Por SERGIO MONSALVO C.
UNA FASCINACIÓN SALVAJE
La ShibusaShirazu Orchestra (SSO) es otro concepto del espectáculo musical. Se torna en escena en un auténtico cuadro viviente, como si fuera la representación de El jardín de las delicias de El Bosco o incluso una delirante pintura surrealista. Ésta es una banda de geometría variable que pugna por el libérrimo avant-garde progresivo.
El esclarecedor nombre de la agrupación nipona puede significar algo así como “Nunca seas cool”, y su andamiaje cuenta regularmente con 25 personas sobre el entarimado cuando aterrizan en sus giras mundiales (35 cuando están en su país). Tocan instrumentos 17 de ellas y el resto realizan diversas actividades, incluyendo bailarinas, un pintor y un VideoJockey (Vj).
No hay nada parecido a sus actuaciones, donde se mezclan la música (magnífica) con el baile, el performance, el anime (dibujos animados) o diferentes tipos de danzas ancestrales concebidas en insólitas coreografías que rompen con todas las convenciones. El tamaño de la orquesta por eso es tan variable, para adaptarse a cualquier escenario y ubicar a decenas de personas de manera simultánea sobre las tablas, lo cual la hace inclasificable.
Su estética es inusual, mágica, y la sorpresa puede saltar en cualquier forma, tanto como disciplina artística o como “simple” explosión de fuegos artificiales. La orquestación es variada (metales a granel, baterías, guitarras eléctricas, melotrones, tambores…) e incluye instrumentos tradicionales japoneses como la biwa, una especie de laúd de mástil corto.
La música se basa en la improvisación jazzística y puede tomar elementos del rock, funk, ska, ritmos latinos, balcánicos o de las canciones románticas de aquella tierra del Sol Naciente, conocidas como kayo.
Es decir, beben de diferentes fuentes para enriquecer su actuación. Los instrumentistas son energéticos, con un swing y un desparpajo arrolladores y cuentan, además, con un repertorio ecléctico y creativo.
La Shibusashirazu Orchestra fue fundada en 1988 y acoge a músicos japoneses de alto nivel. Saltó a la fama internacional en el Festival de Glastonbury de 2002 y desde entonces sigue asombrando a públicos de todo el mundo.
En dicho festival aún contaban con un director escénico que ordenaba las canciones y los desplazamientos de los integrantes. Pero vieron que tanto encorsetamiento limitaba su expresividad, así que prefirieron continuar sin él.
Etiquetados como “free-jazz”, tienen más de lo primero que de lo segundo (improvisan buena parte de sus piezas) y con sus bailes y actuación visten los incendiarios solos ubicados en la tradición del free más combativo o con pegajosas melodías.
Son un vitaminado brebaje en el que se degusta el indie guitarrero, el pop, el punk, la new wave, la no wave, el rap, la música tradicional japonesa, el cabaret y el misticismo de Ornette Coleman y el Art Ensemble of Chicago, en una suerte de huracanada big band underground alimentada con ácido lisérgico.
En la SSO todo viene marcado desde su nacimiento por el carácter art que la distingue, cuando fue formada para ponerle música y movimiento a una obra de teatro experimental. Y como les gustó la idea y el resultado, decidieron seguir adelante. Su mastermind es el bajista Daisuke Fuwa, el maestro de ceremonias que arenga a la gente arriba y abajo del proscenio.
Pero, como apunté al principio, la SSO no es sólo música, también es un espectáculo donde se da cita el baile, o mejor dicho los bailes, de las más diversas referencias, pues por el escenario se mueven dos bailarinas con gracejo parisino u otros tres elementos, pintados de blanco y semidesnudos, que interpretan los ritos de la danza butoh con total concentración a pesar del delirio que los rodea, a la par que otros se dedican a moverse estéticamente en una escalera o corren y saltan por el espacio de representación como buscando algo que han perdido.
Y mientras todos cantan y bailan, uno de tantos se dedica a dibujar tranquilamente mientras dura el show, y uno más diseña in situ las proyecciones visuales que acompañan y contrastan a cada solista en su turno.
Y por si todo eso fuera poco, al final del espectáculo irrumpe por sorpresa el dragón (inflable, plateado), una enorme mascota que habla metafóricamente del espacio a la imaginación que el inusual grupo construye cada vez que se presenta.
Las referencias de esta banda pudieran ser, desde un punto de vista escénico: Funkadelik, Parliament, los Flaming Lips y los gitanos de Emir Kusturica. Un espectáculo extraño, divertido y único, formando una especie de Cirque du Soleil bizarro.
Su CD Shibu-Yotabi celebró los 20 años de existencia y recogió algunas de sus más famosas composiciones hasta ahora sólo interpretadas o grabadas en vivo. Es algo normal, no hay más que verlos para saber que son una formación que nació para actuar, que explota en sus conciertos.
Pero este álbum ha sido grabado con más tranquilidad: una experiencia muy disfrutable. Tanto como lo es el reciente disco con el cuarteto de Yoshiyuki Kawaguchi: Up On A Moon Hill Keirin Wo Kudatte Tuki No Oka Ni Noboru.
Discografía mínima: Something Differenece (1994), Be Cool (1995), Shibusai (1997), Shiburyu (1999), Shibu-Hata (2002), 2 (2004).
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