambodian Rocks que hizo la compañía Parallel World (en la que se usaron como base cassettes comprados por un turista durante un viaje a Camboya. No tenía información sobre los cantantes ni nombres de los temas, pero se convirtió en objeto de culto).

 

Tras la escucha decidieron fundar un grupo que recordara el momento del encuentro (de ahí el nombre) y que evocara aquello. Una misión de rescate de un tiempo perdido y olvidado. Llamaron para unírseles al bajista Senon Williams (ex Radar Brothers), al baterista Paul Smith y al saxofonista David Ralicke (quien ha tocado con Beck, Ozomatli y Brazzaville), y se dieron a la búsqueda de una cantante que interpretara los oldies camboyanos.

 

La descubrieron en el club Dragon House de la zona de Long Beach a la que se conoce como “Little Phnom Penh”, por ser el barrio donde trabajan y residen la mayoría de los inmigrantes camboyanos en la Unión Americana (alrededor de 180 mil). Su nombre Chhom Nimol, descendiente y parte de una familia con tal tradición musical. La convencieron del proyecto y se pusieron manos a la obra. 

 

“La asimilación no significa que dejes atrás tu herencia. Simplemente significa que tienes una forma distinta de expresarla. Puedes crear nuevas tradiciones, y tus tradiciones se añadirán a la cultura en general. O como en los Estados Unidos, donde nuestras culturas se han unido”, comentó la cantante en su momento.

 

Desde entonces han editado seis discos: Dengue Fever (2003), Escape from Dragon House (2005), Venus On Earth (2008 y del que la compañía de Peter Gabriel, Real Wolrd Records se encargó de distribuir), In the Ley Lines (2009), Cannibal Courtship (2011), y The Deepest Lake (2015, realizado con el actual financiamiento crowdfunding, y en el que han incluido rap, latin grooves y metales de influencia Stax); los sencillos: Dengue Fever (EP, 2003), Sip Off the Mekong (EP, 2006) y Girl From the North EP (2013), así como el soundtrack para el documental Sleepwalking Through the Mekong (2007), con imágenes de su gira por el país que los inspiró.

 

Dicho documental contiene su material con las versiones de clásicos del rock camboyano de los sesenta y principios de los setenta (el más importante, desarrollado, vibrante y propositivo de su momento en Indochina). Canciones que recordaban in situ el espíritu, los discos y los artistas que habían difundido la música y cuya aventura terminó abruptamente el 17 de abril de 1975, cuando los jemeres rojos liderados por Pol Pot entraron en la capital camboyana, Phnom Penh, y acabaron con mucha de la riqueza cultural y con la vida de una cuarta parte de la población del país.

 

 

Dengue Fever no sólo ha revivido piezas de aquella época en sus discos, sino que en su quehacer artístico también ha tenido cupo la recuperación y divulgación de aquella música camboyana, propiciando la hechura de la antología de un puñado de piezas originales (Electric Cambodia, cuya recuperación económica y derechos van directo a la fundación que se ocupa de los escasos sobrevivientes y exiliados de la escena musical de dicha época que quedaron lisiados o enfermos a causa de las torturas).

 

Asimismo, han colaborado en la factura de diversos soundtracks con versiones de piezas que recrean dicha era para documentales, biopics (The Golden Voice, Don’t Think I’ve Forgotten de John Pirozzi), series de televisión y películas de corte experimental como: Broken Flowers de Jim Jarmush o City of Ghosts de Matt Dillon.

 

El fundamento estético de la obra de Dengue Fever se basa en la revisión y puesta al día de los materiales salvados por la gente que tuvo que huir del país a causa del terror jemer y que luego han cedido a la Oakland Public Library (Biblioteca Pública de Oakland) como documentación histórica, e igualmente en la creación de piezas originales realizadas en el estilo de aquellos años, lo mismo en el idioma khmer que en inglés (que luego mandan traducir al primero).

 

Sustentándolo todo en la amalgama de rock de garage, guitarras Stratocaster (con su fuzz, ecos y reververación twang) para ambientar el new-surf de outsiders playeros (a lo Dick Dale y Link Wray), atmósfera psicodélica (del policromo rock de San Francisco), sonoridad de películas de serie B (de agentes secretos y espías camp persiguiéndose en las playas californianas), una pizca de afrobeat jazz (definitivamente etíopes y del que procede el saxofonista David Ralicke), y el exotismo melódico ancestral y pop del idioma, canto y rock camboyanos.

