Por SERGIO MONSALVO C.
(RELATO)
El taxi colectivo se detuvo bruscamente sobre la calzada. Bajó la señora con un niño envuelto en una cobija. El lugar, en medio del asiento trasero, fue ocupado por un hombre gordo, muy moreno, de edad indefinible y el pelo a la brush, cuyo rostro grasoso de ojos achispados exhibía un sinnúmero de barros.
Al abordar la camioneta, lo hizo con un cigarro encendido en la mano. Una vez sentado se lo puso en la boca y comenzó a fumar y a arrojar el humo aceleradamente, una y otra vez, ante la divertida mirada de un muchacho a quien el gordo de repente le pidió que arrojara la colilla por la ventana. El jovenzuelo, un poco azorado, recibió el cigarro, con dificultad abrió la ventanilla y lo aventó.
El gordo preguntó entonces que si fumar era dañino. El resto de los pasajeros volteó al unísono hacia el interrogador. El joven, después de pensarlo cinco segundos, respondió que sí, que los pulmones, que la contaminación, etcétera. El gordo, tras un ¡oh!, guardó silencio y dirigió la mirada al exterior. El calor del mediodía era intenso y el sol se reflejó en su brillosa cara.
El olor a gasolina y el claxon confirmaron el embotellamiento. El fastidio se manifestó en algunos tronidos de boca y en tímidos insultos apenas dichos. El gordo comenzó a cantar sin mucho entusiasmo, como matando el tiempo: «Por allí pasó Jesús/ lleva una soga en el cuello/y carga sobre sus hombros/una muy pesada cruz…»
Los pasajeros cruzaron una mirada entre sí y de reojo lo veían cantar. El chofer le dirige una mirada feroz por el espejo. El gordo como si nada: «Gracias te doy, Gran Señor/y alabo tu gran poder…». La fila de autos siguió estancada.
El chofer prende el radio. Las bocinas dan paso a la verborrea de un locutor que pregunta a cien por hora: «¿Por quién votas?» El gordo como respuesta sube el volumen del cántico: «Cinco mil azotes lleva/en sus sagradas espaldas…» El chofer aumenta el sonido y entre la confusión se averigua que una cantante va a la delantera de la otra. «¿Por quién votas?» Los pasajeros callan nerviosamente y optan por ver hacia la calle.
En medio del revoltijo sonoro, el gordo continúa inflexible: «Y una corona de espinas/que sus sienes taladraba…» El locutor anuncia la canción ganadora a grito en cuello. Adelante, el embotellamiento se despeja, la combi arranca y el chofer apaga el radio. El canto del gordo continúa inalterable: «Por allí pasó Jesús/lleva una soga en el cuello…»
Al llegar a la estación del metro, los pasajeros que colman la combi deciden bajar todos. Pagos rápidos y brincos apresurados. El chofer, callando al gordo, le indica que hasta ahí llega. Éste dice, ah, bueno, gracias por el aventón. Cómo que aventón, cáete con la lana del pasaje. No traigo, pero Jesucristo pagará tu atención. ¿Ah, sí?
El chofer baja rápido y saca un tubo de quién sabe dónde, con el que comienza a golpearlo. La multitud se congrega y un par de policías se aleja hacia la esquina. Es la una y quince de la tarde…