«Ando solo entre una multitud de amores, gozoso del amor, de sus lluvias; del amor, del ruido, de sus propios suspiros y los placeres de sus propios padecimientos«, decía Dylan Thomas, el poeta favorito de Charlie Parker.
Charlie era un Buda que desafiaba las leyes de los conservadores: «El sujeto parece tener alrededor de 65 años», escribió uno de ellos en la revista Squire. Pero la verdad era que sólo tenía 34 cuando murió.
Charlie era un creador, un artista, una excepción. Vestía a su antojo y no padecía por las leyes de la moda, las impuso. Tanto si se ocupaba en no hacer nada como si improvisaba en el sax una obra maestra de tres minutos. Siempre fue la expresión de un talento elevado que poseyó vida propia.
Charles Christopher Parker abandonó su cuerpo el 12 de marzo de 1955 en Nueva York, riéndose a carcajadas mientras veía la televisión.
II
Querida Martha-Maga: La poética del jazzista, como actitud filosófica, es una forma de rebeldía y tiene su particular repertorio de valores. El jazz como cualquier arte es amoral. Lo único que importa en él es el genio, el talento y la capacidad para mostrarlo.
La seriedad, el convencionalismo, la sobriedad, son correlatos imprescindibles en una concepción moral, pero frente al arte pierden su razón de ser. La frivolidad, la paradoja, los vicios, la contradicción son en él valores tan distinguidos como los anteriores.
Bird fue presencia y presagio. Un poder sin timing que sopló como un viento vivificante para todos. A través de sus labios sonó el sax de la profecía.
Una vez muerto Charlie, los conservadores se sintieron seguros. No sabían lo que les esperaba. Lo que siguió a su fallecimiento trajo consigo el sonido de John Coltrane, LeRoi Jones como defensor de la cultura y los derechos de los negros, el free jazz; a Little Richard y el descubrimiento del rock como arquitectura universal; los talleres creativos de Charles Mingus; el hito narrativo-filosófico-literario-musical de Jack Kerouac y los beats.
III
Querida Martha-Maga: Te escribo esto para ver si su largueza te conecta a mí por un dejo de nostalgia, debo admitirlo. De ésa que no duele mucho pero que hace que el cuerpo por evoque ciertos latidos. Te escribo porque estoy escuchando “Bird of Paradise” de Charlie Parker. Un tema y un nombre colmados de significados. Llenos de París para ti y para mí.
¿Recuerdas cómo nos gustaba el departamento donde vivías porque a pesar de ser pequeñito guardaba muy bien nuestros encuentros? Siempre llegábamos a aquella habitación de la rue de Louis Blanc riéndonos de lo que nos había ocurrido a cada uno como extranjeros en aquella ciudad. Tú quitándote el abrigo ruso que protegía todos tus encantos de ese invierno desconocido y yo frente al aparato de sonido buscando junto a él algún disco para ponerlo en la tornamesa.
Ibas hacia el espejo a peinar ese cabello corto que tan bien te sentaba y a prender un cigarrillo Stuyvesant, para luego con música de fondo echarte sobre la estrecha cama boca abajo y hojear el cuaderno con la reciente lección de francés aprendida en el Centro Georges Pompidou:
Une chambre avec salle de bains, s’il vous plaît, repetías una y otra vez imaginándote la tina con agua caliente que cubría tu piel hasta el cuello. Imaginándote con las manos acariciando tu entrepierna. Sintiendo las humedades y el despertar de un tímido deseo.
Yo, mientras tanto, por el reducido pasillo llegaba a la cocineta para buscar el sacacorchos y cerrar las cortinas de las ventanas. Te daba las copas y encendía las velas que iluminaban nuestro vino. Tú hurgabas en la revoltura del improvisado librero tratando de encontrar el libro de Julio Cortázar, y lo abrías donde cayera por azar.
A la par que el sax del buen Charlie iniciaba su vuelo hacia el paraíso, nosotros leíamos Rayuela para planear nuestro paseo vespertino o nocturno, marcando las calles mencionadas por él y buscando en el Plan de Paris los modos de acceso en el Metro.
Cortázar fue un excelente guía que nos llevó con su aliento fantástico por el Metro parisino a las crepas de l’Odéon, al restaurante universitario de Parc Montsouris, a los bares de la rue des Lombards, a los hoteles alrededor de Abbesses, a los cafés del Pont des Arts donde vimos nevar como niños encantados, tras nuestro primer encuentro.
