Al escucharla se descubre un ejemplo contumaz del modo en que un folk singer, evolucionado en rockero, puede otorgar tamaña intensidad a una pieza de crooner.
Marcada por el examen, el lento cavilar, la duda y el arrogamiento, aquél la fragua con una afirmación despiadada: «I’m a Fool to Want You». Es la evidencia del yo desencantado, una frase dolorosa.
El intérprete añoso y experimentado se confiesa algo sombrío a sí mismo e incluso la luz que lo rodea en el momento de decirlo parece hosca. Dentro del marco de la pieza no hace falta hablar más. Después de la última discusión lo único que resta es intercambiar acusaciones, piensa. Y luego de eso ¿qué?, ¿el perdón?, ¿el olvido?
Quien canta pasea su mirada a lo largo de un cuello descubierto. La piel se ve suave. Detrás, una cortina de cabello castaño y sedoso. La música inunda las palabras al verterse a través de la malla de una voz rota. Esto es lo que hace ahora, sincerarse en cómo se siente cuando la convicción se vuelve un poco más grande que el deseo. Ya nada parece suficiente.
Sabemos del agotamiento y del momento embotado de quien canta eso, del que ha pasado por un largo altercado. Está paralizado, incapaz de hacer nada, aunque sus pensamientos lo atropellen. La certeza ha aumentado el significado de la revelación. Es una certitud obsesiva, pero la naturaleza de ese significado parece rebasar el entendimiento. Un rostro con una sonrisa encantadora, algo desdeñosa, le devuelve la mirada. Las paredes de la mente retumban para luego dar paso al silencio.
*Texto extraído del libro Baladas III, publicado por la Editorial Doble A.
En su canto hubo el esfuerzo y los rastros del que sobrevive, del experimentado lleno de cicatrices que no se ufana de ellas ni las ostenta, pero que sabe son suyas y le pertenecen. Por lo tanto cuando la escuchas crees en la esencia de lo que glosa, en su legitimidad y tienes el convencimiento de que las palabras son recovecos de la propia vivencia trastocados en canción.
La existencia no tiene remedio, parece decir, pero la afirmación no es una sentencia trágica o resignada. En su oficio significó también el rescate de una llave verbal que abriría los instantes vividos de cualquiera que la oyera en el futuro. Esta melodía llega desde entonces como un evocador sentimiento presente, eterno, que procede a redescubrir el riesgo de amar sin red protectora. Emite su misterio y lo desmenuza.
*Texto extraído del poemario Baladas III, publicado por la Editorial Doble A.
*Texto extraído del poemario de igual nombre. El track que acompaña al texto es la improvisación musical que realizó el saxofonista Arturo Escalante para el mismo, y parte del CD que acompaña al libro.
*Texto extraído del libro Teclados incontinentes, de próxima publicación en la Editorial Doble A, a propósito del track “Pink Elephants Parade”, pieza de Sun Ra.
Ahí donde Charlie Parker dejó el sonido, John Coltrane tomó la estafeta y lo evolucionó con éxito. La muerte de Bird se ligó con el surgimiento de otros adalides. De las cenizas del Ave Fénix resurgía el espíritu creativo. Un fenómeno primigenio que comprende todo acto artístico.
Los músicos se trasmiten la verdad esencial del Ser y de las cosas, proyectan una corriente dinámica invisible y a ellos se debe la continuación de esta cultura. En sus obras habla el Espíritu Eterno. Mientras se mantenga viva la fuerza de su poesía, el jazz irá por buen camino. ¿Cómo uno no va a soñar con ello?
El “free jazz” libera las frases de los compases conocidos, los temas de interpretaciones habituales; asume y provoca riesgos. “Puedes hacer cualquier cosa con los acordes”, dice Coltrane. Los esquemas rítmicos deben ser tan naturales como la respiración.
La improvisación es la voz con sus solos turnados y sus comentarios libremente expresados por los músicos. Se hacen patentes las posibilidades técnicas de la polifonía implícitas en la música. El jazz llena de sustancia fresca su vida. Free. Para comprender a Coltrane hay que saber esto.
Cada compás tiene un ritmo diferente al anterior, esto causa al oyente desasosiego e inquietud. Las estructuras musicales adquieren otro concepto, otra conciencia. La movilidad continua y fluidez deslizante. La maestría que guía.
En 1957 nació el club Half Note. El público del club era muy diverso. Cada vez que pasaba Trane realmente parecía atraer a los negros de mayor conciencia política. Se entregaba a un largo solo, de casi una hora, y todos esos tipos prácticamente se manifestaban ahí mismo, gritando “¡Freedom Now!” Era como si utilizaran su música como grito para convocar todos los movimientos en los que militaban.
