ROCK Y LITERATURA: MARCEL PROUST

Por SERGIO MONSALVO C.

SOÑABA CON EL ROCK

Ulises Clue y yo fuimos a la presentación del libro de Quentin Tarantino (Cinema Speculation), en la librería Atheneum de Spuiplein, en Ámsterdam. A pesar del caos y el gentío pudimos hacerle un par de preguntas al cineasta. La mía consistió en un ejercicio de memoria: ¿Cuál era la escena que más recordaba haber rodado?

Lo pensó un momento y dijo que en 1992, mientras filmaba Reservoir Dogs no dejaba de tararear la canción “Stuck in the Middle with You”, así que la recicló para la escena más referente de su película debut. “Era un tema perfecto para establecer un contrapunto dentro del ambiente dramático, superviolento y con diversas implicaciones, siempre recordaré aquello con esa música, la ansiedad por filmarlo, la gente con la que estaba trabajando y toda la emoción que sentí al hacerlo”, sentenció. Efectivamente, era una cinta que incorporaba muchos temas y estéticas (incluida la musical) que se transformarían en parte del lenguaje cinematográfico.

A través de la larguísima cola que se hizo para la firma de autógrafos, pudimos salir y caminamos con dirección a Dam. Ahí nos encontramos con un pub astroso. Mientras bebíamos nuestra Guinness platicamos acerca de lo que acababa de pasar y de cómo en una situación así Proust volvía a hacerse presente. “Ya oíste la respuesta que dio Tarantino: puro Proust”, le dije, “la exploración emocional y sensorial de la memoria”.

“Proust es un novelista omnipresente en todo autor de la especialidad que sea”, aclaró Ulises. “Aunque en sus comienzos, dudaba de si era un ensayista o un novelista -prosiguió–. En una de sus tantísimas cartas se preguntaba: ‘¿Soy un novelista?’. Sin embargo y pese a tal incertidumbre, poco a poco, en sus caprichosos cuadernos de notas quedó de manifiesto que era un novelista, aunque un novelista de una clase muy especial”, enfatizó.

Eso me hizo pensar en la imagen, en la imaginación colectiva sobre la figura de un personaje como aquél. ¿Cuál es la imagen que tenemos de Proust? ¿La primera impresión que emerge en nuestra mente cuando pensamos en este escritor francés? ¿Quizá la de un tipo remojando una madeleine en una taza de té? ¿La del hombre enfermizo, encamado y envuelto en edredones y sábanas, preso de la doble fiebre del cuerpo y de la escritura, perseguido por la enfermedad y por la histérica ambición de consumar una obra?

“Sí, fue un novelista muy especial, le dije a Ulises, pero también fue un rockero adelantado”, le espeté. Me miró un tanto asombrado y dijo que a Proust se le imaginaba de varias maneras. Como un autor romántico, fatal, decimonónico, “pero definitivamente no me lo puedo imaginar como rockero”, aseveró riendo.

Le recordé que el buen Marcel había escrito algo al respecto diciendo que aun desde el punto de vista de las cosas más insignificantes de la vida, no somos un todo constituido materialmente, idéntico para todo el mundo y de cuyo contenido pueda cualquiera limitarse a tomar constancia como si se tratara de un pliego de cargos o un testamento.

“Nuestra personalidad social –escribió- es una creación del pensamiento de los demás. Incluso ese hecho tan sencillo que llamamos ‘ver a una persona conocida’ es, en parte, un hecho intelectual. Rellenamos la apariencia física de la persona a la que estamos viendo con todas las nociones que poseemos de ella y, en el aspecto global con cuya representación contamos, esas nociones son seguramente las que más lugar ocupan”.

“Efectivamente –dijo Ulises moviendo la cabeza de manera afirmativa–, recuerdo el pasaje de sus cartas, pero aun así no me cabe en la cabeza la idea de un Proust rockero”. “Pero a él sí -le dije-. Se soñó y actuó una vez como tal”.

¿Esa imagen se puede asociar con él? Probablemente sí, al hacerlo con una fotografía, en la que se le ve de joven –aproximadamente 20 años (la foto es de 1891)–, en una postura un tanto inusual: de rodillas, con una sonrisa desafiante y orgullosa, y sostenido en una mano una raqueta de tenis al mismo tiempo que, con la otra, parece pulsarla como si se tratara de una guitarra. Sus amistades solían acabar hartas de sus contorsiones con la raqueta entre punto y punto, entre partido y partido.

En esa simulación radica una nueva imaginería sobre él. Es una acción que en el medio musical se conoce como “air guitar” (una que distingue a los fanáticos de ciertos músicos que, cuando suena alguna de sus tonadas favoritas, imitan al ídolo y su habilidad con el instrumento).

El misterio, claro, de ser esta suposición cierta (aunque en última instancia la veracidad sea lo menos importante), es en qué estaba pensando Proust al ejecutar esta postura rockera. En una de sus obras recobradas, Proust hace mención de unos extraños sueños en los que se imaginaba sobre un escenario, tocando una especie de balalaika electrificada, frente a una vociferante multitud.

Aquí es donde precisamente debe entrar la idea que tenía Proust acerca de la imaginación: «Intentamos hallar en las cosas, que un hecho ha convertido en muy valiosas, el reflejo que proyectó en ellas nuestra alma. La música, me ayudaba a ensimismarme y a descubrir cosas nuevas en mí: esa variedad que había buscado en vano en la vida, en el viaje, cuya nostalgia me hacía sentir no obstante aquella marea sonora”.

Sirva esta imagen y estas ideas también como pretexto para compartir una compilación musical sumamente adecuada para solazarse en la obra del autor. Se trata del álbum Paging Mr. Proust, que en sus temas y en estilo característico del grupo The Jayhawks, esas ondas proustianas reverberan desde la monumental e indefinible, À la recherche du temps perdu (A la búsqueda del tiempo perdido).

 

Este disco es el noveno álbum de estudio del grupo de alt country, realizado en el 2016. De él ha dicho el compositor principal de la banda, Gary Louris, que tal libro cambió sus vidas. “Este libro nos conmovió tanto que decidimos nombrar nuestro álbum así, con el apellido del autor. Supimos, tras leerlo, que este libro es ampliamente elogiado por su exploración de la naturaleza de la memoria, y por su representación incomparable de la nostalgia (el título de nuestro álbum aspiraba a la evocación; queríamos hacer algo como eso)”.

Desde la primera mitad de los noventa, The Jayhawks habían roto los límites de la escena country alternativa con un rock country que se refería al pasado y trascendía sin esfuerzo la rampante locura retro. Los temas de sus discos se han convertido en clásicos del género. La combinación de guitarras acústicas y rockeras está con ellos completamente al servicio de la armonía de las voces que reflejan influencias. El grupo, con el guitarrista Gary Louris, junto con el bajista Marc Perlman, Tim O’ Regan (batería) y la pianista Karen Grotberg, ofrece un trabajo sólido, como siempre de forma inimitable.

