PATRICIA HIGHSMITH: EL SHOCK DE LA NORMALIDAD – VI

Por SERGIO MONSALVO C.

 

EL LUGAR DEL CRIMEN (PORTADA)

 

EL RAYO DE LA INTROSPECCIÓN

 

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En la literatura de Patricia Highsmith lo aparente e improbable puede suceder. Sin embargo, el carácter fortuito de la vida no es el tema preponderante, como en Dürrenmatt. Lo es la omnipresente cultura en la que pueden desarrollarse de forma sencilla las delicadas neurosis de los personajes, las cuales pueden desembocar en el aprendizaje y aceptación de los sentimientos concebidos o en la inevitable desintegración de su carácter. «Preocuparse por un personaje requiere tiempo, afecto y mucho conocimiento –dijo la autora–. En este mundo de gente colérica y asesinos a sueldo, ¿le importa a alguien quién mata y quién es muerto en la narración? Al lector le importa, si los personajes de la historia merecen que se preocupen por ellos».

En la cultura de estos siglos (XX-XXI) —violencia inherente, relaciones sociales corrompidas, vacío existencial, falta de lógica e injusticia en la vida cotidiana—, es muy importante que las líneas argumentales de la literatura policiaca como las utilizó Highsmith sean flexibles y permitan que los personajes se muevan y tomen decisiones como personas de carne y hueso, que les dé la oportunidad de deliberar, de elegir, de volverse atrás, de tomar otras decisiones, como hacen las personas en la vida real.

Tal actitud objetiva, si se permite el término, es lo que otorga convicción y verosimilitud a sus historias. Leer sus libros es un poco como discutir con un desesperanzado, que lo acepta todo, que cede porque la premisa que se le presenta es tan absoluta y desnuda que le resulta invencible, real y consuetudinaria. Su prosa fría y nada rebuscada es un reflejo perfecto de las acciones controladas y metódicas del asesino, de su concentración. En momentos como éste es cuando la escritora argumenta con el valor de sus cualidades y el disfrute del lector.

En la narrativa de Highsmith todo se vuelve hacia el interior. Los protagonistas de esta escritora son muy dados a la introspección y mientras lo hacen las novelas se leen en el marco de la ironía social con una discreta mordacidad. En todo eso hay algo identificable, que jala sin remedio. Es la corriente baja y oculta que identifica a los buenos thrillers: la fuerza escondida que es pura energía, el impulso característico del escritor que engendra imágenes con su prosa. Imágenes escurridizas que obligan a perseguirlas. Gérmenes de vida que traen consigo un factor muy importante para el producto final: el ambiente.

Dichos gérmenes se amplían con los personajes. Para Highsmith fue imprescindible saber cómo eran estos personajes, cómo vestían y hablaban, incluso sintió que debía conocer su biografía completa «aunque no siempre deba hablarse de ella en el libro”. El ambiente y sus personas deben verse tan claramente como una fotografía, sin puntos borrosos.

Para ella, el ambiente gobernaba en gran medida el tipo de personajes a utilizar. En todos sus ambientes es posible proyectar una luz desde cualquier ángulo, desde cualquier nivel de lectura, y ésta regresará, como si el reflejo fuera nada más para uno mismo. «No se me ocurre ninguna fórmula –escribió– para crear ambiente, pero, dado que éste penetra en nosotros por uno de los cinco sentidos, o por todos ellos, o también por un sexto sentido, conviene utilizarlos todos».

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Entre los escasos puntos de referencia que tiene la narrativa de Patricia Highsmith con respecto al thriller clásico se encuentra la obsesión por un objeto (cosa, persona o lo intangible). En la visión de esta escritora, el valor de este objeto es ambiguo y arbitrario. Está determinado por la fuerza y el número de necesidades individuales que satisface.

En los ambientes caprichosos que se dan en sus novelas, las acciones de este objeto suben de valor cada vez que alguien le pone los ojos encima y siente la urgencia de poseerlo. Es un hilo conductor que conecta con una serie de observaciones acerca de las vidas de los personajes. Mediante procesos psíquicos dicho objeto se vuelve decisivo en estas vidas.

Ejemplo de ello pueden ser la cartera, en El hechizo de Elsie, que sirve a los personajes para presentarse recíprocamente; un libro olvidado en un compartimiento en Extraños en un tren; el conocimiento de la emoción en Crímenes imaginarios; la hechura de un asesino en la persona de un pacífico ciudadano en El amigo americano; la venganza en El juego del escondite o el dinero en A pleno sol, etcétera.

Incluso cuando al parecer no sucede nada en algunas tramas, es posible sentir la desesperación, el deseo de los personajes por adquirir ese «algo» valioso del ambiente caótico o aislante, de acaparar «eso» como si fuera una joya sacada del basurero. Esto es lo que proporciona desde el inicio de una novela de apariencia plácida una sensación amenazadora.

