ANNE SEXTON: «CAPERUCITA ROJA»

Por SERGIO MONSALVO C.

 

ANNE SEXTON (FOTO 1)

 

ANNE SEXTON

TRANSFORMACIONES

“CAPERUCITA ROJA”

(fragmento)*

 

FOTO 2

 

Hace mucho tiempo

hubo un raro engaño:

un lobo vestido de encajes

una especie de travesti.

Pero me estoy adelantando a la historia.

Al principio

era sólo Caperucita Roja;

la llamaban así porque su abuela

le hizo una capa roja que no dejaba nunca.

Era su sarape de Linus, además

era roja, roja como la bandera suiza,

sí, era roja, roja como sangre de pollo.

Pero más que a su caperucita

quería a su abuela que vivía

lejos de la vida

lejos de la ciudad en el gran bosque.

Este día su madre le dio

una canasta con vino y pastel

para llevar a su abuela

porque estaba enferma.

¿Vino y pastel?

¿Dónde está la aspirina? ¿La penicilina?

¿Dónde está el jugo de frutas?

Al conejito le dieron té de manzanilla.

Pero aquí fue vino y pastel.

En el camino por el gran bosque

Caperucita Roja se encontró al lobo.

Buenos días, señor lobo, dijo;

no lo creía más peligroso

que un tranvía o un mendigo.

Él preguntó a dónde iba

y obsequiosa se lo dijo…

*Anne Sexton, fragmento del poema “Caperucita Roja”, que forma parte del libro Transformaciones. Selección y traducción de Angelika Scherp. Introducción de Sergio Monsalvo C. Primera edición en Ediciones Fósforo, México, D.F., 2009.

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LA BELLA DURMIENTE (ANNE SEXTON)*

Por SERGIO MONSALVO C.

ANNE SEXTON (FOTO 2)

 LA BELLA DURMIENTE*

(fragmento)

Imagínense

a una chica que se deliza sin cesar,

los brazos fláccidos, como zanahorias viejas,

en el trance del hipnotizador,

en un mundo de espíritus

donde habla con el don de las lenguas.

Está atorada en la máquina del tiempo,

de repente tiene dos años y se chupa el dedo,

vuelta hacia el interior como un caracol

aprende a hablar otra vez.

Está de viaje.

Nada cada vez más hacia atrás,

río arriba como un salmón,

lucha por entrar al bolso de su madre.

Muñequita,

ven aquí con tu papá.

Siéntate en mi rodilla,

tengo besos para tu nuca.

¿En qué piensas princesa?

Cazaré tus pensamientos como una esmeralda.

Déjame apapacharte

y te daré una raíz.

Esa clase de viaje,

Exuberante como una madreselva.

(…)

Al cumplir quince años

se pinchó el dedo

son un huso chamuscado

y se detuvieron los relojes.

Sí, en efecto. Se durmió.

El rey y la reina durmieron,

los cortesanos, las moscas en la pared.

El fuego en el hogar quedó inmóvil

y la carne asada dejó de crujir.

Los árboles se convirtieron en metal

y el perro en porcelana.

Todos estaban en trance,

catatónicos,

atorados en la máquina del tiempo.

Incluso las ranas eran zombies.

Sólo creció un rosal silvestre

y formó un gran muro de tachuelas

alrededor del castillo.

Muchos príncipes

trataron de atravesar las zarzas

porque habían oído de Aurora,

pero no se habían fregado las lenguas

y fueron detenidos por las espinas

y crucificados.

En su debido momento

transcurrieron cien años

y un príncipe logró pasar.

Los rosales se separaron como para Moisés

el príncipe halló intacto el cuadro.

Besó a Aurora

y despertó con la exclamación:

¡Papá! ¡Papá!

¡Listo! ¡Salió de su prisión!

Se casó con el príncipe

y todo estuvo muy bien

salvo el miedo…

El miedo a dormir.

Aurora padecía insomnio…

No podía dormitar

Ni acostarse a dormir

sin que el farmacéutico de la corte

le mezclara unas gotas de inconsciencia

y nunca ante el príncipe.

Si ha de llegar, afirmó,

el sueño debe tomarme desprevenida

mientras me río o bailo

para que no conozca ese lugar brutal

donde me acuesto con alambre de púas,

abierto el agujero en mi mejilla.

Además, no debo soñar,

pues entonces veo puesta la mesa

y una bruja temblorosa en mi lugar,

los ojos quemados por los cigarrillos

mientras come la traición como una rebanada de carne.

No debo dormir

pues cuando duermo tengo noventa años

y creo que me muero.

La muerte resuena en mi garganta

como una canica.

Traigo tubos como aretes.

Me quedo tan quieta como una barra de hierro.

Pueden perforarme la rodilla

con una aguja y no me moveré.

Estoy llena de novocaína.

Esta chica en trance

para hacer de ella lo que quieran.

Podrían meterla en una tumba,

un paquete terrible,

y cubrirle la cara de tierra

y nunca llamaría: ¡Hola!

Pero si la besaran en la boca

abriría los ojos de golpe

y exclamaría ¡Papá! ¡Papá!

¡Listo!

Salió de su prisión.

Hubo un robo.

Hasta ahí me platican.

Fui abandonada.

Hasta ahí estoy enterada.

Fui obligada a retroceder.

Fui obligada a avanzar.

Fui pasada de mano en mano

como un plato de fruta.

Todas las noches me clavan en mi lugar

y olvido quién soy.

¿Papá?

Esa es otra clase de prisión.

No es el príncipe

sino mi padre

ebrio, inclinado sobre mi cama,

rodeando el abismo como un tiburón,

mi padre, grueso, encima de mí

como una medusa dormida.

¿Qué viaje es éste, niña?

¿Existe salida de la prisión?

Que Dios nos salve–

¿existe vida después de la muerte?

*Anne Sexton, fragmentos del poema “La Bella Durmiente”, que forma parte del libro Transformaciones. Selección y traducción de Angelika Scherp. Introducción de Sergio Monsalvo C. Primera edición en Ediciones Fósforo, México, D.F., 2009.

ANNE SEXTON (FOTO 1)

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