En Paging Mr. Proust el sonido llamativo de The Jayhawks revive, mientras las influencias country son reemplazadas por un enfoque más rockero de raíces y una producción equilibrada. El trabajo de guitarra de Louris se presenta con un toque más nítido.

En tracks como Lost The Summer y The Dust Of Long Dead Stars las guitarras suenan un poco más crudas, y por aquí y allá también se utiliza un sintetizador o un loop de batería, pero eso no obstaculiza de ninguna manera la emoción en una canción como Pretty Roses In Your Hair. El asertivo trabajo de cuerdas y pedales de Louris elimina cualquier edulcoramiento.

 

Una combinación que, complementada con fragmentos de armónica, órgano y pedal de acero, hace del álbum tributario una experiencia auditiva especialmente placentera para evocar al imaginado Proust, que soñaba con ser rockero.

VIDEO: The Jayhawks – Lovers of the Sun, YouTube (The Jayhawks)

ROCK Y LITERATURA: NEUROMANCER (WILLIAM GIBSON)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

William Gibson es uno de los autores más mencionados como representantes del género cyberpunk en la ciencia ficción. La revista esporádicamente publicada por Bruce Sterling, Cheap Truth, influyó mucho en el nacimiento del género.

Sterling (nacido en Texas, en 1954) también editó Mirrorshades, una antología muy vendida de cuentos de ciencia ficción del mencionado género. En la introducción, el autor definió el término “cyberpunk” de la siguiente manera: «Una alianza profana del mundo de la tecnología con el mundo del disentimiento organizado. El mundo subterráneo de la cultura pop, la fluidez visionaria y la anarquía callejera. Esta integración se erigió en la fuente crucial de energía cultural para el final del siglo XX. En forma paralela a la obra de los cyberpunks, se desarrolló la cultura pop a lo largo de los años ochenta: los videos de rock, el underground de los hackers, la estremecedora tecnología callejera del hip hop y el scratch. Nadie pudo haber previsto los futuros que nos imaginábamos”.

William Gibson (nacido en Carolina del Sur, en 1948), por su parte, se hizo cargo de ello. Es el autor de la antología de cuentos Burning Chrome y de la novela cyberpunk por antonomasia, Neuromancer.

Al salir en 1984, arrasó con los premios del género: Nebula, Hugo y Philip K. Dick.  Hollywood ha trabajado, desde entonces, en los planes para una versión cinematográfica.

«Lo más importante para mí –ha dicho su autor– es que Neuromancer habla sobre el presente. En realidad, no trata de un futuro imaginado. Es una forma de manejar la admiración y el terror que me inspira el mundo en que vivimos.

«Burroughs tuvo una profunda influencia en mí. Nunca pensé que los escritores de ciencia ficción en los Estados Unidos fueran a aceptarlo, porque o no saben quién es o se muestran hostiles inmediatamente…él tomó la ciencia ficción de los cincuenta y la usó como un abrelatas oxidado en la yugular de la sociedad. No lo entendieron nunca. En una entrevista que me hicieron en Londres, le dije al entrevistador que la diferencia entre lo que Burroughs hacía y lo que yo hago es que él pegaba los textos en el papel, mientras que yo uso el aerógrafo».

El cyberpunk es tanto una protesta como una celebración. Gibson y Sterling ya estaban metidos en la celebración, porque, si bien mostraban los aspectos un poco más viles de estas cosas, también se regocijaban con las texturas superficiales del mundo hipercontemporáneo.

“Examiné las ramificaciones políticas de las manipulaciones de alta intensidad hechas en los medios, los mensajes subliminales, el control visual de la mente, los aparatos capaces de extraer información del cerebro o de implantarla en éste. Todo ello tiene aplicaciones maravillosas y diabólicas también. Decidí escribirlo”.

«Estamos presenciando alteraciones considerables en la mente colectiva de la visión que tenemos de nosotros mismos –asegura este autor–. La cultura se estará redefiniendo constantemente a lo largo de los próximos treinta años, y el cyberpunk se ocupa activamente con esa redefinición. La cultura de masas. En el caso ideal, estamos tratando de meternos al cerebro de ésta, alimentarnos de su cuerpo y redirigirla un poco también.

“A esto se le puede llamar ‘parasitismo revolucionario’. Por supuesto es peligroso. Tal vez la gente se burle y diga: Crees estarla redirigiendo, pero en realidad ella te está devorando, a ti. Tal vez. Ya veremos».

VIDEO: Billy idol – Cyberpunk – YouTube (MarkvBob)

ROCK Y LITERATURA: ILUMINACIONES (ARTHUR RIMBAUD)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

La lectura precisa de la obra de Arthur Rimbaud (1854-1891) comenzó hasta la segunda mitad del siglo XX, gracias a la poesía beat y al surgimiento del rock and roll, con todos los cambios que ambas cosas formularon para la vida cotidiana: su gusto por los excesos y la errancia en la que quemó sus días como adolescente, con lo cual quiso con su ojo feroz enseñarle la vida al mundo.

 

A partir de la aparición del rock se acomodaron las cosas. La poesía rimbaudiana tardó más de medio siglo en rendir frutos concretos, palpables para el acontecer diario. Hoy, a 150 años de la aparición del libro de Las Iluminaiones, aquel adolescente maldito se lee tanto como se «escucha”.

 

En lo referente a su “escucha”, el rock —desde Elvis— ha aplicado sus visiones, actos y palabras a su historia consuetudinaria. El decálogo del poeta se aplica desde hace setenta años y perdurará por siempre en la memoria de la especie. La de Rimbaud es una lectura más que obligada para cualquier rockero, de la generación que sea. En él se encuentra su esencia.

 

Arthur Rimbaud, el adolescente ardenés un poco tosco que llega a la casa de Paul Verlaine en el mes de septiembre de 1871, es un poeta dueño ya de un dogma y un método. El dogma se llama Videncia; y el método es una «larga, inmensa y razonada desintegración de todos los sentidos» (según una carta enviada por él hacia el 15 de mayo de 1871). 

 

Rimbaud quiere ser poeta, un trabajador de ello. Su forma de hacerlo consiste en negarse a realizar cualquier labor ajena a la exploración metódica de la Videncia, la cual alcanzará más mediante la «disolución» y a través de una nueva especie de ascetismo. «Quiero ser poeta y trabajo en hacerme vidente».

 

La mencionada carta –llamada «del Vidente– define el programa de una poesía tendiente a la vez hacia la exploración de lo desconocido y los altos designios de una triunfal marcha hacia el progreso. Rimbaud condena con violencia al «sinnúmero de generaciones idiotas» de letrados y versificadores, porque no han presentido nunca la función vital y el papel activo de la poesía. El poeta, al decir de Rimbaud, es el que roba el fuego; su meta es la de arribar «a lo desconocido», a fin de traer a los demás hombres algunas chispas del fuego prohibido, pues el poeta se encuentra «a cargo de la humanidad». 

 

Siempre encontraremos, en el corazón de la obra y la personalidad del poeta francés, la dualidad esencial de la suprema fuerza anárquica y el más grande sentido del sistema. Visionario, indudable, pero un visionario sistemático y, por así decirlo, científico. El poeta es así el «El Supremo Sapiente».