 

Todo ello muy bien ubicado entre la sintonía alternativa y la heterodoxia enfebrecida que evoca canciones hermosas, que hablan de amor, ruptura y romance. Dengue Fever ha hecho justicia y les ha dado una nueva vida al grabarlas para que cuenten su historia, en recuerdo de una cultura que quiso ser exterminada por un infame holocausto.

 

VIDEO: Dengue Fever – Tiger Phone at Later on Jools, YouTube (Terry Lambourne)

 

 

 

 

 

 

JAZZ: BIX BEIDERBECKE

Por SERGIO MONSALVO C.

 

EL TROMPETISTA MALDITO

 

Subtitulado «Una interpretación de la leyenda», el film Bix (1991) del director italiano Pupi Avati relata la vida plena de furia y pasión del célebre músico de jazz, Bix Beiderbecke (1903-1931). Un maestro de la trompeta, autodidacta y genial, que murió del alcoholismo a los 28 años de edad. 

 

Interpretada por actores desconocidos (Tod Bryant Weeks, Ray Edelstein, Julia Ewing, entre otros), Bix fue la primera cinta de Avati seleccionada para participar en la competencia oficial de Cannes.

 

El cineasta italiano introdujo el swing al festival número 44 de dicho festival fílmico. Y lo hizo con tal cinta, un filme que entró en la competencia consagrando su contenido al trágico destino de aquel gran trompetista Leon Bismark “Bix” Beiderbecke.

 

Giuseppe “Pupi” Avati (nacido en Boloña en 1938) es uno de los raros realizadores italianos cuya reputación no ha podido realmente atravesar los Alpes a pesar de su larga trayectoria. Sin embargo, en más de 40 películas este director de 80 años y guionista de casi todas sus obras se ha forjado un buen renombre en su país y en muchos festivales, donde ha recibido una enorme serie de premios.

 

En Francia, sólo La balada inolvidable (una historia estudiantil de 1914), Una temporada italiana (1984, sobre la adolescencia de Wolfgang Mozart) e Historia de muchachos y muchachas (1989, sobre la influencia del fascismo en el seno de una familia) han conocido cierta reacción de la crítica, y no más  del público. 

 

Todas las veces, en toda su obra, Avati había creado un ambiente especial para mostrar la estética de su cine, impresionista y con medios tonos. Al recibirlo en 1991 dentro de la competencia del Festival de Cannes, donde antes en 1984 presentó Impiegati en la Quincena de los Realizadores, la exhibición ante espectadores cosmopolitas le trajo por fin el reconocimiento internacional.  Circunstancia debida al tratamiento que le dio a Bix, donde reafirmó su estilo.

 

Bix era Leon «Bix» (por el nombre de su padre, Bismark) Beiderbecke, ese trompetista, pianista y compositor estadounidense nacido en 1903 y fallecido en 1931 al que Pupi Avati quiso rendir homenaje. Un jazzista blanco. Un precursor. Un autodidacta capaz de tocar a Liszt desde los tres años de edad y de reproducir de oído cualquier melodía. 

 

Beiderbecke fue un francotirador de la música que en los años veinte inventó una técnica y unas digitaciones nada ortodoxas. Era un apasionado del jazz cuyo estilo refinado, expurgado del blues tradicional, anunciaba el advenimiento del cool que habría de seducir al gran público. 

 

Pero igualmente, era un virtuoso que no sabía leer las partituras y que aprendía de memoria los arreglos. Un genio, finalmente y un artista maldito, puesto que habría de morir en su veintena, vencido por el alcohol, la enfermedad, la miseria y la soledad.

 

Para Pupi Avati esta película representó la realización de un viejo sueño. Él mismo, ex clarinetista profesional y autor para la televisión italiana del programa Jazz Band (consagrado a los grandes músicos del género), siempre había sentido «fascinación por el romanticismo de los músicos, símbolos de la transgresión de lo prohibido», declaraba. 

 

«El riesgo estaba en perder mi identidad debido a su historia tan típicamente estadounidense –afirmó–.  Traté de conservar un enfoque fantástico de los Estados Unidos, tratando de escaparme de la nebulosa leyenda de Bix. No quise hacer una nueva versión de aquella película hecha por Michael Curtiz en 1949 con Kirk Douglas como protagonista, basada en la novela escrita por Dorothy Baker sobre la vida de Bix (y traducida por Boris Vian al francés).

