Por SERGIO MONSALVO C.
Y la reina de Castilla a Colón le dio las naves. Sin embargo, para el investigador J. H. Parry, autor del libro El descubrimiento del mar (CNCA/Grijalbo, 1991, colección «Los Noventa»), este personaje histórico no descubrió un nuevo mundo, sino que únicamente estableció el contacto entre dos mundos, ambos habitados e igualmente viejos en términos humanos.
Perry señala que a primera vista el descubrimiento de América parece una historia diferente a la que se nos ha enseñado. Recuerda que Colón prosiguió su viaje hacia el sur donde, aunque vaga y fragmentaria, obtuvo información sobre lo que había más allá.
Una generación después, aventureros españoles se internaron en el Golfo de México y crearon un imperio atraidos en parte por la evidente actividad comercial.
Fue así, que las redes existentes fueron absorbidas por una super-red de rutas oceánicas conocidas que daban vuelta al mundo. Para este fin, los navegantes y las personas que los respaldaban tuvieron que planear y llevar a cabo viajes continuos por los océanos, viajes de una duración que nadie había soñado jamás.
Todas o casi todas las zonas de viaje oceánico se encontraban en el hemisferio norte; las importantísimas salidas del Atlántico se hallaban muy al sur del Ecuador.
Este es uno de los temas fundamentales del libro en el que se narran y explican los principales acontecimientos de la llamada «edad de los descubrimientos». En las postrimerías del siglo XV y principios del XVI, una serie de viajes por mar permitió que los europeos accedieran por primera vez a grandes zonas del mundo hasta entonces desconocidas o, en caso de conocerlas, eran inaccesibles: el África meridional y oriental, el sur y el este de Asia y las Américas.
La principal conclusión a la que el autor llega en su análisis es que el descubrimiento del mar fue uno de los hechos más significativos de la historia del mundo, pero fue un fenómeno precoz y sus resultados tardaron mucho tiempo en hacerse notar plenamente.
Por otra parte, apunta que el descubrimiento del mar vino a inaugurar una nueva época en la cual el control del comercio mundial y, en gran medida también, el control político cayeron gradualmente en manos de un reducido grupo de Estados, la mayoría de ellos de Europa occidental, que podían construir suficientes barcos seguros para operar de manera simultánea en todos los océanos y trasladarse a voluntad de uno a otro.
Crearon imperios marítimos, redes de comercio, influencia y poderío a una escala jamás soñada antes. Quizá no sea del todo coincidencia que el ocaso y desaparición de estos imperios se haya producido al mismo tiempo que un ocaso relativo de la efectividad del poderío ejercido en la superficie del mar.