 

Rimbaud cuenta (y en ello radica una de sus mayores originalidades) con un «método» para arribar a lo desconocido. El poeta debe «cultivar su alma», someterse a todas las experiencias posibles y liberar dentro de sí las facultades visionarias, de una manera consciente y «razonada». 

 

El primer medio para ello consiste en recurrir a las sustancias que hacen salir de las categorías del espacio y del tiempo. Sin embargo, el «método» del aprendiz de la videncia no se agota con ellas.  El ayuno, el trabajo nocturno (al cual Rimbaud se entrega hasta caer en un estado semejante a la ebriedad) y la disolución sexual son otros tantos medios.

 

Experiencias excesivas y peligrosas que pueden arrastrar al practicante más lejos de lo que al principio se imagina. Este entrenamiento para la Videncia duró más de un año, moldeando en forma decisiva el carácter y la visión poética de Rimbaud.

 

User Comments

 

Cuando el joven poeta llega a París, lo embarga, pues, un desprecio casi íntegro hacia toda literatura existente; tiene la intención muy deliberada de desarrollar su experiencia vidente y muy pronto encontrará una oportunidad perfecta para «desintegrarse» de manera más profunda: burlándose de los valores morales consagrados y arrastrando a Paul Verlaine al «infierno». Rimbaud buscará en sus relaciones con él otra forma de «disolución». 

 

Este joven de 17 años restablecerá al poeta en sus funciones demiúrgicas, adjudicándole como finalidad no tanto la de descubrir un mundo sobrenatural, como la de crear otro mundo, de hacer «oler, palpar, escuchar sus invenciones», de adquirir un poder verdaderamente mágico.  En esto radica el gran sueño de Rimbaud y su suprema ilusión.

 

Fue un poeta genial, generador del simbolismo (fuente primordial del dadaísmo, surrealismo y decadentismo), el que utilizó por primera vez el verso libre, el que definió la estética moderna, el que certificó el viaje y la errancia para ser feliz. Rimbaud fue el que instauró la vestidura bohemia y el pelo largo, fue el primero en divertirse provocando. Aprendió a unir los sonidos de la naturaleza a las voces oscuras que oía dentro de sí y a manifestar esa sensación con el ritmo de unas palabras únicas y propias.

 

La experiencia esencial y central de la «iluminación» forma el punto de partida de todos los poemas en prosa de este poeta; quedó marcado por este esfuerzo desgarrador de ver «otra cosa», de «encontrar una lengua».

         

Entre más se analizan las Iluminaciones, más se hace patente que se trata de una colección de inspiraciones diversas, desligadas las unas de las otras.  Enseguida de piezas optimistas en las que brillan la alegría y la esperanza, hay otras sombrías y angustiadas; al lado de textos producto de aparentes alucinaciones, otros de carácter netamente descriptivo. 

 

Por esta circunstancia, es probable que los poemas daten de varias épocas. Algunos poemas de las Iluminaciones ciertamente reflejan recuerdos de viajes.  No obstante, lo que se repite con más frecuencia es la aplicación de una «fórmula», que sería el esfuerzo por presentar una visión «perturbadora» de la realidad, pretensión que responde a exigencias a la vez estéticas y metafísicas. No debemos olvidar que dedicó mucho tiempo a ese entrenamiento en el manejo de la alucinación; a desterrar de su espíritu los razonamientos lógicos, y a recobrar los «encantamientos» de la infancia.

 

Pasó relativamente pocos apuros para reencontrar esta actitud ante las cosas, propicia a todos los enervamientos, puesto que al fin y al cabo acababa de salir de la infancia y desde siempre se había rebelado contra las «nociones» aprendidas, los hábitos y las convenciones.

 

En caso de haber empleado un procedimiento específico para crear algunas prosas descriptivas de las Iluminaciones, éste no tuvo nada de arbitrario ni de artificial; sería más exacto hablar de «impresionismo», en el sentido dado a la palabra por Proust al afirmar que el esfuerzo consistía en «disolver este agregado de razonamientos que llamamos vista». 

 

Además, Rimbaud se negó a proporcionar a las sensaciones y a las asociaciones de ideas un orden lógico impuesto desde el exterior.  Respetó el brote tumultuoso del flujo mental, inventando de esta manera un nuevo lenguaje poético en el que lo concreto y lo abstracto son los aspectos intercambiables de una sola realidad.

 

La estética de Rimbaud tiende a librar al arte y al espíritu de las limitaciones impuestas tanto por el conceptualismo como por la realidad material; suprime las categorías del tiempo y del espacio, pasa por alto el principio de identidad, asocia los elementos más alejados entre sí y más contrarios, el mar y el cielo, lo concreto y lo abstracto. 

 

En este poeta, el caos no equivale a dispersión; su visión siempre posee un carácter vigorosamente activo y sintético. En el punto de partida de cada poema se encuentra, para retomar su propia expresión, el impulso creador; cada poema es un sueño intenso y rápido: exactamente una Iluminación.

 

Para los jóvenes de cualquier edad, el rock es un lenguaje heredado del poeta, que se utiliza tanto con miras a cortar con el ambiente particular, como para comunicarse. Con él se trata de perderse en el mundo…para encontrarse. El progresismo musical y lírico lo caracteriza: en la búsqueda por la diversidad formal (“el robo del fuego”) y su constante preocupación existencial por ello. ¿Hay algo más rimbaudiano que el rock? Él escribió “Yo soy Otro”, para que los rockeros pudieran decir: “Rimbaud es Nosotros”.

 

VIDEO: Van Morrison – Tore Down à la Rimbaud (Live at the Sydney Enterteinment Centre, 1985), YouTube (Van Morrison)

 

 

 

 

ROCK Y LITERATURA: ESCUPIRÉ SOBRE SUS TUMBAS (BORIS VIAN)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

Boris Vian fue un héroe cultural. Dejó una IMAGEN, un concepto eterno, el talento en sus obras y el genio en su vida. Como Baudelaire, Vian se quiso ver como un dandy, pero un dandy que trabajaba demasiado. Este «dandismo» fue la coartada cínica perfecta. Pero de esta actitud se dedujo la lección, quedó el énfasis. Vian fue un ente moderno como lo vaticinó Arthur Rimbaud, un símbolo, antes que nada, la encarnación de la rebelión literaria y artística, definitivamente a la francesa.

 

Boris Vian (nacido en Ville-d’Avray, Francia, en el año 1920) contrajo una fiebre reumática poco después de cumplir los doce años, la cual se complicó afectando a su corazón. La dolencia lo condenó a una debilidad física fluctuante y a una muerte temprana.

 

Se aficionó al jazz y al clarinete a los catorce años y empezó pronto a escribir. A los veinte publicó su primera novela Vercoquin y el plancton, un retrato de los zazous, jóvenes parisinos que se enfrentaron a los soldados alemanes durante la Ocupación de París.

 

Así, Vian inició un despegue que culminó unos años después cuando supo que la editorial Éditions du Scorpion buscaba una novela del género negro. Decidió probar suerte, así que inventó a su heterónimo, al duro autor estadounidense Vernon Sullivan, y en 15 días escribió el libro Escupiré sobre sus tumbas.

