CARTAPACIO: «EL PLACER DE LA CARNE»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

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(RELATO)

Vivían debajo del puente. De manera oficial no era un lugar para vivir, pero ellos vivían. Nadie les cobraba renta, predial o impuestos federales. El puente era de todos en la parte de arriba, de nadie en su parte baja. No pagaban cuentas de luz, de gas o de teléfono porque ni luz ni gas ni teléfono tenían.

No había problemas con la basura, al contrario, la tiraban en cualquier parte sin alejarse más de veinte pasos y a menudo de la de otros sacaban su vestuario, el alimento y hasta enseres domésticos.

Vivían debajo del puente y podían dar esa dirección a los amigos, recibirlos y hacerles disfrutar de las comodidades internas del puente.

Cierta tarde, apareció uno de estos amigos que vivía ni él mismo sabía dónde, pero vivía, ya que no sólo el puente es lugar de vivienda para quien no dispone de otro hogar. En los parques hay bancas confortables, muy disputadas; en los mercados hay rincones sin demasiados requisitos; hay cuevas entre los pedregales o coches abandonados.

El caso es que este desmemoriado llegó de visita trayendo consigo un gran pedazo de carne para compartirlo con los del puente.

La tajada se la encontró entre la basura, un supermercado para quien sabe frecuentarla. Así es que debajo del puente se dieron a la tarea de prepararla.  Ahí mismo la comieron.

Al no ser una costumbre diaria, cada uno la saboreó y se deleitó por partida doble con la sensación insólita de tener carne. Cuando se disponían a aprovechar el resto del día durmiendo –pues no hay nada mejor después de un placer que el placer complementario del olvido–, comenzaron a sentir dolores.

Éstos fueron aumentando, pero podían atribuirlo al susto que se llevó alguna parte del organismo al ser alimentada sin previo aviso. En cuestión de minutos todos murieron en medio de retortijones. Los paramédicos de la Cruz Roja dijeron que fue por la carne, algunos curiosos que por tragones. El caso es que la vivienda bajo el puente está vacante.

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