 

 

(Hubo un tiempo en que al jazz se le asoció con el crimen y otros temas sórdidos.  Desde la era del cine mudo, el jazz ha sido identificado por el cine con el crimen, asesinatos y pandemónium.  También se utilizaba para sugerir una íntima relación mutua caracterizada por diversas formas de comportamiento aberrante y asociada con la locura, la demencia, tendencias psicópatas y simplemente excéntricas.

 

Había cierta razón en al menos parte de esta imagen de pantalla, puesto que los gángsters tuvieron un papel preponderante en el establecimiento de los clubes nocturnos, salones de juego y de baile donde había prosperado el jazz.  La mayoría de las películas de gángsters ubicadas en la era de la prohibición o la depresión contenían escenas que empleaban a grupos de jazz para crear la atmósfera.

 

Young Man with a Horn –1949, Warner Bros., dirigida por Michael Curtiz–, inspirada en la novela de Dorothy Baker sobre la vida de Bix Beiderbecke, puso a Kirk Douglas como el trompetista que se pierde en el alcoholismo y es salvado por un amor sufrido y paciente –Doris Day–. Harry James grabó el soundtrack para Douglas, cuyo leal amigo pianista fue representado por Hoagy Carmichael).

 

“Nada de romanticismo. Nada demasiado ‘positivo’ –explicó Aviati a su vez sobre las razones para hacer Bix–.  Durante quince años, con la ayuda de tres anglosajones, reconstruimos el arca de la existencia de este poeta del jazz. También es por eso que contamos su vida a través de la amistad que lo vinculaba al violinista italoestadounidense Joe Venuti –una forma, entre otras, de guardar mi punto de vista europeo– y de Lisa, una joven mujer también de origen italiano que compartió con él los últimos días de su vida».

 

Cuando Pupi Avati decidió lanzarse y rodar en los lugares donde vivió su héroe, todos los productores estadounidenses con los que entró en contacto, escarmentados por los fracasos de las «películas de jazz» –desde Cotton Club hasta Mo’ Better Blues, pasando por Bird, Around Midnight y Let’s Get Lost–, se negaron a meter un solo dólar al proyecto. 

 

Los excesivos dan miedo y los destinos malditos de Charlie Parker, Dexter Gordon y Chet Baker, fascinantes para algunos, también alejan al espectador.  Fue el hermano de Pupi Avati, Antonio, quien finalmente decidió producir Bix en su totalidad –para este proyecto de 2.5 millones de dólares–, aprovechando  la complicidad y la ayuda de la ciudad natal de Bix, Davenport, así como del estado de Iowa.

 

Sólo faltaba, para realizar el sueño, encontrar a los intérpretes para Bix y los doce papeles principales. «Nuevas caras» fueron reclutadas en audiciones efectuadas en Nueva York y Chicago. Todd B. Weeks, un joven actor que tocaba la armónica y era un gran fan del blues, fue el que recibió la trompeta.  A cambio de seis horas de clases musicales al día se convirtió en Bix.

 

VIDEO SUGERIDO: Bix Beiderbecke – I’m Coming Virginia – 1927, YouTube (warholsoup100)

 

 

 

 

BABEL XXI – SINOPSIS (145)*

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

(721-725)

 

 

BXXI-721 MIS ROCKEROS MUERTOS (2024)

 

Si bien la presencia de la finitud de la vida dentro del arte musical rockero ha sido una de sus grandes y publicitadas constantes, al tomar múltiples formas discursivas o representativas, la obsesión y fascinación reflejada por dicho acontecer a veces ha alcanzado cuotas exorbitantes y, a veces,   desproporcionadas (como en el caso del infamous Club de los 27). ¿Para sus celosos propagadores? Algo totalmente justificado. La histórica incertidumbre y deseo de comprender el ciclo completo de la vida de los músicos del género desaparecidos mediante imágenes, símbolos, expresiones plásticas, vídeos, instalaciones o arte objeto ha encontrado su eco y significación dentro de las dinámicas sociales.