 

A pesar de que existen numerosas novelas con la esclavitud y la desigualdad racial estadounidenses como temática previas o posteriores – El Hombre Invisible (Ralph Ellison), El color púrpura» (Alice Walker), Raíces (Alex Haley), La cabaña del tío Tom (Harriet Beecher Stowe), Doce años de esclavitud (Solomon Northup), Criadas y señoras (Kathryn Stockett) y un largo etcétera–, ninguna ofrece una descripción tan visceral de las posibles consecuencias de esta violencia como Escupiré sobre sus tumbas (publicada en 1946). 

 

La novela ambientada en los años cuarenta, pertenece a la saga escrita bajo el pseudónimo de Vernon Sullivan, un supuesto escritor afroamericano de piel clara. Un inusual rasgo físico que le permitía hacerse pasar por blanco y disfrutar de los privilegios que ostentaban estos ciudadanos “de primera categoría”.

 

Sin embargo, Escupiré sobre sus tumbas es, con bastante diferencia, la más polémica del autor francés, quien empleo la rentable fórmula de adherir al clásico estilo de las novelas negras estadounidenses un mayor contenido de violencia y sexo explícito, para garantizar las altas ventas y el interés de los lectores –que realmente creyeron la existencia del falso autor negro-. 

 

Como ya señalé, el volumen fue escrito en apenas quince días. Ahí, Boris Vian narra en primera persona la venganza de Lee Anderson quien, al igual que el inexistente Sullivan, utiliza su favorable apariencia para introducirse en la corrupta y racista sociedad sureña de la Unión Americana.

 

Es una novela que, pese a su brevedad, escandalizó al lector de aquel entonces por la constante descripción de escenas descarnadas que incluían pederastia, sodomización e incluso necrofilia. No obstante, en aquella época el escándalo radicaba, sobre todo, en la posibilidad de que un ciudadano marginal (negro) pudiera cometer semejantes crímenes con total impunidad, cuestionando la supremacía e inmunidad moral de la alta clase sureña.

 

Escupiré sobre sus tumbas continúa siendo una lectura dinámica, conforme avanza el desquiciado relato, con una prosa tan directa como un golpe al estómago. Y la música que fuera posible escuchar al fondo sería la del post bop, creando la ambientación sonora necesaria para tal relato.

 

Por eso mismo, es interesante observar la evolución del protagonista. El aburrimiento inicial derivado de un trabajo monótono –en la única librería del pueblo, donde la mayoría de las ganancias provienen, paradójicamente, de la venta por catálogo; es decir, con ello el autor pone de manifiesto la incultura de la población local a través de este detalle– teniendo como únicas preocupaciones proveerse de alcohol y sexo fácil con las jóvenes blancas de la ciudad, en realidad le sirven para ocultar ante los demás su verdadero propósito, el cual se conocerá mediante breves flashbacks.

 

 

Tales rememoranzas contribuyen a enfatizar la disociación de la personalidad del protagonista entre lo blanco y lo negro, llegando a olvidarse de la lógica de sus actos y derivando en una vorágine de odio contra víctimas femeninas escogidas prácticamente al azar. 

 

Es fundamental recordar que el origen de todo está en el asesinato de su hermano menor, quien se enamoró de una joven blanca de su edad y, cuando lo supieron tanto el padre como el hermano de ella, decidieron matarlo dándole una paliza. Por tanto, en el subconsciente de Anderson se establece una conexión, pues, aunque ella también hubiera cometido un crimen –las relaciones interraciales estaban prohibidas por la ley– solo se ajustició a su hermano, mientras que a la joven se le acabo considerando una víctima de la enfermiza obsesión de un delincuente negro, como generalmente aparecía en las novelas decimonónicas.

 

De tal suerte las cosas, Vian demostró poseer un magnífico conocimiento de la psicología humana, pues Lee acaba por convertirse precisamente en lo que más odia en su intento por conseguir justicia. 

 

A la postre, la moraleja de Escupiré sobre sus tumbas acabó siendo relegada por el alto contenido de violencia, pero la principal desazón de los lectores de entonces provino de la capacidad del autor para cuestionar las convicciones morales en las que se basaba la sociedad, inspirándose en las palabras de su conciudadano Voltaire pues «la civilización no suprime la barbarie; la perfecciona». 

 

En la novela Vian tuvo, como escritor, la capacidad del para cuestionar los abusos de la élite sureña, realizando una inusual descripción de su decadencia moral para la época en que se publicó; para mostrar la evolución del personaje hacia la psicopatía, así como el inteligente uso de la psicología no solo en la redacción, sino también para la publicación de la novela. 

 

Rápidamente, la obra se convirtió en una auténtica bomba literaria. Nunca el género negro había logrado alcanzar tan altas cuotas de escándalo. Vian había volcado en esas páginas su espíritu más contestatario, un auténtico manifiesto contra el racismo con grandes dosis de sexo y violencia. De esta manera, el libro fue prohibido y el autor acusado de pornógrafo.

 

El alboroto ocasionado convirtió la novela en un best seller, se vendieron más de trescientos mil ejemplares, pero el éxito no lo exoneró de la flagelación de la crítica, que no le perdonó su truculencia y lo censuró por su impostura literaria.

 

Por su parte, la justicia entabló un proceso contra Vian que no se resolvió hasta 1948, cuando el artista reconoció ante un juez que él y Sullivan eran la misma persona. El 13 mayo del año siguiente fue condenado a pagar 100.000 francos de multa por “ultraje a la moral y a las buenas costumbres”.

 

Según reza la leyenda, el escritor asistió de incógnito al preestreno de la película J’irai cracher sur vos tombes (Escupiré sobre sus tumbas), basada en la novela de su autoría. Su mediocre adaptación fílmica, por parte de Michel Gast, fue más de lo que la sensibilidad del artista pudo soportar y cayó fulminado. Tenía solo 39 años cuando un infarto segó su vida. Había vendido los derechos de su obra y aunque en un principio se hizo cargo del guión, quedó fuera del proyecto tras los muchos conflictos con la productora, el director y el otro guionista, con respecto a la adaptación de la historia.

 

VIDEO: LMP 19: J’IRAI CRACHER SUR VOS TOMBES, Boris Vian, YouTube (Le Marque-Page)

 

 

 

 

ROCK Y LITERATURA: VIAJE ALREDEDOR DE MI HABITACIÓN (XAVIER DE MAISTRE)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

 

Corría el año de 1963, en sus primeros meses, cuando Brian Wilson y Gary Usher cimentaban su amistad. Gary ya trabajaba con las producciones de los Bach Boys gracias a su experiencia con otros músicos californianos como los Byrds y Dick Dale, o los ficticios grupos de surf (el ritmo de moda) para las producciones cinematográficas de serie B o de filmes para adolescentes. David Crosby (de los Byrds) se lo había recomendado a Brian y desde entonces se habían vuelto inseparables.