Con la literatura de Highsmith se redescubre o reafirma la facilidad con que la frustración se convierte en violencia. Su aportación al género ha sido la negativa a proporcionar algo a lo cual asirse para retornar sin mayor problema a una normalidad estable y familiar, ya sea una actitud, un punto de vista privilegiado o una orientación reconocible en medio de la inquietante trama.

En este vacío, creado con talento y sensibilidad, la única verdadera directriz es interna. Todo lo que el personaje o el lector han creído valorar parece desvanecerse en el aire, dejándolo con los fantasmas de su imaginación sin brújula. En tal estado se mueve y termina la mayoría de las narraciones de esta autora: vibrando con su ambigüedad, estremeciéndose entre las imágenes, convulsionadas entre las emociones convencionales y las íntimas, entre las reflexiones profundas y las resonancias más perturbadoras de la literatura.

En sus historias, las emociones desempeñan quizá el papel más importante. De hecho, sus libros pueden considerarse como la poesía del thriller. El tratamiento del suspense es fruto del intelecto. Las sensaciones y emociones escanciadas por la autora en cada uno de sus relatos expandirán su realidad en busca de nuevas experiencias.

«Una novela es una cosa emocional –dijo Highsmith–. Las mías son eminentemente emocionales. La inmensa mayoría de las personas son capaces de vivir esas experiencias, tanto grandes como pequeñas. Sabe Dios que no siempre son agradables. A mí me gusta crear a partir de esas emociones».

Con Patricia Highsmith no estamos nunca por completo seguros de sus intenciones ni del porqué de ellas. La dura superficie de su prosa alienta a encontrar en ella nuestras propias imágenes reflejadas. De una u otra manera, eso hacemos al leerla. La mirada fría que se nos devuelve es extraña y emocionante. Provoca quizá la misma reacción que la de un psicoanalista: ofrece la liberadora oportunidad de expresar los pensamientos más vergonzosos, pero también la deferencia lúdica que impulsa a la autocomplacencia íntima.

Sus textos llenan la cabeza con imágenes que afrentan, ficciones demasiado reales, reflejos nada halagüeños, la aniquilación de los consuelos. Se descubre que uno se siente estimulado por esta desnudez de la identidad. En este sentido, los libros de Patricia Highsmith son una diversión extravagante. Es literatura que recrea la intranquilidad y el capricho humanos al producir imágenes estremecedoras que se conservarán indisolubles en la mente del lector.

 

 

 

 

 

*Fragmento del ensayo “Patricia Highsmith: El Shock de la Normalidad”, contenido en el libro El Lugar del crimen, de la editorial Times Editores, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

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El lugar del crimen

(Ensayos sobre la novela policiaca)

Sergio Monsalvo C.

Times Editores,

México, 1999

 

 

 

ÍNDICE

Introducción: La novela policiaca, vestida para matar

Edgar Allan Poe: La poesía en el crimen

Arthur Conan Doyle: Creador del cliché intacto

Raymond Chandler: Testimonio de una época

Mickey Spillane: Muerte al enemigo

Friedrich Dürrenmatt: El azar y el crimen cotidiano

Patricia Highsmith: El shock de la normalidad

Elmore Leonard: El discurso callejero

La literatura criminal: Una víctima de las circunstancias

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VESTIDA PARA MATAR-VI* (LA NOVELA POLICIACA)

Por SERGIO MONSALVO C.

 

EL LUGAR DEL CRIMEN (PORTADA)

 

 VI

 

¡Mátalo!

 

La evolución le ha conferido a la novela policiaca propósitos diferentes y diversos desde su nacimiento. Una de las formas actuales de este género es la del asesino profesional o «las historias de verdugos», según el término de John G. Cawelti.

 

En este tipo de relatos poco se ve de las subjetividades de los participantes. Ellos son un minucioso proceso de observación del «frío y detallado racionalismo del especialista profesional en asuntos de extrema violencia e ilegalidad, cuyas aventuras están totalmente motivadas por el lucro”.

 

El personaje no le da ninguna importancia a la ley, únicamente le preocupan sus intereses. No mata para mantener las estructuras, sino porque en ello encuentra su propia satisfacción. Estamos frente a una nueva dislocación dentro del formato policiaco.

 

Es una derivación que aporta suspenso como principal característica, y entre sus representantes más sobresalientes se inscriben los nombres de Richard Stark, Donald Pendleton y Joseph Hedges.

Por otro lado, dentro del género también ha surgido un concepto que rompe con una de las instancias básicas en esta narrativa: el fracaso. Como figura central la novela tiene el propósito de conservar la extrañeza del mundo, encarnado en un detective que siempre se topará consigo mismo, y que quedará atrapado en el déficit de información y en la creciente ambigüedad del crimen.