 

VIDEO: John Mayall Feat. Eric Clapton – All Your love, YouTube (Tim Bukto)

 

 

BXXI-722 THE ROLLING STONES (II)

 

De tal manera, 12 X 5 fue el siguiente álbum de los Rolling Stones aparecido en los Estados Unidos. La importancia de este disco se establece con el paso que da la evolución del grupo: desde la interpretación de la música negra hacia el rock (sin abandonar las raíces), un cambio paulatino pero consistente. así como su significancia. Ello queda inscrito en los temas del blues que incluyen (“Confessin’ the Blues”), así como del afincado soul (“If You Need Me”, “It’s All Over Now”, “Time Is on My Side”), pero el llamado hacia la selva del rock and roll está más señalado, no únicamente por la versión de “Around and Around” de Chuck Berry, que puntualizan, sino también por temas como “Susie Q” o “Empty Heart”.

 

VIDEO: Rolling Stones – Around and around 1964, YouTube (Singularity)

 

 

BXXI-723 ANTI-FOLK (REMAKE)

 

El anti-folk es un subgénero indie, alternativo y culto, inscrito en el hipermodernismo de una época que se distingue por la convivencia de todas las épocas. Tanto sus definiciones como características tienen tal cantidad de matices como el número de sus intérpretes. Sin embargo, hay algunos rasgos en común: en sus letras hay sustento de política social, en la observación o en la acidez crítica; retoma el folk norteamericano en cualquiera de sus variantes, lo arropa con una nueva visión, sin la solemnidad de los intérpretes tradicionales, y con su estilo le rinde homenaje a las canciones románticas de amor y desamor. El anti-folk es una de las mejores escuelas para la educación sentimental del siglo XXI.

 

VIDEO: Adam Green – Emily (video), YouTube (babybubble)

 

 

BXXI-724 MUDDY WATTERS

 

En 1944, Muddy Waters fue uno de los primeros músicos de Chicago en pasar del instrumento acústico a la guitarra eléctrica. Seguía tocando blues tradicional del Delta del Mississippi (de hecho, nunca dejó de hacerlo), pero consiguió un sonido más crudo, compacto, potente, duro y señero. Su nombre se convirtió entonces en sinónimo de evolución y en gran ejemplo musical para los músicos negros y blancos. Aparte de sus innegables, enormes y excepcionales cualidades como compositor, cantante y guitarrista, Waters se caracterizó además por su talento como líder de banda, cualidades que lo elevaron a la categoría de maestro y muy buen hacedor de discos, tanto de rhythm and blues como de blues.

 

VIDEO: Muddy Waters –Got my Mojo Workin’, YouTube (Mungrass)

 

 

BXXI-725 HOT JAZZ

 

Nueva Orleans se convirtió en un crisol multicultural y así surgió el hot jazz. El barrio de Storyville de aquella ciudad portuaria sirvió para apagar la sed de músicos como Buddy Bolden, Louis Armstrong, Jelly Roll Morton, Joe “King” Oliver, Kid Ory. La música de jazz lo recorría todo: bares, tabernas, restaurantes, burdeles, la calle (con sus marchas y funerales) y las aguas del río Mississippi, en barcos que eran salones de baile flotantes. Nueva Orleans era una fiesta escanciada con diversos líquidos espirituosos. El jazz fluyó tanto como el río. Tanto así que apareció como factor de intercambio de varios folklores, en el canto, el baile, manifestaciones callejeras, el sonido grabado, el teatro, el cine, la industria cultural.

 

VIDEO: Louis Armstrong and His Hot Five – Hoter Than That (1927), YouTube (Classic Mood Experience)

 

 

*BABEL XXI

Un programa de:

Sergio Monsalvo C.

Equipo de Producción: Pita Cortés,

Hugo Enrique Sánchez y

Roberto Hernández C.

Horario de trasmisión:

Todos los martes a las 18:00 hrs.

Por el 1060 de AM

96.5 de FM

Online por Spotify

Radio Educación,

Ciudad de México

Página Online:

http://www.babelxxi.com/

 

 

LIBROS: ANA RUIZ

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

SUEÑOS EN TRANSICIÓN*

(ENTREVISTA)

 

El jazz (en su forma más free) es aquello que permanece de un sueño en la vigilia. Es una reverberación mental completamente afectiva que se anida en la memoria. Si no, ¿cómo explicar que podamos captar, de manera precisa, el eco de una música de la cual no se escribe ni una sola nota, ni se pinte su color?

