Por SERGIO MONSALVO C.

En la lista que traigo puesta escucho «Look For The Silver Lining», mientras repaso una por una las fotopostales que trae consigo el paquete del libro Chet Baker in Italy: Tales of Life and Music: 1955-1988. En una de ellas aparece el músico con Lily, como quien dice: con las manos en la musa. Ella le acaricia el pelo con dedos suaves de uñas pintadas. Apoya la barbilla en la cabeza de él, quien a su vez mira profundamente la trompeta que trae en las manos. Ella observa a la cámara.
Cuando abrí este paquete que además contiene un mini CD con tres piezas («With Sadness», «Estate» y «My Funny Valentine») acababa de terminar un poema dedicado a Chet y a una mujer que se portó muy bien conmigo en instantes de cierta oscuridad existencial:
«En su semipenumbra/ la ventana cerrada/ deja escapar por la ventila/ fugitivos escarceos/ de la contienda retardada/ Chet Baker apadrina/ con voz suave y aliento sabio/ el duelo de ansias derramadas/ Everything Happens to Me/ musitan los labios enconados/ mientras recorren con noble tacto/ cada destello del bronce inmerso/ en la batalla/ De una cuerda tensa/ que turgente apunta al cielo/ entre muros de guardia/ cuelgan, luego/ recién lavadas/ una medias negras/ por cuya tersura lánguida/ escurre el líquido/ que gotea impune sobre el piso/ Sorprendiendo malicioso/ a la inocente luz de la mañana.»
El libro mencionado es un importante documento para conocer acerca de la estadía del trompetista en el país de la bota, y también de su deambular por Europa. Durante su vida Chet Baker fue una figura controvertida, sobre todo en la cumbre de su popularidad en los años cincuenta.
El músico se distinguió en el jazz como un delicado estilista de la trompeta, cuyos temas esponjados –por llamarlos de alguna manera– estuvieron influenciados de manera muy profunda por el estilo cool de Miles Davis.
El hecho de su contratación con el grupo de Gerry Mulligan lo lanzó a una popularidad extrema en aquella década de mitad de siglo, cuando se convirtió en un ídolo de culto, tan venerado por sus interpretaciones vocales como por las de su instrumento.
Este músico, nacido en los Estados Unidos en 1929, que tocó también con Charlie Parker y le dio a la balada jazzística una dimensión de gran trascendencia lírica, tuvo también sus tiempos difíciles con las drogas, incluso pasó una temporada en una cárcel italiana por lo mismo, pero regresó a la escena con el estilo más maduro y suave que puede escucharse en discos como Broken Wing, Daybreak, Chet, Once Upon a Summertime, entre otros, incluso las antologías grabadas con sus presentaciones en París.

De su paso por Italia, anécdotas, amistades, conciertos, conflictos con la ley, la prisión y treinta años de la música y vida de este trompetista genial, trata el libro. Baker llegó al continente europeo a mediados de dicha década, a una escena jazzística muy vital. Las disqueras estaban muy activas, grabando a músicos de paso en sesiones con los músicos locales.
Baker había seguido a muchos colegas estadounidenses en su visita al viejo continente, como Zoot Sims, Gerry Mulligan, Clifford Brown y Art Farmer, por mencionar a algunos, aunque es posible con cierta inseguridad, puesto que la revista francesa Jazz Hot acababa de anunciar que su gira se cancelaba.
En ese entonces, por aquellos lares, se sabía muy poco acerca de su carrera. Lo único seguro, que había dejado al cuarteto de Gerry Mulligan. Varias notas en los periódicos y unas breves entrevistas hablaban de sesiones, su descubrimiento del jazz a través de los discos de Stan Kenton y sus colaboraciones en California con Bird.
Por lo pronto, se trataba del Chet que había convertido una canción bonita y nostálgica, «My Funny Valentine», en una obra maestra de emoción y lirismo casto. El público sólo lo creía capaz de tocar sosegadamente, protegido por luces bajas para producir mejor su insidiosa tristeza.
Pero cuán equivocados estaban. Chet habría de desmentir de forma magnífica dicha imagen estereotipada. La gente esperaba a un músico que murmurara desde la bruma y se topó con un trompetista incisivo y potente, con un tono transparente, el cual no quitaba nada del lado poético a su ejecución.
El público europeo reaccionó bien ante el músico; no así sus acompañantes, que poco a poco lo fueron abandonando a lo largo del camino. Siguió solo. París fue el centro de sus actividades, ciudad perfecta para sus ambiciones artísticas y lugar donde realizaría luego grabaciones memorables.
VIDEO: Tune Up – Chet Baker in Italy (1959), YouTube (aylerone)