Un artista es un jefe, por pocos que sean sus seguidores, y la verdadera esencia del arte es la revolución, la puesta en tela de juicio y en ocasiones la subversión de la misma sociedad que lo cultiva. La conducta revolucionaria es a menudo la más constructiva de todas las conductas sociales, porque constituye una afirmación del derecho del individuo a existir individualmente en una estructura colectiva.
El artista presenta una visión de algo que puede ser mejor de lo que es, sobre la base del respeto a la libertad de cada uno.
John Coltrane fue el primero que mostró esta capacidad: tocar de manera multifónica, simultánea, varias notas o varios sonidos; la práctica de combinaciones rítmicas asimétricas, independientes de la pulsación básica, así como la elaboración de un sistema increíblemente sofisticado de acordes de sustitución.
Amplió prodigiosamente la extensión de su instrumento, de las diferentes texturas que era capaz de extraer de él, y de la cualidad humana de su sonido. Sobrepuso una serie de complicados acordes de paso y proyecciones armónicas sobre estructuras armónicas ya complejas.
Parecía dispuesto a tocar todas las notas posibles, a recorrer sonido a sonido, hasta sus últimas consecuencias, cada acorde con el que se enfrentaba, a buscar escalas, notas y sonidos imposibles en el sax, que parecía a punto de estallar de tanta tensión. El estilo “modal” de interpretación, que utiliza varios modos diferentes al mismo tiempo.
Cuatro de la madrugada: la hora más oscura antes del alba, la hora del interior. Otoño de 1964. John Coltrane se despierta a esta hora, como todas las mañanas.
Sentado en media posición de loto se concentra en sacar el aire. La habitación está silenciosa y no existe nada más en el mundo. No hay pensamientos. La comunicación directa con el cosmos, con la divinidad o lo que quieran. Busca un mensaje: saber si se encuentra sobre el buen camino. Trane se pone a rezar.
Es la meditación más larga que haya conocido. Primero el silencio, luego la música que invade el espacio a su alrededor. Y todas las melodías, todas las armonías, todos los ritmos. El Verbo le sopla una composición consagrada a la gloria de su Esencia suprema.
Despierta, sale de la meditación: “Por primera vez en mi vida tuve en la cabeza la totalidad de lo que grabaría, de principio a fin.” Una arrebatadora confesión de fe en la inspiración. La distingue declarando que es la función básica del espíritu humano. Le otorga un rango superior a la imaginación. La poesía de la música es para él fuerza creadora divina.
Crear un sonido para los sentimientos nacientes. El primero, único y bueno para el Amor. “A Love Supreme”, grabada en diciembre de 1965, es la última ofrenda de Trane a lo Divino: “Humildemente Te ofrezco este álbum”. Trane ya no tiene que probar nada más. Se contenta con aullar, llorar, implorar y gozar.
“A Love Supreme” se basa en la cábala: “Ahí donde termina la filosofía comienza la sabiduría de la cábala”.
“A Love Supreme”: estas simples palabras recitadas 19 veces. 19: el “1” designa al hombre y la soledad que lo acompaña. El “9” significa lo universal. 1 + 9 = 10. Las diez manifestaciones del Eterno. Los placeres y la sabiduría. Lo exótico y lo próximo. Lo expuesto y lo oculto.
21 de julio de 1967. Nueva York. La iglesia luterana de San Pedro. Albert Ayler sopla en su sax sonidos de muerte: John Coltrane abandonó su cuerpo.
A pesar de que Trane tenía mucho tiempo de no probar droga alguna, los años de ésta y de alcohol dañaron su hígado en forma definitiva. Y Trane es por fin lo que siempre quiso ser: un santo.
Ahora es estrella que brilla en un cielo gris, en donde improvisa y el sonido se alarga interminable. Improvisa desatando cantos sucesivos y alternados, de otros semejantes sin distancia.
Improvisa mientras su instantaneidad reclama y su fugacidad extiende el momento. El sonido se oye porque viene de lo alto simplemente.
El Sonido invade no sólo el espacio, también el tiempo. Trane fue un hombre de consagración mágica que penetró en dichos secretos y corrió los riesgos con tal de apoderarse de ése su Amor Supremo.
*«El sonido que viene de lo alto», ensayo incluido en la publicación colectiva John Coltrane de la Editorial Doble A.