 

Es un desdoblamiento poético que se fija en el espíritu como un goce fugaz de recuerdo imperecedero. Algunos mortales son capaces de recrearse en ello. Uno de éstos lleva por nombre Ana Ruiz. Es una pianista, pionera del género en un país reacio, que nació en la Ciudad de México el 2 de agosto de 1952.

 

Ella sabe que sólo equivale a la intimidad de un pianista la voluntad de comunicación. Una paradoja. Una sublime paradoja. Más aún cuando los aplausos estallan a causa del silencio tras su música. Los polvos mágicos que se disuelven en el fondo de un licor divino.

 

Ella sabe que su sueño jazzístico es forma pura y virgen, al que va levantándole sus arquitecturas sobre tinieblas frescas y significativas de las que surgirá flora y a veces lienzos alegóricos. Como el personaje de la Cantante Calva de Ionesco, que siempre se apresura a recomenzar.

 

Ana alguna vez fue calva. Por lo tanto, comprende que el más hermoso de los ejercicios físicos y espirituales es la peregrinación por esas formas territoriales de circulación personal, secreta, de virginidad en los signos.

 

El viaje con todos los sentidos despiertos, con el cuerpo aligerado por la marcha: estado en el que todos los dispositivos de la intuición funcionan. La tarea es dejarlos despertar, flotar, emerger de sí misma, como un desprendimiento astral.

 

Ella sabe que tales formas se convierten en manos sobre las teclas, con intenciones conmovedoras, ardientes, frágiles o fuertes. En libertad plena. Y lo sabe por sus ojos obsesivos, brillantes órganos de la adivinación.

 

La posibilidad de vidas múltiples y simultáneas, en notas diversas, como mundos en metamorfosis. Modalidades rítmicas, armónicas, melódicas. Cada una como objeto único que busca cabalgar en la imaginación. Pasa de uno a otro paisaje. El éxtasis está en la forma que los reúne: el free.

 

Todo cede ante su facultad de verse, de ver esas manos, de pasar de una vida a otra, de no consumirse en una sola. Ella lo sabe.

 

S.M.: Ana, ¿cómo se dio en tu caso el aprendizaje de la música?

A.R.: “En mi familia hay muchos músicos. Mi abuela era pianista, ella estudió el instrumento con [Alba Herrera] Ogazón y le encantaba tocar. Yo de muy chiquita le daba vuelta a las hojas mientras ella tocaba, iba leyendo la partitura y la disfrutaba con ella. Tocaba cosas maravillosas y las gozábamos. Un tío por parte de mi abuela era Carlos Chávez. Yo estudié música con Otilia, su esposa, y ésta nos dio clase a todos mis primos y hermanos. Yo aprendí a tocar con un teclado mudo. En él recibí toda la técnica. Una vez con estos elementos nos pasaba al piano, al piano acústico, nos daba solfeo y enseñaba a mover los dedos. Después me metí al Conservatorio Nacional junto con mi hermana Citlali, ella estudiaba viola. Mis otros hermanos estudiaron guitarra y oboe respectivamente. En la familia siempre oímos música clásica. La popular estaba vetada, aunque yo la escuchaba a escondidas”.

 

S.M.: ¿Cómo fuiste de niña, cómo fue la relación con tus padres?

A.R.: “Muy buena, muy amable. Siempre fui rebelde, siempre quise hacer cosas y todas mis emociones y demás iban a parar al piano, las volcaba en él. Mis padres gozaron mucho esta situación, siempre les gustó que tocara”.

 

S.M.: ¿Tu padre a qué se dedicaba, a qué se dedica?

A.R.: “Mi papá ya murió. Era campesino y fue compositor de boleros, de guarachas, etcétera. Le encantaba hablar sobre su pueblo, sobre el campo, las mujeres, el amor por Jalisco”.

 

S.M.: ¿Cuáles fueron tus discos favoritos primero como niña y luego como adolescente?

A.R.: “Beethoven me gustaba muchísimo, Dave Brubeck, lo mismo que los Rolling Stones. Los Beatles nunca fueron de mi agrado, no eran algo que me emocionara, como los Doors, por ejemplo. En la casa teníamos que oír otro tipo de cosas, pero en una recámara nos escondíamos todos los hermanos y poníamos el radio para oír a los Doors y cosas así, que eran raras o muy nuevas”.

