Por SERGIO MONSALVO C.
(RELATO)
Al traspasar la entrada escucharon la letra y la guitarra bluesera que la acompañaba: «No salgas, baby , a la calle/ porque el viento fementido/ jugando con tu vestido/ puede dibujar tu talle…» El solo imprescindible permitió al cantante y guitarrista voltear a ver a los nuevos parroquianos, sus amigos, que venían con varias acompañantes.
Entre ellas a Julieta, una menuda y bella adolescente a la que pudo admirar a contraluz. Siguió con su canto: «No hay quien de amor no desmaye, baby,/ al ver que en tus formas bellas/ se manifiesta la huella/ que el pudor ocultar debe/ y sólo el viento se atreve/ a entretenerse con ellas…»
Cuando terminó su actuación se sentó a la mesa con los recién llegados. Se la presentaron. Iba a cumplir quince años y le encantaban las tarjetas con frases tiernas, los muñecos de peluche y las canciones de amor. Él la inundó de todo ello desde esa noche.
Inmerso en una ensoñación la convenció de ser su «novia». Vació los panales para bañarla con el dulce. Obligó a la luna a salir con antelación las tardes de sus citas. Incluso un par de veces su viejo Ford se quedó sin batería de tanto escuchar el radio en el parque cercano.
Ella le regalaba probadas de la miel de sí misma por medio de aquellos agraciados momentos en que se le permitía el acceso. Llegaban juntos al café y él le dedicaba sus presentaciones y cada una de las piezas de su repertorio musical. Pero ella se tenía que ir temprano, debía llegar a su casa a las diez a más tardar.
El día anterior a que cumpliera los quince él le habló por teléfono en la mañana. Le pidió permiso para hacerle el amor esa tarde, como regalo, antes de ir al café. Ella no dijo ni sí ni no. Acordaron la hora en que pasaría a recogerla.
Cuando bajó del coche lo recibió la mamá. Lo había escuchado todo por la extensión del teléfono. «¡Déjala en paz, pervertido!» y «¡Vete o llamo a su papá y a sus hermanos!» fueron los dos únicos gritos que se le quedaron grabados del resto de la retahila.
La sentencia de no volver a verla quedó confirmada por la actitud conforme de ella. Ahora, esta noche en el pequeño escenario, él canta triste las canciones más tristes. Sangra dramáticamente y las velas de las mesas ni se inmutan.