CARTAPACIO: «¡YO NO FUI, LICENCIADO!

Por SERGIO MONSALVO C.

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RELATO

No deja de ser curiosa la mentalidad del burócrata de nacimiento. No evita manifestarse ni aun en las circunstancias extraordinarias. Juan es un oficinista de medio pelo. Para su jefe es Camacho, le habla de tú, pero por su apellido; para los de su mismo escalafón es Johnny –nombre con el que se siente identificado ahí en lo más íntimo de su ser– y para las secretarias y los de intendencia es «lic», a secas.

Juan lleva de trabajar 15 años en el mismo departamento. Los primeros diez tuvo que aguantarse. No tanto por la labor desempeñada ‑‑que nunca le ha gustado, por cierto–, sino porque tenía que trasladarse de su casa hasta la oficina y esto le llevaba casi dos horas.

Su puesto comenzó siendo de confianza y continúa así. A raíz de un temblor que hubo hace unos años reubicaron a toda la dependencia y ahora sólo hace media hora al trabajo.

Su trayectoria no ha tenido relevancia alguna salvo por el detalle que todos conocen, el de que únicamente se solidariza con su escritorio. Cuando destituyeron al amigo que lo trajo a trabajar con él Juan se aferró a su puesto y no hubo mirada, indirecta, directa, ni el trato como «herencia» al que lo han sometido los sucesivos jefes, que haya logrado inmutarlo.

Fue quizá esta conducta constante la que convenció a su vecina de escritorio a aceptar la proposición de matrimonio de Juan. Un tipo así ‑‑pensó– siempre es seguro, sobre todo con las quincenas y los aguinaldos, por no hablar de las prestaciones.

Así es que Juan se casó. Su mujer ya no trabaja, «se dedica al hogar». Según recuerda, sólo una vez ha sentido temor en lo que a la conservación del puesto se refiere. Algunos entusiastas, de las distintas oficinas de aquella institución,  habían formado una liga interna de futbol. Juan se inscribió con el equipo de su departamento como defensa central. Luego se enteró de que su jefe también jugaría con ellos, como portero.

A Juan esto le gustó, pues habría forma de hacérsele presente de otra manera, y quizá hasta de conseguir alguna cosita por ahí, pensó esperanzado.

Con el partido de inauguración del torneo vino una jugada que puso en jaque las habilidades de Juan. Un pase largo lo techó y el centro delantero contrario fue por el balón que rodaba acercándose a la portería. Juan corrió tras ambos a todo lo que daba. Entrando al área se barrió sobre el ofensivo, al mismo tiempo que el portero salía a achicar el ángulo.

El encontronazo fue espectacular, lo mismo que la escena posterior. Sobre el césped se retorcía de dolor el portero, agarrándose la rodilla. Sin embargo, la atención de árbitro, propios y contrarios se fijó en la lividez y en los lamentos de Juan, quien de rodillas junto al lesionado sollozaba diciendo:  «¡Yo no fui Licenciado, se lo juro, yo no fui!»

Desde entonces el Johnny colgó los zapatos de futbol (“nunca jamás”), llega siempre a tiempo a la oficina, y lee el periódico antes de que su jefe aparezca.

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