 

S.M.: ¿Tienes algún disco entrañable para ti que haya causado cambios en tu vida?

A.R.: “Sí, claro. Los de Ornette Coleman y de Cecil Taylor. A este último lo entendí desde muy joven. La gente me decía: ‘Es un loco que nada más aporrea el piano’. Pero yo realmente siempre lo entendí. Tenía una estructura y un desarrollo. Había un juego y se reía del mundo, gozaba al hacerlo. A mí Cecil Taylor me cambió muchísimo. Sus primeros discos me hicieron decir: ‘¡Guau!, ¿qué es esto?’. Desde entonces he oído mucha música, pero ya no hay un disco que me llame la atención, en el que me haya clavado, ya no”.

 

S.M.: ¿Cuál es tu definición particular de la palabra jazz?

A.R.: “Es la forma que tienes para platicar sobre ti. Desde cómo te despertaste ese día hasta cuál es tu dolor más grande en el mundo. Es la manera de expresarlo y de decir ‘aquí estoy’”.

 

 

 

*Fragmento de la entrevista, publicada originalmente en el blog Con los audífonos puestos, bajo el rubro Ana Ruiz de la Serie Ellazz (.mex), que realicé el día 20 de febrero del 2001. Tras la publicación del libro Tiempo de solos (que edité junto al fotógrafo Fernando Aceves) quería continuar el proyecto de hacer más perfiles de los jazzistas mexicanos, Ana era parte de esa continuación. Sin embargo, los planes cambiaron. Vine a vivir al extranjero y aquello quedó trunco. Desde entonces no había tenido noticias de ella hasta que me encontré con una muy breve referencia online en la revista número 17 del Instituto de Estudios Críticos y de la cual hago referencia a continuación:

“Pianista y compositora mexicana dedicada a la improvisación y el free jazz desde 1973. Ha formado parte de los grupos Jácara, Baile y Mojiganga, Atrás del Cosmos, La cocina, Radnectary La Sociedad Acústica de Capital Variable. Ha compuesto música para películas, coreografías, y documentales. Desde febrero de 2015 comienza, con el auspicio de la Fonoteca Nacional, la recuperación de la música del grupo Atrás del Cosmos para editar varios discos compactos con el interés de dejar una constancia histórica y dar a conocer este grupo al mundo”.

 

 

 

Ana Ruiz

Una entrevista de

Sergio Monsalvo C.

Editorial Doble A

Colección “Palabra de Jazz”

The Netherlands, 2020

 

 

ON THE ROAD: JOAN JETT

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

“I LOVE ROCK & ROLL”

 

Dueña de un estilo e imagen similares a Suzi Quatro (pionera indiscutible de la mujer como rockera), Joan Jett (cuyo verdadero nombre es Joan Marie Larkin, nacida en Filadelfia el 22 de septiembre de 1958) alcanzó el éxito internacional en los años ochenta, combinando una imagen de mujer agresiva con el rock duro.

 

Jett, a los 17 años, fue miembro fundador del grupo de las Runaways en 1975, con Sandy West y Micki Steele (Cherie Currie, Lita Ford y Jackie Fox  entrarían después y con el tiempo habría suplencias). Promovidas por el productor Kim Fowley como ángeles caídos con pantalones pegados de mezclilla e interpretando hard rock, las Runaways, pese a la extensa publicidad suscitada por su imagen, vendieron pocos discos fuera de Japón. Entre sus álbumes figuraron Queens of Noise y Waitin’ for the Nigh, por mencionar algunos.

 

El grupo se disolvió en 1979 cuando Jett, quien se había erigido en su líder, se separó después de And Now the Runaways!, y luego participó en We’re All Crazy Now (1979), una primera película basada someramente en la existencia del grupo, cuyos demás miembros fueron interpretados por actrices. No obstante, la carrera de Jett parecía empezar a declinar.

 

VIDEO SUGERIDO: The Runaways – Cherry Bomb. Live in Japan 1977, YouTube (CherieO)

 

Durante el trabajo en la película, Jett conoció a Kenny Laguna (productor de Jonathan Richman, entre otros) y a Ritchie Cordell (autor de «I Think We’re Alone Now» y «Mony, Mony» dos hits de Tommy James and The Shondells). Entre los dos produjeron el álbum debut como solista de Jett, Bad Reputation (de 1981), el cual incluyó tres tracks grabados anteriormente con Steve Jones y Paul Cook, ex  Sex Pistols.

