Por SERGIO MONSALVO C.

En El cielo protector, de Paul Bowles, tres estadounidenses deambulan por una novela que es la caldera del diablo.
África, para estos metropolitanos, es un peregrinaje a tierras marchitas donde la frescura es un concepto desconocido, donde no crece nada excepto el ser humano, que tiene que enfrentarse a sus antagonistas primigenios: el amor, la locura y la muerte.
Paisaje y atmósfera se vuelven uno en cada ser de Paul Bowles, un autor de verdaderas polendas.
Para Paul Frederick Bowles (nacido en Nueva York en 1910, y fallecido en Marruecos en 1999), el trabajo de escribir música y el de escribir palabras eran excluyentes entre sí. En la infancia y adolescencia fue autor de relatos y poesías. Posteriormente se inclinó por su otra vocación: la música.
Bowles abandonó la Universidad de Virginia después del segundo semestre para no volver nunca más. Sus proyectos se encaminaron a dejar la casa paterna y viajar sin dejar de hacerlo. Su primer periplo lo llevó a París, con la intención de conocer a Gertrude Stein.
Después de darse a conocer como autor de novelas y relatos, pasó menos tiempo en la composición musical. Su primer libro importante fue El cielo protector (1949), que fue llevado a la pantalla por Bernardo Bertolucci.
La mayoría de sus libros, posteriores a éste, tiene su ubicación en el norte de África, donde el autor se estableció definitivamente después de la Segunda Guerra Mundial.