 

Un día, sabiendo de la afición de Brian por la lectura le regaló un ejemplar en inglés de Voyage autour de ma chambre (Viaje alrededor de mi habitación) del escritor francés Xavier de Maistre que un maestro de la universidad le había sugerido.

 

Pasaban los meses y los Beach Boys se preparaban para entrar al estudio con las canciones para su nuevo álbum Surfer Girl. Unos días antes, Brian le mostró a Gary la letra de una de ellas que recién había escrito y que quería incluir en el repertorio del disco. Se pusieron a trabajar en ello inmediatamente, Gary en el bajo y Brian en el órgano, pero siempre con la melodía de Brian en primer plano.

 

Aún después de la medianoche continuaban en ello a pesar de los reclamos de los papás de Brian (las reglas al respecto eran estrictas). Sin embargo, les mostraron el producto ya casi terminado y tras escuchar la pieza les dieron el permiso para terminarla. Una vez que lo hicieron, Brian le comentó a su colega que el libro que le había regalado le había servido de inspiración para escribir la letra de “In My Room”.

 

Le contó que el libro le recordó cuando Dennis y Carl (sus hermanos) y él vivían en Hawthorne cuando era niños, todos dormían en la misma habitación. “Una noche les canté una canción y les gustó. Luego, un par de semanas después, me puse a enseñarles a ambos cómo cantar las partes de la armonía. Les tomó un poco de tiempo, pero finalmente aprendieron a hacerlo. Luego la cantamos de esa manera noche tras noche. Nos traía paz y tranquilidad. Esa habitación desde entonces fue mi reino”.

 

(En el documental de 1998 Endless Harmony, Brian describió esta canción como estar «en algún lugar donde puedes bloquear el mundo, ir a un pequeño lugar secreto, pensar, ser, hacer lo que tengas que hacer».)

 

Hay un mundo

Donde puedo ir y
contar mis secretos/

En mi habitación
En mi habitación.

 

“In My Room” es un pequeño milagro musical interpretado por los Beach Boys. Puede ser considerado un relato polifónico en sí mismo, por su enfoque de la «armonía estrecha», que resulta cálidamente pegadiza, obsesivamente minuciosa y plena de ingenio, como su autor. Y como suele pasar con las cosas bellas: parece sencilla hasta que se le empieza a diseccionar y se descubren las finas capas que la componen y hacen de ella un ejemplo discreto y delicado de perfección.

 

Por ello, fue todo un reto para quienes que se empeñaron en hacer su propia versión: Linda Ronstadt, Jacob Collier, Tammy Wynette, David Crosby o Jakob Dylan junto a Beck.

Con ella Brian Wilson hizo un parteaguas en su obra. Del campo lúdico y de despreocupado divertimiento en su lírica, avanzó hacia el cambio de perspectiva y la introspección. Una primera lectura sobre el tema indica un acto reflejo de la tendencia adolescente hacia el retraimiento y la búsqueda de un espacio propio para pensar en su existencia, sus fantasías y deseos.

No cabe duda, de que el libro aquél que recibió de regalo abrió la puerta de la imaginación en él, de la cual resultó otra forma de percibir las cosas. Quedaron relegados los autos, el sol, la playa y el mar (el exterior), para trasladarse hacia su propio hábitat (el interior: su cuarto, su mente) y buscar en él tanto preguntas como respuestas. Su obra creció en profundidad y en experimentación.

Tal volumen, Viaje alrededor de mi habitación, ejerció de gran arrebato en el creador californiano por diversas razones. Brian no era un joven que se hubiera aventurado mucho y la posibilidad que le daba su habitación para abrir su alma y decirle al mundo lo que realmente estaba pensando y cómo se sentía, era algo insospechado en esa época.

 

Esa concatenación de hechos culturales comenzó con la lectura de los Pensamientos de Pascal por parte del francés Xavier de Maistre. Éste leyó en 1790 un pasaje que lo puso a reflexionar: “…toda la desgracia de los hombres procede de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo en una habitación”.

 

Con aquella cita en mente de Maistre (nacido en 1763 en Chambéry) emprendió una odisea por su propio cuarto y tituló la crónica como Voyage autour de ma chambre (Viaje alrededor de mi habitación), en la cual comentaba que había dos maneras de abordar un viaje: la primera requería de infinidad de planes y preparativos; la segunda, solo de la pijama.

 

Fue mientras vivía en Turín, en una modesta habitación de un bloque de departamentos, que se le ocurrió la idea y con ella inauguró un nuevo periplo. Con ella no intentaba menospreciar las hazañas de los viajeros famosos, ni nada por el estilo, sino mostrar una forma infinitamente más práctica para quienes carecieran de la audacia y la riqueza necesarias para realizarlas.

 

“¿Vacilaría el ser más indolente en ponerse en camino conmigo para procurarse un placer que no ha de costarle ni trabajos ni dinero?”, escribió. Recomendaba el viaje por la habitación a los pobres y a los temerosos. De esta manera, en la obra de de Meistre brotó una intuición profunda y sugerente: que el placer que obtenemos de los viajes depende en mayor medida de las condiciones anímicas con las que vamos, que del destino de nuestro viaje.

 

Debería bastar con abordar nuestros escenarios habituales con la disposición del viajero, para que estos enclaves revelen el mismo interés que los desfiladeros y las selvas, por ejemplo. La gente, según él, se ha habituado a considerar tedioso su universo cercano y éste terminó por plegarse a sus expectativas. Habría que mirar hacia alrededor como si jamás se hubiera estado en él. Y qué mejor que hacerlo con la propia habitación.

 

Eso hizo Brian Wilson, de ello surgió “In my Room” esa diminuta maravilla musical, pero también una segunda lectura de la lírica conociendo la biografía del músico.

En este mundo
guardo todas mis
preocupaciones y mis miedos
En mi habitación
En mi habitación

De tal suerte, se le puede considerar igualmente como una temprana llamada de atención sobre cómo él comenzaba a sentirse (sufría de agorafobia, enfermedad que con el tiempo se volvió severa y le causó graves problemas mentales).

 

VIDEO: In My Room Beach Boys TRUE STEREO HiQ Hybrid JARichardsFilm 720p, YouTube (jarichards99utube)

 

 

 

 

ROCK Y LITERATURA: EL EVANGELIO DEL DESPRECIO (II)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

(GUSTAVE FLAUBERT)

El sesgo de la corrección política (a la que previó Gustave Flaubert) actualmente se ha acentuado, si nos fijamos bien, en lo que se refiere a la cultura. Ahí se da vuelo el kitsch de tal conducta, claramente inspirada en su apabullante y huera algoritmia computarizada; en la estética de la última película o serie de género o racial y sus sagas promocionales y panfletarias (que utilizan los términos: inclusión-exclusión, cuotas genéricas, empoderamiento, apropiación y cancelación cultural, supresión o el perfil apropiado, por ejemplo, para que cuadren con los likes tribales necesarios).

