Por SERGIO MONSALVO C.
LA BELLA DURMIENTE*
(fragmento)
Imagínense
a una chica que se deliza sin cesar,
los brazos fláccidos, como zanahorias viejas,
en el trance del hipnotizador,
en un mundo de espíritus
donde habla con el don de las lenguas.
Está atorada en la máquina del tiempo,
de repente tiene dos años y se chupa el dedo,
vuelta hacia el interior como un caracol
aprende a hablar otra vez.
Está de viaje.
Nada cada vez más hacia atrás,
río arriba como un salmón,
lucha por entrar al bolso de su madre.
Muñequita,
ven aquí con tu papá.
Siéntate en mi rodilla,
tengo besos para tu nuca.
¿En qué piensas princesa?
Cazaré tus pensamientos como una esmeralda.
Déjame apapacharte
y te daré una raíz.
Esa clase de viaje,
Exuberante como una madreselva.
(…)
Al cumplir quince años
se pinchó el dedo
son un huso chamuscado
y se detuvieron los relojes.
Sí, en efecto. Se durmió.
El rey y la reina durmieron,
los cortesanos, las moscas en la pared.
El fuego en el hogar quedó inmóvil
y la carne asada dejó de crujir.
Los árboles se convirtieron en metal
y el perro en porcelana.
Todos estaban en trance,
catatónicos,
atorados en la máquina del tiempo.
Incluso las ranas eran zombies.
Sólo creció un rosal silvestre
y formó un gran muro de tachuelas
alrededor del castillo.
Muchos príncipes
trataron de atravesar las zarzas
porque habían oído de Aurora,
pero no se habían fregado las lenguas
y fueron detenidos por las espinas
y crucificados.
En su debido momento
transcurrieron cien años
y un príncipe logró pasar.
Los rosales se separaron como para Moisés
el príncipe halló intacto el cuadro.
Besó a Aurora
y despertó con la exclamación:
¡Papá! ¡Papá!
¡Listo! ¡Salió de su prisión!
Se casó con el príncipe
y todo estuvo muy bien
salvo el miedo…
El miedo a dormir.
Aurora padecía insomnio…
No podía dormitar
Ni acostarse a dormir
sin que el farmacéutico de la corte
le mezclara unas gotas de inconsciencia
y nunca ante el príncipe.
Si ha de llegar, afirmó,
el sueño debe tomarme desprevenida
mientras me río o bailo
para que no conozca ese lugar brutal
donde me acuesto con alambre de púas,
abierto el agujero en mi mejilla.
Además, no debo soñar,
pues entonces veo puesta la mesa
y una bruja temblorosa en mi lugar,
los ojos quemados por los cigarrillos
mientras come la traición como una rebanada de carne.
No debo dormir
pues cuando duermo tengo noventa años
y creo que me muero.
La muerte resuena en mi garganta
como una canica.
Traigo tubos como aretes.
Me quedo tan quieta como una barra de hierro.
Pueden perforarme la rodilla
con una aguja y no me moveré.
Estoy llena de novocaína.
Esta chica en trance
para hacer de ella lo que quieran.
Podrían meterla en una tumba,
un paquete terrible,
y cubrirle la cara de tierra
y nunca llamaría: ¡Hola!
Pero si la besaran en la boca
abriría los ojos de golpe
y exclamaría ¡Papá! ¡Papá!
¡Listo!
Salió de su prisión.
Hubo un robo.
Hasta ahí me platican.
Fui abandonada.
Hasta ahí estoy enterada.
Fui obligada a retroceder.
Fui obligada a avanzar.
Fui pasada de mano en mano
como un plato de fruta.
Todas las noches me clavan en mi lugar
y olvido quién soy.
¿Papá?
Esa es otra clase de prisión.
No es el príncipe
sino mi padre
ebrio, inclinado sobre mi cama,
rodeando el abismo como un tiburón,
mi padre, grueso, encima de mí
como una medusa dormida.
¿Qué viaje es éste, niña?
¿Existe salida de la prisión?
Que Dios nos salve–
¿existe vida después de la muerte?
*Anne Sexton, fragmentos del poema “La Bella Durmiente”, que forma parte del libro Transformaciones. Selección y traducción de Angelika Scherp. Introducción de Sergio Monsalvo C. Primera edición en Ediciones Fósforo, México, D.F., 2009.