Por SERGIO MONSALVO C.

III
No cabe duda alguna que el propio Zappa definía el concepto del grupo The Mothers of Invention. Tenía un don natural para causar disturbios y su trabajo singular recibía mucha publicidad. Entre los primeros éxitos figuró un contrato de seis meses con el Garrick Theater de Nueva York, donde el grupo presentaba su «show de monstruosidades».
En cierta ocasión se invitó a dos soldados a subir al escenario para destazar una muñeca con bayonetas, con acompañamiento musical. («Les pedí que nos mostraran qué habían hecho con los amarillos en Vietnam y lo hicieron con ganas.») La predilección de Zappa para lo teatral se desarrolló en pleno durante ese tiempo.
En la actualidad es difícil apreciar el alboroto causado por el álbum We’re Only in It for the Money de 1967. En el momento culminante del movimiento hippie, una de sus figuras de culto se atrevió a burlarse de los ideales de toda una generación. El título era un golpe bajo contra los manifiestos de sus contemporáneos sobre la paz y el amor; la portada, una maliciosa parodia de Sgt. Pepper; los textos, una ironía despiadada hacia los flower children: Zappa pretendía apartarse de la manada. Entretanto sabemos cuán acertado fue su escepticismo.
El fin de los Mothers originales llegó cuando el empresario George Wein mandó al conjunto de gira. Hasta ese momento, Frank había pagado un salario fijo a sus músicos, sin importar que hubiera trabajo o no. De ahí en adelante sus grupos se armarían en principio con «trabajadores de temporada», reunidos sólo para algún proyecto de grabación o una gira. Desde luego era un sistema más económico, pero la música perdió algo de esa indefinible calidad «orgánica» sólo encontrada en las agrupaciones que durante mucho tiempo trabajan por un objetivo común.
Lo que Zappa pretendía ahora era el control absoluto: o se tocaba la música como él se la imaginaba o nada. Asumió el papel del director en el escenario. No quería promover la realización personal de sus «empleados» (porque eso eran). También impuso un duro régimen tras bambalinas. Despedía en el acto a los músicos que encontraba drogándose.
Con el tiempo los grupos con los que salía de gira empezaron a componerse cada vez más de músicos caracterizados por una disciplina admirable. Buenos técnicos, muchas veces graduados de la escuela de jazz de Berklee, sabían reproducir todo lo que Frank ponía frente a ellos en sus partituras. Y eso era exactamente lo que el jefe quería. Zappa componía piezas «hechas a la medida» para destacar las virtudes peculiares de cada músico.
Entre los personajes más interesantes que figuraron en su grupo en las décadas de 1970 y 1980 estaban los guitarristas Steve Vai y Adrian Belew, los bateristas Terry Bozzio, Vinnie Colaiuta, Chad Wackerman y Aynsley Dunbar, el bajista Jeff Berlin, el tecladista George Duke, el violista Jean‑Luc Ponty y la vibrafonista y percusionista Ruth Underwood.

Respaldado por un grupo muy profesional y organizado, Zappa pudo permitirse mayores libertades como guitarrista. Pronto no eran ya raros sus solos de diez minutos. Los álbumes en vivo Shut Up ‘n’ Play Yer Guitar y Guitar demuestran que dichos solos -o «esculturas de luz», como él los llamaba- no caían nunca en regodeos vacíos.
Desarrolló un lenguaje muy personal en la guitarra. Según Steve Vai, «al colaborar con Zappa yo servía de herramienta al compositor. Mi tarea consistía en tocar ciertas cosas complejas que él deseaba oír. Pero lo que más disfruté fueron los momentos en que podía pararme ahí y escucharlo nada más. En su ejecución siempre se encontraba continuidad y evolución. Sus pasajes tenían muchas aristas».
Por otro lado, el sentido del humor de Zappa siempre molestó a los puristas. Con trabajos digirieron el tono surrealista y absurdo, pero en su mayor parte inofensivo, de los primeros álbumes de los Mothers. Desde 1970 dicho tono se volvió más mordaz. En una época en que el movimiento de liberación femenina estaba tomando fuerza, Frank se rió de él en sus textos. Las críticas desde luego le importaban un comino. «Es fácil odiarme. Mi insensibilidad no se detiene prácticamente ante nada», confesó.
Zappa no temió siquiera clavarse de cabeza en el campo minado de los estereotipos étnicos. La canción «Jewish Princess» provocó protestas públicas por parte de la liga B’nai B’rith, que lo acusó de representar tendencias antisemíticas. Frank no los tomó en serio y dio inicio a una campaña contraria en defensa de su derecho de libertad de expresión, además de continuar su serie de retratos de mujeres «típicas» con ataques no menos despiadados contra las «Catholic Girls» y la «Valley Girl» de California.
Otros blancos predilectos fueron los evangelistas de la televisión, los censores, los cientólogos, los amantes de la música disco, los camioneros, los nostálgicos de los sesenta, los apóstoles de la salud y desde luego los políticos de cualquier tendencia, sobre todo los republicanos.
Existe un poster que fue icónico en su momento y hoy es legendario. Frank Zappa sentado en el W.C. Un auténtico retrato en blanco y negro del artista posadolescente. El retrato dadaísta por excelencia de la era dorada del rock. En él, Frank metafóricamente se caga sobre todo y sobre todos. ¿Por qué? Porque era un observador y como tal había visto la estulticia concentrada o repartida generosamente por doquier: en la política, la moral, los lugares comunes que regían la sociedad, en los hombres, en las mujeres, en el sexo, en la religión, en la cultura…
VIDEO: Frank Zappa – Catholic Girls – YouTube (Antonio Capraro)

