Por SERGIO MONSALVO C.
RELATO
Le dicen “La Licuadora”. Gusta de llegar temprano a este antro para cubrir pronto con su cuota. Ello la torna movida en dos sentidos. A veces, en cuanto aparece, le echa el ojo a algún parroquiano y busca trabajárselo por máximo un par de horas (con tragos, bailes y debaneos) hasta lograr que aquél suelte lo necesario o, si le gusta, convencerlo de salirse rápido a cualquier hotel cercano.
Son éstas las que siente sus mejores noches, y aunque ha tratado de identificarlas de antemano no ha podido descubrir los signos que las distinguen. Los hechos entre una y otra no concuerdan, por mucho que se esfuerce.
En otras ocasiones tiene que departir con muchos clientes y andar hueseando lo del guardarropa, el dinero de la salida, pues. En esas noches se porta más inquieta, tempestuosa, y no hay quien pueda contenerla por largos minutos. Llega, toma un corto trago del vaso recién servido, sujeta de la mano al cliente más cercano y baila con él una o dos piezas, cobra y sigue su camino hasta la siguiente mesa. Y así en chinga, con una dinámica imparable (de ahí su apodo) para hacer la roncha, el monto requerido, con la máxima premura.
A las demás compañeras les ha infundido miedo con sus arrebatos. La odian, murmuran, pero le temen y nunca han intentado nada contra ella. A fin de cuentas se esfuma tal y como se presentó. Algunas secretamente le envidian su forma de trabajar, sobre todo cuando se dedica a un solo cliente.
Hacen corrillo para observarla sin comentar los hechos. Estudian su forma de sentarse frente a él, de atraerlo con movimientos inauditos para ellas, de utilizar una agresividad que nunca se le revierte.
Acaricia y besa imprevisible y desconcertantemente, como cumpliendo un largo sueño insatisfecho. Toma una de las manos de él y la dirige hacia su propio cuerpo para que lo recorra, guiándola sin provocar desboques ni brusquedades, y también sin condiciones le permite conocerlo todo.
Luego, posa una de sus manos justo en la ingle del pasmado tipo aquél y ligerísima lo roza, al mismo tiempo que le habla al oído. Un instante después éste se va con ella o le pone los billetes dentro de la pantaleta. Fin de la jornada. Muchas reprimen el aplauso y mejor se desbandan en busca de la práctica.