 

Como embajador de este nuevo rubro, Michel Butor escribió la novela El empleo del tiempo (L’Emploi du temps), que contiene los elementos esenciales del formato: la exactitud de las anotaciones para esclarecer un asesinato, hasta hacernos creer que en estas palabras está la sustancia de su experiencia, de la agresividad latente y de la tenebrosidad de su ambiente. Por su parte, Alan Sharp, Sjöwall y Wahlöo también aportan novelas muy interesantes en este sentido.

 

 

 

 

 

*Fragmento de la introducción al libro El Lugar del crimen, de la editorial Times Editores, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

 

 

 

 

 

El lugar del crimen

(Ensayos sobre la novela policiaca)

Sergio Monsalvo C.

Times Editores,

México, 1999

 

 

 

ÍNDICE

 

Introducción: La novela policiaca, vestida para matar

Edgar Allan Poe: La poesía en el crimen

Arthur Conan Doyle: Creador del cliché intacto

Raymond Chandler: Testimonio de una época

Mickey Spillane: Muerte al enemigo

Friedrich Dürrenmatt: El azar y el crimen cotidiano

Patricia Highsmith: El shock de la normalidad

Elmore Leonard: El discurso callejero

La literatura criminal: Una víctima de las circunstancias

 

 

 

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VESTIDA PARA MATAR-IV (LA NOVELA POLICIACA)*

Por SERGIO MONSALVO C.

EL LUGAR DEL CRIMEN (PORTADA)

 

 

 

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 Raymond Chandler

 

 

IV

 

LO MATÉ

 

Con la llegada de Dashiel Hammett, en medio del crack económico estadounidense, el interés por el mundo se vuelve a mitificar bajo el marco de nuevas realidades. El detective se transforma de manera análoga: surge el hombre solitario, relativamente pobre, cuya tarea es asumir peligrosas indagaciones. Sin miedo, con gracia tosca, ruda, brotes de menosprecio y orgullo puntilloso, se dirige a los criminales con facultades combinadas de deducción y de violencia física.

 

Hammett, como ex detective privado, conocía las circunstancias vitales, la forma de trato y el lenguaje de la gente que se ganaba la vida en la zona intermedia y confusa entre la legalidad y el crimen: «Intentó vivir escribiendo cosas sobre las que tenía información de primera mano […] Él llevó a esa gente a las páginas de sus libros tal como eran y los dejó hablar y pensar en el lenguaje que conocían», dijo tras su muerte el discípulo Raymond Chandler.

 

Chandler fundamentó con su obra el giro hacia el realismo. El crimen ya no es, como en la novela policiaca inglesa (a la cual él denostaba), el lugar macabro, aislado y misterioso en el que se pone de manifiesto la contradicción entre una sociedad burguesa de buena educación y apariencia, y su subsuelo desplazado de negaciones prohibidas.

 

El autor vive en una sociedad corrompida y minada por una criminalidad semi legal y organizada: «No es un mundo que huela agradablemente –escribió–, pero es el mundo en que usted vive”. Chandler entendía su realismo desde el punto de vista moral, como un desenmascaramiento de la corrupción y de la maldad que dominaban el mundo.

 

Atribuía gran valor al verismo del detalle y del ambiente, para llevar lo más cerca de los ojos de sus lectores la decadencia de las buenas costumbres y la violencia y corrupción generales.

 

Así queda integrada la novela negra, que crea su clima hostil y de acción excitante de manera más directa que la novela policiaca tradicional, al agregársele el medio ambiente como una acumulación más de enemigos y peligros. Y aunque el desenlace haya sido resuelto a favor del bien, siempre queda la sensación de vacío, de que el mundo no es un mejor lugar por ello, que los complots y los conflictos surgirán nuevamente en algún otro lado y pronto. La ambigüedad permea el ambiente.

 

Al igual que con la novela policiaca tradicional, la novela negra fue objeto del abuso comercial. Sin embargo, existen nombres que le dieron el prestigio literario que se merece, al haber descrito con fuerza ambientes y personajes que hasta entonces no habían sido retratados. Entre ellos destacan los de Mickey Spillane, James Cain, Ross MacDonald, James Hadley Chase, Henderson Clarke, Horace McCoy, John Amila, Louis Malley, Boris Vian, etcétera.

 

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*Fragmento de la introducción al libro El Lugar del crimen, de la editorial Times Editores, cuyo contenido ha sido publicado de manera seriada en el blog Con los audífonos puestos.

 

 

 

 

El lugar del crimen

(Ensayos sobre la novela policiaca)

Sergio Monsalvo C.

Times Editores,

México, 1999

 

 

 

ÍNDICE

 

Introducción: La novela policiaca, vestida para matar

Edgar Allan Poe: La poesía en el crimen

Arthur Conan Doyle: Creador del cliché intacto

Raymond Chandler: Testimonio de una época

Mickey Spillane: Muerte al enemigo

Friedrich Dürrenmatt: El azar y el crimen cotidiano

Patricia Highsmith: El shock de la normalidad

Elmore Leonard: El discurso callejero

La literatura criminal: Una víctima de las circunstancias

 

 

 

 

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