Por SERGIO MONSALVO C.
(CRÓNICA)
I
Al hostal desconocido
de focos esmerilados
juntos entramos turbados
Fiero avatar vencido
besé su boca rendido
Rumor de carne desnuda
sin el disfraz que escuda
mantuvo el tiempo vivo
bajo el manto esquivo
de su virgen testaruda
II
Una vez salvadas las enconadas reticencias de su parte, nos encaminamos a cualquier refugio que descubriéramos a nuestro paso. El albergue escogido resultó un portento en la decoración con sus lámparas pulidas. Decididos y con la emoción bullente, traspasamos el umbral de semejante posada. Instalados en el aposento lo primero que hice fue imprimirle mis labios con pasión. Despojados del ropaje que nos incomodaba, hicimos el amor con fruición y alargando el momento del disfrute. Atrás quedó finalmente el empecinado fardo de una castidad prolongada quizá por demasiado tiempo.
III
A la morra me la tuve que trabajar grueso, con pura verba. Aflojó, pero tuve que tirarle un rollazo para que prextara. De volada le camellamos al cinco letras. Íbamos más turbados que ayer. Le caímos a uno bien chido. Con unos colgajos muy acá, me cae. La chava nel que se arrugara. Apoquiné una luz pa’l cuarto, y papas a lo nuestro. Órale, que me le dejo ir. Chiquita no me la acababa. Kikoretes y agasajada. Fuera trapos y a darle. Estuvimos picando rico. Date color que la chava era todavía quintonil y un buen de virginia. No, hijo, me cae que sólo me faltó ponérmele a rezar, neta.