 

Este L.P. no se vendió al principio, pero un año de giras con su grupo de acompañamiento, The Blackhearts, convirtió el sencillo “I Love Rock & Roll” (1982) en un éxito enorme. La canción del título vendió millones y el álbum contenía asimismo una versión de «Crimson and Clover», un hit de Tommy James de 1969, y otro de Gary Glitter «Do You Want to Touch Me (Oh Yeah)», de 1973.

 

Aquí es donde entra mi anécdota personal con ella. Me gusta y amo el rock and roll por muchas cosas. Entre otras, porque comenzó en mí como una forma de disfrute personal, un placer individual. Luego se convirtió en mi oficio, en la manera de ganarme la vida y, finalmente, en mi modo de comunicarme con los demás.

 

Los auténticos aficionados al género tienen cada uno su definición en cuanto al sentimiento que le profesan a la música. Y cuando se encuentra alguna de estas definiciones resulta interesante tratar de entenderlas, de compartirlas, y si ello viene en el contenido de una canción con mayor razón.

 

Así me pasó con la interpretación que hizo Joan Jett de “I Love Rock & Roll”. Cuando ésta salió a la luz en 1982 reunió todos los elementos para convertirse en un himno celebratorio más para el género. Lo más importante de todo fue que surgía de voz de una mujer, un segmento humano que ha estado más ubicado en los límites del pop que del rock.

 

Eso, en primera instancia, significa algo; además, provenía de una agrupación netamente constituida por féminas, cuyas integrantes con el tiempo se adherirían al hard rock y otras expresiones musicales: como Lita Ford Group, The Bangles, Sandy West Band, Currie-Blue Band, The Orchids, entre otras.

           

La versión de Jett era en definitiva rocanrolera, con su riff muy marcado, lo mismo que la rítmica y coros pegajosos. En los tiempos de la New wave, en que el tema reapareció, el hecho resultaba atípico por su sencillez y confesión naive. Era rock and roll puro. Y siempre que el rock se manifieste de esta manera hay que festejarlo, tantas veces como sea necesario.

 

Con “I Love Rock & Roll” Joan Jett iluminó aquel año, mismo en el que me encontraba viviendo en Alemania, por mera aventura existencial. Así que cuando en el periódico apareció un día el anuncio del concierto que Joan Jett y los Blackhearts darían en Manheim, me apunté de inmediato para ir con mi compañera de entonces. Vivíamos cerca de Stuttgart, por lo que nos llevó hora y media llegar al recinto.

 

Éste era una especie de gimnasio ubicado en las afueras de la ciudad. Estacionamos el coche en la misma calle –había mucho lugar, cosa rara—y entramos al edificio junto a unos cuantos fanáticos más. No había asientos ni nada por el estilo, sólo un escenario al fondo del galerón que se elevaba un metro y medio por encima del suelo. Todo estaba a oscuras y únicamente las luces del podio servían de guía. En ese momento tocaba de telonero un grupo local, sin mayor trascendencia.

 

Nos instalamos muy cerca del escenario, al lado derecho y junto a una pared para recargarnos. No había ni la quinta parte de público para llenar aquel lugar. Otra cosa rara tratándose de un hit del momento. El grupo aquél tocó unas cuantas piezas más y se retiró en medio de un tibio aplauso y sin encore. Todo estuvo tranquilo en el inter mientras colocaban los instrumentos de la banda estelar.

 

Sin embargo, cuando faltaban unos cinco minutos para que saliera el grupo –los conciertos en aquel entonces comenzaban de manera puntual–, apareció el ejército gringo, literalmente. Comenzaron a entrar y entrar muchos soldados de las tropas estadounidenses acuarteladas en aquella zona de Alemania (reminiscencias de la II Guerra Mundial).

 

Soldados rasos, la mayoría, y uno que otro cabo. En la oscuridad el ambiente comenzó a espesarse. El murmullo reinante del intermedio desapareció para dar lugar a un griterío desmesurado, irritante. Apareció el alcohol barato y las drogas de baja estofa (marihuana, sniff, flash…).