IMAGEN. Jueves 13 de octubre del 2005. SJU Jazzpodium. Interior, noche. Recorrer con cámara móvil en mano la barra iluminada del local. Corte a cara del barman que sirve algún trago. Corte al resto del lugar semioscuro. Las voces de los parroquianos se escuchan fuerte. Sobresalen las de las mujeres, sus risas. Ruido de vasos que se depositan en las mesas. Se ilumina el pequeño escenario. Al fondo hay una pantalla en la que comienzan proyecciones varias, rápidas-terribles-mórbidas-góticas-prehispánicas-máscaras-con-ojos-enloquecidos-en-movimiento-arañas-calaveras-cráneos, en un Halloween estilo Stephen King (con Chucky incluido). Inicia presentación.
AUDIO. Mantra de afirmación reafirmación —IamIamIamIamIam— la clave para develar el secreto del ritual sonoro. Jan Schellink porta la capa ceremonial con el logo de Adidas. No es una catacumba sino la posmodernidad del primer lustro del siglo XXI. Ese espíritu de época en que la alquimia traduce los arcanos sin varitas mágicas, sólo ordenadores que evocan la convocatoria. Así el aprendiz de brujo electrónico exprime gotas de percusión, agudas y graves, de cuero o metal. Escancia en medio del caos de voces-risas-vasos-hielos el sonido que débil comienza su ataque contra el muro de murmullos rugosos, ríspidos. Los monstruos cuyas faces se plasman en la pantalla en realidad están sentados alrededor de las mesas y vociferan y rugen y expelen gritos irrespetuosos. Pequeños demonios a los que el sutilizador sonoro trata de dominar ilustrando, corrigiendo, desmenuzando el habla de los tambores, platillos y batacas. ¡Tomen canallas su dosis de ritmo!:
tamtamtamtamtamtamtamtamtam
IMAGEN. La cámara móvil deambula por la caverna donde la penumbra muestra perfiles y sombras chinescas. De ahí brotan esas risas de bacantes histéricas y faunos envejecidos que peroran, que irritan y que intuyen el colapso vocinglero. Otros, como gárgolas inamovibles, expresan pasmo ante la brecha desbrozada con el filo del tun-tun. Las miradas, algunas, ya se posan en quienes buscan arengarlos con flujos de notas.
AUDIO. Willem Leeuwenberg conoce el dogma primigenio: la música tranquiliza a las bestias. Y ondeando con su T-Shirt negro les presagia el fin de su tiempo de alharaca: Voces no hay más que las nuestras, la tuya-la mía-la de él. Y para hacerlo sentir se enfunda en apariencia de maestro de matemáticas, cuya infinita paciencia debe hacer sudar a las piedras. El bajo como estandarte del retumbe civilizador. Argumenta, razona, esgrime tonos en su ir y venir de dedos por las cuerdas. Dedos sabios que cubren, que protegen con su manto el avance lento de la miel, que como lava devora el vacío de aquella algarabía sin sentido. Un ton y son que se une al alquimista para avivar el fuego con el que marcarán las carnes trasnochadas.
IMAGEN. La cámara móvil observa los estragos entre los demonios, los del fondo, los de allá, los de aquí. ¿Qué sucede? Borbotan las ruinas de su festejo a la Tupper-ware. No pueden ser disimuladas. El exterminador blande su metal. Con sus reflejos las risotadas se han contraído en espera del postrer encuentro.
AUDIO. El Sol o Ra. Icono que como conjuro empavorece a los demonios simples. Su sola imagen ha concentrado las atenciones en Arturo Escalante: El Portador. Bajo su influjo atrapa las mezclas del color y del cuerpo. Cierra el triángulo luminoso con un sax que confirma el concepto. El jazz, ¿cuál jazz?, este jazz. Una conversación entre personas inteligentes. Se lanza contra los muros en un toma y daca y con su arma los reblandece. La revuelta reduce a la masa infame, parlanchina. Nada de smooth, ni un ápice de lounge como fondo digestivo. Riff tras riff el instrumento de Hamelín hace incluso bailar al líder Nefando. Hace el oso. Callan las huestes inferiores. El silencio de la derrota da paso al fluir de lo profundo: la improvisación. El sax ha creado su mito, ha impuesto su energía y declarado que el jazz, ¿cuál jazz, este jazz, es un espacio privilegiado sobre el que se puede estar firme frente a lo superficial y vulnerable ante lo importante. El sax ha firmado la historia en su devenir de voz humana.
IMAGEN. La cámara móvil hace tomas de cuerpo entero a los personajes del podio. La tripleta que ha dado la batalla. Close-ups de los instrumentos. Paneo del escenario en pleno que ha crecido en dimensiones. Será mejor congelar la imagen. El testimonio ha sido lacrado. La oscuridad ha dejado de latir:
COLOURFUL DIRT
CLICK.
*Texto a propósito de la actuación del grupo de jazz Colourful Dirt, en el Sju Jazzpodium de Utrecht, Países Bajos, el 13 de octubre del año 2005.