 

El ala derechista y conservadora de todas las sociedades ataca directamente a la cultura censurando, cancelando y recortando (exposiciones, películas, libros, canciones, presupuestos, premios o a los artistas mismos). Estamos viviendo un momento peligroso. Y la izquierda no entiende que, al igual que la salud, la cultura no puede dejarse en manos privadas ni puede ser manoseada a discreción. La derecha lo ha visto muy claro y su control es lo primero que exige cuando entra en los gobiernos. Quiere sujetarla, acabarla. Si no se reacciona, habrá multiplicidad de expresiones y manifestaciones perdidas.

 

Esa malsana obsesión por no ofender a nadie, por no molestar a nadie, y la casi global proclividad (individual y colectiva) a sentirse ofendido por cualquier cosa, son ya moneda corriente Es la religión de la corrección política, y va en aumento, con protestas e indignaciones de intolerantes incapaces de contextualizar nada, las obras de arte mucho menos.

 

La tendencia a demonizar y “reparar” los “agravios” del pasado se está consolidando por doquier, como muestra está la censura a los libros infantiles. ¿Sus pecados? “Lenguaje ofensivo, insensibilidad con respecto al sexo y a la violencia”. A Roal Dahl, como muestra, porque en sus novelas “utiliza palabras que pueden ofender o inquietar a los niños”.

 

Otro botón: el director del museo de cultura popular de Seattle (MoPOP), a propósito de la exposición que tenían sobre Harry Potter, anunció que toda referencia a la escritora de la saga sería eliminada. ¿Qué, cómo? ¿Censuraban a la autora de los personajes sobre los que ellos mismos  realizaban una exposición? Así es, porque eso obedecía a una campaña que se inició hace unos años cuando la autora dio su opinión sobre lo que para ella es una mujer. Se creó entonces una campaña de los extremistas genéricos y demás líquidos, intentando que se dejaran de vender sus libros, que se quemaran los que estaban en bibliotecas y que a su imagen se le “enjuiciara” públicamente.

 

Existe, asimismo, tanto la sugerencia como el acto de reescribir a los clásicos para adaptarlos a los infinitos requerimientos de los nuevos torquemadas. A Agatha Christie porque tituló a una novela Diez negritos y suena racista; a Mark Twain o Harper Lee porque utilizan la palabra “negro” en sus novelas; a Nabokov porque Lolita podría parecer una apología de la pederastia, al Quijote porque utiliza infinidad de veces la palabra “puta”, y así sucesivamente.

 

Quizá ha llegado el momento, como se tuvo que hacer en Fahrenheit 451, de aprenderse de memoria los libros que están en riesgo, para poderlos transmitir a las generaciones futuras cuando pase la pandemia Inquisitorial.

 

El arte y la literatura han tenido siempre el objetivo de liberar al lenguaje de las rutinas alienantes y proponer a la sociedad opciones acerca de sí misma (como lo quería el autor francés); son la contraparte a tanta tontería que utiliza gustosamente toda perogrullada y también lo cursi y que convierten los formalismos en hábitos y en costumbres patéticas (de eso Flaubert estaba consciente de manera dolorosa).

 

Si no, compruébese leyendo, viendo u oyendo actualmente cualquier medio masivo de comunicación, cualquier red social, distribuidores indiscriminados y mayoritarios de corrección política y fanáticos de la cancelación, esos lugares comunes que se han colado en todos los sentidos de la vida humana.

 

 

¿En un parque temático debe censurarse una atracción que tiene a Blancanieves como personaje porque recibe un beso no consensuado del príncipe? ¿Puede un cocinero blanco preparar un guiso chino o es apropiación cultural? ¿Pueden los actores interpretar a personajes que no sean de su misma raza y condición sexual?

 

Alguien describió muy claramente tal actitud: “Cancelar es un conjunto de acciones ejercidas por parte de un colectivo sobre personas u organizaciones que opinan distinto e instan al público, mediante el descrédito, a que les hagan boicot, tratando, incluso, de ‘matar su imagen’ públicamente. A priori la cancelación la llevan a cabo un grupo de personas, principalmente a través de las redes sociales”.

 

La cancelación cultural es pues una campaña de la ultraderecha fanática o de la izquierda patidifusa para que las editoriales no publiquen ciertos libros, se les retire de las bibliotecas o que la gente no compre libros de quienes disienten de sus posturas, y así con todas las demás manifestaciones culturales a las que han tomado por asalto; la censura la ejercen los gobiernos al prohibir una publicación, una película o cuando arguyen problemas de presupuesto para no financiar una obra de teatro, a una biblioteca o en la contratación de artistas para algún espectáculo público.

 

La tradición artística, literaria y cinematográfica, la política, la historia, deben siempre ser analizadas en sus contextos pero ¿quién tiene hoy la voluntad para hacerlo? ¿quién puede establecer esos criterios, si hoy están manejados por ese poder sin nombre que son las mentadas redes sociales? Estamos atravesados por el discurso dominante que se desplaza por ellas. La vida de todos está siendo moldeada por el algoritmo que provocan. Por eso debemos preocuparnos por el hoy y su futuro, porque de prohibiciones y de acoso a quien se cuestiona es lo que se conoce como pensamiento woke, de eso trata la cultura de la cancelación.

 

Cuestionarse el derecho a opinar en pleno siglo XXI y asumir que una parte de la población se crea con el derecho de callar a la otra es pernicioso. El diálogo, incluso entre posiciones opuestas, es la base de cualquier convivencia democrática, algo que parece olvidarse en un entorno social y cultural en el que abundan las verdades absolutas.

 

Es fácil reírse de todas esas estupideces (que se tornan en masivas) o convertirlo en objeto de estudio y observación; sin embargo, no debe pasarse por alto en qué medida esa supuesta cultura popular está basada, de hecho, en esos lugares comunes, prejuicios e ideas preconcebidas confirmados por ese mismo consenso general en tales redes. De esta forma la risa se torna en mueca y esta argumentación devuelve la razón al horror de Flaubert ante los convencionalismos, el discurso dominante de lo políticamente correcto, de la charlatanería común, pues nos presenta desnuda a la necedad como tal, socialmente hablando, producto de dichas conductas.

 

La intelligentsia rockera que, por historia y desarrollo cultural, ya cuenta con un largo listado de nombres (Dylan, Patti Smith, Neil Young, Bruce Springsteen, Kim Gordon, Nick Lowe, Jarvis Cocker, Nick Cave, John Cale, Mark Oliver Everett, Tom Waits, Damon Albarn, etcétera, etcétera), lanza una contraofensiva en sus conciertos, en sus discos, en las entrevistas que conceden, hacen suyos los argumentos de los literatos como Flaubert (que nos legó sus Evangelio del desprecio), de poetas como Whitman, de filósofos y escritores como Byung-Chul Han o Pankaj Mishra, de científicos como Einstein y Hawkins (con un gran sentido del humor, ambos) y de todos aquellos que han legado sus conceptos sobre la libertad, la comunidad, el respeto a disentir, a experimentar, a pensar.

 

Haremos bien, quienes compartimos el placer de disfrutar de tal intelligentsia, en propagar sus obras y la de quienes los han influenciado, para poder disfrutar también de un futuro menos distópico, menos idiota.