 

En la observación de todo esto me encontraba cuando Joan Jett y los Blackhearts surgieron en el podio. En medio de los aullidos y las luces incandescentes que lo inundaban estaba ella, vestida de piel negra de cuello a pies con un overol entalladísimo que daba perfecta cuenta de su deliciosa anatomía. El pelo negro apunkado y gruesas líneas negras en el maquillaje. Del cuello le colgaba la Stratocaster roja y con el primer rasgueo comenzó el caos y la confusión.

 

Los soldados, ya con algo dentro, estaban enardecidos, vociferaban a todo pulmón. Decenas y decenas de ellos se consumieron en el lapso de unos cuanto minutos el oxígeno del sitio. Luego de 3 o 4 minutos comenzaron las peleas: un tipo le daba de puñetazos a otro que ya estaba doblado; por allá, dos más pateaban a otro tirado en el suelo; cerca de nosotros un grupito se divertía empujando sin parar a un soldado-nerd (con lentes de pasta y dientes grandes, todo un cliché) que no dejaba de sonreír para ocultar el miedo y la humillación.

 

Cuando comenzaron las notas de “I Love Rock & Roll” nosotros estábamos casi embarrados en la pared. Los Blackhearts con la Jett enfrente lanzaban su manifiesto por las bocinas, santificados por el ritmo y la melodía mismos, elevándose al nicho de la divinidad. Eran perfectos, iluminados, ofreciendo la electricidad del verbo rocanrolero. Abajo, mientras tanto, decenas de militares consumían a pico de botella el alcohol que les permitiera olvidarse de lo que eran.

 

(Con gritos subhumanos trataban de acallar el cántico de Jett y con golpes a diestra y siniestra evitar que otra cosa que no fuera mierda los invadiera. Cuando terminó la pieza tomé a mi compañera de la mano y emprendimos la odisea hasta la salida. Por aquel bosque de fulanos altos, cuyos músculos se habían solidificado en el encierro y la disciplina castrense. Caminamos sólo con el hálito de nuestro instinto de sobrevivencia. Yo no era Tarzán pero ella sí era Jane y estábamos en lo más profundo de la jungla salvaje.

 

Recuerdo que en alguna parte de aquella huida escuché la voz de la Jett pidiéndoles que no se pelearan, que no lastimaran a nadie, que lo único que queríamos todos era celebrar el rock and roll. También escuché el ruido que hacen las botellas de vidrio al hacerse añicos. Gritos, rugidos y una retahila de silbatazos. Éstos comenzaron cuando ya casi habíamos logrado llegar a la salida de la sala. Por las puertas inició el desfile de policías militares que, con macana en mano y silbatos, entraban al recinto a aplacar los ánimos desatados.

 

Uno de ellos quitó de nuestro camino el obstáculo de unos soldados que no nos permitía alcanzar las puertas y amenazaba con sonrisas siniestras. El tolete se incrustó rápida y certeramente en los estómagos de aquellos trogloditas y pudimos pasar por encima. Cruzamos las puertas de metal y en los pasillos había soldados tirados, inconscientes, atendidos por algún doctor, o de rodillas y esposados volteados hacia la pared. Otros sangraban por la boca de pie en medio de los custodios de los MPs.

 

Los gruesos vidrios de la entrada nos mostraron el paisaje de camiones verdes a los que eran ingresados los soldados arrancados del centro del local. Unos vomitaban, otros se convulsionaban y eran puestos en camillas para subirlos. Nuestro auto estaba en medio de todo eso pero logramos abordarlo rápido y salir disparados hacia las calles y la autopista.

 

Hoy, décadas después, cuando Joan Jett ha cumplido 65 años de edad; más de 50 de participar en la escena musical, televisiva, fílmica, política y deportiva; cuando ha tomado un tercer aire artístico, puesto en circulación el álbum doble Greatest Hits (Blackheart Records, 2010) y producido la segunda película sobre The Runaways (de la directora Floria Sigismondi), recuerdo aquella anécdota como una metáfora y quisiera renovar mis votos con “I Love Rock & Roll”.

 

Un tema que ha entrado de buen modo en la memoria colectiva de la gente, y se ha erigido en un himno para los rockeros del mundo entero (a pesar de que gentuza del pop ha tratado de apropiárselo). Y vuelvo a recalcar que al género se le quiere por diferentes causas, pero la que siempre prevalece es la del amor auténtico, nada artificial ni evasivo, sólo romántico.

 

VIDEO SUGERIDO: Joan Jett – I Love Rock N’ Roll, YouTube (Máquina del Tiempo)