Por SERGIO MONSALVO C.

La idea convencional de la obra musical como totalidad ya no es válida dentro de los parámetros minimalistas, puesto que una obra repetitiva en esencia constituye un proceso; ya no tiene la función de representar algo fuera de sí misma, sino sólo de referirse a su propia creación. El movimiento habla de “Generar el presente a cada momento. Vagar a la deriva, sin principio, en un movimiento multidireccional sin causa ni efecto”.
Esta omnidireccionalidad (valga la palabreja) vuelve imposible, por supuesto, cualquier relación causal. Al relacionarse sólo consigo misma, la obra se convierte en proceso. La característica más importante del proceso musical, en definición de Steve Reich (uno de sus puntales), es el hecho de que dicho proceso determina de manera simultánea tanto el detalle, o sea cada nota, y la forma en general. Reich creía en la inevitabilidad gradual de la obra: “Una vez que el proceso ha sido armado y cargado, funciona como por inercia”.

En el minimalismo se descarta rigurosamente la intervención subjetiva, a favor de un carácter por completo determinista. Reich lo llama un ritual de naturaleza por demás liberadora e impersonal: en donde nominalmente se controla todo lo que ocurre en el proceso de composición, pero también se acepta todo lo que resulta de éste, sin mayores modificaciones.
Al igual que Reich, Philip Glass rechazaba por entonces cualquier estructura dada fuera del proceso musical; éste debía generarla por fuerza propia: “Mi música no posee una estructura general, sino que se genera a sí misma a cada momento”, dijo.
En la música como proceso, la estructura ocupa un lugar secundario con respecto al sonido; sólo coinciden en el sentido de que el proceso determina tanto el sonido como la forma general. La música repetitiva es, pues, desde tal época monofuncional, y los sonidos emanados de ella ya no están programados con miras a la resolución final entre material y estructura.
VIDEO: Steve Reich – Quartet: III. Fast (Official Audio), YouTube (Nonesuch Records)

