MIS ESCRITORES MUERTOS: PAUL AUSTER (1947-2024)

Por SERGIO MONSALVO C.

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(IN MEMORIAM)

Amsterdam, Países Bajos, 2003. Dejo mi bicicleta justo a las afueras del Museo de Ana Frank. En el cruce donde se encuentran dos de los canales más vistosos de la ciudad: el Prinsengracht y el Bloemgracht. Atravieso el puente y me adentro en el antiguo barrio del Jordaan.

El recorrido hasta la Eerste Egelantiersdwarsstraat, donde se ubica la librería a donde voy, lo hago por la Tweede. Hay numerosos bares y restaurantes concentrados en pocos metros. Heineken, Palm, Dam, son las cervezas más anunciadas en el discreto neón de sus escaparates. En la esquina se encuentra Backbeat, la tienda de discos en vinil especializada en jazz. Se escuchan los sonidos del nuevo álbum de McCoy Tyner: Iluminations.

Doblo a la derecha y transcurro por varios locales de ropa de ocasión. El clima está fresco, pero hay mucha gente en las mesas que dan a la calle. Llego al número 52. Aquí se presenta Paul Auster la noche de hoy. Frente al local se observa una lápida grabada con una mano sosteniendo una pluma. De hecho, esta casa que data de 1630 es conocida como La Casa de la Mano Escribiente, que alude a la actividad literaria de su propietario original.

El lugar muestra en sus vitrinas toda la bibliografía del autor neoyorkino. Destaca por una iluminación especial su Trilogía: Ciudad de Cristal, Fantasmas y La Habitación Cerrada. Textos de los años ochenta. “De cuando Nueva York era otra”, según el propio escritor.

En mesas y paredes la obra de Auster totalmente traducida al holandés. De hecho, el evento enfatiza la presentación de Book of Illutions (2002), la más reciente edición en este sentido.

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Haber llegado con anticipación me da la oportunidad de hojear algún volumen y de encontrar asiento. Quince minutos después el sitio está a reventar. Circula el vino de honor.

El poder de convocatoria de Auster es patente. Tiene fans como novelista, como poeta, como editor, como ensayista, como crítico y director cinematográfico (con cintas como Smoke, Blue In The Face o Lulu on the Bridge).

Las mujeres más hermosas del mundo están aquí, esperando. ¿Atraídas por el Libro de las Ilusiones; por esa historia del escritor y profesor de literatura que tras la muerte de su familia en un accidente se refugia en la investigación sobre un cómico del cine mudo que desaparece misteriosamente? ¿O quizá por el autobiografismo posmodernista que Auster le ha dedicado a su narrativa metaficcional? ¿O por sus juegos de intertextualidad y exploración de los límites y fronteras entre la realidad y el lenguaje? Ellas se guardan la respuesta para sí. Mientras tanto, llevan las copas de vino blanco a los labios, voltean por enésima vez hacia alguna de las puertas que dan acceso al lugar, y esperan.

Auster se presenta cinco minutos antes de la hora señalada: las 8 PM. Es un tipo alto, fuerte, elegante. Con una mirada dura e inteligente. Estrecha algunas manos. Se sienta en una silla tallada. Le da un trago a la copa de tinto y atiende la introducción de su editora hacia el público heterogéneo.

Al terminar ésta, la corrige amable, y dice que no hablará sobre la literatura como arte (como anunciaba el cartel publicitario del evento), de la cual señala no saber casi nada. Se escuchan las risas del respetable, que sí sabe acerca de sus agudos ensayos y estudios monográficos sobre diversos autores (Beckett, Kafka, Céline, Proust, entre otros).

Dice que charlará mejor sobre su reciente libro —“Una síntesis de mi quehacer narrativo”—, en el cual trata los temas que más le han interesado en la vida: la soledad, el hambre, el azar, el abandono y la desintegración del individuo, teniendo como telón de fondo a la ciudad y la palabra como interconexión.

Es un autor muy directo y preciso con lo que dice. Como sus textos. Cada movimiento, gesto, vocablo, resultan sofisticados, reflexivos. Se me figura una especie de Steve McQueen de las letras. Es un tipo duro también, con humor mordaz y espíritu crítico.

Habla, igualmente, de sus obsesiones e inspiraciones. De la ciudad y sus nexos con el individuo. La hora y media en la que expuso todo eso se fue como agua, como la lectura de sus libros.

Habló pausada y claramente. Hubo humor seco, destilado, en lo que dijo. El cine, la música (el jazz) y Nueva York, sus influencias directas. Tuvo frases favorables para el compromiso del escritor con sus lectores, “a los que debe dignificar con el buen uso del lenguaje”; y duras críticas para “la estupidez de George Bush, su gobierno y acciones”. Palabras cargadas de realismo, de rayos y centellas. Palabras que ha obsequiado pródigamente desde hace 20 años mediante su trabajo. Terminó la plática. Hubo aplausos atronadores. Largas filas para obtener una firma en el libro preferido.

Al final, la mitomanía me ganó y le solicité además de una firma que me obsequiara una palabra, la que se le ocurriera en ese momento: «Sonido», dijo fríamente luego de un segundo. Así que la tal ya está en mi anaquel de trofeos.

Luego de todo Auster salió. Se subió a un taxi Mercedes Benz, junto con una envidiable acompañante, y se enfiló tranquilo hacia la prometedora noche amsterdamesa.

VIDEO: “El Libro de las Ilusiones” Paul Auster, YouTube (CineArte y Cultura)

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