Sentados en un café reconstruíamos minuciosamente los itinerarios. Luego venían por teléfono los bruscos cambios de hora y lugar que se te ocurrían, con la intención de que nos encontráramos telepáticamente, fracasando la mayoría de las veces en ese laberinto de calles. A pesar de todo nos gustaba desafiar el peligro del desencuentro, pasar el día solos, enfurruñados en un café o un banco de jardín, leyendo un-libro-más. Cuando sí lográbamos encontrarnos reíamos como locos, seguros de un poder que nos enriquecía.
La música que querías escuchar era el jazz, porque «el jazz es un pájaro que migra o emigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde. Es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore«.
IV
Querida Martha-Maga: La música que querías escuchar era solamente la de Charlie Parker, después de leer «El Perseguidor». «Lo quiero conocer todo», dijiste, y así tuvo que ser. Acudimos al Pompidou para hurgar en las biografías que se pudieran consultar. Tardes enteras revisando los libros, haciendo anotaciones, acudiendo a la fonoteca del mismo Centro para escuchar alguna rareza.
Salíamos de ahí, y mientras tomábamos una cerveza en algún bar cercano hacías tu lista de los discos de Bird que había que conseguir a toda costa. Ése fue otro modo de conocer la ciudad: a través de las tiendas de discos y de los lugares donde Charlie tocó cuando estuvo en París:
La Salle Pleyel en el 252 de la rue du Faubourg-Saint-Honoré. Llegó como invitado al Festival Internacional de Jazz de París de 1949. Representaba a la vanguardia musical y lo hizo patente. Pero antes recorrió los bares de Montmartre, donde se atiborró de bocadillos franceses, vino y heroína. Hizo buenas migas con todo el mundo, recitó el Rubaiyat de Omar Khayyam y siempre fue tratado como un artista, no como en los Estados Unidos.
En correspondencia, durante su presentación, les interpretó “Bird of Paradise”, un tema “puro, definitivo e íntimo” dijeron los escribas. Charlie se pudo solazar en sus innovaciones técnicas, hizo evidente su ampliación del alcance emocional del blues, porque Charlie a final de cuentas era eso, un gran músico de blues, su revalorizador fresco e inigualado. “Soy un músico devoto”, le contestó a un reportero cuando le preguntó cuál era su religión. La fiesta por el éxito. La jam session de despedida fue en el recién inaugurado Club Saint-Germain, en el número 13 de la rue Saint-Benoit.
Ahí, sentados frente al lugar en el cofre de un coche estacionado, te leí la crónica de aquel momento. Charlie conoció a Boris Vian, quien a su vez le presentó a Jean-Paul Sartre. “Charlie le dijo a Sartre: ‘Encantado de conocerlo, señor Sartre. Me gusta mucho como toca usted’. El santón existencialista del nivel teórico sonrió con la broma del santón a nivel práctico. A continuación, Charlie se comió uno por uno, lentamente, los pétalos de una rosa que una admiradora le había regalado.
El jazz de Bird, en los discos que fuimos comprando en FNAC y en tiendas de discos usados, nos arropó durante nuestros abrazos que parecían interminables. Cortázar y Parker nos acompañaron también esa tarde después del pic-nic en el Jardín de Luxemburgo. Era tiempo de alejarse de París. Yo no quería ir a España. Tú sí. A ti te llamaban la atención Madrid e Ibiza. Yo quería conocer el Rhin, la Selva Negra, el Munich de Fassbinder. Te encaprichaste y los intereses hicieron irreconciliables las distancias, mayores las mentiras.
Otros países y otros abrazos para cada uno. Sin embargo, Julio y Charlie quedan en la memoria de aquella habitación, instalados con sus voces vivas, gozosos del amor y los placeres de sus propios padecimientos. La palabra y el sax. ¿Lo recuerdas?
Querida Martha-Maga: Bird voló finalmente. Se llevó el amor con él. La única verdad con que quiero recordarte.
*Relato Ave del Paraíso, publicado por la Editorial Doble A.
VIDEO SUGERIDO: Charlie Parker – April in Paris, YouTube (νταλιές)
Escuchar a John Zorn es como hojear una pila de cómics trash en una tienda de aparatos eléctricos funcionando, o ver una proyección infinita de series de televisión estadounidenses tratadas por un editor loco en un televisor en el que el brillo y el contraste están a tope de intensidad.