 

VIDEO: Good Girls Don’t by THE KNACK, YouTube (KnackFan)

 

 

 

 

BABEL XXI-741

Por SERGIO MONSALVO C.

 

GUSTAVO SÁINZ

(TRES MOMENTOS)

 

 

Programa Radiofónico de Sergio Monsalvo C.

https://e-radio.edu.mx/Babel-XXI/741-Tres-momentos-con-Gustavo-Sainz

ROCK Y LITERATURA: EL EVENGELIO DEL DESPRECIO (GUSTAVE FLAUBERT) (I)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

                                                                                                                   

A mediados del siglo XIX, el escritor francés Gustave Flaubert (1821-1880) escribió a su colega George Sand lo siguiente:  «Usted no sabe lo que significa estar sentado todo el día con la cabeza entre las manos, devanándose los sesos por encontrar una palabra». Desde entonces esta queja sobre el tormento de escribir aparecería siempre en su correspondencia. 

 

Efectivamente, durante días enteros Flaubert se paseaba entre los muebles de su casa para que le llegaran los pensamientos.  En una semana producía apenas dos páginas. Jaquecas, dolores de estómago, serias perturbaciones y depresiones nerviosas lo castigaban, y siempre le quedaba la duda en sus textos de nunca escribir lo que realmente quería.

 

Como él mismo sabía, su vida era intrincada, demencial y estaba sometida a un ascetismo autoimpuesto, que lo mantenía erguido y que lo derrumbaba, al mismo tiempo. En medio de un mundo para él necio, embustero y vulgar, quería crear en el arte un campo de autenticidad. Prefería morir antes que abandonar el deseo de buscar siempre la única palabra correcta; prefería dejarse desollar vivo antes que escribir un lugar común, un cliché, una frase hecha.

 

Flaubert, que procedía de un espacio geográfico y social amigo de las galas de la lengua, no se reprimió de salpimentar sus escritos con las palabras justas, que muchas veces a otros de su medio les parecían inusuales o prosopopéyicas. En primera instancia lo hacía por el afán lúdico de no dejar palabra sin pulsar; y, en segundo término, por lo que ahora se entiende como la posesión de un amplio vocabulario y de una vasta cultura, por ende, que a muchos les hacía sentir un profundo complejo de inferioridad lingüística, y por eso lo criticaban.

 

Sucedía que el escritor francés, amasado educativamente en las artes de su época, había leído, aprendido y observado con atenta fascinación acerca de su entorno, y aplicaba tales conocimientos con la mayor disciplina, eso era todo. Debido a ello, no carecía de elementos para admitir que la realidad era una invención del lenguaje, y estaba convencido del poder que tienen las palabras para atar y desatar hilos en las conciencias, propia y ajenas.

 

Flaubert gustaba del estilo basado en la profusión de ideas y palabras exactas. Lo contrario le parecía falso, artificial y tramposo. Postulaba con rotunda obstinación una manera llana (transparente, decía él) de expresarse por escrito, sin el obstáculo interpuesto por la tergiversación o el equívoco.

 

El escepticismo en este sentido con respecto a sus congéneres llegó a un punto en el que se plantó a la vanguardia de las obsesiones, preferencias y certidumbres, con tal que incentivaran la creatividad; y adoptó, entonces, en su escritura, la precisión como norma y lucha obligatoria.

 

Pero, además, con todo un plan lingüístico, a un fragmento de sus obras, el Diccionario de las ideas recopiladas, Flaubert quiso hacerlo la segunda parte de una novela, también fragmentaria, sobre los dos personajes Bouvard y Pécuchet, devotos de la ciencia y dedicados al estudio, y con ello realizar un fresco social de largo alcance.

 

 

Así pues, en 1850 explicó en una carta a su amigo, el autor Louis Bouilhet, el plan de un prólogo irónico sobre su «evangelio del desprecio», en donde escribiría con la intención jocosa e irónica de devolver al lector «a la tradición, al orden y a la convención».

 

Dos años después le escribió a Louise Colet que el dicho Diccionario de las ideas recopiladas debería registrar, en orden alfabético, todo «lo que hay que decir en sociedad para ser una persona decente y amable». Ante la acumulación de trivialidades y estulticias –pensaba Flaubert– uno debería sobrecogerse tanto que no se atreviera a hablar más, «por miedo a utilizar una de las frases que se encuentran contenidas en él».

 

Según el modelo del libro se obtendría así, mediante la técnica de la cita desenmascarada, a grandes rasgos, una enciclopedia de las habladurías, clichés ideológicos, frases sobadas y lugares comunes, que manifestaran claramente la estupidez de la sociedad sin necesidad de comentario alguno.

 

El Diccionario de las ideas recopiladas de Gustave Flaubert se volvió así históricamente moderno e indicador del futuro, porque en él nos encontramos con un escritor que no cuestiona a la sociedad en sus individuos, instituciones o formas de conducta, sino en el sustrato anónimo del lenguaje.

 

Hoy en día, gracias a la asunción de lo políticamente correcto y a la crítica ideológica más ridícula, se ha diferenciado y agudizado este punto de vista, y el lenguaje, en cuanto sistema de prejuicios y modelos de experiencia; en cuanto escondite de significados parasitarios; en cuanto potencia donante de la conciencia, se ha convertido en un tema principal de las redes sociales, los medios de comunicación, las tribunas políticas y por desventura en algunos eslabones de la literatura (autores, editores, libreros y bibliotecarios).

 

Y representa, formalmente, aquella acumulación de trivialidades y estulticias de las que habló Flaubert, así como el mayor aprecio por las censuras (auto y colectivas) que se utilizan en declaraciones, conversaciones y mensajes que giran en torno al absurdo mismo de la coerción a la libertad de expresión, un derecho civil al que tanto la derecha como la izquierda cerriles aspiran a disolver en beneficio clientelar propio (el pensamiento más reaccionario se ha disfrazado del pensamiento más progresista y está imponiendo la censura de las ideas y el puritanismo. Una auténtica distopía social).

 

Para todos esos puritanos ofendidos que usan el dedo flamígero para señalar “incorrecciones”, el mundo, entendiendo el término tanto en sentido ontológico (todo cuanto no soy “yo”) como en lo que concierne a la totalidad de la experiencia (“que debe ser única y sólo la nuestra”), se parece cada vez más a una caricatura grotesca.

 

El rock al que nada de lo humano le es ajeno, ha tomado a Flaubert como un rockero honorífico, que le ha aportado al género concepto y disciplina, la palabra y su aplicación correcta, para cumplir con una de sus funciones: trasmitir las sensaciones, emociones y sentimientos, y las formas de vivir y sus crisis, producto de la época, tal como lo hicieron en su momento los griots y los bardos, tan necesarios siempre.

 

En las mejores canciones de sus repertorios se escuchan las palabras y las observaciones precisas, que han sido seleccionadas desde el arribo de la poesía y la literatura a partir de los años sesenta (con Dylan, los dos Morrison -Jim y Van-, Leonard Cohen, Lou Reed, Donovan, etcétera), así como con la interrelación con otras disciplinas artísticas y con los avances tecnológicos, herramientas todas para alejarse de la vulgar tiranía de la corrección política y de los lugares comunes.

 

VIDEO: Radiohead – Idioteque (Glastonbury 2003), YouTube (Zedetnik)

 

 

 

ROCK Y LITERATURA: JOHN CHEEVER

Por SERGIO MONSALVO C.

 

REENCARNADO EN DAMIEN JURADO

 

Nueva York, como la mayoría de las metrópolis, es un bosque de raíces hechas con las vidas y las penurias de quienes ahí se entienden con la soledad y el estrépito. «Al caminar por la ciudad, muy raras veces volteamos para mirar hacia el pasado», escribió John Cheever acerca de tal costumbre urbana. Sin embargo, la narrativa de este autor revirtió la costumbre para hablar con nostalgia e intensidad a nombre del «Nueva York antiguo» y erigirse en una especie de barómetro de la vida cotidiana.

 

Cheever exploró con su pluma las decepciones y los temores de hombres y mujeres urbanos y suburbanos, así como sus intimaciones de redención, en las novelas Falconer y Bullet Park y en los cuentos «The Country Husband» y «The Housebreaker of Shadey Hill». En forma más precisa que otros escritores, él observó y dio voz a las inexpresadas angustias que se encuentran bajo la superficie de las vidas comunes. 

 

No las ideas sino la materia común de la humanidad fue el asunto de la ficción de Cheever. Escribió sobre huidizas figuras en el paisaje, sus sentimientos y emociones, sus pánicos y deseos, las furtivas demandas de la libido, el ingobernable impulso traducido en acción.

 

 

Sus opulentos personajes fueron en gran medida lo mismo; asolados por ese entumecimiento del corazón que denomina a la nostalgia por el amor y la felicidad. Todos tienen conciencia de su aflicción.

 

La sensación de pérdida y de extravío fue el tema central en la narrativa de este escritor estadounidense nacido en 1912 en Quincy, Massachusetts, quien  durante su adolescencia fue expulsado de la Thayer Academy por mal comportamiento e «influencia negativa en sus compañeros». 

 

Al poco tiempo su padre quedó en la ruina tras la caída de la bolsa de valores de 1929, lo cual impidió a Cheever asistir a una escuela superior. En cambio, se lanzó de lleno a la escritura prometiendo a sus padres no buscar «el éxito fácil ni vulgar».

 

 

Sus cuentos iniciales («The Enormous Radio» y «Good-bye, My Brother») fueron escritos en condiciones paupérrimas, pero lograron la publicación en la revista The New Yorker que lo acogió entre sus filas desde ese momento. 

 

Su primera colección de relatos, The Way Some People Live, apareció en 1943. Los críticos elogiaron los textos desde el principio, hecho que lo motivó a escribir la novela Crónica de los Wapshot en 1957 y que obtuvo el Premio Nacional del Libro de ese año.

 

No obstante, las crisis existenciales lo sumieron en el alcoholismo, situación que redujo su trabajo a casi nada durante muchos años. En 1973 sufrió un ataque cardiaco. Fue internado en un centro de rehabilitación donde sanó y dejó de beber.

 

 

Una vez recobrado volvió a escribir y en 1977 publicó la novela Falconer, que resultó un éxito, lo mismo que una colección de cuentos al año siguiente, por lo cual obtuvo el Premio Pulitzer. En abril de 1982 recibió la Medalla Nacional de Literatura por su «distinguida y continuada contribución a las letras estadounidenses».

 

A pesar de sus logros novelísticos, Cheever ha sido recordado más por sus cuentos; de ellos algunos ya son considerados como clásicos de la literatura norteamericana.

 

En general, a su narrativa se le ha denominado como realista. Sin embargo, habría que señalar que también tiene el desconcertante hábito de deslizarse un poco hacia lo surrealista tanto como a lo sobrenatural, como si la fantasía fuera el medio más eficiente para encarar un mundo falto de control y no susceptible a la definición en términos racionales.

 

 

Un mundo que mantiene fuera de contacto a los personajes y el entorno. Sus tristes hombres y mujeres se convierten en seres marginales –ladrones, voyeurs, homosexuales, adictos, alcohólicos, lascivos y merodeadores nocturnos–, pero que de una u otra forma anidan en su corazón otra realidad.

 

La de ese «mundo perdido hace tiempo, cuando la ciudad de Nueva York aún se iluminaba con la luz del río, cuando los dioses eran tan antiguos como los de todos, quienquiera que fueran» –escribió–.  La muerte de John Cheever ocurrió en esa ciudad en junio de 1982, a los 70 años de edad.

 

VIDEO: Damien Jurado – “Arkansas” (Official Video), YouTube (SecretlyJag)

 

En ese momento y lejos de ahí un aburrido muchachito en su natal Seattle, en Washington, se puso a hojear una revista que encontró por azar en la sala de su casa. Sin quererlo realmente comenzó a leer un cuento ahí publicado.

 

Hubo palabras que no comprendió, pero el ambiente de la narración lo dejó inquieto y pensativo. Se grabó el nombre del escritor: John Cheever. Tenía diez años de edad y se llamaba Damien Jurado.

 

Hoy, ese lector primerizo es cantautor y cuenta en su haber con una docena de discos considerados como ejemplos del mejor indie rock de raíces folk. Y él mismo, junto a Elliott Smith, como el precursor de este subgénero que habla de la parte oscura de la vida urbana y suburbial, como lo hiciera su admirado Cheever.

 

 

El estilo de Jurado es característico, pues basó su obra desde el principio en historias contadas en tercera persona, a diferencia de la convención autobiográfica de tal modo musical. Publicó su primer disco en 1997, Waters Ave S, cuando el indie folk no era lo que es ahora.

 

Elegirlo era una decisión existencial, no meramente estilística. Las guitarras acústicas no sonaban cristalinas, sino crudas (en absoluta lo-fi). Y los intérpretes no eran considerados como románticos incurables sino como espíritus atormentados.

 

Actualmente, el cancionero de este músico (secundado por guitarras eléctricas, baterías, violas, pianos, coros y la producción de Richard Swift) aparece repleto de relatos triangulares, letras con infidelidades y traiciones, desamores y fracasos, anhelos rotos y vidas desoladas en espera de algo que nunca llega.

 

El autor en sus piezas habla de estas situaciones para encarar un mundo del que no tienen asidero ni mando, y no es tampoco susceptible de alguna definición razonable.

 

Con el lanzamiento de una serie de álbumes –Caught in the Trees, Saint Bartlett, Maraqopa— en donde su observación atingente y aguda de la realidad de su entorno se ha divulgado más allá del círculo de culto, un mayor número de escuchas ha descubierto su rica contribución lírica en este sentido.

 

Un mundo cuyos afligidos hombres y mujeres se convierten en criaturas furtivas que de alguna manera y pese a todo mantienen cierta pureza en ese «mundo perdido hace tiempo”, como los describiera el propio Cheever en su momento.

 

VIDEO: Damien Jurado – Museum Of Flight, YouTube (talkhardbart)