Zorn no es el primer músico posmodernista engendrado por el jazz, pero definitivamente sí el más concienzudo y reconocido. Más que cualquier otro, parece marcar el punto de transición entre un periodo de gran virtuosismo técnico y una nueva síntesis artística que no pretende elevarse por encima de la cultura del desecho y reciclable, en la que todos los gustos son identificables.
John Zorn nació en Nueva York el 2 de septiembre de 1953 y desde muy joven se le conoció como un aventurero explorador de los instrumentos de lengüeta, y como un ecléctico compositor que usa el método del cut-up (recorte o collage al estilo de William Burroughs) para sus creaciones. A los diez años de edad cambió el piano por la guitarra y la flauta, y en el curso de sus estudios autodidactas de música clásica contemporánea empezó a componer introduciendo elementos improvisatorios en sus partituras debido a la influencia de John Cage. Esto sucedía a los 14 años.
En la Universidad de St. Louis conoció el free jazz gracias al impresionante disco For Alto hecho por Anthony Braxton como solista en el sax. Después de desertar de la escuela, Zorn trabó amistad con varios improvisadores estadounidenses del free, entre ellos con los guitarristas Eugene Chadbourne y Fred Frith, el cellista Tom Cora (Corra en aquel entonces) y el intérprete del sintetizador Bob Ostertag.
A la postre, el músico y compositor regresó a Nueva York, donde se dedicó a trabajar con muchos improvisadores y grupos de rock, a componer y a tocar música free, aunque cuando quiere este particular intérprete es un excelente saxofonista con toque bebopero.
En la actualidad, su arsenal de instrumentos incluye saxofones y clarinetes desarmados así como silbatos de caza con graznidos de pato y de otras aves, que a veces toca dentro de cubetas llenas de agua a manera de puntuación irónica, en semejanza a la forma en que Rahsaan Roland Kirk, otro músico no debidamente valorado y experto surrealista, quien solía finalizar algunos solos con estridentes toques de sirena.
Los métodos de composición de Zorn desde joven con frecuencia han incluido reglas casi lúdicas por medio de las cuales guiaba las respectivas intervenciones y papeles de varios músicos. Como aficionado a los sistemas de juegos (así como a otros aspectos más tradicionales de la cultura y el arte del Japón: la bidimensionalidad, la falsa perspectiva, la simultaneidad, la violencia como estética), Zorn con frecuencia ha basado algunos trabajos en los juegos y los deportes.
*Fragmento extraído del libro John Zorn, publicado por la Editorial Doble A
*Texto tomado de la antología de textos varios, Por amor al sax (poemas, cuentos, aforismos, reseñas, etcétera), de 15 letraheridos mexicanos, entre escritores, periodistas, editores, poetas confesos, dibujantes gráficos, críticos cinematográficos, literarios y musicales y algún científico, teniendo como personaje central al saxofón. Ese instrumento musical del que Ciorán dijo lo siguiente: “Por qué frecuentar a Platón, si un sax puede igualmente hacernos entrever otro mundo”.
“Para embarcarse en un viaje con Nina Hagen es necesario estar listo para deambular en los abismos del rock, la política, la naturaleza, la energía, los ovnis y el lugar que ocupa el ser humano en el ‘sistema divino’.
Nina Hagen: Un encuentro cercano es precisamente un libro que nos prepara para emprender ese enigmático viaje y concebir a esta rocanrolera asimoviana y esotérica, filósofa y budista-cristiana que produce la música más dura, excéntrica, pintoresca, vanguardista, audaz y teatral de la actualidad.
Sergio Monsalvo C. nos relata la vida de Nina Hagen, su formación musical, sus costumbres y aventuras. Ella misma ha fabricado ansiosamente su leyenda y su existencia no conoce límites. Es una personalidad del próximo milenio. Para Nina todo es un cuento de hadas.
Provocación y fantasía son las constantes de esta mujer de voz descomunal, reina y madre del punk. La lírica de sus composiciones, algunas de las cuales se incluyen en este libro, es la muestra pura de su avant-garde musical. Nina Hagen es un espectáculo salvaje de brujería electrónica que atrae y excita la imaginación, que profetiza y colorea la realidad con su arte y áspera genialidad.
‘Soy de un tiempo en el cual todavía sirve de algo formular un deseo. Espero que todos crean y me acompañen en él’, ha dicho la artista. Un encuentro cercano es la oportunidad para ello”.
*Texto de la contraportada del libro Nina Hagen Un Encuentro cercano, de la Editorial Diana.